Libro segundo



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Capítulo I

 

Herejías del primer siglo de la Reconquista.-Elipando y Félix.-Adopcionismo.

 

I. Preliminares. -II. Atisbos heréticos antes de Elipando. El judío Sereno. Conversión de un sabeliano de Toledo. Egila. Cartas del papa Adriano. -III. Migecio. Es refutado por Elipando. -IV. El «adopcionismo» en España. Impugnaciones de Beato y Heterio. -V. El «adopcionismo» fuera de España. Concilios. Refutaciones de Alcuino, Paulino de Aquileya, Agobardo, etc.



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- I -

 

Preliminares.

 

     Triste era el estado de la Península al mediar el siglo VIII. En las más fértiles y ricas comarcas imperaban extraños invasores, diversos en raza, lengua y rito y no inclinados a la tolerancia, aunque tolerante en un principio por la manera como se hizo la conquista. Había dado sus naturales frutos la venganza de los magnates visigodos, que quizá no pensaron llegar tan lejos. Coronada con rápido y maravilloso triunfo la extraña intentona de Tarik y de Muza, merced a los elementos hostiles que en España hervían; abiertas ciudades y fortalezas por alevosías o pactos; rendida en Orihuela la débil resistencia de Teudemiro, único godo que entre la universal ruina levantaba la frente; custodiadas por guarniciones árabes y judías Sevilla y Córdoba, Toledo y Pax Julia, hubieron de pensar los califas de Damasco en la importancia de tan lejana conquista y en la necesidad de conservarla. Creado, pues, el emirato, comenzó a pesar sobre el pueblo cristiano de la Península una dominación tiránica de hecho, aunque en la forma bastante ordenada. Indudable parece que los primeros invasores, casi todos bereberes, habían destruido iglesias y santuarios (sanctuaria destruuntur, ecclesiae diripiuntur, dice el arzobispo D. Rodrigo); pero los emires respetaron, si bien con onerosas condiciones, el culto, y tampoco despojaron de sus propiedades a los vencidos, contentándose con imponerles pesadas gabelas. No es para maravillar, ni digna de muchos encomios, esta celebrada moderación y tolerancia. Eran los árabes en número muy corto, para que de otra suerte pudieran [311] asentar su imperio en las tierras occidentales. Ni duró mucho esta virtud primera, puesto que llegados los gloriosos días del califato cordobés, en que la potencia muslímica se consideró segura, empezaron, más o menos embozados, actos de hostilidad contra las creencias de la gente muzárabe, y a la postre una persecución abierta y tenaz, que no acaba sino con el exterminio o destierro de una parte de esa raza y la libertad y salvación de otra por los reconquistadores. La triste, aunque, por más de un concepto, gloriosa historia de ese pueblo cristiano, mezclado con los árabes, ha de ser estudiada bajo el aspecto religioso en el capítulo que sigue.

     Otro fin tiene el presente, en el cual se tocan y andan en acción y liza sucesos y personajes de las diversas regiones libres o esclavas de la tierra ibérica. Veremos brotar simultáneamente la herejía adopcionista entre la población muzárabe de Andalucía y Toledo y en los dominios de la Marca Hispánica ya reconquistados por los reyes francos. Veremos levantarse contra esa herejía en los montes cántabros un controversista ardiente e infatigable; y así, en él como en sus contradictores advertiremos con gozo que no estaba muerta ni dormida la ciencia española e isidoriana, y que sus rayos bastaban para iluminar y dar calor a extrañas gentes. Esa controversia, nacida en nuestras escuelas, dilucidada aquí mismo, pasa luego a los Pirineos, levanta contra sí papas, emperadores y concilios y aviva el movimiento intelectual, haciendo que a la generosa voz del montañés Beato y del uxamense Heterio respondan no con mayor brío, en las Galias, Alcuino, Paulino de Aquileya y Agobardo. Este duelo interesantísimo de la verdad y el error en tiempo que algunos suponen de oscuridad completa, es el que voy a describir. Pronto conoceremos a los héroes del drama. La escena varía con rapidez grande de Córdoba a Toledo, de Toledo a las guájaras y riscos de Liébana, de allí a Urgel, de Urgel a Ratisbona, a Francfort y Aquisgrán. Movimiento y vida no faltan, ¡ojalá acierte yo a reproducirlos!

     La condición política y social de las regiones en que esta contienda se desarrolla es bien conocida y no requiere larga noticia. En Córdoba y Toledo imperan los muslimes, aunque disfruta de relativa libertad el pueblo vencido. En Asturias y Cantabria, donde el romano Pelagio, al frente de sus heroicos montañeses, había deshecho las huestes de Alkama, no guiaban ya sus haces a la pelea y a la devastación Alfonso el Católico ni Fruela. La reconquista (si idea de reconquista hubo en el primer siglo) se había detenido en los reinados de Aurelio (ocupado en sofocar la misteriosa rebelión de los siervos) y del rey Silo. La espada de Carlomagno acababa de arrancar a los árabes buena parte de Cataluña. En los vastos dominios de aquel emperador, y a su sombra, apuntaba cierta manera de renacimiento literario, a que por partes iguales contribuyeron, como [312] adelante veremos, los hijos de las islas Británicas y los españoles.

     El relato de las discordias religiosas que siguieron a la conquista musulmana mostrará a nueva luz: de una parte, el desorden, legítima consecuencia de tanto desastre; de otra, la vital energía que conservaba nuestra raza el día después de aquella calamidad, que en tan enérgicas frases describe el Rey Sabio, siguiendo al arzobispo D. Rodrigo, como éste al Pacense: «E fincara toda la tierra vacía de pueblo, bañada de lágrimas, complida de apellido, huéspeda de los extraños, engañada de los vecinos, desamparada de los moradores, viuda e asolada de los sus fijos, confondida de los bárbaros, desmedrada por llanto e por llaga, fallescida de fortaleza, flaca de fuerza, menguada de conorte, asolada de los suyos..., toda la tierra astragaron los enemigos, e las casas hermaron, los omes mataron, las cibdades robaron e tomaron. Los árboles e las viñas e cuanto fallaron verde, cortaron; pujó tanto esta pestilencia e esta cuita, que non fincó en toda España buena villa nin cibdad do obispo oviesse, que non fuesse quemada e derribada e retenida de los moros.»

     Tales días alcanzaron Egila y Migecio, Félix y Elipando.



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- II -

Atisbos heréticos antes de Elipando.-El judío sereno. -Conversión de un sabeliano de Toledo.-Egila. Cartas del papa Adriano.

     Por los años de 722, un judío llamado Sereno dijo ser el Mesías, y seguido por algunos ilusos, probablemente de su misma secta, emprendió desde Andalucía un viaje a la tierra de promisión. Refiérelo el Pacense (456) con harta brevedad. Sereno había impuesto a los suyos renuncia absoluta de todos sus bienes, que luego confiscó en provecho propio el emir Ambiza.

     Cuando los árabes conquistaron a Toledo concedieron al pueblo vencido seis parroquias para su culto. Gobernando aquella iglesia el biógrafo de San Ildefonso, Cixila, inmediato antecesor de Elipando, apareció un sabeliano energúmeno, a quien el venerable prelado sanó de la posesión demoníaca y del yerro antitrinitario. Así lo dicen algunas copias del Chronicon de [313] Isidoro Pacense, aunque en otras falta este lugar (457). Cixila rigió la iglesia toledana nueve años: desde 774 a 783, poco más o menos.

     En la Bética habíanse esparcido graves errores y no eran raras las apostasías, sin que hubiese bastante número de sacerdotes para resistir al contagio. Movido de tales razones, el papa Adriano I envió por este tiempo a España, con la dignidad de obispo de Ilíberis, a un cierto Egila o Egilán, que en las Galias había sido ordenado y consagrado por el obispo senonense Wulchario. Llegó Egila, acompañado del presbítero Juan, y comenzó a extirpar las herejías que asomaban en tierra andaluza, no sin que encontrara recia oposición en tal empresa. Animóle Adriano a continuar su buen propósito, y tenemos del Pontífice dos epístolas que dan alguna idea del número y calidad de esos errores: «Decías en tus letras (escribe Adriano a Egila) que entre vosotros hay contienda, negándose algunos a ayunar el sábado. No sigas tú la impía y perversa locura, las vanas y mentirosas fábulas de esos herejes, sino los pareceres de San Silvestre y del papa Inocencio, de San Jerónimo y San Isidoro, y, conforme a la antigua regla apostólica, no dejes de ayunar el sábado... Lee también los opúsculos de San Agustín» (458).

     La segunda decretal de Adriano es larguísima y mucho más importante. Recibidas por el Papa las cartas de Egila y de Juan, que le entregaron el diácono Sereno y el clérigo Victorino, alabó mucho a Egila por su constancia en la fe, de la cual había logrado copioso fruto, desarraigando varios errores y volviendo al redil a más de una oveja descarriada. Dedúcese de la epístola de Adriano que muchos en la Bética se resistían a cumplir el canon del concilio Niceno sobre el día de celebración de la Pascua: Quod si plenilunium, quartodecimo scilicet die Lunae, Sanctum Pascha mininte sit celebratunt, sed praetermisso eodent quintodecimo die in alto sequentis septimanae Dominico, quod est vicesimosecundo Lunae die, Paschali festi gaudia pronuntiantur celebranda. El concilio Antioqueno había excomulgado a los que se apartasen de la decisión de Nicea en este punto. Trasladando la Pascua, como hacían los andaluces, del día 14 de Luna al 22, y no al 21, en vez de una [314] semana, se dilataba la fiesta una ogdoada, cosa en todo contraria al rito de la Iglesia (459).

     Fuera de este punto disciplinario y de la sentencia de los que condenaban la abstención a sanguine et suffocato (lo cual el Papa califica no de herejía, sino de falta de sentido común: ipsius quoque intelligentiae communis prorsus extraneum), había en la Bética reñidas controversias sobre la predestinación, exagerando unos el libre albedrío a la manera pelagiana y yéndose otros al extremo opuesto por esforzar el decreto y potestad divinos (460). El Papa refuta las dos opiniones extremas con las palabras de San Fulgencio en el opúsculo al presbítero Eugipo: «No han sido predestinados al pecado, sino al juicio; no a la impiedad, sino al castigo. De ellos es el obrar mal; de Dios el castigarlos con justicia.» (Praedestinatos impios non ad peccatum sed ad iudicium, non ad impietatem sed ad punitionem...Ipsorum enim Opus est quod impie faciunt, Dei autem opus est quod iuste recipiunt.) Además de todo esto y por la convivencia con judíos y musulmanes, introducíanse muchos desórdenes; eran frecuentes los matrimonios mixtos, el divorcio, las ordenaciones anticanónicas y el concubinato de los clérigos (461).

     A combatir tales prevaricaciones había ido Egila, pero como la locura tiene algo de contagiosa, también él cayó de la manera que testifica una tercera carta del papa Adriano a todos los obispos de España (omnibus episcopis per universam Spaniam commorantibus). «Recomendónos Wulchario, arzobispo en las Galias, a un cierto Egilán para que le enviásemos a predicar a vuestras tierras. Accediendo a su petición, dímosle la acostumbrada licencia para que examinase a Egilán canónicamente, y si le encontraba recto y católico le consagrase obispo y le mandase a España no para invadir o usurpar ajenas sedes, sino para procurar el bien de las almas... (462) Y ahora ha llegado a nuestros oídos la fama de que el dicho Egilán no predica doctrina [315] sana, sino que defiende y quiere introducir los errores de un tal Migecio, maestro suyo. Lo cual os ruego que no consintáis en manera alguna» (463).

     Veamos quién era Migecio y qué enseñaba, y con eso conoceremos a su adversario Elipando.



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- III -

 

Migecio.-Es refutado por Elipando.

 

     Ignoro la patria de Migecio, que tal vez fue hispalense o hispalitano, como Elipando dice, pero no creo que nuestras ciudades vayan a disputarse la gloria de ese Homero. Era Migecio ignorante, e idiota hasta el último punto, y parece inverosímil que sus risibles errores pudieran seducir a nadie, y menos al obispo Egilán. Afirmaba que la primera persona de la Trinidad era David, Por aquello de Eructavit cor meum verbum bonum por este otro pasaje: Non derelinques animam meam in inferno, neque dabis Sanctum tuum videre corruptionem. La segunda persona era Jesucristo en cuanto hombre, porque descendía de David, esto es, del Padre Eterno: Qui factus est de semine David secundum carnem. El Espíritu Santo, en la Trinidad de Migecio, era el apóstol San Pablo, porque Cristo dijo: Spiritus qui a Patre meo procedit, ille vos docebit omnem veritatem.

     Preguntaba Migecio: «¿Por qué los sacerdotes se llaman pecadores siendo santos? Y si son pecadores, ¿por qué se atreven a acercarse al altar?» Para él la Iglesia católica estaba reducida a la ciudad de Roma, porque allí todos eran santos y de ella estaba escrito: Tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, y por ser Roma la nueva Jerusalén que San Juan vio descender del cielo. Reprobaba finalmente Migecio que el fiel comiera con el infiel: Quod cibus infidelium polluat mentes fidelium.

     Era a la sazón metropolitano de Toledo el famoso Elipando, nacido de estirpe goda (464) en 25 de julio de 717 (465); el cual, inflamado por el celo de la fe, contestó al libro de Migecio, (epistolam tuam modulo libellari aptatam) en una larga carta enderezada al mismo hereje. No escasean, por cierto, las invectivas ni los sarcasmos: Vimos y nos burlamos de tu fatua y ridícula locura. Antes que llegase a nosotros el fetidísimo olor de tus palabras... Tu desvarío no debe ser curado con vino y aceite, si no con el hierro. No encontró dificultad Elipando para dar buena cuenta de las aberraciones de Migecio. ¿Cómo David había de ser el Padre Eterno, cuando dice de sí mismo: In iniquitatibus conceptus sum, et in peccatis peperit me mater mea. Ego sum [316] qui peccavi, ego qui inique egi? ¿Cómo el Espíritu Santo había de ser San Pablo, trocado de perseguidor en apóstol, después de haber custodiado las vestiduras de los que lapidaban a Esteban y oído en el camino de Damasco aquella voz: Saule, Saule, quid me persequeris?

     Enfrente de la Trinidad corpórea de Migecio coloca Elipando el dogma ortodoxo de las tres personas: espirituales, incorpóreas, indivisas, inconfusas, coesenciales, consustanciales, coeternas, en una divinidad, poder y majestad, sin principio ni fin, de las cuales el profeta tres veces dijo: Santo, Santo, Señor Dios Sabaoth: llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.

     En lo relativo a los sacerdotes, asienta cuerdamente el metropolitano de Toledo que, siendo pecadores, non naturae viribus sed propositi adiumento per gratiam adquirimus sanctitatem. Por lo que hace a la comida con los infieles, bastóle recordar que Cristo había comido con publicanos y pecadores. Ni toleró Elipando el absurdo de hacer a Roma único asiento de la Iglesia católica, cuando está expreso: Dominabitur a mari usque ad mare et a fluminibus usque ad terminos orbis terrae. No de sola Roma dijo el Salvador: Super hanc petram, etc., sino de la Iglesia católica, extendida por todo el orbe, de la cual el mismo Señor dijo: «Vendrán de oriente y poniente, y se recostarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos» (466).

     Todos estos buenos razonamientos de Elipando están afeados con alguna expresión de sabor adopcionista y muchos ultrajes a Migecio, al cual apellida boca cancerosa, saco de todas las inmundicias y otros improperios de la misma laya.

     De otra carta de Elipando, que citaré luego, infiérese que Migecio juntaba a sus demás yerros el concerniente a la celebración de la Pascua. En algunos códices del Chronicon de Isidoro de Beja, especialmente en el Complutense y en el de la Biblioteca Mazarina (467), se lee que el chantre toledano Pedro compuso contra ese error un libro, tejido de sentencias de los Padres (468).



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- IV -

 

El adopcionismo en España.-Impugnaciones de Beato y Heterio.

 

     Grande es la flaqueza del entendimiento humano, y muy expuesto está a caídas el que más seguro y encumbrado se juzgaba. Tal aconteció a nuestro Elipando, que, con haberse mostrado [317] adversario valiente de la impiedad de Migecio, cayó en el error adopcionista, defendido por Félix, obispo de Urgel, y de su nombre llamado herejía feliciana.

     Por testimonio de Eginhardo consta que Félix era español, aunque algunos modernos (como el falsario Tamayo de Salazar) le supusieron francés. No son conocidos ni el año de su nacimiento ni el de su ascensión a la prelacía. Convienen sus propios adversarios en que era hombre docto y de vida religiosa e irreprensible, muy celoso de la pureza de la fe, y que se afanaba por convertir a los sarracenos, con uno de los cuales tuvo por escrito controversia, mencionada por Alcuino en su carta 15, como existente en poder de Leidrado, obispo de Lyón (469). San Agobardo llama a Félix: Vir alioquin circumspectus et hispanicae subtilitatis non indigus (470). Sobre el origen de la herejía adopcionista discuerdan los autores (471). Lo general es suponer que Félix fue el corifeo de la secta y maestro de Elipando. El poeta sajón del siglo IX autor de los anales De gestis Caroli Magni, lo expone así:

                                

   Celsa Pyrenaei supra iuga condita montis

 

urbs est Orgellis Praesul cui nomine Felix

 

praefuit. Hic hacresim molitus condere pravam,

 

dogmata tradebat Fidei contraria sanctae,

                                

affirmans, Christus Dominus quia corpore sumpto

 

est homo dignatus fieri, non proprius ex hoc,

 

sed quod adoptivus sit Filius Oninipotentis.

 

Responsumque Toletano dedit hoc Helipando

 

Pontifici, de re tanta consultus ab ipso (472).

     Según esta narración, Félix, consultado por Elipando acerca de la humanidad de Cristo, respondió que el Salvador, en cuanto hombre, era hijo adoptivo y nominal de Dios (473). Jonás Aurelianense [318] sólo escribe que esparció tal error un cierto Félix de nombre, de hecho infeliz, unido con Elipando, metropolitano de Toledo, inficionando uno y otro gran parte de España (474). Quizá Elipando rechazó al principio la herejía y acabó por rendirse a ella, como el obispo Higino a la de Prisciano. Otros, entre ellos Alcuino, supusieron nacido en Córdoba el adopcionismo: Maxime origo huius perfidiae de Corduba civitate processit (475), pero quizá se equivocaron, porque Álvaro Cordobés habla de la herejía de Elipando como importada de fuera (476).

     Hemos visto en capítulos precedentes que hacia el año 439 había asomado en España el nestorianismo, de que trata la epístola de San Capreolo a Vital y Constancio (477). Quizá de aquel rescoldo encendieron su llama Elipando y Félix, aunque la doctrina de éstos no debe confundirse con la nestoriana pura, como ya advirtió el gran teólogo jesuita Gabriel Vázquez (478)

. El patriarca de Constantinopla establecía distinción real de personas en Cristo, correspondiente a la distinción de naturalezas, al paso que los dos obispos españoles, confesando la unidad de personas, llamaban a Cristo hijo natural de Dios según la divinidad, adoptivo según la humanidad (479).

     Parece lo más creíble, en vista de todo lo expuesto y del testimonio de Eginhardo, fuente en que el poeta sajón bebió sus noticias, que Félix, consultado por Elipando quizá sobre el nestorianismo, resolvió la duda con el sistema de la adopción, y le defendió tenazmente en libros hoy perdidos y que en manera [319] alguna pueden confundirse con las epístolas que iremos citando (480).

Tan grave novedad, admitida ya por Elipando, que puso empeño grande en propagarla, valido de su prestigio como metropolitano, turbó no poco la Iglesia española, contagiando a algunos obispos y siendo por otros censurada ásperamente. De los primeros fue Ascario o Ascárico, a quien Pagi y algunos más suponen metropolitano de Braga Ascario expuso sus dudas a Elipando y redújose, finalmente, a su parecer, conforme se deduce de la carta del toledano al abad Fidel y de la del papa Adriano I a los obispos españoles.

     Entre los impugnadores se distinguió Theudula, metropolitano de Sevilla, de quien hay memoria en una carta de Álvaro Cordobés a Juan Hispalense: «En el tiempo en que la peste de Elipando asolaba nuestra provincia, matando las almas más cruelmente que el hierro de los bárbaros, vuestro metropolitano Theudula escribió un Epítome, en que, después de muchos y gravísimos razonamientos, acaba por decir: 'Si alguno afirmare que Cristo, en cuanto a la carne, es hijo adoptivo del Padre, sea anatema'» (481).

     Quiso Elipando dilatar su herejía hasta los montes de Asturias y Cantabria, y aquí se estrellaron sus esfuerzos ante la formidable oposición de dos preclarísimos varones, Heterio, obispo de Osma, que andaba refugiado en estas montañas huyendo de los sarracenos, y el presbítero Beato o Vieco, de Liébana, a quien dicen abad de Valcavado (482). Era Beato, según afirma el grande Alcuino, varón docto y tan santo de nombre como de vida (doctus vir, tam vita quam nomine sanctus). Heterio, más joven que él, le seguía y veneraba en todo, como escribió Elipando, el cual reconoce siempre a Beato por el más duro y terrible de sus contradictores, y le apellida maestro de Alcuino y de todos los restantes. Había hecho la herejía algunos prosélitos asturianos, que Jonás Aurellanense dice haber conocido (483). Resistían Beato y Heterio a la mala doctrina, y sabedor de ello el obcecado arzobispo, dirigió en octubre de la era 823, año 785 (484), una carta a [320] cierto abad de las Asturias llamado Fidel. Dice así la parte de este documento conservada por Beato en su Apologético:«Quien no confesare que Jesucristo es Hijo adoptivo en cuanto a la humanidad, es hereje, y debe ser exterminado. Arrancad el mal de vuestra tierra. No me consultan (Beato y Heterio), sino que quieren enseñar, porque son siervos del Anticristo. Envíote, carísimo Fidel, esta carta del obispo Ascárico para que conozcas cuán grande es en los siervos de Cristo la humildad, cuán grande es la soberbia de los discípulos del Anticristo. Mira cómo Ascárico, aconsejado por verdadera modestia, no quiso enseñarme, sino preguntarme. Pero ésos, llevándome la contraria, como si yo fuese un ignorante, no han querido preguntarme, sino instruirme. Y sabe Dios que, aunque hubiesen escrito con insolencia, rendiríame yo a su parecer si dijesen la verdad, recordando que está escrito: Si iuniori revelatum fuerit, senior taceat... ¿Cuándo se ha oído que los de Liébana vinieran a enseñar a los toledanos? Bien sabe todo el pueblo que esta sede ha florecido en santidad de doctrina desde la predicación de la fe y que nunca ha emanado de aquí cisma alguno. ¿Y ahora tú solo, oveja roñosa (esto lo decía por San Beato), pretendes sernos maestro? No he querido que este mal llegue a oídos de nuestros hermanos hasta que sea arrancado de raíz en la tierra donde brotó. Ignominia sería para mi que se supiese esta afrenta en la diócesis de Toledo, y que, después de haber juzgado nosotros y corregido, con el favor de Dios, la herejía de Migecio en cuanto a la celebración de la Pascua y otros errores, haya quien nos tache y arguya de herejes. Pero si obras con tibieza y no enmiendas presto este daño, harélo saber a los demás obispos, y su reprensión será para ti ignominiosa. Endereza tú la juventud de nuestro hermano Heterio, que está con la leche en los labios y no se deja guiar por buenos maestros, sino por impíos y cismáticos, como Félix y Beato, llamado así por antífrasis. Bonoso y Beato están condenados por el mismo yerro. Aquél creyó a Jesús hijo adoptivo de la Madre, no engendrado del Padre antes de todos los siglos y encamado. Este le cree engendrado del Padre y no temporalmente adoptivo. ¿Con quién le compararé sino con Fausto el Maniqueo? Fausto condenaba a los patriarcas y profetas; éste condena a todos los doctores antiguos y modernos. Ruégote que, encendido en el celo de fe, arranques de en medio de vosotros tal error para que desaparezca de los fines de Asturias la herejía beatiana, de igual suerte que la herejía migeciana fue erradicada de la tierra bética. Pero como he oído que apareció entre vosotros un precursor del Anticristo anunciando su venida, ruégote que le preguntes dónde, cuándo o de qué manera ha nacido el mentiroso espíritu de profecía que le hace hablar y nos trae solícitos y desasosegados.» [321]

     Bien se mostraban en esta carta el desvanecimiento y soberbia de quien la escribía, su desmedida confianza en el propio saber y en el prestigio de su dignidad y nombre, y a la par el recelo que Beato le infundía y el odio y mala voluntad que ya profesaba al santo presbítero de Liébana. Esparcióse muy pronto en Asturias la noticia del escrito de Elipando, pero Beato y Heterio no lo leyeron hasta el 26 de noviembre, en que la reina viuda Adosinda, mujer varonil y de gran consejo, como que casi había gobernado el reino en los días de Silo, entró en un monasterio, que, según quiere Ambrosio de Morales, fue el de San Juan de Pravia (485).

     Concurrieron a la profesión o devoción (Deo vota) de Adosinda Heterio y Beato, que allí recibieron de manos de Fidel las letras de Elipando. Ocasión era de responder a tan agrias y punzantes recriminaciones, y Beato, que, aunque tartamudo o trabado de lengua (486), para escribir no tenía dificultades, redactó en breve plazo, ayudado por Heterio, la célebre apología que hoy tenemos, y que se ha convenido en apellidar Liber Etherii adversus Elipandum, sive de adoptione Christi filii Dei. Pero su encabezamiento en el original es como sigue:

     «Al eminentísimo para nosotros y amable para Dios Elipando, Arzobispo (sic) de Toledo, Heterio y Beato, salud en el Señor. Leímos la carta de tu prudencia, enderezada ocultamente (clam) y bajo sello, no a nosotros, sino al abad Fidel, de cuya carta tuvimos noticia por pública voz, aunque no llegamos a verla hasta el día 6 antes de las calendas de diciembre, cuando nos trajo a la presencia del abad Fidel no la curiosidad de tu carta, sino la devoción de la religiosa señora Adosinda. Entonces vimos el impío libelo divulgado contra nosotros y nuestra fe por toda Asturias. Comenzó a fluctuar entre escollos nuestra barquilla y mutuamente nos dijimos: Duerme Jesús en la nave; por una y otra parte nos sacuden las olas; la tempestad nos amenaza, porque se ha levantado un importuno viento. Ninguna esperanza de salvación tenemos si Jesús no despierta. Con el corazón y con la voz hemos de clamar: Señor, sálvanos, que perecemos. Entonces se levantó Jesús, que dormía en la nave de los que estaban con Pedro, y calmó el viento y la mar, trocándose la tempestad en reposo. No zozobrará nuestra barquilla, la de Pedro, sino la vuestra, la de Judas» (487). [322]

     En este tono de respetuosa serenidad y santa confianza dan comienzo el presbítero montañés y su amigo a lo que ellos llaman apologético, no oscurecido con el humo vano de la elocuencia ni de la lisonja, sino expresión fiel de la verdad, aprendida de los discípulos de la Verdad misma. (Scripsimus hunc apologeticum non, panegyrico more, nullis mendaciis, nec obscurantibus fumosorum eloquentiae sermonum, sed fidem veram quam ab ipsis Veritatis discipulis hausimus.) (488).

     « ¿Acaso no son lobos los que os dicen: Creed en Jesucristo adoptivo; el que no crea sea exterminado? ¡Ojalá que el obispo metropolitano y el príncipe de la tierra, uno con el hierro de la palabra otro con la vara de la ley, arranquen de raíz la herejía y el cisma. Ya corre el rumor y la fama no sólo en Asturias, sino en toda España, y hasta Francia se ha divulgado, que en la Iglesia asturiana han surgido dos bandos, y con ellos, dos pueblos y dos iglesias. Una parte lidia con la otra en defensa de la unidad de Cristo. Grande es la discordia no sólo en la plebe, sino entre los obispos. Dicen unos que Jesucristo es adoptivo según la humanidad y no según la divinidad. Contestan otros que Jesucristo en ambas naturalezas es Hijo propio, no adoptivo, que el Hijo verdadero de Dios, el que debe ser adorado, es el mismo que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato. Este partido somos nosotros. Es decir, Heterio y Beato, con todos los demás que creen esto» (489).

     A continuación pone el símbolo de su fe, el de la fe ortodoxa, en cotejo con la doctrina de Elipando, tal como de su epístola a Fidel se deducía: «Esta es tu carta, éstas tus palabras, ésta tu fe, ésta tu doctrina», y proceden a impugnarla. Sería locura pretender que hicieran grande uso de argumentos de razón. Tampoco los empleaba Elipando. La cuestión adopcionista, como toda cuestión cristológica, cae fuera de los lindes de la teología racional, se discute entre cristianos, que admiten el criterio de la fe y la infalible verdad de las Escrituras. Por eso dice Beato: La plenitud de la fe comprende lo que la razón humana en sus especulaciones no puede alcanzar (490). Puesta la cuestión en esta [323] esfera, que Elipando no podía menos de aceptar, ¿cabía torcer en ningún sentido textos tan claros y precisos como éstos: Tu es Christus Filius Dei vivi; -Non revelavit tibi istud caro et sanguis, sed Pater meus qui in caelis est: - Hic est Filius meus dilectus in quo mihi bene complacui? ¿Dónde introducir esa fantástica adopción? Y añaden con elocuencia los apologistas lebaniegos: Dios lo afirma, lo comprueba su Hijo, la tierra temblando lo manifiesta, el infierno suelta su presa, los mares le obedecen, los elementos le sirven, las piedras se quebrantan, el sol oscurece su lumbre; sólo el hereje, con ser racional, niega que el Hijo de la Virgen sea el Hijo de Dios (491).

     Muéstrase Beato hábil y profundo escriturario (principal estudio suyo, como de quien no mucho antes había penetrado en los misterios y tinieblas del Apocalipsis); reúne y concuerda los sagrados textos contrarios al error de Elipando, y sobre ellos discurre con la claridad y fuerza polémica que mostrará este pasaje:

     «Cuando el Señor dice: Qui me misit, mecum est nec me dereliquit; y en otra parte: Deus, Deus meus, quare me dereliquisti, es uno mismo el que habla; en ambas naturalezas dice yo (me et me). Cuando dice: Nec me dereliquit, se refiere a la naturaleza divina. Cuando exclama: Me dereliquisti, a la humana. Porque Dios se había hecho hombre, y el hombre debía morir, y la divinidad, que es la Vida, estaba exenta de muerte, y en cierto sentido debía dejar el cuerpo hasta su resurrección. No porque la divinidad abandonase la carne, sino porque no podía morir con la carne. Unida permaneció a ella en el sepulcro, como en las entrañas de la Virgen. Y por eso, dentro de nuestra fe, dice el Hijo del hombre: ¿Por qué me has abandonado? Y el Hijo de Dios, que es igual al Padre, dice: El que me envió está conmigo y no me dejará. Y, siendo uno el Hijo, hemos de guardarnos de que alguno afirme: El Hombre murió, y Dios le resucitó. Dicen esto los que llaman a Cristo adoptivo, según la carne; pero el mismo Jesús los convence de mentira cuando dijo a los judíos: Derribad el templo, y yo le levantaré en tres días. No dice: Derribad el templo, que el Padre le levantará, sino: Yo le levantaré (ego suscitabo illud (492).

     El poder dialéctico y la convicción ardiente de Beato y Heterio resplandecen en este trozo y en muchos más que pudiéramos [324] citar. Profundidad teológica no falta; los dos adversarios de Elipando vieron claras las consecuencias nestorianas de su doctrina y hasta la negación de la divinidad de Cristo, oculta en el sistema adopcionista (493). «Si disputar quieres (dicen a Elipando) y distinguir la persona de Cristo, caes pronto en lazos de perdición. No debemos llamar a aquél Dios y a éste Hombre, sino que tenemos y adoramos un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo. No adoramos al Hombre, introduciendo una cuarta persona, sino a Cristo, Hijo de Dios y Dios verdadero, según la sentencia del concilio Efesino: Guardémonos de decir: Por Dios, que tomó carne mortal (adsumentem), adoro la carne, y por causa de lo invisible, lo visible. Horrible cosa es no llamar Dios al Verbo encarnado. Quien esto dice, torna a dividir el Cristo que es uno, poniendo de una parte a Dios, y de otra, al hombre. Evidentemente niega su uniciad, por la cual no se entiende un ser adorado juntamente con otro, sino el mismo Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, venerando con su propia carne, en un solo acto de 'adoración'.»

     Este era el punto cardinal de la disputa, y aquí debían haber concentrado sus fuerzas Beato y Heterio; pero no sin alguna razón se les puede acusar de falta de método y de haberse entretenido en cuestiones incidentales y ajenas al asunto. Dos libros abarca su refutación y aún no está completa; pero sólo una tercera parte de ella se refiere al adopcionismo. En el libro primero, tras de los indicados preliminares y mezcladas con el principal sujeto, que es la comparación entre el símbolo ortodoxo y el de Elipando, vienen largas explicaciones sobre la causa, naturaleza y caracteres de la herejía, sobre la unidad de la Iglesia y el nombre de cristianos, acerca del sacrificio de la misa y el símbolo Niceno, etc. No olvida Beato sus especulaciones bíblicas cuando distingue los tres sentidos, literal, trópico y anagógico, que, según él, corresponden al cuerpo, al alma y al espíritu del hombre. En estos términos compendia su doctrina psicológica: «El hombre consta de dos sustancias: cuerpo y alma. El cuerpo pertenece a la tierra, de donde trae su origen. El alma no tiene origen, porque es espíritu hecho a imagen de Dios... Cuando contempla a Dios y le conoce, se llama propiamente espíritu... El espíritu es el entendimiento superior angélico del alma... Cuando tiende a las cosas celestiales, se lace con Dios y con los ángeles un solo espíritu... El espíritu, que es luz, tiene participación con Cristo, que es el sol, y de entrambos resulta una sola luz, es decir, un mismo espíritu, pero no una misma [325] naturaleza... El uno es luz que ilumina; el otro, luz iluminada» (494).

Los que suponen que nuestra mística nació en siglo XVI, ¿conocen éste y otros libros? ¿Han parado mientes en éste y en otros pasajes?

     Prosigue el Psicólogo montañés del siglo VIII negando la distinción entre el alma y sus potencias: «Tiene el alma muchos nombres, según sus operaciones, pero en sustancia es una. Cuando contempla a Dios, es espíritu. Cuando siente, es sentido. Cuando sabe, es ánimo. Cuando conoce, es entendimiento. Cuando discierne, es razón. Cuando consiente, es voluntad. Cuando recuerda, es memoria. Cuando preside a la parte vegetativa, se llama propiamente alma... Pero el alma es siempre una» (495). No siempre se expresaron con tanta claridad escolásticos que vinieron después.

     El libro segundo anuncia desde su título que va a tratar de Cristo y su cuerpo, que es la Iglesia, y del diablo y su cuerpo, que es el Anticristo, para mostrar a Elipando que Beato y Heterio, indoctos lebaniegos (indocti libanenses), estaban dentro de la católica enseñanza, de la cual aberraba el orgulloso prelado toledano. Pero aunque los signos del Anticristo (496) ocupen buena parte del tratado, no dejan de tocarse en él otros puntos, entre ellos el de la naturaleza y origen del mal, siempre con sana y copiosa doctrina y modo de decir bastante preciso. Hacia la mitad del libro reaparece la cuestión adopcionista.

     Los textos alegados bastan para dar idea de la polémica de Beato. Erudición bíblica bien sazonada, algunos rasgos de ciencia profana, tal como los tiempos la consentían y la había enseñado el grande Isidoro; argumentación fácil y vigorosa esmalta este peregrino documento. Non confingamus de nostro, sed illa ex planemus quae in Lege et Evangelio scripta sunt: tal es la regla que se proponen y fielmente cumplen sus autores.

     Si bajo el aspecto científico, y para la historia de la teología española, el libro es importante, ¡cuánto valor adquiere en la relación literaria, cotejado con los demás que en España y fuera de ella produjo el siglo VIII! En vez de compilaciones secas y faltas de vida tenemos una obra en que circula el calor, en que la fuerte impresión del momento ha animado páginas destinadas no a solitaria lectura, sino a agitar o calmar muchedumbres seducidas por el error. Libro bárbaro, singular y atractivo, donde las frases son de hierro, como forjadas en los montes que dieron [326] asilo y trono a Pelayo. Libro que es una verdadera algarada teológica, propia de un cántabro del siglo VIII. Construcciones plúmbeas, embarazosas y oscuras se mezclan con antítesis, palabras rimadas y copia de sinónimos, en medio de cuyo fárrago, signo aquí de las candideces de la infancia y no de la debilidad senil, asoman rasgos de elocuencia nervuda, varonil y no afectada, que si en ocasiones estuviera templada por un poco de dulzura, retraería a la memoria el libro De virginitate, de San Ildefonso. En el fondo, Beato y Heterio son muy fieles a la tradición isidoriana; pero conocese luego que su Apologético no ha nacido entre las pompas de Sevilla o de Toledo, sino en tierra áspera, agreste y bravía, entre erizados riscos y mares tempestuosos, para ser escuchada por hombres no tranquilos ni dados a las letras, sino avezados a continua devastación y pelea. Pasma el que se supiese tanto y se pudiese escribir de aquella manera ruda, pero valiente y levantada, en el pobre reino asturiano de Mauregato y de Bermudo el Diácono. Por eso, el libro de Beato es una reliquia preciosa no sólo para los montañeses, que vemos en él la más antigua de nuestras preseas literarias, sino para la Península toda, que puede admirar conservadas allí sus tradiciones de ciencia durante el período más oscuro y proceloso de los siglos medios (497).

     ¡Con cuánta valentía habían expresado Beato y Heterio su confianza en el poder de la fe! «Con nosotros está David, el de la mano fuerte, que con una piedra hirió y postró al blasfemo Goliat. Con nosotros Moisés, el que sumergió las cuadrigas de Faraón en el mar Rojo e hizo pasar el pueblo a pie enjuto. Con nosotros Josué, el que venció a los amalecitas y encerró a los cinco reyes en una cueva. Con nosotros el padre Abraham, que con trescientos criados venció y arrancó los despojos a los cuatro reyes (498). Con nosotros el fortísimo Gedeón y sus trescientos armados, que hirieron a Madiam como a un solo hombre. Con nosotros Sansón, más fuerte que los leones, más duro que las piedras; el que, solo y sin armas, postró a mil armados. Con nosotros los doce patriarcas, los dieciséis profetas, los apóstoles y evangelistas, todos los mártires; y doctores. Con nosotros Jesús, hijo de la Virgen, con toda su Iglesia, redimida a precio de su sangre y dilatada por todo el orbe» (499). Y esta confianza no se vio fallida, porque Dios lidiaba con ellos. La obra de los contradictores [327] de Elipando, difundida de un extremo a otro de España, hizo menguar rápidamente las fuerzas del adopcionismo. En Córdoba fue enseñanza y delicia de los muzárabes; los adoctrinó en la paz y los alentó en el peligro. Álvaro Cordobés la cita tres veces, siempre con nuevo respeto y en autoridad de cosa juzgada.

     A los generosos esfuerzos de Beato y Heterio unió los suyos un cierto Basilisco, mencionado por Álvaro Cordobés, que de su impugnación transcribe este lugar:

     «Dice Elipando: Dios Padre no engendró la carne. Confieso que no la engendró, pero sí al Hijo, de quien es la carne; a la manera que ningún hombre engendra el alma de su hijo, sino la carne, a la que se une el alma. Dios Padre, que es espíritu, engendra el espíritu, no la carne. El Padre divino engendra la naturaleza y la persona; el padre humano, la naturaleza, no la persona. En el Hijo de Dios subsistía la naturaleza divina antes que tomara la naturaleza humana. El hijo de cualquier hombre recibe de su padre la naturaleza carnal, no la persona. O hay que dividir al hijo del hombre o confesar la unidad de persona en Cristo. Todo hombre creado a imagen de Dios, y a quien la imagen de Dios desciende, ha tenido asimismo dos generaciones. Primero nace del padre y permanece temporalmente oculto; nace luego de la madre y es visible. El padre engendra la naturaleza y no la persona, la madre da a luz, con la persona, la naturaleza. En una sola persona hay dos sustancias: una producida por generación, otra no engendrada. La carne nace de la carne, el alma es propagada por Dios. Si a alguno le place dividir a Cristo en hijo propio y adoptivo, divida de una manera semejante a todo hombre. Pero como repugna a la razón suponer ni en el Hijo de Dios ni en el hijo del hombre dos padres, reconozcamos en uno y otro unidad de personas» (500).

     A pesar del bárbaro estilo y sobradas repeticiones de este trozo, no dejará de notarse lo bien esforzado que está el argumento a simili. y mostrada la contradicción de Elipando, que sólo [328] podía salvarla echándose en brazos del nestorianismo crudo, es decir, cayendo en otro absurdo, porque abyssus abyssum invocat, y del Cristo adoptivo era fácil el paso a la dualidad de Cristo.

     El papa Adriano I, en la carta ya citada a los obispos de España, quéjase de Elipando y de Ascario, renovadores del error de Nestorio, y refútalos con los textos de la Escritura, que claramente afirman la filiación divina de Cristo: Tu es Christus, filius Dei vivi... Proprio Filio suo non pepercit Deus, sed pro nobis omnibus tradidit illum.



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- V -

El adopcionismo fuera de España.-Concilios.-Refutaciones de Alcuino, Paulino de Aquileya, Agobardo etc.

     Como la diócesis de Félix de Urgel (que hasta ahora ha sonado poco en estos disturbios) caía en los dominios francos, esparcióse rápidamente la doctrina adopcionista del lado allá del Pirineo. Escribe el arzobispo Pedro de Marca que en 788 (otros autores dicen 791) juntáronse en el concilio Narbonense los obispos de Arlés, Aix, Embrum, Viena del Delfinado, Burges, Auch y Burdeos para condenar a Félix, quien abjuró allí. Realmente, Guillermo Catellus (501) publicó por primera vez, y Baluce y Labbé reprodujeron, las actas de cierto concilio celebrado en el año de la Encarnación del Señor 788, indicción XII, año vigésimo tercero del reinado de Carlomagno, en la basílica de los Santos Justo y Pastor de Narbona. Entre los motivos de su convocatoria figura el pestífero dogma de Félix (502). Este suscribe en decimotercero lugar: Felix Urgellitanae sedis episcopus subscripsi; pero en lo demás no se dice palabra de él ni de su herejía. Muchos dudan (pienso que con razón) de la autenticidad de estas actas, y otras creen que la fecha está errada.

     En tanto, la herejía de Félix había penetrado hasta Germania, y para reprimirla fue preciso convocar en el año 792 un concilio en Ragnisburgo o Reganesburgo, hoy Ratisbona, donde se hallaba Carlomagno. No quedan actas de este sínodo, pero dan noticia de él (además de varios cronistas franceses coetáneos o no muy posteriores) (503) Paulino de Aquileya y Alcuino. El primero tomó parte en la controversia de Ratisbona (gymnasticae disputationis conflictus) y afirma que Félix, convencido por los argumentos que contra su error se alegaron, abjuró, con la mano [329] puesta sobre los santos Evangelios (504). Alcuino refiere lo mismo, aunque de oídas (505). Todos convienen en que el mismo año Félix fue conducido a Roma por el abad Angilberto, y allí reiteró su abjuración. Aun tenemos otra autoridad, la del papa León III en el concilio Romano de 794. Según él, Félix escribió en las cárceles un libro ortodoxo en que retractaba sus primeras sentencias e hizo dos veces juramento de no recaer en el adopcionismo: la primera, sobre los Evangelios; la segunda, en la Confesión de San Pedro: in confessione super corpus Beati Petri Apostoli.

     Elipando y los de su sentir llevaron a mal estas condenaciones y abjuraciones y el aprecio que entre los franceses alcanzaba el libro de Beato, y dirigieron sendas cartas a los obispos de Galia, Aquitania y Austria y a Carlomagno. Decían en la primera, que nunca se ha impreso íntegra: «Nosotros, indignos prelados de España, solicitamos de vuestra prudencia que, siguiendo todos la bandera de Cristo, conservemos sin menoscabo la paz que él dejó encomendada a sus discípulos. Si pensáis de otro modo que nosotros, mostradnos la razón, y ojalá que la luz de la verdad, con los rayos del dogma, ilumine nuestras almas para que la caridad de Cristo permanezca en nosotros y no estén divididos por la lejanía de las tierras los campos que Cristo fecunda» (506).

     La epístola a Carlomagno es testimonio manifiesto de la difusión y benéfica influencia del libro de nuestro Beato en las Galias: «Llegó a noticia de tus siervos (escribe Elipando en nombre de los demás) que el fétido escrito de Beato ha contagiado con su veneno a algunos sacerdotes. Ese nefando presbítero y pseudoprofeta asevera que Cristo, en cuanto hombre nacido de las entrañas de la Virgen, no es hijo adoptivo del Padre. Contra esa locura dirigimos una carta a los sacerdotes de vuestro reino y te pedimos por Aquel que en la cruz derramó su sangre por ti, y por ti padeció muerte y pasión, que te hagas árbitro entre el obispo Félix, que en servicio de Dios defiende nuestra causa desde sus juveniles años, y ese Beato, llamado así por antífrasis, hombre sacrílego y manchado con las impurezas de la carne. Rogámoste que des justa sentencia; ojalá Dios humille a tus plantas la cerviz de las gentes bárbaras, y soberbias, y quiebre sus dientes, y convierta en polvo y en humo la gloria de tus enemigos. Restaura a Félix en su dignidad, restituye su pastor a la grey dispersa por los rapaces lobos... Cosa de espanto sería que en las tierras donde, por gracia de Dios y mérito vuestro, no reina visiblemente la impiedad de los gentiles, [330] dominara la oculta calamidad del enemigo antiguo por medio de ese Beato Antifrasio, dado a las torpezas de la carne, y adquiriera nuevos prosélitos y los llevase consigo al infierno.»

     Con igual insolencia está escrito lo restante de la carta, tanto que algunas injurias no sonarían bien traducidas: Idem foetidus Beatus post conversionem iterum atque iterum ad thorum scorti reversus. Pero ¿quién dudará entre las imputaciones atroces de Elipando, hijas de la vanidad castigada, y el retrato que Alcuino hace del presbítero montañés santo en la vida como en el nombre? En lo que sí conviene parar mientes es en que afirme Elipando que Beato escribía a todas partes gloriándose de haber convertido con sus escritos a Carlomagno (507).

     En vista de la carta de los españoles, Carlomagno, que había ido a pasar la Pascua del año 794 a Francfort, congregó allí un sínodo de trescientos obispos galos, germanos e italianos, con asistencia de los legados del Papa, Teofilacto y Esteban, mas no de Heterio ni de Beato ni de ningún otro español, por más que lo diga Mariana y se lea en la Vida (apócrifa) de San Beato (508) y en el Cronicón del falso Hauberto, y lo repitiera el severísimo crítico Masdéu, olvidado aquí de su diligencia ordinaria.

     Walchio recogió curiosamente los testimonios de los Anales Loiselianos, Lambecianos y Moissiacenses, del poeta sajón, de Eginhardo, del anónimo adicionador de Paulo Diácono, del Chronicon Anianense, de Adon Viennense; de los Anales de San Dionisio y del Chronicon Fuldense (509). En ninguno de ellos se menciona la asistencia de Beato ni de Heterio. El Anianense supone que concurrieron al concilio obispos de Italia, Gotia, Aquitania y Galicia (parece errata por Galia); entre ellos menciona a Benedicto, abad del monasterio en que la Crónica se escribía, y a sus monjes Beda, Ardo o Smaragdo, Lugila, Anno, Rabano y Jorge. Realmente el concilio era particular, y sólo debieron de asistir vasallos de Carlomagno. Este rogó a los Padres que admitiesen a Alcuino en sus deliberaciones. Acto continuo hizo leer la carta de Elipando y les preguntó: Quid vobis videtur? (510)

     Examinada la cuestión por algunos días, todos a una voz decidieron que el adopcionismo era enseñanza herética y debía ser erradicada de la Iglesia, y así lo escribieron en su primer [331] canon. Si el concilio obró justamente en repudiar la que llama Impia et nefanda haeresis Elipandi Toletanae Sedis Episcopi et Felicis Orgellitanae eorumque sequacium, qui male sentientes in Dei filio asserebant adoptionem, parece que pecó de ligereza y atrevimiento y aun abrió la puerta a la iconomaquia, condenando en su segundo canon los vocablos adoración y servidumbre, aplicados al culto de las imágenes, quizá por haber entendido mal la letra del concilio Niceno (511).

     Unidos a las actas de este concilio andan los siguientes monumentos:

     I. Epístola del papa Adriano a los obispos de España. Carlomagno había transmitido al Pontífice la epístola de Elipando, y Adriano juzgó conveniente refutarla en un escrito que no carece de doctrina y elocuencia, dado aquel siglo. Invoca textos de Isaías, de los Salmos, de los evangelistas, de las Epístolas de San Pablo y de las obras de San Atanasio, San Agustín y San Gregorio, no sin mezclar tal cual argumento de razón, y acaba: «Elijan, pues, lo que quisieren: la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Esperamos en la infinita clemencia del Buen Pastor, que tornó al redil en sus propios hombros la oveja descarriada, que lavarán con la penitencia sus pecados y tornarán a su prístina dignidad y buena fama, sin que padezca su honor naufragio ni sean apartados de nuestra comunión» (512). Si persisten, los anatematiza y separa del gremio de la Iglesia.

     II. Libellus episcoporum Italiae, llamado también Libellus Sacrosyllabus. Redactóle Paulino de Aquileya y le aprobaron los demás obispos italianos. Va dirigido ad provincias Galliciae et Spaniarum. Hay dos redacciones: una en que el autor habla en plural, otra en singular: Quapropter ego Paullinus, licet indignus Peccator omniumque servorum Dei ultimus servus, Aquileiensis Sedis Hesperiis oris accinctae... una cum Petro Mediolanensis Sedis Archiepiscopo, cunctisque collegis, fratribus et consacerdotibus nostris Liguriae, Aquitaniae et Aemiliae (513). [332]

     III. Epístola sinódica enderezada por los prelados de Germania, Galia y Aquitania a los de España. Ni ésta ni la anterior, como refutaciones del yerro de Elipando, tienen particularidad notable. Con leve diferencia, repiten los argumentos que ya hemos leído en el libro de Beato y Heterio y en la epístola del papa Adriano. El autor de la sinódica es ignorado.

     IV. Epístola de Carlomagno a Elipando y a los demás obispos españoles. Está mejor escrita que las dos anteriores, y puede atribuirse con fundamento a Alcuino. El principio es notable por su elegancia y armonía: Gaudet pietas christiana divinae scilicet atque fraternae per lata terrarum spatia duplices charitatis alas extendere ut mater foveat affectu quos sacro genuerat baptismate... A la vez que carta de remisión de los demás documentos, es un nuevo escrito apologético. Termina con exhortaciones a la concordia, lastimándose de que los españoles, con ser tan pocos, pretendan oponerse a la santa y universal Iglesia (514). Mucho había ofendido a Carlomagno el tono de autoridad y magisterio en la carta de Elipando, in quarum serie non satis elucebat an quasi ex auctoritate magisterii, nos vestra docere disposuistis, an ex humilitate discipulatus nostra discere desideratis. Como aquel hereje había traído en pro de su errado sentir textos alterados de los Padres toledanos (según veremos luego), así Carlomagno como los prelados francofordienses dijeron por ignorancia que «no era extraño que los hijos se pareciesen a los padres».

     Dos años después, en el 796 y no en el 791, fecha que tiene en la colección de Labbé, convocó Paulino de Aquileya el concilio Foroiuliense o del Frioul. Aunque expresamente no se nombre en sus cánones a Félix, contra él se dirige la condenación de los que dividen al Hijo de Dios en natural y adoptivo (515). En el Symbolum fidei se repite: Non putativus Dei filius sed verus: non adoptivus sed proprius, quia nunquam fuit propter horminem quem assumpsit a patre alienus (516).

     Ni se satisfizo con esto el celo de Paulino. Tres libros compuso, Contra Felicem Urgellitanum Episcopum, precedidos de una larga dedicatoria a Carlomagno, obra en que la buena intención supera de mucho al valor literario, por ser Paulino escritor [333] de gusto pueril y estragado, como nuestro Masdéu le califica. Basta leer estas palabras del proemio: Reverendorum siquidem apicum vestrorum sacris veneranter inspectis syllabis, saepiusque dulcedinis exigente recensitis sapore, factum est pabulum suavitatis eius in ore meo quasi mel dulce, et tanquam hybiflui distillantis favi, mellitae suffuscae guttulae faucibus meis, totum me proculdubio ex eo quod commodius contigit, dulcedinis sapor possedit... A este tenor prosigue lo más de la obra. Apenas se concibe mayor afectación en la barbarie. Lo peor es que el patriarca de Aquileya dio en su refutación lejos del blanco, acusando a sus adversarios de arrianos y macedonianos, ernpeñado en demostrarles la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo, que ellos no negaban. Al fin de la obra pone la Regula fidei promulgata sty1i mucrone, en versos algo mejores que su prosa:

                          

   Te, Pater omnipotens, mundum qui luce gubernas,

 

et te, Nate Dei, caeli qui sidera torques... (517)

     Pero no estaba solo el metropolitano aquileyense en esta contienda; a su lado lidiaba el grande Alcuino, maestro de Carlomagno, quien, por la fama de su saber y doctrina, le había hecho venir de las islas Británicas. Comenzó escribiendo a Félix una carta en tono de exhortación cariñosa y no de polémica, y Félix le replicó en un extenso libro hoy perdido, fuera de algunos trozos que en su refutación conservó Alcuino. Llamaba Félix a Cristo nuncupativum Deum, pero exponía óptimamente (al decir de su adversario) la doctrina de la unidad de la Iglesia. Siete libros empleó Alcuino para argüir contra el yerro nestoriano con la autoridad de la Escritura y de los Padres, sin olvidar entre ellos a los españoles Juvenco y San Isidoro (518).

     Pero antes de poner mano en su respuesta había declarado con loable modestia Alcuino que él solo no bastaba (ego solus non sufficio ad responsionem) (519), y suplicó a Carlomagno que enviase copias de la obra de Félix a Paulino, Richbodo y al español Teodulfo, obispo de Orleáns (520). Ya hemos visto la del primero: las de los otros dos, si se escribieron, no han llegado a nuestros días. [334]

     Escribió además Alcuino una Epistola cohortatoria a Elipando, convidándole a desistir de su error y a que persuadiera a Félix a lo mismo (521). Mas de poco le sirvió el tono manso y reposado de tal carta. Irritado el altanero metropolitano por la condenación de Francfort y los nuevos ataques a su doctrina, revolvióse como león herido, y en un acceso de verdadero delirio ordenó aquella invectiva larga, erudita, punzante, mordaz, que lleva el rótulo de Epistola Elipandi ad Alcuinum. Así empieza: «Al reverendísimo diácono Alcuino, no sacerdote de Cristo, sino discípulo del infame Beato, así llamado por antífrasis; al nuevo Arrio que ha aparecido en tierras de Austrasia, contrario a las doctrinas de los Santos Padres Ambrosio, Agustín, Isidoro y Jerónimo; eterna salud en el Señor, si se convirtiere de su yerro; si no, eterna condenación. Recibimos tu carta, apartada de la verdadera fe, llena de superstición, horrible como la llama del azufre. Al negar la adopción de Cristo no sigues la verdad, antes estás lleno del espíritu de mentira, como tu maestro el antifrasio Beato, manchado con las inmundicias de la carne, arrojado del altar de Dios, pseudo-Cristo y pseudo-profeta» (522).

     Por semejante estilo prosigue desatándose contra Beato y Alcuino, acusándolos de perseguir al santo confesor Félix en los montes y hasta en las entrañas de la tierra. Confiesa que les quedaban pocos partidarios en España, porque el camino de la vida es estrecho, y el de la perdición, ancho; repite a Alcuino que no se hinche con su sabiduría, la cual no es bajada de lo alto, sino terrena, animal, diabólica, aunque merced a ella haya infestado a Francia como su maestro la Liébana. Con todas estas invectivas sazona Elipando un largo catálogo de autoridades de Santos Padres, arrancadas de su lugar, entendidas mal o a medias, para que vinieran en apoyo de su tesis.

     Apenas se comprende que haya sido invocado como texto adopcionista este de San Isidoro: «Cuando vino la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, para salvación nuestra tomó forma de siervo y se hizo hombre» (523). Otros textos estaban falsificados con plena advertencia y deliberación; v. gr., este del misal gótico o muzárabe: Hodie Salvator noster post assumptionem carnis (524), donde Elipando escribe adoptionem. Otros son de propia invención; [335] v. gr., este que supone del referido misal en la fiesta de Jueves Santo: Qui per adoptivi hominis passionem dum suo non indulget corpori, de lo cual no hay rastro en nuestra liturgia, ni tampoco del adoptivi hominis vestimentum carnis que cita Elipando como de la misa de San Esperato. Y todo esto lo atribuía a San Isidoro, a San Ildefonso, que dijo en términos expresos que Cristo no era adoptivo, sino adoptador; a San Eugenio y San Julián, que en concilios toledanos anatematizaron el nestorianismo.

     Muy bien y con harta elocuencia, aunque fuera de propósito, demuestra Elipando la humanidad de Cristo, que imagina negada por sus adversarios; pero pronto cae en su error, al extremar con sutileza alejandrina la distinción de las dos formas en Cristo: la forma de Dios y la del siervo adoptado. Y una y otra vez llama a Alcuino discípulo de Beato, no sin añadir: tus palabras por fuera son melifluas; por dentro, más amargas que la hiel y el ajenjo... Nunca tu aceite manchará mi cabeza... ¡Ay de ti, Austrasia; ay de ti, Alejandría que has engendrado un nuevo Arrio para oscurecer y destruir la fe católica!

     No puede presentarse más brillante prueba del ingenio y ardorosa elocuencia de Elipando que esta descaminada carta. Cuando no se empeña en su herejía, cuando defiende lo que nadie negaba, está enérgico, vehemente, hasta inspirado: «No podían ser rotos los vínculos del cautiverio (dice en alguna parte) (525)si un hombre de nuestro linaje y naturaleza, exento del original pecado, no borraba con su propia sangre el signo de muerte y servidumbre. Así estaba ordenado en la plenitud de los tiempos; de muchos modos, por continuos testimonios había sido repetida la promesa, hasta que llegó el anhelado efecto. Grande es el sacrilegio de los que, fingiendo honrar a la divinidad, niegan la verdad de la carne en Cristo, la verdad que nos salva. Si el Verbo no se hubiera hecho carne, ni la carne hubiera podido salvarse ni el mundo ser reconciliado con Dios. Ningún cristiano se avergüence de confesar lo real del cuerpo de Cristo, puesto [336] que todos los apóstoles, y discípulos de los apóstoles, y preclaros doctores de la Iglesia, y cuantos merecieron llegar a la gloria de la confesión y del martirio, resplandecieron tanto por la lumbre de esta fe, pronunciando todos en concordes sentencias la unión personal de la divinidad y la carne en Cristo. ¿Con qué razones, con qué testimonios de la Escritura se ampararán los que la niegan, cuando ni la ley dejó de testificarla, ni los profetas de anunciarla, ni los evangelistas de enseñarla, ni el mismo Cristo de mostrarla clarísimamente? Recorran las Escrituras para huir de las tinieblas, no para oscurecer la verdadera luz, y verán esperado y creído desde el principio lo que en el fin vemos cumplido.»

     ¿Es posible que Elipando, que de esta manera comprendía y expresaba el dogma de la personalidad de Cristo, no parase mientes en que él mismo tiraba a destruirla con su fantástica adopción? Grande ejemplo de humana flaqueza es este obispo toledano, tan ardiente y convencido, pero descaminado por un yerro de inteligencia y un instinto soberbio que le llevaron a morales caídas y aberraciones, a falsificar textos y a calumniar impunemente a sus adversarios. 

     Por este tiempo, Félix, que, como vimos por su réplica a Alcuino, había vuelto a caer en la herejía, andaba errante y perseguido, por lo cual Elipando ruega a su contradictor que mitigue la indignación de Carlomagno con el obispo de Urgel, para que Dios no pida al rey la sangre de su siervo.

     Aumentaba cada día el número de sectarios de Félix, y para reprimirlos juntó el papa León III un concilio de cincuenta y siete obispos en el año 799. Hablan de este sínodo el mismo Félix en su Confessio fidei (526) y el adicionador de Paulo Diácono. De las actas sólo quedan fragmentos, que publicó por primera vez Sirmond y pueden verse en todas las colecciones.

     Harto confusa anda la cronología de estos acontecimientos. El arzobispo de Marca (527) habla de otro concilio celebrado en Urgel el referido año de 799, al cual asistieron, por comisión del papa, los obispos Leidrado, de Lyón, y Nefridio, de Narbona, con el abad Benedicto y otros prelados de la Galia aquitánica. Pero Walchio tiene semejante concilio por invención de Pedro de Marca, y el P. Villanueva se acuesta a su opinión (528), dando por probable que ese Leidrado no sea otro que el Leideredus praesul almae genitricis Dei Mariae in Urgello gratia Dei sede praesidente, que afirma una donación en 806 y que pudo ser sucesor de Félix, ya depuesto.

     Admitido que el concilio sea una ficción, porque ni quedan actas ni testimonios antiguos que acrediten su existencia, lo único que podemos afirmar es el viaje de tres enviados de [337] Carlomagno, Leidrado, Nefridio y Benedicto Anianense a Urgel para reducir a Félix y extirpar los restos de su herejía. A ellos y a los demás prelados de la Galia gótica enderezó Alcuino una epístola, que se lee al frente de sus libros contra Elipando (529). De aquí nació la fábula del sínodo.

     Llegados los dos obispos y el abad a Urgel, Leidrado puso en manos de Félix un salvoconducto para presentarse a Carlomagno (530).

     Y Félix compareció no ante un concilio, sino en una conferencia teológica habida en Aquisgrán, donde estaba Carlomagno, muy aficionado a aquellas deleitosas termas, conforme refiere Eginhardo: Delactabatur... vaporibus aquarum naturaliter calentium. Por eso cantó Manzoni:

                              

¡Oh Mosa errante! ¡oh tepidi

 

lavacri d'Aquisgrano!

 

Ove, deposta l'orrida

 

maglia, il guerrier sovrano,

 

scendea del campo a tergere

 

il novile sudor (531).

     Lo que en Aquisgrán pasó, sabémoslo por relación del mismo Félix y de Alcuino. Expuso Félix su sentencia de la adopción; replicáronle varios obispos con autoridades de San Cirilo, de San Gregorio el Magno, de San León y con las decisiones del sínodo Romano de 799. Y entonces Félix, no por violencia, sino por la fuerza de la verdad (non qualibet violentia, sed ratione veritatis), abjuró por tercera vez, ex toto corde, según él afirma, en presencia de muchos sacerdotes y monjes, prometiendo hacer penitencia de su pasado error y perjurios. Lo mismo hicieron, a ejemplo suyo, muchos de sus discípulos.

     A los que en Cataluña quedaban les dirigió una profesión de fe del todo católica, en que abiertamente rechaza y condena, absque ulla simulatione, el dogma de Nestorio con todas sus consecuencias. Este documento, que en el Apéndice pueden ver los lectores, está dirigido a los presbíteros Elmano, Ildesindo, Exuperio, Gundefredo, Sidonio, Ermegildo; a los diáconos Vittildo y Witirico y a los demás fieles de la iglesia de Urgel (532).

     Alcuino inserta una carta de Elipando a Félix, escrita poco después de la conversión de éste, que el de Toledo ignoraba. La tal epístola está en un latín sumamente bárbaro y lleno de solecismos, como redactada en estilo familiar, y es útil, por tanto, para la historia de los orígenes de nuestra lengua. Júzguese [338] por el comienzo: Sciente vos reddo, quia exeunte Iulio vestro scripto accepi, et exeunte Augusto vobis item conscripsi. Nótase en toda la carta un absoluto olvido de los casos de la declinación y abundan frases construidas de un modo tan extraño como la de Sciente vos reddo (te hago sabedor). Comparada esta carta con las demás de Elipandi, gramaticalmente escritas, se reconocerá, sin duda, la existencia de un dialecto familiar al lado del latín culto y erudito de la época. De ese dialecto fueron naciendo las lenguas romances (533).

     Refiere Elipando, en su carta que un cierto Militen, hereje de su bando, qui recta de Deo sentit, le había enviado unos cuadernos contra Beato. Alude luego a su propia contestación al hijo del Averno, al nuevo Arrio, Alcuino, discípulo no de Cristo, sino de aquel que dijo: Pondré mi trono en el Aquilón y seré semejante al Altísimo. Recomienda a un tal Ermedeo para que Félix le instruya en la verdadera fe, y dice haber remitido a los hermanos de Córdoba (es decir, a los adopcionistas) la carta de Félix.

     Cuando Elipando escribió esta carta, tenía ochenta y dos años y no mostraba grandes deseos de convertirse. Pagi, Tamayo de Salazar y algún otro aseguran que lo hizo, pero sin alegar fundamento plausible. Doloroso es decirlo, pero el rumor de la abjuración de Elipando es sólo una piadosa creencia, acogida de buen grado por escritores a quienes repugnaba que un arzobispo de Toledo hubiese muerto en la herejía. Los falsos cronicones, que con tantas y tan peregrinas circunstancias, que ni recordar he querido por respeto a la dignidad de la historia, exornaron la narración de los errores de Elipando, fingiendo hasta cartas de Ascárico o Ascario a él y de él a Ascario, no dejaron de llenar con la mejor intención ese vacío y salvar tropiezo tan grave. El falsario e invencionero Román de la Higuera forjó una carta del diácono Eutrando, en que se hablaba de la gran penitencia de Elipando. Gabriel Vázquez, que era teólogo y no investigador, aceptó como legítimo ese documento en su libro sobre el adopcionismo (534).

     Lo único que sabemos ya de Elipando es que Alcuino compuso contra él la obra titulada Libelli quatuor Alcuini contra epistolam sibi ab Elipando directam, quibus evacuat pravas illas [339] assertiones, refutando su error y amonestándole a la conversión con el ejemplo de Félix. Lo que de este libro nos interesa es la confesión que Alcuino hace de no encontrarse en los Padres españoles las frases adopcionistas que Elipando citaba: «San Isidoro nunca llamó adoptivo al Hijo de Dios; Juvenco le llama expresamente hijo propio; San Julián nada dice que favorezca tu opinión, ni en los sínodos toledanos puedes apoyarte... Bien sabido tenemos que has alterado perversamente y con inaudita temeridad sus sentencias, lo cual he podido comprobar después de la conversión de Félix, ahora compañero nuestro» (535). De esta manera reparó Alcuino el agravio inferido a nuestra Iglesia por los Padres de Francfort, que admitieron cual legítimos los textos de los doctores alegados por Elipando después de haberle convencido de falsario en citas de San Agustín y San Jerónimo (536).

     Si oscuro es el fin de Elipando, no menos el de Félix. Han supuesto algunos que tornó a su silla y a sus honores, fundados en estos versos del poeta sajón, analista de Carlomagno:

                             

Quo Praesente, Petri correctus in aede Beati

 

pontificum coram sancto, celebrique Senatu

 

damnavit prius infeliciter a se

 

ortam perfidiae sectam, meruitque reverti

 

ad propriae rursus retinendum sedis honorem.

     Pero ¿quién no ve, por los versos que a éstos preceden, que el autor se refiere a la primera abjuración de Félix en Roma, después del concilio Ratisbonense, y no a la de Aquisgrán? ¿No lo dice bien claro:

 

Hinc ad catholici deductus Principis aulam

 

(idem Regina nam tum hiemavit, in urbe)

 

a multis ibi Praesulibus Synodoque frequenti

 

est auditus, et errorem docuisse nefandum

                              

 convictus, post haec Adriano mittitur almo?

     Si el papa era Adriano, ¿cómo hemos de suponerle vivo en 799? Es extraña la alucinación de Masdéu en esta parte.

     Fuera de controversia parece que Félix murió en Lyón (Lugdunum), según unos, en 800; según otros, en 804, y no falta quien retrase la fecha hasta 808. Durante sus últimos años había dado muestras de tornar al antiguo error. Refiérelo San Agobardo, obispo lugdunense: «Enseñó Félix a algunos que nuestro Señor Jesucristo, según la carne, había ignorado dónde estaba el sepulcro de Lázaro, puesto que preguntó a las hermanas: ubi posuistis eum?, y que había ignorado verdaderamente el día del juicio, y lo que hablaban en el camino los [340] dos discípulos de las cosas que habían pasado en Jerusalén, que tampoco había sabido quién de sus discípulos le amaba más, dado que preguntó: Simon Petre, amas me plus his? De todo esto deducía Félix que el hijo adoptivo podía ignorar estas cosas, pero no el propio.» Agobardo, sabedor de las predicaciones del antiguo obispo de Urgel, procuró convencerle, con razones y autoridades de los Santos Padres, que los modos de hablar humanos que el Evangelio usa no han de entenderse a la letra ni en material sentido. Prometió Félix enmendarse; pero después de su muerte se supo que había explicado a muchos la crucifixión con el símil del sacrificio de Isaac. El cordero era para él símbolo del hombre adoptado que había de padecer en la cruz en vez del Isaac celeste, que, como tal, era impasible. De aquí a la distinción gnóstica o nestoriana entre el Eon Christos y el hombre Jesús no había gran distancia. Para colmo de males encontró Agobardo entre los papeles de Félix una cédula (537) donde, en forma de preguntas, parecía volver a su antiguo error, añadiendo frases de marcado sabor nestoriano. Refutólas San Agobardo discreta y templadamente en su Liber adversus dogma Felicis Episcopi Urgellensis: Ad Ludovicum Pium Imperatorem. Más que dudoso es, por tanto, el final arrepentimiento de Félix. Aunque el escrito hallado por San Agobardo fuese anterior a la profesión de fe, los demás indicios pasan de vehementes. Sin embargo, el P. Villanueva le defiende y se proponía hacer una apología extensa ponderando las virtudes de Félix, haciendo notar los anacronismos, contradicciones y oscuridades de su historia, etc. Es lástima que no llegase a hacerlo, porque su monografía me hubiera servido mucho para este capítulo.

     Tantas abjuraciones y recaídas, tanto variar de opinión a cada paso, dieron a Félix reputación de hombre liviano y tornadizo. Pero, si bien se mira, su carácter lo explica todo. En costumbres era un santo: la iglesia de Urgel le ha venerado como tal, y el mismo Agobardo confiesa que muchos admiraban y seguían la doctrina de Félix movidos sólo por la rectitud de su vida (538).Pero a sus buenas cualidades mezclaba una debilidad grande de genio, una desdichada tendencia a dejarse arrastrar de cualquier viento. Por huir del error de Eutiques cayó en el de Nestorio, dice San Agobardo. Convencíanle a veces los argumentos de los católicos y no tenía reparo en abjurar y retractarse. Pero quedábale el torcedor de la duda y le hacía recaer muy pronto. La monomanía de la adopción, el empeño de explicar a su modo y por extraños caminos la personalidad [341] de Cristo sin la unión hipostática sustancial de las naturalezas, trajéronle toda su vida inquieto y desasosegado.

     No así a Elipando, hombre de otro temple, altanero y tenaz, de los que se casan con una opinión y no la dejan, máxime si es perseguida. De Elipando no sabemos ninguna abjuración total ni parcial, y su carácter y todos sus actos, y hasta el tono de sus polémicas, llevan a suponer que no dudó ni vaciló nunca, Félix, en su dulzura y en las agitaciones de su conciencia, se parece a Melanchton. Elipando, por lo fanático y agresivo, recuerda a Lutero. No sentarían mal en la pluma del fraile sajón aquellas epístolas, llenas de dicterios y de afrentas.

     El último documento (539) relativo a los personajes que en esta herejía intervienen es la citada donación del obispo Leideredo al abad Calordo y a los presbíteros Ucanno, Eldesindo, Exuperio, Gontefredo, Sidonio, Ermegildo y otros, de San Saturnino de Tabernols, que son precisamente los mismos a quienes enderezó Félix su Confessio fidel. Hay en esta escritura una frase que parece puesta de intento para condenar el adopcionismo: per gloriosissimo homine, quem pro nos et pro nostra salute suscebit. Tiene este instrumento la fecha del año 5 de Carlomagno, 806 de la era cristiana (540).

     Con Félix y Elipando murió el adopcionismo, y no podía tener otra suerte una herejía nacida de particulares cavilaciones. Lo extraño es que durase tanto y pusiera en conmoción a media Europa y tuviera buen número de secuaces, aunque pocos nombres se han conservado. Investigando sus causas, hallámoslas, hasta cierto punto en las reliquias de la doctrina nestoriana censurada por Vital y Constancio y en las opiniones bonosíacas, acerca de las cuales un tal Rústico consultó al obispo de Valencia Justiniano en tiempo de Teudis (541). Pero nada de esto hubiera bastado a producir aquella tormenta sin las sutilezas y espíritu movedizo de Félix y la terquedad y fanatismo de Elipando. En el siglo anterior poco hubieran influido estas circunstancias: concilios y doctores habrían ahogado en su nacer aquella secta. Pero los desdichados tiempos que atravesaba la península Ibérica, conquistada en su mayor parte por árabes y francos, eran propicios a cualquiera revuelta teológica, cuando no a todo linaje de prevaricaciones. En aciagos momentos se levantó la voz del metropolitano de Toledo para secundar la del obispo de Urgel y dividir, más que lo estaba, al [342] pueblo cristiano, introduciendo la confusión en las almas y llenando de tinieblas los entendimientos. Una sutileza vana, que en otros tiempos hubiera sido materia de disputa para teólogos ociosos, levantó inmensa hoguera, porque toda controversia y división entre cristianos, cuando el enemigo llamaba a las puertas, era echar leña al fuego. Triste cosa fue que principiase el desorden y la rebelión por la cabeza y que el obispo de Toledo, sucesor de Ildefonso, de Julián y de Eugenio, en vez de animar a los fieles al martirio o a la guerra santa, esparciese entre los suyos la cizaña, trayendo nueva tribulación sobre la Iglesia española.

     Pero no lo dudemos: esta tribulación, como todas, a la vez que providencial castigo de anteriores flaquezas, fue despertador para nuevas y generosas hazañas. Ella aguzó el ingenio y guió la mano de Beato y Heterio para que defendiesen la pureza de la ortodoxia con el mismo brío con que había defendido Pelayo de extraños invasores los restos de la civilización hispanorromana, amparados en los montes cántabros. Allí se guardaba intacta la tradición isidoriana, allí vivía el salvador espíritu de Oslo y de los Padres iliberitanos, de Liciniano, de Mausona y de Leandro. Y la herejía fue vencida y humillada por Beato; ni restos de ella quedaron. España la rechazó como al priscilianismo y al arrianismo, que antes la habían amenazado. No hubo Inquisición ni tormentos que sofocasen aquellas doctrinas. ¿Quién había de encender las hogueras? El impulso venía de arriba. Los adversarios eran un pobre monje de Liébana y un obispo sin diócesis. ¿Qué podía temer de ellos Elipando, que vivía entre los musulmanes? Cierto que el adopcionismo fue condenado en Francia y Germania y que escribieron contra él Alcuino y Agobardo; mas ¿por ventura se cometió algún acto de violencia con Félix o sus parciales, siquiera abjurasen y reincidiesen y tomasen a levantarse? No hay duda: el error murió, porque ningún error arraiga en España. ¿No hubiera sido muy de temer la fundación de una Iglesia nestoriana, es decir, el cisma acompañado de la herejía? ¿Cuándo hubo circunstancias más propicias a ello? ¿Quién privaba a Elipando de hacerse patriarca y cabeza de la Iglesia de España? ¿No tendría alguna vez este mal pensamiento, él, tan independiente y altivo, tan despreciador de toda autoridad que contradijera sus aberraciones?

     No creo necesario insistir en su doctrina. Virtualmente queda ya expuesta por boca de amigos y enemigos; documentos hartos para juzgarla tiene el lector así en el texto como en los apéndices. Ya habrá visto que Félix no fue arriano, ni iconoclasta, ni macedoniano, por más que con todas estas culpas le hayan cargado historiadores mal informados (542). Walchio redujo [343] con buena crítica los capítulos de condenación del adopcionismo a cinco:

     I. La distinción a)/llwj kai\ a)/llwj (non similiter sed dissimiliter) en Cristo, hijo propio de Dios según la divinidad, adoptivo según la humanidad (543).

     II. La regeneración de Cristo, que como hombre tuvo necesidad del bautismo y en él fue adoptado (544).

     III. La frase Dios nuncupativo, fórmula inepta y errónea, la cual parece indicar que Félix no entendió la unión hipostática ni la communicatio idiomatum.

     IV. La forma del siervo, entendiendo mal la frase servum Dei, usada en las Escrituras.

     V. El suponer ignorancia en Cristo, por mala inteligencia de varios lugares del Nuevo Testamento.

     Comparaba Félix la adopción de Cristo con la de los santos, con la diferencia de estar el primero exento de todo pecado: Adoptionem Christi adoptioni piorum esse similem: hac tamen lege ut ille caruerit omni peccato. El nombre de Dios sólo podía aplicarse a Cristo en cuanto hombre como extensivo y común a entrambas naturalezas, non de essentia sed de nomine, quod commune sit utrique naturae (545).

     El adopcionismo, sin ser un juego de palabras, como Basnage, Mosheim y otros teólogos protestantes afirman, es una herejía de carácter bizantino, una sutileza dialéctica, sin trascendencia en la historia del pensamiento. Pero en la naturaleza misma de la cuestión, en la manera como fue expuesta y combatida por los ortodoxos, tenemos un brillante ejemplo del estado intelectual de España en aquel siglo. En otra nación hubiera brotado una herejía grosera, propia de entendimientos oscurecidos por la ignorancia y abatidos por la servidumbre. Aquí no; se disputaba acerca del punto más alto de la Christologia, la consustancialidad del Verbo; los argumentos, sobre todo en los impugnadores, eran unas veces sutiles, otras profundos, como de gente amaestrada en las lides de la razón. De una y otra parte menudeaba la erudición bíblica, y Beato y Heterio merecen y obtienen el lauro de muy entendidos expositores. Cuánto habían estudiado los sagrados Libros, cuán presentes tenían las obras de los Padres latinos y de algunos [344] griegos, muéstralo el comentario de nuestro doctor montañés al Apocalypsis. En esta exposición, verdadera Catena Patrum, agotó San Beato su erudición peregrina (546) y merced a él han llegado a nosotros considerables fragmentos de obras hoy perdidas (547). Félix era en Francia respetado por su saber, y tuvo discípulos tan nobles como el español Claudio, obispo de Turín. El hombre más señalado que en letras poseía la corte de Carlomagno, el bretón Alcuino, pagaba justo tributo a la ciencia de Beato, quedando inferior a él en su réplica, y solicitaba el auxilio de otro español, Teodulfo, obispo de Orleáns, porque no se atrevía a lidiar él solo contra adversarios tan temibles como Félix y Elipando, dice Haureau (548). Parece, en efecto, según una nota publicada por el P. Montfaucon, que Teodulfo escribió contra Elipando, aunque el libro no se conserva.

     En realidad, la herejía misma (y se puede hablar de ella con toda libertad, porque hace siglos que no tiene sectarios ni apologistas, como no sea alguno de esos impíos modernos, que tienen la peregrina ocurrencia de aprobar toda heterodoxia por lo que tiene de negativa, sin reparar que aplauden cosas contradictorias), la herejía, digo, no deja de mostrar alguna perspectiva y lucidez en sus autores. No es el nestorianismo [345] puro, error fácil de ocurrirse a cualquiera que se ponga a desbarrar acerca de la Encarnación, sino un término medio algo original e ingenioso. Excusado es advertir que no tenía condición de vida y estaba además en el aire. Por ser nestorianismo vergonzante, no se apartaba menos que el error de Nestorio de la verdad católica. Era como el panenteísmo de los krausistas con relación al panteísmo espinosista o al de Schelling.

     Pasó, pues, el sistema de la adopción al sepulcro del olvido, como tantas otras extravagancias y caprichos teológicos, que sólo han servido para dividir la Iglesia y embrollar la más santa y pura de las doctrinas (549). Pero indirectamente fue ocasión de un desarrollo de apologética cristiana no despreciable (550). [346]

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NOTAS

456.        «Huius et tempore Iudaei tentati, sicuti iam in Theodosii minoris* fuerant, a quodam Iudaeo sunt seducti, qui et per antiphrasint nomen accipiens Serenus, nubilio errore eos invasit, Messiamque se praedicans, illos ad terram repromissionis volari enunciat, atque omnia quae possidebant ut amitterent imperat: quo facto inanes et vacui remanserunt. Sed ubi hoc ad Ambizam pervenit, omnia quae amiserant, fisco associat; Serenum convocans ad se virum, si Messias esse quae Dei facere cogitaret» (párrafo 53 del Chronicon, ediciones de FLÓREZ [España Sag.] Y MIGNE [Patr. fol.96]).

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     * Falta temporibus o algún ablativo equivalente. El pasaje está muy corrompido en los dos textos que tengo a la vista. Falta este trozo en muchas copias del Pacense, y quizá sea intercalación; hállase en el códice de Alcalá y en el de París, utilizado por el arzobispo Pedro de Marca.

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457.        «Quodam die homo haeresi Sabelliana seductos voluit accedere core*, perquisitus est ab eo ut cum tali reatu esset concio, illeque abnegans tali scelere: qui statim ita a daemone est arreptus ut omnis conventus Ecclesiae in stupore reverteretur: sicque Sanctus ut oratione se dedit, et Sanctae Ecclesiae sanum reddidit et illaesum» (Chron. n.69).

     Grande es, como se ve, la barbarie de este pasaje, casi ininteligible. Algo habrá influido en ello el descuido de los copistas.

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     * Acaso coram.

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458.        «Porro in ipsis referebatur apicibus tuis qualiter vobis nimis intentio est de sexta feria et sabbato, quod istos duos dies dicimus ieiunio mancipandos. Nequaquam haereticorum hominum ignaviam atque impiam perversamque amentiam, inanesque ac mendaces sequere fabulas, sed magis doctorum nostrorum Sanctorum Patrum... videlicet Beati Sylvestri atque Innocentii Papae, pariterque almi Hieronymi seu Isidori divinos sermones annecte et ex nostra Apostolica olitana rcgula, sabbato ieiunare, firmiter atque procul dubio tenens, tua non desinat Sanctitas... Et B. Augustini opuscula legere non praetermittas» (ep.1 del papa ADRIANO, t.5 de la España Sagrada p.528).

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459.        «His nempe septem diebus a quartodecimo Lunae die, quod est plenilunium, si Dominica tamen occurrerit, quae est prima et sancta dies, pro eo quod non oportet in ea ieiunare, intermissis in alia Dominica quae est sancta et prima dies, vicesimaprima Luna, rationis ordo exigit a Christianis Sanctum Pascha celebrandum. Nam in sabbato quartadecima Luna advenerit, non est intermittenda subsequens Dominica, quintadecima videlicet Lunae dies, venerantes eamdem Dominicam, quae est prima sabbatorum dies in qua lux, iubente Deo, in ipso mundi exordio prodiit, in qua et vera lux, Salvator noster, ab inferis carne resurrexit» (ep.2 del papa ADRIANO, t.5 de la España Sagrada p.532).

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460.        «Illud autem quod alii ex ipsis dicunt, quod praedestinatio ad vitam sive ad mortem, in Dei sit potestate: alii iterum dicunt, ut quid rogamus Deum ne vincamur tentatione, quod in nostra est potestate, quasi libertate arbitrii?» (Ibid., p.533).

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461.        «Multi dicentes catholicos se, communem vitam gerentes cum Iudaeis et non baptizatis paganis... Ipsi filias suas cum alio benedicant, et sic populo gentili tradentur... Etiam vivente viro mulieres connubio sibi sortiantur ipsi pseudosacerdotes» (ibid., p.535).

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462.        «Dudum vero quod Wulcharius Archiepiscopus Galliarum suggessit nobis pro quodam Egila, ut eum episcopum consecraret, valde nimisque cum in fide catholica et in moribus atque actibus laudans ut consecratum vestris partibus emitteret ad praedicandum. Nos vero praedicti Wulcharii Archiepiscopi petitioni credentes, consuetam illi licentiam tribuimus, ut canonice eum examinaret, quatenus si post discussionem et veram examinationem rectum et catholicum eum invenisset, Episcopum ordinaret et nullam quamlibet alienam sedem ambiret vel usurparet, sed solummodo animatum lucra Deo offerret...» (ibid, p.538).

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463.        «Eius fama in auribus nostris sonuit: non recte ille Egila praedicat, sed errores quosdam Mingentii magistri sui sequens, extra catholicam disciplinam, ut fertur, conatur docere», etc. (ibid., p.538).

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464.        Elipandus ex antiqua gothorum gente prognatus erat, dice MARIANA en su Historia latina. Elipando, como el nombre lo muestra, venía de la antigua sangre de los godos, repite en la castellana (1.7 c.8).

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465.        En igual día de 799 tenía ochenta y dos años, según consta en su carta a Félix

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466.        Increíble parecería, si no supiéramos cuánto ciega el espíritu de secta a los hombres más eminentes, que el protestante Walchio, autor de la mejor y más docta monografía que tenemos sobre el adopcionismo, se empeñe, apoyado en estas frases de sabor y doctrina tan católicos, en tener a Elipando por precursor de la Reforma, faltándole poco para incluir al metropolitano de Toledo en el Catalogus testium veritatis.

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467.        «In Hispalim, propter Paschas erroneas quae ab eis sunt celebratae, libellum Patrum atque a diversis auctoribus pulchre* compositum conscripsi

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     * Entendiendo mal el pulchre, han creído algunos que el chantre se llamaba Pedro Pulchro.

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468.        Cf. la epístola de Elipando con Migecio en el t.5 de la España Sagrada p.543-554. Allí se publicó por primera vez, tomada de un códice de la Biblioteca Toledana, descubierto por los benedictinos Fr. Martín Sarmiento y Fr. Diego de Mecolaeta, autor este último del célebre folleto Ferreras contra Ferreras y cuña del mismo palo.

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469.        VILLANUEVA, Viaje literario a las iglesias de España (Valencia 1821) t.10, Viaje a Urgel p.20-31.

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470.        Agobardi adversus dogma Felicis (p.238 col.1 del t.14 de la Maxima Bibliotheca Veterum Patrum, Lyon, apud Anissonios, 1677).

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471.        Antecedentes del adopcionismo (ALZOG, II 53).

     «Algunas expresiones oscuras ocasionaron que fuese acusado de sabelianismo, y aun depuesto, Marcelo, obispo de Ancira, uno de los más firmes defensores del símbolo de Nicea. Uno de sus discípulos, Fotino, diácono en Ancira y más adelante obispo de Sirmio, enseñó un error manifiesto (341), pretendiendo que el Logos no era una persona, sino una virtud divina que se manifestó en Jesús. Según él, no era Jesús más que hombre; Dios lo adoptó por hijo a causa de sus virtudes; desde el momento en que haya entregado su poder al Padre, el Logos se separará de él.

     Apoyábase Fotino para sostener su error en los textos de 1 Tim 2,5; 1 Cor 15,47; Io 1,1; Gen 1,26; 8,1; 19,4; 30,26; y Dan 7al3. Los semiarrianos le condenaron en Antioquia (345), y los ortodoxos, en Milán (347 ó 49). Por último, los eusebianos le desposeyeron en el primer sínodo de Sirmio (351), por haber condenado de nuevo las opiniones sabelianas sobre la extensión y la concentración de la sustancia divina. Esta condenación fue renovada por otros varios concilios y por el de Constantinopla (381) de la manera más terminante, lo cual no fue parte a impedir que esta herejía amenazase reaparecer en Bonosio, obispo de Sárdica.» ATHANAS. (De Syn. n.27) expone una fórmula de fe acompañada de veintisiete anatemas lanzados contra Fotino (op., t.1 p.593). KLOSE, Historia et Doctrina de Marcello et Photino (Hamb. 1837).

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472.        Cf. en FLÓREZ, España Sagrada t.5 p.582.

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473.        Adopcionismo.

     Textos citados por Elipando en pro de su opinión. S. Isidoro, Etym. VII 2: «(Christus) Unigenitus autem vocatur secundum divinitatis excellentiam, quia sine fratribus; [318] Primogenitus secundum susceptionem hominis, in qua per adoptionem gratiae fratres habere dignatus est, de quibus esset primogenitus.»

     Liturg. Mozar.: «Qui per adoptivi hominis passionem dum suo non indulsit corpori, nostro demum pepercerit.»

     Missa de Ascens. Domini: «Hodie Salvator noster per adoptionem carnis sedem repetit Deitatis.»

     In missa defunctorum: «Quos fecisti adoptionis participes, iubeas haereditatis tuae esse consortes.»

     Cf. Liturgia Mozárabe, ed. ALEX. LESLE (Roma 1755) 4.º ALZOG, II 249.

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474.        IONAS AURELIANENSIS, De cultu imaginum, libri III (p.166 del tomo citado de la Bibliotheca Veterum Patrum).

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475.        Ep. ad Elipandum (p.994 de sus Obras, ed. de París 1617).

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476.        «Eo tempore quo Elipandi lues vesano furore nostram vastabat provinciam» (Alvari Cordubensis, ep.4 t.11 de la España Sagrada).

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477.        Adopcionismo.-Sus relaciones con el nestorianismo.

     ALCUINO, Contra Felicem 1.1 c.11: «Sicut nestoriana impietas in duas Christum divisit personas propter duas naturas, ita et vestra indocta temeritas in duos etiam divisit filios, unum proprium, alterum adoptivum. Si vero Christus est proprius Filius Dei Patris et adoptivus, ergo est alter et alter.»

     ALZOG (II 249) dice: «Así terminó una controversia que, aunque causa de graves errores, no dejó de ser importante, porque obligó a los obispos francos a ocuparse de una manera especulativa en una cuestión dogmática y a estudiar la literatura sagrada en todo lo que tenía relación con ella.»

     Id., II 420: «En medio de las arduas controversias del adopcionismo, la predestinación y la Eucaristía, se va desarrollando la inteligencia de un modo maravilloso.»

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478.        In tertiam partem S. Thomae, t.1 disp.89 c.8.

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479.        «Disputant theologi an Elipandus fuerit vere Nestorianus, duas personas in Christo cum Nestorio statuens, an vero tantum docuerit Christum in una persona esse filium Dei naturalem et adoptivum, naturalem secundum divinitatem, adoptivum secundum humanitatem. Et quidem Nestorianum non fuisse nec propter nestorianismum, sed propter adoptionem Christi in una persona damnatum esse... probare conatur Gabriel Vázquez» (prefacio de Pedro Stevart al libro de San Beato y Heterio contra Elipando).

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480.        «Episcopus nomine Felix, natione Hispanus, ab Elipando Toleti Episcopo per litteras consultus... doctrinam adoptivam, non solum pronuntiavit, sed etiam scriptis ad memoratum Episcopum libris pertinacissime pravitatem opinionis suae defendere curavit.»

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481.        «Eo tempore quo Elipandi lues nostram vastabat provinciam, et crudeliter barbarisco gladio letali pectora dissipabat, vester nune requisitus Episcopus Theudula, post multa et varia de proprietate Christi veneranda eloquia, tali fine totius suae dispositionis conclusit Epitoma, ut diceret: 'Si quis carnem Christi adoptivam dixerit Patri, anathema sit.' Amen» (ep.4).

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482.        De las cosas de San Beato (que aquí trato sólo de pasada) hablaré muy por extenso en la monografía* a él dedicada en mis Estudios críticos sobre escritores montañeses.

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     * Esta monografía no llegó a publicarse.

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483.        «Cuius discipulos apud Astures me aliquando vidisse memini, quos et catholicorum virorum regiones illius, qui eorum vesanae doctrinae secundum sanam doctrinam rationabiliter retinebantur...»

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484.        Esta es la fecha del códice toledano y la admitida por Flórez; en las ediciones de la Bibliotheca Veterum Patrum no hay era ninguna, Morales y Baronio ponen la 821 a año 783. Esta carta fue incorporada por Beato y Heterio en el libro De adoptione. Puede [320] verse además (aunque con graves erratas) en el t.6 de la España sagrada. Póngola asimismo en el apéndice*.

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     * No consta en él.

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485.        L.13 c.26 de su Crónica.

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486.        Dícelo Ambrosio de Morales con la referencia a Álvaro Cordobés; pero yo no he encontrado en sus Cartas este pasaje.

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487.        Eminentissimo nobis, et Deo amabili Elipando, Toletanae Sedis Archiepiscopo, Eterius et Beatus in Domino salutem. Legimus litteras prudentiae tuae anno praesenti, et non nobis, sed Fideli Abbati mense Octobris, in Era DCCCXXIII clam sub sigillo directas: quas ex relatu advenisse audivimus, sed eas usque sexto Kalendas Decembris minime vidimus. Cumque nos ad fratrem Fidelem, non litterarum illarum compulsio, sed recens religiosae Dominae Adosindae perduceret devotio: audivimus impium libellum adversum nos et fidem nostram per Cuncta Asturia publice devulgatum. Et cum fides nostra una sit et indissoluta, coepit inter scopulos nimis fluctuare navicula... Tunc colloquentes ad invicem diximus: Dormit Iesus in navi, et hinc inde fluctibus quatimur, [322] et tempestate tum molestias sustinemus, quia importabilis excitatus est ventus. Nulla salus nobis esse videtur nisi Iesus excitetur et corde et voce clamandum est ut sic dicamus: Domine, salva nos, perimus», etc.

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488.        L.2 al principio.

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489.        «Nonne lupi sunt qui vobis dicunt; adoptivum credite Iesum Christum, et qui ita non crediderit exterminetur? Et Episcopus metropolitanus, et princeps terrae pari certamine haereseorum schismata, unus verbi gladio, alter virga regiminis ulciscens, haereticorum schismata de terra vestra funditus auferat. Certe iam rumor est, iam fama est, et non solum per Asturiam, sed per totam Hispaniam et usque ad Franciam divulgatum est, quod duae quaestiones in Asturicensi Ecclesia ortae sunt. Et sicut duae quaestiones, ita duo populi et duae Ecclesiae. Una pars cum altera pro uno Christo contendunt. Cuius fides vera an falsa sit, grandis intentio est. Et hoc non in minuta plebe, sed inter Episcopos est. Una pars Episcoporum dicit quod Iesus Christus adoptivus est humanitate et nequaquam adoptivus divinitate. Altera pars dicit: nisi ex utraque natura umus est Dei Patris filius proprius, ut ipse sit Dei filius, Deus verus, et ipse adoretur et colatur, qui sub Pontio Pilato est crucifixus. Haec pars nos sumus, id est, Etherius et Beatus cum caeteris ita credentibus» (1.1).

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490.        «Quia licet humana mens non possit plene rationis investigatione comprehendere, fidei tamen plenitudo complectitur» (1.1).

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491.        «Deus asserit, probat Filius, tremens terra testatur, inferna captivos absolvunt, maria obediunt, elementa serviunt, petrae scinduntur, sol obscuratur, et haereticus, cum esset rationalis, filiunt Virginis non esse Dei filium causatur» (1.1).

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492.        «Cum dicit: Qui me misit, mecum est nec me dereliquit. Et alio loco: Deus, Deus meus, quare me dereliquisti, ipse unus est: in ambas naturas me et me dicit. Nam cum dicit: Nec me dereliquit, divina est. Cum autem dicit: Me dereliquisti, humana est. Quia Deus, hominem susceperat, et ipse homo mori habebat, et divinitas, quae vita erat, exul erat a morte, ideo per mortem crucis relinquendus erat usque ad resurrectionem ipsius. Non quod divinitas reliquerit carnem suam, sed quod non moritura erat cum carne sua. Quia sic in sepulchro carnem suam commanendo non deseruit sicut in utero Virginis connascendo formavit. Fidei ergo nostrae convenit, ut Homo Filius dicat: Qui me misit, mecum est, nec me dereliquit. Et cum ex utroque unus sit Filius, cavendum est ne aliquis dicat: Homo est mortuus et Deus eum excitavit», etc.

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493.        «Quod si discutere volueris, et rationem de Deo et homine facere praesumpseris, continuo in laqueum perditionis inmergeris. Non ergo debemus dicere illum Deum et istum hominem: unum habemus et adoramus cum Patre et Spiritu Sancto Deum: non hominem, quartam introducentes personam, sed cum ipsa carne propria unum adoremus Christum filium Dei, Deum, iuxta Ephesini Concilii verae Fidei documentum, quod ait: Cavemus autem de Christo dicere: Propter adsumentent adoro adsumptum, et propter invisibilem, visibilem. Horrendum vero super hoc etiam illud dicere: Is qui susceptus est cum eo qui suscepit non nuncupatur Deus. Qui enim haec dicit, dividit iterum in duos Christos eum qui unus est, hominem seorsum in partem et Deum similiter in partem constituens», etc.

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494.        «Tantum ex duabus substantiis constat, id est, corpore et anima. Corpus habet partem mundi unde ducit originem. Anima vero non habet originem, quia spiritus est, et ad imaginem Dei factus...» «Spiritus... superior intellectus... intellectus angelicus... cum supra tendit, fit cum Deo et angelis unus spiritus... sed non una natura... Aliud lumen illuminans, aliud lumen illuminatum» (§ 100 y 101 del t.1, ed. de MIGNE, p.956 y 957).

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495.        «Et habet ipsa anima multa nomina per actiones... cum sit substantia una, quae dum contemplatur Deum, spiritus est; dum sensit, sensus est; dum sapit, animus est», etc.

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496.        Con frase enérgica, aunque disonante a oídos melindrosos, llama a los herejes testiculi Antichristi.

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497.        Del tratado de San Beato hay dos códices en la Biblioteca Toledana; el más antiguo parece de fines del siglo X o principios del XI. El célebre jesuita Andrés Scotto, a quien Mariana dio a conocer el manuscrito, envió copia a Gretser. De esta copia se valió Pedro Stevart para la primera edición, que es de Ingolstad, 1596, en la Collectio insignium auctorum tam graecorum quam latinorum de rebus ecclesiasticis. Después se insertó en las colecciones patrísticas. La que uso es la de MIGNE (t.96 [París 1862] col.894-1030), cotejándola a veces con la incluida en el t 13 de la Maxima Bibliotheca Veterum Patrum (Lugduni, apud Anissonios, 1677, fol.353ss). Preparo una nueva edición, acompañada de versión castellana, para la Sociedad de Bibliófilos Cántabros.

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498.        Cinco dice el texto impreso, pero evidentemente es yerro. Fueron cuatro, según la Escritura (cf. Gen c.14).

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499.       «Nobiscum est David, ille manu fortis, qui parvo lapide Goliat blasphemum... in fronte percussit», etc. (t.1 p.50).

500.        «Addicit quis: Deus Pater carnem non genuit. Fateor ipse quia carnem non genuit; sed Filium cuius caro est genuit. Nec quis horno in filium animam generat sed carnem cuius est anima generat. Ibi enim Deus Pater, Spiritus, spiritum, non carnem generat... Et ibi Deus Pater et naturam et personam, hic homo pater tantum naturam, non personam. Ibi antequam naturam hominis susciperet, subsistens divina persona amplius augmenti ut Dei filius fateatur divina generatio obtinuit. Hic ut quis filius hominis fateatur, multo minus habuit, qui sine persona tantum a patre naturam carnis suscepit. Unde omnino quis aut dividat omnem hominis filiuum aut Christum ex utroque praedicet unum. Omnis enim ad Dei imaginem conditus, per quem imago Dei descendit, non nisi dissimiliter genitus ex utroque parente existit. Primo natus a Patre, incognitus manet pro tempore. Demum nascitur a matre, et videtur in homine. Pater tantum sine persona naturam, mater vero ut naturam, generat et personam. Sed in una persona utramque substantiam: unam e visceribus propriis, gignendo in fratrum (sic) transmisit, aliam non e visceribus proditam cum genita parturivit. Une in gignentibus caro tantum de carne nata, anima vero a Deo nascitur propagata. Quapropter si uterque parens proprio in filio animam non genuit: ergo adoptivus illi in anima extitit. Quamobrem si cui placet naturarum distinctionem in proprio et adoptivo filio dividere Christum, dividet hominem, omnino hominis filium. Sed quia ratio veritatis repugnat, ex utroque Deo Patri, ex utroque in utroque parenti proprius Filius agnoscatur, quia in utroque non nisi unus personaliter, aut Dei, aut hominis filium demonstratur» (Alvari Cordubensis ep.4, Alvari ad Ioannem).

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501.        Mémoires de l'histoire de Languedoc.

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502.        «Anno incarnationis dominicae DCCLXXXVIII indictione XII, gloriosissimo quoque Karolo regnante anno XXIII, V Kal. Iul. Dum pro multis et variis ecclesiasticis negotiis, praesertim pro Felicis Urgellitanae sedis Episcopi pestifero dogmate, monente per suae auctoritatis litteras domno apostolico Adriano, ac domno imperatore per missum suum, nomine Desiderium, convenissemus, urbem Narbonam, infra Basilicam SS. Iusti et Pastoris.»

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503.        «Anno 792. Haeresis Feliciana primitus audita, et in Reganesburg primo condemnata est. Quem Angilbertus ad praesentiam Adiriani Apostolici adiduxit, et confessione facta suam haeresim iterum abdicavit» (Annales rerum Francorum, desde 741 a 814; FLÓREZ, España Sagrada t.5). Véanse otros testimonios, en lo esencial conformes, en la monografía de WALCHIO (Historia Adoptionorum), quien los tomó de la colección de BOUQUET (Rerum Gallicarum et Francorum, scriptores), t.5 y 6.

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504.        L.1, Contra Felicem c.5.

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505.        Adversus Elipandum l.1.

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506.        «Indigni et exigui Spaniae praesules et caeteri fideles, poscentes almitudinem vestram, ut sicut unius Christi vexillo praesignati sumus, ita pacem illam quam ipse commendavit discipulis suis, intemerato iure servemus. Si quid vero aliter vestra prudentia senserit, reciprocatus vestri sermo socordiam nostram enubilet, et lux veritatis, radio veri dogmatis, abdita pectoris nostri perlustret, ut quos ubertas Christi foecundat, terrae spatium nullo modo dividat» (España Sagrada t.5 p.557).

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507.        En el apéndice puede verse la carta de Elipando a Carlomagno*. Publicóla por primera vez el P. FLÓREZ en el t.5 de la España Sagrada p.558ss, tomada de un códice de la Biblioteca Toledana, donde está también, aunque incompleta, la dirigida a los obispos de las Galias, que publico por primera vez en el apéndice de este tomo.

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     * No llegó Menéndez Pelayo a incluir esta carta en el apéndice.

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508.        Publicada por Tamayo de Salazar en el Martirologio Hispano. Mabillon la admite como auténtica. En otra parte expondré las razones que tengo para suponerla obra del mismo Tamayo.

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509.        El P. Flórez había reproducido ya los textos del anónimo continuador de Paulo Diácono y del Chronicon Moissiacense, tomándolos de la colección de DUCHESNE, Scriptores His. Franc. t.2 p.206, y t.3 p.141.

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510.        «Quid vobis videtur? Ab anno prorsus praeterito et ex quo coepit huius pestis insania tumescente perfidiae ulcus diffusius ebullire, non parvus in his regionibus, licet in extremis finibus regni nostri, error inolevit quem censura fidei necesse est omnibus modis resecare» (cf. Libellus Sacrosyllabus en LABBÉ, t.7).

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511.        La importancia de ambos cánones me mueve a reproducirlos textualmente: «Coniungentibus, Deo favente, apostolica auctoritate, atque piissimi domini nostri Caroli regis iussione, anno XXVI principatus sui cunctis regni Francorum, seu Italiae Aquitaniaeque provinciae episcopis ac sacerdotibus synodali Concilio, inter quos ipse mitissimus sancto interfuit conventui. Ubi in primordio capitulorum exortum est de impia etc. (Ut supra.)... Quam omnes qui supra sanctissimi Patres, et respuentes una cum voce contradixerunt, atque hanc haeresim funditus a Sancta Ecclesia eradicandam statuerunt...

»Can.2: Allata est in medium quaestio de nova Graecorum synodo, quam de adorandis imaginibus Constantinopoli fecerunt, in qua scriptum habebatur ut qui imaginibus Sanctorum, ita ut Deificae Trinitati servitium aut adorationem non impenderent, anathema iudicarentur. Qui supra SS. Patres nostri omnimodis adorationem et servitutem renuentes contempserunt, atque consentientes condemnaverunt.»

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512.        «Eligant namque quae volunt, vitam aut mortem, benedictionem aut maledictionem. Optamus namque et infinitam boni pastoris Domini precamur benignitatis elementiam, ut qui ovem perditam ad ovile propriis humeris reportavit, ut relictis erroris anfractibus, in quibus malae bestiae, id est, maligni spiritus commorantur... per lamentum poenitentiae sordes abluant peccatorum, et infamata eorum modestia, bonae famae recipiant pristinam dignitatem. Nec honoris periclitentur naufragio et a nostro non disiungantur consortio...» (LABBÉ, t.7).

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513.        Este documento, que viene a ser, lo mismo que el siguiente, una respuesta al Quid vobis videtur? de Carlomagno, se llama Sacrosyllabo por estas palabras del prefacio: [332] Quumque imprecata et concessa esset morosa dilatio per dies aliquot, placuit eius mansuetudini, ut unusquisque quidquid ingenii captu rectius sentire potuisset, per sacras syllabas die... statuto deferret» (LABBÉ, t.7, París 1671).

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514.        «Vos igitur quia pauci estis, unde putatis vos aliquid verius invenire potuisse, quam quod sancta universalis toto orbe diffusa tenet Ecclesia? Sub tegmine alarum illarum requiescite, ne vos avida diaboli rapacitas, si foris inveniat, nefando gutture devoret. Redite ad pium Matris Ecelesiae gremium. Illa vos foveat et nutriat, donec occurratis in virum perfectum et plenitudinem corporis» (LABBÉ, t.7, Synodus francofordiana).

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515.        «Similiter et illis non credimus qui in duos videntem filios unum Christum Dei filium dividere, dum illum naturalem et adoptivum affirmare moliuntur, dum unus idemque sit Dei hominisque filius.»

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516.        Cf. en el t.7 de LABBÉ Concilium Foroiuliense a Paulino Aquileiensi in causa Sacrosanctae Trinitatis et Incarnationis Verbi Divini congregatum sub Hadriano Papa I anno DCCXCI. Los cánones son catorce, precedidos de una larga arenga de Paulino. Pagi, Madrisio y Muratori señalan al concilio la indicada fecha de 796.

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517.        Así este opúsculo como el Libellus sacrosy1labus figuran como apéndices (col.1766ss) en las Obras de Alcuino, ed. de ANDRÉS Quercetano (Duchesne, París 1617), que es la que he tenido presente. Walchio cita una edición más correcta de todas las obras de Paulino de Aquileya, hecha por Madrisio.

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518.        Magistri Albini Flacci Alcuini contra Felicem Urgellitanum Episcopum, libri septem. Véase este tratado en F. Alcuini opera quae hactenus reperiri potuerunt, studio et diligentia Andreae Querecetani Turonensis (Lutetiae Parisiorum 1617, col.782ss). Scripsi Epistolam pridem Felici Episcopo, charitatis calamo, non contentionis stimulo, dice al principio.

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519.        Ep.8.

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520.        «De libello vero infelicis non Magistri sed subversoris, placet mihi valde quod vestra sanctissima voluntas et devotio habet curam respondendi ad defensionem fidei catholicae. Sed obsecro, si vestrae placeat pietati, ut exemplarium illius libelli domno dirigatur Apostolico, aliud quoque Paulino Patriarchae, similiter Richbodo et Theodulfo Episcopis, Doctoribus et Magistris, ut singulis pro se respondeant... Et tempore praefinito a vobis ferantur vestrae auctoritati singulorum responsa. Et quidquid in illo libello vel sententiarum vel sensuum contra Catholicam fidem inveniantur, omnia Catholicis exemplis destruantur» (Ep.4 Ad Carolunn Magnum).

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521.        Epistola cobortatoria in Catholica fide. Empieza: Perfectio fraternae charitatis... Véase Obras de Alcuino col.902

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522.        «Reverendissimo fratri Albino Diacono, non Christi ministro, sed Antiphrasii Beati foetidissimi discipuli, tempore gloriosi Principis in finibus Austriae exorto, novo Arrio, Sanctorum Venerabilium Patrum Ambrosii, Augustini, Isidori, Hieronymi doctrinis contrario, si converterit ab errore viae suae, a Domino aeternam salutem, et si noluerit, aeternam damnationem. Epistolam tuam a rectae fidei tramite deviam, nitore sulfureo horrificam, superstitioso sermone exaratam, accepimus... Quod vero asseris nullam carnis adoptionem in Filio Dei secundum formam servi de gloriosa Dei Virgine suscepisse, non vera persequeris, sed mendacio plenos esse ostenderis, sicut et magister tuus Antiphrasius Beatus, Antichristi discipulus, carnis immunditia foetidus, ab altare Dei extraneus, pseudo-Christus et pseudo-propheta» (en las Obras de Alcuino y en el t.5 de la España Sagrada).

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523.        «Postquam venit plenitudo temporis, propter salutem nostram, formam servi accepit, et factus est hominis filius.»

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524.        Infesto Ascensionis.

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525.        Nam quia captivitatis nostrae resolvi originalia vincula non poterant, nisi existeret homo nostri generis nostraeque naturae, qui peccati praeiudicio non teneretur et qui immaculato sanguine suo Chirographum letale dilueret, sicut ab initio erat divinitus praeordinatum: ita est in plenitudine praefiniti temporis factum, ut multis modis significata promissio in diu expectatum veniret effectum... In magno autem sacrilegio se versari haereticorum manifestat impietas, cum sub specie Deitatis honorandae, humanae carnis in Christo negant veritatem... Cum ita secundum promissionem omnia saecula percurrentem, mundus sit reconciliatus in Christo, ut si non Verbum dignaretur caro fieri, nulla posset et caro salvari... Non ergo quisquam sibi erubescendum existimet Christianus de nostri in Christo corporis veritate, quia omnes Apostoli Apostolorumque discipuli et praeclari Ecclesiarum quique doctores qui ad martyrii coronam vel confessionis meruerunt gloriam pervenire, in huius fidei lumine splenduerunt, consonis ubique sententiis intonantes quod in Domino Iesu Christo Deitatis et carnis una sit confitenda persona. Qua autem rationis similitudine, qua divinorum voluminum portione haeretica impietas se existimet adiuvari, quae veritatem negat corporis Christi? Cum hanc non lex testificari, non Prophetae praecinere, non Evangelia docere, non ipse destiterit Christus ostendere: quaerant per omnem seriem Scripturarum, quo tenebras suas fugiant, non quo verum lumen obscurent, et per omnia saecula ita veritatem invenient coruscantem, ut magnum hoc et mirabile Sacramentum ab initio videant creditum quod est in fine completum...» (España Sagrada t.5 p.573 y 574, o en las Obras de Alcuino, ed. cit. Col.190).

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526.        «In qua Synodo, praesente Leone Apostolico, et cum eo caeteri Episcopi numero LVII residentes et plerique presbyteri ac diaconi cum eis in domo beatissimi Petri Apostoli, per quorum omnium auctoritatem sententias nostras excluserunt.»

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527.        Cf. Marca Hispanica col.260.270 y 345.

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528.        Viaje literario t.10 p.25.

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529.        Cf. Obras de Alcuino col.920ss (ed. cit.).

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530.        Dícelo el mismo FÉLIX en la Connfessio fidei: Posquam ad praesentiam domini nostri Caroli regis perductus sum, licentiam ab eo, secundum quod et venlerabilis dominus Laidradus, Episcopus nobis in Urgello poilicitus est, accepimus.

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531.        Adelchi, coro del acto 4.º

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532.        La Confessio fidei se halla en las colecciones de LABBÉ, MANSI y AGUIRRE en el t.96 de la Patrología de MIGNE y en otras partes. Todos lo tomaron de las Obras de Alcuino, donde también hay una breve epístola de FÉLIX, Filiae in Christo charissimae, previniéndola contra el adopcionismo. Son los únicos escritos que de él conocemos.

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533.        DUCANGE (Glossarium mediae et infimae latinitatis pref. n.29-31) pone por ejemplo esta carta. También la inserta el P. Flórez. Yo la reproduzco en el Apéndice, tomada de las Obras de Alcuino.

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534.       Disputationes duae contra errores Felicis et Elipandi, de servitute et adoptione Christi in Concilio Francofurdiensi damnatos. Auctore P. Gabriele Vázquez... (Compluti 1594). Libro muy curioso, aunque de interés más científico que histórico. En excusa de Elipando escribió también el P. Nieremberg una carta a Ramírez de Prado. Publicóla éste en su edición del Falso Luitprando.

     La vida de San Beato, que TAMAYO DE SALAZAR publicó en su Martirologio como tomada del Leyendario asturicense, es, en mi sentir, no sólo interpolada, sino apócrifa, y obra del mismo Tamayo. Contiénense en ella hechos evidentemente falsos, como el afirmar que Félix fue francés y discípulo de Elipando; la asistencia de Beato y Heterio al concilio de Francfort, un supuesto concilio de Toledo (por confusión con la junta de Aquisgrán), en que Elipando abjuró con lágrimas y sollozos su doctrina, etc. El falsario manifestó tanta ignorancia como atrevimiento. Lo extraño es que autores de seso le hayan seguido.

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535.        «Sententias vel perverso interpretari sensu, vel perfida vos immutare temeritate agnovimus, veluti in aliquibus probavimus locis, dum ad nos per Felicem, olim vestrum, nunc aditem nostrum commilitonem, plures vestri erroris pervenerunt litterulae» (1.2 Contra Elipandum).

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536.        «Sanctorum Patrum per loca testimonia, invenimus posita, sed male perfidiae veneno corrupta.»

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537.        «Post obiturri Felicis... inventa est a nobis quaedam cedula ab eo edita sub specie interrogationis et responsionis: quam cum legentes consideraremus, inspeximus hominem diligenter et fraudulenter instaurasse, quantum in se fuit, omnem pravitatem dogmatis... qui licet aliqua verba, quae prius imprudenter efferebat, postea sulopresserit, aliqua tamen nunc addidit quae tunc reticuit.»

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538.        «Qui incaute admirantes vitam praedicti Felicis, probanda putant omnia quae dixit» (véase el tratado de AGOBARDO en la Biblioteca Veterum Patrum p.238 del t.14).

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539.        Para apurar cuanto acerca de esta herejía conozco, no dejaré de advertir que BENEDICTO ANIANENSE, prelado de Septimania, escribió una Disputatio adversus Felicianam impietaten que publicó BALUZE, en el libro 4 de sus Misceláneas.

     Algunas de las epístolas de Alcuino se refieren asimismo a esta cuestión. Nótese sobre todo la 69, Ad fratres lugdunenses, exhortándoles a huir del error de los españoles. Acaso hubo otras refutaciones, hoy perdidas.

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540.        Véase en VILLANUEVA, Viaje literario t.10, apéndice, doc.4 P.225ss.

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541.        Lo mismo opina WALCHIO en su Historia Adoptionorum:

     «Nec lubet diffiteri mihi probabile videri, doctrinam de adoptione Christi a Bonosiacis in Hispaniam esse illatam atque ab eo tempore, clandestinis conciliis conservatam: a Felice denique emendatam magis eaque quae illi de Christo Deo dixerant, ad Christum hominem revelata fuisse.»

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542.        De distinto modo yerra el P. TAILHAN, S. I., en su reciente y hermosa monografía Les Bibliothèques espagnoles du Haut-Moyen-Âge, contando a Claudio de Turín (cuyo yerro fue únicamente la iconomaquia) entre los prosélitos del adopcionismo.

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543.        Dícelo Agobardo:« Utrum Christus Dominus in utraque natura similiter sit filius Dei an dissimiliter. Ille respondit: non similiter sed dissimiliter... quia sicut in se continet duas naturas... ita duobus modis creditur Dei filius... Secundum divinitatis essentiam natura, veritate, proprietate, genere... atque substantia: iuxta humanitatem vero non natura, sed gratia, electione, voluntate, placito, praedestinatione, adsumptione et caetera.»

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544.        Compruébalo Alcuino: «Refert quoque (Félix) eum (Christum) baptismo indiguisse volens, ut videtur, eum in baptismo adoptari, sicut et nos.»

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545.        Para aclarar más y más el verdadero espíritu de la doctrina, reproduzco este trozo de Elipando: «Non per illum qui natus est de Virgine visibilia et invisibilia condidit, sed per illum qui non est filius adoptione sed genere: neque gratia sed natura. Et per istum Dei filium, adoptivum humanitate, et nequaquam adoptivum Divinitate, mundum redemit

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546.        Esta Exposición fue impresa por primera y única vez en 1770, gracias a la diligencia del P. Flórez. Fue una de las obras mas estimadas en la Edad Media, y ha llegado a nosotros en códices de grande importancia paleográfica, como los de Urgel, Gerona, Valladolid, San Millán (hoy de la Academia de la Historia) y San Isidoro de León (hoy de la Biblioteca Nacional). Se divide en doce capítulos y está dedicada a Heterio.

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547.        San Beato de Liébana.

     DELISLE (LÉOPOLD), Mélanges de paléographie et de bibliographie (París 1880).

     RAMSAY (P.), 0. S. B., Le commentaire de l'Apocalypse par Beatus de Liébana: Revue d'Histoire et de littérature religieuses (1902) t.7 p.419.

     ID., The manuscripts of the commentary of Beatus of Liébana of the Apocalysis: Revue des Bibliothèques (1902) t.12 p.74-103.

     DIDOT (FIRMIN), Les Apocalypses figurées (París 1870).

     FRIMMEL, Die Apocalyse in der Bildershandschriften des Mittelalters (Viena 1855).

     GUTIÉRREZ DEL CAÑO, Códices y manuscritos que se conservan en la Biblioteca de la Universidad de Valladolid (Valladolid 1888) p.16-39.

     BOFARULL Y SANS, Los códices, diplomas e impresos en la Exposición Universal de Barcelona de 1988 (1890) p.13-15.

     FITA (P. FIDEL), Boletín de la R. Academia de la Historia t.41 (1902) p.353-416

     Un nuevo manuscrito del comentario sobre el Apocalipsis de San Beato de Liébana, art. del P. Z. GARCÍA, S. I., Razón y Fe t.12, agosto de 1905.

     Veintiuno son los códices conocidos hasta ahora del comentario de San Beato (cf. P. RAMSAY en la Revue des Bibliothèques), y hay noticia de otros diez que se han perdido.

     El que da a conocer el P. Z. García es de la Biblioteca Corsiniana de Roma, hoy de la Academia dei Lincei: «Este manuscrito, aunque no es el más antiguo de los que poseemos, parte, por lo menos, se remonta a últimos del siglo XI o principios del XII. No hay un solo manuscrito de San Beato, de los que han llegado hasta nosotros, completo; todos tienen varias o muchas lagunas.»

     «El comentario de San Beato ejerció una influencia grandísima en la miniatura de España desde el siglo IX hasta el XIV.»

     «Tienen gran valor estos códices para el texto de la Biblia gótica. San Beato se sirvió de ella para su comentario, y ahora nos pueden servir a nosotros mucho estos códices para conocer su verdadera lectura. En fin, estos manuscritos, en que la fonética, la morfología y la sintaxis latina sufren las transformaciones más caprichosas que se pueden imaginar, según la época en que han sido escritos, suministran a los filólogos elementos nada despreciables para el conocimiento del latín vulgar en España.»

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548.        Singularités historiques et littéraires.-Theodulfe.

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549.        Adopcionismo.

     Los textos de las falsas decretales concernientes a la Trinidad y a la Encarnación están tomados de los escritos de Idacio de Mérida y del papa San León (HINSCHIUS, Decretales Pseudo-Isidorianae p.132 y 134, Berlín 1863).

     Sobre estos textos doctrinales cf. MÖHLER, Fragmente aus und über Pseudo-Isidor, publicados en 1829 y en 1832 en la Tübing, Theologische Quartalschrift, y reimpresas en 1839, por diligencias de Döllinger, en la colección de los Schriften und Aufsätze de MÖHLER, I p.283-347.

     Visiblemente están dirigidos, unos, contra las doctrinas erróneas sobre la Trinidad, que comienzan en la primera mitad del siglo IX (cf. MÖHLER, p.340ss). El texto más significativo es el del discurso pronunciado en 791 por el obispo Paulino de Aquileya (Concilium Foroiuliense: MANSI, XIII col.841-842: «Contra eos videlicet qui de personarum discretione dubitant; qui ipsum putant esse Patrem ipsumque Filium; qui inferiorem Filium et posteriorem mentiuntur esse Patrem; qui tria principia confitentur...»

     En el número de los que dicen «Filium posteriorem esse Patre» se puede citar a Migecio, combatido por Elipando. Contra esta proposición que enseñó Migecio, cf. Pseudo Hyg., Pseudo Sixto, II. En fin, contra los adopcionistas que dicen que Cristo no es verdaderamente Hijo de Dios e invocan en su apoyo los textos de la Escritura que se expresan en términos diferentes sobre la naturaleza divina y la naturaleza humana de J. C., cf. Pseudo Evaristo, Pseudo Hyginio, Pseudo Soter, Pseudo Félix, Pseudo Eutychiano...

     Otros más numerosos van dirigidos contra las teorías adopcionistas, destructoras de la enseñanza cristiana sobre la Encarnación, que habían hecho gran ruido en el reinado de Carlomagno y estaban vivas aún en tiempo de Carlos el Calvo. No sabremos a ciencia cierta en qué región circulaban estas doctrinas heterodoxas; acaso preocupaban un poco en todas partes a los espíritus cultivados.

     PAUL FOURNIER, Étude sur les fausses décrétales: Revue d'Histoire Ecclésiastique de Lovaina, enero de 1906.

     HETERIO Y BEATO, Liber de adoptione Christi. (En el t.96 de la Patrología de MIGNE o en el 13 de la Maxima Bibliolheca Veterum Patrum, Lyón 1677.)

     ÁLVARO CORDOBÉS, Epístolas 1 y 4 en el t.11 de la España Sagrada, que contiene las obras de los santos varones cordobeses.

     FÉLIX, Confessio fidei. En las obras de Alcuino.

     PAULINO DE AQUILEYA, Contra Felicem episcopum. Libri tres, etc. En las obras de Alcuino o en las del mismo Paulino. (Ed. de MADRISIO.)

     ALCUINO, Contra Felicem, libri septem.-Epistola ad E1ipandum.- Libelli contra Elipandum. En sus obras (ed. de ANDRÉS QUERCETANO O DUCHESNE, París 1617).

     Synodus Francofurdiana.-Libellus sacrosyllabus.-Synodus Leonis Papae tertii. (En las colecciones de concilios.)

     Chronicon Moissiacense.-Annales Francorum Fuldenses ab anno 714 ad annun 900. Annales rerum Franciscarum ab anno 741 ad annum 814.-Caroli Magni vita ab incerto auctore.-Eginhardi, Vita Caroli Magni.-Poeta sajón: De gestis Caroli Magni, libri [346] quinque, etc. En los t.1 y 2 de la colección de DUCHESNE, Historiae Francorum scriptores coaetanei ab ipsius gentis origine ad nostra usque tempora (París 1636).

     S. AGOBARDO, Adversus dogma Felicis. En el t.14 de la Max. Bibliotheca Vet. Pat. Ed. lugdunense.

     GABRIEL VÁZQUEZ, Disputationes duae (cf. supra). Después fueron incorporadas en sus comentarios a la Summa, tratado De Incarnatione.

     NIEREMBERG, carta a Ramírez de Prado en Luitprandi opera quae extant... notis illustrata (Antuerpiae 1640) p.518. Libro apócrifo y de poca cuenta.

     PEDRO DE MARCA y ESTEBAN BALUZE, Marca Hispanica, sive Limes Hispanicus (París 1688) t.3 c.12.

     FLÓREZ, España Sagrada, t.5. Es rico en noticias y documentos.

     CHRISTIANI GUILL. FRANC. WALCHII, Historia Adoptionorum. Goettinguae, sumptibus Dan. Frid. Kuebleri, 1755, XII-288 págs. Es el mejor trabajo sobre la materia, aunque no inmune de resabios de secta (el autor era luterano). Cita algún otro trabajo anterior y breve de Jacobo Basnage, Mosheim, etc., y sobre todo la disertación de MADRISIO (MADRU DE UDINA), De Felicis et Elipandi haeresi, incluida en el Thesaurus theologicus del P. ZACCARIA, t.9 p.353.

     VILLANUEVA, Viaje literario, t.10. Suple en algún modo la falta del tomo de URGEL en la Esp. Sag.

     Véanse además las Historias generales de AMBROSIO DE MORALES, MARIANA, que dedicó un buen capítulo a este asunto; Ferreras, Masdéu (que incurre en graves errores, como el de convertir al antiguo hereje Bonoso, padre de la secta bonosiana, en monje de Liébana, compañero de San Beato y escritor, etc.), los Anales de BARONIO, las notas de Pagi, el Martirologio de TAMAYO (lleno en esto, como en lo demás, de fábulas), la Historia eclesiástica de España, del DR. LA FUENTE, etc.

     No he querido hacer mérito de las supuestas cartas de Ascárico o Ascario, invención de Román de la Higueraf.

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     f Del erudito premonstratense P. D. José Martí, digno compañero de Caresmar y Pascual, cita TORRES AMAT (Escritores catalanes p.391) una disertación, que quedó inédita, Sobre los errores de Félix, obispo de Urgel.

550.        Fuentes de este capítulo. Aunque ya quedan indicadas, conviene reunirlas.

     Chronicon del Pacense (sigo la ed. de MIGNE, t.96 de la Patrología); epístolas del papa Adriano (dos a Egila y Juan, otra a los obispos españoles). En el t.5 de la España Sagrada.

     ELIPANDO, Epístolas. Son siete. Las dirigidas a Migecio, a los obispos de las Galias y a Carlomagno fueron impresas por el P. Flórez en el citado t.5. La que se endereza al abad Fidel está en el libro de Beato y Heterio. Las encabezadas a Alcuino y a Félix, en el de Alcuino.

 



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