TU CREACIÓN ES HERMOSA

Ocurre, Señor, que de mi dolor me quejo yo en lamentaciones interminables, mientras que mi felicidad y mi alegría encuentran apenas un pobre Deo gratias. Pero temo que la oración que ha sido provocada por la necesidad no tiene ante ti tanto valor como el puro agradecimiento, el puro embelesamiento ante tu grandeza y tus bondades en mí.

¿Y no tengo motivos para darte gracias desinteresadas por tu creación? El nuevo hecho de que puedo decir tu creación ¿no es como una carta de nobleza para el mundo el que haya salido de tus manos? Tiene que haber algo grande en él. Un artista puede quizás estropear una obra porque ha tenido un mal momento, porque ya ha agotado su inspiración en obras anteriores, o posteriormente pueden echarla a perder otras manos, de malintencionados o chapuceros, pero siempre se ve en una obra antigua, aunque esté mal conservada, la mano maestra, el genio y la inspiración de su autor. Tú empero, Señor, eres el gran artista, eternamente joven e infinito, que nunca ha tenido un momento malo y sin inspiración, el que nunca se disminuye y empobrece, a quien nada puede fracasar, y aun-que a tu obra maestra se pueda más tarde mancharla y dañarla (¡eso hemos hecho nosotros, los hombres, muy a fondo y lo intentamos siempre todavía!), sin embargo no se conseguirá eso tan radicalmente como para que ya no se pueda contemplar a este mundo, como si no fuese la obra del más grande de los artistas ¡tu obra, Señor! Siempre se perciben en él las huellas de tus dedos, siempre lleva tu firma. Los teólogos me dicen que todo ser creado es una imitación de tu ser absoluto, un ser totalmente distinto, pero de alguna manera imagen de tu plenitud, e incluso me dicen que lo creado es una participación de tu ser. Todo lo que en las creaturas es valioso, verdadero, bueno y bello está de alguna manera prefigurado e incluso contenido en ti. Tu creación no puede tener nada que tú no poseas, y no ser nada (¡el pecado y el vicio son solamente una carencia, una negación, un no ser!), ser verdaderamente algo que tú no hayas sido en un grado mucho más alto e intensivo. Todo lo que existe es un espejo que sola-mente refleja tu luz, que recibe tu resplandor y lo debe devolver. Ya sé que en realidad no acaba por conseguirlo, tú eres infinito y las cosas son pequeñas, dignas de compasión y de piedad. «Todo lo terrestre es solamente un parecido» y todos los parecidos dependen de otro. Pero en alguna parte se encuentra algo común, común analógica-mente, semejante y desemejante, o para utilizar las palabras del Maestro Eckehart: No hay nada tan parecido' como tú y tu mundo, pero no hay nada tan diferente como tú y tu mundo. No hay nada que al mismo tiempo sea tan parecido y tan diferente como tú y tu creación; ¡cómo debo jugar con las palabras para abarcarte de alguna manera, ya que tú eres tan grande y tan misterioso! Y quizás te rías tú sobre nuestras palabras complicadas y sobre los ampulosos aspavientos y sobre todo lo que nosotros llamamos ciencia de Dios... ¡Qué pobres somos nosotros! De alguna manera estás tú metido en tu creación, de alguna manera has dejado en la obra de tus manos algo de tus secretos, y nosotros investigamos y pensamos y cavilamos a ver si no podríamos llegar a ti desde tus huellas y agarrarte, a ver si no podríamos desvelar y des-cubrir algo de tus misterios. De alguna manera son para mí este florido árbol en la pradera primaveral y el abigarrado otoño, con cuyos colores juega el sol, y la fuerza de la tempestad y la violencia del mar..., de alguna manera es todo esto imitación tuya, semejante a ti, me dice algo de ti. No es el pájaro quien canta en las mañanas de primavera, ni un hombre quien me dice una palabra bondadosa, ni el poeta quien me emociona con la fuerza de sus versos, ni el sonido lo que me llega desde las cuerdas vibrantes, sino que tú te encuentras en el gorjeo y en las palabras bondadosas y en los versos y en el acorde tras los cuales aspira mi corazón. Ningún niño me contempla con sus ojos inocentes (cómo me conmueve es-te brillo de los ojos infantiles y de la sonrisa de los niños) sin que tú no me contemples tranquilizándome y encantándome desde esos ojos. Y yo mismo, yo no experimentaría ninguna alegría ni ninguna felicidad, no tendría ningún pensamiento ni ningún sentimiento si tú no estuvieses en mí. Siempre solamente tú, tú... tú eres toda hermosura y todo resplandor, tú el que te ocultas detrás de tus creaturas y juegas conmigo al escondite, tú el inmenso. Pero por otra parte siempre son las cosas demasiado pequeñas para poder ocultarte totalmente de mí, siempre desbordas tú a tus cosas y yo te veo a ti. Las cosas se comportan como si quisiesen ocultarte, pero en realidad lo que desean es manifestarte. He oído hablar de una leyenda que se cuentan unos a otros los pigmeos en la selva virgen acerca de su Dios. Dios habita en una tienda totalmente solo y a nadie le es lícito acercársele. Solamente su hija puede de vez en cuando llevarle y dejarle una vasija de agua delante de su puerta, pero inmediatamente debe volver a marcharse. Sin embargo, una vez se quedó escondida cerca para ver qué hacía el padre lleno de misterios con su agua, y entonces vio cómo una mano se extendía fuera de la tienda hacia el agua, y que esta mano era muy hermosa... ¿No eres tú aquél de quien se cuentan esas cosas? ¿Vives tú también en sus leyendas? ¿Tengo yo razón al pensar que es propiamente a ti a quien se refieren esas leyendas? ¿Y lo que se refiere a tu hermosa mano, que es lo único que vemos de ti, no es tu creación, tu hermosa gran creación? Tú te ocultas ciertamente en las tiendas de tu trascendencia, pero aquí está tu creación que en cierto modo ha recibido de ti un gran secreto y no puede mantenerlo porque es demasiado grande y demasiado pesado para ella, y me lo va insinuando a fin de que yo lo sepa... ¡Tu mano es la creación!

Pero no se trata solamente de que la creación sea tu creación y lleve tu sello, como cualquier cuadro hecho por mano del hombre lleva la firma de su autor. La creación no es solamente un libro en el que yo leo sobre ti. Se encierra en tu creación una realidad llena de misterios y un misterio real más allá del carácter simbólico de las cosas. Así leo yo en las primeras páginas de la Sagrada Escritura que en la mañanita del mundo contemplaste la creación y dijiste la palabra: «Todo es bueno.» Puedo imaginarme la mirada llena de amor con que tú la abarcaste y el placer con el que consideraste tu obra. Porque tú amas a tu creación en su totalidad, no solamente a los ángeles y a mí, también a los animales y al bosque y al prado y a las olas y a la tempestad. Tú los amas... ¡De lo contrario cómo podrían existir! Pero también sé que tu amor es distinto del mío. No sólo un amor que está ahí, y disfruta y se alegra y vuelve a marcharse de nuevo por sus caminos. Tu amor, Señor, es creador. Cuando tú me amas, quedo yo iluminado; cuando tú me amas, acontece algo en mí, se realiza una nueva creación, me convierto en tu hijo. A mi ser «creatura de Dios» se le añade la realidad de la filiación divina, la gracia, la nueva vida, el renacer en ti, el hombre nuevo; sobre la naturaleza llega lo sobrenatural. Y cuando tú ahora contemplas tus montes y tus mares y tu nieve y tu primavera..., ¿qué es lo que acontece cuando tú los contemplas amorosamente? ¿Quizás se trate solamente de que mientras las raíces de tus cosas se encuentran todavía agarradas a la oscura tierra, sus vértices más elevados se encuentren ya penetrando en tu cielo? ¿Qué pasa allí? ¿Estoy equivocado cuando pienso que en ellas se encuentra algo divino? ¿Algo divino me contempla desde tus cosas? Sí, Señor, ya sé que eso que me contempla no eres tú mismo; los panteístas están equivocados, te disminuyen. ¡Pero pese a todo se trata de algo divino! Sé de un hombre que lo entendió como ningún otro, Francisco de Asís; para él el árbol no era solamente un árbol, ni el pájaro sólo un pájaro, ni el agua solamente una combinación química. El se percibía fraternalmente unido a toda la creación, y llamaba hermano y hermana al lobo y al pájaro y al arbusto y al bosque, y al viento y a la ola. Y cuando llamaba a los animales, se presentaban y parecían comprender sus palabras, y escuchaban y hacían señales de asentimiento cuando les hablaba de su majestad y les pedía que te alabasen. El percibía eso divino en las cosas que las convertía en hermanas suyas. ¡Lo llamaba y ello le comprendía!

¿Y no lo he percibido también yo mismo? Si yo un viernes santo paseo a través de tu creación, Señor, me parece tu creación como un niño que está a punto de empezar a llorar. Tampoco me es para mí el árbol solamente un árbol ni el monte solamente un monte; todos ellos se vuelven atribulados junto a la tumba de tu Hijo; qué distintos aparecen ahí aunque sobre ellos resplandezca el día más sonriente de la primavera. Y otro ejemplo: Si yo he pecado y cometido una falta y me paseo en la tarde más hermosa por el bosque más hermoso, de nuevo se me presenta tu creación cambiada. La hermosa tarde ya no es para mí hermosa, y el hermoso monte ya no me satisface, es como si todo me contemplase lleno de espanto: «¿Cómo has podido tú...?» Pero si yo he hecho una buena acción y soy un hijo de tu gracia y experimento tu amor en mí, entonces me parece como si las flores me hablasen con cariño, como si resplandeciesen más brillantes los glaciares, como si murmurasen las aguas más alegres, como si atravesase una gran sonrisa por tu mundo y una exultación conmigo, el hijo de Dios. Señor, ¿es esto solamente una ilusión? ¿Se trata únicamente de que yo pienso que el bosque llora, el viernes santo y el mundo está espantado por mi pecado y sealegra de mi buena acción? ¿Se trata solamente de que todo eso lo vierto yo en el mundo?

¡Supongamos que en parte sea así! Pero entonces viene Pablo y me dice que la creación espera anhelante que yo coloque todo eso en ella, esta comunidad de nuestro destino ante ti en la que el fulgor de mi filiación divina se rebosa sobre el bosque y los montes y las flores y los animales: «Porque el continuo anhelar de las creaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios, pues las creaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por razón de quien las sujeta, con la esperanza de que también ellas serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8, 19 22). ¿Cómo es eso? ¿Espera la creación a que yo me revele —en medio de su plenitud— como hijo de Dios? ¿Va a ser ella librada si yo la dejo entrar en mi esplendor de hijo de Dios? ¿Busca con ello la misma nobleza y la misma filiación divina, aunque a su manera? ¿Cómo debo entender esto? ¿Por qué gime, qué anhela? ¿Qué es lo que espera en ella como salvación? Señor, ¡son palabras difíciles las que me dice san Pablo! Pero de todas formas entiendo bastante en ellas: Yo debo ir a través de tu mundo, y debo dejar desbordarse sobre él el resplandor de lo sobrenatural y redimir su cautividad y su condena colocándolo a tu servicio (tu servicio es libertad y esplendor), debo besar y amar en él al secreto divino, yo debo hacer aparecer y florecer los brotes en él. Dos hombres van a tus montes. Los dos dicen que el mundo es hermoso. El uno empero es un pecador, el otro un santo. Uno solamente ve colores y formas, luz y sombras. El otro empero ve detrás de este mundo lleno de colorido a tu mano y a tu misterio y a tu Espíritu Santo, que vive en él y en él todo lo obra y lo dirige; entonces todo se ríe y se alegra porque uno ha podido desentrañar su secreto y descubrir sus fuentes que ahora brotan y brotan y no saben contar bastante de aquél que está por encima de ellas, el que las creó y el que las amó. Este segundo cantó:

Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyos son los loores, la gloria, el honor y toda bendición.

A ti sólo, Altísimo, convienen
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

Loado seas, mi Señor, con todas tus creaturas,
especialmente el hermano sol,
el cual hace el día y nos da la luz.

Y es bello y radiante con grande esplendor;
de ti, Altísimo, lleva significación.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas;
en el cielo las has formado claras, y preciosas, y bellas.

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y nublado y sereno y todo tiempo
por el cual a tus creaturas das sustentamiento.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
con el cual alumbras la noche,
y es bello y jocundo y robusto y fuerte.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.

Loado seas, mi Señor, por quienes perdonan por tu amor
y soportan enfermedad y tribulación.

Bienaventurados los que las sufren en paz,
pues de ti, Altísimo, coronados serán.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar;
¡ay de aquellos que mueran en pecado mortal!

Bienaventurados aquellos que acertaren a cumplir tu santísima voluntad
pues la muerte segunda no les hará mal.

Load y bendecid a mi Señor y dadle gracias
y servidle con gran humildad.

(Canto del sol de san Francisco de Asís.)