VIRGEN MARÍA
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SUMARIO: I. La presencia de María en la liturgia: 1. Las causas de un renovado interés; 2. El fundamento teológico de la presencia de María en la liturgia: a) El magisterio de la iglesia, b) "Unida indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo" - II. Génesis y desarrollo de la presencia de María en el culto de la iglesia: 1. Los testimonios primitivos más fidedignos; 2. Algunos factores de desarrollo anteriores al concilio de Efeso: a) Lugares y textos del ambiente palestino, b) Invocaciones y plegarias, c) Primeros vestigios de la memoria mariana en el ciclo temporal y santoral del año litúrgico; 3. El influjo del concilio de Efeso - III. La memoria de María en las celebraciones de la liturgia romana actual: 1. Bautismo y confirmación; 2. Eucaristía; 3. Los otros sacramentos; 4. Ritos sacramentales; 5. Liturgia de las Horas; 6. Leccionario - IV. María en los diversos ciclos del año litúrgico: 1. La presencia de María en el ciclo "de tempore": a) En el tiempo de adviento, b) En el tiempo de navidad, c) En el tiempo pascual y en su preparación cuaresmal, d) En el tiempo "per annum"; 2. La presencia de María en el ciclo santoral: a) Solemnidades y fiestas del Señor de contenido mariano (Anunciación del Señor, Presentación del Señor), b) Tres solemnidades para celebrar tres dogmas marianos (Inmaculada Concepción, Santa María, Madre de Dios; Asunción de santa María Virgen), c) Las dos fiestas marianas (Natividad de santa María Virgen, Visitación de santa María Virgen), d) Las "memorias" de María (Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora del Carmen, Dedicación de la basílica de Santa María la Mayor, Santa María Reina, la Virgen de los Dolores, la Virgen del Rosario, Presentación de la santísima Virgen María, Inmaculado Corazón de María), e) La memoria de santa María en sábado y las misas votivas - V. Orientaciones teológicas y pastorales: 1. La liturgia, síntesis de doctrina y de culto; 2. Ejemplaridad de María para la iglesia en el culto y en el servicio; 3. Liturgia mariana y devociones marianas - VI. Conclusión.


I. La presencia de María en la liturgia

La santísima Virgen María ocupa un puesto de relieve en la liturgia de la iglesia: lo confiesan de modo unánime las liturgias de Oriente y Occidente, que dedican amplio espacio a su recuerdo en las plegarias eucarísticas, en la eucología sacramental y en las diversas expresiones de oración. La presencia de María emerge especialmente en el relieve de que gozan en el curso del año litúrgico las festividades marianas, que se han ido multiplicando poco a poco hasta cubrir, en algunos ritos orientales, notables espacios celebrativos. El rito romano, a su vez, a pesar de su tradicional sobriedad, ha reservado desde los orígenes un recuerdo específico en el corazón mismo de la plegaria eucarística (cf el Communicantes del canon romano) y a lo largo de su evolución ha acogido múltiples elementos marianos, especialmente en la heortología del año litúrgico. La reciente ->  reforma posconciliar ha llamado la atención de los teólogos y de los liturgistas sobre el hecho global de esta presencia de María en la liturgia como problema que se ha de investigar no sólo a nivel histórico, sino también teológico; como dato de hecho atestiguado por los nuevos libros litúrgicos, así como también en cuanto principio grávido de consecuencias importantes de orden pastoral y espiritual. Finalmente, la atención que el reciente magisterio de la iglesia ha reservado a este tema, especialmente con la exhortación apostólica de Pablo VI Marialis cultus, del 2 de febrero de 1974 (= MC), le ha otorgado una importancia singular y en cierta manera le ha dado una formulación del todo nueva en el ámbito de la ciencia litúrgica y de la pastoral de hoy.

1. LAS CAUSAS DE UN RENOVADO INTERÉS. Si el dato de la presencia de María en la liturgia es tradicional, no se puede decir lo mismo de su justificación teológica. Se puede afirmar que es relativamente nueva la reflexión que se esfuerza por ofrecer bases teológicas a la amplia presencia efectiva de María en la eucología. Es bastante común que los manuales de mariología se alarguen en reflexionar sobre la devoción mariana o sobre el culto mariano (expresión que no agrada a algunos autores), pero rara vez se detienen a pensar sobre la relación entre María y la liturgia. Textos como SC 103, que fija los datos esenciales de esta relación, aunque sólo sea en una prospectiva que se limita al "anni circulus", y especialmente el amplio examen que la MC hace acerca del puesto que María ocupa en toda la liturgia, constituyen una auténtica novedad tanto en el campo mariológico como en el litúrgico, según tendremos ocasión de ver. Se puede decir por tanto que la reflexión de los teólogos acerca de este argumento está prácticamente en los comienzos.

Otro hecho que ha desarrollado el interés por la presencia de María en la liturgia —del que la MC 1-15, después del concilio, ha trazado con autoridad el inventario— es la reciente reforma litúrgica: la reordenación de las fiestas marianas en el ciclo del año litúrgico ha ofrecido puntos de apoyo para una renovada atención al tema. Es cierto que no han faltado andanadas polémicas de parte de quienes han querido leer tal reforma como si hubiese sido inspirada por una óptica "antimariana"; pero el juicio global que se da es positivo, especialmente cuando se mira a la variedad y a la riqueza de los nuevos textos eucológicos, muy superiores por estilo y contenido a los anteriores a la reforma (aunque estén en continuidad lógica y dinámica con los mismos): sería una reducción indebida el buscar el enriquecimiento mariano adquirido por la liturgia solamente a nivel de la heortología del año litúrgico.

No se puede ignorar a este propósito que en la base del enriquecimiento doctrinal de los textos marianos de la liturgia renovada está toda la doctrina mariana del Vat. II [-> infra, 2, a]: a veces dicha doctrina se recoge en su misma formulación verbal. Los nuevos textos litúrgicos marianos o los tradicionales eventualmente retocados son, en fin, más sensibles al dato bíblico y se sitúan dentro de una teología mariana que se mueve en esas tres dimensiones que son características también de la liturgia: la dimensión trinitaria, con particular atención a las relaciones Cristo-María y Espíritu Santo-María; la dimensión eclesial, que se hace así fecunda, mediante la tipología María-iglesia, para la reflexión teológica sobre el rol preciso de María y de la iglesia en la liturgia; y, finalmente, la dimensión antropológica, que se preocupa de hacer surgir una imagen de María que sea plenamente fiel, además de a los datos bíblicos, también a la sensibilidad actual de la iglesia. Y de este modo ciertos textos de la liturgia renovada, que a veces se inspiran en las fuentes antiguas, han alcanzado vértices de alta teología y de noble expresión.

La reciente reforma ha podido hacer uso también de una amplia contribución de la tradición antigua. Vemos sus efectos en el notable enriquecimiento cuantitativo de lecturas patrísticas mariológicas en el ámbito de la liturgia de las Horas, en el recurso a textos venerables como el Rótulo de Rávena (s. vi) para algunas fórmulas de la liturgia de adviento y en la utilización de la himnografía antigua (pero dejando la posibilidad de adaptación a las diversas situaciones culturales). En un perfecto equilibrio entre el maximalismo de las liturgias orientales clásicas —desde la bizantina, más conocida, a la etiópica, tan característica por su sencilla ingenuidad— y el minimalismo de los protestantes, tan reacios a admitir en sus servicios divinos el dato mariano por temor a oscurecer la centralidad de Cristo, el rito romano ha conservado su noble característica de sobriedad en sus referencias a María: en ellos se dice todo lo esencial sin ceder al minimalismo, al que obliga la voluntad de encontrar compromisos a toda costa, y sin caer en excesos que son ajenos a su tradición.

Nuevo leitmotiv de la actual teología mariana en sus relaciones con la liturgia es la representación de la Virgen como modelo de la iglesia en el ejercicio del culto divino. Así la figura de María aparece en el centro de una obligada recuperación de la conciencia de que nuestra participación en la celebración de los santos misterios debe estar impregnada de fe, esperanza y caridad teologales, disposiciones todas en las que María es modelo para la iglesia (MC 16). A partir de esta afirmación [sobre la que volveremos ->  infra, V, 2], Pablo VI ha podido enumerar una serie de actitudes marianas típicas que son ejemplares para la iglesia en su ejercicio del culto divino: la escucha de la palabra (MC 17), la oración (MC 18), la oblación (MC 20), el ejercicio de la maternidad espiritual (MC 19). En esta prospectiva las referencias explícitas o implícitas a María que hallamos en la liturgia no sólo constituyen "un sólido testimonio del hecho de que la lex orandi de la iglesia es una invitación a reavivar en las conciencias su lex credendi, y viceversa, la lex credendi de la iglesia requiere que por todas partes se desarrolle lozana su lex orandi en relación con la Madre de Cristo" (MC 56); sino que resultan también estimulantes para la comprensión de la lex vivendi, en cuanto que la liturgia exige ser vivida con actitudes teologales (de las que María es modelo), que luego se convierten en culto espiritual en la vida cotidiana, ya que "María... es sobre todo modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua... que cada uno puede volver a escuchar..., pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical: `Hágase tu voluntad'(Mt 6,10), respondió al mensajero de Dios: `He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra' (Lc 1,38)" (MC 21; cf 57). María aparece, por consiguiente, como el modelo de una celebración litúrgica que luego sabe traducirse en compromisos de vida evangélica, típica del verdadero discípulo del Señor 6. [Pero sobre todo esto, como se ha indicado, volveremos más adelante.]

Adviértase, finalmente, que la plena recuperación teológica de la relación entre María y la iglesia lleva consigo una nota de equilibrio en la devoción a la santísima Virgen. También en este campo incumbe a la liturgia la tarea de ser culmen et fons (cf SC 10), por consiguiente momento fontal y final de toda expresión de devoción mariana, y al mismo tiempo escuela de una devoción regulada; y por tanto modelo también para otras formas de piedad, tanto en sus contenidos como en las formas expresivas y en los consiguientes compromisos de vida. Sin querer restringir toda devoción mariana a la sola liturgia, es necesario privilegiar su papel y hacer hincapié en el culto mariano litúrgico con sus expresiones genuinas, seguras y ricas de doctrina y de piedad [-> infra, V, 3].

2. EL FUNDAMENTO TEOLÓGICO DE LA PRESENCIA DE MARÍA EN LA LITURGIA. Como hemos notado [aquí ->  supra, 1], la búsqueda de un principio teológico que justifique la presencia de María en la liturgia es relativamente reciente. En el pasado se ha dado más espacio a tomar conciencia de tal presencia que a la justificación teológica de la misma; se ha hablado del culto de veneración que debe tributarse a la Virgen como Madre de Dios, sin explicar de un modo exhaustivo cómo y por qué deba ocurrir esto en la liturgia. Es obvio que esta reflexión se ha hecho partiendo de los principios teológicos propuestos por el Vat. II en sus documentos y de las consecuencias que de ellos han sacado algunos textos oficiales del posconcilio.

a) El magisterio de la iglesia. Los textos más significativos del Vat. II que establecen las bases para una reflexión teológica en el sentido indicado son los siguientes: SC 103, sobre la presencia de María en el año litúrgico; LG 66-67, sobre el culto de la santísima Virgen en la iglesia. A éstos se pueden añadir LG 50, último párrafo, que recuerda la comunión de la iglesia terrena con la iglesia celeste en la liturgia eucarística con una cita del canon romano; y UR 15, sobre el culto de los orientales a la Madre de Dios.

De estos textos el más importante es sin duda SC 103, en cuanto establece un principio teológico que va más allá de la referencia específica al año litúrgico. LG 66 traza brevemente el fundamento del culto a María, que brota de su divina maternidad y del hecho de que ella "tomó parte en los misterios de Cristo"; indica significativamente los orígenes de tal culto y su desarrollo a partir del concilio de Efeso (431); precisa su naturaleza y finalidad. LG 67 establece algunas reglas pastorales, entre las cuales sobresale la referencia a la liturgia como fuente y expresión genuina de este culto a la Madre de Dios.

En la exhortación apostólica MC se recoge todo esto y se desarrolla autorizadamente en dos dimensiones fundamentales: la presencia de hecho de María en los textos de la liturgia romana renovada, y su ejemplaridad para la iglesia en el ejercicio del culto divino; partiendo de estos dos principios se desarrollan preciosas reflexiones de orden teológico, espiritual y pastoral sobre .el culto mariano.

En todo caso, permanece fundamental el primer texto mariano del Vat. II, SC 103, donde se ofrece el fundamento teológico de la relación entre María y la liturgia como celebración del misterio de Cristo.

b) Unida con lazo indisoluble a la obra salv(fica de su Hijo. Estas palabras de SC 103 son esenciales para la reflexión teológica que estamos haciendo y ofrecen la clave de comprensión de muchos otros textos marianos del Vat. II. "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella la iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103). Este texto, leído a la luz del precedente n. 102, sobre la teología del año litúrgico como celebración del misterio de Cristo, y del siguiente 104, sobre la memoria de los santos en el ciclo anual, explica bien el porqué de una presencia de María no tanto en un ciclo litúrgico especial, sino en el único ciclo, que es el de la celebración del misterio de Cristo y de la iglesia

El texto, no obstante, va más allá de la justificación de una presencia de María en el año litúrgico para convertirse en el fundamento de la memoria de la Virgen en la liturgia en cuanto memorial, presencia, actualización de la obra salvífica de Cristo, a la que María está indisolublemente unida. Sobre el trasfondo de los nn. 5-8 de la SC, donde la liturgia viene descrita como misterio pascual de Cristo y su presencia en la iglesia, el recuerdo de María en la liturgia adquiere un alcance mayor y específico. María está indisoluble y activamente unida al cumplimiento del misterio de Cristo en la encarnación, en la pasión-muerte-resurrección, en pentecostés, como ha desarrollado en otra perspectiva LG 55-59 hablando de la función de María "en la economía de la salvación". También LG 66 alude a ello cuando afirma: "María... tomó parte en los misterios de Cristo". Allí donde se recuerda y se hace presente la obra salvífica de Cristo, es justo que se recuerde igualmente a la Virgen Madre, que estuvo unida indisolublemente con esta obra salvífica. La contribución personal de María, querida por Dios, a la economía de la salvación se conmemora y se hace presente donde se actualiza el misterio del Hijo. El principio enunciado en SC 103 permanece por ello válido no sólo para el año litúrgico, sino también para la liturgia en general.

A este aspecto de la unión indisoluble entre Cristo y María en la economía de la salvación y en su realización sacramental se añade otro de carácter ejemplar: María está unida al misterio de la iglesia como su modelo en la celebración de los misterios. Es la perspectiva, un tanto nueva, indicada por la MC 16: "Queremos ahora, siguiendo algunas indicaciones de la doctrina conciliar sobre María y la iglesia, profundizar un aspecto particular de las relaciones entre María y la liturgia, es decir, María como ejemplo de la actitud espiritual con que la iglesia celebra y vive los divinos misterios". Con esta nueva visión, MC recupera cuanto LG 60-65 decía a propósito de la relación María-iglesia. Pero hay además en MC 16 una referencia a SC7 que resulta interesante: "La ejemplaridad de la santísima Virgen en este campo dimana del hecho de que ella es reconocida como modelo extraordinario de la iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto es, de aquella disposición interior con que la iglesia, esposa amantísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre eterno". SC 7: en la liturgia "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la iglesia". La ejemplaridad de María respecto a la iglesia reside en el hecho de que María fue la iglesia-esposa asociada a la obra salvífica de Cristo; ahora bien, la iglesia, fijando su mirada en Cristo, cuyo misterio celebra, la fija también en María, modelo ejemplar de aquellas actitudes con las que ella ahora debe unirse al misterio de Cristo, así como María se unió a él en el momento de su realización.

Por consiguiente, antes aun de hablar de una veneración dirigida específicamente a María en la liturgia, se debe hacer resaltar su unión con el misterio de Cristo y su ejemplaridad con respecto a la iglesia. Antes de ser objeto de culto María —como Cristo, pero en total dependencia del misterio de Cristo— es sujeto de la liturgia, y siempre inspira las actitudes con las que deben vivirse los misterios celebrados. Por eso "la santa iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios..., en ella admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y... contempla gozosamente... lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

Esta centralidad de María en la liturgia junto con Cristo halla su confirmación en el hecho de que en la génesis del culto mariano las primeras expresiones en las que María aparece vinculada a la liturgia hacen referencia [como se verá -> infra, II] a la celebración de la eucaristía y del bautismo, al misterio de la encarnación y al misterio pascual. El recuerdo de María resultará así normal siempre que la predicación de la iglesia dentro de la liturgia hable del misterio de Cristo —como ocurre en la homilética de los padres— y cuando el año litúrgico se desarrolle como celebración global de todo el misterio de la salvación.

En la base de la reflexión teológica sobre el misterio de María celebrado en la liturgia está, por consiguiente, su unión con el misterio y con los misterios de Cristo y su ejemplaridad respecto a la iglesia. De aquí se sigue la especial veneración y el especial recuerdo de la Virgen María, ya que en la liturgia se celebra la obra de la redención y María es su fruto más espléndido, en la liturgia se espera la realización de las promesas de Cristo y en la Virgen se contempla ya el icono escatológico iglesia. Todo esto ha hecho nacer, a través de múltiples factores de desarrollo, los textos eucológicos marianos y las festividades marianas; pero los riachuelos no deben hacernos perder de vista el manantial, que es la unión de María con el misterio de Cristo en el Espíritu y su cooperación a la economía de la salvación; ni deben desviarnos de la meta, que es su ejemplaridad en la participación en este misterio salvífico.


II. Génesis y desarrollo de la presencia de María en el culto de la iglesia

No es fácil trazar las líneas de desarrollo de esta presencia. No faltan algunas síntesis competentes al respecto; pero no se encuentra una clara distinción entre predicación mariana y devoción a María y la concreta inserción de María en la celebración litúrgica; ahora bien, es esto último lo que aquí interesa. En todo caso, se puede trazar una línea.

1. LOS TESTIMONIOS PRIMITIVOS MÁS FIDEDIGNOS. La presencia de la Virgen María en la liturgia se ha ido desarrollando a partir de la utilización de los textos marianos neotestamentarios en la homilética primitiva y de su inserción como parte integrante en las profesiones de fe. Uno de tales casos es el Magníficat (Lc 1,46-55), el cántico de María, que en la homilética se convierte en el cántico de la iglesia apostólica. Esta "lectura del Magníficat hace suponer que desde el principio la memoria de la Virgen en la celebración del misterio de Cristo es a un tiempo objetiva y subjetiva, esto es, recuerda a María como asociada a Cristo y como modelo para la iglesia: la iglesia hace memoria de María junto a Cristo y al mismo tiempo se reconoce en los sentimientos de oración de la madre de Jesús

Nos complace subrayar que uno de los primerísimos textos litúrgicos que recuerdan a María, de entre los que han llegado hasta nosotros, está en relación con la celebración de la pascua: se encuentra en la homilía Sobre la pascua, de Melitón de Sardes, que se remonta a la segunda mitad del s. II. En la parte central de la homilía, que presenta a Cristo como pascua de nuestra salvación, hay una triple referencia a la Virgen: "El vino de los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal de la Virgen y apareció como hombre... Este es el que se encarnó en la Virgen... El es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, cordera sin mancha"10. Las tres referencias quieren subrayar la verdad de la encarnación en el seno de la Virgen. El título de "cordera sin mancha" atribuido a María, un poco chocante a primera vista, se torna elocuente si lo relacionamos con el título de Cristo "cordero sin tacha ni defecto" (1 Pe 1,19) e indica probablemente la virginidad de María, título que entra en la tradición litúrgica y que se conserva aún hoy en la liturgia bizantina del viernes santo. En la primordial fiesta cristiana, la pascua, encontramos, por consiguiente, el primer recuerdo de la Virgen, Madre de aquel que es el Cordero sin mancha y la pascua de nuestra salvación.

Encontramos otras dos referencias, incluidas en el contexto de la plegaria eucarística y de la profesión de fe bautismal, que se nos han conservado en la Tradición apostólica de Hipólito de Roma. El texto se remonta a la primera mitad del s. III, pero transmite formularios litúrgicos más antiguos. En la plegaria eucarística se habla del Verbo "que (tú, oh Padre) has mandado del cielo al seno de una Virgen y ha sido concebido, se ha encarnado y se ha manifestado como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen". Esta mención de la encarnación tendrá éxito en las plegarias eucarísticas posteriores hasta el punto de llegar a ser una de las memorias más acreditadas y constantes de la Virgen en el mismo corazón de la celebración eucarística ". También la profesión de fe bautismal recuerda la encarnación con estas palabras: "¿Crees en Cristo Jesús, Hijo de Dios, que ha nacido por obra del Espíritu Santo de la Virgen María...?" 12. También en este caso la mención de la encarnación, misterio central de la fe en aquellos primeros siglos que debían combatir contra las tendencias gnósticas, está unida al recuerdo de la Virgen Madre.

2. ALGUNOS FACTORES DE DESARROLLO ANTERIORES AL CONCILIODE EFESO. La extensión de la presencia de María en la liturgia, especialmente en lo que respecta al ciclo temporal y al ciclo santoral del año litúrgico, obedece a las leyes del progreso histórico de la liturgia; pero tiene características propias que no se pueden atribuir superficialmente a las leyes que regulan; por ejemplo, el desarrollo del culto de los mártires y de los ->  santos.

Como punto de partida se toma generalmente la fecha del concilio de Efeso (431), que proclamó a María Madre de Dios: a partir de este acontecimiento tendrá lugar una verdadera y propia explosión de culto mariano, que influirá a todos los niveles sobre la liturgia, especialmente en la creación de muchas fiestas marianas y en el desarrollo de la himnografía cultual ". Pero entre los ss. II-IV podemos encontrar ya algunos factores que preparan el desarrollo posterior.

a) Lugares y textos del ambiente palestino. Aunque bajo ciertos aspectos los datos permanecen oscuros, hallazgos recientes de la arqueología en Palestina y testimonios de una teología allí floreciente hacen suponer la existencia de una primitiva veneración de la Virgen, Madre del Mesías, por parte de los judeocristianos en lugares como Nazaret o junto a la cueva de Belén, donde nació el Salvador. En este ambiente florecen con fines apologéticos textos apócrifos ricos en detalles sobre la vida de María: pensamos en el Protoevangelio de Santiago o en la narración apócrifa del Transitus glorioso. Tampoco faltan composiciones poéticas, alusivas a la admirable maternidad de María, que parecen pertenecer al uso litúrgico, como algunos pasajes de las Odas de Salomón o los Oráculos sibilinos.

b) Invocaciones y plegarias. Se remonta probablemente al s. III. una de las primeras oraciones que invocan a María como Theotókos (Madre de Dios), conocida en Occidente con una fórmula semejante en la invocación Sub tuum praesidium. El epitafio de Abercio (ss. II-III) une en su lenguaje simbólico la mención de la eucaristía a la de la Virgen: "En todas partes me guiaba la fe y en todas partes me servía en comida el pez del manantial... puro, que cogía una virgen casta y lo daba siempre a comer a los amigos, teniendo un vino delicioso y dando mezcla de vino y agua con pan" (J. Quasten, Patrología I, BAC 206, Madrid 1961, pp. 167-168). Invocaciones y oraciones se hallan también en las inscripciones de las catacumbas. Referencias a María las encontramos además en la homilética, que a veces toma el tono de oración o de alabanza poética a la Madre de Dios, como acontece en los textos primitivos griegos del s. Iv. Aun cuando la  fórmula del "canon romano", que recuerda a María junto con los santos —el Communicantes— es postefesina en su redacción actual, refleja, no obstante, un texto anterior y se corresponde con el de otras fórmulas semejantes de las primitivas anáforas alejandrinas y antioquenas ' En esta época, la misma iconografía mariana tiene ya un desarrollo inicial en lugares que, al menos momentáneamente, están destinados al culto: piénsese en el famoso fresco de la Virgen en las catacumbas de Priscila.

c) Primeros vestigios de la memoria mariana en el ciclo temporal y santoral del año litúrgico. Aunque sólo indirectamente, la memoria de María comienza a hallar un puesto en la liturgia dentro de las celebraciones que surgen para conmemorar la encarnación y el nacimiento del Salvador. Ya en el s. II se celebra la navidad en Egipto en algunas sectas gnósticas, como sugiere Clemente Alejandrino. En Oriente esta fiesta se convertirá en la fiesta de la epifanía, mientras que en Occidente el nacimiento del Salvador se celebrará el 25 de diciembre. Es natural que en la celebración de este acontecimiento haya encontrado espacio el recuerdo de la Madre de Dios. Tal recuerdo se transformará luego en una conmemoración autónoma, -que en Egipto parece que existía ya a comienzos del s. ni o tal vez antes'. En la Peregrinatio Egeriae, que describe la vida litúrgica de Jerusalén en el s. rv, encontramos referencias a la fiesta de la epifanía, y especialmente a la presentación del Señor —Hipapante o encuentro—, celebrada el día cuarenta después de la epifanía. La presencia de María en este episodio evangélico será conmemorada primero en la homilética litúrgica, y más tarde en los formularios litúrgicos. Finalmente, en el período de preparación a la navidad, en el ciclo de adviento, tomará pie la celebración de la anunciación del Señor con la lectura del evangelio de Lucas (1,26-38), que subraya el protagonismo de María. Estamos en los orígenes del domingo mariano prenatalicio, que en adelante se celebrará en diversas iglesias de Occidente 20. [-> Ambrosiana, Liturgia, II, 2, a].

3. EL INFLUJO DEL CONCILIO DE EFESO. La proclamación del dogma de la Maternidad Divina en Efeso ha sido decisiva para la ampliación de la presencia de María en las liturgias de Oriente y de Occidente bajo múltiples aspectos. Ante todo, a nivel eucológico e himnográfico, con cánticos, oraciones y conmemoraciones de la Madre de Dios en la celebración eucarística y en la oración eclesial en general. A este período se remonta (ss. v-vi) uno de los más famosos himnos a la Madre de Dios, el Akáthistos. Inmediatamente después de la proclamación de Efeso vemos que se celebra en Jerusalén el 15 de agosto la memoria de la Virgen. En Occidente se consolida la memoria de María durante el adviento y antes de navidad con textos de notable altura teológica, por ejemplo, el Rótulo de Rávena; en Roma aparece la primitiva memoria de la Madre de Dios después del nacimiento del Señor. En Oriente se va difundiendo una memoria de la anunciación en torno al 25 de marzo.

A partir del s. vi encontramos ya otros desarrollos autónomos concretados en fiestas marianas como las de la dormición y de la natividad de María, surgidas en Oriente e impuestas definitivamente en Occidente por el papa Sergio I a finales del s. vil. Un poco posterior es la memoria jerosolimitana de la presentación de la Virgen en el templo y la de la concepción de María. En Occidente esta última aparece en Inglaterra hacia el s. xi como celebración teológica de la Concepción Inmaculada de María, pero no fue acogida en todas partes.

Es difícil seguir y sintetizar los desarrollos posteriores. En todas las liturgias orientales y occidentales se nota una verdadera explosión de culto mariano. La memoria de la Virgen halla un puesto privilegiado en las plegarias eucarísticas, en la himnografía y especialmente en el desenvolvimiento del año litúrgico, tanto en la celebración de los misterios de Cristo como en las múltiples fiestas marianas de tipo devocional ligadas a milagros, lugares y experiencias espirituales de grupos o de familias religiosas. En Occidente la memoria de la Virgen se ha hecho semanal con una especial celebración el sábado, mientras que en algunas liturgias orientales, como la bizantina, la memoria semanal de María se hace el miércoles. Tanto en Oriente como en Occidente han surgido luego períodos marianos particulares con sus respectivas celebraciones litúrgicas y devocionales.

Esta mirada sintética que hemos echado sobre la génesis y desarrollo de la memoria de María en la liturgia nos ha permitido recoger dos datos esenciales: 1) la memoria de María está ligada al memorial de Cristo: preferentemente va unida a la celebración del misterio de la encarnación; 2) esta memoria tiene lugar en los momentos centrales de la liturgia, como son la plegaria eucarística y la profesión bautismal de fe. En los desarrollos sucesivos el culto mariano sigue también las vicisitudes de la historia de la liturgia.


III. La memoria de María en las celebraciones de la liturgia romana actual

En la descripción de esta panorámica litúrgico-doctrinal seguiremos las huellas de la exhortación MC de Pablo VI: recorreremos, por tanto, los nuevos libros litúrgicos de la iglesia de Roma, con el fin de poner de relieve el puesto que la Virgen ocupa en ellos. Este método nos permitirá ser concretos y sobrios. Reservaremos el párrafo IV a tratar la cuestión más compleja de la presencia de María en los diversos períodos del año litúrgico.

1. BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN. La memoria litúrgica de María en el bautismo es discreta: se invoca a María como Madre de Dios en las letanías de los santos (RBN 118; RICA 214); además se menciona en la profesión de fe: "¿Creéis en Jesucristo..., que nació de santa María Virgen...?" (RBN 126; RICA 219), según la antigua tradición [-> supra, II, 1] (MC 14). La referencia a ella es elocuente, y no puede omitirse. Las antiguas liturgias y los padres de la iglesia pusieron de relieve el paralelismo entre la maternidad de María y la maternidad de la iglesia en el bautismo, como ha recordado Pablo VI: "Justamente los antiguos padres enseñaron que la iglesia prolonga en el sacramento del bautismo la maternal virginidad de María... Queriendo beber en las fuentes litúrgicas, podríamos citar la bella illatio de la liturgia hispánica: Ella (María) llevó la Vida en su seno; ésta (la iglesia), en el bautismo. En los miembros de aquélla se plasmó Cristo; en las aguas bautismales, el regenerado se reviste de Cristo" (MC 19).

En el rito de la confirmación no encontramos ninguna mención particular de María, excepto la contenida en la profesión de fe o renovación de las promesas bautismales (RC 28.29). Recuérdese, no obstante, que la confirmación viene presentada como una actualización del misterio de pentecostés y como una efusión singular del Espíritu Santo (RC 1).

Según el principio de ejemplaridad recordado por Pablo VI —María es "modelo de la actitud espiritual con la que la iglesia celebra y vive los misterios divinos" (MC 16)— y si tenemos en cuenta la presencia activa de María en pentecostés (LG 59), no podemos ignorar aquí las relaciones especiales que median entre María y el Espíritu Santo, entre María y la iglesia (cf MC 26-28).

2. EUCARISTÍA. La celebración del santo sacrificio en su centro, que es la eucaristía, concede amplio espacio a la memoria de la Virgen, como reconoce MC 10. Se da en esto una admirable convergencia entre las liturgias de Oriente y de Occidente. Aun sin gozar de la riqueza eucológica de la liturgia etiópica, que posee dos anáforas marianas; y de la liturgia bizantina, que reserva una especial memoria a la Madre de Dios inmediatamente después de la epíclesis eucarística, la liturgia romana ofrece en sus plegarias eucarísticas una síntesis válida de todos los vínculos posibles entre la celebración del misterio eucarístico y la Virgen María. En la segunda plegaria eucarística, en el prefacio, se recuerda la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo en la Virgen María: se trata de una mención antigua [-> supra, II, 1] universal y esencial, puesto que une el misterio eucarístico al momento de la encarnación, del que la eucaristía es también recapitulación. El mismo recuerdo se halla después del sanctus en la cuarta plegaria eucarística. Algunas liturgias orientales incluyen esta memoria en la anamnesis que sigue al relato de la institución. El canon romano expresa de forma solemne la comunión con María: "Communicantes et memoriam venerantes, in primis gloriosae semper Virginis Mariae, Genitricis Dei et Domini nostri Jesu Christi". La fórmula es realmente solemne: indica la memoria, la veneración de y la comunión con María, de la que se indican los títulos honoríficos, especialmente su perpetua virginidad y su papel esencial de Theotókos. Una conmemoración semejante se encuentra en las intercesiones o recuerdos de los santos, que son comunes a las diversas liturgias; o antes del relato de la institución (como en el canon romano), según el esquema de las anáforas alejandrinas; o bien después de él, como en las liturgias de Juan Crisóstomo y de Basilio. Este último esquema se sigue en la segunda y cuarta plegarias eucarísticas, en las que la memoria de María reviste una peculiar acentuación escatológica y "expresa con intensa súplica el deseo de los orantes de compartir con la Madre la herencia de los hijos" (MC 10): "... con María, la Virgen Madre de Dios..., merezcamos... compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas" (II); "... que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino con María, la Virgen Madre de Dios" (IV). Acentuación que reza muy bien con el sentido salvífico y escatológico de la celebración eucarística. En la plegaria tercera la memoria de la Virgen adquiere un sentido peculiar por el hecho de que va precedida por la mención del Espíritu Santo para que nos "transforme en ofrenda permanente", donde podemos leer una alusión implícita a la cualidad de la vida terrena de María (ofrenda) y a su asociación actual al misterio de Cristo (ofrenda perenne). En el Misal Romano, la oración sobre las ofrendas del común de santa María Virgen en el tiempo de adviento recoge el paralelismo que algunas liturgias orientales descubren entre la venida del Espíritu Santo, invocada en la epíclesis eucarística, y la intervención del mismo Espíritu en la encarnación del Verbo en el seno de María: "El Espíritu Santo, que fecundó con su poder el seno de María, santifique, Señor, las ofrendas que te presentamos sobre el altar". Otros textos eucológicos han conservado la antigua fórmula de fe eucarística que reconoce en el cuerpo y en la sangre del Señor, muerto y ahora glorificado, la carne que el Verbo asumió de María: "Ave, verum corpus, natum de Maria Virgine!". Se podrá notar además, en la línea de ejemplaridad de María respecto a la iglesia que celebra la eucaristía, cómo las fórmulas de oración que constituyen el alma de la anáfora reflejan los sentimientos de María en su cántico de alabanza por las grandes obras hechas por el Señor (Magníficat), en su ardiente súplica por la venida del Espíritu Santo (pentecostés), en su asociación a la ofrenda sacrificial del Hijo (al pie de la cruz), en su intercesión por la salvación de todos (cf MC 18; 20-21).

3. Los OTROS SACRAMENTOS. Muy sobrias, en general, son las referencias a María en los ritos de los otros sacramentos. Se trata de oraciones de intercesión de la iglesia, como en el caso de la ordenación del obispo, del presbítero y de los diáconos, sobre los que se invoca la protección de la Madre de Dios en las letanías (RO 18, p. 54; 18, p. 71; 21, p. 117). Otras fórmulas piden la intercesión y la ayuda de María por los pecadores que se acercan al sacramento de la penitencia (RP 131: confiteor) y después de haber sido reconciliados (RP 104: "La pasión de nuestro Señor Jesucristo..., la intercesión de la bienaventurada Virgen María..."; ib, 135: se sugiere el Magníficat como cántico de acción de gracias); lo mismo sucede respecto a los enfermos en los ritos iniciales del sacramento de la unción de los enfermos (RUE 132: confiteor), y después de lo cual el enfermo renueva la profesión de fe bautismal en Jesucristo, hijo de Dios, nacido de María (188). En el rito de la recomendación de los moribundos se invoca a santa María (239) Madre de Dios (242), y se ruega que el moribundo hoy mismo pueda tener con ella su morada en la paz de la Jerusalén santa (242); más aún, que la misma Virgen venga al encuentro con los ángeles y santos del que está para dejar esta vida (243), y, después de este destierro, le muestre a Jesús, el fruto bendito de su vientre (246). En el rito del matrimonio no hay referencias especiales a María. El Leccionario, sin embargo, enumera entre los textos evangélicos el episodio de las bodas de Caná (Jn 2,1-11) (RM 177), donde la presencia de la Madre de Jesús es significativa. Esta evocación evangélica hubiera merecido un desarrollo eucológico, aunque sólo fuera con la sobriedad con que se recuerda a María en la coronación de los esposos.

4. RITOS SACRAMENTALES. María tampoco es olvidada en las celebraciones previstas por los otros libros litúrgicos. Tales celebraciones, por lo demás, se unen con frecuencia a la celebración eucarística, donde la memoria de la Virgen, como hemos visto [aquí I supra, 2] es particularmente significativa. El rito de las exequias pide al Señor "que santa María, Madre de Dios, que estuvo al pie de la cruz del Hijo moribundo", comunique su fe a los que, como ella, están afligidos... y les alcance el premio eterno (cf RE 186); en el Misal Romano, la colecta de la misa por los hermanos, allegados y bienhechores difuntos apela a la intercesión de María para que los que han pasado ya de este mundo al Padre puedan gozar de la perfecta alegría en la patria. No obstante, en su conjunto, el RE resulta pobre desde el punto de vista mariano, especialmente si consideramos lo que el Vat. II había afirmado de María, glorificada ya en cuerpo y alma, como imagen y primicias de lo que la iglesia será "en el siglo futuro" y como signo de esperanza y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante (cf LG 68; SC 103). En el Ritual de la dedicación de iglesias y de altares, después de haber invocado la intercesión de la Madre de Dios en las letanías de los santos (RDI, pp. 44; 62) y en las oraciones siguientes (pp. 45, 47, 63, 65), se habla en el prefacio del templo verdadero en el que habita la plenitud de la divinidad, esto es, de la humanidad del Hijo de la Virgen Madre (p. 122), la cual también es templo vivo. Más abundantes y ricas de significado son las alusiones a la Virgen en el Ritual de la profesión religiosa y de la consagración de vírgenes: no solamente se implora su intercesión materna (RPR 1, 62; II, 67; RCV 20 y 59: letanía de los santos; RPR I, 96; II, 103: oración conclusiva de la plegaria de los fieles), sino que se recuerda también su ejemplo para los que se consagran a Dios "observando siempre la castidad perfecta, la obediencia y la pobreza, a imitación de Jesucristo y de su Madre, la Virgen" (RPR I, 57; II, 62; cf RPR 1, 67; II, 72, y RCV 16; 18; 36; 57; 77).

Entre los últimos rituales que hasta el día de hoy (junio de 1983) han sido promulgados por la Congregación para los sacramentos y el culto divino merece una mención especial el Ordo coronandi imaginem Beatae Mariae Virginis, del 25 de marzo de 1981. Las motivaciones teológicas del rito, enumeradas en el n. 5 de los praenotanda, forman una bella síntesis de la mejor doctrina mariana posconciliar. Todo el sentido del rito está en la idea de la exaltación de los humildes, cantada ya por la Virgen en el Magníficat ("gratiarum actio et invocatio", n. 15); los elementos eucológicos son de gran riqueza teológica y espiritual. Es notable una nueva supplicatio litanica (n. 41), es decir, una nueva redacción de las letanías de la santísima Virgen, en la cual van unidas fidelidad a la tradición bíblica y consonancia con la sensibilidad espiritual de nuestro tiempo.

5. LITURGIA DE LAS HORAS. "También el restaurado libro del oficio de laudes, esto es, la Liturgia de las Horas, contiene preclaros testimonios de piedad hacia la Madre del Señor: en las composiciones hímnicas, entre las que no faltan algunas obras maestras de la literatura universal; en las antífonas que cierran el oficio divino cada día (completas), imploraciones líricas, a las que se ha añadido el célebre tropario Sub tuum praesidium, venerable por su antigüedad y tan admirable por su contenido; en las intercesiones de laudes y vísperas, en las que no es infrecuente el confiado recurso a la Madre de misericordia; en la vastísima selección de páginas marianas, debidas a autores que vivieron en los primeros siglos del cristianismo, en el medievo o en la edad moderna" (MC 13). Todavía en las vísperas de cada día la iglesia, queriendo expresar su agradecimiento por el don de la salvación, toma prestadas las palabras del cántico de María, el Magníficat.

6. LECCIONARIO. Si la preocupación de que la palabra de Dios fuese servida con mayor abundancia en las celebraciones litúrgicas (SC 35; 51) ha estado en el centro de los esfuerzos de la reforma posconciliar, no se puede olvidar que el enriquecimiento del Leccionario ha contribuido a ampliar también el conocimiento del misterio de María. Lo subraya Pablo VI en la MC: "Como lógica consecuencia ha resultado que el Leccionario contiene un mayor número de lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento relativas a la bienaventurada Virgen; aumento numérico no Garante, sin embargo, de una crítica serena, porque han sido recogidas únicamente aquellas lecturas que, o por la evidencia de su contenido o por las indicaciones de una atenta exégesis, avalada por las enseñanzas del magisterio o por una sólida tradición, pueden considerarse, aunque de manera y en grados diversos, de carácter mariano". La exhortación de Pablo VI continúa observando que "estas lecturas no están exclusivamente limitadas a las fiestas de la Virgen, sino que son proclamadas en otras muchas ocasiones: en algunos domingos del año litúrgico, en la celebración de los ritos que tocan profundamente la vida sacramental del cristiano y sus elecciones, así como en circunstancias alegres o tristes de su existencia" (n. 12).

Se puede recordar aquí, de pasada, que una de las cuatro orientaciones que la MC (29-39) traza para la renovación del culto mariano es precisamente la bíblica: "La biblia, al proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella impregnada del misterio del Salvador y contiene, además, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, referencias indudables a aquella que fue madre y cooperadora del Salvador. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un diligente uso de los textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho más: requiere, en efecto, que de la biblia tomen sus términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de que, al mismo tiempo que los fieles veneran a la sede de la Sabiduría, sean también iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la Sabiduría encarnada" (MC 30).

En relación con lo dicho recordamos además que, celebrando el oficio de lectura en las fiestas o memorias marianas, se lleva a cabo una lecho divina del misterio de María, ya sea con una posible lectura tipológica de algunos salmos, según nos enseña la tradición, ya sea especialmente con la meditación de las páginas marianas de los padres y de otros autores señalados en tales oficios. Así la palabra de Dios viene leída en el cauce de la tradición eclesial, y ésta a su vez progresa gracias a la reflexión de los creyentes que, a ejemplo de María, meditan en su corazón las cosas y palabras transmitidas (D V 8) 2i.


IV. María en los diversos ciclos del año litúrgico

La iglesia celebra el misterio de María en el amplio espacio del año litúrgico: en este kairós sacramental despliega toda su fuerza el misterio de Cristo y halla lógicamente espacio la memoria de la Madre de Dios, que está indisolublemente unida a la obra salvífica del Hijo (cf SC 103). No tenemos, por tanto, un ciclo mariano autónomo: el tiempo de Cristo y del Espíritu, que es el año litúrgico, prevé momentos privilegiados en los cuales se celebra de un modo más o menos peculiar el recuerdo de la presencia de María en la economía de la salvación. El recuerdo de María hay que buscarlo sobre todo en los tiempos litúrgicos particulares y en aquellas solemnidades y fiestas del Señor que guardan una relación especial con ella. En segundo lugar, el significado de las solemnidades, fiestas y memorias explícitamente marianas se recoge dentro de la armonía del único año litúrgico del Señor, en cuanto ellas celebran episodios que, ya precedan a la natividad del Señor (como el nacimiento de María y su presentación en el templo), ya sigan a pentecostés (como es el caso de la asunción), pertenecen a la misma economía de la salvación. Y también las memorias marianas, que traen origen de una idea o de una tradición eclesial, deben reconducirse a la unidad del misterio de Cristo, como celebraciones de un aspecto particular de tal misterio tal como se manifiesta en el tiempo de la iglesia (esto acontece también en algunas fiestas del Señor o de los santos), esforzándose por conciliar el sentido de tales celebraciones con los datos esenciales del misterio salvífico, lo que no siempre es fácil de conseguir. Por lo demás, el lento proceso histórico de la formación del año litúrgico, la desordenada presencia en él de ciertas celebraciones y la reiterada celebración de un mismo acontecimiento hacen difícil la tarea de presentar una visión coherente de este aspecto.

Para adquirir una visión global de la presencia de María en los diversos períodos del anni circulus es preciso hacer referencia a tres libros fundamentales de la liturgia renovada: el Misal Romano, para la eucología de la misa; el Leccionario, para la liturgia de la palabra, y la Liturgia de las Horas, para los otros elementos de la oración eclesial (lecturas bíblicas y patrísticas, himnos, antífonas, preces e intercesiones). Del análisis de este abundante material se puede obtener una panorámica bastante precisa de cuanto la iglesia en su oración nos propone de la Virgen de Nazaret 1N. La exhortación MC, de Pablo VI, nn. 2-13, nos ofrece una buena síntesis de estos contenidos, y la tendremos presente en nuestra exposición.

1. LA PRESENCIA DE MARÍA EN EL CICLO "DE TEMPORE". El hecho de que se introduzcan memorias de la Virgen en el año litúrgico pone en evidencia el vínculo estrecho que existe entre la Madre y los misterios del Hijo. En el ciclo de tempore son evidentemente privilegiados, bajo el aspecto mariano, los períodos que recuerdan la espera del Salvador y su nacimiento (tiempo de adviento y tiempo de navidad), mientras que es menos vistosa la memoria de María en el ciclo de pascua, en su preparación cuaresmal y en su prolongamiento, que va hasta pentecostés, a diferencia de cuanto ocurre en las liturgias orientales, donde el recuerdo de María se distribuye de un modo más equilibrado a lo largo del año.

a) En el tiempo de adviento. La MC enuncia sintéticamente la importancia de este tiempo: "Así, durante el tiempo de adviento la liturgia recuerda frecuentemente a la santísima Virgen..., sobre todo en las ferias del 17 al 24 de diciembre, y más concretamente en el domingo anterior a la navidad, en el que hace resonar las antiguas voces proféticas sobre la Virgen y el Mesías, y se leen los episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y del precursor" (n. 3). En realidad, todo el tiempo de adviento posee una típica característica mariana, subrayada, ya desde el primer domingo, por algunos elementos de la liturgia de las Horas, como los himnos y las antífonas, donde el nombre de María aparece con frecuencia; son también muy variados los formularios que se ofrecen para la antífona final de completas.

"Los libros del AT..., tal como se leen en la iglesia y tal como se interpretan a la luz de una revelación ulterior y plena, evidencian... de una forma cada vez más clara la figura de la mujer Madre del Redentor. Bajo esta luz aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres (cf Gén 3,15). Asimismo, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel (cf Is 7,14, y Miq 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan... la salvación. Finalmente con ella misma, Hija excelsa de Sión, tras la prolongada espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía, al tomar de ella la naturaleza humana el Hijo de Dios..." (LG 55). Ahora bien, el tiempo de adviento celebra esta economía veterotestamentaria de la espera, en la cual está ya presente María. En el breve espacio de cuatro semanas se acumula la celebración de tres misterios: la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) como celebración autónoma; el anuncio a María y su visita a Isabel, conmemorados en la semana que precede a la navidad, respectivamente el 20 y el 21 de diciembre (durante el año litúrgico tendrán luego una memoria propia). En las ferias entre el 17 y el 24 de diciembre, María viene a ser el testigo silencioso del cumplimiento de las promesas; se leen los evangelios de la infancia, episodios en los que María emerge en primer plano como protagonista. En los formularios de la misa han sido recuperados preciosos textos eucológicos, entre los cuales conviene mencionar la colecta del 20 de diciembre, síntesis maravillosa de teología y de piedad, inspirada, con alguna modificación, en una oración del Rótulo de Rávena: "Deus, cuius ineffabile Verbum, angelo nuntiante, Virgo immaculata suscepit, et domus divinatis effecta, sancti Spiritus luce repletur, quaesumus ut nos, eius exemplo voluntati tuae humiliter adhaerere valeamus". Es importante, por el modo como invoca al Espíritu Santo sobre los dones eucarísticos, la super oblata del IV domingo de adviento, inspirada en el sacramentario de Bérgamo: "Altari tuo, Domine, superposita munera Spiritus ille sanctificet, qui beatae Mariae viscera sua virtute replevit". Concentra la espiritualidad de la espera, de la que María es modelo para la iglesia en este tiempo, el incipit del segundo prefacio de adviento: "Quem praedixerunt cunctorum praeconia prophetarum, Virgo Mater ineffabili dilectione sustinuit..." ("A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre"...).

Debido a la presencia de todos estos temas, comentados ampliamente en las páginas de los padres propuestas a la meditación en el oficio de lectura, el tiempo de adviento, y especialmente el último tramo, el de la espera inmediata, es particularmente apto para celebrar el culto de la madre del Señor: María viene aquí presentada con un notable equilibrio, toda inclinada hacia el Hijo que espera, sierva fiel del misterio que le ha sido confiado a su obediencia de fe..

b) En el tiempo de navidad. La evidente riqueza de referencias a María contenidas en los evangelios de este tiempo, que narran el nacimiento del Salvador y los episodios que le siguen, hacen del tiempo de navidad "una prolongada memoria de la manternidad divina, virginal, salvífica de aquella que, 'conservando intacta su virginidad, dio a luz al Salvador del mundo' (canon romano, Communicantes de la octava de navidad)" (MC 5). En este tiempo, además de la narración del acontecimiento central: "María... dio a luz a su hijo primogénito..." (Lc 2,7; evangelio de la misa de medianoche), se propone repetidamente la alusión a la visita de los pastores "que encontraron a María, José y al niño..."; se celebra la fiesta de la sagrada Familia (domingo dentro de la octava de navidad), que menciona la presencia de María junto a José en Belén y en Nazaret; se alude a la circuncisión e imposición del "nombre Jesús, como había sido llamado por el ángel antes de ser concebido en el seno de la madre" (Lc 16,21: evangelio del 1 de enero); se recuerda la presentación de Jesús en el templo (evangelio del 29 y 30 de diciembre, donde se leen las palabras de Simeón a María sobre la espada que le atravesará el alma: Lc 2,35) y la adoración de los magos: "Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre..." (Mt 2,11: evangelio de epifanía). La reforma litúrgica ha recuperado para este tiempo también la solemnidad de la Madre de Dios (1 de enero), de la que hablaremos más adelante [-> 2, b].

Se trata de un ciclo breve (que va desde la misa vespertina de la vigilia de navidad hasta la fiesta del bautismo de Jesús, domingo después del 6 de enero), pero intenso, en el que los motivos marianos que ofrecen el Misal, el Leccionario y la Liturgia de las Horas son insistentes. La falta de contenidos marianos en los prefacios de navidad y de epifanía la suple especialmente la mención del Communicantes natalicio en el canon romano. La solemnidad de la epifanía nos muestra a María "sede de la Sabiduría y Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los magos al Redentor de todas las gentes" (MC 5). Diversos formularios de las misas del tiempo de navidad conceden espacio a la maternidad de María (cf la "super oblata" de la fiesta de la sagrada Familia; las tres oraciones del 1 de enero; las colectas del lunes, martes y sábado entre el 2 de enero y la epifanía).

Todo el tiempo de navidad, que idealmente se prolonga hasta la presentación del Señor en el templo (2 de febrero) —como recuerda la actual monición del sacerdote en la apertura de esta antigua liturgia festiva: "Hace hoy cuarenta días hemos celebrado, llenos de gozo, la fiesta del nacimiento del Señor..." (cf Misal Romano)—, se puede considerar una celebración de la maternidad de María y del papel que ella desempeña en la manifestación del Señor en cuanto Salvador: bajo esta luz hay que ver la presencia de María en las bodas de Caná, episodio recordado también en la epifanía (cf antífona al Benedictus de laudes; himno y antífona al Magníficat de las segundas vísperas) y propuesto en el evangelio de la misa del segundo domingo per annum, ciclo C. Después de haber dado a luz al Salvador, María lo muestra a todos para que lo acojan como Señor en la fe de los verdaderos discípulos.

c) En el tiempo pascual y en su preparación cuaresmal. La exhortación MC guarda silencio sobre la presencia de María en los ciclos de cuaresma y de pascua. Este silencio ha sido advertido y se ha interpretado de diversos modos; pero tal vez haya sido aconsejado por la ausencia de elementos marianos, en estos dos ciclos, de suficiente relieve como para consentir la elaboración de una síntesis. Es cierto que la presencia de la Virgen en la liturgia cuaresmal y pascual no es tan evidente como en la de adviento y de navidad. Más aún, de parte de muchos se han hecho votos para que la celebración del misterio pascual venga enriquecida desde el punto de vista mariano, subrayando mejor el papel privilegiado y activo de María junto a su Hijo, como testimonia el evangelio de Juan (19,15-27). El problema merece un poco de atención.

Notemos en primer lugar que el genio y la tradición de la liturgia romana no ha dado mucho espacio a la Virgen en la celebración del misterio pascual, a diferencia de lo que hacen otras liturgias, especialmente la bizantina. Por otra parte, a tal escasez de elementos marianos en la liturgia ha correspondido en Occidente un amplio desarrollo de la religiosidad popular, que insiste con gusto en la presencia de María al pie de la cruz, en su soledad, en la alegría de su encuentro con el Cristo resucitado. Antes de la reforma reciente, la liturgia romana anticipaba la dolorosa participación de la Madre en el misterio pascual de Cristo el viernes que precede al domingo de ramos (cf Misal Romano de Pío V, edición posterior a 1960, entre las fiestas del mes de marzo: "Feria sexta post dominicam I passionis: Septem dolorum b, Mariae virginis. Hodie, ubi peculiaria pietatis exercitia in honorem b. M. V. Matris dolorosae peraguntur, permittuntur duae missae festivae de septem doloribus B. M. V."). Esta fiesta ha sido suprimida para dar a la celebración de la cuaresma una mayor homogeneidad.

Un esmerado análisis de los textos del triduo pascual muestra que, no obstante su sobriedad y su estilo eucológico, la liturgia romana no ha marginado en realidad a la Virgen María. Ya en el oficio de lectura del jueves santo viene propuesta la homilía pascual de Melitón de Sardes [->  supra, II, 1], que contiene el significativo título de María "cordera sin mancha". El canto que acompaña la reposición del santísimo sacramento después de la misa in coena Domini ("Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium'') no deja de recordar el lazo íntimo que existe entre María y la eucaristía: "Fructus ventris generosi... nobis natus ex intacta Virgine". El viernes santo in passione Domini viene propuesto como canto para la adoración de la cruz el himno antiguo "Pange, lingua, gloriosi proelium certaminis". Dicho himno es uno de los señalados ad libitum para el oficio de lectura de la semana santa. Una de sus estrofas recuerda la encarnación y por consiguiente la función de María en la historia de la salvación ("Quando venit ergo sacri / plenitudo temporis, / missus est ab arce Patris / Natus, orbis conditor, / atque ventre virginali / carne factus prodiit''); y la narración de la pasión según san Juan, centro de la liturgia de la palabra, contiene la perícopa sobre María al pie de la cruz. El sábado santo, en la vigilia pascual, se invoca a la Madre de Dios en las letanías de los santos, y se menciona en la profesión de fe bautismal y en el Communicantes del canon romano.

Estas escasas referencias marianas que acabamos de señalar, y algunas otras que se pueden encontrar en las preces de la liturgia de las Horas (laudes del sábado santo), pueden dejarnos insatisfechos. De todos modos, no colman la necesidad celebrativa que siente la piedad popular. Ya el ritual de una familia religiosa, concedido por la Santa Sede, prevé para el viernes santo la conmemoración de la Virgen al pie de la cruz inmediatamente después de la adoración de la misma, y en la vigilia pascual del sábado el saludo a la Virgen Madre del Resucitado. Sobre la base de tales precedentes nada impide que el viernes santo, terminada la adoración de la cruz, se cante alguna estrofa del Stabat Mater Dolorosa, precedida eventualmente de una monición que explique su sentido preciso; y que al término de la vigilia pascual, después de una monición que introduzca en el recuerdo de la Madre del Resucitado, se entone el Regina caeli, laetare, alleluia! Será bueno, no obstante, dejar otros elementos, tal vez superfluos, que no se podrían introducir armónicamente en las celebraciones de la liturgia romana. Se podría, en cambio, favorecer una digna celebración del sábado santo en cuanto tal para revivir la experiencia fuerte de María en el intervalo entre la cruz y la resurrección. Las tradiciones latina y oriental conservan materiales aptos para la composición de una celebración de lectura y de plegarias que colme el vacío celebrativo del sábado santo y sugiera una intensa esperanza pascual, como la que florecía en el corazón de la Madre del Crucificado. Es de desear que se difunda la celebración de la "Hora de la Madre", como se la ha llamado, siguiendo propuestas ya experimentadas.

Durante todo el tiempo pascual hasta pentecostés, la liturgia de las Horas se concluye en completas con el júbilo del Regina caeli. En el formulario de la misa del común de la santísima Virgen antes de la ascensión y durante la preparación próxima a pentecostés hay elementos válidos para una catequesis sólida que quiera partir de María. De todos modos, la sobriedad de referencias marianas en este tiempo litúrgico es una invitación a fijar con María los ojos y el corazón en el rostro del Resucitado y a meditar sus palabras haciendo la exégesis a la luz de la resurrección. Tal vez hubiera merecido algún ulterior rasgo mariano la fiesta de la ascensión del Señor, como sugieren los iconos de esta fiesta según aparece en el Evangeliario de Rábula (s. vi) y otros iconos antiquísimos del Sinaí, en los que María ocupa el puesto central como madre de los discípulos de Jesús y figura de la iglesia ". Dígase lo mismo de pentecostés y de su preparación en los últimos días del tiempo pascual: lo exige la mención de María en los Hechos (1,14), que la señalan activamente presente en el cenáculo en la espera del Espíritu (cf la colecta común de la santísima Virgen después de la ascensión).

En la liturgia cuaresmal, las referencias a la Virgen son más bien escasas, reducidas a alguna mención en las preces de vísperas. Pero la presencia implícita de María —de la que hablaremos más adelante— sugiere el leer también en este silencio tan discreto la ejemplaridad de María para la iglesia que va caminando hacia la pascua en la escucha atenta de la palabra, en el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios, en la gran peregrinación de la fe: en María tenemos un modelo para vivir la preparación a la pascua como discípulos de Cristo, es decir, para llegar con ella a la cruz y a la resurrección.

d) En el tiempo `per annum" la memoria cotidiana de la Virgen tiene lugar en la plegaria eucarística de la misa y en la liturgia de las Horas (-> supra, III, 2 y 5). Recordamos que el cántico del Magnificat se recoge, en algunos de sus motivos, en la oración conclusiva de vísperas de las cuatro semanas del salterio, comenzando por el lunes de la primera semana: así la oración de la iglesia se inspira en los sentimientos y en las palabras de la Madre. La memoria del sábado es la que da al ritmo de la semana una impronta mariana, ya sea mediante la celebración votiva de la santa María en sábado con sus textos respectivos, ofrecidos por el Misal y por la Liturgia de las Horas, ya sea mediante otros elementos significativos, como la oración conclusiva de nona y la bella letanía de preces de laudes del sábado de la tercera semana (cf MC 12-13) ».

2. LA PRESENCIA DE MARÍA EN EL CICLO SANTORAL. En el ciclo santoral renovado la Virgen María ocupa un puesto singular: los retoques y la disminución de memorias marianas respecto al calendario romano precedente no han rebajado la presencia de María, la cual resulta más bien enriquecida por el más valioso contenido de los nuevos textos. Es verdad que algunas solemnidades o fiestas que antes tenían un título mariano son ahora solemnidades o fiestas del Señor, pero la octava de navidad o la fiesta de la circuncisión del Señor se ha convertido en la "solemnidad de María Santísima, Madre de Dios". En todo caso, todas las memorias de María hacen relación a Cristo; y en la catequesis es preciso saber encontrar, partiendo de los textos litúrgicos, el nexo lógico de cada una de ellas con el misterio de Cristo y de la iglesia y con la economía de la salvación. En la siguiente enumeración de las solemnidades, fiestas y memorias marianas daremos una síntesis de la historia, elementos eucológicos de mayor relieve y del significado global de cada una.

a) Solemnidades y fiestas del Señor de contenido mariano. Estamos examinando el ciclo santoral y, por consiguiente, no repetiremos cuanto hemos dicho [aquí ->  supra,1, a-c] sobre el recuerdo de María en los ciclos cristológicos del adviento, de navidad y de la pascua. Dos celebraciones del Señor merecen ser aquí recordadas.

La Anunciación del Señor (25 de marzo), que trae su origen de la festividad de la Anunciación de la santísima Virgen María, celebrada en Asia Menor desde el s. vi. Introducida en Roma por el papa Sergio I (687-701), ha recibido en los libros litúrgicos, con una cierta fluctuación, primero el título del Señor, luego el de María. La fecha fue evidentemente fijada en relación con el 25 de diciembre, es decir, nueve meses antes. Se trata, pues, de una celebración que responde a un criterio de organización del año litúrgico diverso del adoptado hasta ahora para conmemorar la anunciación y la encarnación hacia finales de adviento (20 de diciembre), sin preocuparse de interponer una distancia cronológica de nueve meses respecto a la navidad. Esta solemnidad, que con frecuencia cae antes de la semana santa, y en todo caso siempre en la cuaresma —pero que no pocas veces debe ser trasladada al tiempo de pascua—, crea alguna dificultad psicológica por el criterio de datación que la une a navidad. En la óptica de los padres de la iglesia, la encarnación tiene una relación indisoluble con la redención y con el misterio pascual. Es a esta luz como debería ser celebrada dicha solemnidad, según subrayan algunos de sus textos: la colecta, por ejemplo, habla "de nuestro Redentor"; la oración después de la comunión recuerda "el poder de su santa resurrección" ("Eius salutiferae resurrectionis potentiam"); la segunda lectura (Heb 10,4-10) ilustra la oblación sacrificial de Cristo. Las referencias a María, como es obvio, son múltiples, ya sea en la liturgia de las Horas, ya sea en el formulario de la misa; es bellísimo el prefacio inspirado en la liturgia hispana: "Quem (Christum) inter homines et propter homines nasciturum, Spiritus sancti obumbrante virtute, ac caelesti nuntio Virgo fidenter audivit et immaculatis visceribus amanter portavit", texto que puede usarse no solamente en este día, sino siempre que en la misa se proclama el evangelio de la anunciación. MC 6 sintetiza bien el significado de esta solemnidad.

La Presentación del Señor (2 de febrero), según un criterio cronológico inspirado en el evangelio (Lc 2,22, con Lev 12,2-8) se celebra cuarenta días después de navidad. Por el Diario de la peregrina Egeria sabemos que esta fiesta se celebraba en Jerusalén ya hacia finales del s. iv. Fue recibida en Occidente en el s. vII con el título griego de "Hypapanti" (hypapantánó, encontrar), fiesta del encuentro entre el Mesías y su pueblo. Los textos de la Liturgia de las Horas y del Misal constituyen un hermoso comentario al pasaje evangélico de Lc 2,22-40, proclamado en la misa. Justamente ahora la fiesta ha vuelto a recuperar el título de Presentación del Señor, omitiendo el título de Purificación de la santísima Virgen María, que había entrado en los libros litúrgicos occidentales a partir del s. x. Por muchos textos se puede colegir el origen oriental de la fiesta. De origen occidental, en cambio, es la liturgia de la luz, que se abre con la bendición de las candelas, y que en cierto modo ritualiza la idea expresada en el evangelio por el cántico de Simeón: "Mis ojos han visto tu salvación..., luz para alumbrar a las naciones...": precisamente, Cristo. La colaboración mariana viene dada por la perícopa evangélica predicha. María aparece en el acto de ofrecimiento del Hijo como la que lleva la Luz, madre de Cristo, luz de las naciones, que comparte los sufrimientos de aquel que será signo de contradicción. También esta fiesta se coloca en el dinamismo de la encarnación hacia el misterio pascual. "Debe ser considerada, para poder asimilar plenamente su amplísimo contenido, como memoria conjunta del Hijo y de la Madre, es decir, celebración de un misterio de salvación realizado por Cristo, al cual la Virgen estuvo íntimamente unida como Madre del Siervo sufriente de Yavé, como ejecutora de una misión referida al antiguo Israel y como modelo del pueblo de Dios constantemente probado en la fe y en la esperanza del sufrimiento y por la persecución" (MC 7).

b) Tres solemnidades para celebrar tres dogmas marianos. Las tres solemnidades marianas del año litúrgico celebran tres dogmas de la iglesia católica sobre el misterio de la Virgen: Inmaculada desde su concepción, Madre de Dios en su misión salvífica, Asunta al cielo en su destino final junto a Cristo como primicia de la iglesia.

Inmaculada Concepción (8 de diciembre). La antigua fiesta oriental de la concepción milagrosa de María por Ana se convirtió en Occidente hacia el s. xt en la fiesta de la concepción de María sin pecado original. Las conocidas controversias teológicas sobre este tema no han favorecido su desarrollo y su exacta formulación teológica. Introducida en el Calendario romano en el año 1476 por decisión de Sixto IV, después de la proclamación del dogma de la Inmaculada por Pío IX (1854), la fiesta recibirá los formularios de notable belleza que han llegado hasta nosotros. La reciente reforma ha aportado algunos enriquecimientos en la liturgia de las Horas y en la misa, especialmente con el nuevo prefacio, que ofrece una síntesis del significado cristiano y eclesial de este dogma mariano: "... ut in ea [beatissima Virgine Maria] dignam Filio tuo Genitricem praepares, et Sponsae eius ecclesiae sine ruga vel macula formosae signares exordium". En la solemnidad del 8 de diciembre "se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la prepaparación radical (cf ls 11,1.10) a la venida del Salvador y el feliz exordio de la iglesia sin mancha ni arruga" (MC 3). Hay que notar, como canta este prefacio, el bello paralelismo entre la Virgen purísima y Cristo, "Cordero inocente que quita el pecado del mundo", la ejemplaridad de ella para la iglesia a fin de que también ésta sea inmaculada, y su función de "abogada de gracia y ejemplo de santidad" para el pueblo cristiano.

Santa María, Madre de Dios (1 de enero: en realidad esta solemnidad entra en el ciclo de tempore, como se ha indicado [aquí -> supra, 1, b]). La antigua memoria de la Virgen María, que se remonta al s. vt y que se celebra todavía en los diversos ritos orientales, ha recuperado hoy el puesto que desde el s. vol tenía en Roma bajo el título Natale sanctae Mariae. Aunque se ha cambiado el título de la fiesta, se ha conservado el rico contenido mariano de los textos litúrgicos, especialmente de las oraciones, de las antífonas y de los responsorios. MC 5 comenta así el contenido de esta solemnidad: "Esta, fijada en el día 1 de enero, según una antigua sugerencia de la liturgia de Roma, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la sancta Parens..., per quam meruimus... auctorem vitae suscipere (antífona de entrada y oración colecta); es además una ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico (cf Lc 2,14: paz en la tierra a los hombres...) y para implorar de Dios, por mediación de la Reina de la Paz, el don supremo de la paz". Uniendo la celebración de la jornada mundial de la paz instituida por Pablo VI (a la que alude también el texto citado de MC) y el comienzo del año civil, en la liturgia de la misa se proclama —como segunda lectura— la bendición de Moisés que desea la protección de Dios y la paz (Núm 6,22-27). En la oración después de la comunión, según la sugerencia explícita de Pablo VI, se llama a María "madre de Cristo y madre de la iglesia". La conmemoración de la maternidad divina de María es, por tanto, la ocasión para extender el sentido de tal maternidad a la iglesia y a toda la humanidad, para la que se implora, por su intercesión, la plenitud de la paz en su denso significado bíblico.

Asunción de la Virgen María (15 de agosto). Una antigua fiesta que se celebraba en Jerusalén desde el s. vi en honor de la Madre de Dios recordaba probablemente la consagración de una iglesia en su honor. Esta fiesta, un siglo después, se extiende a todo el Oriente bajo el nombre de Dormición de santa María y celebra su tránsito de este mundo y su asunción al cielo, según los textos apócrifos del Transitus de la Virgen [I supra, II, 2, a]. En Occidente fue acogida por el papa Sergio (fin del s. vil) con una feliz formulación inspirada en un texto bizantino: en la oración Veneranda nobis del sacramentario Gregoriano se dice que María "experimentó la muerte temporal, pero no pudo ser retenida por los lazos de la muerte". La proclamación del dogma de la Asunción por Pío XII (1950) ha tenido como consecuencia la reestructuración de toda la liturgia de esta solemnidad, que canta el misterio de la glorificación de María asunta ya al cielo en cuerpo y alma; gracias a la reciente reforma se ha hecho una nueva reelaboración. Esta solemnidad está dotada, por excepción, de un formulario para la misa vespertina de la vigilia. En la misa del día se proclama como primera lectura una perícopa del Apocalipsis (11,19; 12,1-6.10) que recuerda a la mujer vestida de sol (12,1), aunque en un contexto de difícil comprensión para los fieles que escuchan; la perícopa evangélica de Lucas (1,39-56), que refiere el elogio de Isabel a María y la proclamación del Magnificar, expresa bien la exaltación de la sierva humilde. El nuevo prefacio, inspirado ampliamente en el texto de LG 68, ofrece una bella síntesis del significado cristológico y eclesial de la solemnidad. MC 6 centra su sentido en la perfecta configuración de María con Cristo resucitado. En la liturgia de las Horas esta temática halla un claro desarrollo en la gozosa plegaria eclesial que brota de la contemplación de la Virgen como icono escatológico de la iglesia.

c) Las dos fiestas marianas. Dos acontecimientos de la vida de María se celebran con el grado de fiesta: la Natividad y la Visitación.

Natividad de la santísima Virgen María (8 de septiembre). El origen de esta fiesta va unido a la dedicación de la iglesia de la natividad de María en Jerusalén, que se celebraba desde el s. v. Se extendió a Bizancio y a Roma en el s. vil. Es una fiesta de gran importancia en todo el Oriente por coincidir con el comienzo del año litúrgico bizantino. Las fórmulas de la liturgia romana acusan el influjo oriental y son singularmente alegres, pues celebran el nacimiento de la que, hecha Madre del Redentor, nos ha dado las primicias de la salvación (colecta de la misa).

Visitación de la Virgen María (31 de mayo). Esta fiesta tiene su justificación en el evangelio de Lucas (1,39-56). Como episodio relacionado con el nacimiento del Salvador, la visitación tiene ya una conmemoración en la semana que precede inmediatamente a la navidad. Como fiesta fue instituida por Urbano VI el año 1389, pero ya se celebraba por los franciscanos el 2 de julio desde 1263. En esta misma fecha se celebraba en Constantinopla una fiesta mariana de la reliquia del cinturón de María en la iglesia de la Blanquerna. La ordenación actual del calendario, por razones lógicas, ha anticipado justamente esta fiesta —que recuerda la visita de María a la madre del futuro precursor— a la solemnidad que conmemora el nacimiento del Bautista (24 de junio), colocándola el 31 de mayo, es decir, al fin del mes que por tradición popular es considerado como mariano, en el puesto que ocupaba la fiesta de María Reina, instituida por Pío XII (que ahora se celebra con el rango de memoria el 22 de agosto). Puesto que la visitación cae hoy en torno a pentecostés, podría celebrarse como recuerdo particular de la Virgen en su pentecostés (puesto que en la anunciación vino sobre ella el Espíritu Santo): como harán los apóstoles después de su pentecostés, María emprende un viaje misionero (precisamente la visitación) y es promotora de manifestaciones carismáticas (el niño da saltos en el seno de Isabel); podría también celebrarse como recuerdo de María "Arca de la Alianza" (la Alianza en persona mora en ella) e imagen de la iglesia primitiva por su impulso en la oración (el Magníficat) y en la caridad activa (una vez más la visitación).

d) Las "memorias de María". El Calendario romano enumera otras ocho "memorias" en honor de María, algunas obligatorias, otras libres. Están inspiradas ya sea en episodios de la vida de la Virgen, ya sea en ideas teológicas o en lugares venerados por los fieles. Las indicamos según la cronología del año litúrgico.

Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero) es la memoria que va unida al recuerdo de las apariciones de la Virgen en 1858 a Bernadette Soubirous en la gruta de Massabielle. La íntima relación que existe entre el lugar, las palabras de la Virgen y la historia de piedad y de consolación que sugiere su imagen ofrece la posibilidad de una contemplación de María como fuente de agua viva y medicina de los enfermos.

Nuestra Señora del Carmen (16 de julio) es el título que recuerda el nacimiento de una Orden religiosa profundamente mariana (la Orden de los Carmelitas) en un valle del monte Carmelo, en Palestina. La gran difusión popular de este título ha sugerido, después de algunas vacilaciones, el conservar esta memoria en el calendario actual. La referencia bíblica al monte Carmelo y la gran tradición contemplativa de la Orden sugieren celebrar a María en su belleza: en su ser karmel, que significa jardín o paraíso de Dios; en su oración contemplativa que medita las Escrituras. Como reza la colecta, María conduce a Cristo, que es la santa montaña, en el crecimiento de la santidad. Según la tradición de la Orden carmelita, María es Madre y Hermana.

Dedicación de la basílica de Santa María la Mayor (5 de agosto). La memoria hace referencia al lugar dedicado en Roma en el s. iv casi como una réplica de la basílica de la Natividad de Belén, en honor de la Madre de Dios sobre la colina del Esquilino. En el s. v, el papa Sixto III ofrece la iglesia al pueblo de Dios (plebi Dei), embellecida con preciosos mosaicos —conservados todavía en el arco de triunfo—, que son un canto de la divina maternidad y de los episodios de la infancia de Jesús y un monumento a la definición dogmática de Efeso (431). Esta fiesta evoca los grandes temas de María como templo de Dios y nueva Jerusalén.

Santa María Reina (22 de agosto). Tradicional por su material iconográfico, esta memoria fue introducida por Pío XII en 1954 con grado de fiesta para celebrarse el 31 de mayo, casi en simetría con la fiesta de Cristo Rey. Colocada ahora felizmente ocho días después del 15 de agosto, tiene el siguiente significado según las palabras de MC 6: "La solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María, que tiene lugar ocho días después y en la que se contempla a aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre" (cf la colecta del día).

Nuestra Señora la Virgen de los Dolores (15 de septiembre). La memoria tiene orígenes devocionales que se remontan al medievo. Difundida gracias al apostolado de la Orden de los Siervos de María, para los que había sido aprobada en 1667, fue extendida a la iglesia universal por Pío VII en 1814. Tiene un notable contenido teológico, pues recuerda la presencia de María a los pies de la cruz. Antes de la reciente reforma tenía una anticipación el viernes que precede al domingo de ramos; todavía hoy, colocada después de la fiesta de la exaltación de la santa cruz (14 de septiembre) se convierte en "ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la Madre que comparte su dolor"; como recuerda la colecta (MC 7).

Nuestra Señora la Virgen del Rosario (7 de octubre). Tenemos aquí la cristalización de una devoción mariana profundamente radicada en el pueblo (la memoria es, en cierto modo, simétrica con la fiesta oriental del himno Akáthistos; en el rito bizantino se celebra el sábado de la quinta semana de cuaresma). Instituida por Pío V después de la victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571), pasó a la iglesia universal en 1716 bajo Clemente XI. La memoria es netamente mariana. En efecto, el Misal romano ha introducido en la colecta "Gratiam tuam...", que es también la oración conclusiva del Angelus Domini, un inciso explícitamente mariano: "... ut qui, angelo nuntiante, Christi Filii tui incarnationem cognovimus, beata Maria Virgine intercedente, per passionem eius et crucem...". Sólo en este inciso añadido se menciona a la Virgen. La memoria quiere indicar el camino de la Virgen por los misterios de gozo, de dolor y de gloria vividos en Cristo.

Presentación de la santísima Virgen María (21 de noviembre). Fiesta antigua y de gran importancia en la liturgia bizantina por el significado de la entrada de la Virgen en el templo sagrado de Jerusalén. El hecho de que esta fiesta se inspirase en el apócrifo Protoevangelio de Santiago retrasó su extensión a Occidente, donde comenzó a celebrarse antes del s. xrv, bajo Gregorio XI en Aviñón; pero pronto se extendió a toda la iglesia con Sixto V en 1585. El contenido esencial de la memoria es el gozo de la Hija de Sión que se consagra totalmente al Señor.

Inmaculado Corazón de la Virgen María (sábado después del II domingo después de pentecostés). Esta memoria se celebra al día siguiente de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, casi como su prolongamiento ideal. La devoción se remonta al s. xvii (escritos de san Juan Eudes). Las apariciones de Fátima (1917) y la consagración de toda la humanidad al Inmaculado Corazón de María hecha por Pío XII en 1942 han favorecido su extensión. El mismo papa instituyó la fiesta en 1944, asignándole la fecha del día octavo después de la Asunción. En todo caso, la referencia al corazón de María es netamente evangélica, si pensamos en la sabiduría reflexiva de la Madre, que medita las palabras y los hechos del Hijo en su propio corazón (Lc 2,19.51).

e) La memoria de Santa María en sábado y las misas votivas. Desde la edad media, el sábado se ha considerado en la liturgia latina como un día mariano, a diferencia de lo que hacen las liturgias orientales, que reservan el miércoles a la memoria de la Virgen. El fundamento de tal elección parece que hay que buscarlo en la tradición, que considera el sábado que sigue a la muerte del Señor y precede a su resurrección como el momento en el cual la fe y la esperanza de la iglesia estaban concentradas en María. Esta memoria de María es calificada por Pablo VI de "antigua y discreta" (MC 9). La liturgia de las Horas de esta memoria contiene válidos elementos eucológicos de loa a la Madre de Dios y nos confía a su intercesión materna.

En la sección de misas votivas, el Misal Romano remite, para las misas en honor de María, al común de la santísima Virgen, que contiene hasta siete formularios, tres de los cuales están reservados, respectivamente, al tiempo de adviento (el cuarto), de navidad (el quinto) y de pascua (el sexto): son los mejores desde el punto de vista de su contenido. En la "editio typica altera" (1975) del Missale Romanum, entre las misas votivas se ha añadido el formulario De b. Maria Ecclesiae Matre, con el cual se enriquece notablemente en cantidad, y sobre todo en calidad doctrinal, el "corpus marianum" de la liturgia. Es importante la colecta, que recuerda a María a los pies de la cruz en el momento en que se convierte en madre de los discípulos de Jesús; el prefacio propio se inspira ampliamente en el capítulo mariano de la constitución dogmática Lumen gentium. (Evidentemente, esta misa se ha incluido en las nuevas ediciones del Misal castellano.

Pero no conviene olvidar aquí "que el Calendario Romano General no registra todas las celebraciones de contenido mariano; pues corresponde a los calendarios particulares recoger, con fidelidad a las normas litúrgicas, pero también con adhesión de corazón, las fiestas marianas propias de las distintas iglesias locales" (MC 9). El deseo aquí expresado se convierte en una invitación a ofrecer, en los textos eucológicos de las celebraciones de los calendarios particulares, aquella visión del misterio de María, sobria y esencial, según la cual ella está asociada a la obra de Cristo y del Espíritu y está presente en la iglesia bajo diversos títulos y por diversos motivos sin que jamás disminuya el contenido del dogma ni decaiga la calidad de la doctrina: la veneración para con la Madre de Dios exige, en resumidas cuentas, que la celebración de sus misterios se haga con profunda piedad, pero también con verdad sincera; más aún, con la adecuada belleza"


V. Orientaciones teológicas y pastorales

Después de esta valoración de los elementos marianos de la liturgia de la iglesia occidental resumamos en algunos puntos las orientaciones doctrinales y pastorales más específicas y necesarias por su gran importancia para la espiritualidad y para la vida de la iglesia y de los cristianos.

1. LA LITURGIA, SÍNTESIS DE DOCTRINA Y DE CULTO. La liturgia, en sus textos, contiene la confesión de la fe de la iglesia en el misterio de María y ofrece una rica síntesis de la misma —fusionando armoniosamente la lex credendi y la lex orandi (cf MC 56)—, atenta tanto a la tradición como a los nuevos y recientes desarrollos. Lo indica autorizadamente Pablo VI en diversos párrafos de la MC, especialmente cuando afirma: "Recorriendo después los textos del Misal restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos de la eucología romana —el tema de la Inmaculada Concepción y de la plenitud de gracia, de la maternidad divina, de la integérrima y fecunda virginidad, del templo del Espíritu Santo, de la cooperación a la obra del Hijo, de la santidad ejemplar, de la intercesión misericordiosa, de la asunción al cielo, de la realeza maternal y algunos más— han sido recogidos en perfecta continuidad con el pasado, y cómo otros temas, nuevos en un cierto sentido, han sido introducidos en perfecta adherencia con el desarrollo teológico de nuestro tiempo" (n. 11). Especial relieve viene dado al tema María-iglesia: "Ha sido introducido en los textos del Misal con variedad de aspectos, como varias y múltiples son las relaciones que median entre la Madre de Cristo y la iglesia. En efecto, dichos textos en la Concepción sin mancha de la Virgen reconocen la imagen de la iglesia, esposa de Cristo... y de limpia hermosura (prefacio del 8 de diciembre); en la Asunción reconocen el principio ya cumplido y la imagen de aquello que para toda la iglesia debe todavía cumplirse (prefacio del 15 de agosto); en el misterio de la maternidad la proclaman madre de la Cabeza y de los miembros: santa Madre de Dios, por tanto, y próvida Madre de la iglesia (oración después de la comunión del 1 de enero)" (ib). La ejemplaridad de María respecto a la iglesia tiene muchos aspectos comprometedores, como advierte una vez más esta síntesis de la MC: "Cuando la liturgia dirige su mirada a la iglesia primitiva y a la contemporánea, encuentra puntualmente a María: allí, como presencia orante junto a los apóstoles (colecta del común de la santísima Virgen en el tiempo de pascua, después de la ascensión); aquí, como presencia operante junto a la cual la iglesia quiere vivir el misterio de Cristo... (colecta del 15 de septiembre: Virgen de los Dolores); y como voz de alabanza junto a la cual quiere glorificar a Dios... (colecta del 31 de mayo: Visitación; prefacio de la santísima Virgen); y puesto que la liturgia es culto que requiere una conducta coherente de vida, ella pide traducir el culto a la Virgen en un concreto y sufrido amor por la iglesia... (oración después de la comunión del 15 de septiembre)" (ib). Estas indicaciones, solamente parciales, al contenido doctrinal mariano de la liturgia renovada muestran que la "instauración posconciliar... ha considerado con adecuada perspectiva a la Virgen en el misterio de Cristo y, en armonía con la tradición, le ha reconocido el puesto singular que le corresponde dentro del culto cristiano, como Madre santa de Dios, íntimamente asociada al Redentor" (MC 15). En la liturgia tenemos una síntesis completa y límpida de doctrina mariana, segura en la formulación y elevada en las expresiones.

Además, la liturgia ofrece la medida múltiple, pero justa, de aquel culto a Cristo que se traduce en veneración especial a su Madre, revistiéndose aquí de varias formas de piedad, así como de otras tantas formas de amor filial. Es de nuevo la MC la que nos proporciona una bella síntesis: "Es importante observar cómo traduce la iglesia las múltiples relaciones que la unen a María en distintas y eficaces actitudes cultuales: en veneración profunda, cuando reflexiona sobre la singular dignidad de la Virgen, convertida, por obra del Espíritu Santo, en Madre del Verbo encarnado; en amor ardiente, cuando considera la maternidad espiritual de María para con todos los miembros del cuerpo místico; en confiada invocación, cuando experimenta la intercesión de su Abogada y Auxiliadora (cf LG 62); en servicio de amor, cuando descubre en la humilde sierva del Señor a la reina de misericordia y a la madre de la gracia; en operosa imitación, cuando contempla la santidad y las virtudes de la llena de gracia (Lc 1,28); en conmovido estupor, cuando contempla en ella, "como en una imagen purísima, todo lo que ella desea y espera ser" (SC 103); en atento estudio, cuando reconoce en la cooperadora del Redentor, ya plenamente partícipe de los frutos del misterio pascual, el cumplimiento profético de su mismo futuro, hasta el día en que, purificada de toda arruga y toda mancha (cf Ef 5,27), se convertirá en una esposa ataviada para el Esposo Jesucristo (cf Ap 21,2)" (MC 22).

En la liturgia, por consiguiente, hallamos a nivel de fe profesada y vivida "una norma de oro para la piedad cristiana" (MC 23); pero también el manantial, la cima, la escuela y la experiencia mistérica de nuestra comunión con la Madre de Dios. Todas las demás formas de veneración y de devoción para con María deben converger en la liturgia, fundirse con ella y eventualmente, si fuera preciso, proceder de ella (cf MC 23). Además, en la liturgia, es decir, en sus contenidos doctrinales y en sus actitudes cultuales, tenemos un criterio válido de discernimiento respecto a todas aquellas exageraciones devocionales que están siempre al acecho, como por desgracia demuestra la historia antigua y reciente de la piedad mariana (cf MC 38-39).

2. EJEMPLARIDAD DE MARÍA PARA LA IGLESIA EN EL CULTO Y EN EL SERVICIO. La gran novedad de la reflexión teológica posconciliar sobre las relaciones de María con la liturgia consiste en haber plasmado este principio: La Virgen es modelo de la iglesia en el ejercicio del culto divino. La intuición se funda esencialmente en dos datos teológicos ya señalados: a) la presencia activa de María en el misterio de Cristo; b) su ejemplaridad para la iglesia; estos dos datos se hallan ampliamente explicados en el c. 8 de la LG y en el n. 103 de la SC. Pero solamente la MC, de Pablo VI, ha sacado ampliamente las consecuencias (nn. 16-23). En esto la exhortación del papa había estado precedida por algún teólogo. A pesar de la crítica esporádica de algún autor perteneciente al mundo ortodoxo oriental, que no consideraba tradicional este modo de presentar a la Virgen, el principio ha tenido éxito en la iglesia: se le puede considerar como una de las intuiciones más fecundas de la espiritualidad litúrgica y mariana de los últimos siglos, con amplia base en la gran tradición patrística, como documenta cuidadosamente la MC en sus notas.

Pablo VI presenta a María como "modelo de la iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo", que son las actitudes interiores con las cuales la iglesia, esposa amadísima, invoca a su Señor, y por su medio rinde culto al Padre eterno (MC 16). Con este principio se nos ofrece además una sólida orientación teológica para toda formación en la ! participación litúrgica: el modo propio de formar para vivir la liturgia es formar para la vida teologal, la cual se ejercita justamente en la liturgia y en ella alcanza su punto culminante; más aún, en la liturgia alcanza su punto culminante toda la oración y contemplación del cristiano bajo la acción del Espíritu Santo, en contra de lo que en algún tiempo escribieron Jacques y Raisa Maritain.

El principio de la ejemplaridad de María ha sido explicado por Pablo VI refiriéndose a algunas actitudes comunes a la Virgen, en su participación en el misterio de Cristo en el Espíritu, y a la iglesia, la cual, bajo la acción del Espíritu, celebra el memorial del Señor. En primer lugar, en la escucha religiosa de la palabra de Dios, María aparece como Virgen oyente: modelo, por tanto, para la iglesia que medita, escucha, acoge, vive y proclama aquella palabra que se encarnó en María: "Esto mismo hace la iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia" (MC 17). De María, cual Virgen orante se pueden recordar en general, ya sea su actitud orante, ya sea aquellos sentimientos que el Espíritu suscitaba en su corazón y que coinciden con las grandes dimensiones de la oración eclesial, la cual alcanza su vértice y su punto de condensación en la plegaria eucarística: la alabanza llena de gratitud del Magnifrcat, la intercesión en Caná, la súplica para la venida del Espíritu en el cenáculo. A estas actitudes hay que añadir la peculiar experiencia de María cual Virgen oferente en el templo de Jerusalén y en el Calvario, experiencia que en su aspecto activo (María ofrece) y pasivo (María se ofrece) se torna ejemplar para la iglesia en su oblación sacrificial de la eucaristía y de la oración (MC 18.20) ". Desde otra perspectiva María, cual Virgen Madre, es el modelo de aquella cooperación activa con la cual también la iglesia colabora mediante la predicación y los sacramentos (especialmente en el bautismo-confirmación y en la eucaristía) a transmitir a los hombres la vida nueva del Espíritu (cf MC 19).

Con la amplitud de este principio de ejemplaridad se puede afirmar que toda celebración litúrgica debe ser implícitamente mariana, en cuanto debe ser celebrada por la iglesia con aquellos sentimientos que tuvo la Virgen María. La nota mariana, por consiguiente, caracteriza, en la globalidad de la experiencia litúrgica, toda celebración de los santos misterios y hace que la espiritualidad litúrgica sea auténticamente espiritualidad mariana en el mejor sentido de la palabra ".

Pero hay algo más. Si la liturgia se traduce en el compromiso y el culto litúrgico exige su prolongación en el culto espiritual de la vida, la ejemplaridad de la Virgen ofrece la mejor síntesis de lo que debe ser la vida del cristiano: "Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como ella, hacer de la propia vida un culto a Dios y de su culto un compromiso de vida... María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios... El `sí' de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre en camino y en medio de santificación propia" (MC 21).

Recordamos, finalmente, cómo el fin de la liturgia —glorificación de Dios y santificación de los hombres (SC 7)— coincide con la misión materna de María, que es la de "reproducir en los hijos los rasgos espirituales del Hijo primogénito" (MC 57). Junto al Cristo, el Hombre nuevo, aparece también María como Mujer nueva, que refleja, para gloria de Dios y para ejemplo de la iglesia, los rasgos de aquella vida nueva mediante una santidad ejemplar y un crecimiento hacia la plenitud de la gracia, según la magnífica enumeración de virtudes evangélicas practicadas por María, que ofrece Pablo VI en MC 57.

La iglesia, que celebra los misterios divinos, debe por tanto mirar a María como modelo de fe, de esperanza y de caridad, de pureza y de compromiso, de perseverancia en la oración. Más aún, una plena conciencia de este principio mariano que ilumina la liturgia debería llevar a una liturgia contemplativa, bella —la "vía pulchritudinis" es auténticamente mariana—, noble, decorosa, abierta a las mociones del Espíritu que crea la comunión profunda con Dios y con los hermanos.

3. LITURGIA MARIANA Y DEVOCIONES MARIANAS. LO acabamos de repetir (-> supra, 2): la iglesia, que celebra objetivamente el misterio de la Virgen Madre asociada a Cristo y se apropia subjetivamente en toda acción litúrgica sus sentimientos, vive la mejor y la más auténtica forma de devoción mariana en cuanto realiza la comunión con la Virgen y con sus sentimientos. La liturgia, por consiguiente, está en el centro y es la cumbre de la devoción mariana. Como advierte la MC 15: "Recorriendo la historia del culto cristiano se nota que, tanto en Oriente como en Occidente, las más altas y más límpidas expresiones de la piedad hacia la bienaventurada Virgen han florecido en el ámbito de la liturgia o han sido incorporadas a ella". Pablo VI ha querido trazar las líneas de una renovación de la piedad mariana inspirándose en las notas características de la liturgia, que son la dimensión trinitaria, cristológica (y pneumatológica) y eclesial (MC 24-28). Ha sugerido además, siguiendo las líneas de las enseñanzas conciliares, "algunas orientaciones —bíblicas, litúrgicas, ecuménicas, antropológicas—que se deben tener presentes en la revisión o creación de ejercicios y prácticas de piedad a fin de hacer más vivo y sentido el vínculo que une a la Madre de Cristo y madre nuestra en la comunión de los santos" (MC 29-39). Como hemos dicho en otra parte de este Diccionario (->  Religiosidad popular, II), tales consideraciones sobre la piedad mariana pueden considerarse como paradigmáticas para la renovación de otras formas de piedad.

Sigue siendo regla de oro el principio de la MC 31: "Una clara acción pastoral debe, por una parte, distinguir y subrayar la naturaleza propia de los actos litúrgicos; por otra, valorar los ejercicios piadosos para adaptarlos a las necesidades de cada comunidad eclesial y hacerlos auxiliares válidos de la liturgia": Una ejemplificación autorizada de esta valoración-adaptación la ofrece la misma exhortación a propósito del Angelus Domini y del Rosario (MC 40-55).

En la actual valoración de la religiosidad popular no conviene olvidar la centralidad que tiene la liturgia, como he intentado poner de manifiesto en estas páginas, ya sea por su contenido o por la ejemplaridad de sus formas. Hoy, incluso para expresiones típicas de devoción mariana como el mes mariano (mayo, según la tradición popular; diciembre, según la litúrgica), se procura o hacer converger todo en la celebración de la eucaristía y de la liturgia de las Horas o recurrir a la celebración de la palabra o de la oración inspirada en la liturgia. Las mismas peregrinaciones a los santuarios marianos son gestos de piedad que deben culminar en la plegaria comunitaria, en la celebración del sacramento de la penitencia y en la celebración eucarística. En general, podemos decir que la posibilidad de incluir armónicamente en la liturgia el recuerdo de la Virgen, sin ir contra las orientaciones de la iglesia o desnaturalizar los contenidos del año litúrgico, son realmente múltiples


VI. Conclusión

La síntesis motivada sobre la presencia de la Virgen en el año litúrgico que encontramos en SC 103 —el primer texto mariano del Vat. II—se ha convertido en un principio teológico y operativo para la revisión de tal presencia que se ha verificado en la reforma litúrgica posconciliar. La memoria y la veneración de la Virgen, que tienen lugar en la liturgia, se fundan en sólidos motivos teológicos: la cooperación de María a la obra salvífica de Cristo en el Espíritu Santo, cual humilde sierva del designio del Padre; su ejemplaridad para la iglesia en el ejercicio del culto divino, en cuanto la iglesia se inspira en sus sentimientos; el gozo de contemplar en ella el fruto más espléndido de la redención, y también la mujer nueva, es decir, la humanidad que ha colaborado en el plan de salvación; la esperanza y el consuelo que promanan de su persona ya glorificada junto a su Hijo, icono escatológico de la iglesia, es decir, de cuanto la liturgia promete ya desde ahora a todos los fieles, puesto que "en ella se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo el hombre" (MC 57). Por eso María está presente, protagonista y ejemplar al mismo tiempo, en el misterio de Cristo celebrado en la liturgia, que hace memoria del pasado salvífico, lo hace presente y anticipa su futuro: una presencia que es motivo de esperanza para el porvenir, sin duda, pero también de compromiso para hoy: "Al hombre contemporáneo, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones inconmensurables, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de náusea y de hastío, la Virgen María, contemplada en su vicisitud evangélica [el pasado] y en la realidad ya conseguida [el presente y futuro escatológico] en la ciudad de Dios, ofrece [en el presente litúrgico de la iglesia] una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte" (MC 57). Así la Virgen aparece íntimamente unida a la historia de la salvación que se realiza en el misterio, en la liturgia de la iglesia. Pero en la liturgia y en el servicio de caridad hacia los hombres que de ella se deriva aparece más que nunca el rostro mariano de la iglesia de Cristo.

J. Castellano


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