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EL
PROYECTO DE JESÚS
ES
EVIDENTE para todos nosotros que la sociedad en que vivimos, a pesar de sus
logros y de sus muchas ventajas, es una sociedad que no nos gusta, desde muchos
puntos de vista. En este sentido, el malestar, que se percibe por todas partes,
es una cosa que salta a la vista de todo el mundo. De ahí la aspiración de
tantas personas, que desean, de una manera o de otra, una nueva sociedad. Una
sociedad más humana, más fraterna, más solidaria; una sociedad, en
definitiva, más digna del hombre.
Ahora
bien, habida cuenta de este estado de cosas, mi pregunta es la siguiente: ¿Qué
incidencia tiene hoy el cristianismo en esta sociedad? Quiero decir, ¿se puede
asegurar que el cristianismo y los cristianos somos un agente de cambio
fundamental para transformar la sociedad en que vivimos? ¿Es el cristianismo,
por consiguiente, una fuerza revolucionaria que tiende eficazmente a transformar
las condiciones injustas que se dan en nuestro mundo y en nuestra sociedad?
A
mí me parece que esta pregunta es no sólo importante, sino sobre todo
enteramente esencial en este momento. Por una razón que se comprende enseguida:
hoy no basta hablar de la verdad (en abstracto) de una cosa; lo que interesa,
ante todo y sobre todo, es la significatividad de esa cosa. qué significado
tiene esto para el hombre, para nosotros, para cada persona en concreto. Ahora
bien, hay significatividad donde hay eficacia. Quiero decir, una cosa puede ser
muy verdadera, pero si no sirve para nada, no interesa. Sencillamente porque es
algo que no tiene un significado concreto y práctico.
Pues
bien, a la luz de esta sencilla reflexión, vuelve mi pregunta de antes: ¿Qué
incidencia tiene el cristianismo hoy en la sociedad? O dicho de manera más
sencilla: ¿Para qué sirve el cristianismo en nuestro tiempo y en nuestra
sociedad?
Al
intentar responder a esta pregunta, no hay más remedio que reconocer un hecho
que salta a la vista: la moralidad, tanto privada como pública, no es más alta
en los países cristianos que en los que lo son. Es verdad que hay aspectos de
la moralidad en los que parece que sí hay diferencia, por ejemplo en la
estabilidad de la familia o en ciertos aspectos que se refieren a la sexualidad.
Pero también es cierto que existen otros sectores de la vida en los que la
moralidad es más baja, en muchos países profundamente marcados por el
cristianismo, que en otros pueblos que no son cristianos, por ejemplo en ciertos
sectores de la ética como son la práctica de la justicia, el sentido de la
responsabilidad en el trabajo o, en general, los deberes cívicos a distintos
niveles. En este sentido, pienso que sería elocuente hacer un estudio sociológico
comparativo entre la sociedad española y la sociedad japonesa, por poner un
ejemplo concreto. Y pienso que los ejemplos, en esta línea, se podrían
multiplicar sin especial esfuerzo. Con lo cual se vuelve a plantear la misma
pregunta de antes: ¿Para qué sirve el cristianismo en nuestro tiempo y en
nuestra sociedad?
Si
no me equivoco, todo esto nos lleva espontáneamente a pensar, o al menos a
sospechar, que quizá existe un fallo muy profundo en nuestra manera de entender
y vivir el mensaje de Jesús de Nazaret. Es decir, yo creo que todo esto nos
obliga a preguntarnos si no será que hemos equivocado el camino en puntos muy
esenciales del mensaje cristiano. O dicho de otra manera, todo esto nos obliga a
preguntarnos en qué consiste la cuestión esencial que el mensaje de Jesús
plantea a los hombres de nuestro tiempo, concretamente a cada uno de nosotros en
este momento.
1.
El mensaje del Reino
en
la predicación de Jesús
Hoy
está fuera de duda que el centro mismo de la predicación y del mensaje de Jesús
está en su enseñanza sobre el reino de Dios. El evangelio de Marcos lo ha
resumido muy bien con estas palabras programáticas: "Cuando detuvieron a
Juan (el Bautista), Jesús se fue a Galilea a pregonar de parte de Dios la buena
noticia. Decía: Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmiéndense
y crean la buena noticia" (Mc 1,14-15). En estas palabras hay dos cosas muy
claras: por una parte, que el mensaje esencial de Jesús era su predicación
sobre el Reino; por otra parte, que esa predicación sobre el Reino es la
"buena noticia", el evangelio que Jesús tenía que proclamar. Por
consiguiente, queda claro que el centro mismo del evangelio es la predicación
sobre el reinado de Dios 2
Pero
¿qué quería decir Jesús cuando hablaba del reino de Dios?
Empecemos
por una observación sobre el término. Como ha probado muy bien el profesor
Joachim Jeremias, consta con seguridad que, para el oriental, la palabra malkut
tenía un significado distinto al de la palabra "reino" para el
occidental. Porque en el Antiguo Testamento sólo muy escasas veces designa malkut
un reino en sentido local, un territorio. Sino que designa casi siempre el
poder de gobernar, la autoridad, el poderío de un rey. Pero no se entiende
nunca malkut en sentido abstracto, sino siempre como algo que se está
realizando. Por consiguiente, el reino de Dios no es un concepto espacial ni un
concepto estático, sino un concepto dinámico. Designa la soberanía
real de Dios ejerciéndose in actu. De ahí que la traducción más
adecuada no es la palabra "reino" sino más concretamente
"reinado" de Dios.
Ahora
bien, ¿que sentido tiene, en la predicación de Jesús, este reinado de Dios?
Una cosa es clara: decir que Dios va a reinar es lo mismo que decir que se va a
imponer el designio de Dios, la voluntad de Dios, lo que Dios efectivamente
quiere. Porque eso eslocaracterístico del rey, según el concepto antiguo de la
realeza: el soberano es el que manda, el que por eso impone su voluntad. Pero ¿en
qué consiste eso más en concreto?
Para
responder a esta cuestión hay que tener en cuenta que Jesús predicó su
mensaje a un pueblo que vivía de las ideas y de las tradiciones del Antiguo
Testamento. Por consiguiente, hay que echar mano de aquellas ideas y de aquellas
tradiciones para comprender lo que Jesús quería decir. Ahora bien, según las
ideas del Antiguo Testamento, existía en Israel una profunda corriente de
pensamiento según la cual se deseaba la venida de un rey que por fin iba a
implantar en la tierra el ideal de la verdadera justicia (Sal 44; 72; Is 11,3-5;
32,1-3.15.18). Porque para los israelitas eso era lo característico del rey: el
que establece e implanta la justicia en el mundo, tal como se describe en el
retrato del rey ideal en los salmos 45 y 72. En consecuencia, el significado del
rey estaba determinado, para los israelitas, entre otras cosas, por el sentido
que la justicia tenía para ellos 4. Pero ¿de qué justicia se trataba? Aquí
es decisivo destacar que no se trataba de la justicia en el sentido del derecho
romano: dar a cada uno lo suyo, emitir un juicio imparcial. La justicia del rey,
según las concepciones de los pueblos de oriente, y también según las
concepciones de Israel desde los tiempos más antiguos, consistía en defender
eficazmente al que por sí mismo no puede defenderse. De ahí que la justicia
consistiera, para Israel, en la protección que el rey prestaba —o debía
prestar— a los desvalidos, a los débiles y a los pobres, a las viudas y a los
huérfanos 5. En este sentido, el testimonio más claro es el que nos suministra
el salmo 72:
"Dios
mío, confía tu juicio al rey,
tu
justicia al hijo de reyes:
para
que rija a tu pueblo con justicia,
a
tus humildes con rectitud.
Que
los montes traigan paz para tu pueblo
y
los collados justicia;
que
él defienda a los humildes del pueblo,
socorra
a los hijos del pobre
y
quebrante al explotador...,
porque
él librará al pobre que pide auxilio
al
afligido que no tiene protector,
él
se apiadará del pobre y del indigente,
y
salvará la vida de los pobres;
el
vengará sus vidas de la violencia,
su
sangre será preciosa ante sus ojos".
(Sal
72,1-4.12-14)
En
este texto impresionante se ve el sentido que tenía, para los israelitas, la
idea de la justicia. Y la idea también del rey, que era quien tenía por misión
implantar en la tierra semejante justicia. Por eso, cuando Jesús dice en su
predicación que ya llega el reinado de Dios, lo que en realidad quería decir
es que, por fin, se va a implantar la situación anhelada por todos los
descontentos de la tierra; la situación en la que va a realizarse efectivamente
la justicia, es decir, la protección y la ayuda para todo el que por sí mismo
no puede valerse, para todos los desheredados de la tierra, para los pobres, los
oprimidos, los débiles, los marginados y los indefensos. Por eso se comprende
que, en la predicación de Jesús, el Reino es para los pobres (Lc 6,20), para
los niños (Mc 10,14), para los pequeños (Mt 5,19), en general para
todos los que la sociedad margina y desestima.
En
el fondo, ¿qué es lo que nos viene a decir todo esto? Está claro que aquí se
describe lo que podríamos llamar el ideal de una nueva sociedad. Una sociedad
digna del hombre, en la que finalmente se implanta la fraternidad, la igualdad y
la solidaridad entre todos. Y una sociedad, además, en la que si alguien es
privilegiado y favorecido, ése es precisamente el débil y el marginado, el que
por sí mismo no puede defenderse. De ahí que el reinado de Dios, tal como Jesús
lo presenta, representa la transmutación más radical de valores que jamás se
haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos,
del sistema social establecido. Este sistema, como sabemos de sobra, se basa en
la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación
del poderoso sobre el que no tiene poder. Frente a eso, Jesús proclama que Dios
es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir obviamente que
todos somos hermanos. Y si hermanos, por consiguiente iguales y solidarios los
unos de los otros. Además, en toda familia bien nacida, si a alguien se
privilegia, es precisamente al menos favorecido, al desgraciado y al' indefenso.
He ahí el ideal de lo que representa el reinado de Dios en la predicación de
Jesús.
Por
supuesto, este ideal no se reduce a un mero proyecto de justicia social. Porque
va mucho más lejos que todo eso, ya que solamente alcanzará su estadio
definitivo en la plenitud de la vida, en el más allá, cuando Dios sea todo en
todas las cosas. Además, el reinado de Dios supone y exige conversión, cambio
de mentalidad y de actitudes (Mc 1,15 par), adhesión incondicional al mensaje
de Jesús (Mc 4,3-20 par) y, en ese sentido, interioridad. Pero aquí es
fundamental comprender, de una vez por todas, que ni el estadio último del
Reino ni la interioridad que eso exige deben ser justificantes para mantener en
este mundo situaciones de injusticia en el sentido que sea. Todo lo contrario,
el estadio definitivo del Reino será solamente la consumación de la nueva
sociedad que antes he descrito sumariamente y que se tiene que prefigurar en
este mundo y en esta tierra, en las condiciones de nuestra sociedad actual.
Ahora
bien, de todo lo dicho se siguen algunas consecuencias fundamentales. Y la
primera de ellas es que el reinado de Dios, en la predicación de Jesús, no se
refería en modo alguno a la idea nacionalista que tenían los israelitas tan
metida en sus sentimientos patrióticos, sobre todo los grupos más fanatizados,
zelotas y sicarios 6 Jesús fue tajante a este respecto. Jamás, en su predicación,
dio pie para que el reino de Dios se interpretase en ese sentido nacionalista.
Es más, sabemos que Jesús defraudó y hasta irritó positivamente a los fanáticos
nacionalistas, como consta expresamente por el pasaje que cuenta el evangelio de
Lucas cuando Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,14-30). Y, en
general, sus enseñanzas en el sermón del monte, cuando habló del amor a los
enemigos (Mt 5,38-48), eran doctrinas que contradecían frontalmente a los
planteamientos de los revolucionarios de aquel tiempo. Decididamente, los
planteamientos de Jesús no van por el camino de ningún nacionalismo político,
ni tampoco por la vía de las alianzas con el poder de este mundo. Por eso el
reinado de Dios no se identifica con ninguna situación socio-política
determinada: ni con el ideal del Sacro Romano Imperio en la Edad Media ni con
los modernos proyectos de nacional-catolicismo (casos de Polonia, Irlanda y la
España del régimen de Franco), que han perdurado hasta nuestros días.
De
ahí que el reinado de Dios (segunda consecuencia), tampoco consiste en una
situación que se vaya a implantar por la fuerza de las armas o el poderío de
los ejércitos. Ni el reino de Dios consiste en una especie de golpe militar,
que por la fuerza haga que las cosas cambien. Todo eso está en los antípodas
del mensaje de Jesús.
Por
otra parte (y ésta es la tercera consecuencia), el reinado de Dios tal como lo
presenta Jesús no era, ni podía ser, el resultado de aplicar y vivir al pie de
la letra la ley religiosa de Israel. Este ideal de la ley estaba muy vivo en
ciertos sectores del pueblo judío en tiempos de Jesús . A eso se reducía, en
definitiva, la aspiración de los fariseos . Pero también Jesús defrauda las
aspiraciones de su tiempo y de su pueblo a ese respecto.
En
el mismo sentido hay que decir (cuarta consecuencia) que el reinado de Dios no
es tampoco el resultado de una práctica fiel y observante de las obras
religiosas: el culto, la piedad, los sacrificios. Jesús tampoco se refiere a
eso en su predicación. Con lo cual defraudó también las ideas y aspiraciones
de muchos hombres de su pueblo y de su tiempo: sacerdotes, saduceos, quizá
algunos grupos de esenios.
Y
todo esto, en última instancia, es así porque el reinado de Dios, como dije
antes, es la buena noticia, concretamente la buena noticia para los pobres, los
que sufren, los perseguidos y los marginados. Pero es claro que la única
"buena noticia" que se les puede dar a tales gentes es que van a dejar
de ser pobres, van a dejar de sufrir y van a salir de su situación desesperada.
He ahí la significación profunda del reinado de Dios en la predicación de Jesús
y en su sentido histórico y concreto para nosotros.
Por
último, me parece importante destacar que, a partir de todo lo que he dicho, se
comprende por qué el reino de Dios es algo contra lo que se usa la violencia,
como dice el propio Jesús (Mt 11,12; Lc 16,16). Es decir, el reino de Dios es
algo que tiene que soportar el enfrentamiento y la contradicción. ¿Por qué?
Muy sencillo, todos los que disfrutan y se ven privilegiados en la sociedad
presente es evidente que no quieren esa otra sociedad. Por eso la predicación
del reinado de Dios es una cosa que no se puede realizar impunemente. Porque
predicar el reino es predicar el cambio radical de la situación que vivimos. Y
es, por eso, amenazar directamente contra este orden de cosas. Jesús anunció
las persecuciones, las cárceles y la misma muerte a sus discípulos (Mt
10,16-33 par). Y tenía que ser así. Porque el reino de Dios, que es la promesa
mejor que se puede hacer al mundo, es también, y por eso mismo, la amenaza más
radical para el presente orden constituido.
2.
Significado del reino de Dios para nosotros
Se
trata ahora de deducir algunas conclusiones de todo lo dicho hasta el momento. Y
la primera de esas conclusiones es que el y
el proyecto de Jesús, de acuerdo con todo lo que se ha dicho, no se puede
reducir ni a una moral individualista ni a la sola religiosidad. Digo esto
porque, si no me equivoco, en la práctica, a eso es a lo que se viene a
reducir, al menos en buena medida, la acción y la presencia de las Iglesias
cristianas, concretamente la Iglesia católica, en la actualidad. En efecto, yo
creo que las Iglesias han dejado de ser profundo revulsivo social, en el sentido
indicado, y se han reducido prácticamente a ser organizaciones de servicios
religiosos puestos a disposición del público. Pero está claro que sólo a
base de servicios religiosos no se transforma la sociedad. En este sentido, no sólo
la experiencia, sino además la predicación de Jesús son un argumento
definitivo. Jamás se dice en el evangelio que a base de servicios religiosos se
va a conseguir que Dios reine efectivamente en el mundo. Es más, a mí me
parece que los servicios religiosos, siendo por supuesto necesarios, pueden, sin
embargo, entrañar un peligro. El peligro de que las Iglesias, al ver que la
gente acude a los templos, se sientan satisfechas y se lleguen a imaginar que así
cumplen con su misión en el mundo y en la sociedad. Si no me equivoco, esto
ocurre con bastante frecuencia en los ambientes cercanos a las distintas
Iglesias, por lo menos me parece que es muy claro en el caso de la Iglesia católica.
Nuestras liturgias, nuestros sacramentos, nuestras celebraciones nos fascinan y
nos entretienen, nos dan la impresión de que la vida cristiana marcha y
funciona pasablemente bien, cuando en realidad estamos como ciegos para ver lo
lejos que andamos del correcto camino trazado por Jesús de Nazaret. He aquí la
primera conclusión que cabe deducir del mensaje del reino de Dios.
La segunda conclusión es también importante. Y se
puede formular diciendo que el reinado de Dios tampoco consiste en la sola práctica
de la caridad, tal como se suele entender corrientemente. En efecto, la práctica
de la caridad, tal como se presenta en buena parte de las predicaciones eclesiásticas,
se reduce a mantener unas buenas relaciones interpersonales y a la ayuda al prójimo
por medio de la beneficencia. Por supuesto, tanto las relaciones interpersonales
como la beneficencia son cosas importantes y que debemos tomar muy en serio en
nuestra vida. Pero mediante unas buenas relaciones interpersonales y mediante la
práctica de la beneficencia es seguro que no se cambia la sociedad en que
vivimos. Es más, aquí vuelvo a decir lo de antes: las buenas relaciones
interpersonales y la práctica de la beneficencia nos pueden fácilmente engañar,
porque nos pueden hacer la ilusión de que las cosas van como tienen que ir,
cuando en realidad de lo que se trata es de cambiar la sociedad que tenemos.
Decididamente, las exigencias del Reino no se satisfacen mediante la sola práctica
de la caridad, en el sentido indicado. Hay que ir hasta la solidaridad, la
igualdad verdadera, la fraternidad incondicional, en un sistema de convivencia
que haga todo eso realmente posible y viable.
Por
otra parte y ésta es la tercera
conclusión, todo esto que vengo diciendo nos indica claramente que el proyecto
del reino de Dios es una utopía, en el sentido más estricto de esa palabra.
Utopía, en efecto, según la etimología del término, es lo que no tiene
lugar. Pero lo que ocurre es que la ideología del sistema da un paso más y va
más lejos al enjuiciar a todo proyecto utópico. Porque, para el sistema
establecido, la utopía es no sólo lo que no tiene lugar, sino además lo que
es imposible, lo irreal, lo puramente imaginario y onírico. De esta manera el
sistema descalifica lo que le molesta y lo reduce a la nada y a lo que no puede
ser. Sin embargo, de esa manera de pensar hay que decir que es también ideológica,
es decir, generadora de falsa conciencia, porque nos presenta las cosas como
realmente no son Quiero decir: la
utopía se puede concebir de otra manera muy distinta, ya que se puede entender
como la anticipación del futuro, de un futuro mejor, un futuro verdaderamente
justo y digno del hombre. Y eso justamente es lo que pasa con el proyecto del
Reino que he descrito sumariamente.
Para
ayudar a comprender lo que acabo de decir, voy a poner un ejemplo. Todos sabemos
las condiciones en que tenían que vivir los trabajadores cuando la gran
revolución industrial, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. A
aquellos hombres y mujeres les hacían trabajar hasta dieciséis o dieciocho
horas diarias, con unos jornales de miseria, en pésimas condiciones sanitarias
y sin seguros de ninguna clase. Pues bien, si a aquellas gentes les dicen que
iba a llegar el día en que iban a tener una jornada laboral de ocho horas con
el sábado y domingo pagados sin trabajar, que iban a tener además unas
vacaciones anuales de un mes también pagado, que iban a tener seguro de
enfermedad y de vejez, y que hasta si se quedaban sin trabajo les seguirían
pagando un sueldo suficiente para no morirse de hambre, es evidente que aquellos
trabajadores hubieran dicho que todo eso era una utopía formidable. Y sin
embargo, esa utopía es ya una realidad, no obstante las muchas limitaciones que
aún tiene nuestro derecho laboral. Pues de la misma manera se puede afirmar,
con todo derecho, que el proyecto del reino de Dios es una utopía. Es decir, se
trata de un proyecto que anticipa un futuro mejor. El proyecto de Jesús es
posible. Es realizable. Lo que pasa es que no se nos va a dar por arte de magia
o como resultado de un prodigio que Dios realiza sin nuestra colaboración. El
proyecto del Reino se hará realidad en la medida en que los cristianos tengan
fe en que ese proyecto es realizable. Y sobre todo, en la medida en que los
creyentes nos pongamos a realizarlo. Aunque cueste sudor y sangre, como ha
ocurrido con las reivindicaciones sociales que han logrado los trabajadores a lo
largo de la historia del movimiento obrero.
Pero
aquí debo hacer todavía una observación importante. El proyecto del reino de
Dios será siempre utopía, es decir, será siempre algo no plenamente realizado
en la historia. Porque ese proyecto apunta a una meta tan perfecta que será
siempre algo irrealizado en la condición histórica del hombre. Siempre nos
acercamos a él y siempre será algo plenamente inalcanzado. Porque en su
realización total, es un proyecto metahistórico. Siempre habrá hombres que se
acerquen a él, que lo vayan logrando más plenamente, pero de tal manera que
siempre estarán lejos de su realización total. Por eso he dicho antes que el
proyecto del reino de Dios será siempre utopía.
Por
lo demás, se comprende perfectamente lo que voy a decir al exponer la cuarta
conclusión. Esta conclusión se refiere a que el proyecto del Reino no se puede
implantar a nivel de toda la sociedad. Por una razón muy sencilla: el proyecto
del reino de Dios no se puede implantar por la fuerza de la imposición
colectiva. El proyecto del Reino tiene que venir mediante la conversión de los
corazones y de las conciencias. Es decir, el reinado de Dios se hará realidad
en la medida en que haya hombres y mujeres que cambie radicalmente su propia
mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el
dinero, el poder y el prestigio. Ahora bien, eso no se va a dar a nivel de toda
la población, es decir, a nivel de toda la sociedad. A no ser que pretendamos
caer en el totalitarismo y en la represión. En este sentido se comprende fácilmente
en qué consiste la alternativa que representa el proyecto del reino de Dios con
relación a los sistemas establecidos. Quiero decir lo siguiente: la libertad y
la igualdad son términos dialécticos. Si se privilegia uno, se excluye el
otro, cuando ambos se pretenden imponer a nivel de toda la sociedad. Y así
ocurre que en los países del Este se impuso una determinada igualdad, pero fue
a base de reprimir la libertad. Mientras que en los pueblos de Occidente se
privilegia la libertad, pero es a base de terribles desigualdades. Y a eso no
hay más alternativa que el proyecto de aquellos que, con plena libertad, se
proponen establecer entre ellos mismos la más plena igualdad. De lo
contrario, no tenemos más salida que la represión y el totalitarismo. Pero es
claro que eso sería el atentado más brutal y más directo contra el proyecto
de Jesús. En este sentido tienen razón los que piensan que las utopías pueden
desembocar fácilmente en el totalitarismo. El ejemplo de los regímenes
comunistas ha sido elocuente en nuestro siglo a este respecto. Pero aquí debe
quedar bien claro que el proyecto de Jesús va por otro camino y tiene un
sentido muy distinto. ¿En qué consiste ese camino? De ello trataremos en el
capítulo siguiente.