10. La educación cristianamente responsable


El pensamiento fundamental de nuestras reflexiones ha sido la idea del «Todo» : El yo, el tú (que abarca a la naturaleza y la cultura) y Dios han de tenerse en cuenta juntamente, de tal modo que el hallazgo de la propia identidad, el amor al prójimo y el amor a Dios no se consideren nunca como magnitudes que se exluyen entre sí, sino que se contemplen presentes en la misma y única realización y como magnitudes que se incluyen mutuamente. Sólo hay un único amor que lo abarca todo, dirigido al todo sin reservas, más exactamente, al «Todo» en cuanto «Reino de Dios» en el que el yo y el tú (que abarca a la naturaleza y a la cultura) estén unidos a Dios. Una existencia verdaderamente humana, así lo dijimos al comienzo de la tercera parte, consiste en volverse sensible y disponible para el «Todo» ; la educación consistiría según eso, en ayudar a conseguir esa actitud fundamental.

Pero, y esto lo tenemos que decir inmediatamente, ¿no pueden realizar eso mismo los no cristianos? Esta es la respuesta : Lo específicamente cristiano es Jesús de Nazaret que es Cristo: No hay duda: Todos los hombres ansían el «Reino», por muy distintos que sean los nombres que le apliquen y por muy desfiguradas que sean las ideas que tengan sobre él, y por más torcidos que sean los caminos por los que intentan acercarse a él. Lo específicamente cristiano consiste en que este «Reino», anhelado por todos los hombres, ha irrumpido definitivamente en el espacio y en el tiempo con Jesús de Nazaret : En El, así lo expusimos en la segunda parte, está ya en principio el (Todo» entre nosotros ; no sólo ha sido creado todo para él, en él y por él, sino que todo ha sido creado de nuevo y reconciliado para el «Todo». Por eso le confesamos nosotros como nuestro «Cristo». Si tomamos en serio estas afirmaciones (ya que somos propensos a tomarlas como flores retóricas) observamos que en Jesucristo se abre un nuevo horizonte de sentido : el horizonte de sentido escatológico. Si los hombres de todas las épocas han esperado una consumación, ahora se ve esa expectación realmente confirmada. No se trata de un hermoso cuento de hadas con el que se puedan consolar engañosamente los hombres, sino que ahora está claro lo siguiente : Lo únicamente verdadero es la esperanza en el «Reino», en el «Todo». Todo procede de un último sentido absoluto y desemboca en él, a pesar de todas las experiencias contrarias que nos presenta la alienación de nuestro mundo.

Así, a la luz del acontecimiento de Cristo adquiere lo ordinario humano un nuevo rostro. No como si se hubiera introducido algo radicalmente nuevo. Más bien, lo, dado ya anteriormente, es contemplado de un modo radicalmente nuevo. Para nuestras consideraciones significa esto : El amor al «Todo», contiene, en una perspectiva cristiana, su total radicalización y, además, en un doble sentido: contiene su auténtica raíz (radix) ; contiene su elevación a lo más definitivo, y último (eschaton) y, de ese modo —al menos según la intención—, su auténtico sello. Por tanto, la actitud fundamental de una existencia cristiana vivida con verdadera responsabilidad consiste en hacerse sensible y disponible para el «Todo» con la esperanza convincente (una esneranza que se propague entre lo demás) de que esta realidad ha irrumpido ya en Jesucristo y, por eso, nos afecta a nosotros definitivamente. Precisamente por eso no parece aconsejable hablar de una «existencia cristiana», sino de «una existencia humana vivida con verdadera responsabilidad cristiana» ; así queda bien claro que lo específicamente cristiano no representa un área desgajada del resto de lo humano, sino la radicalización total de lo humano (hallazgo de la propia identidad. amor al prójimo, amor a Dios) en el horizonte escatológico que es precisamente aquel último horizonte en el que Jesucristo se nos abrió y manifestó a nosotros.

De todo esto se deduce, para el educador que quiera tener una verdadera responsabilidad cristiana, que la sensibilidad, la finura, la disponibilidad para el «Reino del Todo» (en relación al mismo, educador) y el apoyo en ese campo (respecto a los que le han sido confiados), lo toma radicalmente en serio e intenta realizar plenamente ambas cosas llegando hasta su entraña más profunda, y se afana por mantener la esperanza incluso aunque fracase en todos sus esfuerzos. Su vida y su ilusión por los demás, no los ve reducidos a un campo determinado, sino abiertos a todo y al «Todo»; nada le resulta extraño; más bien, todo se le muestra a la luz del Logos universal que se ha manifestado en Jesucristo. Protegerse y defenderse a sí mismo y a los demás angustiosamente y sentirse constreñido a un determinado campo sería falso y desacertado. No es el encastillamiento en una esfera especial, sino la concentración en una única cosa, en el «Todo», lo que importa ; una concentración que se dirige esperanzada a todo, que lo incluye todo y hace aparecer en todo una nueva luz.

Al educador que vive responsablemente su vida cristiana no le debería importar sólo la plena radicalización del amor y la fe en el «Todo». Se trata también de anunciar expresamente el motivo de esta radicalización, a saber, de anunciar a Jesucristo elevado al cielo. Si consigue, al menos algunas veces, ambas cosas (la radicalización y el anuncio de Jesucristo como motivo de ello), entonces es «católico» en el sentido originario y explícito, es decir, en el sentido de que lo abarca todo ; más exactamente : comprende todo en el «Todo» y, de esa manera, se convierte él mismo en signo de esperanza en un mundo que está amenazado seriamente por la desorientación.