Capítulo 4

La escucha de la palabra divina

 

De la misma manera que hay una relación directa entre los sacramentos y la fe, también la hay entre la fe y la Palabra Divina. La Sagrada Escritura presupone la existencia de la fe; pero también exige colaboración. Exige, por tanto, la conversión y la puesta en práctica en la vida cotidiana, la cual debe convertirse en una vida en la fe. Porque la fe es la respuesta a la Palabra Divina; es la escucha de la Palabra con el fin de vivir con Ella a diario.

 

La Actitud ante la Palabra Divina como hacia un objeto o un sujeto

Nuestra actitud ante lo escrito puede ser de dos formas: como hacia un objeto, cuando es para nosotros tema de investigación, o una ayuda en el conocimiento de una determinada cuestión que nos interesa, o una ayuda en la solución de algún problema; y como hacia un sujeto, cuando el texto leído se convierte para nosotros, como escribe Gabriel Marcel, en un misterio. Cuando lees la Sagrada Escritura para profundizar tus conocimientos, estás dándole el trato de un objeto. Al tratar la Sagrada Escritura como un objeto, se puede decir que se le trata como «algo». De la misma manera tratamos la Sagrada Escritura cuando la abrimos al azar, y buscamos en el texto la respuesta a una pregunta concreta, o la solución a los problemas que tenemos. Algunas veces Dios sale al encuentro de esas necesidades, y, efectivamente, algunos reciben por esa vía la luz o la respuesta que buscan. Pero no basta con tratar la Sagrada Escritura como un objeto.

Nuestra actitud frente al texto inspirado y revelado, ante la Sagrada Escritura, debe ser, sobre todo, la actitud hacia un sujeto. Y es que la Sagrada Escritura no es solamente «algo», sino, ante todo, es «Alguien». Cristo, quien vive y esta presente con nosotros de la manera más plena en la Eucaristía, vive y está presente también, aunque de otra manera, en la Sagrada Escritura.

En las páginas de la Sagrada Escritura, encontrarás a Cristo vivo y verdadero a través de la fe, don que El mismo te da. La Iglesia habla de dos banquetes: el Banquete de la Palabra, en el que los fieles reciben, a través de la fe, la Palabra Divina revelada; y el Banquete Eucarístico, en el que reciben « el sacramento de la fe», y se alimentan con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por eso es justa la afirmación de que hay que tratar a la Sagrada Escritura de la misma manera que a la Cena del Señor. Cuando tomes la Sagrada Escritura en tus manos, hazlo con veneración, con respeto y con profunda fe. Tiene que tratarse de un gesto diferente que cuando tomas cualquier otro libro religioso, porque se trata de un Libro lleno de la presencia de Dios.

 

La presencia de Dios en la Palabra

La presencia de cualquier persona genera un círculo de influencia, fenómeno que no se produce con las cosas. Al entrar en contacto con una persona, entramos en contacto con una presencia, lo cual nos produce una cierta influencia, es decir, entramos en un círculo de influencia, y esto sucede ya sea que hayamos esperado a esta persona o que ni siquiera la hubiéramos tomado en cuenta. La Sagrada Escritura es «Alguien», es la presencia de Dios. Por eso, al tomarla en tus manos entras en el círculo d e influencia de esa Presencia; se convierte para ti en un « misterio» , en una verdad que te abarca y en la que te sumerges.

En la Sagrada Escritura encuentras a tu Señor, y por eso, tu contacto con la Palabra revelada tiene una importancia singular: es el contacto con Dios, que te ama y que desea influir en ti con su gracia. Es el contacto que te conduce hacia la conversión interior, y ese es su principal objetivo. Por eso deberías leer la Sagrada Escritura como una forma de contacto con Dios, y no para saciar tu curiosidad, ni para profundizar tus conocimientos, ni para encontrar la solución a tus problemas; aunque todo eso podría ser necesario. Mas bien, deberías aprovechar ese forma de contacto con Dios, esperando que El influya en ti, que te dé la gracia de la conversión.

Si entras en relación personal con Cristo, presente en el texto inspirado, ese texto irá llenando todo tu ser, y empezarás a escuchar atentamente la Palabra de Dios, empezarás a profundizar los pensamientos y los deseos de Jesús, empezarás a conocerlos mejor. San Jerónimo dijo: « El desconocimiento de la Sagrada Escritura es el desconocimiento de Cristo». Conocer a Jesús influirá posteriormente sobre tus decisiones y elecciones, querrás que vayan de acuerdo con su enseñanza y con sus deseos. La lectura de la Sagrada Escritura es el factor principal de tu crecimiento en la fe, y, por consiguiente, de tu propia participación en la. vida de Dios, de la posibilidad de verte a ti mismo y a la realidad que te rodea, como si fuera con los ojos de Dios. Dios se nos revela a través de la Palabra, para que conociéndola nos conduzca al amor. Se nos revela para crear, entre Él y nosotros, una relación de amor; para que teniendo fe en su Palabra, podamos adherirnos a El, y abandonarnos en El.

Si con tu fe te adentras en los pensamientos y deseos de Jesús, verás como con el tiempo, esos pensamientos y deseos serán tuyos. Cuando estés con frecuencia en el círculo de su Presencia, de esa Presencia con «P» mayúscula, te asemejarás a E1 de acuerdo con el proverbio que dice: «Dime con quién andas y te diré quién eres». A1 escuchar con atención las palabras de Dios, al absorber con avidez su contenido, empezarás a asimilar todo lo que fue y es la vida de Cristo. Tu contacto vivo con Cristo, presente en la Palabra Divina, hará que te fundas, cada vez más, con El en un todo.

Cada palabra plasmada en el Nuevo Testamento, y cada gesto de Jesús, son la expresión del misterio de su Presencia. Tu debes permitir que la Palabra te abarque plenamente, y has de aprender a escucharla con atención. Esa extraordinaria Presencia requiere de ti una especial apertura, una apertura que haga posible que, con el tiempo, te transformes plenamente, que seas en cierta manera transformado en Cristo. Entonces, se cumplirá el objetivo de tu vida: Cristo crecerá en ti, y, en ese crecimiento, llegará a alcanzar su plenitud en ti.

 

El papel de la Palabra de Dios en la oración

La Presencia de Cristo en la Palabra Divina irá abarcando tu vida interior y tu oración. Dejarte invadir por esta Presencia, hará que los textos que medites echen profundas raíces en tu corazón. Luego aparecerán en tu mente en los momentos de oración, porque entonces tu oración se basará en la Sagrada Escritura, y aparecerán también en los momentos en que tengas que tomar decisiones. ¿Te has preguntado alguna vez, cuál es el papel que desempeña la Sagrada Escritura en tus oraciones?

Cristo se valía con frecuencia de ese particular género literario que es la parábola, es decir, un símbolo desarrollado en tal forma que arrastra e involucra. Gracias a ello cuando lees, por ejemplo, la parábola del buen Pastor, puedes verte tú mismo entre las ovejas que conduce el Pastor. También puedes verte corno oveja que se ha perdido, y por eso siempre buscada y amada por Cristo, el Buen Pastor; quien cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros. El simbolismo de las parábolas de Cristo, te introduce en la órbita de sus actos. El te enseña de una manera muy sencilla y accesible lo que es el amor, y lo que es la fe en el amor. Pero si te ocurrió que tuviste una grave caída, y tu alma se vio cubierta por las sombras, es posible que te acuerdes de la parábola del hijo pródigo, que te permitirá creer, una vez más, que El jamás dejó de amarte. Esa parábola te enseñará a adoptar la actitud de un hijo arrepentido, que con asombro y gratitud es objeto del gozo y el perdón de su padre. De la misma manera, cuando aparezcan un tu vida las tormentas, podrás recordar la tormenta del Lago Tiberíades, recordarás la enseñanza del pasaje cuando Jesús dormía tranquilamente en la barca de los Apóstoles sacudida por la tormenta. De la misma manera, El «duerme» en la barca de tu corazón, porque E1 está presente en ti, y cuando El está presente, nada malo te puede suceder. Todo eso puede ayudarte a que viva en tu oración la Palabra Divina que te permitirá recuperar la paz interior.

La lectura de la Sagrada Escritura formará en ti una, cada vez más, verdadera imagen de Dios. Evitará que te ocurra ese fenómeno tan frecuente de la deformación de su imagen. Es posible que le tengas miedo, es posible que creas de manera insuficiente en su amor, porque tú mismo amas poco; pero tu amor ha de aumentar incesantemente hasta el último momento de tu vida. La Sagrada Escritura, incorporada en tu oración, te mostrará el amor de Dios, quien te ama incesantemente, porque El es Amor.

El encuentro con Cristo, presente en la Palabra de Dios, también te ayudará a descubrir a Dios en el mundo que te rodea. Te enseñará a interpretar los abundantes símbolos que hablan de su presencia en la naturaleza, incluso, en los fenómenos de la civilización y en la cultura. Por ejemplo, San Juan Vianney asociaba las ovejas con el amor del Buen Pastor. Cuando las veía, profundizaba en él la conciencia del gran amor de Jesús por él, y a través de él, a todos aquellos a quienes el Buen Pastor había confiado bajo su protección y amor en la Parroquia de Ars. El murmullo del arroyo le recordaba las palabras de la Sagrada Escritura sobre el «agua viva», que brota hacia la vida eterna (cf. Jn 7, 37-39). Alguien contaba que por las noches le gustaba contemplar las luces que iluminaban las calles y las casas. Ellas le recordaban el Evangelio de San Juan, que dice que Jesús es la luz del mundo. De ahí que todas las luces fueran para él un símbolo de Cristo, y le hacían recordara Aquél que «ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9).

Si quieres que tu oración se base en la Sagrada Escritura, tienes que ser como María de Betania. En Betania, en la casa de sus amigos, María, Martha y Lázaro, Jesús encontró un refugio en el que pudo descansar. Cuando se acercaban los últimos momentos de su vida El, sabiendo que los fariseos lo espiaban, se refugió en Betania. Cuando Jesús llegó a la casa de sus amigos, María se sentó a sus pies, y con suma atención absorbió cada una de sus palabras; se comportaba como si estuviera delante del tabernáculo. Cuando Martha, atareada con los quehaceres de la casa, le pidió a Jesús que le llamara la atención a su hermana, porque le había dejado sola con las ocupaciones domésticas, El le contestó: «María ha elegido la parte buena, que izo le será quitada» (Lc 10, 42). La mejor de las partes, es estar junto a Cristo, es sentarse a sus pies y escuchar con fe sus palabras, las que nos dice a través de la Sagrada Escritura. María, escuchando y contemplando a Jesús, la Palabra Encarnada, tuvo que ser una gran alegría para El. Nosotros, siempre tan atareados y con tanta prisa, nos decimos que carecemos de tiempo para leer la Biblia. Para María no había nada más importante que El, el Maestro, su presencia en la casa. Y el lugar más apropiado para ella, era estar a los pies de Jesús.

Jean Guitton, gran escritor, miembro de la Academia Francesa, al meditar sobre lo que debería ser particularmente acentuado en las enseñanzas sobre la Madre de Dios, subrayó que le gustaría que se asociara a la Madre de Dios con la meditación; «Virgo Meditans». Un testimonio de que María vivía de manera extraordinaria con la Sagrada Escritura es el « Magnificat». Se trata del ejemplo de una oración basada en la Palabra de Dios. Para ella la Sagrada Escritura era «alimento» y fuente de oración.

María, durante treinta años asimiló, de alguna manera, la Presencia Divina de su Hijo. Por esa razón su imagen es la reproducción más perfecta de la imagen de Cristo, y en eso consiste su grandeza. Si a María le dedicó treinta años de su vida, qué importante tendría que ser para Cristo crear aquella obra maestra, aquella perfecta reproducción de su propia imagen. Ella absorbió incesantemente sus pensamientos, sus deseos y su voluntad; fundiéndose cada vez más con su Hijo.

Tú entras en contacto con la presencia de Jesús en las páginas de la Sagrada Escritura. Debes, como lo hacía María, absorber sus pensamientos y deseos, para poder vivir luego con ellos. Debes imitara María, plenamente y hasta el fin, en su apertura a la gran obra de Cristo, que consiste en que cada uno de nosotros sea formado a la imagen y semejanza del Señor.

La Sagrada Escritura ha de ser para ti, un lugar del encuentro con Aquél que te amó hasta el extremo, y que también desea conformar en ti su Imagen, como lo hizo con su amada Madre.