FENOMENOLOGÍA DE LO SAGRADO


Mircea Eliade, el más conocido y perseverante especialista en la fenomenología de lo sagrado, continúa, en cierto modo, la tarea del primer estudio importante sobre el tema como categoría a se: Rudolf Otto1. Otto se sitúa en una perspectiva luterana: de ahí su acentuación de la irracionalidad de lo numinoso, ese mysterium tremendum, por el cual el hombre se siente a la vez atraído y repelido. Lo sagrado es de tal manera «otra cosa» que el hombre no puede referirse a él nada más que a través de una simbología que tiene poco que ver con la analogía del ser. Lo numinoso, lo divino, es lo Absoluto, el Todo; el hombre no es nada. Y sin embargo, esa nada experimenta la acuciante necesidad de referirse al Todo, de abandonarse a él. La lógica de lo sagrado es distinta, para Otto, de la lógica natural. En ésta vale el principio de no contradicción; en aquélla lo contradictorio puede ser verdadero simultáneamente.

Eliade se sitúa en otra perspectiva, más racionalista, si cabe hablar así. Estudia lo sagrado en constante relación con el opuesto: lo profano. «El hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta, porque se muestra como algo diferente por completo de lo profano»2.

' R. OTTo, Das Heilige (1917), trad. castellana, Lo santo, Revista de Occidente, Madrid 1965.

2 M. ELIADE, Lo sagrado y lo profano, Guadarrama, Madrid 1979, 1' ed., pp. 18-19. Cfr. también Tratado de historia de las religiones, Ed. Cristiandad, Madrid 1974. Otras obras de ELIADE traducidas al castellano: Herreros y alquimistas, Taurus, Madrid 1959; El Chamanismo, D.C.E., México 1960. Aquí no interesa propiamente la perspectiva empírica de una historia de los fenómenos religiosos, sino la caracterización de lo sagrado.

Estas manifestaciones de lo sagrado se llaman hierofanías: algo sagrado se nos muestra. «De la hierofanía más elemental (por ejemplo, la manifestación de lo sagrado en un objeto cualquiera, una piedra, un árbol) hasta la hierofanía suprema que es, para un cristiano, la encarnación de Dios en Jesucristo, no existe solución de continuidad. Se trata siempre del mismo acto misterioso: la manifestación de algo completamente diferente, de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que forman parte integrante de nuestro mundo natural, profano»3.

Así, frente a la catalogación de lo sagrado como lo tremendo fascinante (Otto), Eliade insiste en la compleja dualidad de que en algo común se nos manifieste lo completamente diferente. «Nunca se insistirá lo bastante sobre la paradoja que constituye toda hierofanía, incluso la más elemental. Al manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues continúa participando del medio cósmico circundante»4.

Hay que notar, sin embargo, que no es exacto identificar lo sagrado con la manifestación de lo sagrado. La posición de Mircea Eliade tiene el peligro de considerar lo sagrado como una categoría humana, una creación del hombre, una necesidad de modificar de una manera completamente insólita la misma realidad corriente. En una perspectiva auténticamente religiosa, lo sagrado es lo divino (ontológico) manifestado a los hombres. Quiere esto decir que pueden quedar en pie la mayoría de los análisis de Eliade, pero después de esa importante aclaración.

Como lo sagrado no se aleja del mundo, es comprensible que la experiencia religiosa tienda a sacralizar el espacio y el tiempo. «La experiencia del espacio sagrado hace posible la fundación del mundo: allí donde lo sagrado se manifiesta en el espacio, lo real se desvela, el mundo viene a la existencia. El Mundo se deja captar en tanto que mundo, en tanto que Cosmos, en la medida en que se revela como mundo sagrado»5.

3 ELIADE, Lo sagrado..., p. 19.
4
ELIADE, Lo sagrado..., p. 19.
5 ELIADE,
Lo sagrado..., pp. 59-60.

Cosa parecida sucede con el tiempo: «El hombre religioso conoce dos clases de Tiempo: profano y sagrado. Una duración evanescente y una serie de eternidades recuperables periódicamente durante las fiestas que constituyen el calendario sagrado»6. Eliade subraya lo específico, en este contexto, del cristianismo: «Por haber encarnado Dios, por haber asumido una existencia humana históricamente condicionada, la Historia se hace susceptible de santificarse. El illud tempus evocado por los Evangelios es un Tiempo histórico claramente limitado —el Tiempo en que Poncio Pilato era gobernador de Judea—, pero fue santificado por la presencia de Cristo. El cristiano contemporáneo que participa en el tiempo litúrgico se incorpora al illud tempus en que vivió, agonizó y resucitó Jesús; pero no se trata ya de un Tiempo mítico, sino del Tiempo en que Poncio Pilato gobernaba Judea. Para el cristiano, también el calendario sagrado reproduce indefinidamente los acontecimientos de la existencia de Cristo, pero estos acontecimientos se desarrollaron en la Historia; ya no son hechos que sucedieran en el origen del Tiempo, "al comienzo" (con la particularidad de que para el cristianismo el Tiempo comienza de nuevo con el nacimiento de Cristo, pues la encarnación funda una situación nueva del hombre en el Cosmos)»7.

Dejando a un lado la fenomenología de lo sagrado y las distintas hierofanías, ritos, fiestas, etc., catalogados con minuciosidad por Eliade, ¿cuál es su posición ante la situación actual, cuando se da —según algunos— el fenómeno de la desacralización?

«Cualquiera que sea el contexto histórico en que esté inmerso, el horno religiosus cree siempre que existe una realidad absoluta, lo sagrado, que trasciende este mundo, pero que se manifiesta en él y, por eso mismo, lo santifica y lo hace real. Cree que la vida tiene un origen sagrado y que la existencia humana actualiza todas sus potencialidades en la medida en que es religiosa, es decir, en la medida en que participa de la realidad»8. En otros términos, la concepción auténtica de lo sagrado no ha sido vista nunca como una «ilusión», como «un suplemento» de este mundo. Existen cosas profanas, pero las cosas sagradas son las auténticas realidades; sin lo sagrado no existiría lo profano.

6 ELIADE, Lo sagrado..., p. 93.
7
ELIADE, Lo sagrado..., pp. 98-99.
8 ELIADE, Lo sagrado..., p. 170.

«Es fácil ver la separación existente entre este modo de estar en el mundo y la existencia del hombre arreligioso. Ante todo se da el hecho de que el hombre arreligioso rechaza la trascendencia, acepta la relatividad de la realidad e incluso llega a dudar del sentido de la existencia (...) El hombre moderno arreligioso asume una nueva situación existencial: se reconoce como único sujeto y agente de la historia, y rechaza toda llamada a la trascendencia. Dicho de otro modo: no acepta ningún modelo de humanidad fuera de la condición humana, tal como se puede descubrir en las diversas situaciones históricas. El hombre se hace a sí mismo y no llega a hacerse completamente más que en la medida en que se desacraliza y desacraliza al mundo. Lo sacro es el obstáculo por excelencia que se opone a su libertad. No llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último dios»9. Naturalmente, todo esto no se presenta por igual en todas partes, ni con esta dramaticidad. Existe una actitud, muy difundida, que concede relevancia a lo religioso, en el mismo plano que lo estético: como creación humana. Una «religiosidad inmanente» que adquiere distintas formas, incluso las de la divinización de la política, del arte, de la ciencia, de la misma condición desolada y limitada del hombre.

9 ELIADE, Lo sagrado..., pp. 170-171.

Eliade supone que estas formas de religiosidad inmanentes son consecuencias del proceso de desacralización: «La mayoría de los hombres sin-religión se siguen comportando religiosa-mente, sin saberlo. No sólo se trata de la masa de supersticiones o de tabús del hombre moderno, que en su totalidad tiene una estructura o un origen mágico-religioso. Hay más: el hombre moderno que se siente y pretende ser arreligioso dispone aún de toda una mitología camuflada y de numerosos ritualismos degradados. Los regocijos que acompañan al Año Nuevo o a la instalación en una nueva casa presentan, en forma laica, la estructura de un ritual de renovación. Se descubre el mismo fenómeno en el caso de las fiestas y alborozos que acompañan al matrimonio o al nacimiento de un niño, a la obtención de un nuevo empleo, de una promoción social, etc.»10

Mircea Eliade se detiene en esta comprobación. Pero se puede ir más allá. El comportamiento materialmente religioso de los hombres arreligiosos, ¿qué indica? Por lo menos, que el hombre cuenta con una insuprimible necesidad de trascendencia, consecuencia a su vez de su limitación y de la aspiración a traspasarla.

10 ELIADE, Lo sagrado..., pp. 170-171.