CARLO MARTINI

EL EVANGELIO ECLESIAL DE S. MATEO
(Selección)


VOCACIÓN

 

-Conciencia del pecado y vocación

 

¿Cómo se puede unir directamente una consideración de nuestra verdad ante Dios, de nuestro pecado y su misericordia, con la llamada? A mí me parece que esta unión la encontramos ya en la Biblia: en el mismo momento en que Dios hace tomar conciencia a un hombre de su incurable situación de pecado, contemporáneamente este hombre, ya colocado en la verdad, está listo para la llamada.

Basta citar algún ejemplo que todos ustedes conocen, como la vocación de Isaías (Is/06/05ss): "Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y vivo entre un pueblo de labios impuros". Un hombre, pues, al que, ante la majestad de Dios, se le hace evidente la propia situación de pecado, personal y colectiva. A él se le envía el querubín que le toca la boca y le dice: "Mira, esto ha tocado tus labios: tu iniquidad ha sido suprimida, queda expiado tu pecado. Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: Heme aquí, mándame a mí. El me dijo: Vete y dile a este pueblo...".Por consiguiente, aquí tenemos juntas la percepción de la incapacidad del hombre para salir de una situación tan ambigua, como la suya y la del pueblo, y la llamada de Dios: las dos intuiciones se ponen en el mismo momento.

Algo semejante encontramos en la llamada de Jeremías,(/Jr/01/06ss). Ante la palabra de Dios, dice Jeremías: "¡Ay de mí, Señor, no sé hablar, soy un muchacho!". Reconoce sus límites, su poquedad: ¿qué soy yo, qué sabiduría tengo? Pero el Señor le dice: "No digas: soy un muchacho, sino ve a los que te voy a enviar, anuncia lo que te mandaré". El Señor, pues, interviene sobre la verdad que Jeremías reconoce.

Por lo demás, también en el Nuevo Testamento, en la llamada de Pedro, Lucas se expresa exactamente así, (/Lc/05/08ss), ante la extraordinaria manifestación de la bondad de Jesús, Pedro dice: "Apártate de mí que soy un pecador", y Jesús: "No temas, serás pecador de hombres".

Para Pablo también, en el fondo, la llamada es manifestación juntamente de acogida del pecador y de Dios. Sobre todo está claro en la última narración, la teológicamente más elaborada: Hch/26/15ss. "Yo soy Jesús a quien tú persigues". La verdad de la situación equivocada de Pablo le cae encima; inmediatamente después continúa: Levántate y ponte en pie; que me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo tanto de lo que has visto como de lo que te haré ver".

Esta unión, por tanto, se encuentra varias veces expresada en la revelación bíblica; nos puede, pues, servir muchísimo para profundizar nuestra experiencia, la de llamada pastoral, que se basa en el conocimiento de la propia pobreza, y la de llamada apostólica en general, que también se basa en el conocimiento de lo poco que somos y de lo mucho que Dios, fiándose de nosotros, nos llama a ser.

 

-Algunas situaciones bautismales.

Entonces les propongo para su lectura meditativa nueve situaciones bautismales, es decir, las nueve narraciones de curación que Mateo condensa, inmediatamente después del discurso de la montaña, en los capítulos 8 y 9, divididos en tres grupos, sobre los cuales siguen discutiendo los exégetas.

Ayer no más leía el último comentario, muy bien hecho, del P. Savourin, del Pontificio Instituto Bíblico, que discute todas las opiniones anteriores: ¿por qué Mateo ordenó así estos milagros, cambiando el de Marcos? En realidad no sabemos por qué, seguimos tratando de entender.

Por eso yo también les propongo mi modo de entender, una lectura eclesial de estos nueve milagros. Ante todo me parece importante recordar estos milagros, que vamos a ver brevemente: curación del leproso, del siervo del centurión, de la suegra de Pedro. Un breve intermedio narrativo y luego los otros tres milagros: los dos endemoniados gerasenos, la tempestad calmada, el paralítico a quién se le perdonan los pecados.

Otro intermedio narrativo y finalmente los otros tres milagros: la hija de Jairo y la hemorroísa, los dos ciegos que gritaban: "Hijo de Dios, ten piedad de nosotros" y un mudo endemoniado. Sigue un resumen final: Jesús que sigue recorriendo ciudades y pueblos enseñando y predicando.

Es claro que esta sección la concibe Mateo de modo unitario, reuniendo los milagros que, en cambio, Marcos y Lucas dejaron dispersos; por eso tiene un significado particular. Quien lee el discurso de la montaña, como hemos tratado de hacerlo nosotros, queda impresionado y dice: ¿quién podrá practicar todo esto? ¿Quién podrá llegar a ese estado de corazón indefenso hasta el punto de dejarse pisotear con gusto? ¡Nadie! ¿Quien puede entender este trastorno del modo de ser con los demás que permite el perdón de los enemigos, el amor a quien lo explota?.

Parece la descripción de un hombre nuevo tan distinto que nos parece absurdo e irrazonable. Aunque logremos, con la gracia de Dios, comprender que aun lo que parece paradójico es el único comportamiento que nos permite vivir juntos con amor, aún entonces decimos: ¡Señor, no puedo más!.

Esto lo sabe muy bien Mateo, por eso pone en relación dinámica el discurso de la montaña con estos nueve milagros de Jesús. Tenemos que leerlos en conjunto, de lo contrario nos asustamos y decimos, como se ha dicho muchas veces, que el discurso de la montaña es una moral escatológica, que sirve muy bien para los tiempos definitivos, pero no para nuestro tiempo, en el que la aplicamos como podemos; o también podemos creer que se trata de exageraciones o que sencillamente se trata de una moral de los consejos. Pero Jesús nos da "consejos" que nos dicen cómo ser hombres auténticos en auténticas relaciones humanas; por tanto, si no los ponemos en práctica, nos privamos de una parte de humanidad.

Me parece, entonces, que ninguna de estas interpretaciones capta hasta el fondo la seriedad del discurso de la montaña. En cambio, me parece que Mateo nos muestra toda la seriedad cuando dice, en el capítulo 9, 35: "Jesús recorría las ciudades y las aldeas enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia". El Señor nos da aquí la clave del verdadero modo de vivir y también la compasión por nuestra incapacidad de vivir así, junto con la promesa de estar con nosotros. El que obra esta nueva vida, de ser El que nos sana.

He aquí por qué yo llamo a estos milagros "situaciones bautismales", en las que leo lo que Mateo espera de quien ha tomado en serio el discurso de la montaña. Que uno diga, como el leproso: Señor, si quieres, puedes curarme; o también, como el centurión: Señor, yo no soy digno que tú entres en mi casa, pero di una palabra y todo quedará arreglado.

El discurso de la montaña debe suscitar en nosotros la actitud bautismal de petición de curación, de purificación, de poder salir de situaciones imposibles, como la de David después del pecado. Así son estos enfermos, absolutamente impotentes para ayudarse, y el Reino de Dios viene a ellos con el ofrecimiento del poder de Jesús y de la Trinidad, que cambia al hombre en el Bautismo.

Así propongo yo leer estas situaciones, colocándonos de modo particular en las que el Señor nos sugiere que vivamos. Si Mateo transmitió estas cosas para su comunidad, fue porque pensaba que tenían un valor permanente, esto es, que el cristiano podía en la oración, con verdad y sin artificio, revivir estas situaciones ante el Señor, que está con nosotros todos los días, en estas realidades narradas y proclamadas como fuerza de Dios para nosotros.

Por eso, yo me limito simplemente a invitarlos a leerlas, examinando antes su estructura. Preguntémonos: qué clase de situaciones es esa en la que Jesús interviene, cuáles son las actitudes de oración y de diálogo de los que son curados por Jesús, cómo se refleja en todo esto mi situación y mi diálogo con el Señor.

 

-Actitudes dialogales abiertas.

Las primeras tres situaciones se refieren a simple enfermedad, que aparece exteriormente a los ojos de todos: el leproso, es evidente, no tiene necesidad de que nadie le señale su mal, él mismo la siente y no puede salir de ella; sólo puede decir: Señor, si quieres, puedes curarme. El siervo del centurión y la suegra de Pedro también sufren sus males visibles, los interesados no pueden hacer nada y el Señor interviene para curarlos.¿Cuáles son las actitudes de diálogo de estas tres personas? La primera actitud es muy bella: Señor, ¡si quieres, puedes sanarme! /Mt. 08/02 ¡Cuánta fe en esta palabra, cuánta seguridad de que Jesús es la encarnación del poder de Dios misericordioso para con un pobre leproso, por el que nadie se interesa! Parece casi decir: Señor, hasta ahora nadie se ha interesado por mí; nadie ha podido hacer nada; soy un desamparado, un rechazado, un ser que tiene que esconderse, pero tú, si quieres, tienes una palabra para mí.

El centurión tiene también una actitud perfectamente dialogal. /Mt. 08/05-13 Primero se limita a decir: Señor, mi siervo sufre terriblemente. Se sobreentiende casi: sé que a los ojos del mundo vale poco, porque es un esclavo de quien nadie se interesa, pero para ti vale mucho, sé que tú amas también a los humildes. Este hombre sufre, y por tanto te interesa más: hay ya una apertura al Señor poderoso. Se añade también una gran percepción de sí: Señor, ¿quién soy yo que vengo y te llamo a mi casa? Es cierto, a mí se me considera una autoridad, pero ¿ante ti quién soy? Aquí se reconoce claramente al Señor.

El tercer milagro aparentemente no tiene diálogo, pero se lo alcanza a ver por el contexto: la suegra de Pedro, que está en cama por la fiebre, tal vez ni siquiera puede hablar, pero su misma presencia silenciosa es una petición; Jesús la toca con la mano y la fiebre desaparece.

Son tres modos de estar ante el Señor; cada uno corresponde a diversas situaciones, a diversos tipos de diálogo, aún modo, pero abierto al Señor. Son tres situaciones en las que una enfermedad externa, visible, clara, que los hombres no son capaces de curar, se la somete con gusto al poder del Señor.

 

-Situaciones dialogales complejas.

En la segunda serie que comienza en el capítulo 8, 23 y siguientes, encontramos tres situaciones más complejas, en las que entran en juego fuerzas cósmicas a las que se les tiene miedo. La tempestad, para los antiguos, era como la personificación del mal, ante la que el hombre no sabe cómo reaccionar y se siente como aplastado. Los endemoniados son también víctimas de fuerzas adversas, incomprensibles, secretas. Más aun el tercer caso, que por revelación de Jesús aparece un pecador, por tanto tiene un mal que nadie conoce, pero que Jesús ha intuido, aunque oculto en profundidad. Aquí Jesús es Aquel que entra en la complejidad de las situaciones humanas, en las que no sólo se encuentra la debilidad personal, sino un convergir de fuerzas cósmicas, sobrehumanas, en las que uno se encuentra sumergido, y que parecen inextricables y a cuyo encuentro viene el Señor.

Notemos la diversidad de las actitudes dialogales. La primera es aparentemente clara. /Mt. 08/23-27:Los apóstoles en la tempestad dicen: ¡Señor, sálvanos, estamos perdidos! Las olas amenazan la barca, y Jesús duerme. Pero Jesús revela que esta actitud aparentemente clara, no lo es de ninguna manera"... ¿por qué teméis, hombres de poca fe?". En la petición misma de los apóstoles él denuncia algo que no está bien; acepta la oración, pero al mismo tiempo la corrige porque es una oración ansiosa.

Si Jesús nos inspira que nos pongamos en esta situación, querrá decirnos: tu oración no siempre me gusta; a veces parece confiada, pero en realidad está llena de ansiedad que no me honra. No es como la del centurión, que deja todo en sus manos. Hay la ansiedad de quien quiere salvarse con los remos, con el timón y luego también con el Señor, pero está dividido entre la salvación que quiere por sí mismo y la que acepta del Señor: es la situación de quien todavía no ha comprendido claramente quién es el Señor para él.

En efecto, dicen los discípulos: "¿Quién es éste a quien los vientos y el mar le obedecen?". Esta frase nos maravilla un poco. El leproso sabía quién era Jesús y tiene un comportamiento exacto a su respecto; el centurión romano sabía y Jesús también lo alaba: "No he hallado a nadie con una fe tan grande en Israel". En cambio, los apóstoles, que están cerca de Jesús, reciben un reproche.

Podemos reflexionar sobre por qué sucede todo esto. Probablemente Jesús exige algo más a sus apóstoles, tenían que comprenderlo más: por eso, mientras podría aceptar una oración ansiosa por parte de quien no lo conoce bien, porque podría significar ya fe, de los apóstoles exige una actitud más confiada, más abandonada, con una percepción más clara de quién es Aquel a quien se dirigen.

También es interesante el carácter dialogal de la siguiente situación, que parecería un diálogo rechazado. /Mt. 08/28-34:Los dos endemoniados furiosos, que llenan de temor a todos los que les están cerca, comienzan gritando: "¿Qué tenemos en común contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí, antes de tiempo, a atormentarnos?". Aparentemente encontramos un rechazo de diálogo, incluso la situación de los endemoniados es típica de la incomunicabilidad, todos los hombres rehuyen de ellos.¿Qué notamos, entonces, en Jesús en este trozo? En la línea que he señalado, veo a Jesús que afronta esta incomunicabilidad, que de este rechazo de diálogo toma ese poco de positivo que tiene; en efecto, el rechazo, incluso, es ya una forma de diálogo. Decir: no te quiero, denota una cierta atención, una cierta relación. Jesús toma este mínimo y dialoga hasta con los demonios para humanizar a esta gente.

Aquí se ve la posibilidad de Jesús para desenredar las situaciones más absurdas. Estos hombres vivían alejados de las ciudades, entre los sepulcros, ya no entre los vivos, sino entre los muertos. Jesús afronta esta situación aparentemente desesperada, reinsertando a estos hombres en la convivencia de los hermanos.

 

-Situaciones de incomunicabilidad. /Mt. 09/18-26

En el tercer grupo de los milagros, sin querer sistematizar a toda costa, está la hemorroísa que no se atreve a hablar y ni siquiera a proclamar su enfermedad. Hasta ahora todas las personas han sido abiertas con Jesús, de un modo o de otro ha salido a flote su mal; ésta expresa su pensamiento sólo internamente, igual que su petición: "Con sólo que logre tocar su manto, quedaré curada". Jesús acepta aun este instante de diálogo mental, y lo hace público: "Animo, hija, tu fe te ha salvado". Por tanto, restituye a esta mujer aun la valentía para ser alguien delante de los demás. Una pobre mujer que trataba de esconderse, de que nadie la notara, es colocada ante los demás, alabada como ejemplo de fe, y por tanto, restituida al diálogo con la comunidad.

Tenemos ahora a la niña muerta que, como tal, está totalmente separada del consorcio de los vivos y perdida para el diálogo de la intimidad familiar. También a ella Jesús le restituye la posibilidad de estar con sus padres, de regresar a la vida.

Hay también otros dos episodios: los dos ciegos y el mudo endemoniado. Los mudos y los ciegos son también personas separadas, en cierto modo, de la convivencia humana: los ciegos están privados de lo que constituye gran parte de la posibilidad de diálogo, es decir, ver, comunicar las cosas; el endemoniado mudo no tiene la inmensa posibilidad de comunicar, que nace del lenguaje humano. En todos los casos Jesús interviene para reinserir a las personas en la comunidad.

No me detengo en los particulares, porque cada uno puede, en esta línea, reflexionar sobre el significado que ellos tienen, para demostrar la capacidad que Jesús tiene para reinserir a estas criaturas en el gran río de las relaciones humanas, del diálogo.

En el último milagro encontramos una situación de diálogo aparente; en efecto, el paralítico que le presentan a Jesús está en la camilla, pero si se lo han llevado es porque desean, piden que haga algo. Pero está la iniciativa de Jesús para un diálogo a distinto nivel. Aparentemente sin ponerle atención a la situación que le han presentado, lleva el diálogo a un nivel más profundo: "Te son perdonados tus pecados". De aquí pasa a la situación inicial.

Esto nos hace reflexionar mucho sobre la capacidad de Jesús de no dejarse bloquear por las apariencias. Frecuentemente nosotros nos dejamos imponer el diálogo por otros: si uno viene, se lamenta, nosotros nos dejamos llevar por su modo de hablar, nos preocupamos por lo que dice, quisiéramos ayudarlo, poner orden en esa situación. En realidad, muchas veces la situación más grave es otra, la que la persona ni siquiera sabe expresar; pero nosotros, con la gracia del Señor, podemos ayudar a que salga a flote, a hacer comprender cuál es el verdadero problema. Deberíamos tener la valentía de comportarnos siempre así ante personas que parecen exigir algo de nosotros y a las que, precisamente por timidez, por prisa o por comodidad, comentamos fácilmente con superficialidad.

Veamos cómo Jesús entra en estas situaciones y coloquémonos en alguna de ellas, como nos lo inspire la oración.

Podríamos reflejarnos en esta última y decir: Señor, siempre te pido con insistencia las mismas cosas, continuamente te estoy repitiendo: cuando finalmente me hayas concedido vencer este defecto, cuando haya logrado cambiar este pésimo carácter...

Pero el Señor dirá: este no es el problema; casi como lo que le contestaba a San Pablo que quería ser liberado de un aguijón que lo atormentaba.

Pidamos que el Señor nos reconduzca a un verdadero diálogo con él, ya sea que nos llame hombres de poca fe, ya sea que nos diga que el problema es otro; pongámonos, así en situaciones de escucha de lo que el Señor quiera decirnos.

Quisiera añadir una segunda sugerencia, sobre este mismo texto, para terminar luego con una palabra sobre el Sacramento de la reconciliación, que me parece oportuno en este momento de los Ejercicios.

 

-Tres claves interpretativas.

Me parece que para comprender estos textos no basta leerlos uno por uno, comparándolos con el discurso de la montaña, interpretándolos en situaciones de diálogos comunitarios. Hay otras tres pequeñas claves de lectura que nos sugiere Mateo, y que nos brindan los tres intermedios narrativos, que se encuentran entre una y otra serie de milagros. De ellos subrayo solamente la frase fundamental.

La primera se encuentra en /Mt. 08/17: después de haber narrado la primera serie de milagros, Mateo concluye: "...para que se cumpliera lo que había sido dicho por medio del profeta Isaías: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades". En realidad, esta palabra de Isaías, referida aquí por Mateo, nos ofrece una nueva visión de formidable apertura. Los exégetas notan que aquí Mateo tiene un motivo especial, pero que no es fácil de individuar.

Me impresiona mucho el hecho de que este pasaje tiene dos caras, una consciente ambigüedad, que se manifiesta de una riqueza insospechada. Un primer aspecto sería este: Jesús ha llevado consigo nuestras debilidades, ha cargado con nuestras enfermedades para acabar con ellas. Esta sería la interpretación obvia; Jesús ha reunido todos nuestros males como se recoge las inmundicias de las ciudades para botarlas afuera.

Esta interpretación, aquí obvia, es tomada por otro contexto, el cántico del siervo de Yavé, que tiene otro sentido. En efecto, en Isaías estas palabras significan que Jesús vino a tomar sobre sí nuestras debilidades y a cargar con nuestras enfermedades; es decir, a hacerse enfermo, débil por nosotros, a dejarse contaminar por nuestros males.

El doble juego del texto se comprende solamente en una perspectiva de Misterio Pascual. Jesús tiene tanto deseo de curarnos porque viene a obrar no sólo como sanador, sino que participa de nuestra suerte, entra en el pecado y en el sufrimiento del mundo. Aquí ya podemos vislumbrar qué precio paga Jesús para liberarnos porque, para podernos dar una mano y levantarnos, se deja contaminar por nuestro mal, hasta el punto de morir él mismo por este sufrimiento del mundo.

Vemos que Jesús cumple todo esto no con mucha facilidad, sino pagando personalmente, dejándose contagiar por la lepra, sumergir por la tempestad, maltratar por las fuerzas malignas y diabólicas, dejándose enmudecer, enceguecer, asesinar.

Como ven, aquí nos encontramos ya en la parábola del Reino, en la segunda semana de los Ejercicios: Jesús que viene a redimirnos llevando sobre sí nuestras cargas, bajando a nuestro nivel y hundiéndose con nosotros. De aquí debe partir nuestra oración, que cada vez más claramente debe dirigirse y mirar al Señor crucificado, muerto y resucitado por nosotros.

La segunda clave de lectura yo la veo también ambivalente, en Mt. 09/13. Después que Jesús llama a Mateo y se sienta a la mesa con los pecadores y publicanos, se lo reprocha (éste es el comienzo de los reproches que terminarán con el definitivo: su condena a muerte) pero concluirá diciendo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos; id y aprended, pues, lo que significa: misericordia quiero y no sacrificio; en efecto, no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores".

Paradójicamente, Jesús tiene como necesidad de nuestra enfermedad, de nuestro pecado, porque de otro modo, no sería auténtico con nosotros. Cuando somos auténticos, es decir, enfermos y pecadores, entonces también él es auténtico y el diálogo es auténtico: El es lo que quiere ser para nosotros y nosotros somos lo que somos realmente ante él.Pero hay una segunda ambivalencia en esta frase, que me parece pueda sugerirse: Jesús pronuncia esta frase después que ha llamado a Mateo claramente un pecador, un amigo de publicanos. Por eso no me parece que Jesús diga genéricamente: Yo he venido para los pecadores; sino, más precisamente: es a los pecadores a quienes yo he llamado a seguirme en el apostolado, a colaborar. Los que han reconocido su situación de pecado son aquellos en los cuales he puesto mi confianza, los que se han dejado liberar por mí, a ellos los recibo con gusto como discípulos.

Claro que aquí vemos un doble sentido del verbo "llamar": llamar a penitencia, como pone Marcos, y llamar a seguirlo. Estando colocado después de la llamada de Mateo, hay que aceptar este segundo significado, aunque no me parece que lo propongan los exégetas.

Creo que en situación de meditación eclesial, a la luz de todo lo que hemos dicho de Isaías, de Jeremías, de Pedro, podemos aplicarlo también a nosotros: Señor, te doy gracias porque me llamas así como soy, débil, incapaz de hablar como Jeremías, con los labios impuros como Isaías, hostil a ti como Pablo, pesado, torpe, calculador como Pedro: Tú me llamas como has llamado a cada una de estas personas, me llamas porque soy así y acepto serlo.

Finalmente, la tercera clave de lectura de estas situaciones bautismales, que transformamos luego para nosotros en situaciones penitenciales, es la final, en /Mt. 09/36-37: la compasión de Jesús.

Mateo concluye la narración diciendo que Jesús predica el Reino, cura las enfermedades y se compadece de la gente porque anda dispersa, postrada, como ovejas sin pastor. Es decir, como esas ovejas locas que después de correr por aquí y por allí se echan sobre la yerba a dejarse morir de sed porque no saben a dónde ir. Jesús se interesa por estas ovejas.

Esta clave de lectura nos dice no sólo que Jesús movido por la compasión, hace suya esta situación y se nos acerca, sino también que comunica a sus seguidores este interés especial de él. En efecto, en el v. 37 dice: "La mies es mucha, los obreros son pocos, pedid al dueño..."; luego continúa en el cap. 10, 1: "...llama a sí a los Doce y les da el poder sobre los espíritus inmundos". Jesús, atento a la situación de miseria de los hombres, de los pobres, de los hambrientos, de los encarcelados, nos comunica como don esta situación suya.

Aquí podemos comprender mejor la respuesta a la pregunta: Señor, ¿Por qué no te he visto desnudo, hambriento, enfermo...? Porque no te has dejado comunicar mi capacidad de atención, has pretendido saber estar atento tú mismo a las situaciones. Deja que yo te comunique interiormente mi misericordia. Has querido, haciendo muchos estudios sociológicos, considerarte capaz de comprender a los demás. Deja que yo te cure aun de esta escasa capacidad de percepción, que yo quiero infundirte con mi poder de Muerto y Resucitado.

Sígueme en mi Pasión y Resurrección, déjate bautizar en ellas para que puedas recibir de mí esta nueva y auténtica atención para con el hermano.

(·MARTINI-2.Pág. 100ss)

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Mt. 23/13-22

"En aquel tiempo habló Jesús diciendo: ¡Ay de ustedes escribas y fariseos, hipócritas, que cierran el Reino de los Cielos a los hombres! ¡No entran ustedes, ni dejan entrar a los que quieren! Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mares y tierras para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, lo hacen hijo de la gehenna dos veces más que ustedes.¡Ay de ustedes guías ciegos que dicen: Si se jura por el santuario, no es nada; pero el que jura por el oro del Santuario, queda obligado! ¡Necios y ciegos! ¿qué es más? ¿el oro o el Santuario que santifica al oro? Y dicen además: Jurar por el altar no es nada; pero el que jura por lo ofrendado sobre él, queda obligado. ¡Ciegos! ¿qué es más? ¿la ofrenda o el altar que santifica a la ofrenda? Pues el que jura por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él; el que jura por el Santuario, jura por él y por quien lo habita; y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él".La página de Mateo que la liturgia propone no es una de las páginas que más nos entusiasman, pero si quedó escrita, quiere decir que no vale sólo para los escribas y fariseos del tiempo de Jesús; es para quienes aún en las comunidades cristianas, perpetúan ese espíritu y ese modo de obrar.¿Qué hacen estos hombres? Cierran las puertas en vez de abrirlas, cierran el Reino, son guías ciegos. Su actitud fundamental es la de quien no tiene el ojo abierto sobre el don radical de la Buena Noticia de la que deriva toda la vida, y entonces se nutren con mezquindad, sectarismo, hipocresía, moralismo.

Y nosotros, desgraciadamente, somos tentados por esas actitudes. Cuanto más somos corresponsables del cuerpo organizado de la Iglesia, tanto más tenemos necesidad de mirar al Evangelio como faro iluminador de toda la multiplicidad de las cosas que se hacen; si no lo miramos así, nuestra suerte será, indudablemente, la mezquindad y el miedo, cerrar el Reino, cerrar las puertas y no abrirlas, y, con seguridad, el sectarismo que, en cambio de llevar el Evangelio como don gratuito de Dios, prefiere aumentar el propio grupo, tal vez recorriendo mar y tierra con tal de hacer otro prosélito. Entonces la Iglesia no será ya un cuerpo, sino una corporación que piensa en alimentarse a sí misma, en autoelogiarse, en sobresalir entre las demás asociaciones; el celo que nace de ahí no es celo del Evangelio, es celo de la propia identidad privatizada. Es la tristeza del moralismo que ha olvidado la luz de la Buena Nueva y lo juzga todo según balanzas de observación penosísimas y fatigosísimas.

Pero hay un termómetro de referencia para distinguir el espíritu farisaico del espíritu evangélico, aunque a veces hacen las mismas cosas o cosas semejantes -porque también el espíritu evangélico es riguroso en la moral, también el espíritu evangélico va a anunciar la Buena Nueva y recorre mar y tierra, también el espíritu evangélico debe a un cierto punto saber atar y desatar-; y el termómetro es la presencia o la ausencia de lo que San Pablo llama en la carta a los Gálatas, cap. 5: "los frutos del Espíritu", es decir, amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí. Cuando ante las realidades de la vida, los compromisos morales, el mismo trabajo apostólico, la mirada nos dilata el corazón, produce serenidad, anima, entusiasma, abre nuevos caminos, entonces somos guiados por la estrella de la evangelización; en cambio, cuando el contexto de una sociedad suscita miedo, encierro, temores, atención exagerada y ansiosa por minucias cuyo significado no se sabe valorar bien, entonces quiere decir que nos estamos dejando invadir por el espíritu farisaico e hipócrita que convive en nosotros; por nuestro ser egoísta, orgulloso, sectario que continuamente nos rebulle dentro.

En estos días estamos aquí precisamente para pedir:"Oh Señor, haz que conozcamos la fuerza de tu Evangelio para que ella limpie en nosotros todo aquello que es espíritu miedoso, meticuloso, farisaico, y más bien nos abra el corazón -como tú lo abriste a los discípulos de Emaús- a la gratitud y a la alegría de tu palabra".

MARTINI. Págs. 141-143