LA TIERRA PROMETIDA


A) JOSUÉ, SUCESOR DE MOISÉS

 

La salvación de Israel, comenzada por Moisés, la lleva a término Josué, que recoge su espíritu e introduce al pueblo en la tierra prometida. Josué, como dice su nombre (con las misma raíz que Jesús), es el Salvador, que no ha "venido a abolir la Ley, sino a darla cumplimiento" (Mt 5,17). "Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Jn 1,17).

La misión de Josué es esencial en la historia de la salvación. Con Aarón, Josué es el fiel ayudante de Moisés. En el camino hacia el Sinaí se interpone Amalec, el enemigo declarado del pueblo de Dios. Moisés llama a Josué y le dice: "Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y al amanecer ataca a Amalec. Yo estaré de pie en la cima del monte con el bastón de Dios en la mano". Josué hace lo que le dice Moisés y ataca a los amalecitas, mientras Moisés, con Aarón y Jur, sube a la cima del monte. Mientras Moisés tiene los brazos en alto, Josué vence; cuando los baja, se impone Amalec. Al atardecer es derrotado Amalec. El Señor dice a Moisés: "Escríbelo en un libro de memorias y léeselo a Josué: Borraré la memoria de Amalec bajo el cielo". El Señor está en guerra con Amalec de generación en generación hasta que llegue el nuevo Josué (Ex 17,8- 16). Jesús, al atardecer, con los brazos en alto, clavados en la cruz, vence definitivamente al enemigo del pueblo de Dios.

Sólo Josué sube con Moisés al monte de Dios, entrando con él en la nube de la gloria de Dios (Ex 24,13). Luego Moisés levanta la tienda de Dios, que llama Tienda de la reunión. En ella el Señor habla con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después sale y se vuelve al campamento, mientras que Josué, su joven ayudante, no se aparta de la Tienda (Ex 33,11). Muerto Moisés, Dios habla con Josué, diciéndole: "Lo mismo que estuve con Moisés estaré contigo. No te dejaré ni te abandonaré. Tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré a sus padres. Yahveh, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas" (Jos 1,1-9).

Siguiendo siempre a Moisés, a Josué se le iluminan los ojos de la fe, como se manifiesta en la exploración de la tierra de Canaán. De los doce exploradores, sólo Caleb y él saben ver en la tierra el don que Dios ha dispuesto para su pueblo. Mientras los otros desacreditan a la tierra, Caleb y Josué la exaltan ante la asamblea de Israel: "La tierra que hemos recorrido en exploración es una tierra excelente. Si Yahveh nos es favorable nos hará entrar en ella y nos la dará. Es una tierra que mana leche y miel. El Señor ha retirado de ellos su sombra protectora, mientras que está con nosotros. iNo tengáis miedo!" (Nm 13). Caleb y Josué son los únicos salidos de Egipto que entran en la tierra. Y con ellos la nueva generación, nacida en el desierto, según la palabra del Señor: "A vuestros niños, de quienes dijisteis que caerían cautivos, los haré entrar para que conozcan la tierra que vosotros habéis despreciado" (Nm 14,30-31).

Elegido por Dios para suceder a Moisés como guía de Israel, Josué es investido del Espíritu de Dios cuando Moisés le impone las manos. El Señor dice a Moisés: "Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en quien está el espíritu e impón la mano sobre él" (Dt 31,14). Moisés le dice en presencia del pueblo: "Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, prometió dar a tus padres. Y tú les repartirás la heredad. El Señor avanzará ante ti. El estará contigo, no te dejará ni abandonará. No temas ni te acobardes" (Dt 31,1-8). Y Dios confirma la palabra de su profeta Moisés, añadiendo: "Yo estaré contigo" (Dt 31,23).

Así, muerto Moisés, Josué es puesto al frente del pueblo. El les introduce en la tierra prometida, haciéndoles cruzar el Jordán (Jos 3). El hecho de ser Josué y no Moisés quien introduce al pueblo en la tierra da a entender que las promesas de Dios no serán completa realidad bajo la ley sino en Jesucristo. La persona de Josué y la tierra donde introduce al pueblo son figura de Jesús, el verdadero Salvador, quien, cruzando las aguas del Jordán, símbolo del bautismo, nos abre el acceso a Dios, introduciéndonos en la verdadera Tierra Prometida (CEC 1222).

Josué dirige la conquista de la tierra, que no es fruto de las armas, sino don de Dios. Por encima de Moisés y de Josué se alza Dios, el verdadero protagonista de la historia. La tierra, donde Josué introduce al pueblo, es promesa de Dios, es decir, es palabra de Dios antes de convertirse en hecho. Y es un hecho en virtud de la palabra. Las murallas de Jericó se desploman gracias a la procesión de antorchas del pueblo, precedida por el Arca del Señor (Jos 6). Cuando los cinco reyes amorreos se alían para enfrentarse a Israel, el Señor dice a Josué: "No les tengas miedo, que yo te los entrego, ni uno de ellos podrá resistirte". Para ello el Señor lanza desde el cielo un fuerte pedrisco, muriendo más enemigos por los granizos que por la espada de los israelitas. Para acabar con ellos del todo el Señor alarga el día deteniendo el sol, "porque el Señor luchaba por Israel" (Jos 10). El valor de Josué es ante todo confianza en Dios más que valentía militar. Lo que hace es seguir los caninos que le abre el Señor. La victoria de sus batallas está garantizada por la promesa de Dios. Cuando Dios cumpla su promesa, el pueblo profesará de nuevo su fe en Dios, renovando la alianza. La renovación de la alianza (Jos 24) enlaza con la celebración de la alianza en el Sinaí. En la tierra Israel es el pueblo de Dios.

Los sabios de Israel recuerdan con admiración las proezas de Josué: "Valiente fue Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés como profeta. Él fue, de acuerdo con su nombre, grande para salvar a los elegidos del Señor, para tomar venganza de los enemigos e introducir a Israel en su heredad" (Si 46,lss). Y, sin embargo, Josué no era más que una figura del otro Jesús, que había de venir para salvar a los elegidos de Dios de la esclavitud del pecado y de la muerte y llevarles al verdadero reposo del octavo día: "Porque si Josué les hubiera proporcionado el descanso, no habría hablado Dios más tarde de otro día. Por tanto es claro que queda un descanso sabático para el pueblo de Dios" (Hb 4,8-9). Es el descanso de la patria celeste, tierra prometida en herencia a los mansos (Mt 5,4), donde mana leche y miel, la comunión plena con Dios (Ap 21,1-7).


B) JUECES, SALVADORES DEL PUEBLO. DÉBORA

Los Jueces, que prolongan la acción de Moisés y Josué, son personas elegidas por Dios para salvar a su pueblo. Para ello Dios les reviste de un carisma especial, no sólo para administrar justicia, sino para gobernar a Israel. El libro de los Jueces, que recoge sus historias, menciona doce jueces, símbolo de todo Israel. El último es Samuel, cuya historia llena los dos libros de su nombre, donde se narra el paso a la monarquía. El esquema, que hace de este tiempo una figura para los creyentes, se repite constantemente: Los israelitas han sido infieles a Dios. Dios les entrega en manos de sus enemigos; bajo el yugo de los enemigos toman conciencia de su infidelidad e imploran el auxilio de Dios, que suscita un juez como salvador (Jc 2,11-19; 10,6-16).

Si la época de Josué es el período de la fidelidad de Israel, la de los jueces es el tiempo de la infidelidad: "Mientras vivió Josué y los ancianos que le sobrevivieron y que habían visto los prodigios del Señor en favor de Israel, los israelitas sirvieron al Señor. Pero murió Josué y toda su generación. Les siguió otra generación que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel. Entonces los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba: dieron culto a los ídolos, abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y se fueron tras otros dioses, dioses de las naciones vecinas, y los adoraron, irritando al Señor, que se encolerizó contra Israel: los entregó a las bandas de los enemigos de alrededor, hasta llegar a una situación desesperada. Entonces el Señor suscitaba jueces, que les libraban de los enemigos" (Jc 2,7-15). La instalación corrompe siempre. El pueblo se entrega a los dioses locales, poniendo en ellos su seguridad y olvidando a Dios, que le ha dado la prosperidad. Sólo volviendo a situarse en la precariedad, volviendo a la situación de esclavitud de los padres en Egipto, Israel se vuelve al Dios salvador, que interviene suscitando los Jueces. Dios es quien salva a su pueblo suscitando a un hombre que realiza concretamente esa salvación (Jc 3,9; 6,36-37; 7,7; 10,13).

El primer Juez, cuyas gestas recoge el libro de los Jueces, es Otniel. El Espíritu del Señor vino sobre él y salvó a Israel de las manos de Edom. Tras cuarenta años de paz, Israel se olvidó de Dios y cayó bajo el poder de Moab hasta que Dios les salvó con el puñal del zurdo Ehud. Siguen después los jueces Samgar, Débora y Baraq.

Débora aparece como juez y profeta de Israel. Bajo la Palmera, que lleva su nombre, entre Ramá y Betel, en las faldas del Tabor, acoge a los israelitas que acuden a ella con sus asuntos. Como profeta les interpreta la historia a la luz de la Palabra de Dios: "Yahveh me ha dado una lengua de discípulo para que sepa dirigir al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como un discípulo: El Señor me ha abierto el oído" (Is 50,4). Con su palabra, recibida de Dios, y con su vida, Débora revela el poder de Dios en medio de un pueblo que vive desesperado. Su misión es desvelar que la historia que el pueblo vive es historia de salvación, porque Dios está en medio de ellos.

Israel se halla conquistando la tierra prometida, que habitan los cananeos. Pero, en la fértil llanura de Izre'el, el rey Yabin, bien armado con sus carros de guerra, opone una fuerte resistencia a Israel, gobernado por el titubeante Sangar y su débil general Baraq. En este momento Dios elige una mujer para salvar a Israel: "En los días de Sangar, hijo de Anat, en los días de Yael, no había caravanas... Vacíos en Israel quedaron los poblados, vacíos hasta tu despertar, oh Débora, hasta tu despertar, oh madre de Israel" (Jc 5,6-7). Una mujer, en su debilidad, es cantada como la "madre de Israel", porque muestra a Israel la presencia potente de Dios en medio de ellos. Débora misma lo canta en su oda, que respira la alegría de la fe en Dios Salvador: "Bendecid a Yahveh" (Jc 5,9), que en la debilidad humana, sostenida por El, vence la fuerza del enemigo. Ante Yael, "bendita entre las mujeres", Sísara "se desplomó, cayó, yació; donde se desplomó, allí cayó, deshecho" (Jc 5,.27). Ésta es la lógica de Dios, que sorprende a los potentes y opresores. Es la conclusión del cántico: "iAsí perezcan todos tus enemigos, oh Yahveh! iY sean los que te aman como el sol cuando se alza con todo su esplendor!" (Jc 5,31).

Esto se cumple plenamente en María (CEC 489). El Señor se fija en la pequeñez de su esclava para realizar en ella "grandes cosas", "desplegando la potencia de su brazo... para derribar a los potentes de sus tronos y exaltar a los humildes" (Lc 1,51s). En realidad, "Dios elige lo débil del mundo para confundir lo fuerte. Dios escoge lo pobre y despreciable del mundo, lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (1Co 1,27-28). "¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?" (St 2,5). La conciencia de la propia pobreza y simplicidad brilla en María, como en Débora. Sin embargo, en su pequeñez, ambas saben que tienen una misión que cumplir en la historia de la salvación. Así María se ofrece como "sierva del Señor" para que a través de ella realice su obra. Como Débora ha sido llamada "madre de Israel", María ha sido llamada desde la cruz "madre de los creyentes" (Jn 19,25-27). Y también es, como Yael, proclamada "bendita entre las mujeres" (Lc 1,42).


C) GEDEÓN Y SANSÓN

A Débora le sucede Gedeón, cuya historia es la más fascinante de este período. "Los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba, y el Señor los entregó a Madián por siete años" (Jc 6). La instalación del largo período de paz lleva al pueblo a olvidarse de Dios o al sincretismo religioso, mezclando el culto al Dios verdadero con el culto a los Baales, dioses locales. Entonces Dios les entrega a Madián. Los madianitas se infiltran en los dominios israelitas en busca de pastos y comida.

Nómadas aguerridos y sin escrúpulos obligan a los israelitas a refugiarse en las cuevas de los montes. Los madianitas asolan el país, destruyendo los sembrados y los ganados, sin dejar nada con vida en Israel. Llegan en sus incursiones numerosos como langostas; sus camellos son incontables como la arena de la playa. Ante la situación dessperada, los israelitas gritan a Dios, que les dice: "Yo os hice subir de Egipto, os saqué de la esclavitud, os libré de todos vuestros opresores y os dije: Yo soy el Señor, Dios vuestro, no adoréis a los dioses de los amorreos, en cuyo país vais a vivir. Pero no habéis escuchado mi voz" (Jc 6,8-10).

Sin embargo, el Señor, ante el grito de su pueblo, interviene para salvarlo. El se mantiene fiel a la alianza aunque el pueblo sea infiel (2Tm 2,13). Manda a su ángel a la era donde Gedeón está trillando el trigo. El ángel le saluda: "El Señor está contigo, valiente". Gedeón le replica: "Perdón; si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres? La verdad es que ahora nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas". El Señor se vuelve a él y le dice: "Ve y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío". Gedeón contesta: "Perdón, ¿cómo puedo yo salvar a Israel? Mi familia es la menor de Manasés y yo soy el más pequeño de la casa de mi padre". El Señor le responde: "Yo estaré contigo y derrotarás a los madianitas". Pero Gedeón, hombre de campo, no se fía a la primera y pide una señal: "Si realmente vas a salvar a Israel por mi medio, mira, voy a extender en la era un vellón de lana; si cae el rocío sobre el vellón mientras todo el suelo queda seco, me convenceré de que vas a salvar a Israel por mi medio". Así lo hace el Señor. Pero Gedeón aún pide al Señor que confirme el signo al revés: "No te enfades conmigo si te hago otra petición; que sólo el vellón quede seco y, en cambio, caiga rocío sobre el suelo". Y así lo hace el Señor (Jc 6,11ss).

En un ambiente seco como el de Palestina, el rocío es signo de bendición (Gn 27,28), es un don divino precioso (Jb 38,28; Dt 33,13), símbolo de su amor (Os 14,6) y señal de fraternidad entre los hombres (Sal 133,3); es, igualmente, principio de resurrección, como canta Isaías: "Revivirán tus muertos, tus cadáveres revivirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra echará de su seno las sombras" (Is 26,19). Es fácil establecer el paralelismo entre el vellón y el rocío y el seno de María fecundado por el Espíritu Santo y transformado en principio de vida divina. El vellón es el seno de María en el que cae el rocío del Espíritu Santo que engendra a Cristo. La liturgia sirio-maronita canta: "Oh Cristo, Verbo del Padre, tú has descendido como lluvia sobre el campo de la Virgen y, como grano de trigo perfecto, has aparecido allí donde ningún sembrador había jamás sembrado y te has convertido en alimento del mundo. Nosotros te glorificamos, Virgen Madre de Dios, vellón que absorbió el rocío celestial, campo de trigo bendecido para saciar el hambre del mundo"

Elegido por Dios, el espíritu del Señor reviste a Gedeón. Con el espíritu de Dios, Gedeón reúne a su gente y acampa frente al campamento de Madián. El Señor le dice: "Llevas demasiada gente para que yo os entregue Madián. Si lo vences así Israel podrá decir: Mi mano me ha dado la victoria. Despide a todo el que tenga miedo". Se quedan mil. Aun le parecen muchos al Señor, que dice a Gedeón: "Todavía es demasiada gente. Hazles bajar al río. Los que beban el agua con la lengua, llevándose el agua a la boca con la mano, ponlos a un lado; los que se arrodillen, ponlos a otro". Los que beben sin arrodillarse son trescientos. El Señor le dice: "Con ésos os voy a salvar, entregando a Madián en vuestro poder" (Jc 7,1-8).

Gedeón divide a los trescientos hombres en tres cuerpos y entrega a cada soldado una trompeta, un cántaro vacío y una antorcha en el cántaro. Luego les dice: "Fijaos en mí y haced lo mismo que yo. Al acercarme al campamento madianita, yo tocaré la trompeta y conmigo los de mi grupo; entonces también vosotros la tocáis en torno al campamento y gritáis: iEl Señor y Gedeón!". Al relevo de la media noche, Gedeón, con sus cien hombres, llega al campamento y rompe el cántaro que lleva en la mano. Entonces los tres grupos tocan las trompetas y rompen los cántaros. Con las antorchas en la mano izquierda y las trompetas en la derecha, comienzan a gritar: iEl Señor y Gedeón! El estruendo de los cántaros rotos, de las trompetas y los gritos siembra el pánico en el campamento madianita. Los madianitas comienzan a huir, presa del terror, hiriéndose unos a otros. Así el Señor les entrega en manos de Gedeón, que les persigue y derrota. Madián queda sometido a los israelitas y ya no levantará cabeza. Con ello Israel queda en paz los cuarenta años que aún vive Gedeón (Jc 7,16-25).

Gedeón es figura de todo elegido de Dios para una misión. Dios llama al hombre y le confía una misión. El hombre se siente impotente y se resiste. Dios le promete su ayuda, dándole un signo de cuanto promete. Y Dios lleva a cabo con la debilidad humana su actuación salvadora. Dios derriba del trono a los potentes y exalta a los humildes. Gedeón triunfa con una tropa reducida a la mínima expresión para que toda la gloria sea atribuida a Dios y no a la fuerza humana. La victoria sobre el enemigo no es fruto de la fuerza, sino de la fe en Dios, que está con su pueblo. En el comienzo del Evangelio se nos anuncia: "He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que será dado el nombre de Emmanuel: Dios-con-nosotros" (Mt 1,23).

A Gedeón siguen, como Jueces, su hijo Abimelec, Tolá, Yaír, Jefté, Ibsán, Elón, Abdón y Sansón, introducido con la fórmula clásica: "Los israelitas volvieron a hacer lo que el Señor reprueba y el Señor los entregó, esta vez, a los filisteos durante cuarenta años" (Jc 13). Entonces Dios suscita a Sansón para salvar a su pueblo. Con Sansón concluye el libro de los Jueces.

Sansón es un personaje singular. Su historia es diferente de la de los otros jueces. Es fuerte como un gigante y débil como un niño; seduce a las mujeres y éstas le engañan; odia a los filisteos, pero se enamora de las filisteas. Con sus genialidades se ha granjeado la estima del pueblo, que admira su fuerza, habilidad y valor, sonriendo ante sus excentricidades, aventuras amorosas y las tretas que juega a sus adversarios, los filisteos. Es el héroe popular por excelencia, cuyas gestas corren de boca en boca a lo largo de la historia. Su fuerza se la debe a la irrupción del espíritu de Dios sobre él (Jc 13,25;14,6.9). Sansón es un nazir, un consagrado a Dios. Durante toda su vida, para cumplir su misión, debía conservar intacta su cabellera y abstenerse de toda bebida alcohólica. A esta consagración externa Dios corresponde con el carisma singular de su fuerza extraordinaria. A pesar de su conducta poco recomendable, Sansón es un testimonio viviente del Dios salvador de su pueblo. En él brilla la bondad gratuita de Dios en favor de sus elegidos. El Señor envía su ángel a la mujer de Manóaj, que es estéril. El ángel le anuncia: "Eres estéril y no has tenido hijos. Pero concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer. El empezará a salvar a Israel de los filisteos". La palabra del Señor se cumple y la mujer de Manóaj da a luz un hijo y le pone de nombre Sansón. El niño crece y el Señor lo bendice con el don de su espíritu (Jc 13).

Con su fuerza extraordinaria, Sansón lo mismo descuartiza a un león que a treinta filisteos, a quienes provoca casándose con una muchacha filistea, con los acertijos que les pone o quemando las mieses de sus campos, las viñas y olivares con trescientas zorras, a las que ata de dos en dos, cola con cola, poniendo entre ambas colas una tea encendida. Los mismos israelitas le entregan atado con sogas a los filisteos, cuando se alzan contra Israel en venganza contra las acciones de Sansón. Pero cuando los filisteos salen a recibirlo, le invade el espíritu del Señor y las sogas de sus brazos son como mecha que se quema y las ataduras de sus manos se deshacen. Entonces echa mano de una quijada de asno y con ella como arma vence a mil filisteos (Jc 14-15).

Veinte años juzga Sansón a Israel, es decir, hace justicia de los filisteos, enemigos de su pueblo. Pero un día Sansón, débil de corazón, sobre todo, con las mujeres extranjeras, va a Gaza, ve allí una prostituta y entra en su casa. Enseguida se corre la voz entre los de la ciudad: "iHa venido Sansón!". Cercan la ciudad y esperan apostados a la puerta toda la noche, diciéndose: "Al amanecer lo matamos". Sansón se levanta a medianoche, arranca de sus quicios las puertas de la ciudad, con jambas y cerrojos, se las echa al hombro y las sube a la cima del monte, frente a Hebrón. Los filisteos no pueden apresarlo (Jc 16,1-3).

Más tarde Sansón se enamora de una mujer llamada Dalila. Los príncipes filisteos la visitan y le dicen: "Sedúcelo y averigua a qué se debe su fuerza y cómo podemos dominarla. Te daremos cada uno mil cien siclos de plata". Dalila pone en juego toda su astucia femenina para ablandar el corazón de Sansón hasta que le arranca el secreto de su fuerza. Rapada su larga cabellera queda violado su voto de nazareato y, como consecuencia, Dios le retira el carisma de la fuerza que le había otorgado en vistas de su misión, quedando reducido a la condición de un hombre cualquiera. Los filisteos se apoderan fácilmente de él. Le arrancan los ojos y, atado de pies y manos con una doble cadena de bronce, le conducen a Gaza, condenándolo a dar vueltas en torno a una noria. Tratado como esclavo y blanco de las burlas de los filisteos, Sansón reflexiona sobre su infidelidad a la misión para la que Dios lehabía escogido. Su arrepentimiento sincero y su oración ferviente hace que Dios le conceda de nuevo la fuerza. Mientras los príncipes y todo el pueblo filisteo aclama a su dios Dagón por haberles librado de Sansón, su enemigo, reclaman la presencia de Sansón para que les divierta. Le obligan a bailar, lo zarandean de una parte a otra, siendo el hazmerreír de toda aquella gente ebria de vino y de triunfo. Agotado, le conceden descansar a la sombra de la terraza sostenida por columnas. Sansón invoca a Dios, se agarra a las dos columnas centrales, sobre las que se apoya el edificio, y las sacude con tanta fuerza que la casa se derrumba, quedando sepultado él mismo, junto con un gran número de filisteos, entre los escombros: "Los filisteos que mató al morir fueron más que los que había matado en vida" (Jc 16,4-31).

Sansón es figura de su mismo pueblo. Dios realiza sus planes con él así como es. Hasta toma ocasión de su amor por las mujeres filisteas para llevar a cabo la historia de la salvación: "Su padre y su madre no sabían que el matrimonio con la joven de Timma venía de Dios, que buscaba un pretexto contra los filisteos, pues por aquel tiempo los filisteos dominaban a Israel" (Jc 14,4). Sansón, consagrado a Dios desde antes de nacer, con sus infidelidades a su vocación, causa de su ruina, es figura de Israel, infiel a la alianza con Dios, por lo que le vienen todos sus males. Sin embargo, a pesar de sus infidelidades, Dios hace justicia a su pueblo con él. La historia de Sansón termina derruyendo el templo del dios Dagón. La "fuerza de Dios" triunfa sobre la idolatría, invitando a Israel a la fidelidad a la Alianza.

Sansón, cuya fuerza viene de Dios, es un don del Señor a Israel, señalado desde el comienzo con la esterilidad de su madre. La carta a los Hebreos le incluye en la nube de testigos de la fe en Dios: "¿Qué más queréis que os diga? Porque si me detuviera con Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los Profetas, me faltaría tiempo. Ellos con su fe subyugaron reinos, administraron justicia, consiguieron promesas, taparon bocas de leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, se repusieron de enfermedades, fueron valientes en la guerra y pusieron en fuga ejércitos extranjeros" (Hb 11,32-35). Sansón, figura de Jesucristo, da su vida por el pueblo, poniendo en juego contra los enemigos de Israel la fuerza que ha recibido de Dios. Sansón invoca a Dios, exclamando: "Señor, dígnate acordarte de mí, hazme fuerte nada más que esta vez, oh Dios, para que de un golpe me vengue de los filisteos".


D) SAMUEL, EL ÚLTIMO DE LOS JUECES

Samuel es más profeta que juez. Él es el anillo entre la cadena de Jueces y Reyes. Con él se pasa de los Jueces a los Reyes. Samuel es el prototipo del profeta. Su persona y su palabra son presencia y palabra de Dios. Aunque no detenta el poder, con su auténtica fe, se yergue con toda su autoridad por encima de todos. Resuelve pleitos y casos, aunque no empuña la espada o el bastón de mando. El decide, organiza y gobierna el destino de Israel. Confidente del Señor, recibe sus oráculos y ante el Señor se presenta como intercesor en favor del pueblo.

Elcana y su esposa Ana viven en Rama, un pequeño pueblo de la llanura de Sarón, frente a las montañas de Efraim. Se han casado realmente enamorados. Pero pasan los años y el seno de Ana sigue cerrado. Mientras tanto, Pennina, la otra mujer de Elcana, orgullosa de su seno, continuamente engendra hijos, ganándose el primado de la familia y suscitando los celos de Ana. Ana, la estéril, sufre el oprobio de su esterilidad y el desprecio e insultos de la fecunda, porque "Dios le ha cerrado el seno"( 1S 1,6). Y, aunque Elcana repita que su amor vale por diez hijos, no logra ocultar la arruga de amargura que cruza de vez en cuando su frente. Cuando Ana contempla esa arruga, cada vez más honda, en la frente de su esposo, siente una inquieta ansiedad en su corazón. Ana, con su pena acuestas, cada año acompaña a su esposo al Santuario de Silo, donde se halla el Arca del Señor, para la fiesta de las Tiendas. En esta peregrinación, Ana no participa del alborozo de la fiesta, sino que se refugia en el templo y ante el Arca de la Alianza, a solas, "desahoga su pena ante el Señor". Con el corazón, sin que se oigan sus palabras aunque mueva sus labios, suplica: "Señor, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, dándome un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida y no pasará la navaja por su cabeza" (1S 1,11). Como se prolonga su oración, el sacerdote Elí, que observa sus labios, la cree borracha. Se le acerca y le dice: ¿Hasta cuando va a durar tu borrachera? Ana le responde: No es así, señor, sino que soy una mujer acongojada, que desahogo mi aflicción ante el Señor. Entonces Elí le dice: "Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido" (1S 1,12-18). De vuelta a casa, Elcana se une a su mujer Ana y el Señor se acuerda de ella. Concibe y da a luz un hijo, al que pone por nombre Samuel, diciendo: "Al Señor se lo pedí". Samuel, hijo de la esterilidad, es un don de Dios. Nace por vocación de Dios para una misión singular (1S 1,19-20).

A los tres años, después del destete, Ana vuelve con el niño al santuario, "para presentarlo al Señor y que se quedara allí para siempre". Al presentar el niño al sacerdote Elí, Ana entona su canto de alabanza: "Mi corazón exulta en el Señor; me regocijo en su salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. La mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta del polvo al desvalido" (1S 2,1-10). A Dios le gusta el juego del columpio: lo fuerte baja y lo débil sube. Lo fuerte lleva el signo de la arrogancia y de la violencia, mientras lo débil se viste de humildad y confianza en Dios.

Samuel se queda en el santuario de Silo bajo la custodia del sacerdote Elí. Este tiene dos hijos perversos, que abusan de la gente que acude al santuario (1S 2,12-25). Samuel, en cambio, "crecía y era apreciado por el Señor y por los hombres" (1S 2,26). La palabra de Dios era rara en aquel tiempo. Elí es muy anciano y sus ojos comienzan a apagarse. Una noche, mientras la lámpara de Dios aún ardía, Samuel se halla acostado en el santuario. El Señor le llama: "¡Samuel, Samuel!". Éste responde: "iHeme aquí!". Samuel no conoce todavía al Señor; aún no se le había revelado la palabra del Señor. Por tres veces le llama el Señor y por tres veces corre a donde estaba Elí, creyendo que es él quien le llama. A la tercera vez Elí comprende que es el Señor quien llama al niño y le dice: "Si te vuelve a llamar alguien, dices: Habla, Señor, que tu siervo escucha". El Señor se presentó de nuevo y lo llamó como las otras veces. Y, ahora, Samuel, iluminado por el sacerdote, escucha al Señor, que le llama a él en lugar de los hijos de Elí (1S 3).

Samuel crece y el Señor está con él. Todo Israel sabe que Samuel está acreditado como profeta ante el Señor. Pero los filisteos se reúnen para atacar a Israel. Los israelitas salen a enfrentarse con ellos e Israel es derrotado una primera vez. Los israelitas se dirigen a Silo a buscar el Arca de la Alianza del Señor, "para que esté entre nosotros y nos salve del poder enemigo". Los dos hijos de Elí van con el Arca. Cuando el Arca llega al campamento, todo Israel lanza un gran grito que hace retemblar la tierra. Entonces los filisteos se enteran de que el Arca del Señor ha llegado al campamento. Presa del pánico se lanzan a la batalla con todo furor para no caer en manos de Israel. Los filisteos derrotan de nuevo a los israelitas, que huyen a la desbandada. El Arca de Dios es capturada y los dos hijos de Elí mueren. Cuando le llega la noticia a Elí, éste cae de la silla hacia atrás y muere (1S 4). Por siete meses va a estar el Arca en territorio filisteo, yendo de un sitio a otro, porque la mano de Dios cae con dureza sobre ellos y sobre su dios Dagón hasta que la devuelven a Israel (1S 6).

Samuel, viendo que todo Israel añora al Señor, les dice: "Si os convertís de todo corazón al Señor y quitáis de en medio los dioses extranjeros, sirviéndole sólo a El, El os librará del poder filisteo". El pueblo confiesa arrepentido su pecado de infidelidad y Samuel ora por ellos al Señor. El Señor acoge la confesión del pueblo y la súplica de Samuel. Los filisteos quieren atacar de nuevo a Israel, pero el Señor manda aquel día una gran tormenta con truenos sobre los filisteos, llenándolos de terror. Israel puede finalmente derrotarlos. Samuel se vuelve a Ramá, donde tiene su casa. Desde allí gobierna a Israel.