XIV. ¡ECCE HOMO!


TEXTO BÍBLICO

« Volvió a salir Pilato y les dijo: —Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él. Salió Jesús entonces fuera llevando la corona de espinas y el manto púrpura.

Les dice Pilato: —Aquí tenéis al hombre. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: —¡Crucifícalo, crucifícalo! Les dice Pilato: —Tomadle vosotros y crucificarle, porque yo ningún delito encuentro en él. Los judíos le replicaron: —Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.

Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: —¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le dio respuesta».

(Jn 19,4-9)


OTROS TEXTOS

Mt 27,24: «Inocente soy de la sangre de este justo».

Sal 22(21): «Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza...»

Jn 1,29-34: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Este es de quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Is 53,1-4: «Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia...»


PUNTOS

  1. Salió Jesús fuera llevando la corona de espinas.

  2. Aquí tenéis al hombre.

  3. Tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir.

  4. ¿De dónde eres tú?


MEDITACIÓN

1. Salió Jesús fuera llevando la corona de espinas

Pilato saca a Jesús a la vista de todos. «Lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él».

¡Admirable lógica! Se ha torturado indeciblemente al inocente para conmover a quienes tenían ya decidida la muerte de tu Maestro. Pero de nada sirve este camino de dolor y de ignominia, porque la turba no se aplaca, sino se excita ante la vista de la sangre.

¡Qué vergüenza para el Señor el verse así ante todos! ¡Que aquellas miserias de su cuerpo desgarrado y deformado tuvieran que hacerse públicas...! ¡Ser exhibido a la chacota general, a la burla grosera!

Las dimensiones del sufrimiento de Jesús fueron múltiples. Como muchos son los aspectos de nuestros pecados. Por tus muchos malos ejemplos y escándalos él debe ofrecer una cumplida reparación. Por eso su Pasión no podía ser algo escondido, sino manifiesto: el Señor sale fuera llevando la corona de espinas.

Al evangelista no se le olvida ese último detalle: el hijo de Zebedeo, que había querido ser el primero en el reino de Jesús, y dominar junto a su Maestro, contempla lleno de dolor la única corona que éste quiso aceptar. Y, así escarmentado, escribirá muchos años más tarde: «No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Jn 2,15).

¿Serás tú también capaz de aprender la lección?


2. Aquí tenéis al hombre

Sí, aquí lo tenemos. Tal como lo hemos puesto entre todos. Porque hicieron falta muchos latigazos para arar esa espalda, porque hicieron falta muchos golpes para clavar esa corona. Porque ni tú ni yo podemos deplorar farisáicamente lo que otros hacen, sin abrir los ojos primero a nuestro propio mal.

Juan nos lo había señalado: «He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). El Padre lo había confirmado: «Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco» (Mt 17,5). El hombre pecador nos lo muestra a nosotros, hombres pecadores: «Ahí tenéis al hombre».

Efectivamente, es el Hombre que quita el pecado del mundo, porque carga con él; y el Hombre amado sin medida por Dios, y en quien todos somos amados.

Míralo sin cansarte. Mira sus llagas espantosas: por ellas tú has sido curado. Contempla sus manos atadas: por ellas tú has sido liberado. ¿Ves ese rostro deformado?: por él tú has sido embellecido ante Dios.

¡Ecce homo! Pídele amor para comprender, y generosidad para entregarte, sin reservas, al que tanto debes. Pídele gracia para descubrirle en todo hombre que sufre, y para poder socorrerle y consolarle en él.


3. Tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir

La Ley y los profetas anunciaron la muerte del Mesías. Todo aquello ocurrió «para que se cumpliera la Escritura» (Jn 19,36). Sin embargo los Sumos Sacerdotes hacen apelación aquí de una norma particular del Levítico: «Quien blasfeme el Nombre de Yahveh, será muerto» (24,16). Y Jesús ha sido declarado reo de blasfemia por el Sanedrín.

Las leyes humanas no son siempre las leyes de Dios. Y, sobre todo, los juicios de los hombres están, a veces, muy lejos de la forma en que Dios juzga.

No querría que fueras un escéptico, pero tampoco un ingenuo que «canoniza», sin discreción, el orden establecido. Los judíos acusaron a Jesús, en primer lugar, de hacerse pasar por rey, cosa que Pilato podía comprender. Al no prosperar la demanda, ahora es acusado de blasfemia ante aquel romano que no conocía el libro de la Ley. Así, a base de componendas, de arreglos, de tergiversaciones, de «negociaciones», marcha nuestro mundo. ¿Dónde queda la verdad, amigo del Señor, en medio de todo eso?

Prométele a tu Maestro que defenderás la verdad donde se encuentre, cueste lo que cueste, con rectitud y transparencia. Verás cómo, si lo haces con humildad, pero también con vehemencia, él te ayudará a cumplirlo.


4. ¿De dónde eres tú

El Procurador, supersticioso, teme al saber que Jesús se hace hijo de Dios. Aquella majestad con que el Señor proclamó su realeza, aquella dignidad y entereza con que soportó el castigo y la humillación, lo han impresionado vivamente. No quiere tener problemas con los judíos, pero mucho menos con un dios venido a la tierra. ¡Y aquellos sueños de su mujer...!

Por eso realiza un último interrogatorio. «¿De dónde eres tú?» Pilato sabe que el Señor es galileo, por eso lo remitió a Herodes. Pero ahora no le pregunta dónde ha nacido, sino más bien ¿quién eres tú?, ¿eres hombre o semidiós?

Esta pregunta de Pilato ha continuado resonando a través de la Historia. Millones de hombres y mujeres se la han formulado. Quizá, de alguna manera, tu también se la hagas al Maestro ahora.

Su silencio, aparente, hace que algunos terminen desentendiéndose del problema, o negando el misterio. Ya sabes que lo que ocurre es que el Señor te deja a ti dar la respuesta. Así podrá medir la hondura de tu fe. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29).

Ante el Ecce Horno puedes responder mejor que nunca. Recógete y contémplalo, en su miserable apariencia. También desde los sentimientos de su Corazón. ¿Necesitas todavía que se te sugieran las palabras?


ORACIÓN

Jesús mío, por mí has querido hacerte escaparate de todos los pecados y maldades que cometemos. Para que contemplando en ti las huellas que han dejado, yo me horrorice de ellos y los repudie con todas mis fuerzas.

Tu aspecto es lamentable y mueve a compasión a un pagano como Pilato. Tanto él como Juan Bautista te señalan con el dedo. La voz del Padre te manifiesta y me manda que te escuche.

Sin embargo yo me olvido muchas veces de tus heridas para mirar, sin desagrado, mis propias imperfecciones. No me muevo a compasión por ellas, porque rara vez encuentro tiempo y ganas para considerarlas. Ahora me asombro de mi frialdad y de mi pereza.

Padre Santo, manda a tus ángeles que me inflamen en el fuego de su amor, para que pueda llorar los dolores y vergüenza de mi Señor. Ya que yo no sé aprovecharme de su vista, no dejes tu de mirarlas para poder compadecerte de mí.

Señor Jesús, con tu ayuda ya no saldré más a buscarte al camino de la facilidad y las comodidades. Tú has salido fuera, con la corona de espinas puesta. Así has querido dejarte ver por mí, para mostrarme el verdadero camino: aquel en cuyo fondo se divisa —como faro, como señal, como meta— la cruz, y por el que no hay peligro de extraviarse.

Ahora eres juzgado sin misericordia por el pueblo que pide tu muerte; y ahora muestras tu mayor misericordia, ofreciéndote humillado ante mis ojos, para que acepte la salvación que me traes. Ahora es tiempo de conversión.

Mañana vendrás, oh Señor, como Juez justo a juzgar a tu pueblo; mañana me harás ver cada señal, cada herida, cada marca, que yo dejé impresa en tu cuerpo... y seré yo el avergonzado.

Enséñame, único Maestro mío, a conformar mi vida en la escuela de tu Pasión, para que aquel día no me sorprenda, como ladrón, en un cobarde silencio, o en un clamoroso ¡crucifícale!

Que yo aprenda a seguirte ahora en la pena, para que pueda entonces seguirte en la gloria. Amén.


ORACIONES BREVES

«Dentro de tus llagas escóndeme».

«Aquí tenéis al Hombre».

«Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

«¿De dónde eres tú?».

«No tenía apariencia ni presencia».