VII. EN CASA DE CAIFÁS


TEXTO BÍBLICO

«Los que prendieron a Jesús lo llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos ( ..).

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús, con ánimo de darle muerte, y no lo encontraban a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos.

Al fin se presentaron dos que dijeron: —Este dijo: Yo puedo destruir el Templo de Dios, y reconstruirlo en tres días. Entonces se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: —¿No respondes nada? ¿ Qué es lo que éstos atestiguan contra ti? Pero Jesús seguía callado.

El Sumo Sacerdote le dijo: — Yo te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Le dice Jesús: —Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que, a partir de ahora, veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: —¡Has blasfemado! ¿ Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Respondieron ellos diciendo: —Es reo de muerte».

(Mt 26,57-66)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mc 14,53-64; Lc 22,66-71; Jn 18,24.

Sal 35 (34): «Se presentaban testigos falsos, me acusaban de cosas que ni sabía, me pagaban mal por bien, dejándome desamparado... Señor mío, defiende mi causa, júzgame según tu justicia...»

Jn 2,1822: «Destruid este Templo y en tres días lo levantaré... Pero él hablaba del Templo de su cuerpo».

Is 53, 7:: «Fue oprimido y él se humilló y no abrió la boca. Como cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca».

Sal 27 (26): «se levantan contra mí testigos falsos que respiran violencia... Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».


PUNTOS

  1. Se presentaron muchos falsos testigos.

  2. Jesús seguía callado.

  3. Tú lo has dicho.

  4. ¡Ha blasfemado!


MEDITACIÓN

1. Se presentaron muchos falsos testigos

Los enemigos de Jesús buscan un falso testimonio contra él. El juicio está concluido antes de empezar, y la sentencia dictada.

Sin embargo, ¿en virtud de qué condenar al que había pasado haciendo el bien? Ciertamente no era válido el testimonio de la muchedumbre de enfermos curados: paralíticos y tullidos, ciegos y leprosos. Tampoco el de aquellos publicanos, el de aquellas pecadoras, que habían cambiado radicalmente sus vidas, volviendo fervorosamente a Dios.

Las críticas de Jesús contra la hipocresía religiosa, contra la codicia desmedida, contra la ambición de los poderosos, y contra la falta de amor y compasión por los pobres, le valieron hace ya tiempo la condena a muerte. Y los observantes estrictos de la Ley van a romper en mil pedazos sus preceptos, para llevar a cabo un simulacro de proceso, inicuo y contrario a todas las normas procesales.

Sin darnos cuenta, ¡nos hacemos tan inconsecuentes! ¡Tenemos tanto que defender!: nuestras posiciones adquiridas, nuestras comodidades, nuestras ideologías...

Escucha esto: aquellos que no viven como piensan, terminan pensando de la misma manera desordenada en que viven. ¿Te pasará a ti algo parecido? Tal vez te ayudará a encontrar la respuesta, el contemplar al Señor ante sus jueces, en silencio, sin preguntar nada, porque...


2. Jesús
seguía callado

«Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el sol..., su tiempo el callar y su tiempo el hablar» (Eclo 3,1.7). Hasta aquí el Señor ha hablado y enseñado públicamente en calles y plazas, en aldeas y campos, en las sinagogas y en el Templo. Ahora es el tiempo de beber el cáliz, de enseñarnos —a nosotros— con el ejemplo.

Y mayor signo debe parecernos éste, que todos los que obró en sus años de vida mortal.

Fácil le hubiera sido defenderse de aquellos falsos testimonios. Con sus palabras acertadas, llenas de gracia y verdad, podría haber hecho su defensa ante el Pontífice, dejando en evidencia a todo el Sanedrín. «Jamás un hombre ha hablado como habla este hombre» (Jn 7,46), dijeron los guardias que habían sido incapaces de arrestarle, porque no había llegado su Hora.

Pero calla. Y aquel silencio es muy embarazoso para quienes no tienen tranquila la conciencia.

Cuando tú ardes de indignación, o te consumes de amargura o despecho, porque escuchaste alguna crítica —¿totalmente injusta?—, alguna murmuracioncilla poco caritativa contra tu persona; cuando te sientes herido en lo más hondo por aquella represión que te hicieron, o por aquel comentario menos favorable, o sólo por aquella mirada severa... ¿sabes callar? ¿Guardas tu silencio interior? ¿Procuras conservar la paz, la serenidad espiritual? ¿No? Pues ¿cómo podrás llamar entonces Maestro a tu Señor?

Aprende a olvidarte un poco de tu honra y de tu estima, y a cuidarte de la suya. Bebe con él, si eres verdadero discípulo, algo de su cáliz.


3. Tú lo has dicho

La impaciencia, la rabia y el bochorno de Caifás han estallado, e histéricamente invoca a Dios para obtener una respuesta. Para sus propósitos aquel medio fue bueno, pues si se trataba de hacer hablar a Jesús, ninguno mejor que conminarle, en nombre de su Padre, a dar testimonio.

Y el Señor habla con majestad; porque tiene su tiempo el hablar. Para que tú aprendas que, si bien puedes callar tu propia defensa, jamás te es lícito disimular el testimonio de Dios, aun en circunstancias extremas de persecución.

¿Cristianos cobardes? ¡No merecen llevar el nombre de Cristo!

En una sociedad que se olvida de Dios y sus derechos, que reniega de Cristo y su doctrina, tú no puedes callar tu confesión, no puedes disimular en aras de la «pacífica convivencia», de la «buena educación», de la «tolerancia sin fanatismos», del «respeto de las creencias de otros», de la «aceptación del pluralismo»...

Muchos nombres pueden maquillar nuestra falta de compromiso, nuestro alineamiento con los poderes fácticos, por miedo a la Pasión del Señor.

Pero tú te das cuenta que contemplar esa Pasión te obliga a definirte: o con Jesús, o con sus jueces. No caben términos medios.


4. ¡Ha blasfemado!

El Pontífice quiere ser, al mismo tiempo, juez, acusador y testigo del delito. Y aquellos hombres, que no quieren la verdad, sino la muerte de aquel cuya vida es ya un reproche para su proceder, se tapan los oídos escandalizados de escuchar a la Verdad, de quien el Padre había dicho: «Este es mi hijo amado en quien me complazco: escuchadle» (Mt 17,5). Fingen sentir una santa cólera, celosos de la gloria de Dios, cuando en su interior se alegran de haber encontrado un motivo para perderle.

De esta manera aquellos blasfemos condenaron por blasfemia al mismo Dios. De esta manera Israel, por sus representantes, rechazó al Mesías esperado por los siglos. Y ésta ha sido la consecuencia, casi natural, de un actuar en apariencia prudente y seguro.

Por eso tú, amigo del Señor condenado, sigue su mandato, y nunca juzgues ni condenes. Mira que es fácil equivocarse. Mira que la medida con que midieres servirá para medirte. Mira que puedes volver a sentenciar a tu Maestro.

Y ahora arrepiéntete de tus ligerezas, de tus juicios temerarios o calumniosos, de tu murmuración y de tus condenas. Que también por todo ello va el Señor a la Pasión.


ORACIÓN

Señor Jesús, tu silencio en este proceso inicuo me desconcierta. Es el silencio de todas las víctimas que ha habido y habrá en el mundo, que no pudieron defenderse. El silencio de todos aquellos a los que yo hice callar, de todos aquellos a quienes no quise escuchar. Lo sé.

Pero, ¿por qué tú, la Palabra del Padre que estaba desde el principio con Dios, y por quien se hizo todo, no aceptas tu defensa? ¿Por qué tu única afirmación no la justificaste, la probaste citando las Escrituras que, desde Moisés a los profetas, hablaban de ti? ¿Por qué no hiciste algo? Algo que yo pueda comprender.

Señor, soy hombre de mi tiempo, acostumbrado al ruido y al charloteo incesante de nuestra cultura demencial, menos humana que la que tú conociste entre nosotros.

Muchas veces querría hacer silencio en mi vida por un tiempo, y ya sabes lo que me cuesta. Cuando quiero orar, como ahora, todas mis inquietudes, mis ocupaciones, mis recuerdos, me asaltan furiosamente.

Y te contemplo a ti callado, sin poder callar yo, ni por fuera ni por dentro. Te veo humillado, paciente ante la acusación injusta: yo, que clamo cuando tocan al más mínimo de mis derechos.

Tú has hecho la ofrenda de tu vida por los hombres tus hermanos. La sellaste con sudor de sangre en Getsemaní. Ahora te dejas llevar de tu aceptación incondicional a la voluntad del Padre.

Has podido escapar muchas veces al deshonor, al sufrimiento y a la muerte. Y no lo has hecho. Sólo pediste por los tuyos, para que no se pierda ninguno, para que no se escandalicen.

Tu silencio no es pasividad. Es oración que brotaba de lo hondo de tu Corazón, por nosotros, por mí, Señor, que no sé callar porque no sé amar. Por mí, pobre pecador, que no cesa de justificarse, ni siquiera ante ti.

Dame un poco de esa entrega tuya al Padre, hasta hacerte reo de muerte. Déjame que, puesto que no tengo nada mío bueno que ofrecer al Padre, le presente tu oración, tu amor y tu entrega redentores.

Y enséñame a hacer en mí ese silencio que brota del amor. Amén.


ORACIONES BREVES

«Tú lo has dicho: YO SOY».

«El hablaba del templo de su cuerpo».

«Este es mi Hijo amado: escuchadle».

«Señor, defiende mi causa».

«Se humilló y no abrió la boca».

«Sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor».