IV. ENCUENTRO DE JESÚS CON SU MADRE


TRADICIÓN

La Virgen María, informada por Juan de la condena a muerte de su Hijo, salió con aquél y con algunas piadosas mujeres, por las calles de Jerusalén, en busca del amor de su alma. En la Vía Dolorosa, Madre e Hijo se vieron por unos instantes; luego continuó la comitiva, quedando el Corazón de nuestra Señora atravesado por una espada de dolor.


TEXTOS BÍBLICOS

Lc 2,33-35: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción. Mientras que a ti una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Sal 22(21): «... al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza... Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre; desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios».

Is 49,14-17: «¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas?»

Lm 1,12: «Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta». 2. ° Tim 3,10-13: «;Cuantas persecuciones hube de sufrir! Y de todas me libró el Señor. Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones».

Sal 86(85): «Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava».


PUNTOS

  1. María encuentra a su Hijo en la Vía Dolorosa.

  2. Jesús continúa su camino.


MEDITACIÓN

1. María encuentra a su Hijo en la Vía Dolorosa

Se nos encoge el corazón pensando en lo que tuvo que este encuentro. Si unas piadosas mujeres de Jerusalén lloraban y se lamentaban desoladamente por Jesús, ¿qué no sentiría la Santísima Virgen al ver en ese estado a su Hijo?

El, «el más bello de los hombres» (Sal 45,3), está completamente desfigurado. Ha recibido tantos golpes en la cara, que tiene el rostro tumefacto y los labios hinchados. Camina encorvado, con su corona de espinas, todo cubierto de sangre.

Miremos a María un momento. Mirarla a ella no es nunca apartar los ojos de Jesús. Hace mucho tiempo salió de sus labios aquella confiada entrega a la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). También había escuchado la profecía de Simón: «Una espada te atravesará el alma» (Lc 2,35).

María conoce la voluntad del Padre; la ha ido aceptando a lo largo de estos años, y sabía que esto tenía que suceder. Y sin embargo... allí está, transida de dolor, queriendo aliviar, como sea, el de su Hijo.

Los soldados y la multitud le impiden acercarse tanto como quisiera. Pero las miradas de la Madre y el Hijo se cruzan. ¡Qué dolor terrible para ella el ver así al Señor, y qué dolor no recibiría éste, viendo en esas circunstancias a su Madre!

Y, sin embargo, qué consuelo, al mismo tiempo, la presencia de la única persona que comprendía su sacrificio, de la criatura que le amaba más que ninguna otra en todo el mundo, y a quien él prefería a los ángeles.

Acompaña a María, tu Madre, como Juan. Dile que son tus pecados los que han puesto así a tu Hijo, pero que, también por ellos, él quiso hacerse hombre en su seno purísimo; y que por nuestra fragilidad nos la entregó a ella por Madre de misericordia.

Consuela su dolor con tu devoción, y une tus lágrimas a las suyas.


2. Jesús continúa
su camino

Ni Jesús ni María pudieron articular palabra a la vista del otro. María ahogada por los sollozos, y el Señor oprimido por una pena profunda que ponía un nudo en su garganta. Pero una mirada breve les bastó para decirse todo cuanto querían y podían.

Los soldados fuerzan a Jesús a continuar, y él, con su acostumbrada mansedumbre, tampoco se resiste ahora. Sólo en la cruz volverá a ver a su Madre, y alcanzará a dirigirle algunas palabras.

Ahora tu Maestro no necesitó más que la mirada de María para confirmar lo que ya sabía. Que ella preferiría mil veces ser tratada como Jesús, y aún peor, y ser crucificada, con tal de que no lo fuera su Hijo. Que ya había de ser así, querría con vehemencia morir con él, antes que vivir estando él ausente. Pero que en todo se sometía a la voluntad del Padre, y que aceptaba una crucifixión mística, quedándose entre nosotros para confortar a los apóstoles y ser Madre de la Iglesia naciente.

Eso agradó al Señor más que cualquiera otra atención o llanto que se hiciera por él. Le hubiera gustado detenerse y consolar a su Madre, y recrearse en su rostro queridísimo.

Pero le urgía tu salvación.

Dile ahora, despacio, lo que te gustaría hacer o padecer por él. Dile cuánto amas a su Madre, que es también la tuya, y cómo querrías reparar todo el dolor y las ofensas que sus inmaculados Corazones han sufrido por ti.

Dile qué tormento grande es el vivir cuando él parece ausente, y cómo preferirías morir a apartarte de él por el pecado. Pídele gracia para poder continuar el camino.


ORACIÓN

Maestro bueno, contemplándote en este momento del Vía Crucis, uno se preguntaría si el Padre te ha enviado, como al huerto de Getsemaní, un ángel para confortarte en tus sufrimientos. Pero no, la visión que tan profundamente te conmueve no es de un ángel, sino de una criatura humana, la Reina de los ángeles. «Ahí está tu Madre que te busca».

Dulce Jesús, ¿era preciso que ella te contemplara así? A María no le había sido dado el consuelo de verte transfigurado en el Tabor. Ella no fue testigo de tus milagros, excepto el de Caná, al principio. Se le pidió que creyera sin ver la gloria; y ella siguió creyendo hasta el pie de la cruz, cuando todo invitaba a la amargura y la desesperanza.

Amado Señor, a un precio muy alto me enseñas que contemplar los sufrimientos de tu Pasión es el medio privilegiado de unirme — también yo— a tu obra de redención. Por eso quisiste que tu Madre fuera testigo de excepción de la misma, y que, con su comprensión, se hiciera corredentora.

Sin embargo, Señor, me parte el corazón el ver a tu Madre en la Vía Dolorosa. Tú quisiste cargar con la cruz de nuestros pecados, y pagar el rescate debido por ellos. Y esto conllevaba que el corazón de María fuera atravesado por una espada de dolor. ¡Pensar que he sido yo el culpable de tanta pena que ella pasó al verte! ¡Pensar que fui yo el motivo de aquella separación desgarradora que se produjo cuando tú continuaste tu camino...!

Que jamás olvide, Maestro mío, el precio tan excesivo con el que fui comprado y sellado para ti.

Madre de Jesús y madre mía, haz mi corazón semejante al tuyo. Purifícame de mis egoísmos, de mis insensibilidades, de mis frialdades, con el fuego del Espíritu que tú posees en abundancia. A mí, que he visto sufrir a tantos hermanos míos permaneciendo indiferente. A mí, que he causado tanto dolor, incluso a aquellos que más me querían.

¡Oh Santa Madre de Dios!, mira todas las tribulaciones de tus hijos en este valle de lágrimas, ten compasión de ellos, como la tuviste de Jesús, y después de este destierro muéstranos, en la gloria, al fruto bendito de tu vientre.
 

ORACIONES BREVES

«Una espada te atravesará el alma».

«Virgen Dolorosa, rogad por nosotros».

«Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor».

Este está puesto como señal de contradicción».

«Salva al hijo de tu esclava».

«Desde el vientre materno tú eres mi Dios».

«¿Puede una Madre olvidarse de su criatura?».