Parte segunda

LA INTERPRETACIÓN
DE LA SAGRADA ESCRITURA

 

Capítulo quinto

HISTORIA DEL PROBLEMA
DE LA HERMENÉUTICA BÍBLICA


Hasta aquí hemos estudiado la Biblia en sí misma, para formar-nos una idea justa de su naturaleza, su extensión, su puesto en la economía de la salvación, su relación con ala revelación divina y con la Iglesia. Nos queda por examinar el problema de su interpretación. Das elementos nos han preparado directamente a ello en el transcurso de los capítulos precedentes. Por una parte hemos visto que la Escritura no se debe nunca separar de la tradición eclesiástica a fin de que la palabra de Dios se descubra en ella en toda su plenitud (cap. 1). Por otra parte, el hecho de que la palabra de Dios adopte en ella un lenguaje humano nos ha permitido observar todo lo que condiciona la expresión de l'a verdad divina. Ahora debemos sacar las consecuencias de estas observaciones. Sin embargo, el problema de la hermenéutica no data de nuestros días. Ahora bien, su historia no tiene sólo un interés documental: constituye la mejor de las introducciones a su estudio sistemático, por el hecho de poner poco a poco en su sitio todos los datos I. Al recorrerla nos detendremos más

1. A. VACCARI, Historia exegeseos, en Institutiones biblicae', p. 510-567. J. BONSIRVEN, G. BARDY, M. JUGIE, C. SPICQ, A. ROBERT, L. VAGANAY, art. Interprétatian (Histoire de 1'), DBS, t. 4, col. 561-646. G. EBECING, art. Hermeneutik, RGGs, col. 242-262. En estas tres exposiciones se hallará una bibliografía más completa de la cuestión. Exposiciones más sucintas en A. ROBERT - A. Talcor, Initiation biblique', p. 446-486; H. HbrFL - L. Laz.oxa, Introductio generalis', p. 504-539; A. ROBERT - A. Fauua.ET, Introducción a la Biblia, t. t, p. 179-216; G. Auzou, La Parole de Dieu, París 21960, p. 217-391.

en su último período (del siglo xvi a nuestros días), ya que permite comprender la problemática contemporánea.

 

§ I. EN LAS FUENTES DE LA EXÉGESIS CRISTIANA

Si a lo largo de los siglos la interpretación de la Escritura ha dado lugar a discusiones metodológicas en la Iglesia, ha sido siempre en función de un cierto dato recibido de la tradición apostólica y, por esto mismo, discernible en el interior de los mismos textos inspirados. No es que el Nuevo Testamento suministre para todas las páginas del Antiguo Testamento una interpretación auténtica, ni que el sentido y el alcance de sus propios textos no plantee nunca la menor cuestión: si así fuera, ya no habría problema. Pero la Iglesia apostólica, heredera del Antiguo Testamento por intermedio del judaísmo, y anunciadora del evangelio, echó las bases de un método exegético regido por el hecho de Cristo, revelación suprema del misterio de la salvación y del misterio de Dios.

 

I. EL LEGADO DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Y DEL JUDAÍSMO

I. LA INTERPRETACIÓN DE LA ESCRITURA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Ya en el Antiguo Testamento se plantea y recibe soluciones prácticas el problema relativo al sentido de la palabra de Dios. En efecto, en la medida en que la palabra de Dios toma entonces la forma de un mensaje particular destinado a tales hombres de tal época determinada — ya se trate de una torah sacerdotal, de un oráculo profético o de un discurso sapiencial —, su sentido está en principia exento de ambigüedad, aunque sus implicaciones no sean necesariamente discernibles de golpe, dadas las misteriosas profundidades que encierra siempre la palabra de Dios. Pero en la medida en que este mismo mensaje, una vez fijado por escrito, sigue aportan-do la palabra de Dios a todas las generaciones siguientes, se hace necesario añadirle una interpretación que ponga al descubierto su permanente actualidad en medio de circunstancias cambiantes. Esta interpretación autorizada incumbe a la tradición 2.

Sus primeros vestigios figuran en las mismas colecciones bíblicas. Así la ley deuteronómica aparece en más de un caso como una jurisprudencia inserta en el antiguo código de la alianza 3, y el estrato redaccional más tardío del Pentateuco parece tener por objeto con-ciliar disposiciones legales a veces contrarias 4. Con un fin semejante, a lo que parece, ,las ediciones canónicas de los profetas contienen glosas inspiradas, que precisan el alcance de los antiguos oráculos ilustrándolos por medio de otras. Escrituras (así Is 112 10-16, inserto en conexión con Zs 11, 1)5. El fenómeno resulta todavía más claro cuando autores sagrados utilizan sistemáticamente las expresiones de sus predecesores para traducir su propio mensaje. Este procedimiento de estilo, que se ha calificado de antológico 6, indica indirecta-mente la exégesis que practicaban sus utilizadores. Es frecuente en los salmos postexlll icor: así Sal 51, 9.12 s se apoya en Ez 36, 25-27, etcétera; se lo vuelve a hallar en los textos proféticos más tardíos : así Zac 11, 4-17 y 13, 7-9 utiliza los datos de Ez 34. Se da incluso el caso de que tal autor nos informe sobre el modo como utiliza las Escrituras: así Dan 9 interpreta en sentido escatológico el oráculo de Jer 23, 11-12.

Todos estos textos son testigos de una exégesis carismática, efectuada no sólo a la luz de la fe, sino baja el influjo de los carismas funcionales que acompañan siempre a la inspiración escrituraria

2. Cf. cap. 1, supra, p. 37 s.

3. S. R. DRIVER, Deuteronornium, ICC, 1895, p. III-x (nomenclatura de los pasajes paralelos). No se trata sin embargo de una simple jurisprudencia, como lo subraya G. vox RAD, Thealogie des A. T., t. I, p. 225-230 (trad. fr., t. I, p. 200-204).

4. P. GRELOT, La derniére étape de la rédaction sacerdotale, VT, 1956, p. 174-189. H. CAZELLES, en Introducción a la Biblia, t. I, p. 356 s; art. Pentateuque, DBS, t. 7, col. 844-855.

5. El hecho está reconocido desde hace tiempo por los comentadores: A. CONDAMIN, Le llore d'Isaie, EB, 1905, p. 97 s; B. DvHM, Das Buch Jesaja, Gotinga *1922, p. 109s; G. B. GRAY, The Book of Isaiah, ICC, 1912, p. 222-228; A. FEUILLET, art. hale, DBS, t. 4, col. 675; V. HERNTRICH, Der Prophet Jesaja, ATD, 1957, p. 216.219.

6. A. RoBERT, art. Littéraires (Genres), DBS, t. 5, col. 411; Le genre littéraire du Cantique des cantiques, en Vivre et ¢enser, 3 (= RB, 1944), p. 199 ss.

en los autores sagrados 7. Desde este punto de vista proporcionan una interpretación normativa de las Escrituras que explican. Pero al mismo tiempo dan a conocer concretamente el espíritu y los métodos de una hermenéutica muy antigua, que da origen a la exégesis judía. Para designarla se puede ya recurrir al término genérico de midrats 8. El midras es un estudio, una investigación del sentido de los textos sagrados. No del sentido que podían percibir en otro tiempo los hombres a quienes estaban destinados en un principio, sino del sentido que tienen hoy y de la luz que proyectan sobre los problemas vitales del presente. Para descubrir este sentido hay que hacer hablar a los textos, detectar a través, de sus palabras el aspecto del misterio de fe que iluminan, comprender su alcance en función de una revelación que forma un todo y que crece con el tiempo. Relacionándolos unos con otros, leyéndolos en una nueva perspectiva histórica o teológica, se descubre en ellos un valor indiscutiblemente más pro-fundo. Por ejemplo, desde que ya no hay rey en Jerusalén, los salmos reales conservados en el culto sirven para cantar por adelantado al Mesías futuro: exégesis encarecedora, que muestra la ampliación de las concepciones mesiánicas desde la época en que fueron compuestos tales salmos 9. Para realizar esta operación práctica, gracias a la cual la palabra de Dios ejerce su papel normativo en la comunidad, se utilizan ocasionalmente todos los medios proporcionados por la cultura judía, tan dependiente en este punto de las culturas vecinas. Vamos a ver cómo se precisan en el judaísmo intertestamentario.


II. LA EXÉGESIS JUDÍA EN LA ÉPOCA DEL NUEVO TESTAMENTO

Había lugar de distinguir diversas corrientes en la exégesis judía en la época del Nuevo Testamento. La exégesis de los esenios se nos ha hecho directamente accesible desde los descubrimientos

7. Supra, p. 82-88.

8. R. BLOCx, art. Midrash, DES, t. 5, col. 1263 ss (cf. Introducción a la Biblia, t. x, p. 183 ss). Vale más reservar el nombre de midrás a esta operación exegética, que extenderlo a las creaciones literarias que utilizan sus resultados, como lo hace, por ejemplo R. BLOCSt, Ezéchiel XVI: exemple parfait du procédé midrashique dans la Bible, CS, 1955, p. 193-223.

9. Sentido cristiano del AT, p. 340 s, 379 s.

de Qumrán 10. La del judaísmo alejandrino, atestiguada por los Setenta,11 el libro de la Sabiduría y toda una literatura de lengua griega, toma con Filón I2 un sesgo particular que la asocia a la expresión de una filosofía. Las compilaciones rabínicas a partir del siglo ir de nuestra era dan a conocer la de la corriente farisea, cuya tradición se remontaba mucho más arriba 13. La de los medios saduceos es más difícil de captar por falta de documentación directa.

Los doctores dividen sus exégesis en dos categorías: las que apoyaban reglas jurídicas que obligaban legalmente pertenecían a la halaka; las otras, que contribuían a nutrir la fe y la esperanza, a edificar, a hacer que se orase mejor, etc„ eran propias de la haggada. Clasificación absolutamente práctica, visiblemente elaborada por juristas. Cuando se examinan las exégesis de Qumrán, también en ellas se hallan halakót y haggadót, aun cuando estos términos técnicos no se empleen para designarlas. Pero se halla además una forma particular de interpretación que recibe el nombre de pelar 14. Aquí se trata de descifrar los textos de la Escritura como si ,se tratara de visiones o de sueños (cf. Dan 2; 4; 5; 7) para leer en ellos la predicación críptica de los acontecimientos presentes o venideros. La operación reposa en la convicción de que los tiempos actuales son los últimos tiempos y de que toda Escritura tiene cierta relación con un estado escatológico que va a poner fin a la historia. Era ya la idea fundamental de Dan 9, exégesis carismática de las 70 semanas de Jer 25, 11-12. El escatologismo exasperado del esenismo explica la gran extensión que alcanzó allí este género

10. F. F. BRUCE, Biblical Exegesis in the Qumran Texts, Londres 1960.

11. Sobre la importancia de los Setenta como testigo autorizado (e inspirado) de la interpretación alejandrina, cf. supra, cap. Iv, p. 230 ss.

12. Sobre la exégesis de Filón, cf. últimamente: J. Daoxéwu, Philan d'Alexandrie, París 1958, p. 119-142.

13. J. BoaslsvEwt, Exégése rabbinique et exégése peulinienne, París 1939, p. 7-259. J. W. Dopxa, Jewish Hermeneutics in the Synoptic Gospels and Acts, Assen 1954, p. 52-90.

14. A. DUPONT-SOMMER, Les écrits esséniens découverts prés de la mee Morte, p. 267-290, 319 ss; J. CARMIGNAC, Les textes de Qumran traduits et annotés, t. 2, París 1963, p. 46 ss. Se ha propuesto reconocer en este método la influencia de la literatura egipcia: F. DAUMAS, Littérature prophétique et exégétique égyptienne et commentaires esséniens, en A la rencontre de Dieu, Ménwrial A. Gelin, Le Puy-París 1961, p. 203.221. En cambio se impone la comparación con ciertos métodos rabínicos: Lou H. SILBERMAN, Unriddling the Riddle, -A Study in the Structure and Language of the Habakkuk Pesher, RQ, III/3 (1961), p. 323-335; A. FINSEL, The Pesher of Dreams and Scriptures, RQ, tv/3 (1963), p. 357-370.

de exégesis; pero éste también dejó huellas en la literatura rabínica.

Es imposible analizar aquí en detalle los diversos aspectos de la hermenéutica judía. Digamos únicamente que hay que distinguir en ella das elementos, estrechamente ligados en la, práctica, aunque de naturaleza muy diferente. El primero, que pertenece a la teología, define su espíritu. Es la fe en el valor absoluto, y actual de la Escritura en cuanto palabra de Dios. Ésta, inspirada lhasta en la letra 15, se refiere enteramente a un objeto único, que es dle orden religioso: la relación entre Dios y los hombres, trabada em otros tiempo por iniciativa divina, definida en términos de alianza,, vivida por Israel en el transcurso de los siglos en el marco concreto de sus instituciones y de su historia, en marcha hacia una consumación final que evocan anticipadamente los profetas. Así se puede hallar en ella cierta luz sobre todos los problemas de vida que se le plantean al pueblo de Dios. En función de esta profunda convicción actualizan las intérpretes los textos, ya sea en predicaciones sinagogales, ya en discusiones de escuela. Sin embargo, los principios teológicos no bastan para llegar a ello. Hay que añadir técnicas de exégesis, necesariamente ligadas a un elemento cultural: exégesis sencillas, fundadas en el sentido, obvio del texto; exégesis filoslóficas, que especulan sobre sus particularidades lingüísticas; exégesis dialécticas, que razonan a partir de su contenido. Los doctores palestineses del siglo II trataron de codificar sus reglas 16, consagradas hacía tiempo por el uso; pero los textos de Qumrán suministran ya ejemplos completamente paralelos 17. La letra de la Escritura es así valorizada, con frecuencia en diversas direcciones, con procedimientos que nos des-conciertan, pues reflejan típicamente la mental'ida'd de la época. En el judaísmo helenístico, la exégesis practicada depende todavía en gran parte de sus fuentes palestinas, pero se adapta al espíritu de la cultura alejandrina. En Filón 18 se conjuga incluso con la re-

15. Sobre este concepto de la inspiración en el judaísmo antiguo, p. 71, nota 28.

16. Un análisis detallado de estos procedimientos se hallara en la obra de J. Box-SIRVEN, Exégése pauilinienne (cf. supra, p. 247, nota 13).

17. Cf. G. VERMES, Scripture and Tradition in Indaism: Haggadic Studies, Leiden 1961, p. 11-66. Sobre el posible influjo de la exégesis esenia sobre el midrds rabínico, cf. N. H. GLATZER, Hillel the Elder in the Light of the Dead Sea Scrolls, en K. STENDAHL, The Scrolls and the New Testament, Nueva York 1957, p. 236 s.

18. La obra antigua de C. SIEGFRIED, Phtilo van Alexamdrien als Ausleger des A.T.s., Jena 1875, es todavía fundamental; pero debe completarse en no pocos puntos. Cf. E. STEIN, Die allegorische Exegese des Philo aus Alexandria, Giessen 1929; I. HEi-NEMANN, Philons griechische und jüdische Bildung, Breslau 1932; Alt jüdische Allegoristik, Berlín 1936.

flexión filosófica y recurre sistemáticamente a la alegoría para explotar los textos sagrados. Así la tradición judía asocia estrechamente en su hermenéutica la herencia más auténtica del Antiguo Testamento y las particularidades más caducas de la cultura palestina o alejandrina. Lo, mismo sucederá en la exégesis cristiana.

 

II. CRISTO Y LA ESCRITURA

1. CUMPLIMIENTO DE LA ESCRITURA

La actitud de Jesús ante la Escritura posee evidentemente un valor sin par, puesto que abre el camino a la exégesis cristiana. Bajo formas diversas recurre Jesús más de una vez a la autoridad de la Escritura, «que no, se puede abolir» (Jn 10, 35). La Escritura le sirve así para justificar sus maneras de obrar (Mc 11, 17 par.) y sus enseñanzas (Mc 12, 29-31 y par.), y Jesús acusa a sus adversarios de desconocer su verdadero sentido (Mt 9, 13; 12, 3; 22, 29; Jn 5, 39). Sin embargo, este sentido toma con Él un nuevo sesgo; Él ha venido, en efecto, para «cumplir 19 la Escritura», es decir, para revelar su alcance definitivo y llevarla de todas formas a su perfección: su doctrina cumple la ley y los profetas (Mt 5, 17); su vida cumple los textos que esbozaban los contornos del misterio de la salvación (Mc 14, 49 par.). Si ya en el Antiguo Testamento la exégesis carismática de los escribas inspirados tendía sin cesar a encarecer el sentido de los antiguos textos en función de una revelación que iba creciendo, la exégesis de Jesús lleva esta operación a su término y acabamiento. Más aún, Jesús, lejos de sentirse ligado por las interpretaciones que sus contemporáneos tienen por tradicionales, pro-cede en relación con los textos más venerables con una libertad que escandaliza a los escribas (Mc 2, 23-28; Mt 15, 12) y propone sus

19. Cf. supra, cap. 1, p. 42, nota 30. Sobre la actitud de Jesús frente al A. T., cf. C. LARCHER, L'interprétetion chrétienne de 1'Ancien Testament, p. 45-255; E. STAUFFER, Jesus und reine Bibel, en Abraham unser Vater (Festschrift O. Michel), Leiden 1963, p. 440-449.

interpretaciones personales «con autoridad» (Mc 1, 22). Así por sus palabras y por sus actos no tanto explica el sentido de las Escrituras cuanto lo revela; por esto sus oyentes quedan sorprendidos por el carácter de novedad que distingue a todo lo que Él dice y hace (Mc 1, 27). Hay que situarse en esta perspectiva para comprender la manera como Jesús practica ocasionalmente el estilo antológico. Expresando su evangelio con palabras de la Escritura, las carga de un contenido original: la revelación del reino de Dios y la de Él mismo.


II. JESÚS Y LAS TÉCNICAS EXEGÉTICAS20

Puesto que Jesús vive en el medio palestinés, cuya cultura comparte, sería natural que practicara las técnicas exegéticas familiares a sus contemporáneas. De hecho no se observan en su manera habitual de predicar; pero en ocasiones las emplea con gran maestría. En la discusión sobre el divorcio funda sólidamente en el Génesis 21 la nueva halaka con que sustituye las tolerancias de la ley mosaica y de la tradición subsiguiente (Mt 19, 1-9). En la discusión sobre la resurrección (Mt 22, 23-32), tema que pertenece a la haggada, invoca el Pentateuco con gran sutileza para dar una prueba convincente a los saduceos 22. En el Evangelio de san Juan no faltan las argumentaciones de tipo rabínico 23; pero se trata siempre de discusiones con los escribas, no de su enseñanza personal, que desdeña a ojos vistas este procedimiento clásica.

Finalmente, desde que los textos de Qumrán atrajeron la aten-

20. Se hallarán ejemplos en D. DAUBE, The New Testament and Rabbinic Judaism, Londres 1956; J. W. Dores, Jewish Hermeneutics in the Synoptic Gospels and Acts, p. 91 ss.

21. Se halla un paralelo interesante en el Documento de Damasco, tv, 21-v, 1, reflejo de la halaka qumraniana (cf. C. RABIN, The Zadokite Documents, Oxford 21958, p. 17 s). Para una comparación con la tradición rabínica, cf. D. DAUSE, op. cit., p. 71-86.

22. F. DREYFUS, L'argumentation scripturaire de Jésus en faveur de la résurrection des morts, RB, 1959, p. 213-224. Es sabido que para los saduceos el argumento de la Escritura debía tomarse del Pentateuco, único libro canónico.

23. Para una comparación del cuarto evangelio con el judaísmo rabínico, cf. C. H. Dono, The Interpretation of the Fourth Gospel, Oxford 1953, p. 74-96. Nótese sin embargo que es restringido el número de las citas formales de la Escritura en el cuarto evangelio. Cf. el estudio detallado de F. M. BRAUN, Jean le théologien, u. Les grandes traditions d'Israel, L'accord des Écritures d'aprés le IVe évangile, París 1964 (particularmente los dos primeros capítulos).

ción sobre cierta actualización particular de la Escritura denominada peer, ha resultado claro que la operación, familiar a todos los medios apocalípticos, fue practicada también por Jesús. De esta manera aplicó las Escrituras no sólo al juicio de Jerusalén, anunciado en un futuro indeterminado (Mt 24, 15), sino también a los hechos de su propia vida: fracaso de su predicación (Mt 13, 13-15), pasión (Mt 26, 31.54, etc.; Jn 13, 18), resurrección (Le 24, 44-46). Las lecciones de hermenéutica recibidas por los apóstoles después de la resurrección (Lc 24, 27. 32. 45) se inscriben en este marco: la consumación efectiva del misterio de la salvación en un acontecimiento de la historia ilumina retrospectivamente todos los textos que esbozaban sus rasgos de una manera o de otra (cf. también Mc 12, 9 par.).

Vemos que las técnicas exegéticas en uso en el judaísmo palestinés ocupan cierto lugar en la predicación de Jesús. Sin embargo, hay que hacer aquí dos observaciones: 1) Aunque empleándolos, muestra Jesús notable sobriedad en el uso de los procedimientos prácticos que en otras partes sirven para valorizar el contenido de los textos: dejándose de sutilezas va derecho a la médula de la Escritura para buscar en ella lo esencial; 2) pone siempre sus procedimientos al servicio de un principio de interpretación mucho más profundo y sólido: el mensaje evangélico que ha recibido del Padre y que debe comunicar al mundo. Los doctores judíos sabían iluminar la Escritura por la Escritura. Jesús la ilumina proyectando, sobre ella la luz de su persona y de su evangelio.

 

III. LA EXÉGESIS DE LA IGLESIA APOSTÓLICA

I. LA INTERPRETACIÓN DEL ANTIGUO TESTAMENTO24

En la línea de los principios sentados por Jesús y prolongando las exégesis dadas por Él, la Iglesia apostólica va a desarrollar una

24. Aparte de las obras de J. BONSIRVEN (citado p. 247, nota 13), D. DAUSE y J. W. DoEVE (citados p. 250, nota 20), cf. C. H. Dona, According to the Scriptures, Londres 1952; K. STENDARL, The School of St. Matthew and its Use of the O. T., Upsala 1954, p. 39 ss; L. CERFAUX, Simples réflexions d propos de Yexégése apostolique, y L'exégése de 1'Ancien Testament dares le Nouveau, en Recueil L. Cerfsux, t. tu, p. 189-217; B. LINDARS, New Testarnent Apologetics, Londres 1961; K. H. SCHEI.KLE, Hermeneutische Zeugnisse im Neuen Testarnent, BZ, 1962, p. 161-177; C. LARCHER, L'actualité chrétienne de l'Ancien Testament, p. 255.513; C. A. F. MouLE, The Birth of the New Testament, Londres 1962, p. 53-85. Cf. Introducción a la Biblia, t. 1, p. 187-192; Sentido cristiano del Antiguo Testamento, p. 18-41.

interpretación de las Escrituras que renovará radicalmente la problemática judía. Ciertamente no en el plano de las técnicas exegéticas. En este punto la predicación cristiana aparece sin duda muy aligerada si se la compara con los escritos rabínicos o esenios; pero utiliza instintivamente los procedimientos en uso en el midras judío. Aunque en ruptura con la «tradición de los mayores», busca todavía halakót en la Escritura (1 Cor 5, 13; 9, 9; 2 Cor 13, 1; 1 Tim 5, 18-19). Gusta todavía más de practicar la haggada (por ejemplo, 1 Cor 10, 1-10). En el marco de la apologética, la aplicación de estos textos a la pasión y a la resurrección de Cristo recuerda muy de cerca el método del peser qumraniano (por ejemplo, Act 2, 15-21. 24-35; 3, 21-23; 4, 25-28, etc.). Conocemos también las argumentaciones de sesgo rabínico contenidas en las epístolas paulinas 25. En cuanto a la epístola a los Hebreos, en ella se observa incluso el recurso a ciertos procedimientos alejandrinos que podrían explicarse por influjo lateral de Filón 26. Cierto que en todo esto el vocabulario técnica de la exégesis judía se reduce a algunas cláusulas poco características. Pero hay por lo menos un caso en el que san Pablo nos advierte explícitamente de que está alegorizando (Gál 42 24) 27, lo cual nos sitúa en plena cultura helenística.

Sin embargo, no está aquí lo esencial de la exégesis cristiana. Está en la convicción fundamental de que toda la Escritura se refiere a Cristo, de que ha dado un testimonio anticipado de la salvación realizada por Él. Su utilización apologética en los discursos de los Hechos o en otras partes 28, dirigida a judíos que reconocen

25. Ejemplos dados por J. BONSIRVEN, Exégése rabbinique et exégése paulinienne, p. 295 ss. Para un estudio sistemático de la exégesis paulina, cf. E. EARLE ELLls, Paul's Use of the Old Testament, Londres 1957 (comparación con la exégesis judía contemporánea, p. 38 ss).

26. Sobre esta cuestión, cf. C. Sescp, L'épitre aux Hébreux, t. 1, p. 53-64. Notemos sin embargo que las exégesis simbólicas y tipológicas de la epístola son muy diferentes de la alegaría filoniana. En cuanto a la argumentación del cap. 7 sobre Gén 14, es más bien de tipo rabínico.

27. R. M. GRANT, The Letter and the Spirit, Londres 1957, p. 48 s, 121 ss. E. EARLE ELI.Is, op. cit., p. 51-54, subraya que esta alegoría está construida sobre una base tipológica que no tiene nada de griego.

28. DtrroNT, L'utilisation apologétique de 1'Ancien Testament dans les discours des Actes, ETL, 1953, p. 289-327 (cf. las obras de C. H. Dopo y B. LINDARS citadas en la p. 251, nota 24).

en ella la palabra de Dios, trata de mostrar que las diversas formulaciones de la salvación proporcionadas por el Antiguo Testamento hallan su pleno valor, su «cumplimiento», en la muerte y resurrección de Jesús, en la experiencia de la salvación y del Espíritu Santo que el Señor otorga actualmente a su Iglesia. Para apoyar esta operación exegética, también la historia y las instituciones del Antiguo Testamento reciben una interpretación particular que descubre en ellas las figuras del Cristo venidero: los términos técnicos de typos y antitypos (empleados en sentidos opuestos por san Pablo y la primera de Pedro por una parte, y por la epístola a los Hebreos por otra) 29 definen aquí las relaciones de los dos Testamentos. No tiene importancia el que en este marco la construcción de los razonamientos dependa a veces de la cultura rabínica o de la cultura alejandrina. Es cierto que bajo este aspecto los procedimientos empleados no podrían considerarse como normativos para la exégesis cristiana de todos los tiempos. Pero la manera como la Iglesia apostólica va a buscar en los textos sagrados el único objeto de fe al que se refiere toda la Escritura, determina para siempre la vía de esta exégesis: el sentido real del Antiguo Testamento es el testimonio que da de Jesucristo, de cualquier manera que se lo pueda poner en evidencia. Exégesis encarecedora, ciertamente, puesto que sin preguntarse lo que los contemporáneos de los autores sagrados podían comprender de sus palabras, explicita el contenido misterioso que a medias. se velaba bajo éstas 30. Pero es que la Escritura no se puede leer ya como la leían los judíos, ahora que Cristo la ha cumplido' y por tanto ha revelado sus implicaciones 31. Así cuando el Apocalipsis utiliza los textos proféticos para hacerles expresar su mensaje de esperanza, los sitúa en una perspectiva escatológica completamente diferente, que transforma su alcance 32. La exégesis latente en esta

29. Sentido cristiano del AT, p. 39-41 s, 223 s, 301 ss; cf. L. GOPPELT, Typos. Die typologisdhe Deutung des A.T.s im Neuen, Gütersloh 1939.

30. El hecho es estudiado en el caso de la epístola a los Hebreos por J. VAN DER PLOEG, L'exégése de l'A. T. dans 1'épitre aux Hébreux, RB, 1947, p. 114-131 (cf. C. SPIcQ, ap. cit., p. 330-350).

31. Cf. la alegoría del velo de Moisés desarrollada por san Pablo en 2 Cor 3, 12-18.

32. J. CAISSIER, Les images de l'Ancien Testament dans 1'Apocalypse de saint Jean, NRT, 1955, p. 113.122; A. VANHOYE, L'utilisation d'Éaéchiel dan: l'Apocalypse, en cBiblicax, 1962, p. 436-476.

lectura de los profetas muestra cómo deben éstos ser actualizados ahora.


II. LA INTERPRETACIÓN DE LOS ACTOS Y DE LAS PALABRAS DE JESÚS

Es evidente que la Iglesia apostólica, para relacionar las Escrituras con Jesuscristo, conserva vivo el recuerda de lo que Él había hecho y enseñado (Act 1, 1). Es todo el objeto de la tradición evangélica 33. Ahora bien, esta tradición no comunica a los fieles hechos brutos, enfocados sólo bajo su aspecto fenoménico. Puesto que el misterio de Cristo halló su consumación con su entrada final en la gloria, toda la historia precedente se mira y se relata a la luz de la resurrección con la intención muy deliberada de hacer resaltar en ella ciertos rasgos esenciales que le confieren valor de actualidad. Cada perícopa evangélica incorpora así a su sustrato histórica un contenido didáctico que se enriquece con el tiempo y que puede presentar cierta, variedad de un evangelio a otro. No sólo en el cuarto evangelio los actos de Jesús son «signos», relativos a la revelación de su misterio y a la vida de las comunidades cristianas; lo son ya implícitamente en los sinópticos.

La transmisión de las palabras de Jesús se presenta en condiciones algo diferentes. Cierto que el judaísmo del siglo i conocía una técnica de tradición oral que favorece la conservación de este material bastante variado 34, pero no se debe exagerar su alcance en el Nuevo Testamento. En efecto, la Iglesia apostólica no tiene por única preocupación la de conservar los ipsissima verba de Jesús con la fidelidad material de un fonógrafo. Quiere hallar en la palabra del Maestro un alimento espiritual, exactamente como en las Escrituras, y más todavía, puesto que sólo Cristo es quien da la clave de tales Escrituras. Por consiguiente, es normal que busque la manera de sacar a luz todas sus virtualidades, como lo ha hecho con los otros textos sagrados: ¿es pura casualidad el que 1 Tim 5, 18 cite al

33. Supra, p. 43 ss. Sobre toda la cuestión tratada aquí se hallará una exposición más detallada en X. LÉOx-DUFOUR, Les évangiles et l'histoire de Jésus, París 1963.

34. B. GERÜARDSSON, Memory asad Manuscript: Oral Tradition and Written Transmission isa Rabbinic Judaism and Early Christianity, Upsala 1961, da ejemplos interesantes, pero asimila demasiado los dos casos. Cf., las observaciones críticas de W. D. DAViES, The Settmg oí the Sermon on the Mount, Cambridge 1964, p. 464-480.

lado de Dt 25, 4 a Le 10, 7 para fundamentar la regla práctica enunciada en 5, 17? La resurrección y luego la experiencia del Espíritu Santo proyectaron nueva luz sobre todas las enseñanzas de Jesús. Hay, por tanto, que aprovecharse de ello para releer sus palabras escudriñando sus profundidades, bajo el influjo del Espíritu que descubre su sentido a los apóstoles (Jn 14, 26; 16, 13-15). La transmisión tradicional se coordina así con una actualización del material transmitido, que viene a ser materia de exégesis. Cierto que esta exégesis inspirada se efectúa en un clima de fidelidad total que garantiza su resultado. El hecho se verifica particularmente cuando una palabra de Jesús proporciona el punto de partida de una regla de conducta que sustituye a la halaka judía: así en cuanto a la prohibición del divorcio (Mt 5, 32; 1 C'or 7, 10 s). Pero la comparación de los textos paralelos permite en más de un caso descubrir ya progresos doctrinales reales, ya aplicaciones prácticas diversamente orientadas (comp. Mt 18, 12-14 y Le 15, 3-7; Le 14, 16-24 y Mt 22, 1-11). También en este punto, el esfuerzo hecho para comprender en profundidad el dato tradicional es llevado al extremo en el Evangelio según san Juan.

En una palabra, a la historia de Jesús se la trata en todas partes como la historia sagrada por excelencia, y a las palabras de Jesús como la palabra divina por excelencia. Esto] incluye a la vez dos cosas: un respeta igual al que el judaísmo y la Iglesia profesan a las Escrituras; una reflexión constantemente renovada sobre el con-tenido inagotable de esta historia y de estas palabras.


§ II. LA PRÁCTICA DE LA EXÉGESIS CRISTIANA

El legado de la Iglesia apostólica en materia de hermenéutica implica, por tanta, dos elementos de diferente naturaleza:

1) Un elemento teológico. Todo el Antiguo Testamento es referido a Cristo y al misterio de la salvación realizado por Él: la historia y las instituciones como una preparación y una prefiguración; los textos, como expresión anticipada de su obra, de su persona, de su evangelio. Los detalles no se comprenden sino en función de esta perspectiva de conjunto, y Cristo aparece como la única clave que todo la explica. En cuanto a la tradición que le concierne, el sentido de los hechos y de las palabras que se conservaron y luego se fijaron en forma escrita está abierto a una reflexión y a un profundizamiento, puesto que la confrontación de cada recuerdo y de cada texto con el conjunto de las enseñanzas apostólicas puede hacer descubrir en ellos aspectos que no se habían observado antes. Tal es el dato fundamental de la exégesis.

2) A esto se añade en la práctica corriente un elemento de orden cultural: el recurso a los procedimientos exegéticos admitidos corrientemente en el judaísmo de la época, ya en Palestina, ya en Alejandría. Así se pasa sin esfuerzo del midras judío al midras cristiano, infundiendo la novedad evangélica nueva sangre a la interpretación tradicional de las Escrituras. Sobre esta base se desarrollará en forma autónoma la exégesis cristiana, aunque no sin sufrir las repercusiones de una evolución cultural, a la que no podría escapar la Iglesia.

 

I. LA ÉPOCA PATRÍSTICA35

I. LOS PROBLEMAS Y LOS MÉTODOS

A partir del siglo II los escritos dejados por la era apostólica vinieron a unirse con los del Antiguo Testamento en la colección de las Escrituras 36. Entonces no se percibe ninguna fisura entre una tradición viva que tiene conciencia de deber todo su contenido a la enseñanza apostólica, y una Escritura que permite entrar en contacto directo con ella, ya porque es su cristalización directa, ya porque su interpretación como «Escritura cumplida» es también de origen apostólico. De ahí resulta en la enseñanza eclesiástica una íntima conexión de la Escritura y de la tradición 37. Por una parte, los depositarios de la tradición eclesiástica ponen siempre gran cuidado en desarrollar sus ideas a partir de la Escritura, a fin de

35. Presentación general de la exégesis patrística en G. BARDY, Commentaires patristiques de l'Ecriture, DBS, t. ti, coL 73-103.
36. Supra, cap. 1v, p. 195.201.
37. Supra, cap. I, p. 52-56.

que los fieles estén en contacto con la palabra misma de Dios. Pero por otra parte, el sentido reconocido a los textos escriturarios se busca prácticamente en una tradición que ilumina los escritos bíblicas porque conserva en su integridad la revelación apostólica.

En este espíritu es como la predicación y la liturgia, la controversia y la teología erudita buscan en la Escritura su punto de arraigo. Los principios de interpretación sentados por el Nuevo Testamento forman evidentemente la base de toda exégesis. Frente a los textos del Antiguo Testamento 38, ésta trata de superar la letra para alcanzar el espíritu, es decir, el misterio de Cristo velado bajo fórmulas imperfectas, ya proyectando, sobre el vocabulario doctrinal de Israel la plenitud de sentido que le ha conferido el Nuevo Testamento, ya recurriendo al principio figurativo para descubrir a Cristo tras la historia o las instituciones de otro tiempo. Frente a textos de procedencia apostólica, el problema se plantea evidentemente en forma diferente. Esto no impide que se ponga empeño en ilustrar los unos por los otros, en descubrir el alcance oculto de los menores gestos realizados por Jesús, en sacar a la luz el denso contenido de sus mínimas palabras, etc. En una palabra, se sistematizan las operaciones que había esbozado la era apostólica, a fin de alimentar la fe de los fieles y de construir la teología, yendo de la mano las dos preocupaciones en la acción pastoral de la Iglesia y desarrollándose en forma de hermenéutica. Así, según el dicho de san Agustín, la plenitud y el fin de todas las Escrituras divinas no son otra cosa que la vida en la caridad 39.

Todo esto, sin embargo, no podría hacerse sin recurrir a los procedimientos prácticos proporcionados por la cultura del tiempo. Los del midras judío van perdiendo progresivamente terreno 40, ahora que la Iglesia se ha implantado en medio grecorromano; si se observa su influencia persistente en las iglesias de Siria, es por razón de afinidades culturales ligadas al uso común de las lenguas semíticas. Pero los medios helenísticos, particularmente en Alejandría, ponen en práctica una técnica de explicación de los textos,

38. Sentido cristiano del AT, p. 41-58.
39. De doctrina christiana, 1, 35 (PL, 34, 34).
40. Cf., no obstante, J.
DANIÉLOU, Théologie die judéo-christianisme, Tournai-París 1958, p. 102-129.

de la que la exégesis bíblica podrá sacar partido, exactamente como la teología cristiana utiliza el lenguaje de la filosofía griega para hacer su mensaje accesible a los espíritus cultos 41. Esto explica que a partir de Orígenes la alegoría venga a ser un método corriente, gracias al cual la catequesis cristiana halla en todos los textos inspirados un punto de partida y un apoyo 42. Filón había dado el ejemplo cuando había ligado a la Biblia su doctrina filosófica. En los padres la operación sufre una profunda transformación: no mira ya a conducir a los espíritus desde las realidades sensibles a su significado inteligible a riesgo de perder el contacto con el mundo terreno y con la historia, sino a hacerlos pasar de las realidades a la realidad prefigurada, de la economía preparatoria a la realización histórica de la salvación y luego a su consumación más allá del tiempo 43.

Esta originalidad de la alegoría cristiana tiene evidentemente su fuente en los datos teológicos del Nuevo Testamento. Esto no quita que la explotación sistemática de los textos gracias a esta dialéctica de los símbolos lleve la marca de un tiempo y de un ambiente. Por lo demás, no todos los padres de lengua griega recurren a este método en el mismo grado y de la misma manera. En el medio antioqueno, menos platonizante y más abierto a la filosofía de Aristóteles, se prefiere a la alegoría una theoria 44, que en principio respeta mejor la consistencia propia de la letra y de la historia, aunque tratando de superarlas 45. El occidente latino, llegado

41. Estudio de conjunto sobre los siglos It y 111 en J. DANIÉLOU, Message évangelique et culture hellénistique, Tournai-París 1961, p. 183-275.

42. H. DE LUBAC, Histoire et esprit: L'intelligence de I't~criture d'aprés Origéne, París 1950; R. P. C. HANsou, Allegory and Event: A Study of the Source and Significase of Origen': Interpretation of Scripture, Londres 1959; J. H. WASZINK, art. Allegorese, en Encyclopedia für Antike und Christentum, t. 1, 272-293; R. M. GRANT, The Letter and the Spirit, p. 85-114 (con un apéndice importante sobre la terminología de la exégesis griega, p. 120-142). Las fuentes de la exégesis de Orígenes las examina J. DANIÉLOU, Origéne, París 1948, p. 145-198.

43. Punto en el que insiste enfáticamente H. DE LUBAC, A tropos de l'allégorie chrétienne, RSR, 1959, p. 6-43, contra las asimilaciones abusivas de J. PÉpIN, Mythe et allégorie: Les origines grecques et les contestations chrétiennes, París 1958.

44. A. VACCARI, La Oewpta nena scuola esegetica d'Antiochia, en «Biblica», 1920, p. 4-36 (cf. 1934, p. 94-101); P. TESINANS, La Oeupta d'Antioche dans le cadre des seas de 1'Écriture, en «Biblica», 1953, p. 135-158, 354-383, 456-486.

45. Sobre las relaciones entre la exégesis alejandrina y la exégesis antioquena, cf. J. GUILLES, Les exégéses d'Alexandrie et d'Antioche: conflit ou malentenduf RSR, 1947, p. 257 ss. El método exegético de varios padres griegos ha sido objeto de monografías durante las últimas décadas: R. DEVREESSE, La méthode exégétique de Théodore de Mopsueste, RB, 1946, p. 207-241 (reproducido en Essai sur Théodore de Mopsueste, Ciudad del Vaticano 1948, p. 53.93); A. KERRIGAN, St. Cyril of Alexandria Interpreter of the Oid Testament, Roma 1952.

más tarde a la teología y a la exégesis, es tributario de estos métodos. Sabe, sin embargo, adaptarlas a su espíritu menos especulativo y más jurídico 46. San Jerónimo sentará incluso las bases de una cierta crítica 47 que reaccionará, por lo menos teóricamente, contra el abuso de la alegoría. Pero por otra parte los procedimientos de análisis en boga entre los gramáticos y retóricos de la latinidad decadente serán ampliamente utilizados aquí para comentar la Escritura, como lo vemos en san Agustín 48 y todavía más en san Gregorio Magno 49.


II. LA DOCTRINA DE LOS SENTIDOS DE LA ESCRITURA

La exégesis cristiana, que no se distingue formalmente de la teología misma, al desarrollarse! bajo el influjo de estos diferentes factores no puede menas de buscar una formulación de su propio método. La halla en la doctrina de los sentidos de la Escritura. Cualesquiera que sean los antecedentes filonianos que en ella se puedan descubrir 50, esta doctrina es completamente original. ¿Por qué, pues, hablar de los sentidos escriturarios, en plural? Por dos razones conjuntas. En primer lugar, los textos de los dos Testamentos pueden leerse al nivel de su mera letra, de la historia que narran, del mundo corpóreo en que esta historia se desarrolla; pero la fe nos enseña a rebasar el sentido literal, histórico, corpóreo, para alcanzar tras él el misterio de Cristo que se halla oculto. Ahora bien, esta inteligencia religiosa de la Escritura constituye su sentido espiritual. En segundo lugar, la explotación alegórica de los

46. O. Kuss, Zur Hermeneutik Tertullians, en Neutestamentliche Aufsütze (Festschrift I. Schmid), Ratisbona 1963, p. 138-160.

47. A. PENNA, Principi e caratteri dell'esegesi di S. Gerolamo, Roma 1950.

48. M. PONTET, L'exégése de saint Augustin prédicateur, París 1945; G. SSRAUSS, Schriftgebrauch, Schriftauslegung und Schriftbeweis bei Augustin, Tubinga 1959. El medio cultural de que depende Agustín lo analiza H. I. MARROU, Saint Augustin et la fin de la culture antique, París 21949. Nótese, por ejemplo, en De doctrina christiana, 3 (PL, 34, 65-90) la mezcla constante de dos cuestiones de suyo muy diferentes: la de las prefiguraciones bíblicas y la de las figuras de estilo.

49. Sobre san Gregorio y la cultura de su tiempo, cf. H. DE LUBAC, Exégése médiévale, parte segunda, t. 1, p. 53 ss.

50. H. DE LUBAC, Histoire et esprit, p. 150 ss.

textos regida por este principio fundamental puede recibir diversas orientaciones, puesto que el misterio de Cristo implica diversos niveles. Unas veces se pasará de la historia figurativa a la contemplación de Cristo y de su Iglesia en su realidad histórica: es la alegoría pura y simple. Otras veces se sacará de ella una doctrina espiritual apta para regir la vida cristiana: es la tropología. Otras, rebasando la misma economía eclesial, se buscará la evocación de las realidades celestiales y escatológicas, que son objeto de la esperanza cristiana: es la anagogía.

Es obvio que esta triple superación de la letra de la historia concierne ante todo a los textos del Antiguo Testamento. Sin embargo, por lo que hace al mismo Nuevo Testamento, los textos son susceptibles de suministrar otra cosa que lo que designa su sentido corpóreo, puesto que su mismo elemento histórico es significativo con respecto a la economía sacramental, a la vida espiritual de los cristianos, al objeto de su esperanza. También aquí se reconocerán, por tanto, diversos sentidos en la Escritura. Como se ve, la doctrina de los sentidos escriturarios es bastante compleja, sin contar que se conocen de ella diversas formulaciones 51 y que no se expone siempre con la claridad con que acabamos de hacerla. Esta doctrina trata de aliar en síntesis razonada los principios doctrinales recibidos del Nuevo Testamento, los fines prácticos perseguidos por la exégesis en el marco de la vida eclesiástica, y las técnicas de explotación de los textos tomados de la cultura del tiempo.

51. La cuestión de los orígenes patrísticos de esta doctrina es nuevamente tratada en detalle por H. DE LUBAC, Exégése médiévale, parte primera, p. 171-219.

 

II. LA EDAD MEDIA52

1. LA HERENCIA PATRÍSTICA EN LA TEOLOGÍA MONÁSTICA

En ¡la primera parte de la edad media latina 53, la doctrina de los cuatro sentidos de la Escritura constituye a la vez un método para la exégesis y un marco práctico para la exposición de la doctrina, cosas ambas que no se separan nunca 54. La interpretación alegórica nacida de Orígenes, de san Agustín y de san Gregorio Magno es entonces la regla general. Esto no quiere decir que se descuide el sentido literal e histórico de la Escritura, puesto que éste es el fundamento de todos los demás 55. Pero no es posible contentarse con él. Lo que la teología monástica busca efectivamente en la lectio divina 56 no es el conocimiento de un pasado desaparecido para siempre, ni la satisfacción de una curiosidad ávida de saber. Es el alimento de una fe, que a partir de los textos sagrados y de los hechos que éstos refieren quiere conocer el misterio de Cristo y de la Iglesia para florecer en existencia cristiana y contemplar ya anticipadamente la eternidad hacia la que se encamina 57. La técnica empleada para realizar estas operaciones corresponde natural-mente a la cultura del tiempo, heredera a la vez de los gramáticos y de los padres 58. Literalista hasta el exceso, analiza los textos sa-

52. C. Srico, Esquisse d'une histoire de l'exégése !atine au moyen-dge, París 1944. B. SMALLEY, The Study of the Bible in the Middle Ages, Oxford 21952. El análisis de las técnicas exegéticas es más sistemático en estos dos libros que en la obra monumental de H. DE LUBAC, Exégése médiévale, Les quatre sens de l'Acriture, parte primera, París 1959; parte segunda, t. r, 1961; t. u, 1964. Pero éste subraya mejor la interdependencia de la exégesis y de la teología.

53. A partir de aquí sólo seguiremos la historia del problema en la teología occidental. Sería, no obstante, interesante ver cómo la herencia de la patrística griega se desarrolló durante la edad media bizantina y hasta nuestros días. M. JuGIE, art. Interprétetion, DBS, t. 4, col. 591-608, esboza esta historia hasta el siglo xv, añadiendo una breve idea sobre los orientales no bizantinos.

54. Es el asunto mismo del libro de H. DE LUBAC, Exégése médiévale, que señala sin embargo la existencia de diferentes fórmulas (op. cit., parte primera, p. 139-169).

55. Ibid., p. 425.487.

56. Dom. J. LECLERCQ, Initiation aux auteurs monastiques du moyen-dge: L'amour des retires et le désir de Dieu, París 21957, p. 70 ss.

57. De ahí los títulos de capítulos elegidos por H. DE LUBAC, op. Cit., p. 489 ss: <La alegoría, sentido de la fe»; «La tropología mística»; «Anagogía y escatología».

58. Ejemplo característico en RABANO MAURO, De clericorum institutione, 3 (PL, 107, 379-420): a los principios de la exégesis cristiana (384-391) se vincula la teoría de las artes liberales (391-405), cuyo conocimiento permite exponer la doctrina de la Escritura (405-420). Sobre la cultura de la época: J. LECLERCQ, op. cit., p. 40-52; sobre su técnica exegética: C. SPrcQ, op. cit., p. 19-25.

grados sin remontarse hacia atrás, atento únicamente a sus figuras de estilo 59. Pero al mismo tiempo se complace en la floración de símbolos que le facilitan el medio de valorizar la letra de la Escritura. Se establece una íntima correlación entre la exégesis alegórica y la teología simbólica, que conoce en el siglo xii una verdadera eflorescencia 60.


II. EXÉGESIS Y TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA

La situación se modifica. cuando al lado de la lecho monástica comienza a desarrollarse la lectio escolástica, atenta a las quaestiones que a cada paso suscita la explicación de la Sacra Pagina 61. Esta preocupación teológica llega ya en Hugo de San Víctor a la formulación de un método exegético muy razonado 62. Avancemos todavía un poco y hallaremos que los maestros del siglo XIII introducirán en la teología la dialéctica aristotélica con sus exigencias de rigor. Así se transforma la problemática de la exégesis 63. El teólogo, en su comentario seguido de la Escritura, que es su procedimiento habitual, prepara materiales apropiados para entrar en una síntesis más sistemática. Organiza la doctrina en Sumas, en las que las quaestiones se encadenan lógicamente. Para cada una de ellas, después de haber expuesto las opiniones contrarias, le es preciso hallar en la Escritura una auctoritas que funde verdaderamente la solución que él adopta. Consiguientemente pierde su interés el recurso, a la alegoría, pues como prueba hacen falta textos en que apoyarse. Así se explica la valorización del sensus litteralis tal como lo encontramos en santo Tomás 64. Es cierto que las realidades del Antiguo Testa-

59. San BEDA EL VENERABLE, De schesnatibus et tropis sacrae Scripturae, PL, 90, 179-187.

60. Sobre esta floración del simbolismo, cf. M. D. CHENU, La théologie atc XII siécie, París 1957; H. DE LUBAC, op. cit., parte segunda, t. sr, p. 125-262.

61. Sobre esta evolución del método en teología, cf. A. FOREST, en FLrc5IE y MAETIN, Histaire de l'Église, t. 13, p. 149 ss.

62. Esbozo en De scripturis et seriptoribus sacris, PL, 175, 9-28; tratado más pro-fundamente en Eruditio didascalica, libros 4-6, PL, 176, 777-812.

63. M. D. Caascu, Introductian a 1'étude de saint nomas d'Aquin, París 1954, p. 199-225.

64. Quodlibeto 7, q. 6, art. 14-16, reproducido en Super epistolam ad Galatas lectura, cap. 4, lect. 7 (ed. Cal, Turín 1953, t. r, p. 620 ss), y r, q. 1, art. 10. Cf. C. SrtcQ, op. cit., p. 202-288; H. DE LUBAC, op. cit., parte segunda, t. st, p. 263-325. T. F. TORRANCE, Scientific Hermeneutics according St. Thamas, JTS, 1962, p. 259-289, juzga demasiado esta exégesis desde un punto de vista moderno.

mento poseen un significado con respecto al misterio de Cristo' bajo todos los aspectos; pero este sentido espiritual o místico no podría facilitar argumentos al teólogo, pues no' contiene nada que aparezca claro en el sentido literal de la Escritura 65. Sólo el texto (la lilt'tera) es demostrativo. Pero lo que importa es entender bien su alcance. Porque si bien es cierto que se refiere a una historia acontecida en otro tiempo en el mundo, no por ello deja de tener por objeto único el misterio de Cristo anunciado y prefigurado en el Antiguo Testamento, inserto en la experiencia humana en el momento de su primera venida, presente sacramentalmente en el tiempo de la Iglesia, dirigido hacia la consumación final al término de los siglos. En la Escritura la linera concierne siempre a un aspecto u otro de este misterio, cuya revelación consigna por escrito.

Con respecto a la doctrina clásica de los cuatro sentidos de la Escritura hay aquí un cambio muy notable de' perspectiva. La definición más rigurosa del sensus litteralis prohibe ahora ya confundir las figuras de estilo con las prefiguraciones bíblicas: un principio' de gramática firmemente establecido exige que este sentido pueda ser, !según los casos, propio o figurado 66. Sin embargo, todavía no se ha llegado a la concepción moderna del sentido literal. En efecto, no es sólo al análisis literario al que pide santo Tomás que establezca eI sentido de los textos bíblicos, sino primeramente a la tradición eclesiástica, en el interior de la cual entiende situarse de pleno. Así en el Antiguo' Testamento refiere en forma directa al misterio de Cristo textos que nosotros leeríamos en función de la religión de Israel; el hecho es muy perceptible, por ejemplo, en su comentario de los Salmos. Con otras palabras: el sensus litteralis tal como él lo entiende implica una plenitud que el creyente sólo puede descubrir a la luz de la revelación total 67. Durante varios

65. I, q. 1, art. 10, ad 1; cf. Quodl. 7, q. 6, art. 14, e In Sent., prol., q. 1, art. 5.

66. Quodl. 7, q. 6, art. 15, ad 1; r, q. 1, art. 10, ad 3. El art. 9, al examinar el problema de las metáforas en la Escritura, amplía la cuestión y trata de hecho del uso del símbolo en el lenguaje religioso.

67. «La exégesis, más bien que explicar el sentido literal, lo desarrolla», nota C. Srtcq, op. cit., p. 223; pero es que piara hablar del «sentido literal» se sitúa en un punto de vista moderno.

siglos se conformará la exégesis a este método sin someterlo a crítica. Enteramente subordinada a la teología, se esforzará por perfeccionar sus análisis en la medida en que le conduzcan a ello el contacto con la exégesis judía 68 y las exigencias de la teología misma. Pero con mucha frecuencia su puesta en práctica tomará el sesgo de un ejercicio de escuela, una vez que el manual de teología ganó decididamente el primer puesto en la enseñanza universitaria 69 y que la prueba de Escritura se transformó más de una vez en alegorismo artificial70.


III. DEL RENACIMIENTO A LOS TIEMPOS MODERNOS

I. EL ADVENIMIENTO DE LA CRÍTICA

Después de la caída del imperio romano, la conservación de la herencia grecolatina y luego la elaboración de la cultura medieval se habían producido en el clima de la fe y bajo la égida de la teología. Estas circunstancias habían favorecido, como es natural, el estudio de las Escrituras. A partir del Renacimiento el desarrollo, cultural de occidente escapará a la dirección de la Iglesia. De ello resultará para la exégesis una transformación completa de la situación.

1. Crítica textual, literaria e histórica

La edad media, conservando las obras de la antigüedad clásica, había incorporado sus valores a su civilización cristianizándolos, y en esta perspectiva los habían explicado entonces gramáticos y

68. Esta preocupación es sensible, por ejemplo, en NICOLÁS DE LIRA (cf. C. Sricq, op. cit.., p. 335 ss; F. VERNET, art. Lyre (Nicolas de), DTC, t. 9/1, col. 1410-1422; H. DE LUBAC, op. Cit., parte segunda, t. u, p. 344 ss), aun cuando a veces sus aplicaciones alegóricas pertenezcan al peor de los concordismos, nacido remotamente de Joaquín de Fiore.

69. H. DE LUBAC, ibid., p. 370 ss. No creemos necesario subrayar que en Wiclef, como más tarde en Lutero, esta voluntad de volver a la Escritura se explicará primeramente por una reacción contra la escolástica decadente. Sobre este punto particular, cf. P. DE VOOGT, Wiclef et la «Scriptura sola», ETL, 1963, p. 50-86.

70. H. DE LUBAC, op. Cit., p. 386 ss.

filósofos. Ahora bien, los humanistas del siglo xvi, rompiendo con estos comentarios tradicionales, inauguran una nueva manera de abordar los textos, para descubrir en ellos la antigüedad viva en su lozanía original. A la búsqueda y a la edición de manuscritos añaden un conocimiento profundo de las lenguas antiguas y métodos más objetivos de análisis literario. Además, el gusto general por la resurrección del pasado provoca un afinamiento progresivo de la crítica histórica, hasta que en el siglo xix la historia misma pretenda alcanzar a su vez la dignidad de ciencia exacta.

Este conjunto de hechos repercute en el estudio de la Biblia 71. También sobre la Biblia se proseguirá sin interrupción el esfuerzo de crítica textual desde el siglo xvI hasta nuestros días 72. La crítica literaria, rompiendo con los usos escolásticos que fijaban a priori el sentido de los textos sagrados, se esforzará por descubrirlo en su estado nativo 73. Empresa difícil cuando se trata de obras tan antiguas. Para el juicio, las obras de la antigüedad clásica serán hasta mediados del siglo xix el único elemento de comparación; luego, la recuperación de las literaturas orientales (egipcia, asirobabilónica, cananea) sacará a la Biblia de su aislamiento permitiendo un fructuoso comparativismo. La búsqueda del sentido literal, efectuada en estas perspectivas completamente nuevas, cambiará naturalmente de andadura. Finalmente el esfuerzo emprendido por los historiadores para resucitar el pasado sobre la base de una documentación debidamente criticada alcanzará también a los dos Testamentos: sus textos serán despojados con el mismo cuidado meticuloso para la reconstrucción científica de la historia bíblica. En este punto la investigación arqueológica, proseguida metódica-mente a partir de 1850, aportará datos preciosos para controlar los resultados obtenidos por la crítica de Ios textos. De suyo, todo este

71. Los nombres de Erasmo y de Lefévre d'Étaples vienen aquí en primer lugar (cf. R. AUBENAS, en FLtcitE y MARTIN, Histoire de l'Église, t. 15, p. 240-246, 252-255); L. WrLLAERT, ibid., t. 18/1, p. 227-230.

72. Después de la Biblia rabínica de Bomberg en Venecia, recordemos las Biblias políglotas de Alcalá (1520), de Amberes (1569-1572), de París (1645) y de Londres (1657). Este trabajo de crítica textual no originó ninguna dificultad particular en hermenéutica, por lo que no hemos de extendernos aquí sobre él.

73. Pero hay que notar que tanto en Lefévre d'Étaples como en Erasmo, esta búsqueda del sentido literal de la Escritura es profundamente tradicional en su espíritu; cf. H. DE LUBAC, op. Cit., p. 411-412, 434-453. La Escritura tiene siempre como único objeto el misterio de Jesucristo.

esfuerzo no va dirigido contra la teología; sin embargo, desde sus orígenes se desarrolla independientemente de ella, con métodos autónomos y sin el fin de servirla. Ahora bien, los teólogos tradicionalistas, no tardan en sentir celos de tal autonomía cuando se la pretende aplicar a los libros sagrados. Desde el siglo xvü, Richard Simon74, al que se puede considerar como el padre de la exégesis moderna, se atrae los anatemas de Bossuet, que logra la condenación de sus libros. En el siglo xvIII se ahonda el foso a medida que la crítica va afirmando su libertad y pone en tela de juicio las interpretaciones tradicionales a que se habían asido los teólogos 75.

2. Crítica filosófica

Para agravar el malentendido, este trabajo perfectamente defendible es asumido por pensadores que añaden a ello una crítica filosófica completamente desligada de la fe 76, en nombre de la cual pretenden juzgar soberanamente, de la teología, del contenido de la Biblia, de la religión misma. Ya en el siglo xvll Spinoza sienta los principios fundamentales de este método en su Tratado de las autoridades teológica y política 77. En el siglo xviii se apodera de ellos

74. Sobre Richard Simon, cf. la obra bien documentada de J. STEINMANN, Richard Simon et les origines de l'exégése biblique, París 1960. H. J. KRAUS, Geschichte der historisch-kritischen Erforschung des Alten Testaments con der Reformation bis zur Gegenwart, Neukirchen 1956, p. 60-64, tributa a este precursor un homenaje merecido.

75. BIBLIA/INTERPRETACION. Es conocida la sátira de los teólogos a que se entrega MONTESQUIEU en las Lettres persanes: «Padre, le dije, ¿qué son esos grandes volúmenes que ocupan todo ese lado de la biblioteca? — Son, me dijo, los intérpretes de la Escritura. — Son muy numerosos, le repliqué; la Escritura tuvo que ser muy oscura en otro tiempo, y ahora será muy clara; ¿quedan todavía dudas? ¿puede haber en ella puntos controvertidos? — :Que si los hay, santos cielos, que si los hay!, me respondió, hay casi tantos como líneas. — ¿Cómo?, le dije, ¿pues qué han hecho todos esos autores? — Estos autores, repuso, no buscaron en la Escritura lo que hay que creer, sino lo que creen ellos mismos; no la miraban como un libro en el que estaban contenidos los dogmas que debían aprender, sino como una obra que pudiera dar autoridad a sus propias ideas: por eso corrompieron todos sus sentidos y la torturaron en todas sus páginas. Es un país en el que hacen incursiones y entran a saco los hombres de todas las sectas; es un campo de batalla en el que las naciones enemigas que se encuentran libran no pocas batallas, se atacan y escaramucean de muchas maneras» (Carta 134).

76. Esta corriente de pensamiento tiene remotos antecedentes en la Italia del siglo xvt y en los libertinos combatidos por Pascal y por Bossuet; pero aquí sólo examinamos la aplicación de sus principios a la Biblia. Sobre su historia, cf. P. HAZARD, La crise de la conscience européenne (1680-1715), 3 vols., París 1946, y La pensée européenne au XVIII« siécle de Montesquieu d Lessing, 3 vols., París 1946.

77. B. DE SPINOZA, Oeuvres completes, trad. fr., «Bibliothéque de la Pléiade», París 1954, p. 651-964. En el cap. 7 sienta Spinoza como principio que el examen crítico de la Escritura basta por sí solo; en el cap. 15 establece un corte radical entre filosofía y teología.

el racionalismo deísta 78, de donde procederán en el siglo xIx toda una gama de sistemas que se influirán mutuamente, desde el idealismo hegeliano hasta el evolucionismo de Spencer, del positivismo de Augusto Comte al sociologismo de Durkheim, etc.

En este contexto reina como dueña y señora la concepción positivista de la historia-ciencia 79, que aplica naturalmente sus cánones a la Biblia. Excluyendo a priori toda explicación de los hechos que invoque una causalidad sobrenatural, intenta su reducción crítica en función de la filosofía a que obedece. Por lo demás, esta reducción toma en la práctica formas variadas, pues cada historiador, haciendo una selección entre los valores cristianos, se esfuerza a pesar de todo por salvar los que pueden encajar en su sistema de pensamiento.

La exégesis debe adaptarse a este marco preestablecido para hacer su trabajo. El análisis literario, la crítica histórica, los datos de la sociología y de la historia de las religiones, y luego, los de la arqueología proporcionan elementos positivos que cada uno se es-fuerza por interpretar para unificarlos en una presentación sintética. Las teorías así construidas se jactan de ser independientes de todo prejuicio y de toda fe. En realidad no dejan de estar regidas por un principio directivo que no pertenece al orden científico, sino al filosófico; así las construcciones hipotéticas de la historia bíblica a que conducen cambian según la opción individual del que pone en juego los materiales utilizables. Después del Jesús de Reimarus (cuyos papeles publica Lessing), tenemos el del Vicario saboyano, penetra-do de religiosidad. Después del de Strauss, tenemos el de Renan, menos arbitrario porque Renan conoce la arqueología oriental y la geografía de Palestina 80. En el siglo xx tendremos los de Couchoud 81

78. Sobre este problema general, cf. E. PRÉCLIN - E. JARRY, en FLICHE y MARTIN, Histoire de 1'Église, t. 19, p. 701-746 (sobre la incredulidad de 1648 a 1789 y sobre la apologética que se le enfrenta).

79. Añadamos a esto «un vivo gusto por el ideal evangélico y por el carácter del fundador del cristianismo» que él mismo dice haber tratado de reflejar en su Vida de Jesús (E. RENAN, Souvenirs d'enfanee et de jeunesse, 5, 5). Pero esta actitud afectiva supone naturalmente una reducción radical de Jesús a los límites humanos.

80. P. L. COUCHOUD, Le mystére de Jésus, París 1924, renueva la tesis de los mitólogos que niegan la existencia misma de Jesús.

y de Guignebert 82, muy diferentes uno de otro. No tiene nada de extraño que en estas condiciones los teólogos se muestren desconfiados hacia una crítica con frecuencia conjetural, que sus utilizadores asocian a una concepción del mundo ajena a la fe, si no francamente hostil. A pesar de esto, no pueden menos de tener en cuenta la nueva concepción del sentido literal que les impone esta crítica. Así pues, su atención se desplaza: de Dios autor de la Escritura se traslada a los autores humanos a los que debemos los textos sagrados; si no se sabe lo que tales autores quisieron escribir y efectivamente escribieron, ¿se puede pretender conocer el ,sentido de los textos bíblicos? Así incluso en teología la noción del sentido literal viene a ser la de la cultura moderna. Más abajo volveremos a encontrar este punto 83.


II. LA CRISIS PROTESTANTE Y LA «SCRIPTURA SOLA»84

1. La tradición de los reformadores

Paralelamente a esta evolución cultural, la crisis protestante introduce en la teología cristiana un nuevo principio' de interpretación

82. C. GUIGNEBERT, JésuS, París 1933, quiere ciertamente liberarse de "la hipnosis (de los) prejuicios ancestrales», que descubre todavía en Renan. Con una ausencia total de simpatía por el asunto de que trata, reconstruye a su manera la personalidad de Jesús y luego confiesa ingenuamente: «No se me oculta la pobreza, ni la flojedad, ni, para decirlo todo, la incertidumbre de este pequeño cuadro de la psicología de Jesús, cuyos elementos he buscado en la opinión que se formaron de él los evangelistas. Estos elementos son ya, no lo olvidemos, interpretaciones que pueden ser tendenciosas, recuerdos que pueden no ser exactos, voces y noticias que pueden no responder a nada real. Sin embargo, como en todo esto no veo nada particularmente glorioso para Cristo, ni nada sobrehumano, no tengo inconveniente en aceptar que el Ur-Marcus y los Logia nos han conservado por lo menos un reflejo de la imagen del hombre Jesús.» (Op. cit., p. 215.)

83. Infra, p. 304 s.

84. Sobre la historia de la exégesis protestante, cf. R. CORNELY - A. MERE, Manuel d'introduction d toutes les saintes Écritures, t. I, París 1930, p. 363-374; A. RoBERT y A. VAGANAY, art. Interprétation, SDB, t. 4, col. 627-634 y 637-646 (con bibliografía); A. VINCENT y A. VAGANAY, en Initiation biblique2, p. 468-485 (estas exposiciones tienen un carácter crítico bastante acusado); G. EBELING, art. Hermeneutik, RGG5, t. 3, col. 251-258 (presentación razonada de las tendencias y de los autores, con abundante bibliografía); A. BEA, «Religianswissenschaftliche» oder «theologische» Exegese?, Zur Geschichte der neueren biblischen Hermeneutik, en «Biblica», 1959, p. 322-341 (buen esbozo de conjunto). Para la exégesis del A. T.: H. J. KRAUS, Geschichte der historisch-kritischen Forschung des Alten Testaments van der Reformatian bis zur Gegenwart, Neukirchen 1956; E. G. KRAELING, The Old Testament since the Refornastion, Londres 1955 (excelentes presentaciones del tema, apreciado en función de la teología protestante). Para la exégesis del Nuevo Testamento: A. SCHWEITZER, Geschichte der Leben-Jesu-Forschung, Tubinga 61933; Geschichte der paulinischen Forschung, Tubinga 21933; S. NEILL, The Interpretation of the New Testament, 1861-1961 (Firth Lectores 1962), Londres 1964.

de la Escritura 85. Una vez rechazada la autoridad de la Iglesia como regla viva de la fe, la inteligencia de los libros sagrados no se pide ya a la tradición eclesiástica, articulada sobre el magisterio. Consiguientemente se hace necesario construir todo el edificio de la fe y de la reflexión cristiana sobre la base de la sola Escritura, eliminando lo que la antigüedad y sobre todo la edad media habían podido añadir de puramente humano a sus datos explícitos. Tratando de alcanzar así el cristianismo apostólico en estado puro, el protestantismo se plantea a sí mismo un difícil problema de hermenéutica. Si hay que pedir a la Escritura misma que sea su propio' intérprete 86, sin embargo, no se puede pasar en silencio la actividad propia del predicador o del teólogo que hacen hablar a sus textos; tienen necesidad de un método para ver claro en ellos. Pero ¿qué método se empleará si se descarta la simbiosis de' la Escritura y de la tradición que había persistido hasta en los grandes escolásticos? Los primeros reformadores quieren que la palabra de Dios sea leída con fe, bajo la luz del Espíritu Santo; pero es necesario que esta luz se manifieste en forma indubitable 87. Además, la exégesis reformada tendrá rápidamente que habérselas con el movimiento crítico nacido del Renacimiento. Entonces se verá obligada, al igual que la teología católica, a optar por o contra los nuevos métodos de crítica literaria e histórica, por o contra las reinterpretaciones filosóficas de la revelación desligadas de la dogmática tradicional.

Frente a estos problemas vemos a la exégesis protestante dividirse en corrientes contrarias. Una fracción ultraconservadora, a la que la teoría de la inspiración verbal 88 viene a dar una base teológica, se opone por principio no sólo a la crítica filosófica imbuida de racio-

85. Cf. supra, cap. 1, p. 49 ss. Sobre el problema planteado por la Reforma, cf. G. H. TAVARD, Écriture au Église? La crise de la Réforme, París 1963 (particularmente en los cap. vi y vii).

86. Es el sentido real del principio: Scriptura sola. Pero esta sumisión de la Iglesia a la Escritura no impide que para el simple fiel la Escritura deba ser leída en la Iglesia.

87. Sobre este aspecto de la doctrina de Calvino, cf. G. H. TAVARD, op. Cit., p. 145-161. Hay que notar que Calvino y otros promotores de la Reforma, aun rechazando la concepción católica de la tradición, están muy atentos a la exégesis patrística de la Escritura, que es para ellos un patrimonio de Iglesia.

88. Supra, p. 78, nota 32.

nalismo moderno, sino a la misma crítica literaria e histórica, que le parecen poco respetuosas con la palabra de Dios. Literalista en exceso, sobrevivirá en la corriente fundamentalista, abierta a la historia antigua y a la arqueología sólo en cuanto éstas le parecen probar que «la Biblia dijo la verdad». Esta ala derecha da considerable rigidez a la posición primitiva de los primeros reformadores, resueltamente teológica, adicta a los dogmas atestiguados claramente por la Escritura, orientada hacia una interpretación existencial que atiende a los valores de vida encerrados en los textos sagrados, atenta también en cierto grado al ejemplo de los padres antiguos, pero sin cerrarse a un uso razonable de los métodos inaugurados por los humanistas 89. Esta posición inicial se conservará en los luteranos y calvinistas «ortodoxos», para quienes los padres de la Reforma ocuparán en cierto modo el puesto que los tomistas modernos asignan al Doctor communres 90. Buena parte de los exegetas anglicanos tomará también este partido, uniendo a este sentido religioso real un nuevo interés por la tradición patrística cuando el movimiento de Oxford haya vuelto a rehabilitada. La crítica naciente no hallará mala acogida en estos medios (por ejemplo, en el siglo XVII en L. Cappelle y J. Cocceius 91; en el siglo xvili en J.D. Michaelis) 92.

2. El protestantismo liberal

Por el contrario, desde fines del siglo xvi un ala izquierda (Arminius y los socinianos) evoluciona hacia un antidogmatismo de tendencia racionalista 93. En el siglo xvii se ve acompañado de una preocupación de crítica histórica más exigente en H. Grotius 94. En

89. Sobre la exégesis de los primeros reformadores, cf. las obras de H. J. KRAUS, p. 5-27; de E. G. KRAELING, p. 7-32; bibliografía sobre la materia en el artículo de G. EBELING, col. 259 s; de E. DE Morir. u, en FLICHE y MARTIN, Histoire de 1'Église, t. 16, p. 85 ss, 94-97, 107 s, 201; de H. STROHL, La méthode exégétique des reformateurs, en Le probléme biblique dans le protestantisme, París, p. 87-104 (tan incomprensivo para la exégesis patrística y medieval, p. 87 s, como muchos polemistas católicos lo son de la de los reformadores).

90. Cita característica en G. H. TAVARo, op. Cit., p. 143 s.

91. H. J. KRAUS, op. Cit., p. 43-46, 49 ss.

92. Ibid., p. 87.93.

93. Ibid., p. 37 ss.

94. Ibid., p. 46-48; sus Adnotationes ad Vetus et Novum Testamentum son de 1641-1647, cuarenta años anteriores a la Histoire critique du Vieux Testament de R. Simon.

el siglo xvIII los teólogos de esta tendencia (J.G. Somier, J.G. Herder 95') sufren fuertemente la influencia de la Aufkldrung. Cierto que en las primeras décadas del siglo xix echan las bases de la critica moderna del Antiguo Testamento (Eichhorn, De Wette, Vatke, Ewald) 96 pero prácticamente lo hacen para excluirla de la teología cristiana 97, do que no deja de influir en el sistema teológico de Schleiermacher 98. Es que la teología de la revelación bíblica tiende a ser sustituida por una historia de la religión de Israel, coronada por una historia de los orígenes cristianos. En el movimiento de ideas que agitó al mundo antiguo se propende a ver la suprema manifestación de las aspiraciones religiosas del hombre; pero se tiende a imponerle una reinterpretación de acuerdo con las filosofías modernas. El protestantismo liberal, fruto de estas influencias mezcladas, reinará sin disputa en la exégesis hasta la primera guerra mundial utilizando 99 los servicios de una crítica cada vez más segura de sí misma, audaz en sus hipótesis, y tanto más dogmática cuanto que se cree fundada en principios científicos incontestables. De aquí resultan sistematizaciones en las que las adquisiciones positivas de un sólido análisis de los textos se dan la mano con los esquemas evolucionistas más conjeturales. Así en las crítica del Pentateuco, que Wellhausen 100 incorpora a una representación de la historia israelita en la que la religión sigue un proceso evolutivo, del politeísmo a la monolatría y al monoteísmo. Así también en la historia de los orígenes cristianos, en la que el personaje de Jesús, predicador moral para unos (Harnack), anunciador de la catástrofe escatológica para otros (J. Weiss), viene a ser objeto de libre especulación en una iglesia primitiva a la merced del sincretismo greco-oriental 101. Llegada a

95. Ibid., p. 93-119. Kraus subraya el parentesco de ideas entre Herder y Lessing. Sobre este último, cf. E. PRÉCLIN - E. JARRY, en FLICHE y MARTIN, Histoire de l'Églrse, t. 19, p. 738.

96. H. J. KRAUS, op. cit., p. 121-175, 179-190.

97. Ibid., p. 175-179.

98. E. G. KRAELING, op. cit., p. 59.68 (con una visión de conjunto sobre el puesto del A. T. en la teología protestante del siglo xix, p. 69 ss).

99. Buena exposición de conjunto por J. LEVIE, La Bible, parole humaine et message de Dieu, París-Lovaina 1958, p. 25-45.

100. H. J. KRAUS, op. cit., p. 235-249; H. CAZELLES, en Introducción a la Biblia, t. 1, p. 288.300.

101. Presentación y discusión de los sistemas en F. M. BRAUN, Oú en est le probléme de Tésus?, Bruselas-París 1932, p. 29-136; L. DE GRANnMAIsoN, Tésus-Christ, París 1928, p. 178-218 (trad. castellana: Jesucristo, Barcelona '1941).

este punto, la crítica del protestantismo liberal no se distingue prácticamente de la crítica racionalista que la rodea, aun cuando en algunos de sus protagonistas subsista una cierta nota pietista. La separación radical entre crítica y teología, facilitada en gran manera por el pensamiento de Ritschl y luego de Troeltsch 102, está ya total-mente consumada, con gran perjuicio para la fe y finalmente para la crítica.

3. Vuelta a la teología bíblica103

Ahora bien, alrededor de la primera guerra mundial se insinúa por varios lados a la vez una reacción contra esta corriente dominante. En el terreno mismo de la crítica histórica, el auge de la arqueología 104 viene a poner freno a las hipótesis aventuradas, mostrando el sólido enraizamiento de la Biblia en una antigüedad oriental cada vez mejor conocida; paralelamente la transmisión de los recuerdos por vía de tradición oral se vuelve a evaluar en sentido mucho más positivo 105. En el campo teológico el protestantismo ortodoxo recobra nuevo vigor con Karl Barth y la teología dialéctica 106

102. E. G. KRAEI.ING, op. Cit., p. 99-125. Sobre Ritschl y Troeltsch, cf. los artículos de RGG2, t. 5, 1114-1117, y t. 6, 1044-1047.

103. Rápida exposición en J. LEVIE, op. cit., p. 134-144. La evolución de la problemática está expuesta excelentemente por R. MARLá, Le probléme théologique de 1'herméneutique: Les grands ares de la recherche contemporaine, París 1963.

104. J. LEVIE, op. cit., p. 89.133, da una bibliografía sumaria que aumenta constantemente. Las incidencias de la arqueología sobre la exégesis del Antiguo Testamento están expuestas por S. H. Hooxx, en Record and Revelation, ed. H. WHEELER RoBIxsoN, Oxford 1938, p. 348-373; W. F. ALBRIGHT, en The Old Testament and Modern Study, ed. H. H. RowLEY, Oxford 1951, p. 1-47. Para comprobar su influjo efectivo se puede comparar, por una parte J. WELLHAUSEN, Prolegomena sur Geschichte Israel:, 31886, o A. Loisv, La religiosa d'Israél, París 31933, y por otra F. W. ALBRIGHT, Archeology and the Religion of Israel, Baltimore 1946; From the Stone Age to Christianity, 21946 (trad. fr., París 1951); M. NOTH, Geschichte Israel:, Gotinga 21954 (trad. fr., París 1954, hecha sobre la primera edición); J. BRIGHT, A History of Israel, Londres 1960 (cf. G. E. WRIGHT, Archaeologie and Old Testament Studies, JBL, 1958, p. 39-51).

105. Habría que citar aquí los trabajos, a veces desorbitados, de la escuela escandinava que sigue a J. PEVERSEN, Israel, Its Life and Culture, 2 vols., Copenhague, 1926.1940; cf. E. NIELsmx, Oral Tradition, A Modere Problem in Old Testament, trad. ingl., Londres 1954. Igualmente, para los evangelistas: B. GERHARDSSON, Memory and Manuscript, Oral Tradition and Written Transmission in Rabbinic Judaism and Early Christianity, Upsala 1961.

106. Cf. en K. BARTH, Dogmatique, 1. La doctrine de la Parole de Dieu, 1/1 (El problema de la dogmática, p. 239 ss); 11/3 (La palabra de Dios y la Iglesia, p. 1-208). Sobre la exégesis de K. BARTH, cf. J. HAMMER, Karl Barth, Brujas-París 1949, p. 88-105; H. BOUILLARD, Karl Barth: Parole de Dieu et existente humaine, t. II, París 1957, p. 41-45.

K. Barth, en su comentario a la epístola a los Romanos (1921) inaugura una hermenéutica que, sin ignorar la crítica, se profesa resueltamente dogmática: en efecto, lo que busca en los textos, más allá de las contingencias históricas, es el absoluto de la palabra de Dios. El movimiento va ganando poco a poco. Obligando a la crítica misma a suavizar sus pretensiones y a apreciar mejor sus límites, provocará un despertar de la teología bíblica, a la que ponía en sordina la escuela de historia de las religiones 107. La teología del Nuevo Testamento' será la primera en beneficiarse, como lo muestra el monumental Theologísches Wirterbuch zum Neuen Testament de G. Kittel108. Pero además, rompiendo con un prejuicio común entre los críticos liberales y claramente definido por Harnack 109, la exégesis volverá también a la teología del Antiguo Testamento. Más aún: la relación entre los dos Testamentos será objeto de estudios y de debates en los que los teólogos, sin abandonar la crítica, enlazarán con la mejor tradición nacida de Lutero y de Calvino 110.

Pero esto no es todo, pues el mismo método exegético es objeto de serios reajustes a medida que van manifestándose nuevas preocupaciones. La crítica documental concentra ahora su atención en el aspecto de los libros bíblicos que se había descuidado en la era precedente: su relación concreta con el medio sociológico que les dio origen y, al hacerlo, determinó las formas. literarias en función de su fe, de su vida religiosa, de sus necesidades prácticas, de su cultura. Esta Gattungsgeschichte, iniciada en cuanto al Antiguo Testamento por Gunkel y Gressmann 111, viene a ser para lbs exegetas del Nuevo Testamento la Formgeschichte (para los ingleses: Form

107. C. CoLPE, Die religionsgeschichtliche Schule, Darstellung uno Kritik ihres Bildes vom gnostischen Eriósermythen, Gotinga 1961.

108. Cf. las obras citadas por R. SCHNACEENBURG, La théologie du Nouveau Testament, Brujas-París 1961 (particularmente las p. 25-35, que definen la problemática del tema, sin separar las obras católicas de las obras protestantes).

109. H. J. KRAUS, op. Cit., p. 350 ss; E. G. KRAELING, op. Cit., p. 147 ss; cf. Sentido cristiano del AT, p. 88 (donde se indican las reacciones sucesivas de KAUTZSCH, 1903, EISSFELDT, 1921, HEMPEL, 1932).

110. Cf. las bibliografías reunidas por C. WESTERMANN, Probleme alttestamentlicher Hermeneutik, Munich 1960, y S. AMSLEA, L'Ancien Testament dan: 1'Église, Neuchátel-París 1960.

111. H. CAZELLES, L'école de 1'histoire des formes et le Pentateuque, BCE, n.° 7 (1945), p. 31-42. Por lo demás, Gunkel y Gressmann son representativos de la religionsgeschichtliche Schule (cf. H. J. KRAUS, op. Cit., p. 295.334); de ahí en ellos cierta hostilidad al dogmatismo, poco favorable a la teología bíblica (ibid., p. 333).

Crit'icism), aplicada en primer lugar a los evangelios 112. Cierto que esta nueva corriente no se libera de golpe del escepticismo histórico a que había llegado la hipercrítica del protestantismo liberal: su continuación evidente se descubre en Dibelius y todavía más en Bultmann 113, pero por lo menos se hace un esfuerzo para alcanzar, más allá de los textos, la fe que éstos tuvieron la función de expresar, a fin de que la fe cristiana de hoy pueda alimentarse al contacto con la de la Iglesia primitiva 114.

Sin embargo, en Bultmann la formgeschichtliche' Method'c no es sino una pieza en una empresa de conjunto, a la vez exegética y teológica, que tiende a repensar toda la hermenéutica 115. El mensaje de Dios aportado por toda la Escritura, y más, en particular por el Nuevo Testamento que anuncia al hombre el evangelio de la salvación, fue ciertamente traducido por los autores 'bíblicos según da conciencia que de él les daba su propia fe; pero lo hicieron en un lenguaje que recurría necesariamente a las categorías del mito, par cuanto expresaba en términos de este mundo la realidad de la salvación que es un puro acto de Dios y no pertenece a este mundo. Para entender el mensaje importa, pues, transponerlo a un lenguaje que nos sea inteligible desmitificándolo (Entmythol'egisierung), es decir, interpretando' dl lenguaje mítico en que se expresó para des-

112. Exposición sucinta con bibliografía por X. LÉoN-DuFOUR, en Introducción a la Biblia, t. p. 283 ss.

113. Aquí también la Farmsgeschichte conserva la herencia de la escuela de la historia de las religiones. Cf., por ejemplo, M. DisELlus, Tungfrauensohn und Krippenkind, en Botschaft und Geschichte, Tubinga 1953, t. I, p. 1-78; Evangelienkritik und Christologie, ibid., p. 293-358. R. BULTMANN, Le christianisme primitif dans le cadre des religions antiques, trad. fr.; París 1950 (particularmente el cap. 5: El cristianismo primitivo como fenómeno sincretista). Pero la posición es ya muy diferente en V. TAVLOR, The Formation of the Gospel Tradition, Londres 1933.

114. Este empeño de la Formgeschichte, que entendía salir del atolladero en que se hallaba encerrada la exégesis liberal, fue subrayado claramente por O. Cullmann desde 1925 (Les récentes études sur la formation ¡le la tradition évangélique, RHPR, 1925, p. 579).

115. Cf. en traducción francesa los artículos programáticos de R. BULTMANN, L'interprétation du Nouveau Testament, introducción y traducción de O. LAFFOUCRIáRE, París 1955. La exposición sistemática de A. MALET, Mythos et logos, La pensée de Rudolf Bultmann, Ginebra 1962, ha recibido la completa aprobación del maestro (pero es de lamentar la abundancia de términos alemanes introducidos en el texto francés). Estudios críticos desde el punto de vista de la teología católica: L. MALEVEZ, Le message chrétien et le mythe, Bruselas-Brujas-París 1954; R. MARLÉ, Bultmann et 1'interprétation du Nouveau Testament, París 1956 (resumido en Le probléme théologique de 1'herméneutique, p. 34-78); G. HASENUÜTTL, Der Glaubensvollzug. Eine Begegnung mit Rudolf Bultmann aus katholischen Glaubensverstlindnis, Essen 1963.

cubrir lo que bajo esta envoltura afecta a la única casa que nos interesa: nuestra existencia cristiana de hombres llamados a la salvación, 'en la que entramos por la decisión de fe. La crítica permite comprender en qué condiciones se operó la mitificación primitiva del mensaje 116, pero no puede suplir en el exegeta la decisión de fe por la que él reconoce en este mensaje Ila palabra misma de Dios. Habiendo' entrado él mismo, en la fe, puede luego realizar conjunta-mente una interpretación existenciaria de la Escritura que haga pa-tente su mensaje desmitificado, y una interpretación cristiana de la existencia humana, comprendida ahora ya en la perspectiva de la salvación anunciada. La teología no es otra cosa sino esta doble hermenéutica de la Escritura y de la existencia 117.

La iniciativa de Bultmann ha ganado poco a poco terreno en el protestantismo a partir de la segunda guerra mundial, siquiera sea transformándose bastante profundamente en algunos discípulos del maestro de Marburgo, ya como reacción contra su radicalismo crítico 118, ya mediante una elaboración más desarrollada de la teología de la palabra de Dios 119. Pero ha sido también objeto de numerosas oposiciones, a veces violentas. Al non possumus de los teólogos conservadores se ha añadido el de Karl Barth en nombre de 'la teología dialéctica 120, el de O. Cullmann, al que su concepción de la teología cristiana como comprensión de la historia de la salvación induce a valorizar positivamente la exégesis filosófica e histórica 121,

116. Aquí se reconoce en Bultmann la herencia de la crítica liberal y de la religionsgeschichtliche Schule. Por ella está influida toda la Theologie des Neuen Testaments, Tubinga 21954.

117. Hay que notar que en la problemática de Bultmann el Antiguo Testamento sólo desempeña un papel negativo y se integra muy mal en la teología. Cf. E. G. KRAELING, op. Cit., p. 227-238; Sentido cristiano del A7', p. 427, n. 1; infra, p. 339.

118. J. M. RosiNsox, Le kérygme de 1'Église et le Tésus de 1'histoire, trad. fr., Ginebra 1960, indica las orientaciones y la bibliografía hasta la fecha; cf. H. ANDERSON, Jesus and Christian Origins: A Commentary on Modera Viewpoints, Nueva York 1964.

119. Tal es el caso en G. EBELING, Das Wesen des christlichen Glaubens, Tubinga 1959; Wort und Glaube, Tubinga 1960 (trad. ingl. Word and Faith, Londres 1963, que utilizamos aquí). Cf. R. MARLÉ, Foi et Parole: La théologie de Gerhard Ebeling, RSR, 1962, p. 5.31 (el problema teológico de la hermenéutica, p. 79-102). Sobre todo el movimiento postbultmaniano, cf. R. E. BROwN, After Bultmann, Whatf An Introduction to the Post-Bultmannians, CBQ, 1964, p. 1-30; J. CAHILL, Rudolf Bultmann and Post-Bultmann Tendencies, CBQ, 1964, p. 153-178.

120. Sobre este debate cf. el punto de vista estrictamente bultmaniano de A. MALET, op. cit., p. 347-389; L. MALEVEZ, Exégése biblique et philosophie. Deux conceptions opposées de leurs rapport:: R. Bultmann et K. Barth, NRT, 1956, p. 897-914, 1027-1042.

121. O. CULLntANN, La nécessité et la fonction de l'exégése philologique et historique de la Bible, en Le probléme biblique dans le protestantisme, p. 131-147. Los principios exegéticos y teológicos de Cullmann los expone objetivamente J. FRISQUE, Oscar Cullmann: Une théologie de l'histoire du salut, Tournai-París 1960, p. 13-63 (sobre la oposición a Bultmann, p. 57-63). Sobre el debate entre Cullmann y Bultmann, cf L. BINI, L'intervento di Oscar Cullmann nella discussione bultmanniana, Roma 1961.

y de otros muchos 122. Esto no quita que tanto Bultmann como sus críticos — aunque por caminos muy diferentes —Impongan hoy a la exégesis bíblica un quehacer idéntico: 1) elaboración de una hermenéutica que, aun manteniéndose en la línea de la fe, incorpore la crítica a su trabajo 123; edificación de una teología 124, es decir de una inteligencia de la Escritura que presente sistemáticamente sus datos sin perder de vista su importancia pastoral. Así la teología bíblica conoce una nueva floración en el protestantismo contemporáneo 125.
 

III. EL PROBLEMA DE LA EXÉGESIS EN TEOLOGÍA CATÓLICA

Desde el siglo xvi hasta nuestros días la existencia de una exégesis protestante y de una crítica incrédula ha determinado en gran manera la evolución del problema de la hermenéutica en el catolicismo. Sin embargo, hay que distinguir aquí diferentes períodos, cuyos límites están marcados poco más o menos por las encíclicas Providentissimus (1893) y Divino afflante Spiritu (1943).

1. La teología de la Contrarreforma

En la antigüedad patrística y en la alta edad media no había separación entre exégesis y teología: ambas formaban una misma

122. Señalemos por el lado filosófico la crítica de K. JAsPERs, publicada en traducción francesa con la respuesta de Bultmann en Études théologiques et religieuses, 1954, p. 21-90. Las piezas del debate entablado en torno a la Entmythologisierung se han recogido en los volúmenes de Kerygma und Mythos, Hamburgo 1948 ss.

123. Este problema de las relaciones entre la crítica y la fe es a su vez difícil de plantear. Cf. M. GOGIIEL, La critique et la fui, en Le probléme biblique dans le protestantisme, p. 11-44; J. COERT RYLAARSDAM, The Problem of Faith and History in Biblical Interpretation, JBL, 1958, p. 26-32.;

124. Nótense sobre este punto las conclusiones paralelas de E. G. KRAELING, op. Cit., p. 250-284, y H. J. KRAUS, op. Cit., p. 441-444. Cf. J. MUILENBURG, Preface to Hermeneutics, JBL, 1957, p. 18-26; N. F. S. FERRÉ, Notes by a Theologian on Bíblical Hermeneutics, JBL, 1959, p. 105-114. La búsqueda de una via media entre el liberalismo racionalista y el falso pietismo se halla igualmente en la obra de A. MICKELSEN, Interpreting the Bible, Grand Rapids (Michigan) 1963.

125. Sobre el estado de la cuestión durante estos últimos años, cf. la exposición (de espíritu bultmaniano) de E. Fucns, Das hermeneutische Problem, en Zeit und Geschichte (Dankesgabe en R. Bultmann), ed. E. Dinkler, Tubinga 1964, p. 357-366.

cosa; en los grandes escolásticos del siglo xlli estaban todavía enlazadas orgánicamente. Ahora bien, la Contrarreforma consagrará durante tres siglos su dualidad y luego su separación práctica. Cierto que después del concilio de Trento al humanismo del Renacimiento permite en primer lugar una fructuosa renovación de la exégesis 126, proporcionando a los intérpretes de la Sagrada Escritura un conocimiento profundo de las lenguas bíblicas y renovando los métodos de análisis que aplican a los textos sagrados. De ella resultan excelentes comentarios teológicos alimentados de elementos patrísticos, pero resueltamente constructivos, sobre todo en cuanto a los libros del Nuevo Testamento (como los de Maldonado, Toledo, Sérier, Estius, etc.). Pero en el transcurso del siglo xvii se verá debilitado este empuje. A pesar de un desarrollo de la teología positiva, cuya necesidad teórica había mostrado Melchor Cano en su tratada De locis theologicis 127, la situación creada a la exégesis en la escolástica, postridentina no le permitirá desarrollarse realmente.

Ahora no ocupa ya la Escritura en la teología el puesto que todavía tenía en el siglo xiii. No es ya la Sacra doctrina, cuyo con-tenida se aplica a hacer valer el teólogo incluso cuando ordena lógicamente sus datos en una Suma. Cierta que la ruptura con los artificios alegóricos que triunfaban en el siglo xv marca un progreso incontestable. Pero la misma teología positiva 'se ordena a la teología escolástica; y en ésta la Suma medieval (Sentencias de Pedro Lombardo o Suma de santo Tomás) ha venido a ser el manual que se explica, que se desarrolla, que sirve para fijar el pensamiento. La Escritura no es ya sino el primero de los lugares teológicos de donde se sacan los argumentos para justificar la doctrina. Frente a un protestantismo que blande el principio de la Scriptura sola se pone él acento sobre la autoridad de la tradición y del magisterio,

126. L. WILLAERT, La restauretion catholique, en FLICHE y MARTIN, Histoire de 1'Église, t. 18/1, p. 242-246, asocia con razón este resurgimiento con el de la patrística (p. 246 ss).

127. M. CANO, De locis theologicis, Salamanca 1523 (en MIGNE, Theologíae cursus completos, t. I, 57-716); cf. d. WILLAERT, op. Cit., p. 238 s (con bibliografía). De suyo, el recurso a los lugares neológicos favorece la teología positiva, y la exégesis bíblica debería ser la primera en beneficiarse de ello; se ve en el caso de Maldonado, que se desentiende del manual para organizar a su gusto la materia de su curso (ibid., p. 239). Pero la escolástica impondrá finalmente sus métodos, aunque adaptándose al marco de las controversias.

firmemente defendida por el concilio de Trento. En tal perspectiva, el comentario bíblico tiende a tomar un sesgo utilitario: el exegeta prepara los materiales que el teólogo hará entrar en sus demostraciones. En efecto, para una dogmática marcada por el método de las controversias, todo se presenta ahora bajo la forma de tesis que se han de defender: contra los herejes del pasado, contra Latero y Calvino y luego contra Bayo y Jansenio; y finalmente contra el racionalismo, que constituirá pronto la primera preocupación de los apologistas. La exégesis, transformada en simple servidora de la dogmática y de la apologética 128, se encarga de la ingrata tarea de facilitar, contra 'los protestantes, argumentos de Escritura para probar los puntos contestados por aquéllos, y contra los incrédulos, argumentos de razón para probar la necesidad de creer en las Escrituras.

Las consecuencias de tal situación a la larga resultarán bastante desastrosas. En efecto, en el momento en que comienza a desarrollarse la crítica, los teólogos tradicionalistas sólo presienten en ella un peligro más. Con un reflejo defensivo obstruyen el camino a esta novedad, como se ve en la polémica entre Bossuet y Richard Simon 120. Así los comentaristas de la Biblia 130 volviendo a los caminos trillados, ponen su erudición, con frecuencia real, al servicio de un conservativismo en el que la tradición dogmática de la Iglesia apenas si se distingue de las opiniones admitidas .sin crítica y de las rutinas intelectuales. Cuando la reflexión moderna suscita problemas inéditos, generalmente mal planteados aunque no por ello menos reales, se sienten obligados a defender las puntos de vista llamados «tradicionales», por ejemplo, en la cuestión del Pentateuco 131. Encerrados en una falsa problemática de la inerrancia, recurren a los sistemas concordistas para tratar de salvar la verdad

128. Esta situación coincide con el endurecimiento de la teoría de las dos fuentes, en la que la Escritura y la tradición pierden la relación orgánica que les reconocía la antigüedad y la edad media; cf. supra, p. 256-264.

129. Supra, p. 266.

130. Sobre las obras debidas a esta exégesis conservadora, cf. las exposiciones de A. CORNELY, Introductio in utr. Test. libros sacros, París 21894, t. I, p. 535-616. A. VAc-CARI, en Institutianes biblicae, p. 551-561, da una simple enumeración de nombres y de obras. Para juzgar de la erudición de los autores en cuestión bastará recordar los nombres de Dom A. CALMET en el siglo xvIII, y de F. Vlcouaoox, editor del Dictionnaire de la Bible, donde utiliza ampliamente la arqueología naciente.

131. E. MANCENOr, L'authenticité mosalque du Pentateuque, París 1907, sintetiza las posiciones de esta corriente conservadora en un enfoque estrictamente apologético.

científica de la Escritura 132:. Se resisten sobre todo a aplicar a ésta los métodos de crítica histórica en uso en todos los demás documentos humanos. Finalmente, acantonados en trabajos de controversia, apenas si hallan tiempo para construir una auténtica teología a partir de la Escritura, y menos todavía para explotar sus riquezas espirituales; así que la teología y la espiritualidad no son ya asunto suyo. Desgraciadamente los teólogos profesionales, avezados a los ejercicios dialécticos de la Escuela, menos versados en el conocimiento de los padres, tienen generalmente poca sensibilidad para los problemas propios de la exégesis: como ignoran la crítica, la Biblia no les plantea ningún problema. Herederos de una tradición doctrinal que tienen empeño en mantener, pero viviendo en la óptica de los siglos pasados, tienen una concepción a priori de ala hermenéutica. La clasificación tomista de los sentidos de la Escritura les proporciona el marco, como se ve, por ejemplo, en el tratado de Patrizi, excelente en su género 133. Dentro de estos 'límites no es falso este método, pero le es ajena la noción moderna del sentido literal tal como se utiliza en crítica bíblica, dado que la problemática de santo Tomás había sido elaborada en otra perspectiva y en función de otra cultura.

No se trata de ennegrecer el cuadro al reconocer esta extrema debilidad de la exégesis católica en los siglos xvlil y xlx. Los mejores teólogos de la época no son en modo alguno' biblistas de profesión, ni siquiera Newman 134 Éste, familiarizado con la Escritura desde la infancia 135 alimenta con ella su predicación y su teología como lo habrían hecho un Orígenes y un san Bernardo. Su comprensión del mundo moderno, su gran conocimiento de los padres y de santo Tomás, su espíritu de fineza, le permiten sentir sus verdaderos problemas y entrever su solución. Pero no conoce por experiencia las cuestiones críticas. Cuando se agudiza la discusión sobre la inspiración y la inerrancia, su intervención 136, preparada desde

132. Supra, p. 143 ss.

133. F. X. PATRIZI, Institutio de interpretatione Bibliorum, Roma 31876.

134. J. SEYNAEVE, Newman (Doctrine scripturaire du Cardinal), DBS, t. 6, col. 427-474;Cardinal Newman's Doctrine coz. Holy Scripture according to his Published Works and Previously Uneditcd Manuscripts, Lovaina 1953.

135. Es conocida la conferencia con que se abre el cap. 1 de la Apología pro vita sita: «1 was brought up from a child to take great delight in reading the Bible».

136. Dos artículos reunidos en un folleto: Essays on Controversial Points variously illustrated, Londres 1884. J. SEYNAEVE ha ,publicado Inspirations Papers que datan de 1861-1863 y muestran que veinticinco años antes se preocupaba ya Newman por este problema (cf. art. cit., col. 129-132).

muy atrás, planta útiles jalones, pero sin hallar la formulación feliz que permita a la teología salir del atolladero. Si aparece como precursor, no la es tanto por una teoría particular de la hermenéutica cuanto por su manera de practicar la exégesis 137. En efecto, aun manteniéndose atento a los problemas históricos planteados por el sentido literal de la Escritura, sabe rebasarlos para hallar en los textos bíblicos la fuente esencial de su doctrina y de su espiritualidad, librándose así del desecamiento progresivo que había invadido en todas partes los comentarios del texto sagrado. Sin embargo, la cuestión bíblica está en su apogeo. Un artículo de gran resonancia de d'Hulst (enero 1893) hace entrar el debate en el dominio público 138. León XIII toma posición poco después con la encíclica Providentissimus 139, a fin de recordar la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la Sagrada Escritura. Si bien el documento marca un innegable avance con respecto a las fluctuaciones teológicas que le precedieron, sin embargo, sus posiciones con respecto' a la crítica bíblica se mantienen prudentes y reservadas, pues por este lado las cuestiones no' están visiblemente maduras.

2. El renacimiento de la exégesis católica

Durante los diez años que siguieron a la publicación de la en-cíclica, la controversia se hace más animada que nunca 140, pues interviene en ella un nuevo factor. A. Loisy, siguiendo el paso de la crítica tal como se practica entonces en el protestantismo' liberal, no sólo adopta sus métodos técnicos, sino que se apropia también su espíritu y sus conclusiones hasta preconizar una verdadera reinterpretación de los dogmas católicos en función de lo que él cree ser la ciencia histórica 141. Fue gran fortuna que cierto número de

137. Ibie., col. 447 ss.

138. G. COURTADE, art. Inspiration et inerrance, DBS, t. 4, col. 522.

139. Ench. B., 81-134.

140. Cf. la documentación reunida por A. HOVTIN, La question biblique ches les catholiques en France au XIX. si2cle, París 1902; La question biblique au XX' siücle, París 1906 (presentación parcial, desde un punto de vista modernista).

141. A. Loisy, L'Évangile et 1'Église, París 1902. Sobre las reacciones suscitadas por este libro, se ha publicado, o utilizada, estos últimos años una rica documentación: R. MARLÉ, Au cocar de la crise moderniste: Le dossier inédit d'une controverse, París 1960; E. PouLAT, Histoire, dogme et critique dans la crise moderniste, t. I, París 1962; J. STEINMANN, Friedrich von Hügel, París 1962.

exegetas católicas viera entonces claramente las exigencias de su oficio; pero calibrando el peligro de la posición de Loisy, se desolidarizan de ella públicamente. Su jefe de filas es el padre Lagrange 142. Éste, gracias a su sólida formación teológica, elabora en el marco del tomismo más sano una concepción de la inspiración que se adapta con flexibilidad a las necesidades del trabajo cien-tífico 143. Por otra parte, viendo el partido que podían sacar de la crítica la teología y la apologética, adopta valientemente el método histórico para aplicarlo a los libros sagrados 144. Traza final-mente una línea de demarcación entre la tradición doctrinal de la Iglesia, dentro de la cual trabaja el exegeta, y las opiniones criticas admitidas en otro tiempo por los padres y los teólogos, frente a las cuales el exegeta se mantiene libre en sus juicios y en sus opiniones. Esta búsqueda de un nuevo estilo choca con la oposición violenta de un ala conservadora, que trata de incluir en la condenación del modernismo la crítica bíblica, cuyo pionero es el padre Lagrange 145 En realidad, la encíclica Pascendi y el decreto Lamentabili (1907), manteniéndose en un terreno puramente teológico y filosófico, sólo indirectamente se ocupan de las cuestiones exegéticas 146; se limitan a hacer frente a una crítica intemperante que, traspasando sus límites, destruiría las bases históricas de la fe cristiana y ligaría sus suertes a una falsa concepción de la inspiración y de la inerrancia. El camino señalado por el padre Lagrange quedaba, pues, abierto.

Sin embargo, la reacción antimodernista no le permite apenas desarrollarse inmediatamente. Los decretos prudenciales de la Comisión Bíblica 147, entre 1908 y 1915, se atienen a posiciones estric-

142. Mientras aguardamos la publicación de la vida del padre Lagrange escrita por el padre Vincent, cf. F. M. BRAUN, L'oeuvre du P. Lagrange, Friburgo 1943, p. 45.131.

143. Supra, p. 75.

144. La méthode historique, surtout a propos de ['Anclen Testament, París 1903, °1904.

145. L. H. VINCENT, Le Pare Lagrange, RB, 1938, p. 343-350.

146. Ench. B., 190-282.

147. Texto en Ench. B. según su fecha de aparición; traducción francesa de A. Ro-BERT - A. TRICOT, Initiation biblique3, p. 506 ss. Con ocasión de la reedición del Enchiridion Biblicuen en 1955, el alcance exacto de estos decretos fue puntualizado en dos puestas a punto oficiosas de A. MILLER, «Benediktinische Monatschrift», 1955, p. 49 ss, y A. KLEINHANS, «Antonianum», 1955, p. 64 ss. Cf. J. LEVIE, La Bible, parole humaine el message de Dieu, p. 213-218; J. DUPONT, A propos du nouvel Enchiridion Biblicum, RB, 1955, p. 414-419; E. VOGT, De decretis Cammissionis biblicae distinguendis, en «Biblica», 1955, p. 564 s.

tamente conservadoras; sin cerrar completamente la puerta a una evolución futura, invitan por lo menos a los exegetas a volver a emprender por su base el examen de los problemas suscitados por la crítica moderna antes de proponer soluciones nuevas. En la encíclica Spiritus Paraclitus (1917) 148, en que Benedicto xv elogia el método exegético de san Jerónimo, precursor de la crítica, se pone todavía severamente en guardia contra posible abusos de la misma. Esta desconfianza no sorprende si se tiene en cuenta adónde había llegada en la misma época la exégesis del protestantismo liberal, influida por la religian'sgeschichtliche Schule 149: en ella circulan las teorías evolucionistas más extremas para explicar el proceso histórico de la religión de Israel y del cristianismo primitivo. Cuando después. de la primera guerra mundial la formgeschichtliche Methode manifieste nuevas preocupaciones para salir dei este atolladero, las posiciones sumamente negativas adoptadas por cierto número de sus protagonistas no serán las más apropiadas para arreglar las cosas.

A pesar de todo, entre 1910 y 1940, el método exegético inaugurado por el padre Lagrange, va a producir sus primeros frutos, pues incluso donde se tiene prevención contra las nuevas hipótesis, se toma ahora en seria la crítica bíblica 150. Se ven así acumularse artículos y comentarios de valor, en los que la adhesión más leal a la ortodoxia católica va de la mano con una crítica sana y constructiva. Sin embargo, estas obras están con frecuencia marcadas por una preocupación apologética, pues tienen que guardar sus distancias frente a la crítica liberal, al modernismo de Loisy y hasta a la Fcirmgeschichte 151. Así no desembocan de lleno en síntesis

148. Ench. B., 444-495.

149. Cf. la obra sintomática de C. CLEMENT, Religionsgeschichtliche Erkldrung des Neuen Testamen*s, Geissen 1909; cf. la obra citada supra, p. 273, nota 107.

150, J. LEVIE, op. cit., p. 144-156, da un cuadro de conjunto de este trabajo, sin ocultar la desazón por que atravesaba entonces la exégesis en los medios católicos.

151. Como ejemplo podemos citar aquí los comentarios del padre Lagrange sobre los cuatro evangelios y la obra de L. DE GRANDMAISON, Jésus-Christ, París 1929, que do-minaron entre las dos guerras la apologética y la exégesis de los evangelios. Por lo de-más, hay que notar que en general la preocupación teológica está más marcada entre los exegetas, que la preocupación de la exégesis crítica entre los dogmáticos. Esta gran fisura se explica sin duda por la distancia que existe entre el método abstracto de la teología escolástica y el método histórico de la exégesis moderna.

teológicas, en las que los dogmáticos pudieran hallar materia de reflexión para renovar su trabajo. Por esta razón, pese a una renovación de los estudios bíblicos en el catolicismo, dista mucho de haberse colmado el foso entre la exégesis y la teología corriente.

3. La encíclica «Divino af flante Spiritu»

El recurso a la crítica había hallado siempre contradictores en ciertos medios tradicionalistas. Uno de éstos lanzó en 1941152 un panfleto en el que se preconizaba un método caracterizado por dos rasgos: conservativismo estrecho en todas las cuestiones de autenticidad, de historicidad, de género literario, etc., suscitadas por las modernos; alegorización generalizada para exponer lo que se decía ser el sentido espiritual de los libros sagrados 153. Después de una carta de la Comisión Bíblica a los obispos de Italia 154, el papa Pío mi puso las cosas a punto en la encíclica Divino afflante Spiritu (1943)155. El papa, teniendo en cuenta el trabajo llevado a cabo en la Iglesia desde hacía cuarenta años y rindiendo homenaje a los pioneros que lo habían hecho posible, exponía claramente los principios de la hermenéutica católica. Una sana teología de la inspiración, nacida de la del padre Lagrange, le permitía adoptar una actitud muy positiva frente a la crítica: se invitaba a los

152. J. LEVIE, op. Cit., p. 157 s.

153. Naturalmente, se ha relacionado esta exégesis con la de P. Claudel, cuyos principios quedaron expuestos en Int'roduetis au. «Liare de Ruth», París 1938, p. 18.121, y se han repetido sucesivamente en las páginas de más de un libro. En efecto, en la obra del poeta se hallan abundantes alfilerazos contra «esas emanaciones deletéreas que se desprenden de las investigaciones críticas» (Présence et prophétie, Friburgo 1962, p. 208). Pero podemos preguntarnos si se ven mejor tratados los comentarios conservadores, comenzando por la Biblia de Fillion: «No es extraordinaria, pero al menos es ortodoxa. Por necio e irritante que sea el comentario, siquiera permite una primera inteligencia del texto...» (JACquES RIVIÉRE y PAUL CLAUDEL, Correspondance, París 1926, p. 43). En realidad Claudel rindió explícitamente homenaje al «santo y magnífico quehacer» de la exégesis histórica que se aplica al sentido literal: «A ésta se consagraron el venerado padre Lagrange y sus discípulos, y sus provechos han sido inestimables» (Introduction au <Liare de Ruit'h», p. 25). Lo que en realidad deseó Claudel y no lo halló, fue un comentario teológico y espiritual de la Escritura que renovara el de los padres de la Iglesia, a la manera de los sermones de Newman, cuya lectura recomendaba a J. Riviere («Todo lo que pueda usted hallar de Newman», op. cit., p. 42).

154. Ench. B., 522-533.

155. Ibid., 538-569. J. LEVIE, op. Cit., p. 154-210.

exegetas a usar de ella prudentemente para establecer el sentido literal de los textos bíblicos, es decir, el que los autores inspirados entendieron dar a sus obras 156. Como se ve, esta noción del sentido literal no es ya exactamente la misma que había definido santo Tomás; es la de la crítica misma, que hace así su entrada oficial en la teología católica.

Pero el sentido literal no se define a priori; para alcanzarlo debe el exegeta determinar con cuidado los géneros literarios empleados por los autores sagrados, particularmente en materia de historia, puesto que estos géneros dependieron de múltiples factores humanos, que sólo se pueden apreciar correctamente gracias al cono-cimiento del antiguo oriente. Este trabajo crítico no constituye sin embargo sino una primera etapa de la exégesis; en efecto, si permite ya eliminar más de un falso problema, sin embargo, no es el fin último que persigue el intérprete. Lo que éste se aplica a poner de relieve ante todo es la doctrina encerrada en los textos; con la exégesis va a dar directamente en la teología y se pone al servicio de la pastoral, de la que no se puede separar a la teología. La unidad orgánica de la teología y de la exégesis, realizada espontáneamente en la antigüedad patrística y en la edad media en función de un marco cultural actualmente desaparecido, podrá, pues, restablecerse por una nueva vía, integrando la aportación positiva de una crítica bien comprendida y debidamente practicada. La hermenéutica así definida estará adaptada a nuestra cultura, como la de Orígenes lo estaba a la cultura alejandrina, en virtud de las exigencias mismas de la doctrina de la inspiración.

Esta carta liberadora, preparada por un trabajo oscuro de cuarenta años, permitió a la exégesis católica salir por fin del ghetto para tratar de igual a igual con la exégesis protestante y con la crítica desligada de la fe. Emancipada de las preocupaciones utilitarias que le imponía la apologética defensiva, puede entregarse ya a una búsqueda más serena, francamente crítica en sus métodos, pero sólidamente anclada en la fe y orientada hacia el estudio de la t'eológía dei la Escritura 157. Con este espíritu, la Comisión Bíblica, completando en un punto particular la encíclica de 1943, redactó

156. Ench. B., 550, 558.
157. Cf. R.
SCHNACKENBURG, Der Weg der katholischen Exegese, BZ, 1958, p. 161.176.

su Instrucción sobre la verdad histórica de los evangelios (21 de abril de 1964), en la que son francamente reconocidos y prudentemente recomendados los aspectos positivos de la Formgeschichte 158 El camino así trazado coincide en gran escala con el que ha seguido la hermenéutica protestante en las últimas décadas 159. Así, desde hace 20 años, la situación se halla extraordinariamente transformada 160 Cierto que, tanto por el lado protestante como por el católica, subsiste una corriente anticrítica e integrista, ligada por un lado al fundamentalismo y por el otro a una escolástica replegada sobre sí misma; pero los trabajos nacidas de este conservativismo sin horizontes, mal fundado teológicamente, carecen de interés. Por el contrario, los exegetas de las dos riberas que practican la crítica bíblica manifiestan paralelamente la preocupación de desembocar en la teología y en la actividad pastoral de la Iglesia. Esta convergencia de los puntos de vista permite fructuosas confrontaciones a propósito de problemas análogos; las discusiones críticas y las investigaciones teológicas de los unos y de los otros se enriquecen mutuamente, aun cuando subrayen ciertos desacuerdos fundamentales. El diálogo entablado a este nivel permite re-anudar bajo nueva luz las discusiones dogmáticas abiertas desde el siglo xvi, abordándolas por el lado de la exégesis. Es un indicio de que por una y otra parte la exégesis y la teología están en vías de recuperar sus funciones respectivas. Esta nos lleva a examinar los datos actuales del problema.

158. Texto en «Biblica», 1964, p. 466471; trad. fr. en NRT, 1964, p. 634-639 (con un breve comentario de J. RADERMAEERS, p. 640-643).
159. Supra, p. 272.276; cf. J. L. MCKENzIE, Problems of Hermeneutics in Reman Catholic Exegesis, JBL, 1958, p. 197-204.
160. Supra, cap. iv, p. 168, nota 134.

 

IV. LOS DATOS ACTUALES DEL PROBLEMA

I. DATOS TEOLÓGICOS

Situándonos aquí en la perspectiva de un tratado dogmático, podemos recapitular en primer lugar los datos teológicos que rigen el problema de la hermenéutica cristiana. Dado que ésta tiene por objeto un texto inspirado que contiene la revelación confiada por Dios a su Iglesia con vistas a la salvación de los hombres, entra ipso facto en la esfera de la teología. Más de un incrédulo se in-quieta por ello, temiendo que el teólogo dicte indebidamente al exegeta resultados críticos de los que, él no debería nunca prejuzgar. De hecho se ha dado el caso de que teólogos, y hasta autoridades eclesiásticas, hayan procedido (o parecido proceder) así en el transcurso de los siglos. Por muy explicable que sea tal abuso, hay que deplorarlo, pues no obedece en modo alguno a los principios de la teología cristiana correctamente entendida. Veamos, pues, qué puntos de doctrina tienen la palabra en esta cuestión.

1. Teología de la revelación

La teología de la revelación 161 afirma a la vez su origen trascendente y su enraizamiento en la historia humana, su unidad profunda en el misterio de Cristo y la sucesión de sus etapas, la identidad sustancial de sus aserciones en todos los tiempos y la realidad de su progreso a lo largo de las edades 162. Quiere decirse que la teología de la revelación mira con simpatía el estudio sistemático de su historia, en la que reconoce la huella sensible de la pedagogía divina 163. Pero para hacer convenientemente este estudio se deben llenar ciertas condiciones. En primer lugar, el historiador no debe pronunciar indebidamente juicios de valor que desborden su competencia. Ahora bien, le es muy difícil librarse de esta tentación. Cuando, por ejemplo, un historiador incrédulo, confundiendo todo desarrollo doctrinal con la evolución natural de las cosas humanas 164,

161. Para una presentación general de la cuestión, cf. R. LATOURELLE, Théologie de la révélation, Brujas-París 1963, que hace la historia del problema y esboza en la conclusión una síntesis constructiva.

162. Sentido cristiano del AT, p. 155-162. Cf. las explicaciones dadas por santo Tomás, 11-11, q. 1, art. 7: «Utrum articuli fidei secundum successionem temporum creverint.»

163. Sentido cristiano del AT, p. 205-218, 283-293.

164. Sobre la diferencia entre desarrollo y evolución, cf. la carta de M. Blondel a F. von Hügel, en Au cocur de la crise moderniste: Le dossier inédit d'une controverse, presentado por A. MARLÉ, París 1960, p. 129 s. En esta página se opone Blondel directamente a las ideas de Loisy. Aunque Newman, en su ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, se situó en la perspectiva de una revelación acabada, cuyo contenido da lugar a un desarrollo dogmático en la Iglesia, sus concepciones serían susceptibles de una aplicación más general, que afectaría a la revelación misma; cf. el estudio de J. GUITTON, La notion de développement et son application d la religion ches J. H. Newman, París 1933. Hay, sin embargo, una diferencia: como dice M. Nédoncelle, «la dispensación hecha a los judíos es de carácter muy distinto del cristianismo: aquélla pide crecimiento, ésta, elucidación» (Oeuvres philosophiques de Newman, París 1945, p. 143). Aquí la noción de economía tomada por Newman de los padres griegos, es la que serviría para dar razón de los hechos (ibid., p. 139-143). En estos puntos refuta Newman anticipadamente los sofismas de Loisy.

asimila el progreso de las ideas en los dos Testamentos a una serie de fenómenos sincretistas, en los que la acción de ciertas personalidades religiosas se combinó con el genio propio de la sociedad israelita y del cristianismo primitivo, se sale de la esfera de la historia para entrar en el de la filosofía religiosa; y en su representación del pasado la realidad histórica objetiva pasa de hecho por el molde de su opción religiosa (o antirreligiosa) personal. Cierto que es inevitable que el trabajo del historiador, tan luego alcanza el terreno en que están comprometidos los valores esenciales de la existencia, adopte un colorido en un sentido o en otro, debido a un elemento que no pertenece ya a la ciencia histórica. Pero aun entonces es preciso que el historiador mismo se dé cuenta de ello con lucidez, por razones de probidad científica, y la teología puede exigir esto tanto al incrédulo como al creyente 165

En segundo lugar, la teología, dirigiéndose al exegeta cristiano, le invita apremiantemente a no limitarse al mero trabajo crítico. Éste, por muy necesario que sea, debe integrarse en un conjunto más vasto. Los libros sagrados reciben su unidad interna del misterio de Cristo que constituye su objeto único; por consiguiente importa detectarlo ya en el Antiguo Testamento en los indicios que ligan orgánicamente con él los hechos, las instituciones y los textos 166. ¿No juzgamos de una semilla por el árbol que nace de ella, y de un árbol por sus frutos? Así también el término de la ley, que es Cristo (Rom 10, 4), manifiesta las virtualidades que se ocultaban en ella desde los orígenes, puesto que fue Él quien polarizó todo su desarrollo.

165. Nos hallamos aquí con un punto crucial, que culmina evidentemente en el caso de la historia de Cristo. Subyace a todo el libro de X. LÉON-DUFOUR, Les évangiles et l'histoire de Jésus, París 1963, tipo de un estudio objetivo de historiador, cuyas implicaciones últimas, sin abandonar el terreno de la ciencia histórica, están sin embargo regidas por la decisión de fe del autor. Cf. nuestras recensiones del libro en BCE, 1963, p. 217.221; en «Catéchése», 1964, p. 239-244. Volveremos sobre este punto, infra, p. 429 ss.

166. Este trabajo propiamente teológico es el que hemos tratado de hacer, a base de una exégesis crítica, en Sentido cristiano del AT.

Además, como la revelación forma un todo coherente, cuya clave de bóveda es la persona de Cristo, importa volver a situar cada texto en este vasto conjunto, si queremos apreciar correcta-mente su sentido y su alcance, particularmente cuando se trata de algún texto oscuro y difícil. La analogía de la fe 167 desempeña así un papel regulador con respecto a la exégesis, y esto de dos maneras: negativamente, para cerrarle caminos que no tienen salida; positivamente, para orientarla en su búsqueda, permitiéndole situar en su puesto e ilustrar convenientemente los textos que analiza.

2. Teología de la inspiración

La teología de la inspiración, descargada de los falsos problemas que la entorpecían todavía a comienzos de este siglo, permite precisar el estatuto de la crítica en relación con la inteligencia religiosa de la Escritura. Si Dios, utilizando a los autores sagrados como instrumentos inteligentes y libres, respetó su personalidad literaria 168, no sólo es lícito, sino necesario analizar con cuidado todo lo que en los libros sagrados refleja sus peculiaridades; de lo contrario faltaría un elemento esencial para comprender el contenido de éstos. En efecto, la enseñanza divina encerrada en la Escritura pasó por la intención didáctica de los autores sagrados hasta llegar a nos-otros 169. Consiguientemente, la crítica literaria e histórica viene a ser el auxiliar indispensable de la teología cuando' ésta se esfuerza por comprender su propio objeto a partir de la Escritura. Es cierto que en más de un caso puede darse un desnivel real entre el sentido que los autores sagrados dieron deliberadamente a sus textos y el alcance que éstos adquirieron en la perspectiva de una revelación acabada; el hecho es especialmente notable en el Antiguo Testa-mento, en el que ningún punto de doctrina se expresó nunca en su plenitud. Pero también aquí la teología de la inspiración da fácilmente razón de esta deficiencia parciail, que no debe en modo alguno identificarse con una enseñanza del error. Sienta, en efecto,

167. J. B. FRANZELIN, De divina traditione et scriptura, Roma '1896, p. 200-210. Exposición sucinta en Institutiones biblicae, p. 481 ss (A. FERNÁNDEZ). El principio fue recordado por León x111 (cf. Ench. B., 109 y 143), en una perspectiva más bien negativa, la de la problemática de la inerrancia.
168. Supra, p. 100 s, 132.
169. Supra, p. 152 s.

como principio que cada autor sagrado expresó la verdad divina según la luz que Dios le había impartido en función de su misión particular y de su tiempo 170.

3. Teología de la Iglesia

La teología de la Iglesia tiene por otra razón incidencias en la exégesis. Dios no depositó su revelación en la Escritura a fin de que cada hombre vaya a buscarla en ella por su propia cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. Hizo de la Escritura un ele-mento constitutivo de la Iglesia, a fin de que ésta pueda desempeñar su misión de anunciar el evangelio a los hombres. Por la Iglesia es como la palabra de Dios depositada en ila Escritura vuelve a adquirir vida para provocar en los corazones la obediencia de la fe. Así tiene la Iglesia que desempeñar un papel en la explicación de los textos sagrados, para que los hombres hallen en ellos el único objeto de que dan testimonio estos textos: el evangelio, cuya depositaria es ella. Sería por tanto una falacia oponer aquí la autoridad que posee la Escritura corno palabra de Dios y el poder de interpretación que posee la Iglesia en cuanto cuerpo de Cristo asistido por el Espíritu Santo, como si la Escritura y la Iglesia fueran dos realidades yuxtapuestas, extrañas la una a la otra, o como si su situación respectiva no pudiera concebirse sino en términos de subordinación 171. En realidad el mismo Espíritu Santo

170. Supra, p. 149 ss.
171. Es sabido que la escolástica decadente del siglo xv, a la inversa de la teología medieval, acentuó la disociación de la Escritura y de la Iglesia, considerada en su vida actual. Este hecho explica que el problema Iglesia-Escritura pudiera plantearse a los ojos de Lutero en forma de dilema (cf. G. H. TAVARD, Écriture ou Église: La crise de la Réfarme. p. 73-99). En esta perspectiva optó Lutero por la Escritura subordinándole la Iglesia, pues la palabra de Dios «está incomparablemente por encima de la Iglesia; y en esta palabra no tiene la Iglesia ningún poder de fundar, regular o hacer cosa alguna, sino que ella, simple criatura, debe ser fundada, regulada y hecha» (citado ibid., p. 130). De ahí la definición de Melanchton: La Iglesia «significa la santa reunión de los que participan juntamente en la comunión de este mismo evangelio o de su doctrina y del mismo Espíritu Santo, el cual renueva, santifica y gobierna los corazones» (ibid., p. 135). La institución eclesiástica como tal no parece ya animada y gobernada por el Espíritu Santo. Es posible que en la teología de finales de la edad media, el abuso del juridicismo llevara a concebir el papel de la Iglesia y su relación con la Escritura en términos de poder más que en términos de misión, y que la posición de Lutero se explique en parte por una reacción excesiva contra esta situación realmente criticable. En todo caso, ahí está el resultado: una verdadera disolución de la noción de Iglesia.

que inspiró a los autores sagrados continúa obrando en la Iglesia por sus diversos carismas, particularmente por los que están ligados con las funcionen de enseñanza y con las responsabilidades pastorales 172. Por esto la Iglesia está fundamentalmente armonizada con la Escritura; posee su sentido como por instinto, de modo que no puede ni modificarlo ni dejar que quede abandonado elemento alguno de su contenido 173. La manifestación de la palabra de Dios a todo lo largo del tiempo de la Iglesia resulta de una dialéctica concreta, a la que son igualmente necesarias la Escritura y la tradición eclesiástica articulada sobre un magisterio174.

Hay que notar, sin embargo, que la misión así definida versa sobre la interpretación doctrinal y la inteligencia espiritual de los textos bíblicos, pero no afecta al esclarecimiento de los problemas críticos que puedan plantearse acerca de ellos cuando la fe no está implicada en los mismos. En efecto, este último punto no pertenece a la herencia apostólica 175. Los que en el transcurso de los siglas se han esforzado por hallar soluciones convenientes, lo han hecho por 'su cuenta y riesgo, empeñándose únicamente ellos mismos. Así las opiniones en estas materias han podido variar de un siglo a otro y de un exegeta a otro 176 pues la hipótesis está indicada allí donde la verdad debe ser objeto de búsqueda en lugar de poder ser afirmada dogmáticamente 177. Más aún, estos problemas críticos han podido ser objeto de una creciente toma de con-

172. Supra, p. 88 ss.

173. Este punto constituye uno de los resortes esenciales del estudio de K. RAHNER, Ueber die Schriftinspiration (supra, p. 76 s).

174. Volvemos a hallar aquí un dato señalado en el cap. 1, supra, p. 59.64. El hecho lo estudia largamente el cardenal JOURNET, Le message révélé, cap. 111 al v. Cf. también P. LENGSFBtn, Tradition, $triture et Église, p. 200-228.

175. Por esto sería sofístico, por ejemplo, querer zanjar la cuestión del autor de los salmos o de Is 40 ss a base únicamente de Mc 1, 2-3 (que, por lo demás, cita también a Mal 3 bajo el nombre de Isaías) y de Mc 12, 36-37. El evangelista y Cristo mismo se expresan aquí en el marco de las ideas del tiempo, sin querer confirmarlas ni rectificar. las; pero su intención no es evidentemente la de legar a la Iglesia una doctrina relativa a la autenticidad literaria del Salmo 110 y de Isaías... Importa conservar una concepción sana y clara del testimonio apostólico, de sulobjeto y de su contenido.

176. Cf. la encíclica Divino afflante Spiritu, en Ench. B., 555, 564-565.

177, Se menciona explícitamente esta necesidad de la búsqueda en las cuestiones críticas, ibid., 563. La posición adoptada sobre este punto por el cardenal E. RUFFINt. Literary Genres and Working Hypotheses, AER, 1961, p. 362-365, denota una extraña confusión entre el punto de vista dogmático y el punto de vista crítico, e ignora completamente el papel de la hipótesis en las ciencias históricas.

ciencia, en la que los descubrimientos modernos han desempeñado un papel capital poniendo en evidencia hechos históricos o literarios que la antigüedad y la edad media no habían sospechado siquiera. En este campo de trabajo, que está en pleno desarrollo, basta, pues, con que los exegetas trabajen con la lealtad de su fe conformándose con las enseñanzas doctrinales de la Iglesia, para que ésta apoye su esfuerzo y les pida que perseveren en él resueltamente 178. Puede darse ocasionalmente el caso de que la Iglesia intervenga en cuestiones propiamente críticas cuando la fe o su inteligencia correcta entran en juego en alguna manera — sea que so capa de crítica se corra riesgo de desnaturalizar su contenido o que las hipótesis propuestas para resolver ciertos problemas nuevos no hayan hallado todavía su formulación equilibrada. En el primer caso las puestas en guardia o las condenaciones pronunciadas no alcanzan evidentemente a la crítica misma, sino al abuso que se pueda hacer de ella; en el segundo se trata de una intervención prudencial, que no tiene por objeto contrarrestar o limitar el trabajo, sino orientarlo convenientemente, dejando para más tarde la solución de las cuestiones que no están todavía maduras 179. Entre 1900 y 1910, la encíclica Pamcendi era del primer tipo 180, las respuestas de la Comisión Bíblica, del segundo.

178. Encíclica Divina afflante Spiritu (en Ench. B., 561 y 564), reproducido en cabeza de la instrucción sobre la verdad histórica de los evangelios (21 de abril de 1964).

179. Cf. las puntualizaciones oficiosas dadas por la Comisión Bíblica sobre el alcance de estos decretos, supra, p. 281, nota 147. Un ejemplo más claro todavía lo ofrece el decreto del Santo Oficio sobre la «coma joánica» (1897), retirado prácticamente por una interpretación oficial dada ulteriormente (1927); cf. A. FautttET, en Introducción a la Biblia, t. tt, p. 626 s. Sobre esta cuestión, cf. los esclarecimientos del cardenal C. Joua-NET, Le message révélé, p. 147-150.

180. Igualmente los pasajes de la encíclica Humani generis, en que se trata de la Biblia (Ench. B., 611-620). Nótese sin embargo que a todas luces la redacción de esta encíclica no fue hecha por exegetas de profesión, pues la formulación de los problemas en que está implicada la Biblia adolece de reales deficiencias; no ya desde el punto de vista de la doctrina allí mencionada, sino desde el punto de vista de la tecnicidad exegética. Bajo este aspecto hubiera sido de desear más rigor y a la vez más matices, particular-mente en el uso o en la apreciación de los textos del Génesis.

4. Escritura y vida cristiana

Los tres datos teológicos que acabamos de citar no deben considerarse en abstracto, sino en función del fin a que están ordenadas las correspondientes realidades: no hay revelación, Escritura y ni siquiera Iglesia sino con vistas a la salvación de los hombres, para permitirles entrar desde el mundo en esa vida del hombre nuevo que constituye la existencia cristiana. Así pues, también la interpretación de la Escritura en la Iglesia está ordenada a esto. Por consiguiente, no basta con decir que la exégesis debe rebasar la crítica y desembocar en la teología. Debe al mismo tiempo insertarse en la acción pastoral de la Iglesia, gracias a la cual se anuncia el evangelio a los hombres para permitirles encontrarse con el Dios vivo. Dado que la teología no es un saber abstracto que se baste a sí mismo y pueda construirse independientemente del tiempo, sino una inteligencia del misterio de fe, que la vida cristiana pone en acto, es normal que la interpretación teológica de los textos sagrados, que es la que señala a la crítica su fin, se subordine por su parte a una interpretación existencial que haga que sus valores penetren en la vida del pueblo cristiano 181. Considerando los datos teológicos del problema de la hermenéutica, vemos ya esbozarse un método complejo, cuyos mecanismos habrá que desmontar más adelante.

181. A. Brey «Religionswissenschaftliche» oder atheologische» E.eegese, en "Biblica», 1959, p. 339, subraya este carácter existencial de la revelación; pero se aplica a distinguir los terrenos propios de la exégesis, de la teología bíblica, de la teología moral y ascética, de la predicación. ¿No convendría recordar al mismo tiempo su necesario enlace?


II. DATOS CULTURALES

Hemos comprobado también repetidas veces que con este ele-mento teológico' de la exégesis cristiana, independiente de los tiempos y de los medios, se mezclaba siempre un elemento cultural, variable como todos los hechos de civilización. El hecho de que la interpretación de los textos inspirados haya podido tomar sucesivamente sus procedimientos prácticos de la cultura judía del ambiente rabínico, del alegorismo alejandrino, de la retórica latina, de la dialéctica formal del aristotelismo medieval, etc., muestra su enraiza miento efectivo en las culturas humanas del pasado. Ahora bien, también hoy día debemos realizar un enraizamiento semejante, comprendiendo las legítimas exigencias de nuestra cultura y apreciando' en su justo valor los medios técnicos que nos proporciona. El contacto del evangelio' con la cultura india o con la cultura china suscitaría quizá otros problemas, aun cuando en nuestra época la interdependencia de las civilizaciones ha universalizado ciertas exigencias de la cultura occidental. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que nuestros contemporáneos no abordan espontánea-mente la Biblia con la misma actitud de espíritu que los hombres de la antigüedad o de la edad media, aun dejando aparte toda cuestión de fe. Al trazar la historia de la exégesis desde el siglo xvi a nuestros días hemos visto precisarse poco a poco los rasgos de esta mentalidad, que tiene sus puntos fuertes y sus puntos flacos, pero que en todo caso rige los problemas concretos de la hermenéutica contemporánea. Vamos a destacar tres aspectos principales de la misma.

1. El pensamiento científico

Siempre ha existido en los hombres la preocupación por conocer objetivamente el secreto de las cosas sensibles, y sería ingenuo atribuir a los antiguos una credulidad que no tenían. Sin embargo, no se puede negar que el auge de das ciencias modificó pro-fundamente a partir del siglo' xvi la representación del universo y del hombre, considerados en su estado actual y en su devenir secular. El mundo moderno prosigue infatigablemente sus investigaciones en el estudio' de los fenómenos cósmicos, vitales, psicofisiológicos, sociales, etc., no sólo para conocerlos mejor, sino' para influir en ellos y dominarlos. Ahora bien, el pensamiento antiguo tenía en este sentido otras coordenadas.

Tomemos un ejemplo de la cosmología. En el medio pagano, el mundo a triple nivel (cielos, tierra, infiernos), entregado con el tiempo cíclico a la ley del eterno retorno, estaba en íntima comunicación con el universo del mito, y la concepción de la existencia humana estaba estrechamente ligada a esta cosmología y a esta mitología. En la revelación bíblica, la reducción de todas las cosas al estado de criaturas sometidas a Dios (Gén 1, 28-29) desmitificó radicalmente las realidades cósmicas y fundó religiosamente el poder del hombre sobre las cosas; al mismo tiempo la teología del designio de salvación hizo entrever a su verdadera luz la dimensión temporal e histórica de la existencia humana. Pero a pesar de esta revolución en el pensamiento, la imagen del mundo a triple nivel siguió subsistiendo en la expresión de la doctrina hasta el Nuevo Testamento: pensemos en el descenso de Cristo a los infiernos (Act 1, 24; Ef 4, 9) y en su ascensión a los cielos. Así el lenguaje original de la revelación, que pasó por lo demás a la catequesis cristiana, hunde sus raíces en una representación precientífica del universo., No es que con ello opere una verdadera mitificación de la doctrina, paralela a las que estaban en vigor en el paganismo de la época 182, sino en el sentido de que a partir de ahí construye cierto número de símbolos, de los que se sirve para hablar del Dios vivo, considerado en sí mismo y en sus relaciones con los hombres. De aquí resulta entre la Biblia y los espíritus modernos una diferencia de tonalidad que no afecta sólo' al terreno de las ideas claras, sino que alcanza hasta a las infraestructuras del universo mental, y en ambos casos el lenguaje manifiesta las unas y las otras 183

El papel propio de la hermenéutica consiste en tender un puente entre estos dos mundos, en hacer inteligible a los modernos un mensaje que se vertió primitivamente en otras. categorías de pensamiento, en traducirlos para ellos sin traicionarla ni perder nada de él, en hallar en ellos los puntos de enganche que permitan anclarlo en sus espíritus, no como un cuerpo extraño que' subsiste en virtud de la mera costumbre, ,sino como un elemento vital perfectamente asimilado. Para llevar a cabo este difícil quehacer, importa evidentemente no constituir el espíritu moderno en algo absoluto cegándose para no ver sus límites y sus lagunas. Por ejemplo, el modo de pensar científico y técnico no tiene capacidad universal. Es impotente para franquear por sí mismo el umbral de la inte-

182. Sorprende ver el puesto que asigna Bultmann a estos elementos del lenguaje neotestamentario, cuando lo compara con el de la gnosis contemporánea calificándolo de «mítico». Cf. Nouveau. Testament et mytkologie, trad. fr. en L'interprétation du Nouveau Testament, p. 138-146; Sur la démytkisation, ibid., p. 184 ss. Cf. R. MARLÉ, Bultmann et l'interprétation du Nouveau Testament, p. 49.56.

183. Por lo demás, la dificultad del diálogo efectuado en estas condiciones no con-cierne únicamente a la Biblia, sino a todo lo que se relaciona con la fe; cf. F. Russo, Cent années d'un dialogue difficile entre la science et la foi (vol. colectivo), París 1962, p. 239-266.

rioridad humana, y con más razón el de las realidades trascendentes : si se quiere hallar acceso a estos dominios reservados, hay que seguir los caminos del pensamiento simbólico, de la fenomenología y de la abstracción filosófica, todo lo cual tiene su dialéctica y su lenguaje propio. Negarse a entrar por estos caminos sería mutilar fatalmente el espíritu humano. Ahora bien, la mayor disonancia que se acusa entre la Biblia y buen número de nuestros contemporáneos viene precisamente del hecho de que en ellos ciertas funciones del espíritu sufren de grave insuficiencia 184, que el intérprete de la Biblia debe tratar primero de remediar. Una vez precisado este punto, no deja de ser cierto que el problema de la hermenéutica se plantea hoy en términos muy diferentes de como se planteaba para san Agustín o para santo Tomás. Bultmann ha intentado precisar sus datas definiendo su quehacer como una desmiti'ficación 185 La expresión no es feliz por razón de su ambigüedad; el método' preconizado impone más reservas todavía, pues sacrifica ciertos puntos esenciales del testimonio de la Escritura 186. Pero el problema es real, y el exegeta tiene el deber de afrontarlo resueltamente si quiere cumplir con su quehacer de teólogo y enfrentarse con sus responsabilidades pastorales.

184. En ciertos casos se puede incluso hablar de verdadera atrofia. Es sabido en qué términos líricos celebró la prensa comunista la primera expedición de un cosmonauta, verdadera «ascensión» del hombre, durante la cual no se encontró ningún Dios en el cielo... La confusión sería irrisoria si no manifestara la radical cerrazón de cierta mentalidad materialista, ebria de conocimientos técnicos, para todo lo que se relaciona con lo espiritual.

185. Cf. los artículos y obras mencionados en la p. 274, nota 115.

186. Se puede dar a las palabras el sentido que se quiera con tal que se las defina. Y todavía conviene que la definición adoptada no introduzca subrepticiamente en la discusión, con apariencias de objetividad, la conclusión que se quiere demostrar sirviéndose de ellas. Ahora bien, la concepción bultmaniana del mito depende en realidad de varios principios a priori, que Bultmann no somete nunca a crítica. 1) Una concepción positivista de la ciencia, del espíritu científico, del método histórico, en nombre de la cual todo el contenido del Nuevo Testamento se ve inmediatamente clasificado, apreciado, repartido en dos categorías distintas: lo «mítico», a lo que se supone refractario todo espíritu moderno, y lo «no mítico», a lo que debe necesariamente reducirse el mensaje de la Escritura. 2) Una concepción estrictamente luterana de la fe, concebida como la pura aceptación de la palabra por la que Dios me asegura que me salva, con exclusión de todo conocimiento posible de lo que es Dios en sí mismo, de lo que son los actos por los que opera la salvación de los hombres, de lo que es su presencia en el mundo o su presencia en el hombre; todo lo que no cae dentro de la fe reducida a estos límites, pertenece al orden del mito, no ya que carezca de significado, sino que se lo considera como traducción «mítica» de la experiencia de la fe, enfocada en cuanto a su contenido pura-mente existencial. El cientismo positivista conduciría lógicamente a Bultmann a un agnosticismo radical; se libra de él por una «decisión de fe», que en realidad pertenece al puro fideísmo y en la que el conocimiento de fe queda vaciado de su contenido; cf. L. MALEVEZ, Le message chrétien et le Mythe: La théologie de Rudolf Bultmann, Brujas-París 1954, p. 152-157; cf. también A. VÓGTLE, Revelación y mito, Herder, Barcelona 1965. Sin embargo, F. REFOULÉ, La vague bultmannienne, RSPT, 1964, p. 253-259, prefiere insistir aquí en la dependencia de Bultmann con respecto a Kierkegaard.

2. La función crítica del espíritu

El auge de la crítica desde el Renacimiento ha plasmado también el espíritu de nuestros contemporáneos; más o menos profundamente según el grado de cultura alcanzado por cada uno de ellos, pero de un modos siempre real, puesto que la misma enseñanza primaria trata ya de despertar el espíritu crítico en el niño. La mentalidad que de ahí resulta se expone ciertamente a dar en un racionalismo difuso 187, ingenuamente ufano de sí mismo; este defecto es al verdadero espíritu crítico lo que la credulidad supersticiosa es a la fe. Sea de ello lo que fuere, frente a la Biblia tendrán los modernos espontáneamente la tendencia a no aceptar el contenido de lbs textos sagrados sin un examen racional, a suscitar a propósito de ellos cuestiones cruciales: ¿se trata de una obra auténtica de tal autor?, ¿es histórica?, ¿de dónde proviene?, etc. La manera de hacer estas preguntas podrá mostrar un simplismo desconcertante, indicio de una cultura superficial: un libro es literariamente auténtico, o es obra de un falsario; un relato es histórico, o es una leyenda sin interés ni valor, etc. La concepción positivista de la historia 188, cuya crítica hacen incluso algunos historia-dores de hoy, sigue pesando gravemente sobre otros muchos 189, y a fortiori sobre la masa de los lectores que no están a la altura de esta problemática tan compleja. Esto no quita que las cuestiones suscitadas existan realmente. Los que trataran de resolverlas dogmáticamente partiendo de lo que ellos consideran como la tradición de la Iglesia, situarían la apologética en un círculo vicioso: para fundar la fe ¿se pueden sacar argumentos de posiciones críticas impuestas por la misma fe? Así la apologética defensiva

187. Supra, p. 266 es.
188. Supra, p. 159.
189. Particularmente sobre Bultmann mismo, cuyo radicalismo deriva en línea recta de la crítica liberal, centrada sobre la historia «objetiva» (cf. p. 270 s): Por el hecho de testimoniar los evangelios de la fe en el mensaje pascual, no pueden dar un conocimiento objetivo del Jesús de la historia.

de los siglos xviii y xix había pretendido siempre probar racionalmente las posiciones conservadoras a que se adhería, mostrando así indirectamente que la fe misma tiene necesidad de comprobar su solidez racional para ser un acto auténticamente humano.

De hecho esta apologética ponía en una situación falsa a la exégesis. El intérprete de la Escritura debe purificar su corazón a fin de tenerlo dispuesto para acoger la palabra de Dios; pero al mismo tiempo debe sacar el mayor partido posible de sus potencias intelectuales, no sólo para comprender esta palabra, sino también para conocer las condiciones en que llega a él, que es todo el objeto de la crítica. Quieran o no, nuestros contemporáneos se ven enfrentados con la historia bíblica y con los textos que a ella se refieren, como realidades humanas de las que no pueden prescindir y que les dirigen una pregunta fundamental, la misma que hizo Jesús a sus discípulos: «¿Quién decís vosotros que soy yo?» Magnífica ocasión para el exegeta cristiano para entrar resuelta-mente en el juego y desempeñar en él su papel... Debe, pues, tomar en serio ese deseo que tienen los hombres de hoy de no creer con los ojos cerrados y de conocer el por qué de las cosas; él mismo debe aportar al estudio de la Biblia una inteligencia aguda, que muestre su comprensión profunda de los problemas planteados por ella; debe usar a cada instante de un método riguroso para enfocar la verdad de la Escritura en las condiciones concretas en que se nos presenta, definiendo exactamente su campo sin confundirla con las opiniones particulares de los exegetas antiguos en ciertos puntos controvertidos. En una palabra, debe hacer su trabajo con verdadera probidad intelectual: su estudio teológico de los textos sagrados no perderá nada con ello, y todo lo ganará el valor de su testimonio tributado a Cristo.

Más abajo habremos de precisar la manera como la crítica (literaria, histórica, filosófica) puede articularse sobre la teología y sobre la acción pastoral de la Iglesia 190. Por el momento limitémonos a comprobar esta necesidad. En efecto, en ello no se trata de una mera oportunidad táctica o de una concesión a las calamidades de nuestro tiempo. Se trata de una exigencia normal de la razón

190. Infra, p. 457-464.

humana, que se armoniza plenamente con el carácter verdadera-mente humano de los libros sagrados y de. la historia que refieren. Así debemos felicitarnos de que la cultura moderna ponga a nuestra disposición un instrumenta de trabajo que, en su punto. preciso, se demuestra más perfeccionado y mejor adaptado a su objeto que el alegorismo alejandrino y la dialéctica aristotélica, junto con las reglas de los gramáticos antiguos y modernos.

3. La reflexión sobre el sentido de la existencia

Hay finalmente un aspecto del pensamiento contemporáneo con el que la hermenéutica debe mantener estrecha relación: es la re-flexión sobre el sentido de la existencia. Los hombres de hoy, creyentes o ateos, se interrogan a este propósito en dos perspectivas diferentes, que difícilmente logran conciliar. El hombre existe corno individuo y como sociedad. El individuo está lanzado a la historia y se pregunta cuál es en estas condiciones el sentido, de su des-tino; pero la historia a su vez no es un objeto en sí: es el devenir de la sociedad humana, cuyo significado y término plantean a todo espíritu reflexivo un problema imposible de eludir. Los sistemas filosóficos que. se aplican a estas cuestiones oscilan entre dos a'ctitudes. Los unos (particularmente la posteridad die Hegel y de Marx) ponen en primer término la historia, cuyo 'secreto piensan poseer, y en función de ella atribuyen un sentido a la existencia de los individuos 191. Los otros (de Nietzsche a la corriente existencialista), no teniendo esta fe en el sentido de la historia, buscan lo, que puede justificar la existencia de los individuos considerada en estas condiciones concretas de historicidad 192.

191. Sentido cristiano del AT, p. 96 s. En este punto Hegel y Marx dependen a su vez de la filosofía de las luces, en la que la reflexión sobre la historia toma cuerpo en las obras de J. G. HERDER, Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit, y Auch cine Philosophie der Geschichte. Ahora bien, esta reflexión es un calco de la teología cristiana de la historia y de la escatología bíblica (cf. H. J. FRACS, Geschichte der historischkritischen Erforsclun'g des A. T., p. 111-116). Bajo ropajes diferentes es flagrante la misma dependencia en el sistema hegeliano (que lo confiesa francamente) y en la escatología marxista (que lo niega rotundamente). El éxito de todas estas filosofías laicizadas de la historia ¿no se deberá en gran parte al hecho de que desde el siglo xvui la teología cristiana de la historia sufría el mismo eclipse que la exégesis bíblica? Cf. Sentido cristiano del AT, p. 85.

192. A decir verdad, la preocupación por la historicidad no se reintroduce en la reflexión sobre la existencia sino con el sistema de Heidegger (Sein und Zeit, 1927); Cf. M. HEIDEGGER, Qu'est-ce que la métaphysique, trad. fr. de H. Corbin, París 1951, p. 168-208; (este § 83 de Sein und Zeit sobre «Temporalidad e historicidad» no figura todavía en el t. i de la trad. fr.: L'étre et le temes, por R. BoasiM y H. DE \VAELENS, París 1964).

Las cuestiones así suscitadas — sentido de la historia y sentido de la existencia — son fundamentales. Ahora bien, a éstas precisa-mente aporta una respuesta la revelación contenida en la Escritura, rebasando los límites de la simple reflexión filosófica, pero proporcionando el marco en que ésta puede hallar su verdadero equilibrio sin denegar ninguno de sus datos. Cuando el exegeta descifra el mensaje de la Escritura para hacerlo accesible a los otros hombres no debe, pues, perder nunca de vista su carácter histórico y existencial, pues sólo a este precio puede mostrar la permanente actualidad de la revolución bíblica. Una exégesis teológica que concibiera la verdad de la Escritura bajo una forma intemporal, emparentada con las ideas platónicas, constituiría una verdadera traición 193. En efecto, la palabra de Dios que yo me esfuerzo por descifrar en la Biblia me revela en realidad el misterio de mi existencia en el mundo y en la historia, por el hecho de que a mí mismo, al mismo tiempo que 'al mundo y a la historia, me sitúa frente a Dios. De rechazo, los problemas mismos de mi existencia en el mundo y en la historia me predisponen para descubrir el sentido auténtico de la palabra de Dios transmitida por la Escritura, y librarme así de las tentaciones de una especulación abstracta, en la que los datos bíblicos se organizaran en saber sistemático independientemente de la vida real de los hombres. Bultmann, sentando el principio de una exégesis existenciaria, en la que la hermenéutica bíblica y la hermenéutica de la existencia se condicionen mutuamente, ha tocado incontestablemente el núcleo de la cuestión 194. Esto no quiere' decir que se pueda aceptar sin crítica su manera de concebir la exégesis existenciaria, particularmente por lo que hace al uso' de la problemática de Heidegger para de-

193. Tal no fue el caso — notémoslo — en la antigüedad patrística ni en la edad media, por grande que fuera entonces la importancia del utillaje platónico o aristotélico en la expresión de la teología. ¿Es tan cierto que se pueda decir lo mismo de la escolástica moderna en el pasado y todavía en el presente?

194. R. MAREÉ, Bultmann et 1'interprétation du N. T., p. 73-97. Cf. las dos exposiciones de Bultmann mismo en trad. fr. en L'interprétation du Nouveau Testament, p. 153-183 y 197-218.

finir la existencia cristiana 195 y a la reducción del mensaje bíblico a un llamamiento a la decisión de fe, con exclusión de toda revelación objetiva de verdades sobrenaturales 196. Pero estas serias reservas sobre su sistema de interpretación no deben impedirnos sostener firmemente con él que la exégesis bíblica debe efectivamente ser existenciario 197, tanto por fidelidad a la Escritura como por consideración con las exigencias del hombre de hoy. No sería justo que, so pretexto de oponerse a las mutilaciones que impone Bultmann a la doctrina cristiana tradicional, se le impusiera la mutilación inversa dejando en la sombra uno de sus elementos esenciales.

195. En principio niega Bultmann haber construido su teología sobre la filosofía de Heidegger; si utiliza a Heidegger, es que, a su parecer, «Heidegger no ha hecho sino redescubrir la ontología neotestamentaria» comprendida según la tradición protestante (A. MALEr, Mythos et Logos, La pensée de Rudolf Bultmann, p. 307). Es por lo menos interesante comprobar esta dependencia de Heidegger con respecto a la teología luterana. Pero la total coherencia y la plena fidelidad de su ontología con respecto al mensaje del Nuevo Testamento no dejan por ello de ser problemáticas, pues esta coherencia y esta fidelidad sólo son ciertas con respecto a las interpretaciones propuestas por Bultmann. Cf. un ejemplo en el texto sobre La historicidad del <Date-in» y de la fe, en L'interprétation du Nouveau Testament, p. 114 ss. Estas reservas no tienen por objeto negar las influencias cristianas subyacentes al pensamiento de Heidegger, que van desde san Agustín hasta Kierkegaard (cf. A. D. SERTILLANGES, Le Christianisme et les philosophies, París 1941, t. II, p. 540 s). Pero otra cuestión es la de si la ontología de Heidegger corresponde en todos los puntos a las exigencias de la fe cristiana.

196. Para Bultmann, si la cruz y la resurrección de Cristo constituyen el objeto del mensaje de salvación, lo es únicamente en el sentido de que por la cruz de Cristo significó Dios a los hombres su decisión de salvarlos del pecado y de la muerte, invitándolos así a una decisión de fe que les abra la existencia escatológica. Pero este significado de la cruz-resurrección con respecto a la existencia del hombre carece de todo soporte ontológico. Porque referir el valor de la cruz a la encarnación de Cristo o comprender su resurrección como una realidad que afectara a su corporeidad, seria mitificar el mensaje de la cruz (cf. L'interprétation du Nouveau Testament, p. 172-183; A. Manar, op. cit., p. 141-171). Esta posición de principio está estrechamente ligada con ciertas opciones críticas tajantes, que prolongan el radicalismo de la antigua escuela liberal, pero que Bultmann no pone nunca en cuestión porque a sus ojos constituyen la Ciencia (con mayúscula). Aquí también podemos permitirnos formular ciertas dudas. Podemos preguntar-nos, por ejemplo, si este radicalismo crítico no dependerá del pensamiento del ahombre natural», que Bultmann entiende precisamente descubrir hasta en los teólogos. Si es así, todo su envite es falso. Sobre la objetividad del conocimiento de fe y la posibilidad de la teología objetiva, cf. las observaciones de J. CAHILL, Bultmann and Post-Bultmann Tendencies, CBQ, 1964, p. 171-175.

197. Es la conclusión de H. BoulnealD, Bultmann et la théologie catholique, BCE, 1961, p. 455 s (reproducido en Logique de lo foi, París 1964, p. 141 ss) y de G. Hamo IlürrL, op. cit. en la p. 274, nota 115, que trata de esbozar una integración de la aportación de Bultmann en la teología católica.