¿Cómo se deforma la conciencia moral?

Fuente: Escuela de la fe

 

No confundir la conciencia con la libertad porque la conciencia, por sí misma, no es un oráculo infalible, tiene necesidad de crecer, de ser formada, de ejercitarse en un proceso que avance gradualmente en la búsqueda de la verdad y en la progresiva interiorización de valores y normas morales. A lo largo de este crecimiento la conciencia descubre, cada vez con mayor certidumbre, el proyecto de Dios sobre el propio hombre, pues se ve que la conciencia está naturalmente ligada a la creación de Dios y, a través de ella, a Dios Creador. Todos los hombres llevan escrito en su corazón el contenido de la ley cuando la conciencia aporta su testimonio con sus juicios que condenan o aprueban (cf Rm 2,15).


La conciencia está expuesta a su propio falseamiento: a no reconocer lo que Dios realmente le comunica y a tener por bueno lo que es malo y puede deformarse hasta el punto de no emitir juicios de valor sobre el comportamiento del hombre.


Agresividad del ambiente. Hoy por hoy la agresividad del ambiente en que nos toca vivir y actuar es demoledora: la secularización de todo lo sagrado, la corrupción del lenguaje, la penetración en todos los ambientes, a través de los medios de comunicación, de un sinnúmero de ideas y posturas secularizantes, racionalistas, naturalistas, existencialistas, psicologistas, socio-políticas, etc.


La tentación actual y de todos los tiempos es mostrar otros rostros que no son el nuestro, la tentación de la careta, de la máscara. Es así como deformamos nuestra conciencia. La vida es una constante lucha para vivir auténticos, para ser nosotros mismos. Aparentar lo que no soy a través de una máscara, deformando lo que soy, evitar la luz y la verdad, para sustituirla por la oscuridad y las sombras. No hay algo más deformante para el ser humano. En la antigua Grecia se usaba una máscara para representar la persona, de aquí, en sentido sacado del mundo del teatro, la máscara representa a la persona como personaje de comedia, convirtiendo la vida social en muchas ocasiones en una comedia. Es un tema que ha sido analizado desde tantas perspectivas, viendo en ello una dificultad íntima del hombre.


Esta divergencia entre lo que uno es y lo que uno aparenta, entre la fachada social y la vida real, se juega en la conciencia del hombre. Surge cuando damos espaldas a la verdad, a la propia verdad de nuestro ser, cuando a éste le impedimos irradiar, desde el centro íntimo de nuestro corazón, hasta el entorno social de nuestra actividad humana. El desgarramiento se produce, pues, en el centro de la conciencia y afecta a toda la estructura de la personalidad, es un cuarteamiento cuya grieta empieza en los cimientos.


Cristo es ante todo el Hombre auténtico, que habla sobre ese dualismo entre la apariencia y el ser. Cuando levantaba sus anatemas contra los fariseos hipócritas que como sepulcros blanqueados, por dentro no eran más que rapiña y codicia. Esos seres que exigían la legalidad hasta el ridículo y no se daban cuenta que dejaban lo más grave. Y es que Cristo posee el celo por la casa de su Padre y no soporta que usando el nombre de Dios se atropelle lo que Dios nunca atropellaría. ¡Cuántos pasajes dedicados a ese ayudar a las almas a quitarse la máscara!: el pasaje del fariseo y el publicano, el samaritano y el doctor de la ley, etc. Continuamente Cristo nos recuerda vigorosamente dos tipos de deformación de conciencia: dualismo entre lo que se es y lo que se aparenta, y dualismo entre el culto a Dios y a la propia vida, llegando a reducirlo a un rito de cultos externos, en el que la intimidad de la persona y su vida real quedan al margen de la relación con Dios. Estando de camino hablando del Él y de sus cosas tal vez lo hemos extraviado. Esta puede ser la gran tragedia del hombre de hoy, por impulsos oscuros que provienen de impulsos de su egoísmo larvado, por el que se da un intento de escapar de sí mismo, de huir de la luz, como ave nocturna, y de aparentar otra cosa distinta de lo que se es.


a. Conciencia indelicada. Empezamos a deformar la conciencia cuando admitimos a sabiendas pequeñas transgresiones a los deberes de nuestra vida cotidiana, a nuestros compromisos con Dios y con el prójimo. Por ejemplo, la falta de esfuerzo habitual en los actos de piedad, sobre todo, en la oración; el ambiente de disipación interior que pone sordina a la voz del Espíritu Santo en el alma; la falta de laboriosidad en el estudio o en el trabajo o en las tareas apostólicas; los pequeños engaños; las pequeñas concesiones a nuestras pasiones de pereza y comodidad; la huida de la cruz y la falta de control de las pasiones irascibles. Tal clima de conciencia, lejos de favorecer el crecimiento interior, la profundidad de nuestras relaciones personales con Dios, el vigor de nuestro amor a Cristo, la fidelidad a nuestra vocación y misión, la apertura y generosidad con nuestros hermanos, el celo por las necesidades espirituales de los hombres, el amor a la Santa Iglesia, va agostando la frescura de nuestros buenos propósitos iniciales, empañando el fulgor de nuestro ideal debilitando o anestesiando nuestra voluntad, entenebreciendo nuestros criterios y predisponiendo la muerte de nuestra conciencia.


b. La conciencia adormecida. Cuando nuestra conciencia no responde a estímulos, sea emitiendo juicios acerca de la maldad o bondad de nuestros actos, sea urgiendo a actuar o dejar de actuar, según la voluntad de Dios, podemos hablar de conciencia adormecida. Puede ser por tibieza, por irreflexión o insensibilidad. Al alma se le ha apagado toda vibración espiritual y todo anhelo de superación moral. La pereza y vida de sentidos o el torbellino de la actividad no deja espacio para la mirada y el oído interior. O también, porque se le ha aplicado un –calmante espiritual- bajo forma de un propósito o principio moral falseado: -hay que tomar las cosas con calma-, -no hay que ser exagerado-, -hay que obrar con recta intención-, aunque lo que hagas no siempre coincida con la voluntad de Dios o con las exigencias objetivas de tu condición de cristiano y alma consagrada-. O cuando se obra mal y la conciencia ya no reacciona, o cuando ya no es estímulo de perfección para el bien.


c. Conciencia domesticada. También la conciencia se puede domesticar y recortar a una medida cómoda. Una conciencia para andar por casa. Es una conciencia mansa, que nos presenta los grandes principios morales suavizados, que nos ahorra sobresaltos, remordimientos y angustias. Ante las faltas, sabe encontrar justificantes y lenitivos: -estás muy cansado-, -todos lo hacen-, obraste con recta intención, lo hiciste por un fin bueno-, -es de sentido común-.

d. Conciencia falsa o deformada. Cuando la conciencia emite un juicio que no concuerda con la norma objetiva de la ley, tenemos la conciencia deformada o falsa. Esta falsedad puede ser imputada o no a la persona. En el primer caso la persona es responsable de la deformación del juicio de su conciencia, sea por no haberse informado suficientemente acerca de las implicaciones de la ley que debía conocer, sea porque su depravación moral debilita y oscurece su capacidad de discernimiento ético. En el segundo caso, la persona juzga y obra al margen de la ley moral, creyendo de buena fe que dicha ley no existe o creyendo interpretarla adecuadamente. Desde luego, cabe error acerca de algunas particularidades de la ley natural y sobre todo de la ley positiva. No se presupone, en cambio tal error en las formulaciones básicas de la ley natural, como no matar, no robar, etc. , ni en cuanto se refiere a los deberes del propio estado.


e. Conciencia invenciblemente errónea. La persona puede haber hecho un juicio moral equivocado y obrar de buena fe creyendo que obra bien: en este caso no peca. Su libertad ha de ser respetada, pues sigue el dictamen de su conciencia. Una vez asentado esto, hay que afirmar, al mismo tiempo, que todo hombre tiene el derecho y la obligación moral de buscar la verdad, de adherirse a ella y de ordenar su vida según las exigencias de la verdad. (cf. Declaración sobre la libertad religiosa, n.2). En cambio, no obraría de buena fe una persona que desconociera sus deberes de estado: un casado los deberes del matrimonio; un sacerdote, el voto del celibato, su promesa de obediencia al obispo, las leyes de administración de los sacramentos; una religiosa, sus Constituciones de su congregación o las exigencias de sus votos. En este caso, estamos ante una ignorancia querida, y por tanto, culpable.


f. Conciencia escrupulosa y laxa. Puede haber deformaciones por defecto o por exceso. Si la conciencia exagera el papel de la ley hasta hacerla opresiva y angustiante, tenemos la conciencia escrupulosa; si lo disminuye hasta hacerla casi desaparecer, tenemos la conciencia laxa, que exagera la licitud de los actos y admite excusas donde no las hay, dejando colar hasta lo más gordo.


¿Cómo darse cuenta de que la conciencia está deformada? Hay tres reglas importantes que toda conciencia recta debe seguir. Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. En otras palabras el fin no justifica los medios. No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti o visto en forma positiva "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros" (Mt 7, 12; cf Lc 6,31; Tb 4,15). La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: "Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia..., pecáis contra Cristo". "Lo bueno es... no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad" Si te das cuenta de que tu conciencia viola alguna de estas reglas y no te avisa en el momento adecuado, ni te recrimina por ello, es muy factible pensar que está desviada o deformada. Al percibirlo lo mejor es poner manos a la obra para mejorar teniendo en cuenta estos tres aspectos. Tenemos obligación de formar la conciencia de acuerdo con nuestro estado y condición de religiosas; los mandamientos de la Ley de Dios, los mandamientos de la Iglesia y los votos religiosos de nuestra consagración. Esta es una obligación personal que nadie puede suplirte. Es necesario actuar siempre con conciencia cierta, es decir que nuestros juicios de conciencia sean seguros y fundados en la verdad.