Prólogo


¿Dios es apático? Así se pensaba en la antigüedad: Dios no se ve afectado por lo que mueve al mundo, es insensible, invulnerable, impasible. «Libres los númenes de cualquier cuidado, a llanto condenan al mortal»
(Homero, Ilíada, XXIV, 661-662). ¡Ningún rastro de pasión!

Esas ideas influyeron largo tiempo en la teología cristiana en detrimento suyo. El Dios apático no es, de hecho, el Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento. Dios ama apasionadamente a su pueblo: «Mi corazón se me revuelve dentro, a la vez que mis entrañas se estremecen» (Os 11, 8). El amor le hace vulnerable: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3, 16). La cruz deja entrever lo profundamente vulnerable que es Dios. «Ni siquiera el Padre se ve desprovisto de pathos» (Orígenes).

El amor apasionado de Dios «desencadena» nuestra pasión por él: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12, 30). Y también aquí vale la regla de que el amor apasionado puede asumir la forma de la pasión, de la vulnerabilidad (¡Me eres simpático!). Amor y pasión están inseparablemente unidos. Quien se abre se hace vulnerable.

Esa pasión por Dios es la dinámica interior, el entusiasmo que vivifica los llamados consejos evangélicos. No se sitúan uno junto a otro, sino que son (como la fe, la esperanza y la caridad) una diversificación, condicionada por la naturaleza humana, de esa actitud fundamental en la que el hombre se deja asumir totalmente para el servicio de Dios: «Una vez que creí que Dios existe, comprendí que ya solamente podría vivir para él» (Charles de Foucauld). Los consejos son una invitación a la fe radical.

El acto fundamental de la fe cristiana es la obediencia, en cuanto que la fe es fruto de la escucha (cfr. Rm 10, 17), y el creyente, tras haber oído, obedece a Dios. Los consejos evangélicos culminan en la obediencia, están orientados a ella. No sin motivo, pues, la obediencia figura en este libro al final, como una meta, aun cuando se la podría (de forma teológicamente aún más coherente) situar al principio, como fundamento y condición de la posibilidad del celibato y de la pobreza.

Los consejos tienen su peculiar historia, con motivaciones y formas concretas de lo más variado. No recorreremos aquí su camino, a veces tortuoso. Lo que aquí nos interesa es comprenderlos en su calidad de consejos evangélicos, de voz del Evangelio. El Evangelio, tal como nos ha sido transmitido en la Escritura, debe, por tanto, tener la palabra decisiva.

La voz del Evangelio, que se deja sentir en los consejos, va dirigida a todo cristiano. Es una invitación a vivir de tal modo que se haga patente lo que fe e Iglesia significan. No a todos llama de la misma forma, pero a todos interesa directamente.