El yo y lo otro
Ya hemos apuntado que el hombre percibe su finitud, entre otras cosas, porque depende del encuentro con lo otro, con lo que no es él. El yo en cuanto yo se topa con su vaciedad o falta de contenido. Sin contacto con los objetos, con lo que se nos enfrenta y opone, no pasaría de ser una autorrealización vacía que sería ciertamente capaz de pensarse, pero a la que tendríamos que designar como un pensamiento vacío. Pues no podría existir en absoluto, si no estuviera constantemente en contacto con «objetos», considerando esta palabra en un sentido amplio; si no estuviera en contacto permanente con algo que se le opone y se sitúa frente a él: con cosas, con seres vivos, con acontecimientos, con hombres concretos.
Sin una inmersión en el contexto biológico, social e histórico, al hombre le resultaría imposible la vida. El excesivo énfasis y sobreestimación de la sociedad (que ya ha perdido algo de fuerza) tiene su justificación en el hecho de que evidencia la importancia del encuentro con lo otro, manifestando que, en principio, hay que situarlo a la misma altura que al yo. La vida humana, como opina P. Tillich, se distiende entre dos polos : «el yo» y «el mundo» ; y «cada polo tiene sentido en la medida en que se relaciona y se refiere al otro polo a través de sí mismo»: sin el «mundo», el yo se presenta como algo «vacío» y sin el «yo)), el mundo es una realidad «muerta». Si se insiste excesivamente en el yo, se corre el peligro del aislamiento ; si se acentúa la importancia del mundo, la consecuencia destructora es la desaparición en el seno de la colectividad o en cualquier otro poder hipostasiado (20).
Cuando Tillich habla del «mundo)), engloba dentro de esa palabra la «totalidad de los seres)) (Husserl). Sin embargo, si nos apoyamos en la investigación del fenómeno del mundo hecho, por Husserl y Heidegger, hay que entender la palabra «mundo», más bien, como el horizonte de sentido en el que se muestran a cada hombre particular o a un determinado grupo de hombres, los distintos seres que coexisten en un momento dado. (El uso normal del lenguaje en estas expresiones: «el mundo de los griegos», "el mundo de la mujer", «mi propio mundo», etc., parece justificar esta explicación). Naturalmente que no se puede pensar este horizonte de sentido sin los seres que coexisten en un momento dado, como tampoco puede pensarse en esos seres sin esta conexión de sentido. Según eso, «el mundo», el concepto «mundo» habría que precisarlo —ahora con más exactitud— como la totalidad de todos los seres, en cuanto, que esta totalidad «se clarifica en nuestra inteligencia y constituye el contexto vital y universal en el que nosotros nos movemos» (21). Por fin, el «mundo» apunta, si profundizamos convenientemente, en dirección a lo que Heidegger llama «el Sur» y a lo que Rahner, siguiendo a Heidegger pero superándole, llama «misterio» : El hombre está abierto, sea o no consciente de ello, a una dimensión última, universal y que, en definitiva, se manifiesta como absoluta. De esto vamos a tratar aún más expresamente en el próximo punto.
Una segunda condición de la posibilidad de la existencia humana —así podemos afirmarlo provisionalmente—es la participación activa y pasiva en lo otro, en lo, que se nos opone y enfrenta, en los seres que existen juntamente con nosotros; excluida esa participación, la vida del hombre sería inconcebible, impensable.
20. Paul Tillich,
Systematische Theologie, tomo 1, Stuttgart 1956, pp. 173, 195,
232-234. (Trad. castellana, Teología sistemática, tomo I, Barcelona
1973); véase igualmente G. Scherer en la obra citada en la nota 10, p. 273, y
también la obra de S. Wittschier citada en la nota 3, pp. 40 s.
Lo otro y el tú
La forma suprema y más apropiada de participación del hombre en lo otro es el
encuentro con el tú humano : «la intersubjetividad» (G. Marcel) o «la
interpersonalidad» (G. Scheler). El enorme influjo de la interpersonalidad en la
constitución del hombre y la vital importancia del tú en la formación del yo
(véase lo que ha dicho Rosenzweig más arriba) podría mostrarse en el
fenómeno del lenguaje, la tradición, el trabajo, la sociedad conyugal, la
evolución, el desarrollo de los niños pequeños y en otros ejemplos parecidos.
«Lo que un hombre llega a ser en su vida se debe a la relación que mantiene con
los otros y la relación que los otros mantienen con él. Lo que nosotros hacemos
a los otros y éstos nos hacen a nosotros, eso es lo que somos». Si prescindimos
mentalmente por un momento de nuestros padres, nuestros amigos, nuestros
compañeros, nuestro consorte y en general de todos los hombres con los que hemos
tenido, algún contacto hasta este momento, e intentamos
delimitar y precisar lo que seríamos sin ellos, nos quedaríamos en el fondo
con un bosquejo muy escueto. Sin una relación a un tú, el hombre se hunde en el
abismo, de la nada. Esta verdad la ha expresado, por ejemplo, Samuel
Beckett de un modo estremecedor en sus obras y escritos. Este escritor presenta
al hombre (inspirándose en la doctrina de las mónadas de Leibniz) en un mundo
totalmente hermético, en su incapacidad para establecer contacto alguno, en su
impotencia para comunicarse con los demás; lógicamente muchas de sus figuras
salen a nuestro encuentro como torsos corpóreos humanos sin vida, sin piernas,
en cubos de basura, en un botijo, en un ataúd, en estado de descomposición.
Nuestro pensamiento actual está todavía muy influido por « el idealismo alemán»,
un movimiento filosófico de los últimos siglos pasados que insistió y recalcó de
un modo especialmente llamativo, el yo, su libertad, su absolutez
(condicionada). Sus principales representantes son Kant, Hegel, Fichte y
Schelling. En las obras de estos destacados pensadores hay sin duda alusiones geniales al amor y a la
interpersonalidad (22). Pero, durante ese período —y lo mismo puede decirse de
toda la tradición greco-occidental— no descubrieron la verdad de la constitución
interpersonal del hombre en toda su radicalidad, es decir, en sus raíces más
profundas. En realidad, era necesaria «una nueva investigación)) que hoy se
conoce con el nombre de «filosofía dialógica» (F. Rosenzweig, M. Buber, F. Ebner,
G. Marcel, R. Guardini, H. L. Goldschmit) y que se va imponiendo cada vez más.
En clara oposición a «lo antiguo», es decir, a la corriente idealista,
Rosenzweig fue el primero en formular en una de sus primeras cartas de 1917 (la
n. 245) el programa de la filosofía dialógica : «el auténtico prodigio de que mi
yo no se origina precisamente en el yo, sino.... que mi yo se origina en el tú»
(23). Esta afirmación : « mi yo se origina en el tú» puede considerarse como
resumen del pensamiento dialógico. Esta nueva tendencia filosófica es menos
conocida bajo el nombre de Rosenzweig que bajo el nombre de M. Buber. Su célebre
obra ((El yo y el tú» (1923) ofrece un desarrollo impresionante del programa
mencionado anteriormente : «... el hombre vive en su amor ; esto no es ninguna
metáfora, sino la auténtica realidad : el amor no apresa al yo hasta el punto de
convertir al tú sólo en un contenido, en un objeto; el amor ,se sitúa entre el
yo y el tú» (24). Vamos a realizar un breve examen del pensamiento de Buber que
ilumina la interna relación entre el encuentro de la naturaleza, la cultura y el hombre, al mismo tiempo que pone de
manifiesto de nuevo que encontrarse en el otro es también una determinación
trascendental.
22. Fichte corrigió inmediatamente sus primeras reflexiones
filosóficas, que hemos mencionado poco antes (nota 14), abriendo su
pensamiento a una participación del tú y del mundo. El hecho de que existan
otros yos con el mismo derecho de posición y afirmación, le impulsó
precisamente a ello : "Respeta su libertad (la del ser humano que existe
juntamente con el yo); comprende con amor sus propios fines exactamente lo
mismo que los tuyos". Sólo en la filosofía posterior de Schelling se
encuentran afirmaciones atinadas relativas a la interpersonalidad : "... el
misterio del amor radica en que une aquellas cosas que podrían existir para sí
mismas, pero que, sin embargo, no son ni pueden ser sin lo otro" (F. W.
Schelling, véase la obra citada en la nota 6, páp. 99 s.).
23. F. Rosenzweig,
21. G. Scherer, en la obra citada en la nota 11, p.
82.
24. M. Buber, Das dialogische Prinzip,
Heidelberg 1965, páginas 18 s.
Buber distingue (tres esferas en la realización de la vida
humana : la vida con la naturaleza..., la vida con los hombres..., la vida con
las realidades espirituales» (= arte y cultura). A primera vista parece
desconcertante su afirmación de que no sólo los seres humanos, sino las cosas
de la naturaleza y las realidades del espíritu tienen que convertirse para
nosotros en un tú. Sólo cuando brille el tú en las tres esferas, cuando todo
lo que sale a nuestro encuentro sea elevado de la relación «yo-ello» a la
relación «yo-tú», nos movemos nosotros dentro de la auténtica realidad. Sin
duda, así lo afirma él, hay que entender las relaciones interhumanas como el
«ámbito privilegiado)), pues sólo en él aparece la relación «yo-tú»
((manifiesta y dialogante», mientras que en el contacto con la naturaleza sólo
«permanece oscilante en la oscuridad y a un nivel sublingüístico», y en el
trato con las realidades espirituales se muestra como envuelta en una nube,
pero revelándose ; muda, pero convincente)). El hombre sólo encuentra una
«vida real» en las relaciones ((yo-tú»; sólo cuando habla y le hablan los
seres que coexisten con él, las cosas de la naturaleza, las obras del hombre,
pero sobre todo el hombre mismo, su prójimo ; sólo entonces llega a una
auténtica determinación (25).
25. Véase la obra citada en la nota 24, pp. 10
ss. El «tú congénito»
y el «Tú eterno» Decíamos más
arriba que había que distinguir entre el yo empírico, el yo trascendental y
el yo absoluto. Igualmente se puede distinguir en Buber entre el tú empírico,
el tú trascendental y el tú absoluto. Las cosas con que nos encontramos
(hombres, naturaleza, realidades del espíritu) se convierten para nosotros en
un tú concreto, porque existe el tú trascendental. Buber evita naturalmente
el concepto del «tú trascendental» y habla en su lugar de «un tú congénito»
como el «a priori» de cualquier relación concreta del tú. Aunque ateniéndonos
a la realidad misma, el
«Las relaciones vividas son realizaciones del tú congénito con los seres que él
encuentra ; que éste pueda ser captado como algo que está enfrente, que pueda
ser percibido en su exclusividad y que, por fin, pueda ser llamado con la
expresión yo-tú, tiene su base en el a priori de la relación» (26).
Para evitar cualquier posible equívoco, hay que insistir en lo siguiente : estas
aclaraciones parecen revestir un matiz filosófico-trascendental, pero, en
definitiva, no es así. Pues Buber no prueba el «tú congénito» con ayuda del
«método trascendental» (que es el que investiga las condiciones de posibilidad
del conocimiento, la acción y la existencia en el sujeto humano). Más bien,
llega al «tú congénito» siguiendo el camino de un análisis fenomenológico de la
relación «yo-tú». Buber ni quiere ni puede, en modo alguno, ser integrado en el
número de los filósofos de la filosofía trascendental. Su análisis proporciona
resultados que son propios de la reflexión filosófico-trascendental. Sólo por
eso, está justificado el término «tú trascendental» utilizado aquí ; pero hay
que entenderlo en un sentido análogo.
Esta reflexión intermedia es también necesaria para las explicaciones de Buber
sobre el «Tú eterno» o absoluto: El «Tú eterno» no surge, pues, en el gran
pensador judío a base de una reflexión filosófico-trascendental, sino a base de
una descripción fenomenológica de la relación concreta «yo-tú». En toda relación
en la que aparece un tú, brilla el Tú absoluto. En cada una de las tres esferas
(en la vida o en el contacto con la naturaleza, los hombres y las realidades del
espíritu), explica Buber, nuestra mirada se extiende hasta el borde del Tú
eterno; en cada cosa percibimos un soplo' de él, en cada tú hablamos con lo
eterno; en cada esfera de un modo distinto según sus propias (26) Véase la
obra citada en la nota 25, p. 31.
características» (27). Las relaciones concretas a un tú están siempre
involucradas en relación a un Tú sin más que es Dios. Cada tú particular es una
«transparencia» al Tú divino. El «tú congénito» se realiza en cada realización
concreta en la que aparezca un tú, pero no puede llegar «a su plenitud» en
ninguna. Sólo puede llegar a su plenitud en la relación al «Tú eterno». Buber
compendia estas ideas en la imagen siguiente : «Las líneas alargadas de la
relación se cortan en el Tú eterno» (28).
Seguramente, y esto hay que recalcarlo para acabar, algunas explicaciones de
Buber parecen excesivamente exageradas ; pero precisamente en esta exageración
se manifiesta clara e innegable la intuición de que el hombre sólo existe en
cuanto se encuentra y realiza en lo otro y sobre todo en lo humano.
Resumiendo : La realidad humana se eleva hasta lo absoluto. Eso es lo que hemos
podido mostrar en la reflexión sobre el yo y ahora de nuevo en la reflexión
sobre el tú. ¿Es, por tanto, el hombre una parte del Absoluto? Tiene parte, es
decir, participa en el Absoluto. (Pero hay que distinguir entre ser parte y
tener parte en algo). Este tener parte, es decir, esta participación se refleja
en el «tú congénito» de Buber ; en los pensadores del idealismo se refleja en el
«yo trascendental». Esta interpretación, que aquí no vamos a hacer más que
apuntar, del «tú congénito» de Buber y del «yo trascendental» del idealismo,
tiene su fundamento en la doctrina clásica de la participación que constituye el
centro del pensamiento de Santo Tomás de Aquino. Fue la escuela de Maréchal la
que intentó una unión entre la filosofía trascendental y el pensamiento de
Santo Tomás de Aquino. Entre los representantes más conocidos de esta tendencia
están K. Rahner, B. Welte, J. B. Lotz, M. Müller, G. Siewerth y E. Coreth.
Basados en esta orientación, vamos a exponer más explícitamente lo que se quiere
decir con «la elevación hasta el Absoluto» o con la participación «en el
Absoluto». K. Rahner, en el que nos vamos a apoyar especialmente, llama a esta
participación «la referencia al misterio». Esta es la tercera determinación
trascendental del hombre. En seguida vamos a
27. Véase la obra citada en la nota 24, p. 10.
28. Véase la obra citada en la nota 24, p. 76.
intentar explicarla. Ya se atisbaba en la exposición de las dos primeras determinaciones. En ella se hermanan las dos determinaciones mencionadas anteriormente y en ella encuentran también su propia culminación : Siempre que el hombre es consciente de sí mismo y se encuentra y se realiza en lo otro, se remonta y estira también hacia el último y único misterio, que en el lenguaje religioso designamos con el nombre de «Dios».