5. Los valores morales y la norma moral

En el módulo anterior, cuando hablábamos de conciencia, nos referimos al “Orden Moral Objetivo”, como aquel marco que nos ayuda a discernir lo bueno de lo malo, lo humanizante de lo deshumanizante. Es la norma moral la que expresa la objetividad ética a la hora de decidir. Cuando decimos “no matar”, por ejemplo, nos estamos refiriendo a esta normatividad ética. Pero antes de llegar a la ley moral, debemos comenzar por sus fundamentos que son los valores.

Le dedicaremos más espacio y tiempo al tema de los valores para poder comprender estar realidad distinta de todo el resto de realidades.

Algunos definen la moral como la ciencia de los valores[1]. Y no está mal del todo. Pues son los valores los que nos mueven al actuar como personas.

Además la moral tiene una función insustituible: la de marcar el camino de humanización (para nosotros de Cristificación) como decíamos al inicio de nuestro curso. Y este camino se lo objetiviza a través de la normatividad ética. Una moral que no llegue a formular normas para el actuar humano, si no es inútil, al menos es anodina.

Trataremos de comprender en primer lugar qué son los valores, para luego hablar de los valores morales. Finalmente desarrollaremos el tema de las normas morales. En un apartado, como lectura complementaria, le propongo un texto que estudia la ley natural por ser ella un punto de apoyo importe en la reflexión moral católica.

a. El mundo de los valores

Comencemos entonces a hablar de los valores, que son una realidad cotidiana pero difícil de comprender de un modo claro. Vayamos despacio tratando de desentrañar qué son los valores a través de unas afirmaciones que iremos explicando.

- En la realidad existen objetos reales, objetos ideales y valores.

Cuando accedemos a la realidad, lo más evidente son los objetos reales. Aquellos que podemos ver, medir, tocar… Es el mundo de las cosas reales. Están ahí y nos son evidentes.

Hay otros objetos que son ideales, que no tienen una existencia real, pero que se fundamentan en la realidad. Por ejemplo un fantasma, lo puedo imaginar, dibujar, describir, pero que no tiene una existencia real. También los números son ideales, pues el 4 no existe. Existirán cuatro cosas, pero el número 4 en cuanto “número” es un objeto ideal, abstracto. Así también las formas geométricas. Yo nunca vi un círculo, vi cosas circulares, pero un círculo puro es una realidad abstracta.

Pero también sobre los objetos reales recaen cualidades que le son propias y que no subsisten por si mismas. Así los colores, están en las cosas pero no susbsisten en sí mismos. Veo una mesa marrón. Pero no puedo ver el marrón sin nada real que lo “sostenga”. Estas cualidades son reales, porque de alguna manera están contenidas objetivamente en la cosa.

Dentro de estas cualidades, hay unas que lo son de modo particular y son los valores. Por eso puedo decir una flor bella o una persona justa. Donde la belleza y la justicia son dos valores que de alguna manera son portados por la realidad.

Nuestra primera afirmación es que los valores son cualidades especiales (sui generis) de las cosas, es decir, no son “cosas” ni reales ni abstractas.

-Los valores se aprehenden (conocen) por abstracción

Nos podemos preguntar cómo llegamos a conocer los valores y esto nos ayudará a seguir nuestro camino de comprensión. Y, como con la mayoría de los conocimientos lo hacemos por un proceso intelectivo llamado abstracción. ¿Qué es esto?

Partamos de un ejemplo muy simple, cuando somos pequeños nos dicen que lo que hay en el comedor es una mesa, lo que hay en la cocina es una mesa, lo que hay en la escuela es una mesa... Las mesas son todas diversas, de madera, de fórmica, de mármol, con cuatro patas, con tres patas, con una pata. Pero mi intelecto va abstrayendo de cada una de estas experiencias los elementos esenciales que hacen a una mesa, de tal modo que cuando me presentan un objeto que nunca vi pero que contiene esos elementos esenciales le aplico el concepto mesa.

Lo mismo ocurre con los valores, pero esta vez con sus experiencias positivas y negativas. A lo largo de la vida me enfrento con objetos bellos y con objetos feos, así voy abstrayendo el concepto del valor de la belleza. Luego puedo aplicárselo a realidades tan distintas como un bello amanecer, una mujer bella o un cuadro bello. De situaciones vividas como justas y como injustas también voy abstrayendo el valor de la justicia que luego aplicaré a las más diversas de las situaciones. Es a través de la abstracción que captamos los valores.

-El valor es una realidad relacional. Es una relación de sentido entre las cosas y las personas

Aquí entramos ahora en un tema más difícil de dilucidar. ¿los valores son objetivos o subjetivos? Es decir ¿los valores están en las cosas o son las personas que de algún modo los crean? ¿La belleza está en la rosa o yo le pongo la belleza a la rosa? (intencionalmente tomamos valores estéticos para hacer más sencilla la comprensión).

¡Y en este caso hay que afirmar las dos cosas! La belleza está en la rosa, pero esa belleza no existiría si no hay un sujeto capaz de percibir esa belleza. Dicho en negativo, la persona no podría percibir la belleza si ya no existiera en la rosa y la rosa no podría ser bella si no hubiera un sujeto capaz de percibir esa belleza.

El valor entonces reside en la en la relación de sentido establecida entre el objeto portador del valor y el sujeto capaz de percibir el valor. ¿Qué entendemos por relación de sentido? Si pudiéramos imaginarnos la aparición de un arco iris sin que ninguna inteligencia lo contemplase, diríamos que su ser y su existir es independiente de que sea contemplado o no. Antes de la existencia del hombre, los fenómenos de la naturaleza ya existían. Ahora bien, para poder decir que ese arco iris es bello, necesariamente hemos de suponer su contemplación por un ser inteligente. Sin relación a una inteligencia el arco iris no es bello ni feo; simplemente es. Lo cual no quiere decir que la belleza se la otorgue la inteligencia que lo contempla. La belleza le pertenece; es una cualidad suya. Pero es una cualidad relacional, es decir que sólo existe en relación a algo. Ese algo, en el caso de la belleza, es el sentido estético del hombre, su capacidad de admiración y satisfacción psíquica frente a realidades que poseen cualidades sensibles estructuralmente armónicas.

Relación de sentido es toda referencia entre un ser y un campo de interés o satisfacción humana. El ahorro es un valor porque entre cualidades de limitación numérica y temporal de las cosas y el interés de utilidad en el hombre se establece una relación de sentido. No decimos del ahorro que sea bello, porque no posee sentido estético; pero decimos que es útil porque posee sentido instrumental. Si las cosas necesarias fuesen ilimitadas e imperecederas, el ahorro dejaría de ser un valor, porque no sería útil para nada. Habría desaparecido en las cosas la cualidad que relacionada con un campo de interés humano engendra un sentido.

-Primera aproximación al concepto

Antes de proseguir intentemos alguna definición para ayudarnos en el camino:

La más amplia de ellas es: “valor es todo aquello que me saca de la indiferencia”. Es decir, algo que me mueve de algún modo la inteligencia y/o la voluntad.

A partir de aquí pueden señalar algunas aproximaciones descriptivas al concepto de valor que también nos pueden ayudar[2].

* Los valores son un linaje peculiar de objetos irreales que residen en los objetos reales como cualidades “sui generis”. No se ven con los ojos, como los colores, ni siquiera se entienden, como los números. Sólo cabe sentirlos, y mejor, estimarlos o desestimarlos. El estimar es función psíquica real, como el ver y el entender, en que los valores se nos hacen patentes. Y viceversa, los valores no existen sino para sujetos dotados de la facultad estimativa, del mismo modo que la igualdad y la diferencia sólo existen para seres capaces de comparar. En este sentido, y sólo en este sentido, puede hablarse de cierta subjetividad en el valor.

* El valor se define como aquello que es (o hace a un objeto) apetecible, amable, digno de aprobación, de admiración; lo que provoca sentimientos, juicios o actitudes de estima y recomendación; lo que es útil para un fin determinado.

El valor dice relación a la persona humana en cuanto hace referencia a su condición de ser indigente (deseos, aspiraciones, necesidades): la experiencia humana de la exigencia de satisfacer un número de necesidades (biológicas, psicológicas, sociales, espirituales).

* La limitación característica del ser humano y su carencia radical le vuelven menesteroso y necesitado en todos los niveles de su personalidad. Toda realidad, pues, que satisface esas exigencias o aspiraciones se hace valiosa; es decir, constituye un valor hacia el que se experimenta una inclinación natural y espontánea. El valor viene a llenar una ausencia, a satisfacer una necesidad, a ofrecer precisamente lo que falta.

* El valor designa lo que dice perfección o bien; por tanto, lo apreciable, lo preferible, lo deseable, el objeto de una anticipación o de una espera normativa. A la vez, a nivel objetivo, dice relación a aquella cualidad intrínseca al objeto que suscita la admiración, la estima, el respeto, el afecto, la búsqueda y la complacencia.

Luego de esta descripción veamos algunas características o cualidades del valor.

-Los valores son permeables a la cultura

Por ser los valores una relación de sentido entre un objeto y un sujeto valorante. Esta valoración va cambiando según las culturas y los tiempos. Los valores en sí permanecen los mismos, lo que varía es la percepción del sujeto sobre la valía de determinados valores. Algún ejemplo evidente nos puede ayudar a comprender mejor la objetividad del valor y su apreciación cultural: La esclavitud. Hoy podemos afirmar que la esclavitud es un anti-valor, es moralmente reprochable. Pero hasta el siglo XIX la esclavitud era vista como un valor socialmente aceptable. ¿Es que antes era un valor y ahora no? No, la esclavitud siempre fue anti-valor, lo que varió es la sensibilidad a la apreciación (estimación) del valor universal de la libertad de la personal humana. En sentido inverso, el valor de la familia, hasta hace poco era un valor tenido en alta estima, sin embargo en el momento cultural en que vivimos la familia es un valor que se va oscureciendo. Pero no por eso deja de ser objetivamente un valor moral positivo.

Es decir, los valores están ahí, tiene una existencia en cierto modo objetiva, lo que varía es la relación de sentido que se establece con el sujeto valorante.

El hombre no inventa los valores, los descubre, y al descubrirlos podemos decir que en cierto modo los crea y les da existencia.

-Los valores son ambivalentes

La relación de sentido que establece un valor se ha obtenido conceptualizándola en su máximo grado de perfección[3]. La belleza comprende toda la perfección de lo bello. Cada ser que es bello, posee algo de belleza. Por eso podemos indagar sobre el grado de belleza de una cosa. Lo mismo sucede con los demás valores. Ahora bien, por indicar sentido, éste puede se positivo o negativo en relación a la dimensión vital afectada por el valor. Lo cual genera en el polo opuesto de cada valor su contravalor, que es la relación de sentido negativo que se establece entre una cosa y determinada zona de realización humana. Frente a la belleza existe la fealdad, frente al amor el odio, frente a lo sagrado, lo profano, frente a la utilidad la inutilidad, etc.

Los valores están así estructurados en escala de perfección entre dos polos opuestos, el positivo y el negativo. El polo positivo se encuentra en el punto más alejado del nivel de indiferencia en línea de perfección. Y el polo negativo, o punto máximo del contravalor, se sitúa en el extremo opuesto de la escala como suprema imperfección. Entre ambos se encuentra el punto cero, que indica el grado de indiferencia absoluta de una cosa para determinado valor.

-Los valores son realidades cualitativas y no cuantitativas

La escala de cada valor es apetecible cualitativa y no cuantitativamente. Los valores son cualidades no reales y, por lo tanto, no cuantificables. Esta característica introduce una buena parte de subjetividad en la apreciación del grado de valor que posee una realidad. No existen cánones objetivos de valoración en ningún campo. Depende de la riqueza de función estimativa de cada persona. Una escultura puede parecer bella a unas personas y fea a otras, según se halle conformado el sentido o gusto estético de las mismas.

Para comprender que los valores no se pueden sumar baste el ejemplo de tener “cuantitativamente” un montón de flores amontonadas en un salón y ser ciertamente horroroso; y tener, por otro lado, una única rosa y ser sublimemente bella.

-Los valores se pueden ordenar en escalas

Esa propiedad de cualificación de los valores que recién veíamos nos permiten ordenarlos de una manera jerárquica, de los más valiosos a los menos valiosos.

En primer lugar tenemos que afirmar que los valores en su múltiple particularidad se pueden unir en “esferas de valores”, así tenemos valores estéticos (que se refieren al mundo de lo bello y lo feo), lógicos (que se refieren a la verdad o el error), útiles (que se refieren a la practicidad o inutilidad de las cosas), éticos (sobre la bondad o maldad de las acciones), religiosos (sobre lo sagrado o lo profano)… y podríamos seguir con otras esferas de valores.

Estas esferas se pueden ordenar en más importantes o menos importantes. Y dentro de cada esfera están los valores más concretos, que a su vez estos se pueden ordenar también de más valiosos a menos valiosos.

Ejercicio:

Le propongo el siguiente ejercicio. En la primera columna encontrará una serie de valores de los más diversos y desordenados. En la segunda columna ubique las esferas de valores que estime puedan agrupar a estos valores según la jerarquía que usted entienda de más importantes a menos importantes. En la tercera columna coloque ordenadamente los valores que pondría en cada una de estas esferas. Finalmente en el cuadro inferior coloque el valor que estime como articulante y fundamento de su escala de valores.

 

Si usted pudiera darle el mismo ejercicio a otras personas, veríamos que los valores se pueden clasificar en grupos utilizando diversos criterios. Hay quienes los dividen en lógicos, éticos y estéticos. Otros diferencian más y añaden a los anteriores los místicos, eróticos y religiosos.

Una clasificación bastante generalizada los agrupa y ordena en valores útiles, vitales, lógicos, estéticos, éticos y religiosos. Cualquier agrupación obedece a algún criterio determinado.

b. Los valores morales

Luego de estudiar lo que son los valores, entre todos los posibles, aquí nos interesan los denominados éticos o morales. En qué consistan resulta fácil de comprender después de haber estudiado el concepto del valor en general. De una manera simple, podemos decir que valores morales son aquellos que hacen referencia a la actividad libre del hombre. Pero debemos explicitar esto un poco más.

Si todo valor expresa una relación de sentido, nuestra tarea consiste en definir los términos de esa relación cuando se trata de valores morales. Tener sentido moral para un sujeto significa hacer referencia a su poder ser, a un ideal, es decir, a su posibilidad de realización siempre más perfecta de ese proyecto. Al comparar lo que uno es con lo que puede ser surge la inquietud, la preocupación de el cómo llegar a ser eso que se puede y conviene ser. Ese campo de conciencia inquieta por la perfección del propio ser humano es el que trabaja la función estimativa en el caso de la moral.

Valor moral es aquella cualidad que posee determinado sentido de perfección para la realización plena de la persona humana.

Es decir, el valor moral como cualidad no reside en objetos particulares, sino en la conducta misma del hombre. La conducta, entendida como el conjunto de movimientos con que el hombre reacciona conscientemente frente a los estímulos del medio, es la realidad que se colorea de sentido moral para el sujeto cuando éste se siente preocupado por su perfección humana.

En definitiva, la valoración moral es el motor de la actividad moral y de la reflexión ética. Estructurar una axiología moral no es otra cosa que estructurar una ética.

c. Los valores y la normatividad ética

Decíamos en la introducción a este módulo que la tarea de la ética no puede quedarse en la manifestación de los valores morales, debe llegar a la normatividad ética.

Los valores por su misma naturaleza son generalísimos y podríamos escribir un tratado sobre cada uno de ellos: el amor, la justicia, la familia, la vida, etc. Pero para poder ser comunicados y vividos, los valores son mediados por la norma moral.

El diccionario nos dice que la norma es la «regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades, etc.».

En un sentido más específico se entiende por norma moral: la formulación lógica y obligante del valor moral.

Es decir que la norma moral es la formulación operativa de un determinado valor. Pero también la norma se concretiza aún más en la ley positiva que la hace imperativa y que debe ser emanada y promulgada por la autoridad legítima y competente.

Así se establece una relación entre la ley positiva, la norma moral y el valor. Veámoslo con un ejemplo que últimamente nos trajo varias polémicas en algunos municipios.

Tenemos una ley positiva: No se puede fumar en espacios públicos cerrados bajo el apercibimiento de una multa.

Esta ley positiva, para que sea moral, tiene que estar sostenida por una norma ética, la cual podríamos formular: todos tenemos la obligación de cuidar de la salud propia y del prójimo.

Y esta norma tiene un valor que la sustenta: el valor de la vida.

En este simple ejemplo podemos ver la relación intrínseca e inseparable que debe haber entre ley, norma y valor[4].

Si ahondamos un poco más vemos que en esta relación encontramos un doble camino de revelación y ocultamiento.

La ley, de algún modo nos revela la norma moral que debemos defender, y la norma nos revela el valor a ser promovido.

Al mismo tiempo la ley oculta la riqueza más amplia de la norma moral y la norma nos oculta el sublime contenido del valor moral porque nunca termina de formularlo en toda su riqueza.

Vemos otro ejemplo: Cuando vamos a inscribir en el registro civil el nacimiento de un niño y le ponemos el nombre, lo hacemos obligados por una ley. Esta ley trata de defender y promover el sentido de la identidad de una persona tal como se contiene el la Declaración Universal de los Derechos Humanos[5] (que es un verdadero código de normatividad ética), y al mismo tiempo, el padre que va a anotar a su hijo no intuye todo el sentido de la identidad de la persona humana que se esconde en esta ley. Del mismo modo la norma que promueve la identidad de las personas tratan de expresar el valor fundamental de cada persona humana en su individualidad y originalidad. Este es el valor real que quiere promover la tan fría ley de registro civil.

¿En definitiva qué es lo que tenemos que vivir? No la ley, sino el valor que la ley trata de proteger.

 

d. ¿Dónde se nos revela la norma objetiva de moralidad?

En este campo la teología moral comparte las fuentes con el resto de la teología.

En primer lugar los valores morales se nos revelan en la Sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia, donde se nos da la Ley nueva del Espíritu que es escrita en nuestros corazones y que Jesús promulga en el Sermón de la Montaña.

En segundo lugar, el magisterio de la Iglesia actualiza para cada momento de la historia el contenido de la revelación en un lenguaje acomodado a cada época.

En tercer lugar la vida insigne de los santos nos son propuestos como camino narrativo y vidas ejemplares de santidad.

En cuarto lugar la sensibilidad moral de la comunidad eclesial entendida en su conjunto de comunión del pueblo con sus pastores.

En quinto lugar la ley natural, entendida como normatividad antropológica, donde en la naturaleza humana, mediada por la razón, podemos descubrir la voluntad de Dios.

Finalmente la recta razón en la búsqueda de la verdad con sinceridad de corazón, tal como lo hemos explicado en el cuadro de la conciencia recta, verdadera, cierta y libre.

En estas fuentes, la ciencia moral encuentra la objetividad de los valores éticos a ser propuestos, y así, establecer una normatividad ética que regule la vida moral de las personas, en concreto, en nuestro caso, de la comunidad cristiana. El cometido del establecimiento de esta normatividad en sus aspectos más concretos le corresponde a la moral especial en sus diversas especialidades: moral personal, moral familiar, moral sexual, moral social, moral política, moral económica, etc.

Es en este punto donde la conciencia, de forma ordinaria debiera coincidir en su apreciaciones al confrontarse con la Norma Objetiva de Moralidad. Cuando, en un caso concreto no es fácil aplicar en forma directa la norma moral a la situación dada, es que aplicamos el método de discernimiento que estudiamos en el módulo anterior.

e. Necesidad y riesgo de la norma moral

Como ya dijimos anteriormente, la norma trata de ser una mediación del valor, que lo expresa y evidencia, al tiempo que muestra su íntima exigencia para la realización personal y social del ser humano. La norma moral es un espejo que refleja el valor moral.

Suelen formularse de forma negativa –«no matarás»– y esta formulación negativa expresa el límite mínimo a no ser traspasado. Pero tratan siempre de defender algunos valores positivos, que son imprescindibles para el ser «humano» y para la humana convivencia. De ahí se puede ya deducir tanto la necesidad como la peligrosidad de la norma moral.

En este sentido, puntualiza José Román Flecha:

“– Por una parte, es absolutamente necesaria la norma moral, en cuanto revela y evidencia la majestad de los valores enraizados en la persona, los pone al abrigo de la arbitrariedad, educa para su percepción y ulterior realización, unifica los deseos dispersos, favorece la comunión y el consenso, y también la discusión y el disenso creativo sobre los mismos.

“– Pero, por otra parte, en eso mismo consiste su debilidad y su riesgo. El ser humano puede o bien despreciar la norma moral al ignorar su relación última con los valores morales, o bien, absolutizar la norma como si ésta se identificase adecuadamente con el valor moral.

“También en el interior de la comunidad cristiana se ha vivido siempre una doble tentación con relación a las normas morales: unos tienden a rechazarlas de forma instintiva, mientras que otros las defienden e imponen de modo acrítico.

“El rechazo se debe tanto a los diversos movimientos espiritualistas como a complejos fenómenos de reacción ante las instituciones. La adhesión acrítica a la norma moral puede deberse tanto a la inseguridad personal o comunitaria experimentada en momentos de crisis, como al entusiasmo de los movimientos de reforma. En un caso y en otro, puede olvidarse la importancia de la «norma» específicamente cristiana”[6].

Para profundizar 1: Cuando hablamos de la fuente de la normatividad, enumeramos la ley natural, le sugiero leer el siguiente texto por la importancia que tiene la Ley Natural en el actual magisterio pontificio.

La ley natural:

Tomado de Mifsud, T, Moral del Discernimiento. Libres para amar, Santiago de Chile 1994, 200-205.

Históricamente, la idea de una ley natural surge en Grecia en el campo de la política para justificar el problema del poder. Hasta la época de los sofistas, el poder político se fundamenta en algún remoto antepasado divino o semidivino. Los sofistas criticaron el concepto del poder basado en un origen divino como un simple engaño para favorecer al detentador de turno del poder. Así, se desarrollan posteriormente dos pensamientos al respecto:

* La corriente platónica busca la universalidad, y el lugar de su determinación objetiva, en el mundo de las ideas. Por tanto, el verdadero bien se encuentra por encima de la persona concreta y particular.

* La corriente aristotélica busca en el hombre concreto su misma ley, naciendo la idea de una naturaleza humana como aquello por lo que cada hombre es hombre y, entonces, la idea y la formulación de la ley natural que se manifiesta en las inclinaciones físicas y espirituales del hombre mismo.

De esta manera se supera una fundamentación caprichosa y arbitraria del poder político (acudiendo a una descendencia divina o semidivina) mediante el recurso a un referente que trasciende al individuo: la república de los filósofos que conocen el mundo de las ideas o el límite que impone el respeto por los derechos de la naturaleza humana.

En la polis griega, como también en la civitas romana, se garantizan los derechos de los ciudadanos en su calidad de ciudadanos. Pero, con la introducción del concepto de ley natural, se amplía el sujeto de los derechos ya que fundamenta derechos que competen a cualquier persona por su condición de persona frente a cualquier ley. Nace el jus gentium al lado del jus civium. Además, se impone la idea de una mensura non mensurata de carácter universal frente a la mensura mensurata de una ley positiva.

Santo Tomás de Aquino, teniendo al pensamiento aristotélico como una de sus fuentes principales, concibe la ley natural como participación de la ley eterna mediante la cual se tiende a la acción debida y al propio fin: “la ley natural no es más que la participación de la ley eterna en la criatura racional”.

La ley natural se entiende como algo esencialmente racional (proposiciones o enunciados universales de la razón práctica). En el conocimiento especulativo se da un proceso que va desde los primeros principios, evidentes, con sus derivaciones más próximas, hasta las conclusiones más remotas y lejanas. Así, también, en el conocimiento práctico, que produce los enunciados o preceptos de la ley natural, hay un orden en el que se pueden distinguir tres grados:

* Los preceptos primarios de la ley natural, o sea, los principios o los preceptos universalísimos, evidentes a todos con uso de razón (principia per se nota quoad se et quoad omnes). Así, el primer principio práctico es el bonum est faciendum et malum est vitandum (hay que hacer el bien y evitar el mal).

* Los preceptos secundarios de la ley natural, o sea, las conclusiones próximas e inmediatas deducidas de los principios anteriores, con facilidad, por todos. Así, por ejemplo, del primer principio “no debe hacerse mal a nadie”, se deduce con facilidad e inmediatamente el “no se debe matar a un inocente”. Se incluye entre los preceptos secundarios a los Diez Mandamientos.

* Los preceptos de tercer grado de la ley natural, o sea, las conclusiones remotas y lejanas deducidas por raciocinio necesario de los preceptos anteriores, pero conocidos sólo por los sabios después de diligente consideración. Así, por ejemplo, del primer principio que establece el ser agradecido y honrar a los bienhechores, se deduce con facilidad (precepto secundario) que se debe honrar a los padres; como conclusión remota (precepto de tercer grado) se deduce también que se debe honrar a los mayores de edad como son los ancianos.

Entre los preceptos primarios de la ley natural se establece un orden según las distintas inclinaciones naturales del ser humano. (…).

* En primer lugar, el ser humano siente una inclinación hacia un bien, que es el bien de su naturaleza; esa inclinación es común a todos los seres, pues todos los seres apetecen su conservación conforme a su propia naturaleza. Por razón de esta tendencia, pertenecen a la ley natural todos los preceptos que contribuyen a conservar la vida del hombre y a evitar sus obstáculos.

* En segundo lugar, hay en el hombre una inclinación hacia bienes más particulares, conformes a la naturaleza animal del hombre. En virtud de esta inclinación pertenecen a la ley natural aquellas cosas que la naturaleza ha enseñado a todos los animales, tales como la comunicación sexual, la educación de la prole, etc.

* Finalmente, hay en el hombre una inclinación al bien correspondiente a su naturaleza racional, inclinación que es específicamente suya. Así, el hombre tiene una tendencia natural a conocer las verdades divinas y a vivir en sociedad.

Las características de la conservación, la procreación y la sociabilidad del ser humano definen a su vez el orden de los preceptos primarios de la ley natural, en cuanto concreciones universales de la inclinación absolutamente fundamental hacia el bien y la felicidad, o sea, al fin último.

(…).

La ley natural en su tercer acepción “no es un catálogo de preceptos deducidos infalible e inevitablemente una vez por todas, sino más bien la capacidad de encontrar el precepto operativo concreto que mejor realice los valores expresados por los preceptos más generales. (...) Característica, pues, de la ley natural es precisamente la de no ser positiva, es decir, la de no ser escrita ni escribible una vez por todas”.

Actualmente, el adjetivo natural de la expresión ley natural puede tener tres significados:

* Lo natural como contrapuesto a lo sobrenatural. En el pensamiento de santo Tomás de Aquino, la ley natural dice relación a la ley ética que las personas pueden descubrir mediante el recurso a la razón. La ley divina se descubre mediante el empleo de la razón como capacidad natural para una lectura de la voluntad divina en la creación.

* Lo natural como contrapuesto a lo positivo. La ley natural se distingue de una ley positiva, es decir, de un precepto promulgado (escrito) por una autoridad legítima. Este es el significado con el que nació la idea misma de ley natural.

* Lo natural como “leído en la naturaleza”. En este sentido se indica una ley moral particular que se descubre en la naturaleza del ser humano. La idea de una naturaleza normativa que constituye la base de una moral natural (operari sequitur esse). Por tanto, una vez que se defina el contenido de la naturaleza humana, se deduce un conjunto de deberes morales.

El tercer significado de ley natural es completamente distinto de los dos anteriores. En los primeros dos significados “la naturaleza (racional) de la persona es el instrumento para comprender el llamamiento de Dios, para encontrar la respuesta adecuada en medio de las mil situaciones concretas en las que la persona está invitada a elegir. En este tercer significado la naturaleza (del cosmos en general y de la persona en particular) es el lugar en el que encontrar la respuesta adecuada”.

Evidentemente, los dos sentidos de ley natural no son ni alternativos ni excluyentes aunque sí distintos: (a) la razón puede recurrir también a la lectura de lo creado pero sin que la naturaleza tenga directamente un valor normativo (una comprensión instrumental de la ley natural); y (b) se estudia racionalmente la naturaleza en cuanto revelación de la ley eterna (la razón no es instrumento para descubrir la ley eterna sino instrumento para hacer una lectura de la ley eterna en la naturaleza).

Lo importante es no vaciar de contenido el concepto de ley natural. “La ley natural tiene un valor normativo por sí misma antes que toda ley y todo derecho positivo, y posee un contenido concreto, material, expresado en sus múltiples preceptos, que (...) responden a algo objetivo y determinado existencialmente”.

El concepto de ley natural se enfrenta en la actualidad con dos interrogantes principales: (a) el problema del conocimiento de la naturaleza, y (b) el problema del conocimiento de la naturaleza humana. ¿Qué conocimiento tenemos o podemos tener de la naturaleza como cosmos, incluyendo en ella el mismo organismo humano? ¿Qué validez tienen nuestros conocimientos científicos? ¿Puede la persona describirse a sí misma? Tomando en cuenta las variables de cultura, historicidad, sociabilidad, ¿qué grado de universalidad se puede alcanzar?

Estos interrogantes no descalifican la realidad de una ley natural, sino que convocan a una mayor profundización y actualización del concepto, en cuyo desarrollo habría que tener en cuenta los siguientes elementos:

* La ley natural dice relación a la común humanidad que une a todos los seres humanos, lo cual permite postular unas exigencias éticas como condición de una auténtica realización de la persona humana.

* En el contexto de la Teología Moral, la ley natural tiene un doble referente: (a) el proyecto de Dios para la humanidad, y (b) el conocimiento de este proyecto universal mediante causas segundas ya que ordinariamente Dios no actúa directamente sino a través de lo creado. Por tanto, la ley natural se sitúa en el contexto de la relación entre la revelación divina y la razón humana.

* El concepto de ley natural tiene un sentido de normatividad humana (terminología ética). En la escolástica no tenía un significado predominantemente legalista ni jurídico, pero gradualmente se pasa de una comprensión en términos de la búsqueda de preceptos operativos a otra de un catálogo fijo de preceptos.

* Lo humano se entiende en el horizonte de una unidad convergente que reconoce la presencia de lo plural, asumiendo la dialéctica entre naturaleza y cultura.

* Lo constitutivo de lo humano no es comprensible en términos de lo estático sino en el contexto de una búsqueda de mayor explicitación dentro de un horizonte de significado estructural, asumiendo la dialéctica entre naturaleza e historia.

“La teología moral no tiene en la actualidad otro estatuto que el indicado claramente por el Vaticano II: discernir a la luz del Evangelio y de la experiencia humana. A pesar de estar hoy más bien desacreditado el término ley natural (por muchos motivos, no todos irracionales), la realidad en él expresada se revela cada vez más importante e incluso absolutamente indispensable para la reflexión teológica” (GS 46).

La presencia de una sociedad pluralista y la mayor conciencia de respeto por la convivencia con otras culturas reclaman de manera especial la necesidad de una ley natural como denominador ético común, recuperando su significado normativo y dinámico.

Para profundizar 2: Le propongo otro texto, más teológico para profundizar sobre el sentido último de la norma moral del cristiano: Está tomado de Flecha, J-R., La Vida en Cristo. Fundamentos de la Moral Cristiana, Salamanca 2000, 215-217.

Cristo, norma última

¿Pero es que existen normas específicamente cristianas? Cuando Jesús es consultado por un joven, parece remitir a normas antiquísimas que, en su pueblo, se encontraban reflejadas en el decálogo (cf. Mt 19, 16-22). Las normas que tutelan el valor de la vida o de la verdad eran ya un patrimonio cultural, sólido y respetado. Jesús no añade al joven nuevas normas. Pero ofrece una posibilidad nueva: vivir el valor que refleja la norma en la dinámica del seguimiento. Seguir a Jesús. Ese es el ideal que recoge lo más valioso de las normas, las «transfigura», las personaliza y universaliza.

En la fe cristiana, Jesucristo es reconocido y confesado como la norma concreta y a la vez universal. Él no es sólo una norma formal universal de la acción moral, susceptible de ser aplicada a todos, sino una norma concreta personal:

Una ética cristiana debe ser elaborada a partir de Jesucristo. Él, como Hijo del Padre, realizó en el mundo toda la voluntad de Dios (todo lo que es debido), y lo hizo «por nosotros». Así nosotros recibimos de Él, que es la norma concreta y plena de toda actividad moral, la libertad de cumplir la voluntad de Dios y de vivir nuestro destino de hijos libres del Padre.

De hecho se puede decir que para el cristiano la norma coincide ya con un hecho positivo: el acontecimiento de Jesús de Nazaret. Él es la revelación de Dios al hombre, y la revelación del hombre al mismo hombre, En Él se manifiesta el ideal de verdad y de bondad que tienen su origen en Dios.

Esta afirmación no significa que el cristiano no admita la validez de las normas morales racionalmente percibidas, como mediación primera de los valores morales. Por el contrario, el cristiano descubre en Cristo el modelo definitivo del ser humano y la última normatividad de lo humano, como ya se ha dicho más arriba.

Pero afirmaciones como ésta significan, en cambio, que la «ley del Espíritu» relativiza la normatividad de la Ley antigua, sustituyéndola por el principio interior de la «ley perfecta de la libertad» (Sant 1,25). Las normas morales, y aun las virtudes cardinales, son percibidas y realizadas, en efecto, a la luz de las virtudes teologales:

– Las normas morales pueden expresar el compromiso de la fe. El ser-cristiano, expresado en los evangelios por las categorías de la fe y del discipulado en la dinámica del reino de Dios, trae consigo unas exigencias morales, basadas en el seguimiento de Jesús. Pero el cristiano debe aún vivir el continuo proceso de la conversión, procurando sentir con su Maestro y como su Maestro. Las normas morales de siempre expresan ahora en la vida diaria las metas a las que se orienta el compromiso de fe de los discípulos. Ese compromiso se desvanece sin la observancia de las normas de conducta (cf. 1 Jn 2, 3-4), que en el fondo traducen el esfuerzo por seguir al Señor (cf. 1 Jn 2, 6). De ahí que las normas morales absolutas se le presentan al cristiano como los necesarios principios de discernimiento en los inevitables conflictos de valores que vivirá tanto en su vida personal como en el seno de la comunidad.

– Las normas están al servicio del testimonio del amor. La adhesión al Señor se concreta, en efecto, en un único mandamiento que se abre a la doble vertiente de la fe en Jesús el Cristo y del amor a los demás (1 Jn 3, 23). El amor constituye a la vez un don y una tarea (1 Jn 4, 11). El amor a los hermanos se alza con la dignidad de un sacramento de la nueva vida que brota del amor de Dios y del amor a Dios (1 Jn 5, 12). El amor que da sentido a las normas morales absolutas no puede ser representado más que por la seriedad de la cruz. La medida de ese amor, a cuyo servicio está la norma moral, se encuentra en la entrega de la propia vida (Jn 15, 13). La moralidad cristiana no se reduce a amar de cualquier modo, sino a amar hasta la entrega de la vida por aquellos a los que se ama (1 Jn 3, 16).

– Pero la norma moral es también una señal para la espe­ranza. El cristiano vive su existencia en un itinerario que se desarrolla «entre los tiempos». Se encuentra afirmado sobre el ya de la nueva vida y vigilante para alcanzar la instauración del Reino de Dios todavía no logrado en plenitud. El Reino ha llegado ya (Mc 1, 15), pero es preciso seguir orando y pidiendo: «Venga a nosotros tu Reino» (Mt 6, 10). Las normas morales adquieren para el cristiano su fuerza orientadora de su fidelidad a una historia que es cumplimiento y promesa de Dios. En ellas se puede descubrir la orientación a la compleción de unos valores, que son, a la vez, motivo de gratitud y objeto de súplica esperanzada.

Evaluación:

Desarrolle su síntesis y reflexión a partir de la siguiente frase: “Cristo es el valor, la norma y la energía del actuar del Cristiano”.


[1] La palabra “axiología” define la parte de la filosofía que estudia los valores.

[2] Tomado de Mifsud, T., Moral del discernimiento I, Santiago de Chile 1994, 214-215.

[3] Seguimos algunas ideas de Gonzalez Alvarez, L. J., Filosofía a distancia. Etica Latinoamericana, Bogotá 1991, 135-137.

[4] Por ley entendemos en este caso la ley positiva promulgada por la autoridad competente, objeto de estudio del derecho. Por norma entendemos el imperativo estudiado por las ciencias morales. Y por valor entendemos el fundamento de la ética estudiado por la filosofía axiológica.

[5] Artículo 6: Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.

[6] Flecha, J. R., La vida en Cristo. Fundamentos de la moral Cristiana, Salamanca 2000, 214-215.