NOVENA PREGUNTA

 

¿Cuál era la posición del sacerdote y de los fieles en las iglesias en las que el ábside estaba en dirección a Oriente, iglesias que como se sabe constituían la mayoría de los antiguos santuarios?

En las basílicas que tenían varias naves laterales y con el ábside en dirección al oriente, los asistentes a la misa se situaban al principio en las naves laterales, así como en la parte trasera de la nave central. Formaban una especie de semicírculo abierto hacia Oriente y en el punto de convergencia se colocaba el celebrante (en el centro del círculo entero virtual).

En cambio, en las basílicas que tenían el ábside en dirección al occidente, el sacerdote, así como los clérigos y cantores que le rodeaban, se colocaban en el punto central de este semicírculo.

Cuando posteriormente, los fieles empezaron a ocupar la nave central y se colocaron así dispuestos como en una especie de columna militar, algo dinámico apareció que asemejaba a la columna del pueblo de Dios en marcha a través del desierto hacia la tierra prometida. Su posición hacia el este, indicaba el objetivo de la columna, el Paraíso perdido que siempre se buscaba hacia Oriente (Cf. Gen. 2,8) El celebrante y sus asistentes formaban la cabeza de esta columna.

La disposición inicial, que consistía en un semicírculo abierto, resultaba al contrario de un principio estático: la espera del Señor, que había subido a los cielos hacia el este (cf. Ps. 67,34; Zac. 14,4)

y de allí regresaría (cf. Mat. 24,27, Ac. l,ll). Cuando se espera a una personalidad importante, se rompen las filas para formar un semicírculo, a fin de acoger al huésped de honor en su centro. San Juan Damasceno escribe: "En su Ascensión, se elevó hacia el Oriente y de esta forma fue adorado por sus Apóstoles, y así regresará, de la misma manera que le vieron subir al cielo, como el mismo Señor lo ha dicho: "como el relámpago que salta del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre (Mat. 24,27). Porque le esperamos, le adoramos vueltos hacia el oriente". He aquí una tradición no escrita de los apóstoles" [26].

A partir de esta idea se ha representado en numerosas iglesias, desde aproximadamente el siglo VI ‑piénsese en las pinturas de esta época en Bawit (Egipto)‑ la Ascensión del Señor bajo la bóveda principal del Abside: en la parte superior de la imagen, Cristo glorioso llevado por ángeles; en la parte inferior María representando a la Iglesia, en actitud orante con las manos extendidas hacia el cielo y a su izquierda y a su derecha, los Apóstoles. Esta pintura representaba a la vez la Glorificación de Jesús en el cielo y su segunda parusia según la palabra de los ángeles a los apóstoles cuando la ascensión: " ... Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá así como le habéis visto ir al cielo" (Hec. 1,11) [27].

Más tarde, en las pinturas de ábsides occidentales, Cristo en su trono fue sacado de esta composición y se convirtió en Majestas Domini rodeado de los símbolos de los cuatro evangelistas, en la pintura del ábside típico del arte románico. En el Oriente bizantino o se ha pintado al Señor en su gloria como Pantocrator bajo la bóveda principal del ábside o se ha colocado el conjunto de la Ascensión, bajo la cúpula superior del altar. En casi todos los casos, se prescinde de la Madre de Dios en estas composiciones, reservándola para la ornamentación del ábside (cf. fig. 2, pág. 19).

Un pasaje del Apocalipsis debió influir para determinar el lugar central del ábside, que se le asigna a María: "El templo de Dios se abrió en el cielo, y dejose ver en su interior el Arca de la alianza (destinada como hemos visto a guardar la eucaristía sobre el altar) ... y enseguida apareció en el cielo una señal grande: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas" (Ap. 11,19‑12, l).

Nótese aquí la relación entre María‑Iglesia y Arca de la Alianza; pero también el hecho de que el velo del templo ‑es decir, del santuario que éste recubre‑ sólo se abría en determinadas circunstancias. El misterio, el tremendum, exige ‑algo que hoy se olvida fácilmente‑ estar oculto, de donde nacía el deseo de verlo descubrirse.

El apóstol San Pablo escribe: "Ahora vemos por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara" (1 Cor. 13,12). Mirar hacia el este, no sólo significaba mirar hacia el Señor transfigurado en los cielos y regresando al fin de los tiempos, sino también el deseo de la última manifestación, de la revelación de la gloria futura.

 

DÉCIMA PREGUNTA

El hecho de que en las basílicas romanas más antiguas, el altar y el ábside se pueden encontrar prácticamente orientados en todas las direcciones, ¿no está en contradicción con la afirmación de que en los comienzos se rezaba siempre hacia oriente y en consecuencia, las iglesias se hacían con el ábside y el altar mirando al oriente? ¿Cómo explicarlo?

Se trata de iglesias edificadas sobre materiales de construcciones que ya existían en la antigüedad; o las que debido a las condiciones locales no permitían una exacta orientación este‑oeste. Lo cual no impedía que tanto el sacerdote como los fieles se volvieran al Oriente para la oración y el sacrificio, como era costumbre habitual entre los cristianos.

Así, por ejemplo, la célebre iglesia de San Clemente de Roma, que fue edificada sobre antiguas construcciones, tiene la entrada al sudeste. Esta es la razón por la que el celebrante tiene su sitio detrás del altar. Además, celebrar delante de él no sería posible debido a la disposición de los espacios. Para mirar hacia el Oriente durante el Santo Sacrificio es suficiente que el sacerdote gire ligeramente el cuerpo en esa dirección. Ocurre lo mismo para los fieles situados en los laterales. En San Clemente se utiliza la nave para la "schola", en ella se pueden ver dos ambones para la lectura de la epístola, el gradual y el evangelio.

En su libro "El rito y el hombre", Louis Bouyer escribe: "La idea de que la basílica romana era la forma ideal de una iglesia cristiana, porque permitía una celebración donde sacerdotes y fieles estuviesen cara a cara, es un completo contrasentido. Sería lo último en que hubiesen pensado nuestros antepasados". (pág. 241).

De cualquier manera, como hemos visto, la estricta orientación de las iglesias, tal como se encuentra a partir de los siglos IV y V, no hubiera tenido sentido, si no hubiera estado en correlación con la orientación de la plegaria.

Para corroborar la opinión según la cual el altar propiamente dicho (y la cruz que está sobre él) sería el punto de referencia hacia el que se volverían los fieles y al que de forma ideal, deberían rodear; se cita a manera de ejemplo, la expresión del memento de vivos del canon de la misa: "et omnium circumstantium " (y de todos los que nos rodean). Es preciso aclarar, en lo que respecta a la significación filológica de esta expresión, que circunstantes designa globalmente "las personas presentes" y no solamente "aquellos que forman un círculo alrededor de algo"; y de hecho, en los escritos de la época, no se conoce ningún ejemplo en que los fieles hiciesen un círculo alrededor del altar durante la celebración de la misa. De cualquier forma no se hubiera podido hacer, ya que en aquella época, como hoy día entre los orientales, los laicos no tenían derecho a entrar en el santuario.

El respeto no se desarrolla sino donde está animado por actitudes externas y si es necesario por prohibiciones destinadas a evitar profanaciones. Por ejemplo, si un sacristán puede apoyar sin escrúpulos sobre el altar una silla o una escalerilla para colocar en alto detrás del altar, candelabros o flores, la santidad del altar se profana groseramente. Estas actitudes son inimaginables en las iglesias de Oriente.

Por el contrario, la expresión "et omnium circumstantium " puede inducir a los fieles a tomar una actitud respetuosa durante la ofrenda del Santo Sacrificio: a saber, de pie, llenos de respeto. Pero hoy en día estas personas "presentes" se transforman fácilmente en "personas sedentes" (confortablemente) sobre sus asientos, a lo que contribuye la actual presencia de simples sillas en las iglesias, que incitan a ponernos cómodos. Ciertamente cambiar la manera moderna de ver este aspecto, no será fácil. Pero no se olvide que la actitud de pie, es la actitud litúrgica por excelencia, que además favorece el espíritu comunitario.

 

UNDÉCIMA PREGUNTA

Todo esto es muy hermoso, pero ¿no hay que contar con el hecho de que el hombre moderno es incapaz de comprender, que sea necesario volverse al oriente para rezar? El sol naciente no tiene para el hombre actual la fuerza simbólica que tenía para el hombre de la antigüedad y que aún hoy día tiene para los mediterráneos, que perciben el sol con más intensidad que los "hombres del norte". Para los cristianos de hoy lo que prima es la comunidad de la mesa eucarística.

Si el hombre moderno no presta gran atención a la dirección exacta en la que reza ‑lo que continúan los musulmanes que se vuelven hacia la Meca, y los judíos que se orientan hacia Jerusalem‑ debería sin embargo comprender la significación que reviste el hecho de que el sacerdote y la asamblea recen juntamente en la misma dirección. De cualquier forma, la costumbre de que todos los presentes estén orientados, todos juntos, "hacia el Señor", es intemporal y tiene todavía hoy todo su sentido.

Junto al aspecto teológico del cara a cara del sacerdote y la asamblea durante la celebración del sacrificio eucarístico, conviene evocar aquí igualmente los problemas de orden sociológico, que se han puesto en evidencia en la "comunidad de la mesa eucarística ".

El profesor W. Sieble, en un opúsculo titulado "Liturgie als Ange­bot" (La liturgia a subasta) piensa que al sacerdote cara al pueblo se le puede considerar como "el símbolo más perfecto del nuevo espí­ritu de la liturgia". Y añade: "la costumbre en uso hasta hace poco hacía aparecer al sacerdote como jefe y representante de la comuni­dad, que habla a Dios en nombre de ella, como Moisés en el Sinaí: la comunidad dirige a Dios un mensaje (oración, adoración, sacri­ficio) y el sacerdote, como jefe, trasmite este mensaje y Dios lo recibe".

Con la práctica moderna, continua Siebel, el sacerdote mirando al pueblo "prácticamente ya no aparece como representante de la comunidad, sino más bien como un actor que, ‑en todo caso en la parte central de la misa‑ representa el papel de Dios, un poco como ó en Oberammergau u otras representaciones de la Pasión. Y conclu­ye: "Pero si en esta nueva manera, el sacerdote se convierte en un actor, encargado de interpretar a Cristo en el escenario, entonces Cristo y el sacerdote parecen, a causa de esta restitución teatral de la cena, identificarse el uno con el otro de manera por momentos inaceptable".

Sibel explica así la buena voluntad con la que casi todos los sa­cerdotes han adoptado la celebración "versus populum ": "La deso­rientación considerable y la soledad de los sacerdotes les ha hecho buscar nuevos motivos donde apoyar su comportamiento. Entre es­tos el soporte emocional, que procura al sacerdote la comunidad reunida delante de él. Pero inmediatamente brota de ahí una nueva dependencia: la del actor vis a vis de su público".

Lo mismo, K. G. Rey en su estudio "Pubertütserscheinungen in der katholischen Kirche" [105] declara: "hasta ahora el sacerdote ofrecía el sacrifico como intermediario anónimo, como cabeza de la comunidad, vuelto hacia Dios y no hacia el pueblo, en nombre de todos y con todos; las oraciones que recitaba le estaban prescritas, ... hoy día este sacerdote viene a nuestro encuentro como un hombre, con sus particularidades humanas, su estilo de vida personal y la mirada vuelta a nosotros. Para muchos sacerdotes es una tentación, contra la cual no son capaces de luchar o de vender cara su personalidad. Algunos saben, con mayor o menor astucia, explotar la situación en su provecho. Sus actitudes, su mímica, sus gestos, todo su comportamiento atrae las miradas sobre ellos por sus repetidas observaciones, directivas y también por sus palabras de acogida o de despedida ... El éxito que así consiguen constituye para ellos la medida de sus poderes y en consecuencia, la norma de su seguridad".

En su obra "Liturgie als Angebot" [106], Siebel declara todavía, a propósito del deseo de Klauser citado más arriba, de ver "más claramente expresada la comunidad de la mesa eucarística" por la celebración "versus populum": "La reunión de la asamblea alrededor de la mesa de la Cena, deseada (por Klauser) apenas puede contribuir a reforzar la conciencia comunitaria. En efecto, sólo el sacerdote se encuentra ante la mesa y además de pie. Los otros participantes al ágape están sentados más o menos lejos en la sala del espectáculo".

Más aún, según Siebel: "Como regla general, la mesa está colocada lejos de los fieles, sobre un estrado; de manera que no es posible hacer revivir los estrechos lazos que existían en la sala donde se desarrolló la Cena. El sacerdote que interpreta su papel vuelto al pueblo, difícilmente puede evitar dar la impresión de representar un personaje que, con toda cortesía, tuviera algo que proponeros. Para disminuir esta impresión se ha tratado de colocar el altar en medio de la asamblea. Entonces no se tiene necesidad de ver sólo al sacerdote, pues así se pueden ver a los asistentes sentados a sus lados o frente a él. Pero al colocar el altar en medio de los fieles desaparece la distancia entre el espacio sagrado y la asamblea. El recogimiento que antes nacía de la presencia de Dios en la iglesia se transforma en un pálido sentimiento que en nada se diferencia de lo cotidiano".

Colocándose detrás del altar, la mirada vuelta hacia el pueblo, el sacerdote se convierte, desde el punto de vista sociológico, en un actor, que depende totalmente de su público y en un vendedor que tiene algo que vender.

En su libro ya citado, Das Konzil der Buchhalter, Alfred Lorenzer evoca todavía otros puntos de vista, particularmente de orden estético: "El micrófono no sólo revela cada respiración, cada ruido inadvertido, sino que la escena empieza a parecerse más a los recetarios de cocina de televisión, que a formas litúrgicas de las Iglesias Reformadas. Si estas últimas han marginado la acción sagrada ‑a más simplicidad y brevedad ­en la reforma litúrgica esta acción permanece: se la despoja de sus gestos ornamentales, pero conservada minuciosamente en toda la complejidad de su desarrollo, y desde ahora presentada a los ojos de todos en una pseudo‑transparencia que confunde la percepción sensible de las manipulaciones con la transparencia del mito, manipulaciones ejecutadas de una manera que exhibe en todo caso indiscretamente cada detalle de este ritual alimentario. Se ve a un hombre romper con dificultad una hostia, que se resiste y cómo la introduce en su boca. Nos convertimos en testigos de las costumbres personales de masticar, no siempre muy estéticas, de las de tragar el pan seco y de la técnica utilizada para hacer girar el cáliz para purificarlo y la manera más o menos hábil de limpiarlo" (pág. 192).

Esto en relación con el aspecto sociológico de la posición del celebrante cara a la asamblea. Otra cosa es cuando se trata de proclamar la palabra de Dios. Esta acción supone un cara a cara del sacerdote y del pueblo; lo mismo que el predicador se volvía al pueblo, y el diácono cuando cantaba el evangelio.

Pero como lo hemos dicho ya, las cosas son totalmente de otra manera en la celebración del sacrificio eucarístico propiamente dicho. Aquí la liturgia no es una "oferta" como en la liturgia de la Palabra; es un acontecimiento sagrado, en el curso del cual el cielo y la tierra se unen y donde el Dios de bondad se inclina hacia nosotros. Sólo en el momento de la distribución de la comunión, del banquete propiamente dicho, se llega a un cara a cara entre el sacerdote y los comulgantes.

Precisamente, estos cambios en la posición del sacerdote en el altar durante la misa, tienen una significación simbólica y sociológica cierta. Cuando el celebrante reza y sacrifica tienen, igual que los fieles, los ojos fijos en Dios, mientras que cuando predica o distribuye la comunión, se vuelve al pueblo.

Como hemos visto, el volverse hacia el este es tan antiguo como la Iglesia y constituye por ello una costumbre que no puede modificarse. "Se busca" constantemente "con los ojos el lugar donde se encuentra el señor" (J. Kunstmann) o como dice Orígenes en su libro sobre la oración (c.32), hay aquí "un símbolo, el del alma mirando cómo se eleva la verdadera luz", "atenta a la bienaventurada esperanza y a la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tit. 2,13).

 

DUODÉCIMA PREGUNTA

¿Por qué el carácter sacrificial de la misa, se manifiesta menos claramente si, como se afirma, el sacerdote está vuelto cara al pueblo?

Cuestión inversa: Si entre los especialistas se sabe perfectamente que al preconizar "el altar cara al pueblo" no se puede apelar a una práctica de la iglesia primitiva ¿por qué no se saca la consecuencia que se impone? ¿por qué no se suprimen "las mesas para un banquete", erigidas con sorprendente unanimidad en el mundo entero?

Muy probablemente porque este tipo de mesas responden más a la nueva concepción de la misa y de la eucaristía, que a la práctica antigua.

Bien claro está que se querría evitar hoy dar la impresión de que la "santa mesa" (como se denomina en Oriente al altar) pueda ser un altar del sacrificio. Sin duda es también la razón por la que casi en todas partes sólo se pone en el altar un solo ramo de flores, como si fuese la mesa de una comida de familia, así como dos o tres velas, que generalmente se colocan al lado izquierdo de la mesa, mientras que el jarro con flores se pone al otro lado.

Se busca la ausencia de simetría, y ya no es necesario tener un punto central de referencia, como el que existía hasta hace poco en la cruz con los candelabros colocados a derecha e izquierda de ella; sólo se quiere una mesa para la comida y no un altar.

El sacerdote se coloca delante del altar del sacrificio, no detrás. Lo mismo hacia el sacerdote, entre los paganos. En el santuario, su mirada se dirigía hacia la representación de la divinidad, a quien se ofrecía el sacrificio. Lo mismo en el Templo de Jerusalem, donde el sacerdote encargado de ofrecer la víctima se colocaba delante de "la mesa del Señor" (cf. Mal 1,12), como se llamaba al gran altar de los Holocaustos situado en el centro del Templo, cara al templo interior, que guardaba el arca de la alianza en el Santo de los Santos, lugar donde habita el Altísimo (cf. Ps. 16,15).

Una comida se desarrolla bajo la presidencia del padre de familia en medio del círculo familiar; en cambio en todas las religiones existe una liturgia determinada para llevar a cabo el sacrificio, que se desarrolla en o delante de un santuario (que puede ser también un árbol sagrado). El oficiante está separado de la muchedumbre y se pone delante de ésta, ante el altar y vuelto hacia la divinidad. De siempre, las personas que ofrecen un sacrificio están vueltas hacia aquel a quien se destina el sacrificio y, en absoluto, hacia los que participan en la ceremonia.

En su comentario del libro de los Números (10,2), Orígenes se hace interprete de la concepción de la Iglesia primitiva: "El que está delante del altar muestra por este hecho que es él quien cumple las funciones sacerdotales. Ahora bien, la misión del sacerdote consiste en interceder por los pecados del pueblo". En nuestros días, en que el sentido del pecado desaparece poco a poco, es una idea que parece ampliamente perdida.

Como sabemos, Lutero negó el carácter sacrifical de la misa: no veía en ella más que la proclamación de la palabra de Dios, a la que seguía la celebración de la Cena. De aquí su exigencia, ya mencionada, de que el celebrante estuviera vuelto hacia la asamblea.

Ciertos modernos teólogos católicos no niegan directamente el carácter sacrifical de la misa, pero les gustaría hacerlo pasar a un segundo plano a fin de poder resaltar mejor el carácter de cena de la celebración. La mayoría de las veces por consideraciones ecuménicas en favor de los protestantes; pero descuidando en su ecumenismo a las Iglesias orientales ortodoxas para las que el carácter sacrifical de la divina liturgia es un hecho indiscutible.

Sólo la eliminación de "mesa de comida" y la vuelta a la celebración en el "altar mayor" podrán llevarnos a cambios en la concepción de la misa y de la eucaristía, es decir , a la misa entendida como acto de adoración y de veneración a Dios, como acto de acción de gracias por sus beneficios, por nuestra salvación y nuestra vocación al reino de los cielos, y como representación mística del sacrificio de la cruz del Señor.

No obstante, como ya hemos visto, esto no excluye que la liturgia de la palabra se celebre no en el altar sino en la sede o ambón, como anteriormente se hacia en la misa episcopal. Pero las oraciones deben decirse todas hacia el oriente, es decir, hacia la imagen de Cristo en el ábside y hacia la cruz en el altar.

Dado que durante nuestra peregrinación en la tierra no nos es posible contemplar toda la grandeza del misterio celebrado y menos aún al propio Cristo, ni la "asamblea celeste", no basta hablar continuamente de todo lo que el sacrificio de la misa tiene de sublime; es necesario más bien hacer todo lo posible para poner en evidencia a los ojos de los hombres la grandeza de este sacrificio a través de la misma celebración, a través de una artística disposición de la casa del Señor y especialmente del altar.

Se puede aplicar tanto al desarrollo litúrgico como a las imágenes lo que de los "velos sagrados" dice el PseudoDionisio el Aeropagíta en su libro Sobre los nombre sagrados (1,4): esos velos "que (aún ahora) esconden lo espiritual en el universo sensible, y lo supra‑terrestre en lo terrestre, que confieren forma e imagen a lo que no tiene forma ni imagen .... Pero llegará un día en que habiéndonos convertidos en imperecederos e inmortales, y alcanzando la paz bienaventurada junto a Cristo estaremos, como dice la Escritura, cerca del Señor (cf. Tess 4,17) colmados de la contemplación de su presencia visible".

 

CONCLUSIÓN

Esperamos haber claramente establecido que antes de Martín Lutero, en parte alguna se encuentra la idea del sacerdote vuelto hacia la asamblea durante la celebración de la Santa Misa, ni tampoco a favor de esta manera de ver se puede invocar ningún descubrimiento arqueológico.

El término específico versus populum (hacia el pueblo) aparece por primera vez en el Ritus servandus in celebratione Missae (Rito a observar en la celebración de la misa) del Missale Romanum redactado en 1570 por el Papa San Pío V a petición del Concilio de Trento. En la sección V, 3, específicamente se trata el caso en que "el altar esté orientado al este [no hacia el ábside sino] hacia el pueblo" (altare sit ad orientem versus populum), lo que se aplica a algunas antiguas iglesias de Roma.

Pero el acento se pone aquí en ad Orientem (lo que voluntariamente se omite), mientras que el versus populum no es más que una añadidura en vistas a la indicación que sigue inmediatamente, a saber que al Dominus vobiscum el celebrante no tiene que volverse hacia el pueblo al que tiene que saludar diciendo Dominus vobiscum. Esta posición del sacerdote "detrás del altar" en algunas basílicas romanas hizo nacer, como hemos visto en las Jugendbewegung de los años veinte, la errónea concepción según la cual en Roma se había conservado así una costumbre de la primitiva iglesia.

Lo mismo que en la Iglesia de Occidente, jamás se usó en las Iglesias de Oriente la celebración versus populum, donde por añadidura el término correspondiente no existe. Es de notar que, durante la concelebración, habitual entre los ortodoxos, el celebrante principal da siempre la espalda a la asamblea, aunque los sacerdotes concelebrantes se colocan detrás de él.

No se puede sin embargo callar que hubo ‑y aun hoy existe‑ en las Iglesias de Oriente también tentativas esporádicas de celebrar la liturgia cara al pueblo o al menos de colocar el altar delante del iconostasio. En 1921, el patriarca Tikhon de Moscú se apercibió claramente de los riesgos que, para la correcta celebración del culto divino, traerían las novedades preconizadas y practicadas por algunos sacerdotes, consecuencia de la Revolución Rusa, por lo que hizo una llamada a todos los obispos del país: "Todo esto se está haciendo so pretexto de adaptar la liturgia a las exigencias de los nuevos tiempos, de aportar al culto divino la animación necesaria para incitar a los fieles a ir a la iglesia. No, no bendecimos ninguna de estas violaciones, ni ninguna de estas arbitrarias acciones individuales durante la celebración litúrgica, puesto que no lo podemos hacer. La divina belleza de nuestra liturgia, tal como se ha fijado en los libros rituales, las rúbricas y las prescripciones, debe permanecer intangible en la Iglesia Ortodoxa Rusa, porque éste es el don supremo más sagrado".

La posterior evolución dio la razón al patriarca. Gracias al hecho de haber fielmente guardado y cultivado su liturgia tradicional hoy en día la Iglesia Ortodoxa rusa permanece viva y próspera.

Lo que es decisivo para la colocación del sacerdote en el altar, como hemos insistido, es el carácter sacrifical de la misa. El sacrificador se vuelve hacia aquél a quien se ofrece el sacrificio, por eso se coloca ante el altar ad dominum, hacia el Señor.

Además, si se quiere resaltar el carácter de cena de la celebración eucarística, el simple hecho de celebrar versus populum no sería suficiente para dar este carácter tan aparente como se le imagina y que tan a menudo se desea. Pues sólo el "presidente de la cena" se coloca en la mesa. El resto de los "participantes a la cena" se colocan en la nave, como en una "sala de espectáculo", sin relación directa con la "mesa de la cena". Esta es la razón por la que, en los pequeños grupos, hoy se tiende a colocar a los asistentes rodeando el altar; lo que, en adelante, traerá como consecuencia borrar completamente el carácter sacrifical de la misa. No se hará justicia a este sacrificio, sino es haciendo lo que siempre se ha hecho, volvernos con el sacerdote "hacia el Señor", por consiguiente, todos en la misma dirección.

Según la concepción católica, la misa es algo más que una comunidad reunida para celebrar una cena en memoria de Jesús de Nazareth. Lo importante no es la constitución de una comunidad, ni lo que ella vive ‑aunque esto no deba subestimarse (cf. Cor. 10,17)sino sobre todo el culto que se rinde a Dios.

No es el hombre sino Dios quien debe ser siempre el punto de referencia. De aquí que desde los orígenes todos se orientaban hacia El y no un cara a cara entre sacerdote y asamblea. Es necesario sacar la consecuencia y reconocer francamente que la celebración versus populum es un error. Porque ella es en definitiva una orientación hacia el hombre y no hacia Dios.

 

BIBLIOGRAFÍA

[24] PG 62, 204.                

[25] Cf. K. GAMBER, "Liturgie und Kirchenbau" (Liturgia y construcción de  iglesias) págs. 132 a 136.    

[261 PG 94, 1136.

[27] Cf. K. GAMBER, "sancta sanctorum ", págs. 31 a 34.

[28] Cf. BEISSEL,"Geschichte der Evangelienbücher",pág. 258.[29] Cf. K. GAMBER, "EcclesiaReginensis", págs. 176 a 183.      

[30] PL 115, 677.

[31] Cf. K. GAMBER, "Ecclesia Reginensis ", págs. 184 a 198.    

[32] "De eccl. off " 11, 8 (PL 83,789).         

EPILOGO

Pienso que todos aquellos liturgistas, que no sean simples comediantes, estarán de acuerdo sobre el conjunto de las observaciones de Monseñor Gamber. No veo apenas más que un punto en el que sus observaciones son tal vez insuficientes fundadas; la idea  que, en la antigüedad, los fieles sólo ocupan las naves laterales de la iglesia. Pero esto es algo totalemnte secundario. 

En cambio, me siento obligado a ser aún más severo sobre la ab­surda sustitución contemporánea de una idéa de la Eucaristía como cena, totalmente opuesta a la idea de la Eucaristía como sacrificio.

Esto exactamente no quiere decir nada ... por la simple razón que en ninguna religión, ha existido un sacrificio que no fuese además una "cena", pero una cena "sagrada" que envuelve el misterio de una especial presencia y comunicación divina... En cuanto a la idea de que la Eucaristía, para ser una cena, debería implicar un cara a cara de los participantes con el sacerdote, es una ingenuidad de los modernos. En todos los banquetes de la antigüedad, tanto judíos, como paganos, nunca se daban la cara ... por la sencilla razón de que to­dos los participantes estaban instalados en el lado convexo de una mesa en forma de sigma, reservándose el lado cóncavo para el va y viene de los que servían.

De todo ello resulta que la denominada misa "cara al pueblo" no es más que un total contrasentido o más bien un puro sin sentido. El sacerdote no es una especie de brujo o prestidigitador que hace sus trucos ante un público de bobalicones, sino el guía de una acción común, que nos conduce a la participación en algo que hizo de una vez para siempre Aquel a quién el sacerdote representa simplemente y ante cuya personalidad la suya debe esfumarse totalmente.

¿Qué decir ahora de este nuevo tipo de sacerdote‑actor que pretende atraer toda la atención sobre sí y perora como un tendero tras su mostrador, para beneficio de una masa pasiva. Nada está más en contra, no sólo de "toda" la auténtica tradición cristiana... sino también del "nuevo misal" si es que se toman tiempo para leer sus rúbricas. ¿No se prescribe que el sacerdote "se vuelva a los fieles ", cada vez que se dirija a ellos y no a Dios, en la plegaría común? Lo que no tendría sentido, en el caso de que el sacerdote esté vuelto a los fieles.

Una cierta moda de altar "cara al pueblo" se podía entender cuando se leían en el altar las lecturas (lo que suponía una misa sin asistencia excepto del monaguillo). Pero esto actualmente, con el nuevo misal más que con el antiguo, es un auténtico contrasentido.

Lois Bouyer, del Oratorio

 

EN MEMORIA DE KLAUS GAMBER

Para quien considere el imponente conjunto de escritos sobre liturgia de Monseñor Klaus Gamber, no tendrá la menor duda de que se trata de una ciencia practicada, no por sí misma, sino al servicio del "mysterium fidei " de la Iglesia, ese "misterio de fe " que todo cristiano, y especialmente todo sacerdote, tiene por misión celebrar y transmitir. Precisamente, a partir de aquí, de la obra científica de Gamber se liberan impulsos fecundos para la celebración de la santa liturgia. Klaus Gamber ha mostrado claramente que la liturgia jamás ha nacido de las prisas de un momento, sino que siempre es necesario referirse a la enorme tradición litúrgica de toda la Iglesia.

Por lo cual su obra puede constituir hoy para todos los que se ocupan de liturgia y en especial para el sacerdote y el diácono, que la celebran y la proclaman, una incitación directa a celebrar con el pueblo el "misterio de fe " en espíritu de adoración.

Joachim Cardenal Meisner, Arzobispo de Colonia.

 

II.

Mons. Klaus Gamber fue llamado a la presencia de Dios el 2 de junio de 1989, poco después de su 70 aniversario. Las reseñas publicadas en su memoria son la ocasión, que gustosamente aprovecho, para saludar su recuerdo y expresarle mi reconocimiento.

Desde hace años, he seguido con atención la aparición de obras escritas o editadas por él en el cuadro de sus actividades en el Instituto litúrgico de Ratisbona.

Sus ediciones han permitido a los especialistas aprovechar mejor el tesoro de la historia de la liturgia. El gran mérito de Mons. Gamber es el de haber introducido en las ciencias litúrgicas una creciente perspectiva histórica.

No se limitó sin embargo al simple estudio del pasado, a una actividad en cierto sentido puramente arqueológica, sino que supo sacar de ella conclusiones precisas, útiles para resolver los problemas actuales y estimular las discusiones entre especialistas.

Gracias a sus importantes y sólidos estudios de la historia de la liturgia, Gamber ha podido analizar en estos últimos años ciertas evoluciones equívocas en la concepción de la misa, y mostrar por medio de sus investigaciones el camino a seguir para llegar a una comprensión más profunda de la liturgia. Sus vastos conocimientos le han proporcionado los fundamentos seguros para alcanzarlo con la competencia y la madurez espiritual que el caso requería.

Más aún, en cuanto autor, no temió, a partir de sus análisis de situaciones críticas, tomar claramente posición frente a los fenómenos inquietantes que habían surgido en la vida de la iglesia. Ciertamente, declaraciones de este género difícilmente se granjean el favor de la "opinión pública".

El vivo interés que mostró por la ortodoxia oriental y sus liturgias ha constituido también uná particularidad de los trabajos de Mons. Gamber. Sus escritos han sido para muchos una iniciación en la espiritualidad de las Iglesias de Oriente y han hecho resurgir su importancia para la Iglesia católica romana. Su obra "Kraft aus dem Ursprung für den Weg der Kirche in die Zukunft" (La fidelidad a los orígenes, camino de futuro para la Iglesia) en 1988, proporcionó una prueba impresionante basada en los datos de la ciencia litúrgica. Para este estudio, como para muchas de sus otras obras, ha bebido en las antiguas fuentes ortodoxas, enriqueciendo así nuestra concepción occidental de la liturgia, sobre todo en lo relativo al carácter teofánico de la liturgia, donde la gloria de Dios debe ser percibida y sentida. También ha marcado claramente los límites de un pensamiento litúrgico solamente orientado hacia lo utilitario y ha contribuido, con ayuda de las concepciones de las Iglesias Orientales, a que mejor aparezca en nuestra Iglesia toda la fuerza que irradia de la celebración litúrgica.

Guardo al venerado difunto una profunda gratitud por su obra tan variada y constructiva, al servicio de la teología y de la proclamación. Espero con sus amigos que los trabajos que ha dejado detrás de sí continuaran a reforzar y fecundar nuestro amor a los Padres de la Iglesia y a las diversas tradiciones litúrgicas de Oriente y Occidente*.

Mons. Karl Braun, Obispo de Eichstátt

 

* Los dos textos arriba transcritos son extractos de Simandron. Der Wachklopfer. Gedenkshrift für Klaus Gamber. Luthe‑Verlag Kóln 1989. Se han traducido y reproducido aquí con la debida autorización.

 

PARA UN MAYOR CONOCIMIENTO

El Cardenal Ratzinger menciona en su prefacio, los estudios de muchos sabios que se adhieren a las mismas conclusiones de Klaus Gamber. Para una información más amplia recomendamos al lector la consulta de los siguiente títulos:

En primer lugar, en Celebración de la Fe (Tequi, 1985, págs. 131‑137), el mismo Cardenal nos da un buen resumen sobre esta cuestión y la problemática actual que provoca.

La obra fundamental y exhaustiva es sin duda el libro de F. J. Dólger Sol Salutis (2a edic. Munster, 1925) desgraciadamente no traducida al español.

Siguiendo con libros publicados en alemán, y referente a la orientación del altar, existe un libro de J. Braun muy consultado desde el punto de vista arqueológico: Der Christliche Altar (Munich, 1932). Tras un minucioso estudio de ciento cincuenta altares, que al norte de los Alpes se encuentran aún en su posición primera y que se pueden datar con total certeza en el primer milenio de la era cristiana, el autor llega a esta conclusión indiscutible, que ninguno de ellos salvo uno o dos, jamás han podido utilizarse para una celebración "cara al pueblo".

J. A. Jungman adquirió justo renombre en la posguerra por la publicación de su obra maestra "Missarum sollemnia ". Hay edición española, publicada en la BAC con el título "El sacrificio de la misa". La edición francesa en tres tomos (Auber, París, 1951‑54) lleva el subtítulo de "Estudio genético de la misa romana". La tabla analítica, al final del tercer tomo, da las referencias de distintos pasajes en que el autor trata el tema de la orientación de altares. "Editions du CerP' publicó del mismo autor en 1962 (Colección Lex Orandi) "La Liturgia de los primeros siglos". En ella, Jungman dedica diecisiete páginas a la cuestión de la orientación y concluye tras haber evocado el caso de ciertas iglesias de Roma, donde por estar el ábside al oeste, el celebrante de hecho se encuentra "cara al pueblo": "A propósito de la actual insistencia sobre esta posición del altar, como factor de una mayor unión entre el celebrante y la asamblea, sería bueno hacer ver claramente que este precedente histórico en favor de la orientación del altar, es una gran exageración. Los diversos ritos orientales jamás han favorecido la celebración litúrgica en esta posición (...) El motivo principal en favor de esta manera de colocar el altar, como ya lo hemos indicado, hay que buscarlo en la regla general de la orientación para la oración". (pág. 214).

Erik Peterson, que fue profesor de literatura cristiana antigua en el Instituto Pontificio de Arqueología Cristiana en Roma, da cuenta en un artículo muy bien documentado, de sus investigaciones sobre las estrechas relaciones entre la oración hacia la cruz y hacia el Oriente, símbolos ambos de la venida de Cristo al fin de los tiempos. Así, en la misa, sacerdote y fieles rezan en dirección al Oriente y a la cruz, que domina el altar y la asamblea. ("Ephemerides liturgicae" 49,1945, págs.52‑68;"La cruz y la plegaria hacia oriente ").

El estudio magistral del Profesor Cyrille Vogel "Versus ad Orientem " (La Maison‑Dieu, n° 70, 1962, págs. 67-99) corregido y aumentado en "Sol Aequinoctialis " (Revue des Sciencies religieuses, 36, 1962, págs. 175‑2119 y en "La orientación hacia el este del celebrante y los fieles durante la celebración eucarística " (L'Orient Syrien, vol. IX, 1964, págs. 3‑37) tiene la enorme ventaja de facilitar una bibliografía exhaustiva sobre la cuestión. Aquí también la misma conclusión se impone: "... el problema de una celebración cara al pueblo (con vista de hacerle participar más completamente en la "Actio " eucarística) es un problema ajeno a la antigüedad cristiana, pues la celebración hacia el Oriente es una de las grandes constantes del culto" (nota 54, en "La orientación hacia el ... op., cit. pág. 29). Del mismo autor en Navidad, Epifanía, regreso a Cristo" (Paris, Cerf, 1967, colección Lex Orandi, n° 41) se puede leer, págs. 85‑108, "La Cruz escatológica", donde el Profesor Vogel vuelve y profundiza el estudio de Erik Peterson mencionado anteriormente.

 

Del Padre Louis Bouyer, además de la obra citada por Mons. Gamber, página 30 ("El rito y el hombre ", París, Cerf, 1962, colección Lex Orandi, n° 32), se puede leer con provecho "Arquitectura y liturgia" (París,Cerf, 1967, colección Foi Vivante, 1991) obra que dará al lector precisiones muy interesantes sobre la liturgia de la Sinagoga y sobre todas las primitivas iglesias sirias, que testimonian una vez más la importancia de la orientación en la historia del culto. Conclusión del último capítulo, titulado "Tradición y renovación" (pág. 96): "En la mayor parte de los casos, sobre todo el término medio de las iglesias parroquiales, desde el punto de vista de la restauración de una verdadera celebración comunitaria, es necesario decir francamente que colocar al sacerdote del mismo lado que los fieles durante la oración eucarística, en cuanto jefe visible de todo el grupo, nos parece la mejor solución".

En "Iglesia de Lyon ", de 5 de mayo de 1992, el Cardenal Decourtray llama la atención de sus diocesanos sobre las dos desviaciones actuales: "La segunda, ligada a la primera (el desarrollo dentro de la propia Iglesia de una moral laicista) no es otra, que el olvido práctico del Misterio de la infinita santidad de Dios, manifestada por excelencia en la liturgia. Estamos de tal manera vueltos hacia la asamblea, que hemos olvidado con frecuencia volvernos conjuntamente, pueblo y ministros, hacia Dios". Ahora bien, sin esta orientación esencial, la celebración carece de todo sentido cristiano. "¡Elevemos nuestro corazón!". ¡Lo volvemos hacia el Señor! La Constitución conciliar sobre la "Santa Liturgia" lo dice admirablemente. "¿Hemos sido bastantes fieles a sus enseñanzas?" (23 de abril de 1992).

En el transcurso de una entrevista concedida al diario "Kleine Zeitung" el 13 de enero de 1989, el nuevo obispo de Salzbourg Monsr. George Eder, respondía a dos preguntas sobre la orientación al altar:

-"VS. celebra siempre de espaldas al pueblo y V. S. no tiene, en vuestra iglesia parroquial, ningún altar cara al pueblo ¿por qué? ".

 -"Mire Vd., el Concilio no ha pedido en ningún texto que haya en cada iglesia un altar cara al pueblo. Aún en el nuevo código de Derecho Canónico nada hay a este-respecto. El Concilio ha dejado libertad en este terreno. Pero una nueva moda ha aparecido, ¡y después se señala con el dedo a los que no tienen el altar cara al pueblo! Igual pasa con el latín.

Desde el principio, yo he luchado por el bilingüismo en la Iglesia; es la buena solución. Si se canta en inglés, todos contentos, pero si se dicen tres palabras en latín... ¡se es anticonciliar! Por eso me quiero servir en el futuro de esta libertad que el Concilio ha dejado para la lengua y para el altar ".

-"¿Entonces, utilizará V. S. esta libertad de ponerse de espal­das al pueblo? ".

 -"¿Por qué presentar las cosas de esa forma? Ninguna persona sensata puede pensar que el hecho de dar al altar un giro de 180 grados no tenga consecuencias. La teología de la Eucaristía ha sufrido un deslizamiento; de un sacrificio se ha pasado a una cena ".

De la pluma del P. Joseph Gélineau, innovador si los hay, la misma constatación cuanto al aspecto tradicional de la oración hacia el Oriente ("El santuario y su complejidad", en la Maisón Dieu, 63,1960, págs. 53-68): "El sacerdote, que llega hasta el altar para celebrar la eucaristía, ¿no lo debería hacer cara al pueblo? Es necesario observar que el problema del altar "versus populum ", tal como hoy se plantea, es relativamente nuevo en la historia de la liturgia. Durante un período bastante largo y por una buena parte de la cristiandad, la cuestión dominante, al decir de muchos historiadores, no fue la recíproca posición del celebrante y los fieles, sino la de la orientación en sentido estricto, es decir, de colocarse hacia Oriente para la oración. El Oriente simbolizaba entonces la dirección de la ascensión y la venida de Cristo" (pág. 60).

En su "Léxico de los símbolos " (Edic. Zodiaque, 1969) en la palabra "Orientación ", Oliver Beigeder hace notar: "La orientación de la iglesia hacia Oriente es un hecho regular como mínimo, desde el siglo V... Es chocante notar cómo el respeto a la orientación ha estado a veces en contra de la belleza del lugar. Basta ver, en Lyon, las riberas del Saona, la catedral de San Juan y la Iglesia de Fourviere, para constatar que no se contó con la estética, por lo que se edificaron estas iglesias con la parte posterior hacia el río" (pág. 338). Signo de la considerable importancia que, nuestros mayores en la fe, daban a la orientación de las iglesias y la plegaria.

Señalemos finalmente el excelente trabajo de Jean Fournée "La misa cara a Dios" (París, 1976, colección Una Voce, n° 5), que en cuarenta páginas da una excelente síntesis de la cuestión.
 

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