TERCERA PARTE

BIOÉTICA


INTRODUCCIÓN

La vida humana ha sido siempre objeto prioritario de la moral: es lógico que el juicio ético se dirija no sólo a las acciones del hombre, sino a su misma vida, a su origen y destino.

Pero la vida en sí misma —la "biológica"— ha experimentado en los últimos años una verdadera conmoción. El ritmo lo marca el avance científico de la Biología: esa ciencia que, en el estudio del origen, naturaleza y desarrollo de la vida, ha alcanzado tales grados de conocimientos que se llega a denominar nuestro tiempo como la "era de la biología", al modo como los años cuarenta dieron origen a la llamada "era atómica". Además, el notable avance en el conocimiento de la vida ha tenido aplicaciones inmediatas en el campo de la medicina, por lo que ha suscitado no pocos problemas que demandan respuesta a la ética en asuntos muy cercanos a la existencia concreta del hombre. Ello ha dado lugar a una disciplina ética nueva que estudia estos problemas: la Bioética.

1. Definición

"Bioética" es la parte de la Teología Moral que estudia la eticidad de la vida humana desde su concepción hasta la muerte. Esta nomenclatura es de uso reciente, apenas si tiene un cuarto siglo de vigencia, y con ella se quiere estudiar los aspectos morales (ethos) a que da lugar la vida (bios). Esta es, pues, su definición etimológica: "La ciencia que estudia la eticidad de la vida". El uso del neologismo data del año 1970 [El primero en usar el término "bioética" como título de su obra ha sido el científico inglés Potter en 1970. Van RESSELAER POTTER, Bioethics: Bridge to the Future. Prentice Hall. Entglewood Clitts. New Jersey 1971.]. Y ya en 1973 se habla de una nueva disciplina moral.

Como se ha dicho, su origen se debe a los nuevos problemas que plantea la Medicina, la Genética y la Biología, ciencias que han experimentado en los últimos años tantos y tan espectaculares avances técnicos, los cuales interrogan de continuo a la ética.

La Bioética in recto no trata, como es lógico, de condenar los abusos o los usos inadecuados de las ciencias profanas que estudian la vida, sino de aprovechar los avances y logros de esas ciencias con el fin de obtener una vida más digna del hombre. Su objeto debe ser mejorar la calidad de vida. El hecho de que la medicina, de la mano y unida a la biología, ofrezca medios favorables tanto para la obtención de la vida humana como para su conservación, posibilita el que la Ética Teológica asuma esos datos para facilitar al hombre una conducta que haga más humana su existencia, de modo que le acerque a su vocación trascendente.

2. Objeto de la Bioética

La "Ética de la vida" —la Bioética— cabe referirla a todo género de vida, incluida la de las plantas y la de los animales, pero, dado que se contempla su eticidad aplicada a la existencia humana, en este Apartado se estudia sólo el existente concreto que denominamos hombre. La obligación del cuidado de la vida no humana —la naturaleza y los animales— constituye el estudio de la Ecología, de cuya dimensión ética nos ocupamos en el Capítulo XV del Volumen III.

Como disciplina teológico, la Bioética no es una ciencia profana. En ningún caso trata de suplantar a la Biología o a la Medicina, sino persigue tan sólo valorar éticamente los hallazgos de estas ciencias profanas con el fin de aplicarlas con éxito a la vida concreta del hombre. En efecto, ni los estudios médicos ni los resultados de la Biología y de la Genética son ajenos a la ética. Sin embargo, el estatuto científico a la Bioética le viene de su carácter teológico y no del estudio ni de la interpretación de los datos científicos. Es, por consiguiente, una parte de la teología moral que estudia el origen, el desarrollo y la muerte del existente humano.

En resumen, desde la ribera del conocimiento teológico, la Bioética juzga el recto uso de ese dominio que el hombre ha adquirido sobre la vida, pues dispone de recursos para gestarla, para conservarla o aniquilarla e incluso puede prolongarla más allá de los límites que marca la naturaleza.

3. Alcance de la vida humana

Es una simple obviedad convenir en que la vida en sí misma es el valor fundamental de la persona humana. En efecto, del no—ser al ser se verifica el origen de la existencia del hombre singular. Por ello, vivir es preferible a no existir, porque el ser supera infinitamente a la nada. De aquí el valor del hombre concreto, el cual, desde el momento de su concepción y posterior nacimiento, inicia una biografía personal, única e intransferible, que culminará con la muerte, la cual, a su vez, señala el comienzo del estadio último —definitivo y permanente— del existir humano.

Esta concepción cristiana de la existencia es la que también justifica la vida de un hombre que nace con defectos físicos o psíquicos. De ahí que, aun el nacimiento del deficiente mental —el niño subnormal— es preferible a "no–ser", porque el ser humano es un "ser—para—la—eternidad".

En realidad, la persona es un ser con destino eterno, dado que, iniciada la vida de un hombre, su existencia no se acaba nunca: el "siempre, todavía", que decía el poeta Rilke, tiene en la persona humana su más acabado cumplimiento.

Esta es la verdad que destaca la Encíclica Evangelium vitae:

"La vida es siempre un bien. Ésta es una intuición o, más bien, un dato de experiencia, cuya razón profunda el hombre está llamado a comprender".

Y la Encíclica se pregunta: "¿Por qué la vida es un bien?". Para responder a esta pregunta, Juan Pablo II hace un recorrido por toda la Biblia aportando datos que ofrece la Revelación acerca del gran don de la vida humana:

"Al hombre se le ha dado una altísima dignidad, que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que le une a su Creador: en el hombre se refleja la realidad misma de Dios" (EV, 34).

En efecto, como brillantemente formuló San Ireneo: "El hombre que vive es la gloria de Dios".

Pues bien, la vida del hombre es objeto de estudio al menos de tres disciplinas teológicas: de la vida posmortal se ocupa la Escatología; de la naturaleza de la vida cristiana en el espacio terrestre, la Antropología Sobrenatural y esa misma existencia en el tiempo, si quiere ser digna del hombre y desea llevarse a cabo conforme a los planes de Dios, debe orientarse según la Ética de la Vida o Bioética.

De aquí deriva la importancia de esta disciplina que ofrece al hombre los criterios morales para orientar su vida hacia ese estadio último y definitivo que llamamos Cielo, como decía el poeta: "Cielo, palabra del tamaño del mar que vamos olvidando tras nosotros" (Juan Ramón Jiménez).

4. Importancia de los temas biológicos

En la Bioética se dan cita numerosos temas que tienen plena actualidad y que reclaman cada día una respuesta moral pronta y adecuada. En todos ellos confluyen los grandes avances de la Medicina y de la Biología de los últimos tiempos y que aun están en proceso de rápidos y sorprendentes hallazgos, por lo que constituyen un reto para la Ética Teológica.

A causa de la urgencia con que se presentan no siempre es fácil que la Ética Teológica disponga de una respuesta adecuada a cada problema y a cada situación, pues no son suficientes los principios morales, heredados de la época inmediata anterior, de los que se dispone. No obstante, casi todos los temas han merecido ya la atención por parte del Magisterio. Por lo que el moralista, aunque sobre algunas cuestiones medien todavía soluciones no definitivas, encuentra en los documentos magisteriales el hilo conductor que le guía en la valoración moral de casi todas las cuestiones. Por ello, si la Bioética no debe reducirse a comentar al Magisterio, sin embargo, encuentra en estos Documentos la apoyatura para elaborar sus juicios éticos. Ocurre algo similar a la relación que se da entre la Doctrina Social de la Iglesia y los problemas socio—políticos de nuestro tiempo, Por ello, esta situación no justifica lo que se ha venido en llamar "ética provisoria", puesto que sobre los asuntos más comunes estamos ya en posesión de juicios éticos definitivos.

La Bioética ofrece otras peculiaridades. Así, por ejemplo, la dificultad del diálogo de la Ética Teológica con las ciencias profanas. se multiplica en diversos campos de la Biología y de la Medicina actual. En primer lugar, se suscita la cuestión de si todas las posibilidades que ofrece la ciencia deben ser experimentadas. Piénsese, por ejemplo, en tantas cuestiones como plantea la biogénesis que puede llevar a cabo experimentos en los que entra en juego el ser mismo del hombre. A este nivel, la moral pone en guardia a los investigadores para que caigan en la cuenta de que no todo lo que es científicamente posible resulta válido desde el punto de vista moral. En concreto, es preciso armonizar "ciencia" y "conciencia".

Esta llamada de atención es compartida con otros sectores de la cultura actual que temen una experimentación científica en el campo de la vida que no tenga en cuenta los medios que se emplean, así como su aplicación. Incluso se condena el itinerario de algunas experiencias que sólo contemplan los nuevos hallazgos sin percatarse de que pueden volverse en contra del hombre.

Estas mismas circunstancias ocupan a los moralistas, pues una serie de dificultades se originan en el momento de juzgar la licitud moral en la aplicación de los mismos resultados científicos. Tal es el caso, por ejemplo, de decidir sobre los medios lícitos en la prolongación de la vida, la congelación e implantación de embriones o en el uso de medios artificiales para conseguir la fecundación cuando es infructuoso el recurso a la naturaleza, como acontece en la paternidad asistida, etc.

Pero en este terreno, la Ética Teológica tiene otro frente abierto: la justicia en la regulación civil de los muchos problemas que despiertan los nuevos descubrimientos. Es cierto que los gobernantes están preocupados en legislar sobre estos temas 9, pero la ética demanda que los nuevos ordenamientos jurídicos se orienten en servicio de la dignidad del hombre y no en función de hacerse valer sólo por motivos políticos o de simple y —lo que aún es peor— de "aparente" bienestar social.

5. Esquema de una ética de la vida humana

Un Manual tiene por fuerza que renunciar a cuestiones fronterizas, propias de un seminario de trabajo o de grupos de investigación. Por eso, aquí la exposición se reduce a aquellos temas más conocidos y que demandan a diario la atención del sacerdote, pues reclaman una respuesta moral.

En concreto, en esta Tercera Parte tratamos de articular los graves problemas éticos que se relacionan con la vida humana, que, con el fin de seguir un orden lógico que ayude a un aprendizaje fácil, cabe reducir a tres grandes bloques: los temas relacionados con su inicio, los problemas que entraña su conservación y las cuestiones que se suscitan al momento de su defunción o acabamiento. Es decir, se trata de buscar respuestas éticas para nacer, vivir y morir como hombres.

En síntesis, estos son los temas fundamentales de ese triple estadio de la existencia humana:

a) Comienzo de la vida humana

En este primer apartado se estudia, como tema previo, el respeto al poder generador del hombre y de la mujer, a lo cual se opone la esterilización: el hombre no sólo debe respetar la vida, sino que no puede disponer a capricho de su facultad procreadora. Seguidamente, ocupa la atención de la ética el modo concreto de propagar la vida, que es un capítulo nuevo originado por las modernas técnicas de inseminación artificial y los diversos problemas a que da lugar la biogenética. Finalmente, la ética se ocupa de la obligación de respetar la vida concebida y aún no nacida, a lo cual se opone el aborto. Todos estos temas constituyen objeto de estudio del Capítulo X.

b) Conservación de la vida

La dignidad de la existencia de cada uno de los hombres toma origen en la fuerza creadora de los padres, pero sólo Dios es dueño absoluto de la vida humana, engendrada y nacida. Esta es la razón de que el hombre no pueda disponer a capricho de la misma, aunque sí le incumbe el grave deber de conservarla y cuidarla. A este derecho—deber se opone el homicidio. Asimismo, cada día se discute con mayor rigor si el Estado puede disponer de la vida de los súbditos, de forma que se justifique la pena de muerte. Igualmente, pesa sobre el hombre la obligación de defender su vida contra el injusto agresor, a lo que se opone la tortura, el terrorismo... Además de ese uso arbitrario de la vida de una persona por parte ajena, cada hombre tiene también obligación de cuidar de su vida propia, por lo que le están prohibidas algunas acciones que la ponen en peligro, tales como el alcoholismo, la drogadicción, la huelga de hambre, etc. Pero, con el fin de conservar la vida, otras acciones se consideran lícitas, tales como el trasplante de órganos y ciertas experiencias médicas. Y sobre todo se le niega al hombre la facultad de disponer a capricho de su vida mediante el suicidio. El estudio de estas cuestiones responde al índice del Capítulo XI.

c) Final de la vida

La existencia terrena del hombre no es eterna y, por ello, está sometida a limitaciones que ocasionan la enfermedad y concluye con la muerte. De aquí se originan una serie de circunstancias que son objeto de estudio de la ética. A este respecto, además del cuidado de la salud y la atención al paciente durante la enfermedad, el hombre tiene derecho a una muerte digna. Igualmente se debe atender a diversos problemas que se dan cita en la vida del enfermo, tales como el empleo de "medios extraordinarios" (desproporcionados) con el fin de alcanzar la curación o la decisión última de morir, es decir, la cuestión de la eutanasia. Estos temas se estudian en la Capítulo XII.

Estas y otras cuestiones se mencionan en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, cuando aún la Bioética no se consideraba como un capítulo a se de la Teología Moral. En efecto, la Constitución Gaudium et spes urge la defensa y el respeto a la persona humana, para ello propone "el cuidado de la vida propia y de los medios para vivirla dignamente". A esto se opone cualquier situación que haga imposible ese fin:

"Cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes... todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al creador" (GS, 27).

Algunas de estas materias son nuevas en el campo de la Ética Teológica; otras son capítulos conocidos en los Manuales clásicos de Teología Moral. Se estudiaban en el quinto precepto del Decálogo en aquellos autores que seguían el esquema de los "Mandamientos" o eran parte de las virtudes de la justicia y de la caridad en los tratados que se articulaban sobre el esquema De virtutibus. En la nueva ordenación de la Ética Teológica que aquí asumimos, todos estos temas se encuadran en la Moral de la Persona, dado que constituyen un capítulo decisivo de la vida personal de cada individuo.

Una última consideración: la Bioética no es sólo una rama de la Ética Teológica, sino una parcela del saber racional sobre la vida humana. De ahí la importancia que adquiere en la ética civil, por lo que reclama de los gobernantes que legislen de forma tal, que la vida, desde su origen hasta su muerte, reciba la protección que merece.

Pero no siempre esas leyes se adecuan al mensaje moral cristiano. De aquí que la Bioética, como saber teológico, tenga también que juzgar de la legitimidad de esas leyes y, en caso contrario, demande la objeción de conciencia de los ciudadanos.