La Estructura Trinitaria de la Liturgia

 

Alfonso Carrasco Rouco
Facultad de Teología "San Dámaso"
Madrid

 

El misterio trinitario se manifiesta y comunica a los hombres, invitándolos y recibiéndolos en su compańía (cf. DV 2), en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

Por su Encarnación, muerte y resurrección, Él es constituido Mediador único y definitivo entre Dios y los hombres. Mediación substancial (por la unión de las dos naturalezas en la única Persona del Hijo) y mediación por la obra de la redención. Él es aquel Sumo Sacerdote, semejante en todo a sus hermanos (cf. Hb 2, 17), que no entró en un santuario hecho por manos humanos, sino en el mismo cielo (cf. Hb 9, 24), ante el Dios eterno, ofreciéndose a sí mismo como sacrificio único y perfecto por los pecados de los hombres (Hb 9, 28; 10, 12); y que, desde entonces, intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu. En esta liturgia verdadera y definitiva, en Jesucristo, el hombre entra a la presencia de Dios.

En efecto, gracias a la Encarnación del Hijo y a la unción plena del Espíritu, la naturaleza humana, por el verdadero sacrificio pascual, es introducida a la comunión misma del Dios trinitario. La liturgia cristiana, instituida por Cristo y hecha posible por el don del Espíritu, será siempre presencia, participación en este acontecimiento definitivo, por el que el hombre es introducido a la plena comunión con la Santísima Trinidad: con el Padre, en el Hijo, por el Espíritu.

La estructura trinitaria de la liturgia no se refiere, pues, en primer lugar a nuestras palabras o conceptos humanos; sino propiamente a la forma concreta de la unidad viva entre Dios y el hombre que acontece definitivamente en Cristo y en la que el fiel cristiano participa misteriosa, pero ya realmente, por la fuerza santificadora del Espíritu.

Así, ya el ministerio apostólico surge y permanecerá siempre en horizonte trinitario, como enviados por Jesucristo para actuar en su nombre (in persona Christi), gracias al don del Espíritu Santo, para que los hombres den gloria al Padre con una sola voz.

Del mismo modo, la celebración litúrgica de los sacramentos no sólo anuncia con palabras las maravillas realizadas por el Dios trinitario, sino que hacen presente la obra de salvación. En el Bautismo, por ejemplo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él; reciben el espíritu de adopción …" (SC 6). Del mismo modo, en la Eucaristía se hace de nuevo presente el sacrificio pascual de Jesucristo, introduciendo al hombre, por obra misteriosa del Espíritu, en una comunión real con el Hijo y con el Padre (cf. 1Jn 1,3).

En una palabra, la liturgia cristiana es trinitaria, porque significa el acontecimiento real de la comunión en Jesucristo. Él es quien, por el Espíritu, actúa verdaderamente en la acción sacramental del ministro litúrgico, Él es quien habla en la proclamación de la Palabra en la Iglesia, Él está en medio de los suyos cuando, unidos en su nombre, dos o más elevan su oración al Padre, santificando el tiempo y el espacio, e intercediendo por el mundo.

En todo ello, Jesucristo asocia a su Iglesia a su relación viva y plena con el Padre, que Él vive en su doble naturaleza, divina y humana, en la unidad del único Espíritu Santo. Por tal razón, la liturgia cristiana es siempre obra humana y divina, hecha posible por la iniciativa misericordiosa divina de la Encarnación, de la Redención y del Don del Espíritu; y es siempre, por tanto, relación viva de los hombres con el Dios eterno trinitario.

La comunión del Pueblo de Dios, que celebra los misterios litúrgicos alrededor de su obispo, es la manifestación visible de esta realidad de Comunión en la Trinidad que Jesucristo, Sumo Sacerdote, hace posible a los suyos ya en la historia. Y así, mientras aguardamos al Salvador, en esa Comunión, prenda de gloria futura, pregustamos y participamos en la liturgia de la Jerusalén celeste, donde el Padre será adorado en el Espíritu y en la Verdad.

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