TÚ ERES LA PROVIDENCIA

Señor, yo puedo darte el nombre de Padre; tu Hijo me lo ha permitido y no solamente permitido, sino propiamente encomendado. ¿Pero eres tú en verdad mi padre? ¿Un padre que se preocupa? Se le conoce a un padre en que se preocupa por sus hijos; un hombre que ha dado la vida a su hijo y después prosigue su camino, ése no merece el nombre de padre. Tampoco tú, oh Señor, merecerías el nombre de padre si solamente nos hubieses colocado en este mundo y nos hubieses dejado a nuestra suerte, mientras tú te paseas por los caminos de la eternidad sin preocuparte de esos hombres que pueden verse allá cómo se las arreglan con tu mundo. Pero yo sé que tú no puedes ser así; tú debes interesarte por nosotros, tú debes preocuparte por nosotros e inquietarte por tu creación, de lo contrario no serías Dios. Pero, Señor, debo confesarte ahora que, si detengo mi vista sobre el mundo, no veo en él nada que me indique en verdad un padre y todavía más, un padre omnipotente, que se preocupase de este mundo con su providencia y sus cuidados paternales... Todo sigue en este mundo su paso inexorable y frecuentemente pisoteando a los particulares y a su dicha; cuán frecuentemente cae uno bajo las ruedas de esta tremenda maquinaria del mundo y de sus frías leyes, y pese a ello en realidad no debe caer un cabello de la cabeza del hombre más insignificante sin la voluntad del padre. Los hombres buenos se esfuerzan y no pueden hacerse valer; hombres creadores fallecen antes de haber producido su fruto; cosas preciosas y pensamientos valiosos se van al fondo, mientras que lo rastrero, lo corriente y lo vulgar se extiende, crece como hierba mala que se desarrolla, y es expresión proverbial que hierba mala no muere. Todo esto acontece y con demasiada frecuencia. Muchas veces parece como si gobernara solamente un hado sin sentido y destructor. Incluso parece a ratos como si algún malintencionado estuviese trabajando, algún maldito demonio que justamente cuando algo hermoso florece lo corta y lo destruye y que envenena cada primavera en su raíz (Romano Guardini). Siempre tiene validez aquello de «cayó una helada en la noche primaveral...»

Entonces viene uno y dice ¡providencia...!

Providencia sería si yo estuviese convencido de que nada ocurre al tuntún, sino que todo lo que ocurre, sea bueno o malo, cómodo o incómodo, todo tiene un sentido oculto, aunque de momento aparente ser un solemne sinsentido. Quizás yo no vea este sentido; me es difícil crer en él; pero pese a ello puedo estar totalmente seguro: ¡Ahí está! Y el sentido de todos los acontecimientos, incluso de todas las molestias y preocupaciones está de alguna manera subordinado a mí; yo debo sacar de él un provecho, también de las horas del monte de los Olivos y del camino de la cruz, y lo podré decir más tarde: Estuvo bien el que la cosa fuese así, así y no de otra manera... Ciertamente no es necesario que eso pueda decirlo yo así ya en este mundo.

Providencia, no hay que interpretarla como cualquier tipo sentimental de ordenación del mundo. Tu providencia no consiste en que tú, cada noche, como un duendecillo te precipites sobre lo que durante el día hemos escrito los hombres en las hojas de la historia, de la historia universal o de la historia de cada alma, y corrijas las faltas y aportes enmiendas —allí permanece todo bien limpio y tú no cambias ni una sola letra—. Providencia, yo en verdad no debo pretender que ella en mi vida actúe como en una novela mal escrita o en una película cursi, algo así: el héroe tiene que sobrepasar infinitas dificultades, combatir batallas desesperadas, la situación es irremediable y entonces aparece una fuerza inesperada, justamente en el momento en el que la cosa se hundía y lo resuelve todo en un final feliz. Señor, yo sé que no eres ningún guionista cursi ni ningún novelista sino el creador de los cielos y la tierra. Sé también, Señor, que no eres ningún maestro de escuela que se coloca detrás de sus discípulos y cuando su alumno tiene un error en el cálculo o se encuentra ante una dificultad, interviene al momento con su sabiduría. Tú, oh Señor, esperas lleno de tranquilidad a que este alumno, el hombre, llegue por su propio esfuerzo a un resultado correcto y sólo cuando el hombre ha agotado ya toda su sabiduría y sus latines, sólo entonces comienza tu sabiduría y tu cálculo. Tu providencia tampoco pretende que este mundo sea un mundo encantado y un Jauja en el que en todas las esquinas y rincones se realizan todas las maravillas posibles, los prodigios y las fantasías, de manera que se pudiese palpar tu providencia y todos pudiesen decir: «¡Ahí la tienes tú otra vez, la providencia de Dios!» ¡Tú no eres un colaborador de un periódico sentimental que ofrece a sus lectores únicamente noticias agradables!

Providencia significa en realidad que en ella debe considerarse todo, que por encima de este mundo hay una mirada, una mirada que percibe todo y a la que nada se le escapa de lo que a mí me pueda perjudicar o servir. Providencia significa que no acontece nada en el mundo sin que sea percibido y pesado y eso con relación a mi salud. Providencia significa que los hilos de este mundo de alguna manera se congregan en una mano de la que ninguno de ellos puede escaparse ni escurrirse, por muy complicados y anudados que estén, aunque pueda parecer como si no pudiese sacarse en toda la eternidad de esos hilos niguna trama con sentido, como si debiera todo ello permanecer, para siempre y por toda la eternidad, una madeja totalmente revuelta. Eso, una madeja terriblemente revuelta es lo que parece la historia de tu mundo, Señor, y también la pequeña historia de mi propia alma... Señor, me parece que este mundo es como un tapiz; lo contemplo por detrás y no veo sino un desordenado entrecruzarse de hilos, cuyo sentido no comprendo, pero por delante veo yo una bella obra o una representación artística y el sentido de cada uno de los hilos me resulta claro. Así es con tu mundo, pero en esta vida lo veo siempre sólo por detrás, veo siempre tan sólo el entrecruzarse de cosas y hombres y acontecimientos y sucesos y apariencias y retiradas, y no puedo comprender que cada uno de ellos debe estar así para que se realice el sentido de este mundo. ¡Y el sentido de este mundo eres tú! ¡Cómo me maravillaré cuando vea este tapiz de mi existencia alguna vez por el lado correcto, desde tu lado, sub specie aeternitatis!

Pero ahora, cuando no veo absolutamente nada de este sentido, resulta la providencia un objeto de mi fe y no una cosa de la experiencia, y de una fe que propiamente exige mucha inteligencia y mucho valor. El creer en tu providencia, eso significa que, incluso cuando se hunde todo en el mundo, cuando se destruyen las iglesias y también mi propia vida es destrozada voluntaria y malintencionadamente, y se la hunde a fondo, hay que tener entonces el valor de decir: ¡Y pese a ello hay ahí un sentido secreto, pese a ello, lo que yo veo en las cosas y en los sucesos, eso no es todo, pese a ello todo resultará bien, y todo debe ayudarme a mi mayor bien! El creer en la providencia significa también entonces, cuando mi propia vida está pasando a través de la noche y de la enfermedad y de las preocupaciones y de los cuidados, creer todavía también entonces que vendrá alguna vez un momento en el que con el salmista podré decir: «Laetati sumus pro diebus, quibus nos humiliasti, annis, quibus vidimus mala» — «nos alegramos por los días en los que nos humillaste y por los años en los que lo pasamos mal» (Sal 87, 15). Señor, ¿hablaré yo alguna vez así? ¡Cada vez que rezo estas palabras de los salmos, noto un impulso en mí! ¿Podré yo alguna vez hablar así? ¡Ya que tú no nos haces demasiado fácil la fe en tu providencia, dame por lo menos el valor para creer en ella! El valor grande, victorioso y consolador para esa creencia que como ningún otro supera al mundo, a su melancolía y a su falta de sentido.

Pero yo sé también que la fe en tu providencia no significa un esperar lo que tú al final vas a hacer con este mundo y mucho menos una resignación callada, un inactivo y fatalista dejar pasar. ¡La fe en tu providencia debe ser activa! Si tú, Señor, eres mi padre y yo soy tu hijo, entonces yo me encuentro metido hasta dentro en tus asuntos ¡y tus asuntos son realizar la providencia! Así por lo tanto debo yo ayudarte a colocar su último sentido en las cosas. Si yo creo en tu providencia, sé que todo lo que me sucede por ti, sale de tu amor hacia mí, me llama, y me exige que yo viva en ello, que yo crezca en ello. Cada hombre que entra en mi círculo me es enviado por ti, un mensajero de tu amor, como una tarea que yo debo realizar y aunque a ratos parezca tan curiosa y en primer lugar yo no sepa cómo debo empezar y cómo debo enfrentarme con esa tarea. Cada situación de mi vida, cada alegría y cada placer, cada angustia y cada dolor, cada oportunidad y cada desengaño, todo es para mí una llamada de tu amor para acercarme más a ti y para crecer en esa situación más hacia ti. Y cada dolor que me acontece en mi vida es quizás como una estaca dura y puntiaguda que se me incrusta dolorosamente en la carne, que penetra profundamente en mí y que me hace daño, pero yo debo, como una hiedra, apoyar en ella mis zarcillos, también alrededor de esa dura estaca y por ella trepar hacia ti. Y también para otros debo ser yo la providencia. Debo ser el agente de tu providencia en mis hermanos y a través de mi mano quieres tú señalar a los hombres el camino hacia su meta; yo debo construirles puentes y quitarles las piedras del camino. Cómplice de tu providencia. Señor, me doy cuenta de que esto es una responsabilidad; no me dejes desaprovechar las mil oportunidades para ello; házmelo ver claramente dónde debo ayudar a los otros a llevar su carga y dónde debo cargarles, dónde debo tomarles de sus manos un trabajo y dónde debo sólo aconsejarles y prevenirles; ¡hazme a mí sabio en esta actuación de tu providencia! Debo introducir en las cosas un sentido, debo ayudar a desenmarañar el ovillo; esos hilos que la casualidad (¡qué palabra tan barata para tu providencia!) me ha puesto en mis manos debo devolverlos a tu mano y así colaborar a tejer ese tejido que es tu traje viviente.

Sí, Señor, yo quiero ser un ayudante en el taller de tu providencia.