Antonio Fernández Benayas

 

 

FRENTE AL MARXISMO Y

OTROS MATERIALISMOS

-Ama y haz lo que quieras-

 

 

Antonio Fernández Benayas
ISBN: 978-84-608-6988-7
22 de Marzo de 2016
28924 –Alcorcón-Madrid
http://librosbv.blogspot.com

 

ÍNDICE

Introducción, 5

Primera Parte

VISIÓN CRISTIANA DE LA REALIDAD

1.- Energía y Materia, . /2.- La unión como realidad superior, 9. /3.- La Madre Tierra,. 10. /4.- El Hombre, 11. /5.- Reflexión, Libertad y Responsabilidad, 12. /6.- Razón y Religión, 13. /7.- El Uno y treinta y tres millones de dioses, 13. /8.- El camello, el león y el niño, 14. /9.- Lo Real y el Amor, 15 . /10.- Jesucristo, Hijo de Dios, 17. /11.- La Sal de la Tierra, 18. /12.-Los cristianos y la propiedad privada, 20. /13.- La Ciencia y la Doctrina, 23. /14.- Carácter progresista de la Historia, 26. /15.- El entronque cultural de España, 30. / 16.- La Religión y el Poder, 33. /17.- Lo feudal y el dinero, 37. /18.- La Revolución Burguesa, 39. /19.- El "Humanismo" de los príncipes mercaderes, 41. /20.- El fin y los medios, 43. /21.- Diatriba entre Erasmo y Lutero sobre la Libertad, 45. /22.- Nuevos caminos para la Ciencia, 48. /23.-La Razón Vital de personas y pueblos, 50.

Segunda Parte

DÉBIL Y REBELDE RAZÓN HUMANA

1.- Revolucionarios vuelos de la "razón académica". 53. /2.- Experiencia científica, Fantasía y Fe, 55. /3.- Despierta, Pueblo, despierta, 58. /4.- Sueños y sangre contra el Antiguo Régimen, 62. /5.- Raíz burguesa de la Lucha de Clases, 66. /6.- Las tres fuentes del Marxismo, según Lenin, 67. /7.- El Ideal-Materialismo Alemán, 68. /8.- La Economía Política Inglesa, 80. /9.- El Socialismo Francés, 84. /10.- Moisés Hess, precursor del Marxismo, 87.

Tercera Parte

EL MARXISMO Y OTROS MATERIALISMOS

1.- Entorno familiar y social, 89. /2.- Vivencias cristianas del joven Marx, 90. /3.- El sueño de Prometeo, 91. /4.- La Materia y la "Especie Humana", 93. /5.- La Revolución Proletaria, 96. /6.- Libros que crean doctrina, 100. /7.- La España Revolucionaria, según Marx, 102. /8.- Muere el hombre, nace el mito, 107. /9.- Fieles, revisionistas y renegados marxistas, 108. /10.-Rusia, Marxismo y Poder Soviético, 111. /11.- Desde los "soviets" al "Deutsland über alles", 116. /12.- El despertar de China, 119. /13.- Los "marxismos" de Sartre, Garaudy y Marcuse, 123. /14.-Entre la Ética y la Perestroika, 129. /15.- Marxismo y "Teología de la Revolución", 132. /16.- ¿Socialistas antes que marxistas?, 133. /17.- Entre el egoísmo de "Atlas" y la rebelión de las masas, 137. /18.- Desde los "maestros de la sospecha" a un "Materialismo Filosófico" tibiamente marxista, 143.

Cuarta Parte

REHACER CAMINOS DE AMOR EN LIBERTAD

1.- Vivir y ser, 151. /2.- Entre el ser y el poseer, 152. /3.- Un compromiso vital, 153. /4.- La Guerra, el Amor y la Historia, 153. /5.- La Técnica y el Tú, 155. /6.- Todo en todos, 156. /7.- La Ley Natural del Trabajo, 157. /8.- "Homo Faber", rey del Universo, 158. /9.- Trabajadores y parásitos, 159. /10.-¿Posible Democratización Industrial?, 160. /11.-El Dinero como herramienta, 161. /12.- Sombras y luces de la Revolución Tecnológica, 164. /13.- El desafío de los nuevos campos de Expansión Económica, 165. /14.- Ante el fracasado invento de "nuevos valores", 167. /15.- Responsabilidades personales ante una Democracia en gestación, 169. /16.-El lastre de una vieja y anquilosada Burocracia, 170. /17.-Sugestivo e imprescindible Proyecto de Acción en Común, 171.

Conclusión: La Verdad que nos hace libres, 173.

Bibliografía, 177.

 

 

 

INTRODUCCIÓN

Desde época inmemorial, "creer para entender" resultó ser el principio de la sana sabiduría para cuantos aceptan que lo poco que creen saber es una insignificancia en comparación con la inmensidad de lo desconocido: el "sólo sé que no sé nada", que Platón pone en boca de Sócrates ("el mayor sabio de Grecia" según el oráculo de Delfos) nos lleva a reconocer la imposibilidad de explicar todo desde las exclusivas luces del propio entendimiento.

Por mucho que hayamos avanzado en los logros de la Ciencia, siempre tropezaremos con la muralla del Misterio, tras la cual podemos muy bien creer que están las respuestas a las que no acertamos a responder desde nuestra limitada naturaleza humana.

Creen o dicen que creen en la autosuficiencia de la materia los que niegan cualquier presencia espiritual en la trama del Universo, aunque a la hora de analizar el qué, el porqué y el para qué sean incapaces de pasar de la primera página del inmenso libro de la Ciencia que, para su desamparo deja en el aire la explicación del más elemental y simple movimiento de las ínfimas partículas. Desde esa situación, es torpe empeño el dogmatizar sobre las principales cuestiones que plantea la genuina realidad humana.

Cierto que en ese torpe empeño el Marxismo sigue representando la figura más destacada de nuestro tiempo; también lo es que, junto con el Marxismo otros materialismos se cuelan con fuerza en el vivir de millones y millones de personas: son razones de peso para que nos detengamos a reflexionar sobre si uno u otros nos ayudan a conocer lo que podemos conocer y, en definitiva, ser lo que podemos ser.

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Creyeron para entender personajes como Agustín de Hipona (354-430), cristiano convencido tras azarosas y desconcertantes vivencias en sentido contrario; a él se debe el siguiente comentario sobre el tema que nos ocupa:

"Frecuentemente, los que no son cristianos saben algo sobre la tierra, los cielos y los otros elementos del mundo, sobre el movimiento y la órbita de las estrellas e incluso sus tamaños y posiciones relativas, sobre la predicción de eclipses solares y lunares, los ciclos de los años y las estaciones, sobre los tipos de animales, arbustos, piedras y otros objetos. Dicha persona sostiene que ese conocimiento es cierto gracias a la razón y a la experiencia. Así, es vergonzoso y peligroso el oír a un cristiano, presumiblemente interpretando las sagradas escrituras, diciendo tonterías sobre esos temas. Debemos tomar todas las precauciones necesarias para prevenir una situación tan lamentable, en la cual la gente comprueba la vasta ignorancia de un cristiano y se burla de él. La vergüenza no radica tanto en que un individuo sea ridiculizado sino en que las personas que no comparten nuestra fe piensen que nuestros escritores sagrados mantenían dichas opiniones y, como gran pérdida para aquellos cuya salvación deseamos, los autores de nuestras escrituras sean criticados y rechazados por su ignorancia". (El significado literal del Génesis)

Trabajador, estudioso y sincero consigo mismo, Agustín acertó a "separar el espíritu de la letra" en lo que decían los libros de su tiempo y, en el encuentro con Dios, captó lo esencial para obrar de acuerdo con la propia naturaleza:

"Tarde te amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me mantenían lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, la respiré y suspiro por Ti; te gusté y tengo hambre y sed de Ti; me tocaste y me abrasé en tu paz" Confesiones (X, 27, 38)

Ese creer para entender es el clima en el que el autor ha intentado moverse para encontrar razones con las que enfrentarse a los materialismos en los que no cree en tanto en cuanto los considera cúmulo de divagaciones para obviar al imperativo categórico de la propia conciencia: sé lo que puedes ser.

 

 

  

Primera Parte

VISIÓN CRISTIANA DE LA REALIDAD

 

1.- ENERGÍA Y MATERIA

Sin energía no es posible la realidad en ninguna de sus formas y, mucho menos, la Vida en cualquiera de sus manifestaciones. Para algunos científicos como Teilhard de Chardin la Energía es como el corazón de la Materia... Sin duda que es eso y también el punto de apoyo del Orden Universal.

Unos, los creyentes, dicen que la Energía es el canal en que se expresa la voluntad y el poder de Dios. Para otros, la Energía, el "movimiento", es un directo efecto de las virtualidades de la Materia, a la que conceden la autosuficiencia y el poder de definirse a sí misma: suponen que Materia y Energía son coexistentes e íntimamente complementados desde el principio... para, por virtud del azar y de su propia forma de ser, constituir las sucesivas realidades... ¿Cuál fue el principio que derivó en sucesivas realidades y hacia dónde conduce todo ello? ¿Es el Caos el motor y la razón de todo?

La certera respuesta a esas incógnitas ha resultado un escollo imposible de salvar desde la fe materialista... tanto que, situándose en una radical imparcialidad, resulta más lógico admitir la existencia de un Ser no material capaz de crear y de modular a la Materia.

Si los situados en una recalcitrante fe materialista defienden el supuesto de que "la Materia es el todo y no necesita elemento alguno que no proceda de ella", nos obligarán a responder del siguiente tenor: habría de resultar científicamente demostrada la improbable autosuficiencia de la Materia y aun faltarían respuestas a las preguntas clave de la existencia humana: ¿Puede todo moverse sin que haya nadie que lo mueva o, al menos, le haya dado un primer impulso? ¿De dónde viene lo que me rodea y de que formo parte? ¿Adónde voy o puedo ir? Y... todo ello ¿Por qué y para qué?

Hoy no cabe en el cerebro humano la idea del Caos o "desorden absoluto", que los antiguos presentaban como entidad primigenia. Se sabe ya que Orden, Materia y Energía son como una tríada inseparable. También se sabe que, si en los mejor equipados laboratorios resulta imposible hacer saltar la chispa de la Vida a base de largas y sofisticadas combinaciones físico-químicas, el Pensamiento, pura energía espiritual, nunca podrá nacer y desarrollarse a partir de la materia inerte.

Para la Ciencia más actual la Energía es de un carácter tal que, estando en el trasfondo (o "corazón") de toda Realidad material, sugiere como necesaria una dependencia extra material. Es decir, es en el corazón de la propia Materia en donde se encuentra una evidente prueba de la existencia de Dios, sin el cual no es posible explicar esa apreciable marcha hacia la convergencia universal de cuanto existe: ese clarísimo proceso de evolución es como un largo y apasionante camino entre el Principio y el Fin de Todo.

Principio y Fin que son como los polos de la Esfera que todo lo envuelve. Dentro de esa fantástica Esfera cabe la Eternidad y cabe el Tiempo. También cabe la lógica que muestra como necesaria la "hominización" del Universo.

Hemos de tener en cuenta que, en la capacidad de interpretación de la Ciencia de hoy, entran dos muy elocuentes experiencias:

1ª. Todo, desde el ínfimo corpúsculo a la más compleja realidad material, acusa la presencia de la Energía, tanto que, en el límite de lo más elemental, Materia y una parte y forma de Energía ("interior") están compenetradas en un grado tal que parecen fundirse o confundirse la una en la otra. Ya, des- de esa indisoluble compenetración, "hacen el juego" a la Energía Exterior.

2ª. En el campo del Espacio-Tiempo se manifiesta constantemente la tendencia de lo simple a lo complejo: Partiendo de una reducida serie de elementos que, a su vez, tienen su origen en infinitesimales expresiones de Materia-Energía, un larguísimo proceso de "complejización" ha hecho posible la innumerable gama de realidades físicas hasta dar lugar a la única realidad físico-espiritual terrena capaz de pensar y de amar en libertad.

Ambas elocuentes experiencias presentan como muy respetable la Teoría de la Creación-Evolución, que defienden eminentes investigadores como Henri Bergson y Teilhard de Chardin, y como infinitamente improbable un momento de desorden en la configuración del Universo: el inconmensurable mar de polvo cósmico o de partículas elementales requirió, desde el Principio, la presencia de la Energía en cuya propia razón de ser hubo de incluir el sentido del Orden o de una precisa orientación hacia algo.

Carece, pues, de sentido imaginar un Cosmos invadido por una Materia absolutamente amorfa y a expensas de que le preste un sentido el Caos, que algunos han pintado como Azar providente.

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Los materialistas, desde Demócrito hasta nuestros agnósticos, han pretendido salvar la encrucijada presentando a ese Azar como una especie de dios abstracto capaz de acertar con la única salida en el laberinto de lo inconmensurable. Hasta ahora la Ciencia no ha prestado base alguna a tal aventuradísima suposición. Confluyen, en cambio, dos creencias que antaño se presentaron como antagónicas: la "Creation ex nihilo" y la Evolución desde lo simple y múltiple hasta lo complejo y convergente hacia la unión que diferencia

Y, en extrapolación de lo "apuntado" por el Génesis, cabe en la lógica, que admiten las academias, una "historia" del Universo al estilo de:

En principio, el Universo era expectante y vacío; las tinieblas cubrían todo lo imaginable mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de lo Inmenso. Dios, el Ser que ama sin medida, proyecta su Amor desde la Eternidad a través del Tiempo y del Espacio. Producto de ese Amor fue la materia primigenia expandida por el Universo a raudales de Energía: "Dijo Dios: haya Luz y hubo Luz" (Gen. 1,2). Es cuando tiene lugar el primero (o segundo) Acto de la Creación: el Acto en que la materia primigenia, ya actual o aparecida en el mismo momento, es impulsada por una inconmensurable Energía a realizar una fundamental etapa de su evolución: lo ínfimo y múltiple se convierte en millones de formas precisas y consecuentes. Lo que había sido (si es que así fue) expresión de la realidad física más elemental, probablemente, logra sus primeras individualizaciones a raíz de esa masa que ya han captado los ingenios humanos de exploración cósmica: un "momento" de Compresión-Explosión que hizo posible la existencia de fantásticas realidades físicas inmersas en un inconmensurable mar de "polvo cósmico" o de "energía granulada". La decisiva primera etapa hubo de realizarse a una velocidad superior, incluso, a la de la misma luz, fenómeno físico que, según Einstein, produce en los cuerpos el efecto de aumentar (y acomplejar) su masa.

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Desde el primer momento de la presencia de la más elemental forma de materia en el Universo, se abre el camino a nuevas y cada vez más perfectas realidades materiales. Ese proceso de imparable reconversión, de Evolución, sin duda que obedece a un Plan de Cosmogénesis. Creación,

Plan de Cosmogénesis y Evolución desde y hacia el Amor Universal, éste alimentado por una Fe que liga al Cielo con la Tierra. Se trata del Plan de Aquel que ama infinitamente e imprime amor a cuanto proyecta, crea y anima. Y lo hace según una lógica y un orden que, según se evidencia en todo lo que nos rodea, Él mismo se compromete a respetar.

En consecuencia con los respectivos caracteres, con el estilo de acción y con las etapas y caminos que requiere el Plan de Cosmogénesis, superan barreras y logran progresivas parcelas de autonomía las distintas formas de realidad. En razón de ello, en ese intrincado y complejísimo proceso aparecen sucesivas uniones (¿reflejo de ese Amor Universal que late en cuanto existe?) o elementales expresiones de afinidad primero química, luego física, biológica más tarde y espiritual al fin.

Desde los primeros pasos, hay en todo lo que se mueve una tendencia natural que podría ser aceptada como "embrión de libertad" y que se gesta en armonía y orientación precisas hacia la cobertura de la penúltima etapa de la Evolución, que habrá de protagonizar el Hombre.

El Hombre, hijo de la Tierra y del aliento divino, está invitado a colaborar en la inacabada Obra de la Creación. Habrá de hacerlo en plena libertad, única situación en que es posible corresponder al Amor que preside todo el desarrollo de la Realidad.

Podemos, pues, creer que son expresión de Amor tanto la Energía que aglutina la potencialidad y evolución de cuanto existe como los más fecundos actos humanos de los que la Historia nos ofrece elocuente testimonio.

Obviamente y al margen de los ríos de tinta en que se defiende otra forma de ver las cosas y fenómenos que nos rodean, el carácter excepcional del hombre cobra efectividad porque dispone de un complejo soporte material, fruto del encauzamiento de las más valiosas virtualidades de la Realidad hasta constituir una forma especial de vida, en la que, tras el soplo divino, se aposenta la capacidad de pensar.

 

2.- LA UNIÓN COMO REALIDAD SUPERIOR

Aunque la certera respuesta escapa a nuestra capacidad de entendimiento, es razonable aceptar al Átomo como resultado de una de las primeras etapas de la Evolución. Anteriormente al Átomo, en prodigiosa multiplicidad, pudo existir una substancia que los científicos no aciertan a definir como genuinamente material pero que, sin duda alguna, hubo de serlo en alguna proporción: es lo que algunos estudiosos (Teilhard de Chardin entre ellos) definen como "polvo cósmico" o, más propiamente, "energía granulada" o "trama del Universo".

El micro mundo, que representa el Átomo, hubo de ser el resultado de la unión de ciertas partículas elementales empujadas a ello por la Energía Exterior según un preciso Plan de Cosmogénesis o de Arquitectura Cósmica a partir de lo elemental.

Pudo suceder que, tomándose millones de siglos por delante, esa Energía Exterior, manifestación de una Voluntad Creadora, empujara al polvo cósmico a la Condensación has- ta formar el núcleo o huevo del Universo que sirve de base a la teoría del Big-Bang y que en ese "proceso de condensación", por virtud de lo llamado "tanteo", fueran tomando cuerpo los Átomos como "ladrillos" constituyentes de todas las realidades materiales....

En cualquiera de las suposiciones, es razonable admitir que fue la certera aplicación de unas específicas corrientes de Energía lo que, a escala cósmica, produjo la necesidad de asociación entre los gránulos de la trama del Universo. También es razonable admitir que, desde su propio nacimiento y siguiendo específicas afinidades latentes en su misma razón de ser, los átomos cubrieron un superior estadio de evolución que fue la molécula, la cual, a su vez y siguiendo el impulso de secretas afinidades, se asoció a otras entidades materiales para formar la mega molécula, paso previo a los "complejos orgánicos", que resultarán ser el soporte material de la Vida.

Cómo surgió la Vida, presente en una simple Célula, aun no está suficientemente clarificado por la Ciencia; menos explicable aún es la aparición del Pensamiento, culminación de un largo proceso en que las virtualidades de los complejos orgánicos hubieron de conectar, adecuadamente y en el momento preciso, con el apuntado Plan General de Cosmogénesis que continúa en incomprensible realización..

Es obvio reconocer que, en ese largo camino de la "probable" Evolución, no todas las entidades materiales alcanzan un superior estadio de realidad; muchas de ellas pierden el tren del Progreso tal como si se volatilizaran o difuminaran en lo que los científicos conocen como Entropía o pérdida de entidad.

En razón de lo apuntado, podemos aceptar que las innumerables entidades, que pueblan la Realidad, se hacen progresivamente diferentes y, en casos en que cuentan con capacidad reflexiva, emprenden el camino hacia una mayor Libertad, especialmente, cuando buscan y encuentran la adecuada complementariedad en la "unión que diferencia".

 

3.- LA MADRE TIERRA Y LA PROVIDENCIA DIVINA

Los sabios han buceado en el magma de la Tierra y han adelantado la hipótesis de que "ya por su propia composición química inicial era, por sí misma y en su totalidad, el germen increíblemente complejo de cuanto necesitamos". Tal como si todo estuviera dentro de un Plan en el que entrara la plena suficiencia de recursos materiales para el desarrollo de millones y millones de "aventuras" personales.

Con todo el tiempo necesario por delante, esa composición química inicial se tradujo en materia orgánica como soporte de la Vida, multimillonaria en sus manifestaciones, unas con otras entrelazadas hasta constituir una comunidad de intereses.

La Vida resultó como una sinfonía magistralmente orquestada pero necesitada de una cierta sublime nota: la Libertad, tesoro inconcebible fuera del ámbito de la Inteligencia, a su vez, suprema expresión de Vida.

La Tierra se ha hecho (¿era ya?) moldeable por la Inteligencia, que, incluso, puede llegar a destruirla. Pero la Tierra, la Madre Tierra, es fuerte y previsora tanto que, con el necesario tiempo por delante, es capaz de enderezar los renglones que tuercen sus inquilinos y demostrar ser una despensa suficiente en recursos materiales: no entran en sus planes ni las hambres ni las catástrofes artificiales (las épocas de penuria pudieron y pueden ser resueltas si el afán de acaparamiento, torcido hijo de la Libertad, no se hubiere enseñoreado de tal o cual época o región hasta resultar el disparate de que menos de una décima parte de la Humanidad acapare el ochenta por ciento de alimentos y otros recursos materiales al servicio de todos los hombres).

Se nos invita a pensar que, paralela a la historia de la Tierra, se acusa el efecto de una Voluntad empeñada en que los hijos de la misma Tierra aprendan a valerse por sí mismos en un irreversible camino de autorrealización.

Los sabios aseguran que tal proceso de autorrealización se hace ya evidente en los diversos estadios de la evolución química, resultado de tal particular y constructiva reacción entre éste y aquel otro elemento. Tanto más en la tendencia que a cumplir un preciso destino manifiestan los seres vivos a los que, ya sin rebozo, se les puede aceptar como protagonistas de una fantástica y coherente intercomunicación planetaria.

 

4.- EL HOMBRE

Miles de millones de años atrás, una ínfima parte de polvo cósmico (?) ya tenía vocación de excepcionalidad: contaba para ello con una misteriosísima potencialidad, con una secreta e irrenunciable tendencia a la unión y con todo el tiempo necesario. ¿La meta? ocupar un lugar de responsabilidad en la armo- nía del Universo. ¿La tal ínfima parte de polvo cósmico respondía así a un Plan? ¿Por qué no? Créelo, si quieres, o cree lo contrario; pero acepta, al menos, que la realidad actual no sería tal cual sin un complejo proceso de progresiva unión entre lo afín, sin un empeño por ser más desde la solidaridad.

Esto de la solidaridad es un fenómeno que sufre infinitos altibajos en la marcha de la historia y tal vez en el probado auto perfeccionamiento de la Madre Tierra: Las partículas elementales cobran realidad más compleja en cuanto casan sus respectivas afinidades: es un camino que, con progresiva autonomía, siguen los seres más evolucionados. Los peligros de la Entropía o de ahogarse en la Nada llegan incluso a formar parte constructiva del proceso: hoy nadie duda de que fue la desaparición de los dinosaurios lo que dio paso al desarrollo de especies más modernas y más nuestras.

Lógico capítulo de ese proceso parece ser el que nada de lo necesario falte a los seres inteligentes de más en más numerosos todo ello dentro de la previsora armonía por la que parece regirse la Madre Tierra, cuyos hijos, hasta cierto momento, eran lo que tenían que ser en una extensión solidaria: unos para otros y todos como elementos de un complejo organismo cuya función esencial es la de servir de escenario propicio a un acontecimiento magnífico y sin precedentes: la presencia de una criatura excepcional en cuanto está dotada de inteligencia, una facultad muy superior al simple instinto animal..

Y resultó que en uso de su Libertad, hija natural de la Inteligencia, esa criatura excepcional, el Hombre, se mostró capaz de acelerar e incluso mejorar el proceso de auto perfeccionamiento que parece seguir el mundo material; pero también se ha mostrado capaz de, justamente, lo contrario: de terribles regresiones o palmarios procederes contra natura.

Destino comprometedor el del Hombre: abriendo baches de degradación natural y en línea de infra-animalidad, el hombre ha matado y mata por matar, come sin hambre, derrocha porque sí, acapara o destruye al hilo de su capricho u obliga a la Tierra a abortar monstruosos cataclismos.

Claro que también puede mirar más allá de su inmediata circunstancia, embridar el instinto, elaborar y materializar proyectos para un mayor rendimiento de sus propias energías, amaestrar a casi todas las fuerzas naturales, deliberar en comunidad, dominar a cualquier otro animal, sacrificarse por un igual, extraer consecuencias de la propia y de la ajena experiencia, educar a sus manos para que sean capaces de convertirse en cerebro de tal o cual herramienta.

El ser humano, hombre o mujer, puede trabajar y amar o trabajar por que ama y es en el campo del Amor y del Trabajo en donde encuentra su sentido la comprometedora vocación del Hombre. Amor simple y directo y trabajo de variadísimas facetas, con la cabeza o con las manos, a pleno sol o desde la mesa de un despacho, pariendo ideas o desarrollándolas.

Gran cosa para el Hombre la de vivir en trabajo solidario. Una posibilidad al alcance de cualquiera: hombre o mujer, negro o blanco, pobre o rico... empresario o trabajador por cuenta ajena, sea en el Campo, en la Industria o en los Servicios, canales necesarios para amigarse con la Tierra y facilitar el desarrollo físico y espiritual de toda la Comunidad Humana.

  

5.- REFLEXIÓN, LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

La reflexión, peculiaridad genuinamente humana, representa una clara superación del instinto. Por la reflexión, el ser evolucionado reacciona de forma única frente a situaciones o acosos de la realidad dirigidos en la misma medida a distintos individuos de su especie. Cuando, por virtud de la Evolución, la presión de la circunstancia motiva una respuesta personal, el individuo ha dejado de ser elemento-masa para convertirse en alguien.

La comunidad humana se diferencia de las otras sociedades animales, fundamentalmente, por la capacidad de reflexión de todos y de cada uno de cuantos la integran. Por este hecho es posible la Historia como fenómeno que singulariza cada época, cada grupo social y cada proyección pública de las facultades individuales.

En el acto reflexivo, algo de uno mismo se proyecta hacia el exterior de forma absolutamente inmaterial y con la intención de captar cosas y fenómenos en su justa medida para luego, en acto también absolutamente inmaterial, analizar y decidir.

Para el hombre, ello es tanto como manifestarse "ser que reflexiona" o ser que. sin dejar de ser el mismo, posee la virtud de sobrepasar el estricto ámbito del propio ser para reflejar en sí mismo lo otro, fenómeno que, en idea de Aristóteles, " es una forma de incluir en sí mismo todas las cosas".

Puesto que tal inclusión es de carácter absolutamente in- material, las cosas nada pierden de su propio ser en el acto de ser vistas o consideradas.

Contrariamente a lo que sostienen algunos llamados materialistas, el conocimiento o "inclusión en sí mismo de todas las cosas" no es del carácter de la imagen proyectada por un espejo: presionan la conciencia del ser que reflexiona el cual, en razón de tal reflexión, posee la facultad de obrar de una u otra forma sobre las mismas cosas o no obrar en absoluto si así lo ha recomendado la consideración que implica el acto reflexivo o las propias cosas resultan inasequibles a la capacidad de acción del sujeto.

Ello se explica porque, a continuación de incluir en sí mismo todo aquello que se presenta a su consideración, el homínido evolucionado ejercita la capacidad de optar por una de entre varias alternativas.

Vemos cómo, acuciado por el hambre, el animal no racional percibe y ataca a su víctima, o, en respuesta a un elemental instinto, corteja y posee a su hembra, se defiende de las inclemencias de su entorno.... de un modo general y de acuerdo con el orden natural de las especies.

No sucede lo mismo en el caso del homínido evolucionado: éste es capaz de superar cualquier llamada del instinto merced al acto reflexivo: la realidad inmediata, el análisis de anteriores experiencias, el recuerdo de un ser querido, la percepción de la debilidad o fuerza del enemigo, el conocimiento analítico de los propios recursos... le permiten la elección entre varias alternativas o, lo que es lo mismo, trazar un plan susceptible de reducir riesgos e incrementar ventajas.

Gracias, pues, a su poder de reflexión, el hombre usa de libertad para elegir entre varias alternativas de actuación concreta. Por supuesto que la elección más adecuada a su condición de hombre será aquella que mejor responda a las exigencias de la Realidad. Y la más positiva historia de los hombres será aquella jalonada por capítulos que hayan respondido más cumplidamente a la genuina vocación del Hombre: la humanización de su entorno por medio del Trabajo solidario con la suerte de los demás.

 

6.- RAZÓN Y RELIGIÓN

Para los "ilustrados" de diversas épocas y latitudes el he- cho de sentirse religioso ha sido presentado como una forma de servidumbre tontorrona y fuera de época: se ha hablado mucho y aun se habla de la "alienación religiosa".

El término "alienación" es aceptado como contrario a la Libertad: una especie de encadenamiento de la razón soberana. Referida a la Religión, la alienación expresa el fenómeno por el cual la vida y los actos de los hombres siguen las directrices de una indemostrada idea de trascendencia.

Claro que el carácter de la propia reflexión, que sitúa al hombre muy por encima de cualquiera entidad simplemente material y le infiltra hambre de sintonizar con el Principio y Fin del Universo, presta sólidos argumentos a la creencia de que esa irrenunciable aspiración a la trascendencia, que late en el ser de todos los hombres, es una exigencia de la Realidad.

El hambre por sintonizar con el principio y fin del Universo es una de las posibles definiciones de la Religión. Hambre existencial que se ajusta a los dictados de la Realidad y, por lo mismo, resulta lógico y racional.

Desde esa óptica, cabe suponer que el fiel, rigurosamente fiel, marxista ajusta su acción diaria a principios religiosos, lo que nos llevará a la conclusión de que el Marxismo es una forma de Religión.

 

7.- EL UNO Y TREINTA Y TRES MILLONES DE DIOSES

El hecho de adorar resulta evidente desde las primeras etapas de la Humanidad; infinidad de restos arqueológicos así lo demuestra. Sin duda que tales exteriorizaciones respondían a sólidas vivencias interiores porque Religión, ya lo sabemos, va más allá de los simples signos externos o de puras manifestaciones folklóricas: es el reflejo de un compromiso por adecuar las actividades y los pensamientos de cada día a un ansia de proyección personal perdurable más allá del propio tiempo.

Al respecto, dice Plutarco:

"Existen ciudades salvajes que no tienen leyes civiles ni reyes que las gobiernen. Pero no existe ninguna que no tenga dioses, templos, oraciones, oráculos, sacrificios y ritos expiatorios".

Dentro de cualquier culto, desde siempre han existido individuos que hacen capilla aparte respecto al Dios o dioses oficiales; en la mayoría de los casos representan ejemplos de celo egocentrista que les lleva a erigirse en divinidad suprema o centro del Universo. Para distraer a los demás sobre el auténtico objeto de su culto montarán estudiados discursos sobre la insolidaridad ambiente, la tiranía de las pasiones, la injusticia del destino, el utilitarista sentido de la propia vida, etc.. todo ello para justificar el tomarse a sí mismos como principal objeto de adoración. Tal individualísima forma de entender la religión halla la justa respuesta en los treinta y tres millones de dioses de que habla el Libro de los Vedas.

De la misma forma que la Realidad no depende de la idea que el hombre se haga de ella, la evidencia del carácter religioso del Hombre no demuestra que la creencia en tal cual dios sea certera. Pero, por encima de todas las posibles objeciones, se ha de aceptar que en el Hombre existe una natural tendencia a la adoración.

Pudo suceder que el primer ser adorado fuera una bellísima flor que despierta con la caricia de la aurora, el propio sol como imagen del principio de la Vida o el guerrero que trajo la tranquilidad a la tribu..

Si el primer objeto de culto fue algo excepcional como el intuido Promotor de la luz del Sol o de la energía latente en el Universo, la población de entonces sería monoteísta, como parece desprenderse del estudio de las religiones más antiguas: ya en el Mazdeísmo se habla de una "Primera Fuente de Poder y de Bondad".

Si no hay rigurosa evidencia de que la primera o primeras religiones de la Humanidad fueran monoteístas, resulta mucho más difícil demostrar que el monoteísmo es "una destilación de múltiples religiones politeístas" tal como defienden algunos de los "ilustrados" de nuestro tiempo.

Existen, pues, buenas razones para creer que el Hombre se manifiesta como ser religioso en el momento mismo en que obra como "animal de Razón": es cuando, para él, la "Primera Fuente de todo Poder y de toda Bondad" se revela como principal merecedor de culto.

A partir de entonces, en uso de su libertad y con el egoísta propósito de explotar a su favor el carácter religioso de sus congéneres, el líder o demagogo puede inventar dioses o erigirse a sí mismo como dios.

Es así como se puede llegar a un disparatado "ego homini deus" o a la invención hinduista de treinta y tres millones de dioses, lo que, evidentemente, resulta mucho más difícil de creer..

 

8.- EL CAMELLO, EL LEÓN Y EL NIÑO

Nietzsche, rebelde e impotente, soñaba con redefinir la Libertad. Al igual que otros muchos ego centristas (Voltaire, Hegel, Stirner, Spengler...), Nietzsche aplicaba a la Realidad las paridas de su vanidad y, entre otras cosas, no aceptaba personalidad histórica más excelsa que la suya. Admirador y amigo de Wagner, no le perdona el reconocimiento que éste hace a la Figura y Doctrina del Crucificado:

"¡Ah! ¡También tú te has derribado ante la Cruz! También tú, también tú... ¡un vencido!".

En su feroz inquina, Nietzsche va tan lejos que presenta al Progreso como una exclusiva creación del Anticristo (la Técnica, que llamará Spengler más tarde) al que identifica con Dionisos o Baco, voluntad de dominio desde las fuerzas del puro instinto. "Ha muerto Dios, viva el superhombre", grita Zaratustra a los cuatro vientos. ¿Y qué entiende Nietzsche por superhombre? Diríase que una exagerada proyección de sí mismo:

"Me he presentado a mí mismo con un cinismo que hará época y atacando sin miramiento alguno al Crucificado; mi obra, rayos y truenos contra todo lo cristiano o inficionado de cristiano, dejará sin habla ni oído al que lo lea...." (Nietzsche, "Ecce Homo")

Zaratustra, Nietzsche, traza el camino para desatar el instinto, perfilar una justicia sin necesidad de que haya hombres justos, sublimar el Arte y dominar a la Naturaleza como sistema de huir hacia utopías de uno u otro signo para, perdido en los supuestos del materialismo más radical, buscar imposibles respuestas a preguntas del siguiente cariz ¿por qué el hombre no ha de romper con la vieja Moral tan estrechamente ligada al respeto de un Absoluto en el que se encuentra el Principio y Fin de todo?

Imaginó Nietzsche al espíritu del hombre como un sufrido camello, que, durante muchos siglos, soporta sobre sí mismo las pesadas cargas de la Religión y de la Moral, creadas, según él, por el entorno social y por los caprichos de la historia. Convertido por Zaratustra, el hombre medio acepta la muerte de Dios y la entronización del superhombre como rey del Universo. Es entonces cuando el espíritu del hombre se hace "león", voluntad ciega capaz de destruir el edificio de todos los viejos principios. Hecha tabla rasa de todo lo "viejo", el espíritu del hombre se hace "niño" que es tanto como sumergirse en la inocencia y en el olvido. Ya puede empezar, como jugando, a crear valores partiendo de un radical sí a los más espontáneos impulsos.

No demostró Nietzsche, ni mucho menos, que el progreso del hombre sea posible sin una respuesta positiva a la llamada del compromiso personal, cual es la moral inspirada en el Cristianismo, ese "fardo" que, a pesar de todas las divagaciones de Nietzsche, responde a las exigencias de la propia esencia humana y empuja a la acción solidaria por humanizar la Tierra desde la concreta aplicación de las personales energías y virtualidades de cada hombre fiel a su propia vocación. Por lo tanto, la batalla del "león" es un derroche de energías en el vacío y en el vacío, también, habrá el "niño" de establecer las bases "morales" de su nuevo mundo.

Es la de Nietzsche una escalofriante proclama de radical soledad, justo lo que menos necesita ese hombre que, en pensamiento y en obra, se ciñe a las exigencias de la Realidad y, por lo mismo, se hace más hombre a través de la humanización de su entorno.

¿No creéis que Nietzsche, empeñado en situar a la Historia dos mil años atrás, resulta la imagen o caricatura de no pocos líderes de la "acción revolucionaria" hacia la fe materialista?

 

9.- LO REAL Y EL AMOR

Según nuestra creencia, un ser evoluciona, progresa, cuando responde positivamente a las potencias del Amor. Se da ya un remedo de amor en la partícula más elemental que "se adapta" el Plan General de Cosmogénesis y "participa" en la formación de una realidad material superior; esta "participación" ha requerido la superación de un opresivo aislamiento a resolver canalizando hacia lo otro la propia energía interior. Sabemos que la partícula más elemental es una entidad material animada por una energía interna que, según y cómo, puede responder a una dirección precisa de la Energía Exterior: la positiva respuesta obedece a la universal tendencia hacia lo más perfecto por caminos de "unión que diferencia".

Es una unión que no implica confusión ni tampoco difuminación de las virtualidades de cada entidad material: cuando se observa en detalle a un átomo se descubre que, en la unión, siguen individualizados los elementos que lo integran: diferentes y necesitados los unos de los otros, demuestran que, solamente unidos, realizan la función que les es propia. Este es un fenómeno verificable en las relaciones del Todo con cada una de sus partes y de éstas entre sí.

Tal como se demuestra en la composición de la molécula, el hecho de la unión no anula las singularidades de los elementos que la integran: es un fenómeno apreciable en las células de distintas especies vegetales y animales. En el terreno de lo social, lo que podemos llamar unión personalizante se muestra como factor de progreso real.

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En los animales irracionales el instinto sexual, que les lleva a la unión y multiplicación, responde simplemente a las leyes de la especie y no motiva ni diferenciación ni progreso. La respuesta a todos sus instintos se realiza de forma refleja, no libre. Cuando los instintos tropiezan con el filtro de la Libertad, circunstancia que se da en el ser humano, la reacción o el comportamiento puede traducirse en prueba de Amor: incluso acuciado dramáticamente por el hombre puedo compartir con el prójimo lo poco de que dispongo; en cualquier momento, puedo canalizar las apetencias sexuales hacia un fin trascendente cual puede ser el respeto por la libertad de otro o la renuncia por un fin superior; puedo responder con paciencia o sentido de la oportunidad a las asechanzas del fuerte o a las impaciencias e incomprensiones del débil....

Hasta el Hombre, es de forma involuntaria como las distintas realidades materiales participan en el Plan General de Cosmogénesis. Es el Hombre el primer ser del reino animal capaz de alterarlo. Lo hace en la medida y en el modo con que utiliza su capacidad de amor. Si se nos pide que, en una sola frase, definamos al Amor, responderemos: Es la ofrenda voluntaria de lo mejor de uno mismo al Otro.

Fuera del marco familiar, el amor ha de traducirse en "vuelco de lo personal a lo social". Este vuelco de lo personal a lo social es una de las condiciones que ha de respetar la especie humana para avanzar en el dominio o amaestramiento (humanización) de la Naturaleza. Ha de ser un avance en equipo y tanto más eficaz cuanto más las respectivas funciones respondan a las específicas facultades de cada uno.

Puede que parte de los miembros del equipo participe de manera egoísta y que ello abra una brecha en el camino hacia el progreso.. Sucede esto porque, en uso de su libertad, juega el hombre a situar a su conciencia como árbitro absoluto de lo real, "se toma a sí mismo como principio" (San Agustín) y aplica sus capacidades a la satisfacción de un capricho o aspiración egoísta. Aun en estos casos, la obra de ese hombre o grupo de hombres puede traducirse en humanización de la naturaleza y subsiguiente bien social si no falta quien ejerza un mayor vuelco de lo personal a lo social: de ello hay sobradas pruebas en el desarrollo de cualquier cultura, muy particularmente, de la llamada cultura capitalista.

La Historia nos ha dejado infinitos ejemplos de la regresión que significa la práctica del desamor: no otro origen tienen tantas tropelías, baños de sangre, inhibiciones egocentristas, caprichosas destrucciones de bienes sociales, ignorancia de los derechos elementales del Otro, descaradas prácticas de la ley del embudo..

Refiriéndose a este rosario de hechos y de comportamientos, no falta quien simplifique la visión de la historia presentándola como un campo en que, sin tregua ni cuartel, el "hombre obra como lobo para el hombre" (es el famoso homo homini lupus de Hobbes). Otros dirán que la "guerra es la madre de la historia" (Heráclito), que "la oposición late en el substrato de toda realidad material o social" (Hegel) o que "la podredumbre es el laboratorio de la vida" (Engels) lo que sería tanto como asegurar que "la Evolución se detiene en el Hombre".

Cuando las apariencias nos llevan a esa creencia es porque, en tal o cual época o lugar, ha habido determinados responsables que, en uso de su libertad, han respondido negativamente a las potencias del Amor. Y, aparentemente al menos, se ha producido una regresión a inferiores niveles de humanidad.

Aun en tales casos, es posible reemprender la marcha del Progreso si unos pocos héroes de la acción aplican todas sus facultades personales a desarrollar en su ámbito la práctica del Trabajo Solidario, exclusiva forma de proseguir la propia realización personal y, por ende, el progreso social.

Fueron muchos los siglos en que esos héroes de la acción estaban obligados a seguir su camino por simple intuición: no contaban con indiscutible patrón de conducta o clara referencia que les permitiera comprobar cómo esa su vocación social coincidía plenamente con el grito de la Ley Natural y la invitación del Ser que todo lo hizo bien y que es Principio y Fin de Todas las Cosas.

 

10.- JESUCRISTO, HIJO DE DIOS

Si repasamos la Historia con ansia de ver y, a ser posible, comprender, podremos comprobar que antes de que sucediera ya estaba escrito:

"Serán benditas en Ti todas las familias de la Tierra" (Gen.12-3).

"Fue suyo el señorío de la Gloria y del Imperio; todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron y su dominio es eterno, que no acabará nunca y su Imperio, imperio que nunca desaparecerá" (Dan.7-14)

"Belén de Efrata, pequeño para ser contado entre las familias de Judá, de ti saldrá quien señoreará de Israel y se afirmará con la fortaleza de Yavé... Habrá seguridad porque su prestigio se extenderá hasta los confines de la Tierra" (Miq.5,2).

"Brotará una vara del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago sobre el que reposará el espíritu de Yavé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yavé... No juzgará por vista de ojos ni argüirá por lo que oye, sino que juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la Tierra" (Is. 11,1-5).

"Porque nos ha nacido un Niño, nos ha sido dado un Hijo, que tiene sobre sus hombros la soberanía y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz" (Is. 9-6).

Son innumerables las citas que, en el Libro, hablan de la "próxima" Venida y, a través de ellas, sabemos que nació en Belén, durante la llamada Pax Augusta, y "fue condenado a muerte por Poncio Pilato, procurador de Judea en el reinado de Tiberio". Tácito, historiador romano del siglo II) da fe ello y lo hacen otros escritores de la época, como Luciano, que se refiere al "sofista crucificado empeñado en demostrar que todos los hombres son iguales y hermanos". Pero sobre todo... está el testimonio de cuantos lo conocieron, pudieron decir "Todo lo hizo bien" y creyeron en su Resurrección. A muchos de ellos tal testimonio les costó la vida..

Claro que su prestigio ha llegado ya hasta los confines de la Tierra. Y todo lo hizo bien porque, efectivamente, sobre El reposa el Espíritu de Sabiduría y de Inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Dios. No se guía por las apariencias, sabe leer en el fondo de los corazones y, por lo tanto, juzga en justicia a todos los hombres.

Coeterno con el Padre, nació de mujer y, con este natural acto, su normal pertenencia a la sociedad de la época, de cuyos problemas se hizo partícipe, su apasionada práctica del Bien y una Muerte absolutamente inmerecida pero ofrecida al Padre por todos los crímenes y malevolencias de la Humanidad, presentó a todos los hombres el Camino, la Verdad y la Vida.

Gracias a su Vida, Muerte y Resurrección, proyecta sobre cuanto existe la Personalidad de un Dios que se hizo Hombre y, desde entonces, todos podemos incorporarnos a su equipo para responder cumplidamente al apasionante desafío de "amorizar la Tierra". Habremos de hacerlo en personal y continua expresión de Trabajo Solidario y Enamorado; será nuestra personal forma de colaborar en la divina tarea de culminar la Evolución, de participar en la obra de la Creación en marcha.

Pero hemos de situar en el lugar que corresponda a las diatribas y aberrantes supuestos de tantos y tantos que, a lo largo de la Historia, han pretendido usurpar el lugar que, por su propia Naturaleza, corresponde a nuestro Señor Jesucristo.

 

11- LA SAL DE LA TIERRA

No hubiera sido posible la rápida ý amplia expansión del Cristianismo en los primeros siglos de nuestra Era si los apóstoles y primeros discípulos no hubieran seguido fielmente las palabras del Divino Maestro:

"Sois la sal de la Tierra, sois la luz del Mundo" y "puesto que sois la luz del Mundo... si no se puede ocultar la ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín sino sobre un candelero para que alumbre a cuantos hay en la casa, vuestra luz ha de iluminar a los hombres" (Mt 5, 13-16)

Insuperable lección de Amor y de Libertad, de la que se hizo eco la primitiva Comunidad Cristiana en contraposición del modo de vivir de los paganos, quienes sorprendidos de los efectos de la Buena Nueva se preguntaban:

"¿Quién es ese Dios en el que tanto confían; cuál es esa religión que les lleva a todos ellos a desdeñar al mundo y a despreciar la muerte, sin que admitan, por una parte, los dioses de los griegos, ni guarden, por otra, las supersticiones de los judíos; cuál es ese amor que se tienen unos a otros, y por qué esta nueva raza o modo de vida apareció ahora y no antes?"

"Los cristianos viven en este mismo mundo sin huir de él, usan el mismo vestido y la misma lengua y viven en las mismas ciudades, están en el mundo como si no fueran de él; son como el alma del mundo, aborrecidos por éste y sin embargo dándole vida. Sus convicciones son tan firmes que no vacilan en dar la vida para no abandonarlas; pues no se han inventado su doctrina, sino que la han recibido de Dios, que se ha manifestado últimamente, enviando a su Hijo amado para que nos revelara lo que desde un principio tenía preparado para nosotros; además, el Hijo de Dios nos ha librado de nuestra culpa sufriendo por nuestros pecados".

"En cuanto al misterio de la religión propia de los cristianos, no esperes que lo podrás comprender de hombre alguno. Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres. En efecto, en lugar alguno establecen ciudades exclusivas suyas, ni usan lengua alguna extraña, ni viven un género de vida singular. La doctrina que les es propia no ha sido hallada gracias a la inteligencia y especulación de hombres curiosos, ni hacen profesión, como algunos hacen, de seguir una determinada opinión humana, sino que habitando en las ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le cupo en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido y a la comida y a las demás cosas de la vida, se muestran viviendo un tenor de vida admirable y, por confesión de todos, extraordinario. Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña".

"Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos (/2Co/06/10). Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen» (1 Cor 4, 22). Se los injuria, y ellos dan honor. Hacen el bien, y son castigados como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos les declaran guerra como a extranjeros y los griegos les persiguen, pero los mismos que les odian no pueden decir los motivos de su odio".

"Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en un prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no sería licito para ellos desertar".

"Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Por-que ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente. Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. Se casan como todos: como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las le-yes. A todos aman y por todos son perseguidos. Se los desconoce y se los condena. Se los mata y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se los injuria y ellos dan honra. Hacen bien y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Por los judíos se los combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio".

Son párrafos (tomados del Discurso a Diogneto, BAC) redactados por un predicador anónimo del Siglo II. Siguen de actualidad ¿verdad? como lo sigue la insuperable lección del Divino Maestro.

 

12.- LOS CRISTIANOS Y LA PROPIEDAD PRIVADA

Para los españoles resulta especialmente significativo cómo el rey Alfonso X el Sabio, en el siglo XII, dictaminaba en sus "Partidas" el alcance del llamado "Derecho de Propiedad":

Es el"poder que home ha en su cosa de face della e en ella lo que quisiere segund Dios e segund fuero".

Si ahí se ve una clara referencia a la moral natural o ley de Dios, no así en el código inspirador de toda la jurisprudencia actual, cual es el Código Napoleón cuyo artículo 544 dictamina:

"La propiedad es el derecho de gozar y de disponer de las cosas de la manera más absoluta dentro de los límites que marquen las leyes o reglamentos".

Algo así ya se decía en el viejo Código Romano que veía a la Propiedad sobre personas y cosas como

"Ius utendi atque abutendi re sua quatenus iuris ratio patitur", es decir, "derecho a usar y abusar de lo propio sin otro límite que el de la Ley".

Sin el claro matiz recordado oportunamente por el Rey Sabio y dadas la abundantes situaciones no previstas por la Ley, es evidente que el Derecho de Propiedad ha resultado y resulta un legalizado medio de acaparamiento. Ello debe preocupar a cuantos creen en la necesidad de que cada hombre disponga de lo necesario para cumplir el fin que le es propio: desarrollar sus facultades personales en Libertad, Trabajo y Generosidad. En esa línea se han movido los promotores de la enseñanza cristiana:

"Si la Naturaleza ha creado el derecho a la propiedad común, es la violencia la que ha creado el derecho a la propiedad privada". Tal enseñaba San Ambrosio, Arzobispo de Milán.

"Los propietarios, dice San Agustín, deben tener en cuenta que han sido la iniquidad humana, sucesivos atropellos y miserias... lo que ha privado a los pobres de los bienes que Dios ha concedido a todos. En consecuencia, se han de convertir en proveedores de los menos favorecidos".

Estos llamados Padres de la Iglesia, promotores de la enseñanza cristiana, encontraron ilustrativas referencias al tema en el Libro Sagrado, cuyas son las siguientes categóricas precisiones:

"Yavé vendrá a juicio contra los ancianos y los jefes de su pueblo porque habéis devorado la viña y los despojos del pobre llenan vuestras casas. Porque habéis aplastado a mi Pueblo y habéis machacado el rostro de los pobres, dice el Señor" (Is.3,14)

Ay de los que añaden casas a casas, de los que juntan campos y campos hasta acabar el término, siendo los únicos propietarios en medio de la tierra!" (Is.5,8)

"Ved como se tienden en marfileños divanes e, indolentes, se tumban en sus lechos. Comen corderos escogidos del rebaño y terneros criados en el establo... Gustan del vino generoso, se ungen con óleo fino y no sienten preocupación alguna por la ruina de José" (Am.6,4)

"Codician heredades y las roban, casas y se apoderan de ellas. Y violan el derecho del dueño y el de la casa, el del amo y el de la heredad" (Miq.2,2)

Es el propio Jesucristo quien ilustra el tema con la siguiente parábola:

"Había un hombre rico, cuyas tierras le dieron una gran cosecha. Comenzó él a pensar dentro de sí diciendo: ¿Qué haré pues no tengo en donde encerrar mis cosechas? Ya sé lo que voy a hacer: demoleré mis graneros y los haré más grandes, almacenaré en ellos todo mi grano y mis bienes y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes almacenados para muchos años: descansa, come, bebe, regálate... Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te pedirán el alma y todo lo que has acaparado ¿para quien será? Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios" (Lc. 12,16)

De algunos de los ricos de su época, Jesucristo arrancó el siguiente compromiso: "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres. Y, si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc. 19,8) Así se expresó Zaqueo y demostró cómo una privilegiada situación económica puede traducirse en bendición social.

La función social del derecho de propiedad era una de las principales preocupaciones de San Pablo, "el primero después del Único", cuando recomendaba a su discípulo Timoteo::

"A los ricos de este mundo encárgales que no sean altivos ni pongan su confianza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios quien, abundantemente, nos provee de todo para que lo disfrutemos, practicando el bien, enriqueciéndonos en buenas obras, siendo liberales y dadivosos y atesorando para el futuro con que alcanzar la verdadera vida" (I Tim.6,14)

El rico de este mundo puede serlo en acto o en potencia: recordemos que no son pocos los pobres obsesionados por vivir del trabajo ajeno y, envidiosos hasta el paroxismo, "explotar a quienes les explotan". Unos y otros dan argumentos al apóstol Santiago para fulminar:

"Vosotros, ricos, llorad a gritos sobre las miserias que os amenazan. Vuestra riqueza está podrida. Vuestros vestidos consumidos por la polilla, vuestro oro y vuestra plata comidos por el orín. Y el orín será testigo contra vosotros y roerá vuestra carne como fuego. Habéis atesorado para los últimos días. El jornal de los obreros, defraudados por vosotros, clama y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en delicias sobre la tierra, entregados a los placeres: os habéis cebado para el día de la matanza" (Sn.5,6)

Sucede que lo que yo considero mío, incluso cuando sobre ello me reconozca la ley el derecho exclusivo al uso y al abuso, no es más que una condición para la realización personal, vocación truncada si al mundo que me rodea le pongo el límite de mi propio ombligo.

Si hablamos de Trabajo y de Libertad, habremos de reconocer que, para que el Trabajo alcance un buen grado de fecundidad en libertad, necesita suficiente motivación. Claro que tenemos al Amor como la más noble y la más fuerte de las posibles motivaciones; pero si el Amor como fuerza creadora y de proyección social nace de la voluntaria entrega al servicio de los demás, hemos de reconocer que no es una facultad suficientemente generalizada. En razón de ello,

Para que el Trabajo y la Libertad sean continuos factores de desarrollo económico y social (es inconcebible el último sin el primero) debe ofrecerse a los actores un amplio abanico de motivaciones. Y sin duda que no es la menos efectiva de las motivaciones ésta que late en el derecho de propiedad: una parte de lo que hago es para mí de libre disposición. Así es y así ha de ser reconocido por imperativo de la realidad en la que se desenvuelve el ser humano.

La estabilidad y desarrollo de la economía, en gran medida, se apoya en el afán y preocupación de los hombres de industria y de negocio por alcanzar esas cotas de poder social que da el uso y disfrute de determinados bienes o posiciones. También se apoya en la solidez jurídica de los logros personales, desde donde, a la par que desarrollar determinados caprichos, es posible abrir nuevos cauces a la explotación de recursos naturales y subsiguiente creación de empresas, sin lo cual es impensable la organización y consolidación de la vida económica.

Es deseable que lo que hemos llamado Amor esté presente en los actos y pensamientos de todos los hombres y mujeres; el camino está iniciado pero progresa con agobiante lentitud. Bueno es, entre tanto, usar de otras motivaciones cual es el ansia de poseer o apasionado cultivo del derecho de propiedad según los dictados de la propia conciencia (e, incluso, conveniencia) dentro de los límites, claro está, que marque la ley (y el aparato fiscal).

De ahí se deduce que, si el Trabajo y la Libertad, se muestran como imprescindibles condicionamientos del desarrollo económico, es el espíritu generoso (o Amor) la mejor vía para que los "regalos de la fortuna" no se conviertan en la principal trabazón del desarrollo personal ("alcanzar la verdadera Vida", según está escrito y testimoniado).

Al respecto, caben ahí las puntualizaciones de Santo Tomás de Aquino:

"Si se le concede al hombre el privilegio de usar de los bienes que posee, se le señala que no debe guardarlos exclusivamente para sí: se considerará un administrador con la voluntad de poner el producto de sus bienes al servicio de los demás... porque nada de cuanto corresponde al derecho humano debe contradecir al derecho natural o divino; según el orden natural, las realidades inferiores están subordinadas al hombre a fin de que éste las utilice para cubrir sus necesidades. En consecuencia, parte de los bienes que algunos poseen con exceso deben llegar a los que carecen de ellos y sobre los que detentan un derecho natural".

Hay en esta acepción del derecho de Propiedad profundo conocimiento de la naturaleza humana y de los precisos resortes en que se apoya la voluntad de acción al tiempo que una preocupación por la universalización de los bienes naturales, cuyo descubrimiento y optimización, lo sabemos muy bien, depende, en gran medida, de la acción manual y reflexiva del hombre. Por ello, se ha de tomar como rigurosamente realista.

No tan realista es la pretendida colectivización irracional que, defendida apasionadamente por los utopistas de estos dos últimos siglos, suponía a un hombre cómodo y "socialmente productivo" desde su irrelevancia dentro de la masa. Lo aventurado de tal suposición viene avalado por la más reciente historia: sin libertad, la generosidad es sustituida por la apatía y el trabajo se convierte en una carga sin sentido. De una forma u otra, el ser humano, para resultar como tal, ha de aspirar a manifestarse como persona, es decir, como ser perfectamente diferenciado de sus congéneres: cuando no lo sea por su derroche de generosidad, pretenderá serlo desde el libre ascenso hasta algo que su entorno celebre.

Tampoco es realista el redivivo sueño calvinista de que el poder y la riqueza son muestra de predestinación divina o que el derecho a usar y abusar de las cosas es una imposición de la moral natural, mensaje subliminal que parece latir en el meollo de la llamada Economía Clásica, alguno de cuyos teorizantes se han atrevido a presentarse como voceros de la voluntad de Dios: "Digitus Dei est hic", escribió Bastiat al principio de sus "Armonías Económicas", libro presentado como pauta de una cruzada hacia la verdad y la justicia por el camino de la propiedad sin freno social alguno puesto que "el interés exclusivamente personal de los privilegiados es el instrumento de una Providencia infinitamente previsora y sabia".

El propio Adam Smith gustaba ser considerado como moralista: defendía el acaparamiento sin medida como un camino hacia un mundo en el que habría abundancia para todos; los insultantes atropellos son presentados como lógica consecuencia de la marcha hacia el progreso y no como obra de la mala voluntad o crasa falta de preocupación por los derechos del Otro.

Pero sí que es realista asumir la circunstancia con ánimo de humanizarla. Hubo en el pasado artífices de progreso cuya obra fue hija del más craso egoísmo; hay empresarios que dan trabajo sin la mínima preocupación por cuantos figuran en su nómina... hay descubrimientos geniales, fruto exclusivo de la vanidad de su autor...

Entre los obreros del progreso, hemos de reconocerlo, son pocos, poquísimos, los que cultivan el trabajo enamorado y muchos, muchísimos, los que cumplen una función social (desarrollan un trabajo trascendente) desde la sed de fama, poder o dinero: en suma, desde el más crudo egocentrismo. Para éstos como para los más generosos, una realista visión del Progreso pide Libertad, por supuesto que dentro de un Ley preocupada por zanjar ancestrales discriminaciones.

Por debajo de la generosa e incondicionada preocupación por el prójimo (eso que estamos llamando Amor) el entorno social brinda otras motivaciones a la participación en el Progreso: una de las más fuertes es la aspiración tanto a disponer caprichosamente del resultado del propio esfuerzo como a dejar constancia de ello. Por eso resulta socialmente positiva la institucionalización del derecho de propiedad sobre las cosas como privilegio que va más allá del simple uso y facilita la libre disposición de ellas en operaciones de compra, venta, donación, herencia o de frívolo e intrascendente autobombo. Por demás, habremos de dar la razón a Augusto Comte en su recomendación:

"La propiedad privada debe ser considerada una indispensable función social destinada a formar y administrar los capitales que permiten a cada generación preparar los trabajos de la siguiente".

Tomados así, los títulos de propiedad y el dinero son positivas herramientas de trabajo y consecuentes soportes de un continuado progreso económico y social.

Así se puede ver desde la óptica cristiana, para la cual el derecho de propiedad implica la administración sobre las cosas de forma que éstas puedan beneficiar al mayor número posible de personas. Ello obliga al "propietario" a ser riguroso en el tratamiento de los modos y medios de producción, a desarrollar la libertad y el amor al trabajo, a valorarse y a valorar en la justa medida a todos sus compañeros de empresa, a procurar que ésta se ajuste a la línea de progreso que permiten las técnicas y sus medios económicos y, por lo mismo, alcance la mayor proyección social posible: el llamado propietario puede y debe estar gallardamente en ese mundo sin ser de ese mundo.

Consecuentemente, para los Cristianos el derecho de propiedad no es, propiamente, un derecho natural pero sí una especie de imposición de las realidades que facilitan el equilibrio y el progreso social: es para ellos un derecho ocasional o, si se prefiere, un privilegio consagrado por la Ley. Privilegio que, como apuntaba Nicolás Bardiaef, puede enriquecerle espiritualmente si hace de él un medio para procurar el bienestar material de sus prójimos.

 

13.- LA CIENCIA Y LA DOCTRINA

En muy pocos años y gracias a la Ciencia, la explicación de la realidad material ha llegado a unos niveles ni siquiera esbozados en miles de años de historia de la Humanidad. En cambio, lo que se llama cultura laica, muy seguramente, está por debajo del nivel en que se movían los contemporáneos ilustrados de Aristóteles.

En la era espacial, la era del descubrimiento de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño, de los quanta y de la Teoría de la Relatividad... el razonamiento de muchos de los ilustrados de ahora apenas va más allá de los balbuceos presocráticos en torno al origen, preocupaciones y destino del hombre. Ello da pie para que los más ponderados evoquen a la democracia de Pericles como más coherente y sólida que cualquiera de las actuales o reconozcan a la lógica de Aristóteles como un inigualado cauce para el humano discurrir.

Alguno de los siete sabios de Grecia podía creer y defender de buena fe que la tierra era un cilindro con altura superior en tres veces a su diámetro y descansando sobre los hombros de un Titán mientras que impartía doctrinas muy capaces de diferenciar la realidad de la fantasía en los problemas de realización personal. Aun en nuestra época, pululan no pocos de los "maestros en Humanidades", que viven y desarrollan su profesión totalmente ajenos a la complejidad de la materia o a las cuestiones que despierta la grandiosidad del Universo mientras que celebradas lumbreras de la Ciencia, con supino atrevimiento, niegan al hombre cualquier excepcionalidad respecto a sus otros compañeros del reino animal.

Aun tan palmaria constatación, no es raro prestar mayor autoridad a las dogmatizaciones que sobre la autosuficiencia de la materia formula un profesional del pensamiento especulativo que a las experimentadas conclusiones de un paciente investigador empeñado en desentrañar los más intrincados vericuetos de la realidad material. Este y no el otro dispone de conocimientos y medios para situar al progreso científico en su justa dimensión; no será lo mismo si se atreve a dogmatizar sobre tal o cual parcela de la mente humana,

Ello no obstante, cada día, vemos cómo científicos y pensadores rivalizan en presentar particulares versiones del Absoluto; puede que lo hagan totalmente ajenos al rigor y solamente preocupados por canalizar hacia su ego cualquier imaginable suposición sobre el origen o sentido de la realidad material y del pensamiento: si se descubre en la materia una insospechada complejidad, pensador habrá que preste a la materia la capacidad de auto regenerarse y, puesto que es aceptado como filósofo, se atreverá a presumir de que, con ello, abre nuevos cauces al destino espiritual de la Humanidad. Por el mismo orden de cosas, tal o cual ilustre físico puede ser aceptado o presumir de ser el mejor director espiritual.

En realidad, son cosas que han ocurrido en cualquier época de la historia y que, desgraciadamente, despiertan eco en multitud de mentalidades sencillas y abiertas a lo que suena bien aunque resulte absolutamente incomprensible y muy poco relacionado con sus más acuciantes preocupaciones.

Ha sido preciso romper las fronteras de lo grande y de lo pequeño para que, en nuestra época, los poco ilustrados pero reacios a comulgar con ruedas de molino lleguen a una privilegiada situación: la de comprobar cómo la auténtica Ciencia se muestra prudente a la hora de establecer conclusiones definitivas: el hilo de la explicación de un fenómeno como la Vida se pierde en un horizonte al que, probablemente, nunca llegue el más sofisticado aparato de laboratorio, rigurosamente incapaz de explicar una mínima inquietud espiritual, la alegría del sacrificio, la fecundidad histórica del Amor y, mucho menos, a Dios. Ayuda a aceptar, eso sí, la inmensidad del Universo o las ilusionantes evidencias de un Plan General de Cosmogénesis.

La Doctrina, viva en la buena conciencia de los cristianos, ha propugnado siempre humildad frente a lo mucho que falta por conocer de la realidad material (en ocasiones ello le ha hecho pegada a viejos principios) y firmeza en todo lo que concierne a una feliz trascendencia personal lo que, ya lo hemos dicho, implica una voluntaria, continua e intensa participación en la tarea de descubrir, cultivar y universalizar los bienes naturales.

La Doctrina considera inútil todo progreso científico que no revierte en servicio al Hombre: Si a todo avance de la Ciencia se le puede hallar un fin práctico según el bien de la Humanidad, la poderosísima Técnica moderna, capaz de multiplicar cosechas, prevenir calamidades naturales, desviar el cauce de los ríos, potabilizar el agua del mar, acercar distancias incluso entre los astros.... es, en sí, un formidable medio de servir a la Humanidad.

Como tal es apoyado cordialmente por cuantos trabajan con su inteligencia, con sus manos y con los medios materiales de que disponen (incluido el dinero) para promover la multiplicación, distribución y equitativo uso de los bienes naturales.

A estas alturas, es ridículo presentar cualquier rivalidad entre la Doctrina y la Ciencia. De lo que se trata es de desarrollar esta última en libertad y siempre con ansia de proyección social. Desde esa actitud, sus promotores serán fieles adictos al Trabajo Solidario y, en el decir de Teilhard, participarán en la inacabada obra de la Creación, lo que, en absoluto, contradice a la Doctrina.

En este punto conviene recordar cómo, en épocas cruciales, la Iglesia ha mostrado cierta reticencia al al indiscriminado progresismo científico el cual, no lo olvidemos, durante muchos siglos aparecía ceñido a las Ciencias del Pensamiento puesto que aun era muy largo el camino a recorrer hasta descubrir, por ejemplo, la ley del péndulo, el telescopio u otros puntos de apoyo de la Física Moderna: era en el marco de la Filosofía en donde se estudiaba cualquier relación con lo escasamente conocido bajo la premisa de la incuestionable fe en un Creador "que todo lo hace bien" por lo que todo el saber humano debía estar sujeto al clásico imperativo medieval de "Theologiae ancilla Philosophia".

Obviamente (no olvidemos que "el poder corrompe"), se incurrió en exageraciones, que afectaron negativamente al progreso científico. Era, probablemente, el miedo a perder posiciones y privilegios: algo, aunque frecuente, muy poco cristiano.

Atrevámonos ahora a unirnos a cuantos encuadran la Obra de la Creación en los cauces abiertos por la poderosa Ciencia actual: no se trata de romper esquemas sino de mantener, como siempre, los ojos bien abiertos a la más palmaria Realidad.

Con ello recobramos el "valor" de tantos pensadores cristianos inclusive coetáneos de Jesucristo: "Creían para comprender" y nunca su fe estaba reñida con la Ciencia que es tanto como decir que su fe estaba en sintonía con las certeras percepciones de la Realidad.

Según ello, a la luz de la Ciencia más reciente y tras una nueva y serena lectura de los Textos Sagrados, podemos descubrir en Jesucristo una nueva dimensión, nacida de su excepcional Doble Naturaleza (Divina y Humana): es una dimensión o proyección histórico cósmica, que se expresa en una Presencia activa en el acontecer de cada día, muy especialmente, en el protagonizado por los "hombres de buena voluntad" cuyo paso por la tierra es, necesariamente, un eslabón más hacia el Progreso Universal en su más estricto sentido, el de la Convergencia hacia lo que no puede morir.

Y en el camino, tras continuo ejercicio de Libre Responsabilidad y de Trabajo Enamorado en sintonía con la prodigiosa fecundidad de la Tierra, la multiplicación y equitativa distribución de bienes entre todos los hombres (Pan y Libertad, fundamentalmente).

Desde esa óptica la Teología pierde mucho de su tradicional abstracción para situarse al nivel del hombre corriente y moliente, obligado él a enriquecer su propia vida en la más amplia y social explotación de sus personales facultades.

Así creemos haberlo visto en el frecuentemente aludido Teilhard de Chardin, científico moderno, fiel cristiano, sereno místico y hombre realista como pocos. Para nosotros Teilhard de Chardin fue, principalmente, un heroico pionero y un hombre de fe que pide a su Iglesia, siempre prudente y, en ocasiones, aprisionada por la inercia histórica y ancestrales prejuicios, un nuevo gesto tan "revolucionario" como aquel por el cual el evangelista San Juan, haciendo uso de la más racional Lógica de su época, cristianizó al Logos Alejandrino. Al respecto, recordemos cómo un judío helenizado, Filón de Alejandría, defendía que el "Logos" (el Verbo o la Palabra) era el Hijo primogénito, sabiduría y razón de Dios, por quien el mundo es creado y se mantiene.

Tal postulado, que cobraba excepcional fuerza en la intelectualidad judía de la época, a juicio de Juan presta argumentos complementarios al Hecho de la Redención cuyo principal Capítulo acaban de seguir en "vivo y en directo" y no duda lo más mínimo al reflejarlo en su Evangelio:

"En principio, la Palabra existía, la Palabra esta en Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el Principio con Dios. Todo se hizo por Ella y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe. En Ella estaba la Vida y la Vida era la Luz de los Hombres. Y la Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron" (Jn. 1,1)

Los cristianos podemos ver en esas particulares formas de expresión una clara referencia a la genial realidad de dos naturalezas, la Naturaleza Humana y la Naturaleza Divina, asumidas por Jesucristo para redimir al Hombre y hacer Historia.

El protagonismo de Jesucristo (que, por envidia, han marginado no pocos "sabios de este mundo"), Dios y Hombre para toda la Eternidad, es evidenciado por su Vida, su Muerte, su Resurrección y su Ascensión (o ¿su inserción, ya como Dios-Hombre, en la Plenitud del Universo), plasmado todo ello en una Presencia vivificante y activa en la Historia (por medio de la Eucaristía y su perenne Gracia).

El mundo del Espíritu, aunque intuido y presentado como necesario por la Ciencia, no puede ser explicado ni siquiera interpretado por ella. Es ahí donde entra la Doctrina, cuyas revelaciones despiertan eco en lo más valioso del ser humano y, sobre todo, vienen avaladas por la Sangre y Testimonio del Dios Hombre.

Efectivamente, tenemos sobrados argumentos para creer que nada de lo que la Ciencia muestra como real contradice lo más mínimo a la Doctrina, sobre todo, cuando ésta marca como indiscutible camino de espiritualización la preocupación personal por acrecentar y mejor distribuir los bienes materiales, objetivo irrenunciable de la propia Ciencia.

 

14.- CARÁCTER PROGRESISTA DE LA HISTORIA

Es ocioso insistir sobre el carácter progresista de la Historia si bien resulta prudente no olvidar los evidentes profundos baches entre lo que podemos llamar civilizaciones positivas. El por qué y el cómo de ese progreso es fuente de abundantes especulaciones que, muy frecuentemente y al estilo de Marx, Nietzsche ó Freud, se basan en tal o cual apreciación temporal y parcial.

Pero no todos piensan que la Humanidad, aunque con lentísimo paso, camina hacia su perfeccionamiento: uno de los más celebrados teorizantes pesimistas es Oswaldo Spengler(1880-1936), empeñado en resucitar el culto a la animalidad y a la intrascendencia hasta, según se apunta en la Historia de la Filosofía de Hirschberger, resultar ser

"Uno de los escritores que más han contribuido a envilecer el segundo y tercer decenio de nuestro siglo (tiránicos totalitarismos y grandes guerras) mediante una interpretación brutalizada de Nietzsche", puesto que "lo que está en juego, es la vida, la raza y el triunfo de la voluntad de dominio; no la conquista de verdades, de inventos o de dinero. La Historia Universal es el tribunal del mundo: da siempre la razón a la vida más fuerte, más plena, más segura de sí misma y confiere siempre a esa vida derecho a la existencia, sin importarle que resulte justo o injusto a la conciencia. Ha sacrificado siempre la verdad y la justicia al poder, a la raza, y ha condenado siempre a muerte a aquellos hombres y pueblos, para quienes la verdad fue más importante que la acción y la justicia más esencial que la fuerza".

Para Spengler así fue y así será siempre en la historia de la humanidad desde que

"el hombre primitivo que anidaba solitario como un ave de rapiña. El alma de este fuerte solitario es enteramente guerrera, desconfiada, celosa de su fuerza y de su botín... conoce la embriaguez del deleite cuando el cuchillo entra en la carne del enemigo y cuando el vaho de la sangre y los chillidos de la víctima penetran en sus sentidos triunfantes..."

Es una radical bestialización que, según él, priva y triunfa a todo lo largo de la historia puesto que, tal como proclama sin rebozo alguno

"todo varón auténtico, aun en los estadios superiores de las culturas, percibe en sí mismo el dormido rescoldo del alma primitiva".

Vemos ahí una "justificación intelectual" de los tiránicos totalitarismos, guerras mundiales y masacres de pueblos que ha vivido nuestro siglo. De hecho, Spengler invita al hombre-bestia (torpe diosecillo de barro hijo del "superhombre" de Niezstche) a erigirse en protagonista de la historia por el camino del atropello y del crimen sin paliativo alguno. Coloca al hombre en el nivel más bajo de la escala zoológica.

Por directa imposición de la Realidad ya sabemos que estructurar la Vida y la Historia por la exclusiva inspiración de la fuerza animal es cultivar una absoluta ceguera hacia la única dimensión humana que garantiza un Progreso sin dramáticos baches: la dimensión espiritual.

Por el contrario, el pobre ser que se deja dominar por la borrachera de la bestialidad, en sus regresiones a la "selva", captará palmariamente el vacío en que se ha encerrado: es un encierro que no le impedirá vivir y morir atormentado por su sed (vocación) de trascendencia. Es un tormento tanto mayor cuanto más en serio se haya tomado el alcanzar la cúspide de la pirámide humana: siempre será rebasado por otro más bestia o más fuerte y, en el último término, por la muerte. Ha perdido el precioso tiempo que se le concedió de vida puesto que, por incurrir en la apostasía de la insolidaridad, ha resultado la principal víctima de un antinatural, desbocado y ridículo egocentrismo.

Para huir de tales extremos otros muchos de nuestros contemporáneos cultivan la vieja evasión romántica que preconiza Klages: toman la vida propia como un juego intrascendente en el que solamente deben intervenir los instintos, el blando sentimentalismo, lo lúbrico, el "pathos"... sin otra preocupación que la de aprovechar las migajas de bienestar o placer animal que deja escapar la fatalidad. Se huye así del constante dominio que ejerce el espíritu sobre la técnica, la economía, la civilización y la política. El tal dominio, dogmatiza Klages, fue iniciado por los más celebrados pensadores griegos para "fortalecerse descomunalmente" con el Cristianismo. Contra tal corriente "espiritualizadora" invita Klages a oponer toda la fuerza de la dimensión humana que más interesa a una inmensa mayoría: la dimensión animal.

Como réplica, hemos de insistir en que es la propia Realidad la que no admite tan pobres concepciones del Hombre, que, en su noble esencia, no es una fiera al acecho ni tampoco un animalillo que distrae sus sufrimientos con el continuado recurso a sus más elementales instintos.

Ni Spengler ni Klages dudan de la dimensión espiritual del Hombre: lo que pretenden es encadenarla a la dimensión animal que es (o ¿debe de ser?) la "triunfadora". Tras ellos no falta quien niegue, pura y simplemente, la dimensión espiritual del Hombre.

Los sueños de animalización colectiva, recordamos de nuevo, chocan frontalmente con la Realidad: la dimensión espiritual, el más valioso tesoro del reino animal, a partir de su expresión primera en el homínido capaz de personalizar su acción, es el principal elemento con que la historia cuenta para su desarrollo y progreso. Es responsabilidad de cada hombre avanzar hacia su propia plenitud desde el natural y racional uso de los nuevos medios que el tal progreso de la Historia pone a su alcance.

De esa forma, la Historia (la Humanidad en general) y cada hombre en particular participan en un progreso consecuente con lo que hemos llamado Plan General de Cosmogénesis o Creación en marcha.

Ha de ser ése un Progreso capaz de superar los frenos que oponen la fuerzas negativas de la propia historia, entre los cuales uno de los más fuertes resulta ser el regresivo uso de la Libertad.

Un Progreso que sintoniza con el Plan General de Cosmogénesis es un progreso que exige a cada hombre continuo ejercicio de Trabajo Solidario y, por lo mismo, cubre etapas de Amor con proyección cósmica.

Muy bien como ilusionante invitación a la Acción... pero ¿qué decir de la "circunstancia" en que vivimos y nos desenvolvemos? ¿Hacia dónde nos podemos dirigir cuando dudamos?

A Jesucristo y a sus fieles, sin duda alguna. La Historia, que Jesucristo preconiza, se basa en la libertad y responsabilidad de cada hombre. El uso de la libertad es regresivo y estéril cuando no va acompañado por un vuelco social de las personales facultades, es decir, cuando no se ajusta a las leyes de la Armonía Universal. Por eso, en una de sus más fervientes oraciones como Hombre, la de la Ultima Cena, suplica al Padre:

"Que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y Yo en Ti; que ellos también sean uno en Nosotros para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste para que sean uno como nosotros somos Uno: Yo en ellos y Tú en Mí" (Jn.17,21)

En el Antiguo y Nuevo Testamento late esa genial Realidad, que

"Tienes enteramente cerca de ti: está en tu boca, está en todo tu ser para que todos tus pensamientos sean fecundos" (Dt.30,14), "es por quien existe todo y todo se ajusta al Plan de Dios" (Ecles.42,15); "es lo que empuja a la acción a cuantos creen" (Ts.3,13).

Plan de Dios y Libertad del Hombre, según amplias referencias de la Doctrina que sirve de alimento a la Fe, son factores incluidos claramente en la Obra de la Redención, principalísimo capítulo de la Creación en Marcha. De toda la Teología, es lo referente a la voluntad de Dios, al Plan de Dios, lo que más interesa al Hombre y, sin duda, es en ello en lo que ha de basar su participación en la Historia. Con palabras más o menos modernas así lo han entendido los más influyentes Padres de la Iglesia, entre ellos San Bernardo de Claraval, para quien "más que adentrarme en la Majestad de Dios interesa aplicarse a vivir según su voluntad".. Y queda claro que la voluntad de Dios respecto al hombre ni puede ir más allá de las fuerzas de éste ni contravenir su sagrado respeto por la Libertad en que cobran valor creador el ansia de conocer, el desarrollo de las diferentes capacidades y el trabajo en equipo hasta convertirse en pilares básicos de una Ciencia capaz de descubrir lo que, a lo largo de las épocas, va necesitando la Comunidad Humana..

La parte de Realidad, que desvela la Ciencia, se centra y se explica por el fenómeno de la Evolución el cual, como ya hemos dicho, muestra cómo el Hombre está en camino de su propia realización (de su Ser) en tanto en en cuanto desarrolla sus facultades personales según el continuo empeño de "amorizar" (de nuevo, Teilhard) su circunstancia material y social.

La Iglesia, ya lo hemos dicho, a pesar de todos los condicionamientos históricos a que está sometida por su carácter de organización terrena, cultiva y respeta a la Ciencia en tanto en cuanto ésta sirve a la dignidad y solidaridad humanas.

La Ciencia, también lo hemos apuntado, resulta intérprete fiel de la Realidad siempre que se centre en el descubrimiento y constatación de los fenómenos sin caer en la tentación de la autosuficiencia o de las divagaciones por la resbaladiza fantasía. Con el respeto que se merecen Una y otra y desde la inquietud por comprender el origen y sentido de la propia vida se puede lograr una aproximación al sentido de la Historia.

Hoy ya nadie discute sobre los puntos de coincidencia entre la Fe que defiende la Iglesia y las conclusiones fundamentales de la Ciencia moderna sobre la lógica natural de una Causa Primera.

Dicho esto, conviene recordar que la Una, es decir, la Iglesia, es la "Novia de Cristo" (P.22,17), el Dios-Hombre, Principio y Fin de todas las cosas, y que la otra, la Ciencia, progresivamente ofrece los medios materiales para poner esas mismas cosas al servicio de todos y de cada una de las personas que pueblan la Tierra. "Humanizar" las cosas o, mejor aún, canalizarlas según su más noble dimensión... ¿no es una forma de ajustarse al Plan de Dios?

El alma de la Ciencia es la fe en la Tierra; el alma de la Iglesia es la Fe en Cristo-Dios. Tranquilamente, el cristiano puede asumir esa doble Fe como norte de su activa participación en el Progreso.

La Ciencia observa, encadena fenómenos, duda, experimenta y llega a conclusiones que le ayudan tanto a descubrir el origen de las cosas como a amaestrar las fuerzas naturales. Sin renegar de su fe en la Tierra, ha descubierto tanto la necesidad de una Causa Primera como la irrefrenable ascensión de las formas materiales hacia un más ser..

Por su parte y en razón de su Fe de siempre, la Iglesia mantiene que Dios, Causa Primera, principio y Fin de todo, ama, crea y gusta de ser correspondido en libertad. El Hombre, objeto preferente de la atención de Dios, alcanza su más noble destino cuando, sin pausa, proyecta hacia los demás sus facultades personales, es decir, cuando ama al prójimo como a sí mismo..

Para la Iglesia el Plan de Dios y el papel del Hombre en la Creación fueron mostrados al Mundo por el propio Jesucristo, excepcional personaje histórico cuya autenticidad no pone en duda la Ciencia más exigente.

Liberándose de prejuicios, humilde y hambriento de Verdad, el hombre de hoy está invitado a reconocer tanto la plena identificación entre Jesucristo y la Causa Primera como que la cúspide de la Evolución (la convergencia en el punto Omega, que diría Teilhard) coincide con la Parusía, Apoteosis del Amor o definitiva realidad del "Todo en Todos" de que, sin equívocos, habló San Pablo.

Si es así, y hay sobradas razones para aceptar que lo es, los hombres de hoy podemos creer que

"Él nos fortalecerá hasta el fin para que seamos definitivamente suyos en la Parusía. Pues fiel es Dios por quien hemos sido llamados a la unión con su Hijo, Jesucristo, Señor Nuestro" (I Cor.1,8).

Razón de más para aceptar que Dios ama hasta el infinito y que, por imperativo de su Amor, crea y espera ser amado en Libertad.

Por caminos de Libertad, contagiando Amor, se realiza el estadio supremo de la Evolución, la Redención, en la que, junto con Jesucristo, participan todos los cristianos. Redención, cuyo propio campo de acción es el mundo en el que se mueven los hombres con todas sus carencias y aspiraciones; redención que requiere trabajo y amor indiscriminado.

Hétenos como Ciencia y Cristianismo nos ayudan a captar y utilizar las "herramientas" del Progreso. Gracias a tales herramientas y a su "adecuada" utilización podemos, paso a paso, descubrir y humanizar las virtualidades de la Materia para, en continuo ejercicio de generosidad, universalizar bienes y voluntades.

Ese es un probable e ilusionante sentido de la Historia, cuya realización tropezará con no pocas dificultades, muchas de ellas hijas de la libertad de los propios hombres. Algunas de esas dificultades, en múltiples ocasiones y tal como podremos comprobar en los siguientes capítulos, son otros tantos alicientes para la positiva reacción ante imprevistos y adversidades..

 

15.- EL ENTRONQUE CULTURAL DE ESPAÑA

Para al esfera cultural en que se mueve el Mundo Ibérico, la historia escrita del pensamiento empieza con los griegos, cuya forma de pensar, en líneas generales, .estaba animada por la preocupación de deducir el significado de la vida humana desde el previo conocimiento de su entorno físico y espiritual. Era una actitud realista (percepción y reflexión sobre la propia reflexión) en la cual escasa cabida tenía el fantasismo individualista que, tan cerca de nosotros, han defendido los llamados arquitectos de ideas (los idealistas, con Hegel a la cabeza).

Algunos de los presocráticos ya se preocuparon por explicar en lógica natural cuanto existe: abogaban por una especie de comunitarismo entre elementos y personas. En esa línea ha de interpretarse el legado de un Tales de Mileto para quien el principio creador era el agua, del que proceden desde el ínfimo animal hasta los propios dioses; para Anaximandro, compatriota de Tales, el principio creador era el "apeirón" o lo infinitamente indeterminado que adopta las variadas formas impuestas por la evolución, desde una elemental partícula hasta la propia inteligencia; en la misma línea, Anaxímenes, discípulo de Anaximandro, identifica a la materia prima con el aire (polvo cósmico, que podría decir Teilhard).

Sin duda que esos primeros apuntes evolucionistas, desde una óptica que mucho se parece a la de Todo en todos, representan un serio esfuerzo por situar al hombre en el camino que mejor corresponde a su destino: se mira al cielo con los pies en la tierra y teniendo enfrente a un ser (animal político, que dirá Aristóteles), que aprecia progresivamente su libertad.

Pero también, en la época, tuvieron su propia evasión idealista. Una de las corrientes más destacadas del tal idealismo viene representada por el "divino" Platón que ve en las ideas a las madres de las cosas y, también, por los "pitagóricos", para quienes los "números son la causa primera y raíz de cuanto existe".

Era aquel una especie de "idealismo objetivo", muy distinto del "idealismo subjetivo" de la escuela alemana: para aquellos el cerebro era un simple receptor de imágenes a dilucidar, mientras que, para éstos, la propia conciencia resulta ser el principal proyector de la verdad.

En su momento, volveremos al tema del "idealismo subjetivo", tan responsable de múltiples fracasados colectivismos. Por ahora, bástenos reconocer lo poco que tiene que ver con la genuina cultura mediterránea, en la que, desde siglos atrás, la cultura española está entroncada.

La circunstancia en que se desenvolvía la acción y el discurrir de los llamados filósofos clásicos, admitía a la violencia como factor principal en las relaciones entre estados, no reconocía la igualdad entre los hombres hasta el punto de institucionalizar formas de avasallamiento de por vida sin otro aval que la fuerza física o la derrota en el campo de batalla.

Ante ello son muchos los tentados a considerar el panorama como realidad definitiva: así parece mostrárnoslo Heráclito, llamado el "Obscuro", cuya es la afirmación de que "la guerra es la madre de todas las cosas", que, en fatal, gigantesca y agitada rueda, se ajustan a un ciclo de 10.800 años (nadie ha explicado aun por qué): parece como si pretendiera demostrar que, hágase lo que se haga, cuanto existe terminará volviendo a empezar después de haber bañado en sangre un largo período de historia.

En la historia de los círculos intelectuales siempre han existido posiciones encontradas. No es, pues, de extrañar que el "evolucionismo circular" y extremismo derrotista de un Heráclito (resucitado por Hegel y sus discípulos) encontrara el polo opuesto en un Parménides, para quien la realidad está sumida en una especie de nirvana ocupada por un ser inmutable a cuyo conocimiento solamente pueden acceder privilegiados como Parménides... el resto, sumidos en crasa ignorancia, habrá de contentarse con las simples apariencias. Desde esa posición, resultará que la realidad total será lo que determina el sabio ("Lo mismo es el pensamiento que aquello que pensamos"). Sin duda que es una forma de discurrir exageradamente racionalista, pero de un peculiar matiz que le libera del rígido anclaje al yo cual será el caso del idealismo alemán.

Al margen de no pocas pedanterías y errores, en que tan fácilmente incurren los intelectuales de profesión, a estos primeros representantes de la cultura mediterránea les cabe el mérito de abrir brecha en lo que podrá ser una fértil reflexión, en la que pueda tomar carta de naturaleza una más certera aproximación a la realidad. Tanto mejor si ello nos viene desde un paciente y desapasionado estudio de las cosas, de los hombres y de cuanto ocurre en ellos y entre ellos.

Tal fue el caso del maestro Aristóteles quien se empeñó en conciliar experiencia y razón, comprometida ésta en la aproximación a la Realidad desde un natural principio de intuición.

Con su "Liceo" Aristóteles se esforzó en salir del atasco en que se debatía la "Academia" de su antiguo maestro, Platón. Frente a la cantada autonomía de las Ideas, Aristóteles responderá perogrullescamente: "No se puede pensar sin comer". Cantó la libertad del hombre frente al gregarismo de su maestro. Simultaneó la reflexión sobre las serias preocupaciones de los hombres con el estudio de las ciencias naturales.

Es así y a pesar de la palmaria ausencia de unos medios imposibles en la época, apuntó la cuasi certeza de la evolución animal, la estrecha relación entre el alma y el cuerpo, la necesidad de una primera Fuente de Energía, capaz de animar el proceso de "humanización" de la Realidad.

Por otra parte y como no era para menos desde la pagana visión del hombre, Aristóteles consideró a la esclavitud como una imposición de la infraestructura económica y, en razón de ello, llegó a decir que algunos hombres eran "naturalmente" esclavos: si la Naturaleza gusta de facilitar sus frutos a partir de un duro y continuo trabajo, si las necesidades ordinarias requieren una especie de mecánica dedicación... las correspondientes tareas no pueden ser desarrolladas más que por aquellas personas en que predomina el afán de supervivencia sobre el afán de reflexión. Tal situación es inevitable hasta tanto "las lanzaderas y otras herramientas se muevan por sí solas".

Legó Aristóteles a su entorno mediterráneo su preocupación por casar hombre y naturaleza, por hacer depender al pensamiento de lo que entra por los sentidos, por apuntar a una Realidad en la que Todos dependen de Todo, por identificar lo sabio con el mayor conocimiento posible de la realidad desde lo natural hasta lo político pasando por lo fisiológico y técnico.

Es Aristóteles un personaje comprometido con el estudio de las cosas, las cuales, mediante la capacidad reflexiva del ser humano, pueden convertirse en ideas; nunca al revés, como fuera el caso de Parménides o Platón. Por demás, dedica especial simpatía a cuanto pueda facilitarla armonía entre los hombres y de éstos con todo el Universo espiritual y material.

En paralelo con ese afán por encontrar sentido trascendente a todo lo natural y humano, se desarrollan los afanes imperialistas de Alejandro III de Macedonia (díscolo discípulo de Aristóteles) y de los Diadocos con la trágica secuela de ruinas, atropellos y muertes. Es cuando los más reflexivos de los hombres tratan de encontrar el sentido de la propia vida dentro de sí mismos, lo que les lleva a preocuparse por lo que se llamará ciencia del comportamiento o ética.

Ahí también se dan posiciones encontradas: la de los epicúreos (de Epicuro de Samos) y la de los estoicos (de la "estoa" o pórtico ateniense decorado por Polignoto).

Los primeros, desde una concepción del mundo ramplonamente materialista, basan la realización personal en perseguir el placer de los sentidos; sus obligaciones sociales se reducían al buen parecer, según el patrón que marcó el propio Epicuro, personaje cultivado, de suave trato y amigo de sus amigos.

Incondicional devoto suyo fue Lucrecio Caro (96-55 a. C), el más celebrado panegirista del buen vivir de la dorada época romana en que seguirían su doctrina y ejemplo la "beautiful people" de la época con Augusto, Virgilio, Horacio, Mecenas... como principales mentores. Es su religión estrictamente formal y las divinidades especies de opulentos rentistas, que viven para sí sin la mínima preocupación por lo que ocurre en el mundo de los humanos en donde, para el tal Lucrecio Caro, el más sabio es aquel que "acierta a vivir como un dios".

Para los estoicos, en cambio, que cultivan una serena religiosidad y el dominio de las pasiones, el auténtico saber no es, ni más ni menos, que la ciencia de las cosas divinas y humanas. En sus creencias van más allá de la cosmogonía oficial y adoran a un dios "por el cual tiene el todo su existencia viva; es santo, inabarcable, jamás nacido, jamás muerto...".

El moderno evolucionismo encuentra en la Estoa un precedente: son las llamadas "rationes seminales", ínfimas porciones de materia, que están en el principio y origen de todas las cosas para confluir en el Todo puesto que "Zeus crece hasta consumar de nuevo en sí todas las cosas". Según ello, el hombre sería de "linaje divino" y estaría comprometido en la inacabada obra de la Creación.

Esa perspectiva de la Estoa es celebrada por el propio San Pablo: "Porque así han dicho algunos de vuestros poetas, que somos de su linaje", dice el Apóstol en Act. 17,28.

Frente al epicureísmo dominante, el estoicismo se declaró abiertamente beligerante. Su más cruda batalla tuvo lugar en Roma en que, vilipendiada por unos, fue recibida calurosamente por los personajes reputados como más ascéticos al estilo de Escipión el Africano y el gran pontífice Mucio Escévola. Es también la doctrina que inspira la trayectoria intelectual del gran Cicerón y de nuestro Séneca.

Lucio Anneo Séneca pasa por ser el más ilustre representante español de esta escuela y, probablemente, el más grande de los sabios de la Roma Imperial. Para él sabio es el que sabe conducir su vida conforme a razón. Su filosofía o forma de pensar es esencialmente práctica: es una forma de vida más que un método de especulación teórica. Crítico de la corrompida corte de los sucesivos emperadores Calígula, Claudio y Nerón, sufrió enconadas represalias hasta ser condenado a abrirse las venas por parte del último, de quien había sido preceptor.

Vivir conforme a razón es tanto una exigencia de la propia naturaleza como la mayor prueba de heroísmo ("El fuego prueba al oro; las vicisitudes de la vida a los hombres fuertes"). En el centro de la Naturaleza ("Corazón de la Materia", dirá Teilhard) coloca a mismo Dios:

"¿Qué otra cosa es la naturaleza sino Dios y la razón divina inserta en todo el mundo y en cada una de sus partes? ni se da la naturaleza sin Dios ni Dios sin la naturaleza..."

Las limitaciones de Séneca son las limitaciones de todo el que se ve a sí mismo necesitado de Dios y no ha percibido aún su cercanía por la gracia de Jesucristo. Porque no es verdad que Séneca llegara a conocer a San Pablo, quien, sin duda, le habría hablado de Jesucristo, de Quien no encontramos ninguna referencia en la obra de Séneca.

San Pablo habría mostrado a Séneca las diferencias esenciales entre Dios y sus criaturas y, también, nuevas posibilidades de una mayor libertad en un día a día proyectado hacia los demás.

Pero, a pesar de su carácter de pensador pagano, Séneca fue aceptado como maestro de moral por no pocos ascetas y religiosos, hasta llegar algunos a considerarle algo así como uno de los primeros padres de la Iglesia.

Desde ese punto de vista, alecciona el hecho de que, muy al contrario de lo que ha ocurrido con otras viejos sistemas de la antigüedad, la doctrina personificada por Séneca, el estoicismo, se desvaneciese progresivamente ante la crecida presencia del Cristianismo, tal como si el papel histórico que le hubiera correspondido fuera el de precursor y los valores que defendía fueran humilde anticipo de los ratificados por Jesucristo.

Sí que, a pleno derecho, habrá de ser considerado padre de la Iglesia otro español, San Isidoro de Sevilla (560-636), hermano de San Leandro, el que bautizara al rey Recaredo y a toda su corte.

Para Isidoro, Dios es el eje de toda preocupación científica y la piedra angular del edificio de todo acontecer humano. Reniega de toda especulación estéril y busca un hermanamiento total entre Ciencia y Fe, entre pensamiento y humanización del entorno. Auténtica enciclopedia viviente, puso de actualidad a Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca... a la par que abrió los caminos del Evangelio a los poderosos de la Época, siempre con directa proyección sobre el acontecer del día a día, la directa realidad que espera la impronta del convertido para resultar más benévola con el hombre. En obras como el "Libro sobre la Naturaleza de las cosas" muestra su preocupación por las aplicaciones positivas de la ciencia de su tiempo.

Crítico decidido del arrianismo, fue el catolicismo que enseñó San Isidoro de Sevilla una libre vía para romper con viejos atavismos. En el ámbito de la Iglesia, fue, sin duda, el más ilustrado, equilibrado y pragmático de los pensadores de su tiempo. Así lo entendió el Concilio de Toledo del año 653 que lo definió como "Ilustre maestro de nuestra época y gloria de la Iglesia Católica"

Consejero de doctores, reyes y papas, a través de la España de entonces, mucho influyó San Isidoro en el complejo mundo que sustituyó al derruido Imperio Romano. Muchos siglos después, aún perdura su obra y el recuerdo de una vida de infatigable estudioso que ve en el Evangelio el mejor camino para la verdadera Sabiduría.

 

16.- RELIGIÓN Y PODER

La Historia muy poco nos habla del fervor religioso del emperador Constantino; pero sí que pone de relieve su pragmatismo político: aunque se mantienen dudas sobre si murió bautizado, está fuera de discusión que promocionó decisivamente lo que, en el llamado Mundo Occidental, habría de ser razón y base del poder político durante no menos de mil años: el reconocimiento de la Iglesia Católica como valor social de primer orden.

Constantino había acertado a presentar a su rival, Magencio, como el anacrónico paladín de un viejo mundo carcomido por la abulia y la viciosa esterilidad. Y, puesto que era la Cruz el símbolo y el nimbo de gloria de sus más fieles y disciplinados súbditos, Constantino reflejó en ella todo un raudal de juvenil energía capaz de abrir nuevos horizontes de ilusión a una sociedad en crisis.

Para muchos de sus súbditos aquella fué una "guerra santa": la derrota de Magencio representó la estrepitosa caída de los viejos dioses; el propio Jesús de Nazareth había de ser reconocido como el gran Triunfador.

Se prestaba así aire sobrenatural a la ocasional resolución de un simple conflicto de ambiciones.

Pero, al margen de la simpatía o interesada utilización de los poderosos, la Religión Cristiana se reveló como una doctrina viva capaz de despertar y encauzar innumerables vocaciones de amor y de trabajo: si había oficialismo y manipulación, también se había alcanzado un superior estadio de libertad fecunda en ejemplos de Fé "capaces de mover montañas", algunos de los cuales revertían en el pertinente freno a no pocos atropellos: como ejemplo de ello recuérdese cómo, años más tarde, san Ambrosio, obispo de Milán, se enfrentó al soberbio emperador Teodosio al que obligó a penitencia pública y al abierto reconocimiento de sus crímenes (por simple cuestión personal, el emperador había bañado en sangre inocente las calles de Tesalónica).

Sabemos que, en su genuina esencia, el Cristianismo presenta al Amor y al Trabajo como soportes principales del progreso histórico; que la conversión tiene lugar siempre en el plano de la voluntad y, por lo tanto, implica respeto a la libertad personal: así se hizo y así se hace en el desarrollo de las comunidades cristianas, en la "positiva conversión" del Pueblo.

No es lo mismo cuando se hace del Evangelio una razón política, lo que, a lo largo de toda la Historia, han asumido no pocos caudillos llamados cristianos.

Son confusionismos, que abundan particularmente en épocas de revoluciones y conquistas de que tan pródiga fue la Edad Media, tiempo en que se consolida la (llamémosla) Civilización Cristiana como fuerza social y fuente de poder político. Los líderes de la época hacen coincidir la idea de evangelización con la de civilización y ésta con la de expansión y autoridad, es decir, con la idea y prueba de poder.

El cristianizar ya no era, exclusivamente, "amorizar la Tierra" o, lo que es igual, estar en el mundo para, en sincero propósito de amor y trabajo, facilitar el pan del prójimo y, por caminos de abierta y liberadora generosidad, conquistar las voluntades una a una. Al ejemplo de Cristo, así lo hicieran Pablo, Pedro, Juan, Santiago y tantos otros heroicos seguidores.

Con muy distinto estilo e intención, hubo no pocos caudillos, administradores y satélites, que se presentaban como cristianos sin otro afán que el de comprar voluntades. Para ello y siempre en función de sus intereses, traducían en recurso dialéctico lo más noble de la novedad doctrinal, "vestían piel de cordero" y consolidaban posiciones; logrado el poder, seguían teniendo presente que convenía aprovechar al máximo los recursos publicitarios del orden nuevo para mantener la fidelidad de los súbditos.

No es de extrañar, pues, que en la llamada sociedad cristiana, más que el fecundo compromiso de trabajo y generosidad, privase, por una parte, el apasionado individualismo de los poderosos, por otra, la gregaria sumisión y el respeto a los ritos y coacciones sociales.

Cierto que los buenos cristianos veían en su doctrina bastante más que la ideología oficial: de ello nos dan sobrados ejemplos una pléyade de "promotores del progreso social", entre los cuales, sin duda alguna, merecen un puesto de honor Jerónimo, Benito, Agustín, Ambrosio, etc....

El Cristianismo, predicado y protegido pero insuficientemente vivido, resultó incapaz de superar la abulia de un imperio en descomposición y, por lo mismo, ya presa fácil para una multitud de pueblos empujados por la dinámica de su miseria y de su ambición. Y se sucedieron las invasiones y asentamientos bárbaros con la lógica secuela de radicales cambios en las formas de vivir y de relación entre los hombres.

La cultura histórica se refugió en los monasterios, desde donde podían fluir atemperantes arroyos de humanidad siempre en comunión con la autoridad de Roma, centro emblemático de la Cristiandad.

Hacía ya tiempo que Roma había dejado de ser capital del Imperio. Sitiada y saqueada por Alarico, rey de los visigodos, conquistada por los vándalos... pronto fue objeto de protección por los subsiguientes reinos bárbaros (ostrogodos primero y longobardos más tarde).

El obispo de Roma gozaba de prerrogativas especiales tanto sobre las otras autoridades eclesiásticas y el común de los fieles como sobre las autoridades civiles locales. La base de tales prerrogativas nacía en el hecho de ser el sucesor de Pedro, Príncipe de los Apóstoles.

En el aspecto político, Roma vivía como a la sombra de las viejas glorias: mantenía un Senado con sus cónsules y un "prefectus urbis", dependiente del "magister militum", especie de delegado del exarca de Rávena, del rey bárbaro de turno, del emperador o del propio papa.

A finales del siglo VI, hubo un "prefectus urbis" que llegó a ser papa con el nombre de Gregorio I. Pronto sería reconocido como señor feudal por los lombardos que dominaban entonces en Italia. De hecho, ya administraba el Papa un territorio, el llamado "patrimonium Petri" o conjunto de sucesivas donaciones recibidas de tales o cuales poderosos deseosos de reconciliarse con la Iglesia in extremis. La condescendencia de los lombardos permitió que el "patrimonium Petri" se convirtiera en territorio soberano y que su titular, el papa, fuera reconocido como principal jerarquía civil.

Es el inicio del "poder temporal" de los papas cuya reminiscencia actual es el minúsculo estado del Vaticano.

Hijo de la época, el papa Gregorio se hace reconocer como señor feudal; pero imprime un nuevo carácter a ese señorío: se presenta como "siervo de los siervos de Dios", considera su posición privilegiada como un don no merecido y pone la fuerza que se deriva de tan alta posición social al servicio de la Comunidad.

Acepta la seguridad que le ofrece el rey lombardo Agiulfo al tiempo que promueve la conversión de toda su corte al Catolicismo; puede influir e influye para que su amigo personal, Leandro de Sevilla, convierta al Rey Recaredo con toda su corte o que el pagano rey de Essex admita la libertad de predicación para todos sus súbditos...

El ascendiente moral que logra sobre los poderosos de su época es utilizado por Gregorio I para asentar como valores esenciales la "Sabiduría y el Poder de Dios".

La Sabiduría, muy por encima de la simple cultura académica y de la retórica, guía a los hombres hacia la comunión de los buenos cristianos mientras que el Poder de Dios debe ser reconocido como la única fuente de poder terreno:

"El poder ha sido dado a mis señores sobre todos los hombres para ayudar a quienes deseen hacer el bien para abrir más ampliamente el camino que conduce al Cielo, para que el reino terrenal esté al servicio del reino de los cielos".

Gregorio I (San Gregorio Magno) legó a sus sucesores una reconocida autoridad moral que, en múltiples ocasiones, fue confundida con la autoridad civil o política. De hecho, es desde entonces cuando el poder efectivo del Obispo de Roma o Papa cuenta con progresivo asentamiento terreno hasta culminar con Esteban II (752), ya reconocido soberano de un amplio territorio (Estados Pontificios) desde el cual imparte autoridad que sanciona o pone en entredicho el poder de reyes y emperadores.

Al amparo de tal situación, se elabora y aplica una doctrina política frecuentemente excedida en pragmatismo: no pocos turbios manejos de los poderosos buscan apoyo en tal o cual peculiar interpretación de la Ley de Dios. Hay ocasiones en que toma la consistencia de un dogma de fé una palmaria y aberrante simplificación: puesto que la más notable expresión de fuerza está en determinado príncipe "cristiano" es voluntad de Dios que esa fuerza se aplique a defender y propagar el Cristianismo; siendo el Obispo de Roma el avalista de las acciones guerreras de ese príncipe, el "pueblo de Dios" contará con una doble defensa: el favor de la fé y la espada del poder.

Se llega así a una oportunista aplicación del llamado "agustinismo político" que, desde Carlomagno a las guerras de Religión de la Edad Moderna, se auto justificará con la pretensión de elevar la "Ciudad Temporal" a la categoría de "Ciudad de Dios".

Desde que el Cristianismo resultó "fuerza social", su historia se expresa en una doble proyección: hacia el moldeo de las conciencias según el auténtico legado de Jesucristo y hacia el fortalecimiento de sus raíces en el Cuerpo Social. La primera forma de proyección se ha expresado y se expresa por liberal contagio de Amor y Trabajo; la segunda, con demasiada frecuencia, ha incluido factores ajenos al Evangelio: la coacción y el oportunismo político. La propia Iglesia cayó multitud de veces en la trampa del conquistador arrastrando con ella a no pocos cristianos.

Conquistadores hubo que llegaron a ser más papistas que el Papa. De ellos es un notable ejemplo Carlomagno: guerrero visceral, mujeriego e ilimitadamente ambicioso, analfabeto y supersticioso. Llegó a trazar normas de moral al Clero y se permite formular postulados de Teología. Un más crudo ejemplo de más papista que el Papa lo ofrece la condesa Marozzia que promovió, mató, hizo y deshizo papas en rivalidad con otros príncipes, ninguno de los cuales dejó de llamarse cristiano...

Sin duda que todo ello es humano, ramplonamente humano...Pero, a pesar de todo, el Reino de Dios sigue conquistando adeptos que resultan ser los principales promotores del Progreso en todos los órdenes. Como tales son reconocidos personajes históricos de primerísima magnitud como San Bernardo de Claraval (1090-1153), San Francisco de Asís (1181-1226) o el papa San Gregorio VIII (1100-1187).

El primero de los citados, se presenta como paladín de Cristo Crucificado y dice no tener otra preocupación que la de ajustarse a la voluntad de Dios: el segundo, reconocido por su humildad, generosidad y extraordinaria piedad como el "Serafín de Asís", dice haberse desposado con la Pobreza, "viuda desde la muerte de Cristo"; el tercero, que, a tenor de la forma de vida y escala de "valores" de la época, llegó a ser reconocido como principal poder político entre los cristianos, proclama que "asume tal situación para anunciar, quiéralo o no, la justicia y la verdad a todas las naciones, en especial a las que se llaman cristianas"... Es éste un Papa, que, en uso de las prerrogativas que le concede su tiempo, reforma en profundidad la Iglesia, nombra y depone emperadores, habla alto y claro... a la par que se manifiesta humilde con los humildes e intransigente con los poderosos...

No obstante, otros papas vendrán que comercializarán con su propia representatividad: usando a capricho del temido "anathema sit"; ejemplo de ello es un Inocencio III (1.198-1.216) que impondrá obediencia ciega a emperadores como Otón de Brünswick o Federico de Sicilia, someterá a vasallaje a Juan sin Tierra y a los reyes de Aragón, Sicilia, Serbia, Bulgaria, Dinamarca... Tanto, tanto que, de no triunfar la revuelta de 1.215, se habría autoproclamado emperador del mundo...

No es de extrañar que, frente a la tibieza de la mayoría, surjan fervorosos apóstoles de la Anti-Iglesia, teorizantes de la especulación estéril, investigadores que se creen capaces de inventar el "principio esencial"... Son, de hecho, renuncias a la vocación para incorporarse al Reino que no es de este mundo, formas de guerra a favor del yo aspirante a exclusivo centro del universo.... revitalización de viejas fantasías alienantes que se alimentan de la subversión de valores, distintas formas de coartada para rehuir el compromiso de aplicar, pese a quien pese, amor y trabajo a la transformación de la Tierra y de la Historia...

Reconozcamos que la clásica pugna entre el Reino de Dios y los reinos de este mundo, demasiadas veces aparece en forma de tregua en el empeño de anularse mutuamente como si el ramplón movimiento de secularización, promovido incansablemente por acaparadores, indolentes y egocentristas lograse neutralizar esa formidable corriente progresista que es la Redención o única forma de amorizar la Tierra.

Pero, aun en los siglos obscuros, la Redención sigue viva y ascendente en el Cristo y por el Cristo ya para siempre presente en la Historia. De Él viene su fuerza a cuantos cristianos demuestran la viabilidad de un mundo mejor. Con su inserción en el Mundo, Jesucristo ha facilitado y facilita el camino hacia la Ciencia sin fisuras irreversibles, imparte el afán de descubrir secretos que han de beneficiar a todos los hombres, crea Reino trascendente.... Y lo hace siempre en Libertad.

Porque la libertad es una condición esencial para que resultemos bastante más que simples ciudadanos de este mundo, para voluntaria y generosamente, pegarnos a la Cruz y gastar la propia vida en Trabajo Solidario.... Ahí tenemos los ejemplos de los cristianos que han vivido apasionadamente esa libertad (la libertad de los hijos de Dios) como el más poderoso y eficiente trampolín del Progreso.

Gracias a estos buenos cristianos, capaces de orientar hacia lo mejor "el dedo de Dios", la relación entre Iglesia y poder presenta un balance positivo: superando simples afanes de alcanzar y conservar posiciones, la Iglesia influyó decisivamente en el respeto al Hombre. A la par que, dígase lo que se diga, promovía el buen ejercicio de la Ciencia, la Economía y la Política... sus sabios, predicadores, administradores y hombres de estado facilitaban respuestas cristianas a los problemas de cada día, lo que es una clara forma de hacer actual el Reino de Dios. Algunas de esas respuestas han confluido en realidades tan concretas como la de que un hombre, por muy humilde que sea su origen, es bastante más que una bestia de carga o un instrumento de producción.

En buena parte, gracias a la Doctrina que la Iglesia mantiene viva y a pesar de sus frecuentes coqueteos con el poder de este mundo, entre los fieles se hace progresivamente patente la necesidad de que los bienes naturales y energías humanas sean encauzadas hacia la superación de viejas apetencias criminales o de ramplones preocupaciones de acaparamiento.

 

17.- LO FEUDAL Y EL DINERO

Entre los siglos X y XIII, la sociedad europea medieval es testigo de la revitalización del afán de lucro, principio inspirador del comercio clásico. Llamamos comercio clásico al que, sin duda, ya existió en los primeros grandes núcleos urbanos (Babilonia, Nínive, Tiro, Sidón, Alejandría...) que implicaba una cierta institucionalización del beneficio en la actividad económica. De aquellas sociedades existen evidencias de una elemental libertad de iniciativa, profesionalización, oficialización de las unidades de valor, cargas fiscales..., etc.

Se han encontrado monedas en yacimientos arqueológicos con más de treinta siglos de antigüedad; pero, desde mucho antes y tal como se observa en las sociedades más primitivas, ya existían convencionales valores de cambio o trueque (cabezas de ganado, medidas de cereales, piedras o conchas raras, minerales, sal...).

Se sabe que asirios y fenicios empleaban documentos similares a los actuales pagarés o letras de cambio; que los templos griegos tenían el carácter adicional de depósitos de valores; que los romanos, a medida que impusieron su hegemonía a la mayor parte del mundo antiguo, establecieron un sistema bancario muy similar al de los tiempos modernos...

Ese, llamémosle comercio clásico, fue herido de muerte en Europa a raíz de los radicales cambios sociales producidos por las invasiones bárbaras. Tras la "feudalización" de territorios y el forzado repliegue sobre sí mismas, las sociedades hubieron de atenerse a la explotación y distribución de sus propios recursos según la pauta que marcaba la implacable jerarquía de fuerzas.

Era aquella una economía fundamentalmente agraria que se apoyaba en la "necesidad de compensación" entre lo que falta o sobra a cada familia, clan o grupo social en un clima de mutuo entendimiento más o menos forzado por un lado u otro y a merced de los fenómenos naturales.

Cobra allí cierto arraigo una doctrina que se llamó de la "justicia conmutativa" que decía apoyarse en la obligación de dar el equivalente exacto de lo que se recibe (lo que, obviamente, requería una previa y difícil evaluación de uno y otro bien). En tal situación se comprende la fuerza que había de tener la doctrina católica como "único experimentado criterio de referencia". Gracias a ello, cobraban consideración social conceptos como "justo precio", "justo salario", "protección", "vasallaje", "trabajo", "compensación"...

La continua predicación y el buen corazón, moneda no muy abundante, eran los principales factores de equilibrio. Por eso, en los frecuentes periodos de extrema escasez, los pobres se hacían más pobres mientras que los poderosos podían impunemente ejercer el acaparamiento y, por lo mismo, hacerse aun más ricos.

Moralistas había que preconizaban como primer valor el equilibrio social lo que, obviamente y con harta frecuencia, era utilizado por los situados en los resortes del poder como medio de consagrar privilegios.

En situaciones como la feudal, en que las mutuas dependencias están rígidamente reglamentadas, la libertad de iniciativa no puede discurrir más que por caminos de magnanimidad, devoción, paciencia..., virtudes, por desgracia, harto escasas. Aunque decían bien los maestros de entonces que condicionaban la "realización personal" al ejercicio de la responsabilidad social ("la libertad de un hombre se mide por su grado de participación en el bien común", dejó escrito Santo Tomás de Aquino), había de ser ésta una responsabilidad social en todas las direcciones y a partir de la superación de multitud de egoísmos. Por el contrario, era una responsabilidad social canalizada por los poderosos de abajo arriba, con soporte principal en la sumisión. Lógicamente, ello neutralizaba el potencial personal de sus súbditos a la par que hacía imposible otra libertad de iniciativa que no fuese la de los privilegiados.

El nunca muerto afán de lucro, que, no nos engañemos y ante la escasa positiva solidaridad entre los hombres, resulta respetable como "revulsivo social", se expresaba en un comercio semi clandestino y ramplón, de vecino a vecino, sin apreciable proyección exterior y siempre traumatizado por la inseguridad ambiental.

En tales circunstancias era lógico que las mentes más despiertas, en función de la llamada de las respectivas conciencias, se dedicaran a la doctrina o a la guerra: no había grandes oportunidades para buscar el realce personal en el industrioso tratamiento de los problemas de abundancia y escasez. Para la reactualización del comercio clásico era preciso, a la par que una mayor liberalización de actitudes, una real "destraumatización" de la vida de cada día. En la sociedad feudal europea tal empezó a ser posible en la segunda mitad del siglo X.

Ya los sarracenos habían sido empujados hacia más acá del Ebro, los normandos se habían estabilizado en el noroeste de Francia, los húngaros, ya medianamente civilizados, habían dejado de hostigar la frontera oriental del Imperio...: gracias a tales substanciales cambios, se vivía una especie de tímida "pax europea" tutelada por los otónidas, en la ocasión titulares del Imperio. Se había hecho posible romper el estricto marco de un feudo y recorrer considerables distancias sin tropezar con el invasor de turno o con hordas de criminales.

Es cuando aparece en Europa Central un tipo de hombre que, en principio, despierta la conmiseración pública: en contraposición a la segura comodidad que ofrece la rutina diaria, este trotamundos, cargado como una tortuga, está obligado a circular de un dominio a otro, sorteando dificultades de entendimiento, sufriendo al raso las inclemencias del tiempo, los eventuales asaltos en los caminos, las arbitrariedades de los poderosos... las ingratitudes de todos.

Pero, pronto, ese trotamundos (buhonero, se diría hoy), que es el primitivo mercader medieval, sabe hacer imprescindibles sus servicios y, en contrapartida, exige mayor libertad y seguridad en sus desplazamientos, construir en lugares convenientes a su negocio reductos fortificados ("burgos") expeditivos medios legales para resolver los posibles litigios resultantes de sus operaciones, acceso a la administración pública...

Fueron principales centros comerciales de la Europa medieval las ciudades flamencas que bordeaban los grandes ríos; Venecia, Milán, Pisa o Génova en Italia; Marsella, Nantes, Orleans o París en Francia; Barcelona en España. Este tal comercio no era propiamente capitalista: seguía aun privando oficialmente la consigna escolástica de que

"Las restricciones impuestas a la libertad de cada uno constituyan la garantía de la independencia económica de todos".

Si se permitían discretas plusvalías,

"Se perseguía implacablemente el fraude, se protegía al trabajador reglamentando su trabajo y su salario, velando por su higiene y seguridad, facilitando su especialización y persiguiendo la explotación de la mujer y del niño" (Pirenne).

Parece evidente que, en aquel entonces, el pragmatismo de los mentores de la legalidad (eclesiásticos, en su mayoría), iba orientado a "proyectar socialmente" las iniciativas personales que despierta el afán de lucro.

La historiadora francesa Regine Pernoud ve en tal época

"El esfuerzo de adaptación más notable y mejor coronado por el éxito de que la Historia puede darnos ejemplo".

Por nuestra parte, nos gusta creer que, en un ambiente de renacida libertad y con la mira puesta en los dictados de la conciencia, aquello fue un positivo ejercicio de responsabilidad social por parte de unos profesionales que supieron domesticar al afán de lucro con la doble consecuencia de optimizar sus específicas facultades y aportar nuevos canales para el Progreso Social.

 

18.- LA REVOLUCIÓN BURGUESA

Pronto el comercio interfeudal amplió horizontes y se hizo internacional: organizadas caravanas cruzaban Europa de Norte a Sur y de Este a Oeste; barcos a remo o a vela seguían el curso de los ríos o abrían nuevas rutas marítimas, en muchos casos coincidentes con expediciones de guerra.

La organización y equipamiento de caravanas, el fletaje de barcos, la creación y mantenimiento de centros de aprovisionamiento y distribución... requería más amplios recursos que los del mercader itinerante particular. Surge la necesidad de operaciones de crédito a que se aplican los primeros "banqueros", judíos en principio; florentinos, lombardos, venecianos o flamencos más tarde...

No hay crédito sin interés. Por eso y a tenor de los nuevos requerimientos sociales, la Iglesia revisó un viejo criterio suyo que podía apoyarse en la lógica de la "economía de circuito cerrado" en que es imperativo moral el no capitalizar la miseria ajena pero que ya le venía estrecho a la nueva situación de amplios horizontes comerciales: el tal viejo criterio consistía en identificar a la usura con el interés.

Ya admite la Doctrina la posibilidad de una garantía de continuidad para el dinero prestado de forma que se asegure el concurso de los capitales necesarios al mantenimiento de las empresas comerciales, cuya conveniencia social queda patente en cuanto favorecen la agilidad y oportunidad en la distribución de los bienes materiales.

Claro que, con harta frecuencia, faltó disciplina en la previsión de forma que no pocos "moralistas" iban a remolque de los acontecimientos. De ahí el que, en múltiples casos, la interesada iniciativa de los comerciantes y banqueros colmara el vacío doctrinal que, ya tarde o inoportunamente, algunos obispos se creían obligados a condenar.

Obviamente, ello llevaba a despertar rebeldías o exacerbar voluntades con eco social tanto más amplio cuanto más acusada era la incidencia del problema o de la traumática solución. Así se daba pie para los desvíos y exageraciones, de que es un ejemplo el fenómeno cátaro: los cátaros (o puros) sacralizaban hasta lo inverosímil la continencia mientras que en el incontrolado afán de lucro veían el más noble de los impulsos humanos.

Son los ricos comerciantes y nuevos banqueros los más preocupados porque la letra de la Doctrina no sea interpretada de forma contraria a sus intereses. Para canalizarla según sus afanes, adulan a señores y alto clero, promueven la pompa y vistosidad en las ceremonias religiosas, edifican templos, dicen velar por la "educación moral" de sus hijos, se aficionan a la Teología... al tiempo que confunden a la Providencia con una especie de ángel tutelar de su fortuna, que distraen con limosnas las exigencias de justicia, que someten a la medida de su conveniencia respetabilísimos preceptos. Pero, sobre todo, aspiran a identificarse con los poderes establecidos.

Paso a paso, persistente y pacientemente, los burgos en que se asientan comerciantes y banqueros (unos y otros reconocidos como burgueses) se convierten en centros de poder político, tanto por su privilegiada situación de proveedores de nuevos lujos y comodidades para reyes y nobles como por su natural tendencia a comercializar todo lo imaginable pasando por la "categoría mercantil" más apreciada en aquel tiempo: puestos de relieve en la Administración Pública.

En los primeros tiempos del desarrollo del comercio, privaba el criterio de que, por encima de las "artes pecuniativae", u oficios de comercio y banca, debían estar situadas las "artes posesivae", o trabajos y oficios directamente relacionados con la producción (responsabilidad de labradores y artesanos). Fue obsesión de la Burguesía alterar tal orden de apreciación hasta lograr que el comerciante o banquero sea aceptado como lo que se llamó un "príncipe mercader". Para llegar a ello se empeñan en monopolizar la función fiscal y, a partir de ahí, ajustar las leyes económicas a su medida.

En algunas ciudades e, incluso, estados para los nuevos príncipes mercaderes fue relativamente fácil responsabilizarse de la fiscalidad: para cubrir los créditos que han otorgado a los titulares del poder político solicitan y, en ocasiones, obtienen la patente en el establecimiento y recaudación de impuestos. Hay ejemplos de descarada aplicación del "espíritu de clase" como la que impuso en París el preboste de los mercaderes, Etien Marcel: la base de sus fiscalidad fue un impuesto sobre la renta en razón inversa al grado de fortuna (justo lo contrario de lo que es actualmente y que, lógicamente, debería haber sido entonces):

"Aquellos cuya renta no llegue a 10 libras anuales pagarán el 10 por ciento; los que gocen de una renta superior a diez libras pero no lleguen a las mil solamente pagarán el 2,2 por ciento; no pagarán nada los que superen las mil libras en renta anual siempre que no sean miembros de la nobleza, en cuyo caso habrán de superar las cinco mil libras para estar exentos de cualquier fiscalidad" (Citado por R.Pernoud).

Es justamente en Francia en donde fructificarán los primeros juristas burgueses. Encontrarán la más propicia de las ocasiones bajo el reinado de Felipe IV que otorgó a los burgueses más ilustrados el título de "caballero en leyes". A la recíproca, los "caballeros en leyes" consagran como categoría suprema de la escala de valores el culto al Estado, al tiempo que formulan la necesidad de que todo precepto moral esté supeditado a la razón de estado o ley del más fuerte. No hay para ellos poder espiritual distinto del que emana de la nueva concepción del Estado, el cual está facultado, incluso, para reglamentar los actos de culto, considerar a los clérigos de distintas categorías como funcionarios propios, imponerles el contenido de sus homilías... Tal se expresa en documentos de la época como el titulado "Diálogo entre un clérigo y un caballero" cuyo es el siguiente pasaje:

"Poned freno a vuestra lengua, señor clérigo, y reconoced que el Rey está por encima de todas vuestras leyes, costumbres y libertades. Reconoced que tiene derecho a añadir y quitar cuanto le plazca en el momento que lo considere justo y razonable. Cuando constatéis que una parte de vuestra doctrina ha sido modificada porque así lo exige la protección del Reino, aceptadlo como así os lo ordena el Apóstol San Pablo en su epístola a los Romanos: cualquiera que resiste a la autoridad resiste a la voluntad divina"

Ese Felipe IV de Francia, que había logrado del acomodaticio Clemente V que trasladara la corte papal de Roma a Avignon, se jactaba de tener como vasallo al propio Vicario de Jesucristo y sucesor de Pedro. Por demás, encuentra el respaldo de sus "soberanas arbitrariedades" en el término "rey por la gracia de Dios" con que le honran sus zalameros juristas. Uno de sus sucesores, Luis XI, luego de hacerse admitir como "hermano y compañero" en la "Gran Cofradía" de los burgueses de París, les concede la exclusiva de cargos administrativos, en ocasiones, objeto de pública subasta, y pone bajos sus órdenes a la Guardia Nacional cuyo cometido principal fue el específico apoyo en la recaudación de impuestos. Consecuentemente, ya será fácil que prenda en alguno de los burgueses la idea de que son el epicentro de la historia tanto que pueden considerarse "ricos y fuertes por la gracia de Dios".

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Iniciada en Francia, es en Italia, tierra de intereses encontrados, en donde más fuerza cobra la Revolución Burguesa: en consonancia con la acepción de los nuevos valores sociales y al amparo de las tensiones entre angevinos, aragoneses y Papado, que se disputan el dominio teórico del Centro y del Sur de Italia, el efectivo poder se singulariza en las comunas, cuyos ciudadanos más ricos se hacen titular señores para transformarse pronto en príncipes que encabezan sus propias dinastía: de ello son ejemplo los Gonzaga en Mantua, los Este en Módena y Reggio, los Montefeltro en Urbino. los Visconti en Milán, los Médicis en Florencia...

Todos esos principados actuaron como auténticas oligarquías cuya preocupación principal fue la de excluir de las responsabilidades de gobierno a cuantos no formaran parte de la nueva clase de rentistas, comerciantes y banqueros con sus líderes convertidos en Príncipes Mercaderes. .

 

19.- EL "HUMANISMO" DE LOS PRÍNCIPES MERCADERES

Es difícil situar en el tiempo los comienzos del llamado "Humanismo renacentista". Lo que si resulta evidente es que cobra decisivo auge en Italia en estrecha concordancia con las aspiraciones de la poderosa burguesía que, entre los siglos XIV y XV, había asumido el gobierno de la mayoría de los principados y re públicas hasta pretender erigirse en genuina representación de la Humanidad.

Se le llama Humanismo porque presenta lo universal centrado en el Hombre al que considera "microcosmos o quinta esencia del Universo". Es éste un hombre que, progresivamente desligado de las trabas dogmáticas, con prisa y ostensible frivolidad, convierte sus viejas fidelidades en simples figuras retóricas cuando no en "justificadas" apetencias de poder político..

El Humanismo, en su acepción clásica, fue tanto una "aspiración estética" como una pretensión de "renovación moral", ésta a escala del modo de vivir burgués: cultivaba apasionadamente el supuesto de que el hombre se hace tanto más libre y más fuerte cuanto más se abre al saber decir, al saber estar y al saber apreciar en su "justo valor" las cosas de este mundo. .

Al humanista clásico le interesa menos lo que dice que la forma de decirlo: remedando a Platón (Fedro), podría decirse de él que sus grandilocuentes discursos sobre lo grande y lo bello no pasan de "bellos laberintos vacíos de todo concepto claro y de toda intención ética". Para muchos de ellos vale cualquier idea siempre que sea presentada en el marco de un impecable estilo.

Personaje representativo de la época es Pico de la Mirandola(muerto en 1.494 a los 31 años). Educado en la nueva "Academia" de Florencia, se revela pronto como un prodigio de erudición con asombrosa capacidad para entretejer las teorías más encontradas, expresadas en un musical lenguaje muy al gusto de la época. En 900 tesis presentó su idea del "hombre infinito" al que otorga la capacidad de renovarse volviendo eternamente atrás hacia un supuesto crisol que se produciría la síntesis de lo más bello legado por el espíritu griego y las religiones cristiana y judía. Claramente inclinado por lo más vacío de contenido moral, resalta al tipo griego como a la más elocuente expresión de lo humano; apenas disimula su intención de introducir en el martirologio romano a los dioses y héroes de la antigüedad.

La fiebre de esteticismo se contagió a los intelectuales más influyentes en las repúblicas italianas de la época: Ficino, Besarión, Lorenzo Valla, Rodolfo Agrícola... son ejemplos del llamado humanismo renacentista. Todos ellos conceden a la religión respeto pero, tambien, ostensible nivel de inferioridad respecto al arte o la retórica; se apasionan por "la belleza que entra por los ojos y por los oídos" al tiempo que consideran poco menos que "letra muerta" una expresa referencia a los "viejos" principios morales.

En torno al mito "hombre nuevo" lo aparente achica a lo real: si era bueno romper con un orden nacido de la "jerarquía de sangre" y archivar anquilosados valores de una sociedad cerrada sobre sí misma y, por ello, sometida a la rutina y a los caprichos de una indiscutida autoridad... debió y pudo hacerse en una rigurosa línea de respeto a la Realidad cuyo centro de referencia, lo sabemos bien, es la personal aportación que corresponde a cada hombre en la tarea común de amorizar la tierra.

No resultó así: la historia nos muestra cómo los afanes de los personajes más celebrados eran regidos por simple afán de ser aplaudido o de responder a los requerimientos del propio vientre.

De ahí el que encajen diversas expresiones de materialismo en una buena parte del humanismo renacentista; de ahí el que, frecuentemente, se confunda al humanismo con el halago a la tiranía de príncipes y condottieri, con un artificial retorno al "clasicismo" abúlico y egoísta...

Hecha tal matización, hemos de reconocer que, en torno al1.500, vive Europa una fresca reapertura a lo bello y a lo sublime según el impulso de no desdeñar lo más valioso del Mundo y desde la óptica de abrir nuevos caminos a la libertad... Ello es evidente aunque sus propios protagonistas no pretendieran más que servir a sus fines particulares.

Sin la corriente humanista no es fácil imaginarse los subsiguientes descubrimientos científicos, nuevas herramientas de que podrá disponer el hombre deseoso de justificar su existencia en eso que podemos llamar amorizar la Tierra..

De todas las repúblicas italianas es Florencia el principal foco de la corriente humanista. Era Florencia una "patriarcal" oligarquía que se presentaba como heredera de la antigua Roma, ahora moderna, próspera y pletórica de ciudadanos libres y felices según un mismo espíritu, el espíritu de la burguesía o de una bien sincronizada y epicúrea forma de vivir. Así lo entienden sus próceres y los profesionales del halago: como ejemplo podemos sacar a colación a un tal Coluccio Salutati, un apologista de la tiranía que presume de no perdonar a Cicerón sus "veleidades populistas".

La etapa más celebrada de la historia de Florencia estará representada por los Medicis, clásico ejemplo de éxito burgués, "príncipes mercaderes" con fortuna suficiente para permitirse todos los caprichos personales, entre los cuales colocaron el mecenazgo o promoción de las artes en torno a su "Academia".

En la "Academia" había de todo: desde un rebuscado y torpe snobismo en que cualquier espontáneo, en pésimo latín, podía presentar a Cicerón como maestro de Aristóteles (nacido cuatro siglos antes) como soberbios artistas tal que Donatello, Alberti, Piero de la Francesca...

La corriente florentina se hizo enseguida italiana (los papas de la época ayudarían decisivamente a ello) y, muy pronto, invadió triunfalmente Europa, cuyas oligarquías se dejaron prendar por "las artes y las ciencias no oídas y nunca vistas".

En paralelo y, como teoría política progresista, se desarrolla la devoción al rico y poderoso, se paganizan las costumbres y se acentúa la explotación de los más débiles, que han de soportar los afanes de gloria de los mejor situados, cuyo más encendido amor es el de mantener su posición.

Entre vanidades y devociones por el propio ombligo hubo tambien leales preocupaciones por hallar nuevas vías hacia lo que no muere: Una parte de los más ilustres de la época han trascendido a su tiempo: su obra ha hecho historia y representa tanto un testimonio de la capacidad humana como positiva aportación al progreso en todos los órdenes.

La ruptura de viejas barreras a la libre investigación y preocupación por acercarse al meollo de la realidad material abrió el camino a la actual poderosísima Técnica. Ello resulta evidente ante la simple consideración de las etapas que fue cubriendo el desarrollo de la Ciencia, del acortamiento de las distancias, de espectaculares descubrimientos de nuevos mundos, de una embrionaria racionalización de la economía.... puntos básicos de un progreso social en cuya consecución estamos comprometidos.

Muchas de las grandezas y miserias de nuestra época tienen su precedente en el llamado Quattrocento, que pretendió situar al Hombre como medida de todas las cosas y exclusivo eje espiritual del Universo, pero que, tambien, puso de relieve la fuerza de la libre iniciativa personal.

Ya en este punto y aunque echemos en falta abundantes ejemplos de generosidad (Trabajo Solidario), habremos de reconocer como más positivo el renacentista afán de ser más que la crasa inhibición respecto a las exigencias del entorno social y de la Historia.

 

20.- EL FIN Y LOS MEDIOS

Ya en nuestro mundo, privan otros convencionalismos que los propios de una sociedad guerrera y agraria otrora estructurada según una rígida jerarquía espiritual, social y política.

Se van agotando las justificaciones sociales de aquella Nobleza con el principal orgullo de su "pureza de sangre", continuamente en pie de guerra, con el soporte económico de sus tierras, hijas de su capacidad de rapiña o de los caprichos de la historia.

Era aquella una Nobleza sentimental y cruel, que hacía de su pretendida fé un medio para ser reconocida como adalid de su entorno. Cultivaba rencores estériles, en las estrecheces económicas no concebía la ociosidad de sus armas que podían proporcionarle apetecibles despojos, pretendía ser el exclusivo soporte del orden, convertía sus fiestas en campos de batalla.

En materia de Doctrina y Moral, con demasiada frecuencia, una buena parte de la "nobleza" europea de entonces RESPETA PERO NO VIVE NI SIENTE.

Tambien se van desvaneciendo los asideros históricos de un Alto Clero pegado a la aureola de respeto que despiertan el Dogma y la Tradición. Vivía no muy consciente de los problemas sociales de su entorno; mantenía ancladas sus inquietudes intelectuales a lo que fueron magistrales soluciones a desaparecidos problemas, ve con recelo el nuevo diseño de la pirámide social... para pronto incorporarse a ella sin el previo cuidado de "filtrar valores".

Para escándalo de los fieles, personajes muy representativos de la Iglesia se aferran a la ciudadanía terrena con la pasión de un Julio II, cuya vida resulta justamente lo contrario de la vida de un siervo de los siervos de Dios.

Julio II fue un Papa que, a tenor de su biografía, se dejó llevar por la corriente de los tiempos: mercantilización del poder político, sed de gloria personal, tendencia a subjetivar la Verdad...

Hay un vacío de autoridad que va cubriendo la amplia corte de los príncipes mercaderes con su revolución cultural a cuestas.

Por lógica proyección de los nuevos condicionantes de la Cultura y del comportamiento de los mentores de la vida social, la sociedad entera asiste a una revolucionaria alteración de la escala de valores.

En el mundo de los príncipes mercaderes y de los mercenarios franco-borgoñones es la "gloria" un valor que sacraliza el éxito en las empresas comerciales o guerreras al margen de su escaso o nulo valor moral. Se envidia o añora una fama que ya sitúa al burgués rico y al victorioso condottiero (sin patria ni ideal reconocido) muy por delante del héroe que vive o muere en un pretendido generoso sacrificio por el bien común.

Asistimos al desarrollo de un individualismo cuyo patrón es el "uomo singulare", rico y poderoso, en cuya conciencia priva la fuerza sobre el derecho, la voluntad sobre la razón, los convencionalismos sobre los principios morales...

A tenor de ello, no es de extrañar que se cultive el deporte de la especulación abstracta, en que se alimenta la deserción o irresponsabilidad social de no pocos intelectuales.

Sin un claro ejemplo por parte de la jerarquía, para muchos cristianos oficiales de la época, Política y Moral extienden sus raices en los oropeles del triunfo a cualquier precio.

Sistematizador y profeta de los nuevos tiempos es Maquiavelo cuyo ideal del hombre es aquel que supedita todo, absolutamente todo, al triunfo apabullante sobre el prójimo. Dice ser preferible hacerse temer que amar puesto que "el amor, por triste condición humana, se rompe ante la consideración de lo más útil para sí mismo; el temor, por el contrario, se apoya en el miedo al castigo, un miedo que no nos abandona nunca".

Interlocutor preferido de Maquiavelo es el príncipe obsesionado por asentar su poder a cualquier precio. Para ello habrá de ser diestro en la utilización de las capacidad des de sus súbditos y manipular los vicios y virtudes a tenor de su conveniencia: "estará siempre dispuesto a seguir el viento de su fortuna... no se apartará del bien mientras le convenga; pero deberá saber entrar en el mal de necesitarlo... será, a un tiempo, león y zorra".

Puesto que solamente entrará en la Historia si somete a sus enemigos, para Maquiavelo, la medida de la moralidad del hombre público va en razón directa con su capacidad para anular a sus enemigos. Todo vale si conquista el poder y logra mantenerse en él. Los crímenes y bajezas solamente son vilipendiosos en el derrotado.

"El fin justifica los medios" fue la máxima moral que animó toda la doctrina política de Maquiavelo. El catecismo del éxito se llama "El Príncipe", libro de cabecera de personajes como Napoleón o Hitler, según se dice.

Pero reglamentar la vida del ciudadano medio tambien fue preocupación de Nicolás Maquiavelo: siendo la vida privada de entonces un reducto en que, mayoritariamente, se admitía el valor normativo del Evangelio, Maquiavelo se aplica a ridiculizarla: En su otra obra célebre, "La Mandrágora", virtudes cristianas como la Castidad, la Fidelidad, la Buena Fé, el Ascetismo... dan paso al capricho egoísta, al ocio, a la animalidad incondicionada, al sarcasmo, a la irresponsabilidad... siempre que lo requieran las conveniencias del momento. Si no es así, muy bien se puede ser virtuoso según la pauta del Evangelio.

Con su descaro, Maquiavelo, figura intelectual de una época en ebullición cultural, facilita el que sean considerados "fuera de órbita" no pocos de los leales servidores del bien común, hombres y mujeres que dan preferente valor al amor trascendente y fecundo: "El Príncipe", por lo que respecta a la política, y "La Mandrágora", por lo que respecta a la vida privada, han sido y son referencia de los partidarios del triunfo y la "buena vida" a cualquier precio.

Gracias a todo ello, se multiplican las invitaciones y argumentos para, a tenor de las circunstancias, situarnos entre dos aguas seguros de haber logrado una oportuna conciliación entre la Moral cristiana y las viejas apetencias paganas. Podremos sistematizar nuestra vida con ostensible respeto pero sin íntimas fidelidades ni a la conciencia ni a la Doctrina, con disimulada dedicación a lo animalesco y fácil, procurando siempre evitar el escándalo. Habremos así encontrado un término medio entre la vida ordenada y el hedonismo, entre el cultivo de las prácticas religiosas y la ignorancia de los derechos del prójimo, entre el compromiso en la Fé y la afición a las corrientes demoledoras del moderno paganismo.

Por ventura, ¿es ridículo reconocer nuestra igualdad substancial con el otro y, por lo mismo, practicar una fraternidad impuesta por la Realidad? ¿No es cierto que los derechos del Otro, mi hermano, se extienden hasta la fecunda aplicación de todas mis facultades personales? ¿Puedo, en justicia, considerar a mi hermano un simple medio para coronar mi capricho? ¿Es pura retórica el Hecho histórico de la Redención?

 

 

21.- DIATRIBA ENTRE ERASMO Y LUTERO SOBRE LA LIBERTAD

La corriente humanística y su consecuente sensibilización entorno a los problemas de su tiempo está formidablemente representada por Erasmo de Rotterdam, testigo y mentor de su tiempo, crítico implacable, destructor de los viejos esquemas del academicismo tradicional, paciente estudioso del fenómeno Hombre y del problema Libertad.

Eran los tiempos en que Roma, con una población aproximada de100.000 habitantes, contaba con más de 6.000 prostitutas, proporción muy superior a la de las ciudades modernas más licenciosas.

El soberano civil de Roma era el Papa, cuya corte se distinguía por un lujo y refinamiento aliñados con tópicos al uso de la época ("Si grande fue la Roma de los césares, ésta de los papas es mucho más: aquellos solo fueron emperadores, éstos son dioses", fue una de las proclamas con que regalaron a Alejandro VI, el papa Borgia, en el día de su coronación).

El soporte de los lujos, corte, ejércitos y ostentación de poder, además de tributos, rentas y aportaciones de los poderosos, se basaba en la venta de cargos. favores y... tambien sacramentos, levantamiento de anatemas y concesión de indulgencias. El propio Alejandro VI hacía pagar 10.000 ducados por otorgar el capelo cardenalicio; algo parecido hizo Julio II para quien los cargos de escribiente, maestro de ceremonias... etc. eran "sinecuras" que podían ser revendidos con importantes plusvalías.

Era este último papa el que regía los destinos de la Cristiandad cuando Erasmo visitó Roma. Reflejó así sus impresiones: " He visto con mis propios ojos al Papa, cabalgando a la cabeza de un ejército como si fuese César o Pompeyo, olvidado de que Pedro conquistó el mundo sin armas ni ejércitos".

Para Erasmo de Rotterdam tal estampa es la de una libertad desligada de su realidad esencial y comunitaria; es el apéndice de una autoridad que vuela tras sus caprichos, es una libertad hija de la Locura. De esa Locura que, según Erasmo ("Elogio de la Locura") es hija de Plutón, dios de la Indolencia y del Placer, se ha hecho reina del Mundo y, desde su pedestal, desprecia y escupe a cuantos le rinden culto, incluidos los teólogos de la época: "Debería evitar a los teólogos, dice la Locura, que forman una casta orgullosa y susceptible. Tratarán de aplastarme bajo seiscientos dogmas; me llamarán hereje y sacarán de los arsenales los rayos que guardan para sus peores enemigos. Sin embargo, están a mi merced; son siervos de la Locura, aunque renieguen de ella".

Es cuando las libertades de los hombres siguen caminos demenciales: el Evangelio es tomado como letra sin sentido práctico, las vidas humanas transcurren como frutos insípidos y la Muerte, ineludible maestro de ceremonias de la zarabanda histórica, imprime la pincelada más elocuente en un panorama aparentemente saturado de inutilidad.

Erasmo y otros muchos fieles de la época se rebelan contra esa torpe asimilación de la Libertad. Por la Libertad sensata, responsabilizante, dicen, cobra sentido la racionalidad del Hombre.

Se viven los excesos anejos a la ruptura de viejos corsés; con evidente inoportunismo histórico, se pierde el sentido de la proporción. Por eso no resulta tan fecunda como debiera la fé en la capacidad creadora del hombre libre, cuyos límites de acción han de ceñirse a la frontera que marca el derecho a la libertad del otro. Sucede que la nueva fé en el hombre no sigue los cauces que marca su genuina naturaleza, la naturaleza de un ser llamado a colaborar en la obra de la Redención, amorización de la Tierra desde un profundo y continuo respeto a la Realidad.

Una de las expresiones de ese DESAJUSTE que, por el momento, no afecta gran cosa al pueblo sencillo pero que es cultivado "profesionalmente", ¿cómo no? por los círculos académicos, tiene como protagonista a esa libertad que, de hecho, parece haber sido asumida como la única meta posible del hombre (la Libertad es un CAMINO, no una meta).

¿De dónde nace la Libertad? La ya pujante ideología burguesa querrá hacer ver que la libertad es una consecuencia del poder, el cual, a su vez, es el más firme aliado de la fortuna. Pero la fortuna no sería tal si se prodigase indiscriminadamente ni tampoco si estuviera indefensa ante las apetencias de la mayoría; por ello ha de aliarse con la Ley, cuya función principal es la de servir al Orden establecido.

En la nueva sociedad la Libertad gozará de una clara expresión jurídica en el reconocimiento del derecho de propiedad privativo en las sociedades precristianas, el clásico "jus utendi, fruendi et abutendi".

Más que derecho, será un monopolio que imprimirá pragmatismo a toda la vida social de una época que, por caminos de utilitarismo, brillante erudición, sofismas y aspiraciones al éxito incondicionado, juega a encontrarse a sí misma. El pragmatismo resultante será cínico y egocentrista y con fuerza suficiente para empañar los más nobles ideales incluido el de la libertad para todo el mundo.

El torbellino de ideas y atropellantes razonamientos siembra el desconcierto en no pocos espíritus inquietos de la época, alguno de los cuales decide desligarse del "sistema" y, con mayor o menor sinceridad, ofrecer nuevos caminos de realización personal.

Uno de esos espíritus inquietos fue Lutero, fraile agustino que se creía (o decía creerse) elegido por Dios para descubrir a los hombres el verdadero sentido del Cristianismo, "víctima de las divagaciones de sofistas y papas". Para Lutero la Libertad es un bien negado a los hombres.

Patrimonio exclusivo de un Dios que se parece mucho a un poderosísimo terrateniente, la Libertad es el instrumento de que se ha valido Dios para imponer a los hombres su Ley, ley que no será buena en sí misma, sino por que Dios lo quiere. Así has de "creer y no razonar"...."porque la Fé es la señal por la que conoces que Dios te ha predestinado y, hagas lo que hagas, solamente te salvará la voluntad de Dios, cuya muestra favorable la encuentras en tu Fé"

Y, con referencia expresa a la libertad incondicionada de Dios y a la radical inoperancia trascendente de la voluntad humana, Lutero establece las líneas maestras de su propia teología: no es válida la conjunción de Dios y el Mundo, Escrituras y Tradición, Cristo e Iglesia con Pedro a la cabeza, Fé y Obras, Libertad y Gracia, Razón y Religión... Se ha de aceptar, proclama Lutero una definitiva disyunción entre Dios y el Mundo, Cristo y sus representantes históricos, Fé y Acción cristianizante sobre las cosas, Gracia Divina y libertad humana, fidelidad a la doctrina y análisis racional...

Es así como la trayectoria humana no tendría valor positivo alguno para la Obra de la Redención o para la Presencia de Cristo en la Historia.

Desde los nuevos horizontes de libertad responsabilizante que para los católicos abría la corriente humanista, Erasmo de Rotterdam descubrió una enorme laguna en la predicamenta de Lutero: en la encendida retórica sobre vicios y abusos del clero, la apasionada polémica sobre bulas e indulgencias... estaba la preocupación de servir a los afanes de ciertos príncipes alemanes en conflicto con sus colonos: las histórica fé de los príncipes era suficiente justificación de sus privilegios; no cabía imputarles ninguna responsabilidad sobre sus posibles abusos y desmanes puesto que sería exclusivo de Dios la responsabilidad de lo bueno y de lo malo en la historia.

En consecuencia, en el meollo de la doctrina de Lutero se reniega de una "Libertad capaz de transformar las cosas que miran a la Vida Eterna".

Así lo hace ver Erasmo con su "De libero arbitrio", escrita en1.526 por recomendación del papa Clemente VII. Ha tomado a la Libertad como tema central de su obra a conciencia de que es ahí en donde se encuentra la más substancial diferencia entre lo que propugna Lutero y la Doctrina Católica.

Lutero acusa el golpe y responde con su clásico "De servo arbitrio" (Sobre la libertad esclava): "Tú no me atacas, dice Lutero a Erasmo, con cuestiones como el Papado, el Purgatorio, las indulgencias o cosas semejantes, bagatelas sobre las cuales, hasta hoy, todos me han perseguido en vano... Tú has descubierto el eje central de mi sistema y con él me has aprisionado la yugular..."

Y para defenderse, puesto que ya cuenta con el apoyo de poderosos príncipes que ven en la Reforma la convalidación de sus intereses, Lutero insiste sobre la crasa irresponsabilidad del hombre sobre las injusticias del entorno: "La libertad humana, dice, es de tal cariz que incluso cuando intenta obrar el bien solamente obra el mal"... "la libre voluntad, más que un concepto vacío, es impía, injusta y digna de la ira de Dios... Tal es así que "nadie tiene poder para mejorar su vida"... tanto que "los elegidos obran el bien solamente por la Gracia de Dios y de su Espíritu mientras que los no elegidos perecerán irremisiblemente".

¿Es miedo a la responsabilidad moral ese encendido odio de Lutero hacia la idea de libre voluntad? Apela a la Fé (una fé sin obras, que diría San Pablo) en auto convencimiento de que Dios no imputa a los hombres su egocentrismo, rebeldía e insolidaridad; por lo mismo, tampoco premia el bien que puedan realizar: elige o rechaza al margen de las respectivas historias humanas.

Según ello, Jesucristo no habría vivido ni muerto por todos los hombres, si no por los elegidos los cuales, aun practicando el mal, serán salvos si perseveran en su fé. Para el iletrado del pueblo esa fé habrá de ser la de su gobernante (tal expresaba el dicho "cuius regio, eius religio")

La Jerarquía, ocupada en banalidades y cuestiones de forma, tardó en reaccionar y en presentar una réplica bastante más universal que la crítica de Erasmo, seguida entonces por el reducido círculo de los intelectuales (nuestro J.Luis Vives, entre ellos). Tal réplica llegó con el Concilio de Trento y la llamada Contrarreforma, cuyo principal adalid fue San Ignacio de Loyola con su Compañía de Jesús: la Doctrina se revitalizó con la propagación con lo que ha de ser una incuestionable aportación de la Historia: Jesucristo vivió y murió por todos los hombres que, libremente, están invitados a participar en esa grandiosa tarea de amor que es la Redención.

Se ensanchan los horizontes de la Libertad, que ya no es loca ni está esclavizada a la fatalidad. Va proyectada a la acción del hombre, único ser de la Creación capaz de amar y, como tal, capaz de corresponder al amor del Eterno Enamorado.

Aceptando en Dios un amor que, aun siendo absoluto o, precisamente, por serlo, se complace en ser correspondido, se introduce uno en la progresista lógica de cuantos, en libertad, han comprometido su vida en hazañas de Amor.

Es así cómo, para cada persona, la Libertad más fecunda es un ejercicio de la Razón desde sus personales virtualidades y hacia el mejor servicio a los derechos del Otro: es una LIBERTAD RESPONSABILIZANTE, don divino al que no se puede renunciar por el palmario y descarado interés de ninguno de los poderosos de este Mundo.

 

22.- NUEVOS CAMINOS PARA LA CIENCIA

Hasta el siglo XV, el cultivo de la Ciencia seguía la rutina que marcara Aristóteles, para quien lo poderoso, lo bello y lo inmutable estaban absolutamente identificados. El propio Dios había de ser aceptado como una especie de motor inmóvil que imparte energía desde una posición fija e inalterable. Proyecciones de esa energía son las "formas" que individualizan a las realidades materiales.

Aristóteles no contaba con otros medios de observación que sus propios sentidos ni con otros soportes que los de su portentosa capacidad de análisis y observación. Abarcó todas las ramas de la Ciencia a las que hilvanó entre sí con su Lógica.

Aristóteles fue "cristianizado" por la Escolástica y erigido como maestro indiscutible de todo el humano saber. Cualquier cita, más o menos certeramente interpretada, era situada muy por encima de cualquier novedosa observación.

Siendo la Escolástica un inconmovible puntal del Dogma, resultaba fácil confundir las reservas a la Ciencia de Aristóteles con los ataques al Dogma: para los situados en la intelectualidad de la época resultaba mucho más fácil tomar como réplica un "Magister dixit" que discurrir sobre una posible contra argumentación.

La Jerarquía, preocupada por defender y acrecentar su poder temporal, servida y halagada por una remolona burocracia... trataba con visceral desconfianza cualquier novedad que pudiera poner en tela de juicio el acatamiento que recibía de los fieles. Pegada al siglo pero por encima de las normales inquietudes, prefería los principios inmutables y las explicaciones definitivas a la incondicionada preocupación por interpretar la realidad en todos sus aspectos: los poderosos de siempre miran con recelo cualquier factor de reserva mental hacia lo legítimo de su posición.

Se explica así el desamparo cuando no la persecución de los pioneros de la Nueva Ciencia, cuyas primeras y más impactantes manifestaciones nacieron del estudio del Sistema Solar.

Por lo que se refiere a la observación del firmamento privaban las llamadas Tablas de Tolomeo, que pretendían explicar la totalidad del universo como una limitada serie de estrellas (algo más de dos mil) prendidas a la esfera exterior o firmamento y subsiguientes esferas, todas ellas concéntricas y coincidentes con las órbitas "sólidas" de Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna; a tales órbitas seguían las esferas del fuego y del aire como próxima envoltura de la última esfera, líquida y sólida: la Tierra, centro inmóvil y razón de todo el Universo.

Era una suposición que, siglos atrás, ya había defendido Aristóteles; no había, pues, objeción alguna para considerarla piedra angular de la ciencia oficial.

La revolución copernicana viene a alterar tal estado de cosas: Cincuenta años despues del descubrimiento de América, en 1.543, aparece la demostración científica de que la Tierra no es el centro del Universo y sí uno más de los planetas que giran alrededor del Sol.

Es lo que se afirma en "De revolutionibus orbium coelestium", obra firmada por el polaco Nicolás Copérnico. Para llegar a la conclusión de que "no es cierto que el Sol y los otros planetas giren alrededor de la Tierra" este investigador excepcional, durante no menos de treinta años había observado la trayectoria elíptica de Marte y otros planetas hasta concluir que todos ellos, incluida la tierra eran compañeros en un fantástico viaje alrededor del Sol.

Años más tarde, Kepler y Tycho Brahe corroborarían tales conclusiones enrique-cíéndolas con nuevas apreciaciones sobre la inmensidad y leyes físicas por que se rige el Universo.

La ciencia oficial seguía reacia a aceptar cualquier remodelación de sus viejos supuestos que reciben el tiro de gracia merced a las nuevas aportaciones de Galileo Galilei (1.564-1.642).

Tenía Galilei diecisiete años cuando descubrió la Ley del Péndulo; pocos años más tarde, demostró que la velocidad de caida de los cuerpos está en relación directa con su peso específico contrariamente con lo que había defendido Aristóteles para quien tal velocidad de caida estaba en relación con el volumen.

Ello, según la cerrada óptica oficial, era incurrir en herejía y Galileo hubo de refugiarse en Venecia, en donde siguió investigando hasta descubrir en 1.609 un antecedente del telescopio, artilugio que le permitió localizar cuatro satélites de Júpiter, las fases de Venus, los cráteres y "mares" de la Luna, el anillo de Saturno, las manchas del Sol...

Se habían abierto nuevos caminos que, para los timoratos de la época, hacían tambalear peligrosamente la fé en la inmutable armonía de las esferas. Hemos de sospechar que su temor real era el de perder posiciones en la consideración social, algo tan simple, tan mezquino y tan "humano" que no es difícil encontrar en cualquier época y lugar.

En ese ambiente no es de extrañar la aparición de personajes como Giordano Bruno (1548-1600), quien, deliberadamente, opone a la Doctrina cualquier nuevo descubrimiento y hace de la inestabilidad en la fé su forma de vivir. Al hilo de sucesivas fidelidades y apostasías, despierta el desconcierto y apasionadas controversias entre los fieles a Roma, calvinistas, luteranos, anglicanos y, de nuevo, católicos. A unos y a otros confunde con una encendida retórica tanto en torno a éste o a aquel certero hallazgo científico como en torno a una gratuita y circunstancial suposición. Murió en la hoguera sin acertar a saber por qué.

Hizo escuela su pretensión de negar al hombre una específica responsabilidad en lo que hemos llamado la amorización de la Tierra. Para Bruno no era el hombre más que una parte del Uno, entidad estrictamente material y a modo de un dios (Urano ¿tal vez?) identificado con el Cosmos.

Se reactualizan así viejos supuestos materialistas que cobran fuerza, más que por su entronque con la Realidad, por la cerrada posición del enfoque contrario.

Se dice defender celosamente el Reino de Dios sin generosos afanes por redimir a nadie y sí con exceso de convencionalismos y palmarias mutilaciones de esa Libertad que se alimenta del Amor y del Trabajo.

En ciertos sectores, se vivía entonces una degenerada forma de lo que se ha llamado "Agustinismo Político" y personajes como Giordano Bruno resultarían víctimas (algo así le ocurriría tambien a nuestro Miguel Servet): se dice que el Reino de Dios y el Reino de este Mundo están en continuo antagonismo. Reconozcamos que el tal antagonismo es pura invención de algunos "ilustrados" de la época (sea cual sea el extremo cerrado de su óptica).

Desde una parte, el "oficialismo" defiende con la sin razón de la fuerza principios anquilosados en el tiempo a los que, hipócritamente, prestan "razones teológicas". ¿Por qué el hombre no puede intentar hacer la vida más cómoda a sus hermanos procurando un progresivo conocimiento y subsiguiente dominio a las llamadas fuerzas naturales? Al prohibir los buceos en la realidad material, castran nobles inquietudes a la par que cubren con nuevas sombras lo que no tiene por que ser un misterio atenazante.

Por "reacción pendular", los pensadores "laicos", cuyos ejemplares más destacados suelen ser religiosos rebeldes, enfrentan al Poder Creador de Dios pequeños o grandes descubrimientos que corroboran lo mucho que falta por conocer de la complejísima realidad material.

Señores, sean ustedes humildes y prudentes y absténganse de dogmatizar sobre el Todo cuanto tan poco conocen de una de sus pequeñísimas partes.

Fijan, pues, inamovibles posiciones, de un lado la rutina, en cuyo saco mezclan lo noble de la Tradición con viejos tópicos, soportes de privilegios y ñoños prejuicios; de otro lado. el ciego apasionamiento por lo nuevo que puede no ser certero pero que ya cuenta con el aval de un tímida probabilidad.

Unos y otros levantan fortalezas irreductibles que los más simples identifican como ciudadelas de uno y otro reino. Exageración y mentira.

Muy probablemente, ambas posturas representan dos parciales versiones de una misma Realidad; pero vienen alimentadas de radicalismo, lo que les hace progresivamente irreconciliables.

En las convencionales y orgullosas divergencias, que tanto perjudicaron y perjudican a la persona sencilla, cuya máxima aspiración es encontrar sentido trascendente a la labor de cada día.... ¿qué no influiría el simple capricho o la obsesión por apabullar al otro? Por demás... ¿no habría entre ambas posiciones un tácito acuerdo para acallar las necesarias expresiones de una equilibrada tercera vía en que resultara fácil limar extremismos y sintetizar lo más certero de ambas posturas?

En este punto, hemos de reconocer que se impuso una Providencial Orientación hacia el Progreso. Vemos que la postura "materializante" facilita "la necesidad que tiene la Materia de ser impulsada por encima de sí misma" mientras que la postura "espiritualizante", ya liberada de atavismos históricos, allana el camino hacia una más estrecha relación entre Dios y el Hombre a través de las cosas.

Se demuestra tanto la función creadora (co-laboradora) del Hombre como la evidencia de que los elementos del mundo son tanto más positivos cuanto más convergen en Dios.

 

23.- LA "RAZÓN VITAL" DE PERSONAS Y PUEBLOS

Probablemente, lo más notable y positivo de la Historia de España viene representado por el período de reflexión subsiguiente a esa proyección universal que se inicia en 1.492 y se diluye en el tiempo hasta nuestros días.

El "sic transit gloria mundi", que tan bien expresara Fray Luis de León, hubo de resultar elocuente para los testigos de la ruinosa, accidentada y vertiginosa historia del Imperio Español.

El Imperio Español, al igual que toda obra de acaparamiento, generó avasallamientos, despojos y miserias... pero por distintos caminos que el de otros imperios, con más liberales modos y con muy diferentes resultados: hay pleno reconocimiento de "derechos" (según la limitada óptica de la época) para los pueblos sometidos, en múltiples ocasiones la Cruz impone su freno a la espada, se prodigan las mezclas de sangres y de razas...

En la historia de entonces no es raro que un victorioso guerrero se retire en plena "gloria" (a ejemplo del más poderoso de la época, el propio emperador Carlos V, enclaustrado en Yuste), que un inquieto capitán canalice en el Evangelio sus afanes de conquista (caso de Ignacio de Loyola)...

Muchos siglos de reconquista, asimilación y ósmosis entre variadas culturas, el genio integrador de Fernando e Isabel, la herencia espiritual de Séneca, Isidoro de Sevilla, de dos ilustres cordobeses, el árabe Averroes y el judío Maimónides (mucho aprendió de ellos Santo Tomás de Aquino para actualizar, cristianizar y popularizar una "nueva lectura" del maestro Aristóteles)... son peculiaridades irrepetibles; también es irrepetible la personalidad de Ramón Lulio, pensador para quien la Lógica y el Amor a Dios son los más seguros guías en el Camino hacia la propia realización.

En este brevísimo repaso por lo español de notoria influencia en el Mundo, es de rigor detenernos en Luis Vives, a quien repugnaban los abusos de la dialéctica tan dominante en las universidades de su época: era una estéril forma de discurrir que convertía a todo pensamiento en un simple juego de palabras o en una pedantesca exhibición de ingenio mientras que se relegaba a un último plano la preocupación por las carencias humanas. Son tiempos en que cobra progresiva fuerza el llamado Humanismo.

Ya sabemos que el humanismo fue un conglomerado de erudición, cultivados modos de relación social, corrientes artísticas, catálogo de valores.... en muy directa relación con los intereses de un movimiento corporativo, la burguesía, que puja con fuerza para acaparar la dirección de toda la sociedad en su conjunto. .

Es sabido que en España la tal burguesía, durante el llamado Siglo de Oro, tuvo un infatigable enemigo en moralistas como Quevedo pero, muy principalmente, en la figura del caballero antiburgués cual representa ser Don Quijote, quien despreciará cualquier afán de acaparador para canalizar todas sus inquietudes a "desfacer entuertos".

Fuerza argumental para este vital posicionamiento se encuentra en pensadores como Vitoria o Suárez, pero, sobre todo, en espíritus tan vigorosos y tan fieles a una Realismo Trascendente como el de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz.

Consecuente y contrariamente a como sucede en el resto de Europa, en los siglos posteriores a nuestro llamado Siglo de Oro no es el cartesianismo y su "subrepticia génesis de una descomprometida conciencia colectiva" la corriente que priva en las academias y universidades españolas.

En nuestra cultura y forma de vivir de entonces, frente al racionalismo rampante de los cartesianos es lo que Ortega llamará la Razón Vital uno de los más poderosos puntales de ese Realismo del que se han de alimentar la Libertad y la Responsabilidad.

Segunda Parte