Misterio Pascual y Mentalidad Moderna
Anunciar el misterio pascual es la tarea primordial de la Iglesia. Pero hay que tener en cuenta la mentalidad de cada época, si queremos que el mensaje sea comprendido adecuadamente.
Al hablar del misterio pascual, hay que distinguir los tres momentos históricos que forman el ritmo de su movimiento: muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo. Como dice San Agustín, debemos incorporarnos al misterio de Cristo muerto, sepultado y resucitado. En cada uno de estos aspectos se pueden ver puntos de contacto y síntomas de divergencia con la mentalidad moderna.
El aspecto de la muerte de Cristo nos indica que el cristianismo supone siempre la destrucción de algo para llegar a la plenitud de la vida. Es impensable llegar a la victoria sin pasar por una derrota previa. Esto es difícil de admitir por el hombre actual, que rehuye espontáneamente cuanto signifique sufrimiento, privación y muerte. Pero, por otra parte, el hombre actual se halla más capacitado que nunca para ver con lucidez su radical caducidad y su destino para la muerte. De hecho, las filosofías originales de nuestra época se complacen en esta mirada cara a cara de la muerte. Si se aprovecha esta lucidez, y se hace comprender que el paso por la muerte no es más que condición para llegar a la vida, y no término final de la existencia, el primer aspecto del misterio pascual puede ser incorporado plenamente al espíritu moderno.
El aspecto de la sepultura de Cristo señala la importancia de la esperanza en el Cristianismo. El primer sábado santo de la historia fue un día vacío, pero en el corazón de quienes lo vivieron nació la gran esperanza del triunfo, pese a todas las apariencias contrarias. Y esto se ha convertido en característica fundamental de la vida cristiana: esperar contra esperanza. El hombre actual no soporta con facilidad los tiempos vacíos. Los compases de espera. Pero, por otra parte, es un hombre metido de lleno en el sentido de la historia, y por tanto, abierto constantemente al futuro, es decir, en definitiva, lleno de esperanza. La esperanza cristiana puede entrar perfectamente en el horizonte del alma moderna, si sabemos hacer comprender que no se trata de una simple espera pasiva, sino de una tarea activa de preparación del triunfo de Cristo y del hombre, es decir, si comprendemos el sentido cristiano del progreso humano (Gaudium et Spes, 4).
El aspecto de la Resurrección de Cristo presenta el carácter francamente afirmativo del cristianismo. La fe cristiana lleva a la victoria. El triunfo ha sido conseguido plenamente por Cristo, pero aún no se ha hecho patente en todos los hombres. Entre la batalla decisiva ganada por Cristo y el día de su victoria final, plenamente reconocida, transcurre el tiempo de la Iglesia, cuya tarea es lograr que todos los hombres puedan llegar a hacerse suya esta victoria de Cristo. El mundo actual se entusiasma ante la perspectiva de la afirmación de todos los valores genuinos, y siente anhelos de triunfo, de paz y de progreso. Pero al mismo tiempo rehuye el espíritu triunfalista, si se hace comprender que el triunfo de Cristo no conduce al triunfalismo de la Iglesia, sino que, al tiempo que le da la seguridad de la victoria, le obliga al servicio humilde y generoso de todos los hombres, entonces es cuando se capacita al mundo actual para aceptar plenamente el espíritu auténtico del misterio pascual (Gaudium et Spes, 38, 39 y 45).
JUAN
LLOPIS
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