TRATADO V

La gracia

 

INTRODUCCIÓN

192. Después de hablar del fin último, al que nos encaminamos mediante los actos humanos sobrenaturales y meritorios, hemos examinado las dos principales reglas a que deben someterse: la remota y extrínseca, que es la ley, y la próxima e intrínseca, que es la propia conciencia.

Ahora ocurre la consideración de los principios intrínsecos, de donde brotan esos actos sobrenaturales y meritorios. El principio remoto o radical es la gracia santificante, y el próximo y formal son las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo. He aquí el objeto del presente y del próximo tratado.

Vamos a examinar, en primer lugar, el principio remoto o radical, que es la gracia santificante.

Los modernos tratadistas de moral no suelen dedicar un solo artículo al estudio directo de la gracia. Omiten por completo este interesantísimo tratado, que han trasladado íntegramente a la teología dogmática 1.

Creemos que esta innovación, enteramente desconocida de los grandes teólogos clásicos, ha perjudicado grandemente al estudio científico de la moral cristiana. La gracia es, precisamente, el principio y fundamento, la verdadera piedra angular de la moral evangélica, que no puede subsistir, ni siquiera concebirse, sin ella. Hablar de las virtudes infusas—cuya práctica constituye la moralidad cristiana—sin haber dicho una sola palabra de la gracia santificante, en la que todas ellas tienen su raíz y fundamento, nos parece un verdadero desacierto, que no nos explicamos cómo ha podido abrirse paso entre los autores. Santo Tomás de Aquino, reconocido por todos como Príncipe de la teología católica y proclamado por la misma Iglesia Doctor Común y Universal, estudia la gracia santificante en la parte moral de su maravillosa Suma Teológica, no en la dogmática. Creemos sinceramente que ése es su lugar propio, como no podía esperarse menos del genio ordenador del Angélico Maestro.

Siguiendo, pues, las huellas del Doctor que la Iglesia propone a todos como guía seguro en todos los aspectos de la ciencia sagrada vamos a recoger aquí el magnífico tratado de la gracia, al menos en sintética visión de conjunto y como a vista de pájaro, por no permitirnos otra cosa la extensión e índole de nuestra obra, dirigida principalmente al público culto en general.

El orden que vamos a seguir es el siguiente: después de un breve artículo sobre la gracia de Dios en general, dedicaremos otros dos a la gracia habitual y a la gracia actual.

 


ARTICULO I
La gracia de Dios en general


Sumario: Explicaremos brevemente el nombre, la realidad y la división fundamental.

193. 1. El nombre. Santo Tomás advierte profundamente que la palabra gracia solemos emplearla en tres sentidos principales :

  1. Para significar la benevolencia que sentimos hacia una persona que nos resulta grata (ha hallado gracia ante nosotros).

  2. Para designar un don gratuito que concedemos a alguien («te concedo esta gracia»).

  3. En el sentido de gratitud o agradecimiento por el favor recibido (dar las gracias).

El primero conduce al segundo y éste al tercero.

194. 2. La realidad. Estos tres sentidos se cumplen maravillosamente aquí. Porque la gracia divina es un don de Dios, procedente de su infinita liberalidad hacia el hombre, que debe excitar en éste la más entrañable gratitud. Como veremos en seguida, la gracia no es otra cosa que un don o beneficio sobrenatural concedido gratuitamente por Dios a la criatura racional en orden a la vida eterna.

Para cuya inteligencia es de saber que todo cuanto hemos recibido de Dios son propiamente dones suyos, ya que no teníamos derecho a nada en el orden natural ni en el sobrenatural. El primer gran don de Dios, que hace posibles todos los demás, es el de nuestra propia existencia. Después de él hemos recibido de su infinita liberalidad todos los demás dones naturales y, sobre todo, el don sobrenatural de la gracia, que rebasa y trasciende infinitamente el orden natural de todo el universo.

Explicaremos mejor estas ideas en el artículo siguiente, dedicado a la gracia habitual.

195. 3. División. La gracia admite múltiples divisiones según el punto de vista en que nos coloquemos. He aquí las principales :

1) GRACIA INCREADA Y CREADA. La primera es la misma esencia divina o las personas divinas, que se nos dan y entregan por el misterio inefable de la inhabitación trinitaria en nuestras almas. La segunda es cualquier don sobrenatural concedido por Dios al hombre en orden a la vida eterna.

2) GRACIA DE Dios y DE CRISTO. La primera es la que procede directamente de Dios independientemente de Cristo, como la concedida a los ángeles y a nuestros primeros padres antes del pecado original. La segunda es la concedida en atención a los méritos de Cristo, como son todas las concedidas a los hombres después del pecado original.

3) GRACIA SANTIFICANTE Y GRATIS DADA. La primera es la que santifica al hombre y le une con Dios (la gracia, sin más). La segunda se concede  al hombre principalmente para utilidad de los demás (v.gr., el don de milagros). Esta última no santifica de suyo al que la recibe, quien en absoluto podría estar en pecado al recibirla y continuar después en él.

4) GRACIA HABITUAL Y ACTUAL. La primera es la llamada gracia santificante, que acabamos de definir. La segunda es una moción sobrenatural de Dios pasajera y transeúnte (v.gr., una inspiración para realizar una buena acción). Estas gracias actuales pueden recibirlas incluso los que están en pecado mortal (v.gr., la gracia del arrepentimiento). ,

Al hablar en particular de la gracia actual expondremos sus principales subdivisiones.

 

ARTICULO II
La gracia habitual o santificante


Sumario: Estudiaremos brevemente la naturaleza y efectos de la gracia habitual o santificante

196. I. Naturaleza. Vamos a precisarla en una serie de conclusiones escalonadas :

Conclusión 1.a: La gracia habitual o santificante, por la que el hombre se hace grato a Dios, es algo real, creado y recibido intrínsecamente en el alma.

Errores. Lo negaron los protestantes luteranos y calvinistas al enseñar que la justificación del hombre ante Dios se realiza por imputación extrínseca de los méritos de Cristo, en virtud de la cual nuestros pecados quedan cubiertos con la sangre de Cristo, pero sin que se nos borren o desaparezcan del alma.

Doctrina católica. Es la de la conclusión. Consta expresamente :

a) POR LA SAGRADA ESCRITURA:

«De su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia» (Io. 1,16).

«Quien ha nacido de Dios no peca, porque la simiente de Dios está en él» (1 Io. 3,9)•

«Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones» (2 Cor. 1,21-22).

b) POR EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. El concilio de Trento condenó expresamente la doctrina de los protestantes en la siguiente declaración dogmática:

«Si alguno dijere que los hombres se justifican o por la sola imputación de la justicia de Cristo o por la sola remisión de los pecados, excluida la gracia y la caridad que se difunden en sus corazones por el Espíritu Santo y les queda inherente; o también que la gracia por la que nos justificamos es sólo el favor de Dios, sea anatema» (D 821).

c) POR LA RAZÓN TEOLÓGICA. La razón profundísima la expone Santo Tomás al explicar la diferencia entre la voluntad humana y la divina. El hombre ama a alguien por alguna buena cualidad que descubre en él (v.gr., por ser familiar, o amigo, o estar adornado de tales o cuales excelencias, etc.), de suerte que la bondad del sujeto es anterior a nuestro amor y lo causa o excita. Pero esto es imposible tratándose del amor de Dios a nosotros; porque, como la criatura no puede tener ninguna bondad natural o sobrenatural que no la haya recibido previamente de Dios, síguese que Dios no puede amarnos por alguna bondad que descubra en nosotros, sino al revés: al amarnos causa en nosotros la bondad que quiere amar, bien sea en el orden natural, como simple Creador, o en el sobrenatural, como Padre amorosísimo. Luego el amor sobrenatural de Dios al hombre supone necesariamente una realidad sobrenatural también infundida por Dios en el alma; y ésa es, cabalmente, la gracia santificante 4.

Conclusión 2.a: La gracia santificante es una participación física y formal, aunque análoga y accidental, de la naturaleza misma de Dios.

Vamos a explicarlo por partes:

a) PARTICIPACIÓN FÍSICA, porque nos confiere y pone en el alma una realidad divina, no de orden puramente cognoscitivo o moral, sino físico, por la que podamos tender connaturalmente a Dios en el orden estrictamente sobrenatural.

b) PARTICIPACIÓN FORMAL de la naturaleza divina, no en el sentido en que participan de ella las criaturas irracionales, que son semejantes a Dios como simples vestigios del mismo por la mera posesión del ser o de la existencia; ni como las criaturas racionales en el plano puramente natural, que las hace imágenes de Dios Creador por el entendimiento y la voluntad; sino en cuanto que nos infunde una verdadera participación de la naturaleza divina precisamente en cuanto divina, en virtud de la cual ingresamos en la familia de Dios como verdaderos hijos e imágenes vivientes del Dios sobrenatural.

c) PARTICIPACIÓN ANÁLOGA, porque la gracia no nos comunica la naturaleza divina en toda su plenitud unívoca (como el Padre la comunica eternamente al Hijo y ambos al Espíritu Santo), sino en cierta medida y proporción que establece en nosotros una verdadera filiación adoptiva (no natural), pero intrínseca, que supera infinitamente el esquema puramente exterior y jurídico de las adopciones humanas. Podríamos decir—empleando un lenguaje metafórico, que encierra, sin embargo, una sublime realidad—que la gracia es una inyección de sangre divina que comienza a circular por las venas de nuestra alma.

d) PARTICIPACIÓN ACCIDENTAL, porque, siendo una cualidad que se adhiere a nuestra alma para perfeccionarla y elevarla al plano sobrenatural y divino, no puede ser una substancia, sino un accidente sobreañadido. Ni esto rebaja en nada la dignidad de la gracia con respecto a las substancias naturales, puesto que, siendo un accidente sobrenatural, rebasa y trasciende por su propia esencia, infinitamente, todo el orden de las substancias naturales creadas o creables.

Conclusión 3.a: La gracia santificante reside en la esencia misma del alma y se distingue realmente de la caridad sobrenatural.

Que la gracia resida en la esencia del alma, es cosa clara si se tiene en cuenta que se trata de una cualidad o hábito entitativo que se nos da en el orden del ser, no en el de la operación. Por ella se nos comunica el ser sobrenatural, y no se ordena a obrar por sí misma, sino mediante las virtudes infusas, que son hábitos operativos. Luego la gracia no reside en las potencias operativas del alma (entendimiento y voluntad), sino en su esencia misma.

Que se distinga realmente de la caridad (aunque sea inseparable de ella), es una simple consecuencia de lo que acabamos de decir. La gracia es una realidad estática, no dinámica, como la caridad; y no se nos da en el orden de la operación, como esta última, sino únicamente en el orden del ser. Son, pues, dos cosas realmente distintas.

Conclusión 4.a: La gracia santificante es superior en dignidad y valor a todas las demás realidades creadas naturales y sobrenaturales, excepto las que pertenecen al orden hipostático.

Veámoslo por partes:

a) Es SUPERIOR A TODAS LAS REALIDADES NATURALES. Es evidente, por tratarse de una realidad estrictamente sobrenatural, que pertenece al plano de lo divino. Santo Tomás ha podido escribir con toda exactitud y verdad que «el bien sobrenatural de un solo individuo supera al bien natural de todo el Universo». Por eso no sería lícito jamás cometer un pecado venial muy ligero, aunque con él pudiéramos asegurar al universo entero su felicidad natural perfecta y para siempre.

b) Es SUPERIOR A TODAS LAS DEMÁS REALIDADES SOBRENATURALES CREADAS, ya sea las que poseemos en este mundo (virtudes infusas, dones del Espíritu Santo), ya incluso las de la vida eterna (visión beatífica, goce fruitivo de Dios). Porque la gracia santificante tiene razón de naturaleza y de raíz de todas las operaciones sobrenaturales y, en el mismo orden de cosas, la naturaleza es siempre más perfecta que las operaciones que de ella proceden.

C) EXCEPTO LAS REALIDADES QUE PERTENECEN AL ORDEN HIPOSTÁTICO. Es cosa clara también. En virtud de la unión hipostática de sus dos naturalezas, Cristo es personal y substancialmente el mismo Dios. Por la gracia, en cambio, se establece entre Dios y nosotros una unión no personal, sino de semejanza puramente accidental, incomparablemente inferior a la hipostática. En este sentido, la maternidad divina de María, en cuanto forma parte del orden hipostático relativo, está también muy por encima de todo el orden de la gracia y de la gloria.

197. 2. Efectos. He aquí, brevísimamente indicados, los maravillosos efectos que la gracia santificante produce en nuestras almas.

1.° Nos HACE VERDADERAMENTE HIJOS ADOPTIVOS DE DIos, al darnos una participación física y formal de su propia naturaleza divina. La transmisión de la propia naturaleza es condición indispensable para ser padre; de lo contrario, no se puede pasar de la categoría de simple autor, como el escultor lo es de su estatua. Lo dice expresamente la Sagrada Escritura por boca de San Juan: «Ved qué amor nos ha mostrado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos en verdad» (I Io. 3,1).

2.° Nos HACE ACREEDORES A LA GLORIA ETERNA. Es una consecuencia natural y lógica de nuestra filiación divina adoptiva. Las riquezas de los padres son para sus hijos. Lo dice el apóstol San Pablo: «Somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos» (Rom. 8,17).

3.° Nos HACE HERMANOS DE CRISTO Y COHEREDEROS CON EL. La gracia nos ha sido merecida por Cristo, que, al incorporarnos a El como Cabeza del Cuerpo místico de la Iglesia, se ha constituido a la vez en nuestro hermano mayor y primogénito de los predestinados. Consta también expresamente en la misma Sagrada Escritura: Dios nos ha predestinado «para ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8,29). El es el Hijo muy amado del Padre, «a quien constituyó heredero de todo» (Hebr. 1,2). Por eso concluye legítimamente San Pablo: «Somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos : herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rom. 8,17).

4º. Nos HACE TEMPLOS VIVOS DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. Es la realidad increada, rigurosamente infinita, que lleva consigo la gracia santificante. El mismo Cristo se dignó revelarnos el inefable misterio : «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada» (Io. 14,23). Y San Pablo escribía a los fieles de Corinto : « ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Cor. 3,16).

5º. Nos DA LA VIDA SOBRENATURAL, infinitamente superior a la natural de todas las criaturas creadas o creables, humanas o angélicas, puesto que pertenece al plano de lo divino, y privativo de Dios, a distancia infinita de todas las criaturas.

6º. Nos HACE JUSTOS Y AGRADABLES A DIos, puesto que, como enseña el concilio de Trento, la gracia santificante «no es tan sólo la remisión de los pecados, sino también la santificación y renovación interior del hombre... ; por lo que el hombre de injusto se hace justo, y de enemigo, amigo» (D 799).

7º. Nos DA LA CAPACIDAD PARA EL MÉRITO SOBRENATURAL. Sin la gracia, las obras naturales más heroicas no tendrían absolutamente ningún valor en orden a la vida eterna (cf. I Cor. 13,1-3). Un hombre privado de la gracia es un cadáver en el orden sobrenatural, y los muertos nada pueden merecer. El mérito sobrenatural supone radicalmente la posesión de la vida sobrenatural.

8º. Nos UNE ÍNTIMAMENTE A Dlos. Fuera de la unión personal o hipostática, no cabe imaginar una unión más íntima y entrañable con Dios que la de la gracia y la gloria. Sin llegar a una disolución panteísta en la divina esencia—que sería, por otra parte, la negación misma de la unión, puesto que nosotros habríamos desaparecido—, se establece entre Dios y nosotros una unión tan penetrante como la del fuego con el hierro candente, sobre todo cuando la gracia alcanza su plena expansión y desarrollo en la visión beatífica.

Tales son, a grandes rasgos, los principales efectos que lleva consigo la gracia habitual o santificante. Veamos ahora brevemente la naturaleza y principales propiedades de la gracia actual.

 

ARTICULO III
La gracia actual


Sumario:
Los puntos que vamos a examinar son cuatro: naturaleza, división, necesidad y oficios o funciones de las gracias actuales.

198. 1. Naturaleza. Como su propio nombre indica, la gracia actual es un acto fugaz y transitorio, no un hábito, como la gracia habitual o santificante. Puede definirse diciendo que es una moción sobrenatural de Dios a manera de cualidad flúida y transeúnte que dispone al alma para obrar o recibir algo en orden a la vida eterna.

Ordenada por su misma naturaleza a los hábitos infusos (virtudes y dones), sirve para disponer al alma a recibirlos cuando no los tiene todavía o para ponerlos en movimiento cuando ya los posee.

199. 2. División. He aquí las principales clases de gracias actuales con sus correspondientes características:

1) GRACIA OPERANTE, EXCITANTE O PREVENIENTE. Es aquella que nos mueve o impulsa a obrar estando nosotros distraídos o inactivos. Dios obra en nosotros sin nosotros.

2) GRACIA COOPERANTE, ADYUVANTE O CONCOMITANTE. Es aquella que nos ayuda a obrar mientras realizamos una acción sobrenatural. Dios obra en nosotros juntamente con nosotros.

Es famoso el siguiente texto de San Agustín explicando el mecanismo de estas dos clases de gracias actuales: «Porque en verdad comienza El a obrar para que nosotros queramos (gracia operante, excitante o preveniente), y cuando ya queremos, con nosotros coopera para perfeccionar la obra (gracia cooperante, adyuvante o concomitante)... Por consiguiente, para que nosotros queramos, comienza a obrar sin nosostros, y cuando queremos y de grado obramos, con nosotros coopera. Con todo, si El no obra para que queramos o no coopera cuando ya queremos, nada podemos en orden a las buenas obras de piedad" (SAN AGUSTÍN, De gratia et libero arbitrio c. 17: ed. BAC, n.5o p. 269).

3) GRACIA SUBSIGUIENTE. COMO su nombre indica, es aquella que es posterior a otra gracia concedida anteriormente y que viene a complementarla y perfeccionarla (v.gr., haciéndonos cumplir un buen propósito).

4) GRACIA INTERNA es la que afecta intrínsecamente al alma o a sus potencias (v.gr., una inspiración de Dios).

5) GRACIA EXTERNA es la que afecta al alma tan sólo de una manera extrínseca (v.gr., un buen ejemplo, la audición de un sermón, etc.).

6) GRACIA SUFICIENTE es aquella que bastaría de suyo para obrar sobrenaturalmente si el alma no resistiera a esa divina moción (v.gr., todas las gracias externas y muchas inspiraciones internas).

7) GRACIA EFICAZ es la que produce infaliblemente lo que Dios intenta, sin comprometer, no obstante, la libertad del alma, que se adhiere a ella y la secunda de una manera libérrima e infalible al mismo tiempo.

200. 3. Necesidad. La gracia actual es absolutamente necesaria en el orden sobrenatural. El hombre no podría jamás actuar sobrenaturalmente sin la previa moción de la gracia actual, aun cuando estuviera en posesión de todos los hábitos infusos (gracia habitual, virtudes y dones). Necesitamos de ella como del aire para respirar o de la previa moción divina para las obras puramente naturales. La razón fundamental es porque el hombre, con relación a Dios, es causa segunda de todas sus acciones, y es metafísicamente imposible y contradictorio que una causa segunda pueda actuar por sí misma independientemente la Causa primera (dejaría de ser segunda para convertirse en primera). Ahora bien: la previa moción divina en el orden sobrenatural es, cabalmente, la gracia actual.

Vamos a resumir en forma de brevísimas conclusiones los diferentes aspectos de la necesidad de las gracias actuales. Es ésta una de las materias más fundamentales del tratado teológico de la gracia.

1ª. Cualquier hombre puede, bajo la moción general de Dios, que se le debe por la providencia común, realizar con sus solas fuerzas naturales, sin ayuda de la gracia, algunas obras éticas o naturalmente buenas.

Es evidente y consta con toda claridad por la experiencia. Esas obras buenas, desde el punto de vista ético o puramente natural (v.gr., compadecerse del pobre, la honradez en los negocios, etc.), no rebasan las fuerzas de la simple naturaleza y puede, por lo mismo, realizarlas un hombre en pecado mortal. Se requiere únicamente la previa moción de Dios como Causa primera, ya que el hombre—causa segunda—no podría jamás obrar con independencia absoluta de la Causa primera; pero esa moción, de tipo puramente natural, la ofrece Dios a todo el mundo como el aire para respirar.

2ª. El hombre caído puede cumplir sin auxilio de la gracia cualquier precepto de la ley natural considerado aisladamente, a excepción del precepto de amar a Dios sobre todas las cosas.

La primera parte consta por la experiencia universal. La segunda (o sea la excepción indicada) es evidente por el hecho de que, si el pecador realizara ese acto de amor a Dios sobre todas las cosas, quedaría inmediatamente justificado y en gracia de Dios; y esto es absolutamente imposible sin una previa gracia actual, ya que excede las fuerzas de la simple naturaleza. Lo contrario está expresamente condenado por la Iglesia como herético (D 811-813).

3ª. El hombre caído no puede sin auxilio de la gracia guardar colectivamente y por largo tiempo todos los preceptos de la ley natural.

Consta por la condenación de los errores contrarios (D ros) y por el hecho de que, estando el hombre caído inclinado al pecado, no podrá de hecho resistir durante mucho tiempo esta fatal inclinación a menos de que la gracia de Dios venga en su ayuda y fortalecimiento.

. El hombre caído no puede con solas sus fuerzas naturales merecer la gracia.

Es de fe por la expresa definición del concilio de Trento. He aquí sus palabras:

"Si alguno dijere que sin la inspiración proveniente del Espíritu Santo y sin su ayuda puede el hombre creer, esperar y amar o arrepentirse como conviene para que se le confiera la gracia de la justificación, sea anatema* (D 813).

Ello es debido a la distancia infinita entre el orden natural y el sobrenatural. Sólo la gracia actual puede salvar ese abismo.

5ª. El hombre caído no puede impetrar la gracia con una oración puramente natural, o sea, sin ayuda de la gracia actual.

Lo enseña el concilio II de Orange al condenar las doctrinas semipelagianas (D 179).

La razón teológica es muy sencilla. Si la gracia pudiera alcanzarse con una simple oración natural, se seguiría que el orden sobrenatural estaría al alcance de las fuerzas naturales, lo cual es absurdo y contradictorio (dejaría de ser sobrenatural).

6ª. El hombre caído no puede con sus fuerzas naturales disponerse convenientemente a recibir la gracia.

La razón es siempre la misma: la trascendencia infinita del orden sobrenatural. No cabe, según Santo Tomás y su escuela, ni siquiera una preparación negativa por la simple remoción de los obstáculos que ponen óbice a la recepción de la gracia (v.gr., la dureza del corazón); porque esta simple remoción de los obstáculos en orden a la recepción de la gracia es ya un efecto de la gracia actual.

7ª. El movimiento inicial hacia la fe procede ya de la gracia, y el hombre no podría producirlo jamás con sus solas fuerzas naturales.

Esta doctrina, definida expresamente por la Iglesia contra los semipelagianos, es una consecuencia lógica de todo cuanto acabamos de decir en las conclusiones anteriores.

8ª. La previa moción de la gracia (gracia actual) se requiere indispensablemente para todo acto saludable, o sea, para todo acto relacionado con la salvación del alma.

Es otra consecuencia inevitable de las conclusiones anteriores. Sin la previa moción de la gracia, el hombre es tan impotente para realizar cualquier acto sobrenatural como para ver sin ojos u oír sin oídos. Se trata de una impotencia física y absoluta que no admite ni puede admitir la menor excepción. La Iglesia ha definido esta doctrina contra los pelagianos.

9ª. El hombre ya justificado y en posesión de los hábitos sobrenaturales (gracia, virtudes y dones) necesita todavía el previo empuje de la gracia actual para realizar actos sobrenaturales.

Es doctrina común en teología, que tiene su fundamento, como dijimos más arriba, en el hecho de que el hombre, con relación a Dios, es siempre causa segunda de sus propios actos; y, por lo mismo, sin la previa moción de Dios como Causa primera, no puede dar un paso, tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural. Pero, como es sabido, la gracia actual no es otra cosa que la previa moción divina sobrenatural.

10ª. El justo no puede perseverar largo tiempo en el estado de gracia, sobre todo hasta el fin de su vida, sin un auxilio especial de Dios.

Esta conclusión es de fe expresamente definida por el concilio de Trento. He aquí sus palabras:

«Si alguno dijere que el justificado puede perseverar sin especial auxilio de Dios en la justicia recibida, o que con este auxilio no puede, sea anatema» (D 832).

La razón es porque, a pesar del estado de gracia, permanecen en el hombre las malas inclinaciones, procedentes de su naturaleza viciada por el pecado original, que, sin un especial auxilio de Dios, tarde o temprano le empujarán al pecado. Dios, sin embargo, no niega jamás este auxilio especial a ningún hombre en estado de gracia, a menos de que se haga voluntariamente indigno de él.

11ª. El justo, por muy perfecto y santo que sea, no puede evitar durante toda su vida todos los pecados veniales sin un especial privilegio de Dios.

Esta conclusión es también de fe. He aquí la definición expresa del concilio de Trento:

«Si alguno dijere que el hombre, una vez justificado, no puede pecar en adelante ni perder la gracia, y, por consiguiente, el que cae y peca no estuvo nunca verdaderamente justificado; o, al contrario, que puede evitar durante su vida entera todos los pecados, incluso los veniales, a no ser por un privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia, sea anatema» (D 833).

La explicación teológica la da Santo Tomás cuando dice que el hombre puede evitar con la gracia de Dios este o el otro pecado venial y aun todos ellos considerados aisladamente, pero no todos colectivamente; pues mientras se esfuerce en reprimir alguno de estos movimientos desordenados, surgirán otros muchos en otros aspectos que no podrá reprimir, ya que, dada la fragilidad humana, la razón no puede estar siempre vigilante y alerta para reprimirlos todos.

12ª. Dios ofrece a todos los justos las gracias próxima o remotamente suficientes para que puedan resistir las tentaciones o cumplir los preceptos de Dios y de la Iglesia.

La conclusión, tal como suena, es de fe, ya que consta de manera clara y explícita en la Sagrada Escritura (1 Cor. 10,13) y ha sido definida indirectamente por la Iglesia al condenar como herética la doctrina contraria de Jansenio (D 1092). Es también una consecuencia necesaria de la voluntad salvífica universal, en virtud de la cual Dios quiere que todos los hombres se salven. Por parte de El no quedará.

13ª. A todos los pecadores, aun a los endurecidos y obstinados, ofrece Dios misericordiosamente los auxilios suficientes (al menos remotamente) para poder arrepentirse de sus pecados.

Esta conclusión, entendida de los pecadores comunes, es de fe; y extendiéndola a los mismos pecadores obstinados, es doctrina común y completamente cierta en teología. He aquí las pruebas:

a) LA SAGRADA ESCRITURA. Tiene infinidad de textos en los que aparece Dios llamando a los pecadores a penitencia:

«Diles: Por mi vida, dice el Señor, Yavé, que no me gozo en la muerte del impío, sino en que se retraiga de su camino y viva. Volveos de vuestros malos caminos. ¿Por qué os empeñáis en morir, casa de Israel?» (Ez. 33,11).

«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia» (Lc. 5,31-32).

«No retrasa el Señor la promesa, como algunos creen; es que pacientemente os aguarda, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan a penitencia» (2 Petr. 3,9).

b) EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. He aquí las palabras del concilio de Trento:

«Si alguno dijere que aquel que ha caído después del bautismo no puede por la gracia de Dios levantarse..., sea anatema» (D 839).

Ahora bien: como la gracia de Dios no está en manos del hombre si Dios no se la da, síguese lógicamente que Dios la ofrece a todos los pecadores que quieran aceptarla.

c) LA RAZÓN TEOLÓGICA. Mientras eI hombre permanezca en esta vida, siempre está a tiempo de arrepentirse de sus pecados, por graves y numerosos que sean, y la Iglesia tiene siempre el poder de absolverlos. Sólo la muerte en pecado mortal fija al alma en el estado definitivo de separación de Dios, y eso ya no tiene remedio para toda la eternidad.

14ª. Dios ofrece a todos los infieles negativos (salvajes, paganos, etc.) las gracias próxima o remotamente suficientes para que puedan convertirse a la fe.

Es de fe. Consta claramente en la Sagrada Escritura (1 Tim. 2,4; Rom. 10, I1-13; I Io. 2,2, etc.) y la Iglesia ha condenado los errores contrarios de Jansenio y Quesnel (D Io96 1295 1379).

Es una consecuencia inevitable de la voluntad salvífica universal de Dios y de la obligación que tiene todo hombre de alcanzar su fin sobrenatural. Si Dios negase a los salvajes las gracias suficientes para salvarse, se seguiría lógicamente que Dios manda imposibles—lo que es absurdo e impío—y que no tiene intención de que todos los hombres se salven, contra lo que expresamente afirma la Sagrada Escritura.

Los infieles positivos, o sea, los que han rechazado la fe después de poseerla (apóstatas o herejes), están en peor situación que los salvajes, puesto que son culpables de su infidelidad. Pero aun a éstos les ofrece Dios loa auxilios suficientes para salvarse, como hemos dicho en la conclusión anterior. )

15ª. Dios no niega jamás la gracia habitual o santificante al que hace lo que puede para alcanzarla con la gracia actual.

Es una conclusión que se cae por su propio peso de todo cuanto acabamos de decir.

201. 4. Oficios y funciones. Tres son las funciones u oficios de las gracias actuales:

a) DISPONER AL ALMA PARA RECIBIR LOS HÁBITOS INFUSOS (gracia santificante, virtudes y dones) cuando carece de ellos por no haberlos tenido nunca o haberlos perdido por el pecado mortal. La gracia actual lleva consigo, en este caso, el arrepentimiento de las propias culpas, el temor al castigo, la confianza en la divina misericordia, etc. Exceptúase el caso del niño que recibe el bautismo, que entra en posesión de la gracia por la propia fuerza del sacramento (ex opere operato) sin necesidad de ninguna previa gracia actual dispositiva.

b) ACTUAR LOS HÁBITOS INFUSOS cuando ya se poseen. Esta actuación lleva consigo el crecimiento de esos hábitos infusos cuando se reúnen las condiciones necesarias para el mérito sobrenatural (cf. n. 102).

c) DEFENDERLOS CONTRA SU DESAPARICIÓN por el pecado grave. Implica el fortalecimiento contra las tentaciones, la indicación de los peligros, el amortiguamiento de las pasiones, la inspiración de buenos pensamientos, etc.

Como se ve, la gracia actual es de un precio y valor inestimables. Es ella, en rigor, la que da eficacia a la habitual, a las virtudes y a los dones. Es el impulso de Dios para proporcionarnos o poner en marcha el organismo de nuestra vida divina, que es el germen y semilla de la gloria.