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BESOS DE SU BOCA: 1,2-4,17


a) lenguaje esponsal del cuerpo

El Cantar comienza con el suspiro interior, que brota del corazón de la amada: "Que me bese con besos de su boca" (1,2). Es el deseo de toda la persona, en cuanto espíritu encarnado. La palabra de la amada, con la mención del beso, del vino, de la fragancia de los perfumes, del bálsamo y de las caricias, implica todos los sentidos: oído, tacto, olfato, gusto y vista. Como comenta Juan Pablo II: "Ya los primeros versículos del Cantar nos introducen inmediatamente en la atmósfera de todo el poema, en el que parecen moverse el esposo y la esposa dentro del círculo trazado por la irradiación del amor. Las palabras de los esposos, sus movimientos, sus gestos corresponden al movimiento interior de los corazones. Sólo a través del prisma de ese movimiento es posible comprender el lenguaje del cuerpo".

El cuerpo tiene un significado sacramental. La realidad personal, interior, se expresa visiblemente en el cuerpo, a través del cuerpo. El cuerpo es palabra en sí mismo. Palabra, gestos y silencio son el lenguaje del cuerpo, con el que la persona se comunica. Los ojos que se miran, las bocas que se hablan o besan, la risa y el llanto, la admiración, extrañeza, dolor, paz, alegría... se expresan en el lenguaje del rostro. La cara es el espejo del alma, es la persona misma. El rostro es un mensaje. En él sorprendemos a la persona, la descubrimos, la hallamos. En el rostro, los ojos se abren con la mirada al otro y abren la persona a la mirada del otro. Los ojos son una invitación a la comunicación mutua de los amantes. Luego la boca traduce en palabras esa invitación y realiza la comunicación en el beso, donación de intimidad y amor. El beso es la palabra oblativa del alma del Amado a la amada.

A Juan Pablo II le gusta repetir que el cuerpo tiene un significado esponsal: "expresión del sincero don de sí mismo" (Mulieris dignitaten 10). El cuerpo humano es ante todo presencia de la persona para los demás. La presencia de persona a persona se hace cercanía, comunicación y palabra a través del cuerpo. Toda respuesta personal a la llamada del otro pasa a través del lenguaje oblativo del cuerpo. El Verbo de Dios, Palabra de vida, tomando cuerpo humano, se deja oír, ver y tocar para hacer que el hombre entre en comunión con él (1 Jn 1,1 ss). En Cristo, el Padre vuelve su rostro hacia nosotros con toda su gloria y amor: "Y la Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" 1Jn 1,14).

La liturgia no se celebra nunca en la interioridad, sino en el ámbito de lo sensible, incorporando a todos los sentidos en la celebración. Los gestos de mirar, oler, oír y tocar son fundamentales y necesarios en toda liturgia sacramental: en ella se escucha la palabra, pero la proclamación del Evangelio se acompaña de una procesión, del incienso, los cirios encendidos, el beso, el estar en pie. Los gestos llenan toda celebración: inmersión en el agua, imposición de manos, signación, unción, beso de paz, comer y beber... El Cantar, liturgia de amor, habla desde el principio el lenguaje esponsal del cuerpo.

El beso, primera palabra del Cantar, transmite con su hálito la vida: "Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo" (Gén 2,7). La amada añora los días del Edén, cuando gustaba las delicias del amor de Dios, más sabroso que el vino, que alegra el corazón del hombre (Sal 104,15): "Gustad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 34,9). ¡Cómo no amarle! El amor de Dios es el "vino bueno" guardado en sus bodegas 1Jn 2,10). Y con el vino, la amada añora los perfumes del paraíso con su fragancia original. Toda enamorada sabe reconocer y amar el aroma personal de su amado. El olfato se adelanta a la vista. La presencia, aún invisible del amado, se deja sentir ya en el perfume que difunde a su alrededor. Es la fragancia de Dios, "paseándose entre los árboles del jardín a la hora de la brisa de la tarde" (Gén 3,9), lo que la amada anhela sentir. La amada, embriagada por el "perfume de fiesta con su olor a mirra, áloe y acacia" (Sal 45,8s), con que es ungido el amado para las bodas, suspira: "¡Ah, llévame contigo al tálamo nupcial para celebrar nuestra fiesta!". "Atráeme a ti con lazos de amor, con cuerdas de cariño" (Os 11,4); introdúceme en "la sala alta, en la sala interior" (He 1,13), en el Santo de los Santos del templo (1 Cro 28,11), donde reside el Arca de tu presencia (Ex 30,6). Los patriarcas, profetas y justos (Mt 13,17) unen su ardiente deseo en este suspiro: "¡Que me bese con besos de su boca!"


b) Besos de la palabra

El término hebreo Dabar significa palabra y hecho. La comunidad de Israel, amada de Dios, recibe en el Sinaí su palabra. Entonces ve, oye, besa, palpa y gusta la palabra. La Torá, que el Señor le da, es alegría que recrea más que las riquezas, deleite del corazón, cantar en tierra extranjera, más valiosa que miles de monedas de oro y plata, antorcha para los pies, luz para el sendero, refugio y escudo... Maravillosas son tus palabras, al abrirse iluminan a los sencillos ¡Son dulces al paladar, más que miel en la boca! Mi alma languidece esperando tu palabra; mira, languidecen mis ojos, ¿cuándo vas a consolarme? (Cfr. Sal 119).

El Cantar de los Cantares fue escrito, dicen los rabinos, en el Sinaí; por eso comienza: "Que me bese con besos de su boca". La Palabra decía: ¿Aceptáis como Dios al Santo? Ellos respondían: Sí, sí. Al punto la Palabra les besaba en la boca, grabándose en ellos: "para no olvidarte de las cosas que tus ojos han visto" (Dt 4,9), es decir, cómo la Palabra hablaba contigo. El pueblo ve, oye y besa cada una de las diez palabras de la misma boca de Dios, sin intermediario alguno, por eso dice: "que me bese con los besos de su boca". Según el Midrás, cuando Dios hablaba, salían de su boca truenos y llamas de fuego. Así vieron su gloria. La voz iba y venía a sus oídos. La voz se apartaba de sus oídos y la besaban en la boca, y de nuevo se apartaba de su boca y volvía al oído.

Luego, ante el temor a morir, el pueblo se dirige a Moisés y le dice: Moisés, se tú nuestro mediador: "Habla tú con nosotros y te escucharemos" (Ex 20,16), "¿por qué tenemos que morir?" (Dt 5,22). Así se dirigían a Moisés para aprender, pero olvidaban lo que escuchaban. Entonces se decían: como Moisés es humano, también su palabra es perecedera. Le dijeron: ¡Moisés, ojalá se nos revele el Santo por segunda vez; ojalá "que nos bese con los besos de su boca"; ojalá que grabe las palabras de la Torá en nuestros corazones como en la vez primeral. Moisés les contestó: No está previsto para ahora, sino para el futuro: "después de aquellos días pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón" (Ir 31,20). El Mesías cumplirá esta palabra. Los creyentes en él podrán decir: "En mi corazón he escondido tu palabra para que no pueda pecar contra Ti" (Sal 119,11).

Mejores son tus amores que el vino. Las palabras de la Torá, besos de la boca de Dios, son mejores que el vino. Se parecen una a otra como los pechos de una mujer; son compañeras una de otra; están entrelazadas una con otra y se esclarecen mutuamente. La Torá es comparada con el agua, con el vino, con el ungüento, con la miel y con la leche. Como el agua es vida del mundo, "la fuente del jardín es pozo de agua viva" (Cant 4,15), "pues sus palabras son vida para quienes las encuentran" (Pr 4,22). Agua y palabra descienden del cielo, como don de Dios: "Al sonar de su voz se forma un tropel de aguas en los cielos" (Jr 10,13), "pues desde el cielo he hablado con vosotros" (Ex 20,19). Es la voz potente del Señor, envuelta en truenos y relámpagos: "la voz de Yahveh sobre las aguas", pues "al tercer día, de mañana, hubo truenos y relámpagos" (Ex 19,16). Agua y palabra purifican al hombre de su impureza, "rociaré sobre vosotros agua pura y os purificaréis" (Ez 36,25). Y, como el agua no apetece si no se tiene sed, tampoco se encuentra gusto en la Torá si no se tiene sed. Como el agua abandona los lugares altos y fluye hacia las profundidades, así la Torá abandona a los orgullosos y se une a los humildes. Y como el agua se conserva, no en recipientes de oro ni de plata, sino en recipientes más baratos, así la Torá no se mantiene más que en quien se considera como un recipiente de barro.

¿Acaso se puede decir que, así como el agua se corrompe en una vasija, lo mismo sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá es como el vino"; y así como el vino mientras madura en el tonel mejora su calidad, así también las palabras de la Torá, mientras reposan en el hombre acrecientan su grandeza. ¿Acaso se puede decir que, así como el agua no alegra el corazón, lo mismo sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá es como el vino"; y así como "el vino alegra el corazón del hombre" (Sal 104,5), así también las palabras de la Torá "alegran el corazón" (Sal 19,9).

¿Acaso se puede decir que, como el vino es a veces pernicioso tanto para el cuerpo como para la cabeza, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la Escritura dice que "la Torá es como ungüento" (Cant 1,3); y como el ungüento es agradable para el cuerpo y la cabeza, así también las palabras de la Torá son agradables para el cuerpo y la cabeza, "lámpara de aceite para mis pies son tus palabras" (Sal 119,105). Por eso dice la amada: "el aroma de tus ungüentos es delicioso" (Cant 1,3); se refiere a los ungüentos de la Torá. Cuando tienes en la mano una copa llena de aceite a rebosar, por cada gota de agua que le cae se derrama una de aceite, así por cada palabra de Torá que entra en el corazón, sale una palabra de frivolidad; y al contrario, por cada palabra de frivolidad que entra en el corazón, sale una de Torá. Pero, ¿acaso se puede decir que, así como el aceite comienza siendo amargo y termina por ser dulce, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la Escritura dice que "la Torá es como miel y leche" (Cant 4,11); y así como éstas son dulces desde el principio, así también las palabras de la Torá son "más dulces que la miel" (Sal 19,11). ¿Acaso se puede decir que, así como la leche es insípida, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la Escritura dice "miel y leche", y así como la miel y la leche, al mezclarse, no perjudican al cuerpo, así también la Torá "será salud para tu vientre" (Pr 3,8), pues sus palabras "son vida para quienes las hallan" (Pr 4,22).


c) Cristo Palabra de Dios

La amada que, a lo largo de la historia de Israel, ha conocido a Dios a través de mediadores, que velaban su presencia, al llegar la plenitud de los tiempos exclama: "Que me bese con besos de su boca". ¿Hasta cuándo mi esposo me seguirá enviando sus besos por medio de Moisés? ¿Hasta cuándo me los enviará por medio de los profetas? Son los labios mismos del esposo los que yo deseo besar; ¡que venga él mismo! ¡Que me bese con los besos de su boca! Éstos son los besos que Cristo ofreció a la Iglesia cuando, en su venida en la carne, le anunció palabras de fe, de amor y de paz, según había prometido, cuando Isaías fue enviado por delante a la esposa: no un embajador ni un ángel, sino "el Señor mismo nos salvará" (Is 33,22).

El Cantar expresa el deseo de la Iglesia y se convierte en la palabra de los últimos tiempos: "Después de haber hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo, a quien ha establecido heredero de todas las cosas, por el cual hizo también los mundos" (Heb 1,1). Después de escuchar tantas veces y de tantos modos a Dios, la esposa quiere oír directamente la voz del Esposo que le han anunciado. Le han dicho de él que viene de Edom todo vestido de esplendor (Is 63,1); le han anunciado como el más hermoso de los hijos de Adán (Sal 44,3), como el amigo fiel, tesoro sin precio para quien le encuentra (Edo 6,14ss). Más aún, le han dicho: "Escucha, hija, y mira, olvida tu pueblo y la casa de padre y el rey se prendará de tu belleza, porque él es tu Señor" (Sal 44,11-12). Ella ha escuchado y se ha creído su declaración de amor: "Como se casa un joven con una doncella, se casará contigo tu Creador, y con gozo del esposo por su novia se gozará por ti tu Dios" (Is 62,5). Con tales promesas la esposa le dice: "No quieras enviarme de hoy ya más mensajeros, que no saben decirme lo que quiero y déjame muriendo un no se qué que quedan balbuciendo" (Juan de la Cruz).

Gregorio de Nisa nota que no es el esposo, como sucede entre los hombres, quien comienza a hablar, sino la esposa. La casta virgen se anticipa al esposo, manifestándole abiertamente el deseo de sus besos. Los buenos padrinos de bodas, patriarcas y profetas, le han prometido tales "dones nupciales" (remisión de los pecados, cancelación de las iniquidades, transformación de la misma naturaleza corruptible en incorruptible, la delicia del Paraíso, la alegría sin fin) que han suscitado en ella el ardiente deseo del esposo, fuente de tales dones. Cuando estos amigos del novio, oyendo la voz del novio, se alegran y exultan 1Jn 3,29), la esposa exclama: "Que me bese con los besos de su boca". El Espíritu hace hablar así a la esposa, pues "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir lo que nos conviene; mas el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rom 8,26-27).

Así, pues, una vez que la esposa ha recibido del esposo, además de la dote, los regalos esponsales, ahora se ve atormentada por el deseo de su amor; se consume, abatida, lejos de su esposo y anhela verlo y disfrutar de sus besos. Y como el esposo se demora, recurre a la oración a Dios, sabiendo que Él es el Padre del esposo. Levanta sus manos puras, sin ira ni contienda, vestida con decencia y modestia (1Tim 2,8s) y, abrasada por el deseo y atormentada por una herida interna de amor, lanza su oración a Dios y le pide: ¡Que me bese con los besos de su boca!

Es la oración de la Iglesia. Y lo mismo se puede decir de cada alma que busca la unión con Cristo, su esposo. Los dones recibidos no pueden satisfacer plenamente su deseo, por ello implora: ¡que me bese con los besos de su boca! "Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida que me beséis con beso de vuestra boca y que, de esta manera está siempre mi voluntad dispuesta a no salir de la vuestra" (Santa Teresa de Jesús). Imagen de este beso que el esposo, el Verbo de Dios, da a su esposa, es el beso que mutuamente nos damos en la Iglesia cuando celebramos los misterios.

Le sucede a la esposa lo mismo que a Moisés; después de haber hablado con Dios boca a boca (Ex 33,11), se sintió con deseos mayores de los besos de su boca, hasta pedir al Señor que le mostrara su rostro (Ex 33,12-18). Cuanto más se muestra el Señor mayor es el deseo de contemplarle. Su presencia no apaga la sed de él, sino que suscita el grito: Maranathá. Su amor suscita amor cada vez más ardiente. Gracias a las primicias del Espíritu (Rom 8,23) que ha recibido, la esposa siente el deseo de penetrar en las profundidades de Dios, que sólo conoce el Espíritu de Dios (1 Cor 2,10ss). Desea ser arrebatada, como Pablo, hasta el tercer cielo y escuchar las palabras inefables, que el hombre no puede pronunciar (2Cor 12,2s).

Como sus palabras son espíritu y vida 1Jn 6,63), quien se une a él, pasa de la muerte a la vida (Jn 5,24) y, con ello, se la enciende el deseo de llegar a la fuente de la vida 1Jn 4,14), que es la boca del esposo, de la que brotan palabras de vida eterna 1Jn 6,68). Pero para beber de esta agua es necesario acercar la boca a la boca del Señor: "Si alguno tiene sed venga a mí y beba" (Jn 7,37). El Señor, quiere que todos se salven (1Tim 2,4) y no deja a quienes lo desean sin el beso de su boca. Por ello reprocha a Simón el leproso: "Tú no me has besado" (Lc 7,45). Si lo hubieras hecho habrías quedado limpio de tu enfermedad. Pero como él no sentía amor, quedó insensible al deseo de Dios. La pecadora, en cambio, "porque amaba mucho", "desde que entré no ha dejado de besarme" (Lc 7,45.47).


d) Los dos Testamentos

Mientras la esposa está aún hablando, se le otorga lo que suplica: el esposo le da los besos que pide. Y ahora, al ver presente el esposo, excitada por la hermosura de sus pechos y la fragancia de su perfume, exclama: "Tus pechos4 son mejores que el vino, y el olor de tus perfumes, superior a todos los aromas". En tus pechos se ocultan "todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,3). El vino recibido antes de tu venida, por medio de la ley y los profetas, alegraba mi corazón (Sal 103), pero ahora, al contemplar los tesoros que escondían tus pechos, estupefacta de admiración, veo que son mejores que el vino. Es el vino bueno de Caná de Galilea. Cuando se acabó el viejo, Jesús dio otro vino mucho más excelente que el anterior: "Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el inferior; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora" (1Jn 2,lss).

Comenta Filón de Carpasia: Los dos pechos son los dos Testamentos, con los que son amamantados los hijos de la Iglesia. Esta bebida, palabra de la boca de Dios, que se derrama como lluvia, que cae como rocío sobre la hierba verde (Dt 32,1-2), es mejor que el vino. ¿Qué mayor alegría que escuchar en el primer Testamento: "Yo mismo cancelo tus pecados y no los volveré a recordar" (Is 43,25; Jr 31,34)? ¿Qué mayor gozo que volverse al Nuevo Testamento y oír: "Al que venga a mí no lo echaré fuera" 1Jn 6,37)? Como ambos pechos están adheridos al corazón, así los dos Testamentos proceden del mismo Espíritu, del corazón de Dios, que difunde su amor inagotable. Realmente puede decir la esposa: "Rebosante está tu copa, con la que me embriagas" (Sal 22,5). Y con Jeremías puede repetir: "Se me estremeció el corazón en mis adentros, me quedé como un borracho por causa de Yahveh y de sus santas palabras" (Jr 23,9). Ante la sublimidad de esta embriaguez del conocimiento de Cristo todo lo demás es nada (Flp 3,7-8). Con esta embriaguez los mártires iban cantando a la muerte. Sí, amaremos tus pechos más que el vino. "En este gozo el alma queda embebida con una manera de borrachez divina, suspendida de los pechos de su costado" (Santa Teresa de Jesús).


e) El buen olor de Cristo

Los perfumes del esposo, con su fragancia, deleitan a la esposa, que exclama: "¡El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas!". Es el olor del óleo con que eran ungidos los reyes y los sacerdotes. Pero Cristo no fue ungido con un óleo cualquiera, sino con el mismo Espíritu Santo. La esposa ya había conocido algunos aromas, es decir, las palabras de la ley y de los profetas, con las cuales, antes de venir el esposo, se había instruido, aunque vivía todavía como niña, bajo tutores y pedagogos: "Pues la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo" (Gál 4,lss; 3,24s). Con estos perfumes la esposa se preparaba para su esposo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, ella creció y el Padre le envió a su Unigénito. La esposa aspiró su fragancia divina y exclamó: "El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas". El perfume del Espíritu Santo, con el que fue ungido Cristo y cuyo olor percibe la esposa, se llama óleo de alegría (Sal 44,8), pues el gozo es fruto del Espíritu (Gál 5,22). Con este óleo ungió Dios al que amó la justicia y odió la impiedad (Sal 44,8). Por eso mismo se dice que el Señor su Dios le ha ungido con óleo de alegría más que a sus compañeros.

En las Catequesis mistagógicas de S. Cirilo de Jerusalén se dice a los neófitos: Bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo, adquiriendo una condición semejante a la del Hijo de Dios. Pues Dios, que nos predestinó a la adopción de hijos suyos, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Por esto, hechos partícipes de Cristo, que significa Ungido, no sin razón sois llamados ungidos. Fuisteis hechos cristos (o ungidos) cuando recibisteis el signo del Espíritu Santo; todo se realizó en vosotros en imagen, ya que sois imagen de Cristo. Él, en efecto, al ser bautizado en el río Jordán, salió del agua, después de haberle comunicado a ella el efluvio fragante de su divinidad, y entonces bajó sobre Él el Espíritu Santo en persona y se posó sobre Él. De manera similar vosotros, después que subisteis de la piscina bautismal, recibisteis el crisma, símbolo del Espíritu Santo con que fue ungido Cristo.

Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material, sino que el Padre, al señalarlo como salvador del mundo, lo ungió con el Espíritu Santo. Como dice Pedro: "Dios ungió a Jesús de Nazaret con poder del Espíritu Santo"; en los salmos hallamos estas palabras: "el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros". El Señor fue ungido con una aceite de júbilo espiritual, esto es, con el Espíritu Santo, llamado aceite de júbilo, porque es el autor del júbilo espiritual; pero vosotros, al ser ungidos materialmente, habéis sido hecho partícipes de la naturaleza de Cristo.

Por lo demás, no pienses que es éste un ungüento común y corriente. Pues, del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo, no es pan corriente, sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un ungüento simple o común, sino don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Tu frente y los sentidos de tu cuerpo son ungidos simbólicamente y, por esta unción visible de tu cuerpo, el alma es santificada por el Espíritu Santo, dador de vida.

Ni Salomón en todo el esplendor de su reino vistió como uno de los pequeños del reino de Cristo (Mt 6,28-29). Pues el nombre de Cristo, Ungido, es perfume derramado sobre nosotros, transformándonos en "el buen olor de Cristo" (2Cor 2,15). El nombre de Cristo es perfume derramado, cuyo olor se difunde allí donde es anunciado el Evangelio por la Iglesia (Mt 26,13). Por ello le aman las doncellas y corren tras él, como la hemorroísa, que se acercó a él por detrás y tocó la orla de su manto (Mt 9,20-22) y la cananea, que corría gritando detrás de él y fue escuchada (Mt 15,23). Ambas corrieron con su fe, como doncellas, detrás del Señor. También Pablo ha corrido su carrera en la fe.hasta llegar a la meta y recibir la corona de la gloria (2Tim 4,6ss). Este amor exultante entre el amado y la amada se irradia y envuelve a las doncellas que también se enamoran del amado. En torno a la amada se forma un círculo de compañeras, que se sienten atraídas por ella hacia el amado. Invitadas por la amada —"¡Corramos!"— emprenden el camino, o mejor, la carrera en busca del amado.


f) Tu Nombre es ungüento derramado

"Por eso te aman las doncellas". Israel dijo al Señor: Si aportas luz al mundo, tu nombre será enaltecido por todo el mundo: "Cuando vean a mis siervos, obra de mis manos en medio de ellos, santificarán mi nombre" (Is 29,23). Todos te bendecirán cantando a coro: "¡Se han visto, oh Dios tus procesiones: delante los cantores, los músicos detrás y en medio las doncellas tocando adufes!" (Sal 68,26). A la voz de tus prodigios con la casa de Israel, todas las naciones oyeron tu fama. Tu nombre, que es más puro que el ungüento de la consagración de reyes y sacerdotes (Ex 30,22-33), se ha difundido por toda la tierra. La hija de Sión desea que todas las naciones conozcan el Nombre del único Señor y proclamen su gloria.

"Perfume derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas y corren al olor de tus perfumes". Estas palabras, dice Orígenes, encierran una profecía. Con la venida de nuestro Señor y Salvador, su nombre se difundió por toda la tierra: "Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan" (2Cor 2,15), es decir, las doncellas, que están creciendo en edad y en belleza, que cambian constantemente, de día en día se renuevan y se revisten del hombre nuevo, creado según Dios (2Cor 4,16; Ef 4,23). Por estas doncellas se anonadó (F1p 2,7) aquel que tenía la condición de Dios, a fin de que su nombre se convirtiera en perfume derramado, de modo que no siguiera habitando en una luz inaccesible (1Tim 6,16;F1p 2,7), sino que se hiciera carne 1Jn 1,14), para que estas doncellas pudieran atraerlo hacia sí. Ellas le atraen mediante la fe en su nombre, porque Cristo, al ver a dos o tres reunidos en su nombre, va en medio de ellos (Mt 18,20), atraído por su fe y comunión. Cuando lleguen a la unión plena con Cristo se harán un solo espíritu con él (1 Cor 6,17), según su deseo: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también éstos sean uno en nosotros" (Jn 17,21).

Y si la esposa, prisionera de un solo sentido, el olfato, corre al olor de los perfumes del esposo, ¿qué hará cuando el Verbo haya ocupado también su oído, su vista, su tacto y su gusto? El ojo, cuando logre ver su "gloria como de Unigénito del Padre" (Jn 1,14), ya no querrá en adelante ver ninguna otra cosa; ni el oído querrá oír a nadie, sino al Verbo de vida y salvación (1 Jn 1,1). Ni la mano, que haya tocado al Verbo de la vida (1Jn 1,1), querrá ya tocar nada material, frágil o caduco; ni el gusto, cuando haya gustado la bondad del Verbo de Dios, su carne y el pan que baja del cielo (Hb 6,5; Jn 6,52ss; 6,33), soportará ya el gustar otra cosa. En comparación con la dulzura y suavidad del Verbo, cualquier otro sabor le parecerá áspero y amargo, y por ello se alimentará sólo de él. El que sea hallado fiel en lo poco, será puesto al frente de lo mucho (Mt 25,21), gustará y penetrará en el goce del Señor (Sal 26,4), conducido a un lugar que, por su abundancia y variedad, recibe el nombre de lugar de delicias (Sal 33,9; Ez 28,13s). Allí se le dice: Deléitate en el Señor (Sal 36,4). Pero no se deleitará con un solo sentido, el de comer y gustar, sino también con el oído, con la vista, con el tacto y con el olfato, pues correrá al olor de sus perfumes. Así se deleitará con todos sus sentidos en el Verbo de Dios.

Ciertamente se trata de los sentidos espirituales del hombre interior, que se han ejercitado en discernir el bien del mal. El olfato de la esposa, con el que percibe el olor del perfume del esposo, no se refiere al sentido corporal, sino al olor divino del hombre interior. Éste es el sentido que, al percibir el olor de Cristo, conduce de la vida a la vida. La Escritura habla constantemente de estos sentidos espirituales. Así está escrito: "El precepto del Señor es lúcido y alumbra los ojos" (Sal 18,9). ¿Qué ojos son los que alumbra la luz del precepto? Y de nuevo: "El que tenga oídos para oír, que oiga" (Mt 13,9). ¿Qué oídos son éstos, pues sólo el que los tiene oye las palabras de Cristo? Y además: "Somos buen olor de Cristo" (2Cor 2,15). Y en otro lugar: "Gustad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 33,9). Y ¿qué dice Juan? "Lo que tocaron nuestras manos del Verbo de la vida" (1Jn 1,1). ¿Piensas que en todos estos pasajes no se habla de los sentidos espirituales del hombre interior (Rom 7,22)?

g) Cámara nupcial

¡Arrástrame, correremos tras de ti! Cuando la casa de Israel salió de Egipto, la Shekinah del Señor los guiaba, yendo delante de ellos en forma de columna de humo de día y de columna de fuego de noche (Ex 13,21). Los justos de aquella generación decían: Señor, arrástranos tras de ti y correremos detrás de tu Ley; haznos llegar a los pies del Sinaí y danos tu Ley y exultaremos y nos gozaremos con ella; nos acordaremos de ella y te amaremos. El recuerdo de tus palabras engendrará y custodiará el amor hacia Ti, alejando de nosotros la infidelidad y la idolatría de las naciones. Y cuando la comunidad de Israel entró en la tierra dijo: Por habernos introducido en una tierra buena y espaciosa "correremos tras de ti". Porque has hecho posarse tu Shekinah en medio de nosotros "correremos tras de ti". Y si la alejas de en medio de nosotros también "correremos tras de ti", en busca de ella.

Dios cumple la súplica ¡Arrástrame. incitando contra Israel a sus enemigos vecinos. Se asemeja a un rey que se enojó con la reina e incitó contra ella a sus malvados vecinos y ella comenzó a exclamar: "¡Oh rey, mi señor, sálvame!". Así hizo Dios con su esposa, la comunidad de Israel: "cuando los sidonitas, amalequitas y ammonitas os oprimieron, clamasteis a Mí y yo os libré de su mano" (Ju 10,11). Se asemeja a un rey que tenía una hija única y estaba ansioso por conversar con ella. ¿Qué hizo? Hizo una proclama: "¡Que todo el pueblo vaya al campo de juego!". Cuando todos estaban en el campo de juego, hizo una señal a sus siervos y éstos se echaron sobre ella de repente como si fueran salteadores. Ella, entonces, comenzó a gritar: "¡Padre, padre, sálvame!". Él le dijo: "Si no te hubieran hecho esto, no habrías gritado: ¡Padre, padre, sálvame!".

Así también, cuando los israelitas estaban en Egipto, los egipcios los oprimían, y ellos comenzaron a gritar y a alzar sus ojos hacia el Señor: "acaeció, al cabo de aquellos largos días, que falleció el rey de Egipto y los hijos de Israel gemían bajo la servidumbre y clamaron" (Ex 2,23), y al punto él "escuchó su lamento" (Ex 2,24) y los sacó con mano fuerte y brazo extendido. El Señor estaba ansioso por oír su voz, pero ellos no querían. Hizo que el Faraón cambiara de opinión y los persiguiera: "endureció Yahveh el corazón del Faraón, rey de Egipto, y los persiguió" (Ex 14,8). Cuando los israelitas vieron a los egipcios a sus espaldas, alzaron los ojos el Señor y gritaron en su presencia: "Los israelitas alzaron sus ojos y allí estaban los egipcios" y "gritaron los israelitas a Yahveh" (Ex 14,10) con el mismo grito que habían dado en Egipto. Cuando Él les oyó, les dijo: "Si no os hubiera hecho esto, no habría oído vuestra voz". Y al punto "les salvó Yahveh en aquel día" (Ex 14,30).

La súplica ¡Arrástrame! significa, por tanto: ponnos en peligro o haznos pobres y "correremos tras de ti". Cuando Israel se ve obligado a comer algarrobas, entonces lace penitencia. Por ello dice R. Aqiba: "La pobreza le cuadra a la hija de Jacob como cinta roja en el cuello de un caballo blanco". La pequeña hija de Sión desea correr hacia el amado, pero siente su debilidad. Sus piernas no son capaces de llevarla donde su corazón anhela. Su única fuerza es el deseo. Por ello implora al amado que la transporte con él; que el carro de fuego de su amor la arrebate hasta su morada, como hizo con Elías.

Después que la esposa ha indicado al esposo que las doncellas, prendidas de su olor, corrían en pos de él, dice que el rey la ha introducido en su cámara del tesoro, mostrándola todas las riquezas reales, y ella se alegra con-templando los secretos y misterios del rey. La cámara del tesoro de Cristo, el depósito de Dios en que Cristo introduce a la Iglesia o al alma que está unida a él es lo que Pablo dice: "Pero nosotros poseemos el sentido de Cristo, para conocer lo que Dios nos ha dado" (1 Cor 2,16.12) Es "lo que ni el ojo vio ni el oído oyó ni subió al corazón del hombre, y que Dios preparó para los que le aman" (1 Cor 2,9). Allí, en la cámara de los tesoros del rey, "están ocultos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia" (Col 2,3). Es lo que había prometido por el profeta: "Te daré los teso-ros ocultos, escondidos, invisibles. Te los abriré, para que sepas que yo soy el Señor tu Dios, el que te llamó por tu nombre, el Dios de Israel" (Is 45,3).

Arrastrada por el esposo, la esposa dice con satis-facción: "Me ha introducido el rey en sus habitaciones. Exultaremos y nos alegraremos por ti". Israel es arrastrado por Dios a la alegría y al júbilo: "Alégrate sin freno, hija de Sión" (Za 9,9). "Mucho me alegraré en Yahveh" (Is 61,10). "Alegraos con Jerusalén" (Is 66,10). "Regocíjate y alégrate, hija de Sión" (Za 2,14). "Prorrumpe en gritos de júbilo y exulta" (Is 54,1). "Exulta y grita de júbilo" (Is 12,6). "Mi corazón ha exultado en Yahveh" (1 Sam 2,1). "Exulta mi corazón, y con mi canto le alabo" (Sal 28,7). "Aclama a Yahveh, tierra toda" (Sal 98,4). "Aclamad a Dios con voz de júbilo" (Sal 47,2).

Al ser introducida en la cámara del tesoro del rey, se convierte en reina. De ella se dice: "Está la reina a tu derecha, con vestido dorado, envuelta en bordado" (Sal 44,10). Y con ella "serán llevadas al rey las vírgenes; sus compañeras te serán traídas a ti entre alegría y algazara; serán introducidas en el palacio real" (Sal 44,15). Y ¿cómo el rey tiene una cámara del tesoro en la que introduce a la reina, su esposa, así también ella tiene su propia cámara del tesoro, donde el Verbo de Dios la invita a entrar, a cerrar la puerta y a orar al que ve en lo secreto (Mt 6,6).