El robo del 'Cristo Crucificado'

Diario de Noticias
 Imanol Bakaikoa Olaetxea

La noticia recibida en estos últimos días del robo del Cristo Crucificado de Dalí en una cárcel de Nueva York ha provocado en la opinión pública, sorpresa y sarcasmo ante un robo que lo hubiera firmado el mismo Dalí por el surrealismo del hecho. El robo del cuadro en un lugar de máxima seguridad canjeado por una vulgar imitación hace sospechar que hay más ladrones entre los guardianes de la cárcel que entre los propios internados, sobre todo después de saberse que el puesto de vigilancia permanecía con turnos de 24 horas y detectores de metales.

Al escuchar esta noticia no he podido evitar su aplicación simbólica por lo que ocurre en ese mundo carcelario al cual iba dirigida la obra y a nuestro propio mundo. Presumo que dicho robo sucede habitualmente a otro nivel, sobre todo en nuestra civilización occidental. Están robando de nuestra mente la figura del Cristo crucificado. Es cierto que muchas veces la sombra de la cruz es más grande que la propia cruz, pero este elemento forma parte de la realidad de este mundo, y no podemos obviarlo, bajo pena de hacer de este mundo algo fantástico e idílico. Las luces de neón que adornan los medios publicitarios de los poderes económicos mundiales parecen sustraer el sufrimiento, la enfermedad, la injusticia y la muerte de nuestro entorno. Muchos confirman este secuestro de datos y de toda su simbología reflejada especialmente en la cruz. Así aparecen hasta los cristos sin cruz, y me dirán es la estética, pero desde cuándo se ha visto un Cristo sin cruz. Es como echar una moneda sin decir cara o cruz, es como hablar del ying sin hablar del yang. Para los cristianos es como hablar de la resurrección y la vida, sin hablar de la cruz ni de la muerte.

Sin embargo, en gran parte del mundo persiste la presencia de ese Cristo crucificado, conocido bajo esta figura en muchas de sus gentes y vivido en todas ellas por las vicisitudes que viven en el día a día. Por un lado, nuestro primer mundo roba de nuestras mentes dicha figura y vive inmerso en la adoración del Dios Mammon -Dios del dinero, amén de no expresar lo que son sus seguidores-, mientras gran parte del mundo vive en una adoración existencial del Dios crucificado, de ese Dios que vivió y sufrió en la cruz, la marginalidad y explotación. Sólo un Dios que padece y sufre con el sujeto creado, que el es hombre, puede ser comprendido y aceptado por las gentes sufrientes de este mundo. "La pasión del Señor se prolonga hasta el fin del mundo en su cuerpo místico que es la Iglesia, especialmente en los pobres, enfermos y perseguidos" (San Leon Magno). Cristo sigue clavado a la cruz en los pobres. Sus clavos son las atrocidades y todo tipo de injusticias que les infligimos, la primera el rapto de la imagen de ese cristo en el mundo. El mayor pecado contra los pobres es, precisamente, la indiferencia y el simular no verlos. Muchas veces actuamos como los sacerdotes y fariseos del evangelio, que dan un rodeo y pasan de largo en la parábola del buen samaritano.

SIN entrar en datos numéricos que son abrumadores, en pleno siglo XXI siguen muriendo de hambre y de enfermedades, millones de personas en el mundo. La diferencia entre el primer y tercer mundo cada vez es mayor. Los pobres son cada vez más pobres, y para más INRI, nos amenazan en aras de criterios defensivos del primer mundo -eso es lo que dicen- con más guerras de las que existen para aumentar los muertos y crucificados, mayormente inocentes, del tercer mundo. La figura de ese Cristo crucificado aumenta día a día, en este mundo plagado de pobrezas y enfermedades crónicas y mortales, llámese Sida o desnutrición, mientras el primer mundo, con el stablishment y sus poderes -económico, político y mediático- nos quieren despojar de nuestras retinas esta realidad cruel, presente en el mundo para seguir con el incremento de fondos para la defensa del poder económico de los grandes holdings financieros. La posible guerra a Irak es consecuencia de este hechizo ideológico de no ver la auténtica realidad sufriente de nuestro mundo.

Así, también podemos preguntarnos cómo sus mandatarios políticos -muchos de ellos cristianos- siguen fieles a otra religión sangrando la figura del Cristo crucificado en el mundo. Incluso alguno besa la mano del pontífice para no hacerle caso después en su discurso sobre la inmoralidad de la guerra a Irak. Así es la paradoja de muchos de ellos, mientras otros muchos cristianos están inmersos en el trabajo con no creyentes en la confianza de un mundo menos crucificado donde reine, en todo caso, la globalización del amor, y no del dinero por el cual olvidan al mundo pobre, oprimido por la opulencia de ellos mismos. Ignorar las inmensas multitudes de gentes hambrientas, de mendigos, sin techo, sin asistencia médica y, sobre todo, sin esperanza en un futuro mejor -escribía el Papa en la encíclica Sollicitudo rei socialis- "significa parecernos al rico epulón que fingía no conocer a Lázaro, el mendigo que estaba echado a su puerta" (nº 42). Alguno ha comparado la tierra a una nave espacial en vuelo por el cosmos, en la que uno de los tres astronautas que van a bordo consumiese el 85% de las provisiones y luchase por acaparar para sí también el otro 15%.

Aunque persiste el problema del misterio del mal en el mundo y comprendamos en parte su origen en el propio hombre, no podemos olvidar el mensaje de este Dios hecho hombre, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por todo tipo de males. Por otro lado, la venida de Cristo en el mundo ha adquirido en la historia una nueva dimensión, en su identificación con los pobres y crucificados del mundo. El que pronunció sobre el pan estas palabras: "Esto es mi cuerpo", dijo también esas mismas palabras hablando de los pobres, sobre todo cuando dijo hablando de lo que hicimos o dejamos de hacer con el hambriento, con el sediento, con el preso, con el enfermo o con el forastero, y explicó claramente: "A mí me lo hicisteis" o "A mí no me lo hicisteis". Aunque suene a sermón de cuaresma, y permitida la licencia una vez pasados los Carnavales, nos urge a todos recuperar la imagen robada del Cristo crucificado en el mundo, y si no está en nuestras manos el arrancar todos sus clavos, al menos unos pocos, y sobre todo los de nuestro corazón.