II. JESÚS CARGA CON LA CRUZ


TEXTO BÍBLICO

«Tomaron, pues, a Jesús, y él, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota...»

(Jn 19,16-17)


OTROS TEXTOS

Gen 22,1-18: ««Toma a tu hijo... al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes... Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac... y se fueron los dos juntos».

Sab 10,4-6: «Cuando... la tierra se vio sumergida, de nuevo la Sabiduría la salvó conduciendo al justo en un vulgar leño».

Sal 123 (122): «A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo... Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios...»

Sal 121 (120): «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

Lc 9,23-26: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (también en Mt 16,24-27 y Mc 8,34-38).

Is 30,30-21: «... con tus ojos verás al que te enseña, y con tu oído oirás detrás de ti estas palabras: Ese es el camino, id por él...»


PUNTOS

  1. El cargó con su cruz.

  2. Salió hacia el Calvario.


MEDITACIÓN

1. El cargó con su cruz

Una vez pronunciada la sentencia y entregado Jesús a sus verdugos, no queda sino ejecutar la sentencia. Y a ello se procede inmediatamente.

¡Ahí está la cruz! No era esa cruz pulida, de rica madera y engastada de metales preciosos; no esa cruz cubierta de flores que se venera en mayo en muchos de nuestros pueblos; no esa joya que tal vez se lleva de adorno sobre el pecho.

La Cruz del Señor es un madero tosco y sin desbastar. Sólo su vista hace estremecer a cualquier hombre: instrumento del tormento más cruel, más doloroso y más infamante que se había podido inventar.

Es posible que un escalofrío sacudiera también —¿por qué no?—la delicada sensibilidad de Jesús. ¿Qué sentiría al escuchar los alaridos desesperados de aquellos dos malhechores que sacaron a crucificar con él? Muy seguramente éstos no esperaban ser ejecutados aquel día, la víspera de la Pascua. Se aprovechó la ocasión que brindaba la condena a muerte del Señor, tan urgida por los judíos, para cumplir también la de aquellos desventurados; así se le restaba, además, importancia a la de Jesús.

Y a los alaridos se unirían los insultos, pues por culpa de aquel loco se les privaba de algunos días más de vida, de la esperanza que nunca se pierde...

Tu Maestro, sin embargo, domina el estremecimiento de su humanidad. El, que se ha preparado muy largamente a este momento. No es tiempo de echarse atrás, sino de abrir los brazos para abrazarla.

¡Y en ese abrazo te estrecha también a ti, a nosotros, a la humanidad pecadora de todos los tiempos!

La cruz es pesada, pero el amor da fuerzas. Así Jesús la carga sobre sus hombros ensangrentados por los latigazos y no la soltará hasta llegar al Calvario. La cruz que es el peso de nuestros pecados, el precio de nuestra redención. La cruz en que se va a clavar tu condena.


2. Salió hacia el Calvario

Con paso vacilante Jesús sale. Sus fuerzas están muy debilitadas y la cruz le estorba la marcha, produciéndole con sus oscilaciones un dolor insoportable.

Los sumos sacerdotes, llenos de un odio satánico, lo cubren de injurias en cuanto lo ven aparecer. Muchos se mofan de él, otros gritan, todos se empujan para ver pasar al triste cortejo del que el Señor es el principal espectáculo.

Lo siguen, a golpe de látigo, los dos malhechores, portando cada uno su cruz. Los custodian unos soldados.

De los dos malhechores, uno de ellos va a tener una conversión repentina e inesperada en la cruz. Otro no. Fíjate la importancia de marchar con Jesús haciendo el camino de la cruz, pues hubo quien se aprovechó de él hasta el punto de enmendar, al final, una vida malgastada.

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9,23). Delante de la cruz no te rebeles. De esa cruz nuestra que son los fracasos, las pruebas, las tentaciones, el aburrimiento de la vida cotidiana, el trabajo crucificante, la fatiga, la incomprensión y la enfermedad. Acuérdate entonces más bien de tus pecados; acuérdate de que tienes un Padre en el cielo que te ama, como amaba a Jesús, y que no dejará que la prueba supere tus fuerzas.

Pídele con toda tu alma valor y fe para ver en la cruz tu misión y su voluntad amorosa. Pídele paciencia y generosidad. Pídele, en nombre de tu bien amado Maestro, el poder comenzar cada día con un «sí» en los labios y en el corazón: el «vía crucis» de tu vida.


ORACIÓN

Señor mío, ha llegado el momento de emprender la marcha. La cruz te espera. Los verdugos han preparado ya todo en el Gólgota.

Durante unos pocos años has recorrido el país, siempre a pie, esparciendo, como un buen sembrador, la semilla de tu Palabra.

Ahora te queda por realizar el último tramo, el más difícil, pero el que más ansiabas. Aquel cuyo pensamiento te hacía caminar más deprisa que los apóstoles, adelantándote a ellos, en tu última subida a Jerusalén.

Por eso levantas tus ojos nublados al cielo y le dices una vez más a tu Padre: «Hágase tu voluntad. Holocaustos y sacrificios no quisiste, pero me has dado un cuerpo. He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Y a continuación cargas, sin ofrecer resistencia, con la cruz que los hombres te ofrecemos. Con la cruz de nuestras rebeldías y miserias, de nuestra muerte y de nuestro egoísmo. La cruz, también, de nuestra falta de abnegación y penitencia, de nuestros caprichos y superficialidades.

Preciso era que tú la tomaras, pues yo tantas veces la rehuí.

Ayúdame, buen Jesús, a comprender todo el abismo insondable de sufrimientos y humillaciones que has consentido abrazando la cruz: el peso insoportable del madero en tus espaldas llagadas, las blasfemias y sarcasmos del populacho, que no compadece a los perdedores... y todo lo que ocurrirá en el Calvario.

Concédeme la gracia de seguirte toda mi vida, llevando mi propia cruz, sin protestar, sin desfallecer, sin murmurar, por pesada que sea. Porque no hay nada que yo desee con más fuerza que el ser tu discípulo.

Tú viste en ese leño mi salvación, y por eso lo tomaste decididamente; que yo no retroceda nunca ante el sacrificio generoso por los demás.

Maestro mío, enséñame a caminar siguiendo tus huellas. Si el camino es áspero me consolaré pensando que tú lo recorriste primero, y encontraré en él mis delicias identificando el rastro de tus pisadas.

Contigo, ahora, quiero ofrecerme al Padre, con mi trabajo de cada día y mi oración, con mis sufrimientos y alegrías, en reparación de todos nuestros pecados y para que tu Reino venga. Amén.


ORACIONES BREVES

«El cargó con la cruz de nuestros pecados».

«Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo».

«Toma tu cruz cada día y sígueme».

«El auxilio me viene del Señor».

«Misericordia, Señor, que desfallezco».

«Mándame ir tras de ti».