PASTORAL LITÚRGICA
NDL


SUMARIO: I. Relación entre liturgia y pastoral: 1. La liturgia es pastoral; 2. La liturgia necesita una atención pastoral; 3. Liturgia y pastoral frente a las "culturas"
- II. La pastoral litúrgica en la teología pastoral: 1. El lugar de la pastoral litúrgica en la teología pastoral: 2. La calificación pastoral de la pastoral litúrgica: a) Originalidad de la teología pastoral, b) La reflexión pastoral de la iglesia española, c) Influjo de las perspectivas pastorales en la pastoral litúrgica; 3. La calificación litúrgica de la acción pastoral - III. La pastoral litúrgica en relación con los ritos y las asambleas: 1. Interpretación pastoral de los libros litúrgicos: a) El proyecto teológico-pastoral de un rito, b) El "programa" ritual de una celebración concreta, c) La dirección ejecutiva; 2. Valoración pastoral de las asambleas litúrgicas: a) Factores condicionantes de la expresión de la celebración, b) Factores condicionantes de la misma posibilidad de la celebración; 3. Conducción pastoral de las celebraciones: a) Asegurar la verdad humana de los signos litúrgicos, b) Hacer perceptibles las "otras" realidades significadas, e) Insertar la celebración en el horizonte experiencial-cultural de la asamblea - IV. Centros operativos de la pastoral litúrgica: 1. Orientaciones de pastoral litúrgica de la sede apostólica; 2. Directivas nacionales de pastoral litúrgica; 3. Programas de pastoral litúrgica a nivel diocesano; 4. Actividades de pastoral litúrgica a nivel parroquial.


La acción pastoral litúrgica, que el Vat. II (SC 43) se propuso favorecer, ha asumido una considerable importancia tanto en los documentos eclesiásticos como en las preocupaciones pastorales (piénsese, aunque no sea más, en algunas de las iniciativas que persiguen una seria preparación para los sacramentos) o en la experiencia del pueblo cristiano, que se siente invitado a participar en las celebraciones y casi obligado a prepararse a los sacramentos. El hecho de que la liturgia debe tener un alcance pastoral y de que las celebraciones necesitan de una atención pastoral son convicciones que ya se impusieron con mucho trabajo antes del Vat. II, y que incluso después no han recibido toda la atención necesaria, especialmente frente a los nuevos problemas.


Relación entre liturgia y pastoral

Los diversos modos de comprender la relación entre liturgia y pastoral han evolucionado a lo largo de este siglo, pasando de la certeza de que la liturgia es pastoral (al menos como tendencia) a la constatación de que la liturgia debe ser objeto de una atención pastoral, hasta las últimas perspectivas que consideran a la liturgia como un aspecto más de la globalidad de la praxis eclesial.

1. LA LITURGIA ES PASTORAL.

Frente a la pregunta: ¿Cómo se han producido las múltiples y diversas formas litúrgicas?, Jungmann sostenía que "la respuesta en la preocupación de la administración eclesiástica por la iglesia, por la iglesia como totalidad de los fieles, por la iglesia como plebs sancta, que bajo la dirección de sus pastores debe ya aquí, en su existencia terrena, ofrecer a Dios en oración y sacrificio una servidumbre digna y de este modo santificarse" . Y concluía afirmando: "La liturgia celebrada vitalmente ha sido a lo largo de los siglos la forma más importante de la pastoral. Esto puede decirse ante todo de los siglos en los que la liturgia fue creada", debiendo también constatar: "Las oraciones y los cantos, sobre los cuales se sustenta el sagrado acontecer, no se perciben ya más que como sonido para el oído. La liturgia se ha convertido en una serie de palabras y ceremonias misteriosas, que deben ser realizadas de acuerdo con leyes establecidas a las que se procura seguir con santo respeto, pero que finalmente terminan petrificándose"'. El comienzo del -> movimiento litúrgico está marcado por el intento de L. Beauduin de presentar, en 1909, y en el congreso de Malinas, en Bélgica, la liturgia como "la verdadera oración de la iglesia", en cuanto "verdadera oración de los fieles", "lazo poderoso de unión", "enseñanza religiosa completa", y proponer como instrumentos el "misal traducido como libro de piedad", o al menos las traducciones "del texto integral de la misa y de las vísperas de cada domingo. A pesar de haber transcurrido ya seis años desde la famosa frase de Pío XII en el motu proprio Tra le sollecitudini ("La primera e indispensable fuente del verdadero espíritu cristiano es la participación activa en el culto público"), el documento de dom Beauduin fue rechazado por los presidentes de las acciones dedicadas a la doctrina, a la moral y a la piedad, y sólo tiene acogida en la sección artística. ¡De este modo se consideraba la liturgia como pastoral! Y, sin embargo, los pioneros del movimiento litúrgico, basándose en la historia y en su experiencia personal (dom Beauduin había sido párroco), con admirable constancia mostrarían que la liturgia es por derecho propio, como vocación y destino, pastoral, es decir, abierta a la participación del pueblo cristiano y con capacidad formadora de la vida de fe.

Para evitar una amenaza que se cernía sobre el movimiento litúrgico alemán, R. Guardini escribía en 1940 al obispo de Maguncia en estos términos: "Quien juzgue de un modo imparcial, se habrá dado claramente cuenta de que en estos últimos años en materia de pastoral ha terminado una época... Si son exactos los pronósticos que se pueden hacer, la acción pastoral se limitará en el futuro, de un modo hasta ahora desconocido, al campo religioso propiamente dicho. Es, por tanto, urgente devolverle toda su pureza y su fuerza... El altar ha sido siempre el centro de la vida de la iglesia; quizá muy pronto no será sólo el centro, sino su vida entera. Es, pues, muy importante que lo que sucede en el altar y desde allí llega a la vida del individuo y de la familia retome su sentido más pleno y sus formas más puras... Es necesario que la práctica de la liturgia se realice en función de las parroquias como éstas son en realidad...".

Después de la segunda guerra mundial, el movimiento litúrgico católico (guiado especialmente por el francés, que durante la guerra había descubierto las ideas y realizaciones del alemán) multiplica estudios y esfuerzos para hacer pastoral a la liturgia, pero se enfrenta con una realidad ritual rígida y no dispuesta a desarrollar la función participativa y comunicativa que se le atribuía. La restauración de la vigilia pascual (1951) y, posteriormente, de la semana santa (1955) hizo comprender que, si el rito podía ser acomodado según las exigencias pastorales, la obligación del uso de la lengua latina hacía prácticamente imposible la comunicación directa de los significados. El mismo Congreso internacional de pastoral litúrgica (Asís, 1822 de septiembre de 1956) no vislumbraba ninguna posibilidad de superar este escollo. La liturgia, aun siendo pastoral por vocación —y J.A. Jungmann lo demostró en aquel congreso— se veía obligada a no abrirse al pueblo cristiano principalmente por el obstáculo de la lengua.

Esta situación fue inicialmente desbloqueada por la constitución SC', y definitivamente resuelta a continuación por lós documentos de la l reforma litúrgica. "En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria". El motivo de esta reforma era claramente pastoral: "Para que en la sagrada liturgia el pueblo cristiano obtenga con mayor seguridad gracias abundantes, la santa madre iglesia desea proveer con solicitud a una reforma general de la misma liturgia" (SC 21). Se indicaba incluso el método: "Debe proceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral acerca de cada una de las partes que se han de revisar". Incluso se preveía una creatividad gradual y orgánica: "No se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la iglesia, y sólo después de haber tenido la preocupación de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente, a partir de las ya existentes" (SC 23).

Si existía la convicción ingenua de que la liturgia por sí misma fuese pastoral, la misma reforma litúrgica se encargó de destruirla: una acción puramente ritual, aunque sea irreprochable en lo ceremonial, no llega a comunicarse con el pueblo cristiano y no lo renueva. Se atendía al hecho de que la liturgia no son los libros, sino las personas, incluidos los fieles, que actúan según las propuestas de aquellos libros.

2. LA LITURGIA NECESITA UNA ATENCIÓN PASTORAL. El hecho de que la liturgia exigiese iniciativas pastorales no sólo fuera, sino incluso dentro de la misma celebración, fue evidente también para los iniciadores del movimiento litúrgico. Dom L. Beauduin se vio obligado a indicar entre los "medios prácticos" el "misal traducido", difundido como "libro de piedad". Seguir al sacerdote que dice la misa leyendo en un librito la versión de los textos que él recita es ya un recurso que la liturgia, como tal, no contempla. Durante el tiempo que precedió a la reforma, la acción pastoral tuvo que recurrir a los medios más diversos, a menudo ingeniosos, pero embarazosos de todos modos. Basta recordar aquellos "coros hablados", recitados entre los fieles y un dirigente (meneur du jeu, decían los franceses), que se superponían a la misa dicha por el sacerdote y que a veces no se correspondían con los momentos y contenidos de la celebración. Nace en este tiempo la figura del comentarista, que explicaba a los fieles lo que hacía el sacerdote, leía en la lengua vernácula algunos textos, especialmente los fragmentos bíblicos, que el sacerdote leía en latín, y a menudo se convertía en el actor principal que monopolizaba la atención y actividad de los presentes. La liturgia se convertía en ocasión y pretexto para hacer una paraliturgia superpuesta. La fantasía pastoral será fértil en estas paraliturgias, desde las acciones escénicas a las vigilias bíblicas que llegan a ocupar el lugar de las celebraciones. A propósito de estos sucedáneos litúrgicos se planteará la cuestión de qué es (o no es) liturgia.

La afirmación de Pío XI de que "la liturgia es la didascalía de la iglesia"' tiene éxito; pero para el que tiene preocupaciones de tipo pastoral muy pronto se hace claro que esta didascalía tiene necesidad de una didáctica. La liturgia forma en la fe solamente si los sujetos han sido educados para comprender su lenguaje y para participar activa y fructuosamente. A menudo, sin embargo, la catequesis litúrgica de los comienzos de siglo y del período entreguerras no tiene clara la perspectiva de la participación y se reduce a un uso de la liturgia, a veces de sus aspectos secundarios, para la explicación de las fórmulas catequísticas. En este sentido se intepretaban normalmente, además, los de textos del concilio Tridentino: el de la sesión XXII, De sacrificio missae, c. 8, donde se impone a los párrocos la obligación de explicar, frecuenter ínter missarum celebrationem, alguna cosa de lo que se lee en la misa, y el de la sesión XXIV, De reformatione, c. 7, donde se invita a obispos y párrocos a explicar los sacramentos según la capacidad de aquellos que los reciben, cum haec erunt populo administranda. Esta segunda indicación será reafirmada por el Rituale Romanum de Pablo VI, en el tít. 1, n. 10; pero, según parece, no dio origen a una catequesis mistagógica dentro de la celebración ni suscitó la práctica de una preparación a los sacramentos que fuese una introducción al significado de los ritos para participar en ellos conscientemente. Catecismo y predicación están todavía dentro de una concepción esencialista que domina la teología sacramentaria. Se deberá esperar a los estudios sobre las catequesis mistagógicas y festivas de los padres para encontrar las relaciones justas entre liturgia, catequesis y predicación.

El mérito innegable de estos intentos de catequistas y predicadores por revalorizar la liturgia como expresión de la fe cristiana y por llevar al pueblo a comprender y a gustar de las celebraciones litúrgicas es el haber hecho comprender que la liturgia por sí sola no llega a expresar su carga formativa ni a comunicar sus virtudes santificantes. Esto ha estado siempre condicionado por la preparación del receptor y por su fe; ahora resulta evidente que la recepción fructuosa del sacramento exige una fe informada para ser capaz de leer (intelligere: intus-legere) los signos celebrativos no restringidos ya sólo a los signos esenciales, identificados por la materia y forma. Se redescubre toda la celebración como una estructura dialógica, en la que se significa el don de Dios y a la vez se expresa la respuesta de la iglesia. La preocupación pastoral se orienta a descubrir las funciones y el sentido de los elementos litúrgicos en la unidad significativa de la celebración; a explicarlos, por tanto, en lo que dicen a la fe, incluso en relación a acontecimientos o ritos de la historia bíblica y a valorarlos como momentos y modos de una activa participación.

Sin embargo, el paso decisivo de esta orientación pastoral se dio cuando el movimiento litúrgico redescubrió e hizo propio el concepto de asamblea —por lo demás ya contenido en los formularios de la liturgia, pero por más de un milenio ausente de la mentalidad y de la práctica eclesiástica—, poniéndolo como base de sus reflexiones y realizaciones ". En un primer momento, el término asamblea se usó para aludir a los fieles presentes que tomaban parte de la acción litúrgica, que es celebrada por el presidente, obispo o sacerdote; sólo después se clarificará —y en esto el concilio ha supuesto un avance innegable (SC 26)— que la misma asamblea es el sujeto de la acción litúrgica, aunque con roles diversos y funciones específicas dentro de sí. Por lo tanto, es un deber pastoral el hacer funcionar la celebración, haciendo conscientes a los diversos sujetos —"actores como son llamados"— de su papel teológico y habilitándoles para desarrollar las funciones rituales que les competen. Será un trabajo difícil por causa de un milenio de pasividad litúrgica del pueblo cristiano y de individualismo de obispos y sacerdotes en la celebración; un trabajo que necesita revisión y cambio de categorías teológico-jurídicas y de actitudes espirituales-pastorales.

Los documentos y los instrumentos más significativos del esfuerzo realizado en esta dirección de pastoral litúrgica son los Directorios diocesanos y nacionales para la misa, entre los primeros está el de la diócesis de Bolonia del card. Lercaro, y para los sacramentos. La reforma litúrgica no hace inútil este trabajo, sino que lo exige, para no reducirse a una pura y simple transformación de los ritos; los objetivos del movimiento litúrgico pertenecen ahora ya a toda la iglesia, y la acción pastoral litúrgica ya no aparece más como un hobby de algunos afectados por el arqueologismo, sino que se convierte en un deber que obliga a toda persona comprometida en la edificación de la iglesia.

Este modo de pensar y hacer pastoral litúrgica ha exigido un nuevo método de estudio del pasado litúrgico de la iglesia, un estudio no limitado ya a los textos y a los libros, sino atento a la reconstrucción de las formas celebrativas, de los modos de participación, de los contenidos de la predicación homilética y de las catequesis, sobre todo, mistagógicas. La época en la que ha encontrado inspiración, e incluso modelos concretos, la pastoral litúrgica ha sido especialmente la patrística clásica de los ss. Iv y v, con las asambleas participativas, la institución catecumenal ya desarrollada, el año litúrgico en formación y la práctica penitencial todavía comunitaria. Incluso los artífices de la reforma litúrgica, al preparar los nuevos libros litúrgicos, se han propuesto la restauración atendiendo prevalentemente a aquellos modelos y resucitando muchos textos creados en aquel tiempo.

La SC, las instrucciones emanadas de la sede apostólica, los praenotanda (= introducciones) antepuestas a cada uno de los libros litúrgicos y los documentos episcopales nacionales o diocesanos orientaban la acción de los pastores a interesarse también por los sujetos que celebraban y no sólo por los ritos que se debían realizar diligentemente. No se puede decir que el clero haya correspondido plenamente, pero es indudable la existencia de un amplio esfuerzo catequístico y pastoral; los resultados de la renovación litúrgica, aun cuando festejados, no parece que hayan correspondido a las expectativas y a las fuerzas empleadas. Además, mientras en la iglesia se llevaba a cabo el mayor programa de reforma litúrgica que se registra en la historia con la esperanza manifiesta de conseguir la renovación espiritual del pueblo cristiano en sentido eclesial y apostólico, el conjunto de la sociedad era recorrido por corrientes innovadoras y contestadoras que afectaron también a las comunidades cristianas e instituciones eclesiásticas. Este movimiento afectó particularmente al área eclesial que en aquel momento era más móvil, precisamente la liturgia, con efectos contrastantes: por una parte, la revalorizó en sus posibilidades creativas, obligándola a veces a expresar proyectos y deseos discutibles e imposibles de ser compartidos por toda la comunidad; por otra parte, la puso en crisis mostrando su inadecuación frente a las culturas vigentes y a los grupos sociales emergentes. El proyecto de pastoral litúrgica, aun permaneciendo válido, constataba su insuficiencia para interpretar las nuevas exigencias eclesiales y para corresponder con propuestas aceptables. Era necesaria la integración en la globalidad de la praxis eclesial, ahora ya articulada según situaciones culturales diferentes o incluso otras.

3. LITURGIA Y PASTORAL FRENTE A LAS "CULTURAS". Todavía deben ser analizadas y valoradas serenamente las reflexiones e iniciativas a las que se vio obligada la acción pastoral litúrgica en los años setenta, pero ciertamente indicaron nuevos caminos por los que debe dirigirse. La nueva sensibilidad orientó también la investigación histórica, la reflexión teológica y las síntesis expositivas, como lo demuestra F. Brovell. No se privilegia ya un período histórico, los ss. Iv y v; todas las épocas históricas y las situaciones culturales del pasado están llenas de indicaciones tanto sobre las posibilidades como sobre los peligros de toda iniciativa litúrgica. La teología litúrgica cada vez reúne sectores más amplios de reflexión, considerando la celebración como cruce donde se encuentran o desencuentran, se armonizan o se contrastan la hermenéutica bíblica, las concepciones antropológicas, experiencias y proyectos eclesiales. Los pastores, en su trabajo en torno y dentro de la liturgia, no pueden llevar cuenta de todo esto. Sin pretender ser exhaustivos, hacemos un elenco de algunos fenómenos importantes que han suscitado esa nueva sensibilidad y colocan la acción pastoral frente a nuevos deberes.

Ante todo, el descubrimiento de culturas, en el sentido descrito por la GS 53 y con los diversos estilos de vida que se siguen de ellas (GS 54), diferentes de aquellas o aquella que ha sido la matriz de la actual liturgia romana. Ya la SC proponía "normas para adaptar a la mentalidad y tradiciones de los pueblos" (nn. 37-38) y "urgía una adaptación más profunda de la liturgia" (n. 40), aunque todavía sin hablar de cultura y sin sospechar las consecuencias a que podía llevar esa adaptación. Pero el proyecto de pastoral litúrgica fue probado por el surgimiento de culturas diversas en la misma sociedad occidental que había producido aquella liturgia que, como se pensaba, no debía sufrir adaptaciones que no fueran simples traducciones. Primeramente se manifestó una cultura juvenil [-> Jóvenes], causada por la formación de un mundo de adolescentes, caracterizado no simplemente por unas exigencias psicológicas, sino estructurado por unos valores vividos y con formas expresivas propias, aunque cambiantes'". Después vino la cultura obrera, latente desde tiempo atrás, actuante en los movimientos de trabajadores y surgida también de modo imprevisto como componente en las asociaciones obreras católicas, no sólo en línea de reivindicaciones político-sindicales, sino como modo de situarse dentro de la sociedad, y, por lo tanto, también en la iglesia, con su lenguaje, aspiraciones y valores propios. Inesperada, pero precisamente por esto más traumática, es la manifestación de una cultura femenina que, después de las vivaces y a veces desordenadas demostraciones feministas, se muestra un filón profundo y fecundo del continente mujer que la iglesia consideraba un territorio fácil de administrar '. Todo esto sumergido en un clima cultural precedente de secularización, que suprimía o vaciaba los símbolos religiosos de que se habían impregnado durante los siglos de cristiandad las instituciones y actividades sociales y promovía la búsqueda de una autonomía de lo religioso y, por lo tanto, de lo ritual, incluso en los sectores morales, educativos, familiares, desde siempre campo de las instituciones religiosas. Ni siquiera el denominado reflujo hacia lo privado y lo religioso registrado en la segunda mitad de los años setenta consentía no tener en cuenta los fenómenos surgidos en los años precedentes. De una forma menos dramática, la acción pastoral debe ahora tomar en consideración esas culturas; al tratarse de profundas anotaciones de época, podrían ser desatendidas durante un cierto período sin fracasos aparentes; pero a la larga se advertirán efectos disolventes si no son acogidas, interpretadas y respondidas.

[-> Cultura y liturgia].

Otro fenómeno descubierto de un modo nuevo, justo después de la reforma litúrgica, ha sido el de la religiosidad popular, que en los ritos renovados no ha encontrado las adecuadas modalidades de expresión. Se ha acusado a la reforma litúrgica, y a la acción pastoral que la ha seguido, de racionalismo e iluminismo, es decir, de demasiada confianza en la racionalidad de un culto comprensible y accesible a la participación, y al mismo tiempo de simplismo en la comprensión de la complejidad de lo antropológico y cultural. Pero, de hecho, la existencia de las diversas formas de la religiosidad popular ha sido la prueba de que también en el pasado las propuestas pastorales oficiales del mundo eclesiástico a menudo no eran escuchadas y quedaban sin incidencia en la experiencia, incluso religiosa, de gran parte del pueblo cristiano. Este encontraba medios más espontáneos de manifestarse en momentos y formas del sustrato pagano, aunque con un cierto barniz cristiano; o bien usaba ritos creados eclesiásticamente, pero interpretados y utilizados con intenciones y finalidades diversas. Se descubría así todo un espacio religioso sumergido, huidizo para la predicación eclesiástica, aunque regularmente recubierto por los sacramentos y por la participación en las fiestas. En el mundo católico se ha preferido considerar las formas de la piedad popular recuperando o renovando al margen de la liturgia renovada; pero en los pastores más preocupados ha quedado la conciencia de haber hecho frente sólo en parte con la pastoral litúrgica a las exigencias más o menos inconscientes de la religiosidad popular. En Francia se ha hablado de cristianismo popular, llegando a preguntarse si los modelos y las propuestas oficiales eclesiásticas agotan los modos de percibir, sentir y vivir el mensaje evangélico

[-> Religiosidad popular].

Un último desafío es el que proviene de la cultura de la participación, que ha marcado a muchos creyentes y practicantes entre los años sesenta y setenta, que continúa produciendo una especial sensibilidad, esperanzas e iniciativas a pesar del reflujo hacia lo privado. A esta cultura contribuyó también la reforma litúrgica, aunque después no parezca haber correspondido adecuadamente. Las desilusiones experimentadas por una participación solamente formal de tipo colectivo más que comunitario, las frustraciones sufridas al intentar una inserción más responsable en las estructuras eclesiales y las experiencias concomitantes a menudo negativas en la gestión democrática de actividades civiles llevaron a muchos fieles, incluso sacerdotes, a privilegiar los espacios eclesiales como lugar de fraternidad para el diálogo de fe, para la celebración y para las actividades pastorales. Nacen las misas en grupo, las liturgias de las comunidades, las eucaristías domésticas. Las formas rituales del Misal Romano, calcadas sobre las de las celebraciones basilicales del s. iv y repensadas para asambleas dominicales parroquiales, no responden a estas situaciones; la misma sede apostólica sintió la necesidad de elaborar unas normas a este respecto, ampliadas en documentos episcopales. El fenómeno se manifiesta más profundo, dado que implica a la misma reflexión eclesiológica y se sitúa como punto de referencia inevitable de toda proyección pastoral y litúrgica del futuro.

[-> Grupos particulares].

La preocupación de los pastores se ha dirigido preferentemente a los estudios que demostraban la existencia de formas celebrativas de tipo doméstico durante los primeros siglos, y que buscaban los núcleos originarios de la liturgia cristiana en el contexto de la judaica. Se individuaban así los trazos morfológicos y teológicos propios del culto eclesial, que celebra el acontecimiento evangélico en su originalidad específica. Como estos elementos primordiales han sido asumidos y desarrollados en otros contextos culturales, surge así la pregunta de por qué no es ahora posible recorrer de nuevo el mismo iter, siempre teniendo en cuenta todos los datos que la tradición nos proporciona. Este trabajo de arqueología a la búsqueda de los signos litúrgicos originales ha estado acompañado por la recuperación en la cultura occidental del valor del lenguaje simbólico y por el análisis refinado de su funcionamiento, dentro de esos sistemas lingüísticos que son las culturas. Todo esto ha influido sobre la sensibilidad de los que se interesaban por la liturgia desde el punto de vista pastoral: se comenzaron a examinar de un modo más atento y exigente los ritos propuestos por la reforma litúrgica y se consideró a los actores y participantes de las celebraciones como personas y grupos fuertemente insertos en el contexto cultural de pertenencia. Ha surgido la conciencia de que las iniciativas de aculturación de la liturgia no resuelven por sí solas el problema, si no van acompañadas de un proceso de inculturación de la evangelización y de la catequesis, y por tanto de las comunidades eclesiales.


II. La pastoral litúrgica en la teología pastoral

Desarrollada en relación con la ciencia litúrgica y con la reforma de los ritos, la pastoral litúrgica siempre ha tenido relación con las otras disciplinas teológico-pastorales, especialmente con la eclesiología, la catequética y la homilética, y se ha servido de un modo notable de los resultados de la exégesis bíblica. Es un cruce de caminos, donde convergen las contribuciones de diversas ciencias eclesiásticas y antropológicas, diversamente utilizadas por los responsables para hacer funcionar las celebraciones y formar las asambleas. Existe el peligro de reducir la pastoral litúrgica a una simple aplicación de principios teoréticos o de limitarla a unas técnicas para la celebración. La pastoral litúrgica no pretende instituirse en ciencia autónoma, sino que se construye como un conjunto de criterios interpretativos (hermenéuticos) tanto del dato litúrgico como de la situación socioeclesial, y por lo tanto como conjunto de normas reguladoras del modo de celebrar en y con asambleas concretas. Así pues, tiende a formar a los responsables de las celebraciones, proporcionándoles los conocimientos necesarios y purificando en ellos los carismas y los dones precisos para una ars celebrarsdi. De todos modos, su inclusión dentro del conjunto de las disciplinas que encuentran acomodo bajo el nombre de teología pastoral o teología práctica puede ayudar a comprender su especificidad y su objeto.

1. EL LUGAR DE LA PASTORAL LITÚRGICA EN LA TEOLOGÍA PASTORAL. Desde su constitución como disciplina eclesiástica autónoma, la teología pastoral se ha dividido en tres partes: "Una primera parte trata del deber de la enseñanza; en ella se debe estudiar la aplicación de la dogmática sistemática y de la moral a una presentación popular. La segunda tiene como objeto el deber de administrar y dispensar los sacramentos; en particular se debe estudiar a quién se deben dispensar los sacramentos, cómo preparar para una recepción digna y con qué ritos dispensarlos. La tercera atiende al deber de dar ejemplo y debe tomar en consideración el comportamiento personal y público del pastor de almas". Esta rígida división y este planteamiento aplicativo serán a continuación puestos en discusión, tanto por causa de la reivindicada autonomía de la teología pastoral con respecto a la teología dogmática, como en la corriente de teología kerigmática, como por la disolución de la teología pastoral en cada una de las disciplinas que la constituyen: homilética, catequética, liturgia, pastoral o ciencia de la cura de almas en sentido estricto. Pero a menudo se volverá a aquella triple división, denominando a cada una de las partes: catequética, liturgia y hodegética. Esta última tomará cada vez más en consideración la edificación de las comunidades eclesiales con una perspectiva más amplia que la parroquia individual, la catequética asumirá temas cada vez más amplios de evangelización y de promoción de una fe madura, y la pastoral litúrgica encontrará su campo específico en el sector de las celebraciones, interesándose también por lo que las precede y las sigue.

De hecho, en la acción pastoral concreta, los campos no pueden ser tan cuidadosamente separados. Por ejemplo, todo el proceso formativo del cristiano comienza a ser contemplado en el marco de la iniciación cristiana, actividad eclesial a través de la cual la iglesia se construye continuamente; pero en la iniciación cristiana convergen: la pastoral catequética, para los contenidos de fe que se deben transmitir y para los métodos más aptos para la transmisión; la pastoral litúrgica, para las celebraciones que marcan el camino y para los sacramentos que lo determinan, y la pastoral de edificación de la comunidad, para las condiciones eclesiales y los procesos integradores propios de la iniciación. Las actividades de todo grupo eclesial encuentran su motivo y calificación en la celebración eucarística y a ella se orientan como momento de síntesis; pero la asamblea eucarística comprende como principal el momento dialógico de la palabra de Dios y de la fe, y por lo tanto interesa directamente a la catequética, y más específicamente a la homilética. Por otra parte, la asamblea eucarística es el momento expresivo de la comunidad eclesial en sus múltiples roles ministeriales y también en los carismas reconocidos que la edifican y la enriquecen, además de ser el lugar-momento en el que se confían funciones misioneras y se aprueban iniciativas y actividades. Es probable que en el futuro las disciplinas de la teología práctica se terminen por organizar más según los objetos de la acción pastoral que según la especificación académica conocida en el pasado. Esta será siempre útil a nivel teórico; pero a nivel práctico las diversas ciencias deberán concurrir al análisis de las concretas situaciones pastorales y a la presentación de las propuestas que, acogidas y examinadas desde el discernimiento pastoral, podrán convertirse en proyecto de acción y programa para la participación.

2. LA CALIFICACIÓN PASTORAL DE LA PASTORAL LITÚRGICA. Esta última debe tomar en serio el hecho de ser acción pastoral; por tanto, momento de aquella actividad particular a través de la que la iglesia se construye en la historia, es decir, en unas determinadas condiciones concretas.

a) Originalidad de la teología pastoral. La reflexión más avanzada y estimulante sobre este aspecto ha sido realizada por K. Rahner y su grupo; a pesar de las dificultades de lenguaje y lo discutible de algunas aplicaciones, es todavía un punto de referencia para toda definición de pastoral. "El objeto formal de la teología pastoral no es la esencia inmutable de la iglesia, que pertenece a la eclesiología dogmática, ni siquiera la esencia actualizada en la historia, que es estudiada por la historia de la iglesia, sino la iglesia en cuanto que se ha de realizar aquí y ahora"

La peculiaridad de la teología pastoral o práctica, como la escuela rahneriana prefiere denominarla, es "el análisis de la situación en la que la iglesia debe realizarse cada vez a sí misma" para llegar a un acto de decisión que creativa y proféticamente elabora un proyecto y escoge el modo de ejecución. La decisión no es sólo una consecuencia determinada por los análisis precedentes y por los principios teológicos de que se ha partido, sino que "implica un algo más del todo original"", por lo que se constituye como acto carismático de discernimiento espiritual, realizado por los sujetos responsables de la edificación de la iglesia y de su misión en el mundo. La teología práctica se sirve de diversas disciplinas antropológicas, pero no es simplemente su aplicación práctica; ella "espera que la reconozcan como disciplina teológica autónoma, originaria e importante"; por lo tanto, con su "respetabilidad científica" nunca separada del actuar de la iglesia y, en consecuencia, elabórada en medio de la vida eclesial y sometida a la necesidad de la experimentación.

En las reflexiones realizadas a continuación por otros autores, la teología pastoral se plantea como ciencia de un actuar o de una praxis, lugar de realización de la interdisciplinariedad, pero siempre momento de una praxis creyente y, por consiguiente, acto del pastor y del fiel que deciden a la luz de la palabra de Dios y con el don del Espíritu Santo ". Por esto, aceptados los fundamentos eclesiológicos y los condicionamientos socio-culturales, la teología pastoral se desarrolla a la búsqueda de un criterio de valoración y de opción, entendido al servicio del acontecimiento Jesús: el NT se convierte en el lugar privilegiado para comprender el proyecto de Dios manifestado en Jesucristo y actuado históricamente por las comunidades apostólicas. La teología pastoral se enriquece con las adquisiciones hermenéuticas, y pasa a ser un momento interpretativo de la realidad socio-eclesial a la luz de lo que Dios ha revelado en el acontecimiento Jesús, y un acto de decisión bajo el poder del Espíritu. El aspecto carismático-ministerial de la acción pastoral es conducido a la misión fundamental de la iglesia de ser testimonio de Jesús en el mundo. Y esto en situaciones culturales bien determinadas y en la aceptación del pluralismo cultural, hoy difundido a nivel mundial, y a menudo local.

b) La reflexión pastoral de la iglesia española. Con ocasión de los veinte años de la promulgación de la constitución Sacrosanctum concilium (el día 4 de diciembre de 1963), la Conferencia episcopal española publicó la exhortación colectiva sobre La pastoral litúrgica en España, en la que los obispos españoles hacen un balance de este tiempo y una reflexión sobre la pastoral litúrgica llevada a cabo en este tiempo de renovación.

En efecto, la pastoral litúrgica es un hecho eclesial que inevitablemente se ve afectada por otros fenómenos producidos tanto en el interior de la iglesia como en los confines de la misma con un medio cultural y humano en que se desenvuelve.

El primero de todos estos factores ha sido indudablemente el proceso cultural y la evolución de la sociedad española durante estos años en que se ha debido realizar la reforma litúrgica. Y no es que exista una dialéctica o una exclusión mutua entre la cultura moderna y las formas religiosas y litúrgicas. Sencillamente se toleran y coexisten de una manera vaga y pasiva, sin contraste y sin integración. Esta mentalidad superficial, incoherente, reveladora de un enorme vacío espiritual que nos envuelve, representa la mayor dificultad no sólo para la pastoral litúrgica, sino para toda la labor eclesial, evangelizadora y catequética.

El secularismo, que es una corriente de pensamiento que tiende a negar lo trascendente o a relegarlo, ha llegado también a nuestra sociedad española con los mismos efectos de indiferencia y abandono de la fe, y no sólo de las actitudes religiosas. Este fenómeno, en su afán de borrar todo límite entre lo sagrado y lo secular, ha amenazado los fundamentos mismos de la liturgia, por lo cual es explicable el repliegue de muchas personas hacia formas intimistas de religiosidad y hacia nuevos modos de subjetivismo litúrgico. Otros factores, como la tensión entre la evangelización y la promoción humana; la simpatía hacia formas de presencia profética y de compromiso en el mundo, con exclusión a menudo de la dimensión celebrativa de la fe; el afán de convertir las celebraciones litúrgicas en medio de promoción humana y de toma de conciencia de los problemas sociales del momento, etcétera, han provocado graves desajustes en la comprensión del papel de la liturgia en la vida de la iglesia, y concretamente en la acción pastoral.

La renovación litúrgica fue acogida pastoralmente en España con euforia, despertando entusiasmo en los primeros momentos, haciendo que la liturgia estuviera de actualidad durante bastante tiempo. Se trabajó pastoralmente con entusiasmo y esfuerzo. Luego vino una fase, más larga, de cierta desilusión, para volver a surgir en una tercera etapa —la actual— la conciencia de la necesidad de una mayor fidelidad a los aspectos teológicos, espirituales y normativos de la liturgia. Sin embargo, en los años de desilusión pastoral se trabajó en muchos lugares silenciosa y eficazmente, poniendo en práctica las orientaciones pastorales-celebrativas de los nuevos rituales de los sacramentos. Los frutos de esta pastoral son: un resurgir de la religiosidad popular y el espíritu de oración manifestado en grupos, siendo la base y fuente de donde brota el espíritu que anima la actividad de la iglesia: la evangelización, el apostolado y la acción caritativa o de compromiso en el mundo.

La mirada de conjunto de la pastoral litúrgica en España produce una impresión satisfactoria, sobre todo si se tiene en cuenta el volumen de todo lo que era necesario revisar y renovar. Entre los frutos más positivos de la reforma litúrgica cabe señalar: el mayor conocimiento del misterio pascual en la vida cristiana; la dimensión comunitaria-eclesial; la calidad creciente de la participación de los fieles en las celebraciones; la diversificación de los ministerios y funciones en la asamblea litúrgica; la cercanía entre presidente y pueblo fiel para lograr una mayor comunicación humana y religiosa; la sensibilidad hacia lo festivo, lo simbólico, lo celebrativo; el interés por armonizar la sencillez con la estética en los gestos y actitudes; la atención a los grupos especiales y a las pequeñas comunidades celebrativas; la renovación del espacio celebrativo, etc. También se han presentado entre lo positivo algunas sombras. No pocas veces ha faltado la necesaria preparación catequética del pueblo cristiano para acoger y comprender el espíritu y las orientaciones de la reforma litúrgica.

El momento actual no puede ser más propicio para relanzar la reforma litúrgica por los caminos de la profundización y consolidación de cuanto se ha hecho de positivo. La pastoral litúrgica no puede ser una tarea aislada y unilateral. De ahí que debe estar inspirada por el genuino espíritu eclesial, y sin perder para nada su finalidad propia, debe estar orientada a la santificación del hombre y a la glorificación de Dios por el culto (cf SC 7,10).

A los veinte años de aquel acontecimiento que fue el Vat. II, bajo cuyo impulso creador vive la iglesia, debemos apoyarnos en los muchos signos de vitalidad que en todos los sectores del pueblo de Dios se encuentran en relación con la liturgia, y aceptar el reto de una nueva etapa ilusionada y realista a la vez, pero firme en los propósitos y en el empeño constante y esperanzador. Es necesario acercar pastoralmente la liturgia al hombre y el hombre a la liturgia. Hay que poner el acento e interés en ayudar a descubrir la liturgia como centro y cumbre de la vida cristiana por celebrarse el misterio pascual de Cristo.

c) Influjo de las perspectivas pastorales en la pastoral litúrgica. Dado que se desarrolla alrededor de ritos transmitidos tradicionalmente y propuestos por los l libros litúrgicos, la pastoral litúrgica es ciertamente la más concretamente determinada: hay momentos establecidos, contenidos precisos, modos obligatorios. Y, sin embargo, el contexto eclesial en el que se desarrolla, las orientaciones pastorales que prevalecen, las relaciones con el mundo que la comunidad establece, influyen notablemente en la reflexión y la actividad de la pastoral litúrgica. Esta se sitúa entre lo ritual y lo eclesial, no sólo como mediación, sino interpretando y, en consecuencia, con un análisis de la situación socio-cultural que se refleja en las asambleas celebrativas, con un discernimiento de los sujetos que celebran o de los candidatos a las celebraciones, con previsiones e iniciativas de lo que el celebrar implica para la comunidad.

El planteamiento comunitario que ha asumido definitivamente la teología pastoral, al menos a nivel teórico, ha sido muy importante para la pastoral litúrgica; incluso se debe reconocer que en gran parte se debe precisamente a ella el redescubrimiento de la asamblea-comunidad como sujeto integral de la celebración. Pero ahora parece importante la adquisición del aspecto cristológico para la caracterización de las celebraciones litúrgicas como formas testimoniantes de la fidelidad de las comunidades eclesiales al proyecto mesiánico de Jesús. Las relaciones con el mundo y la misión de la iglesia sólo encontrarán una adecuada solución en la interpretación continua de quién fue el Jesús histórico, que ha llegado a ser Señor y Mesías (He 2,36) por el poder del Padre, y de qué proyecto de hombre y de comunidad fue portador e iniciador, y por lo tanto de lo que la iglesia debe ser en las diversas situaciones. Semejante trabajo no podrá dejar indemnes las celebraciones, sino que las llevará a ser lugares en los que se hace memoria y se proclama la actualidad de este proyecto mesiánico, nos ofrecemos a Dios para estar disponibles a su acción en el mundo, y donde simbólicamente se expresa y pneumatológicamente se experimenta ese modo nuevo de ser y de relacionarse.

3. LA CALIFICACIÓN LITÚRGICA DE LA ACCIÓN PASTORAL. La acción pastoral se denomina litúrgica cuando se interesa por lo que pertenece a la liturgia o se relaciona con ella. Pero más allá de la determinación del objeto material, se pregunta qué tiene de un modo formal como específico litúrgico el conjunto de iniciativas prácticas que se toman y que no se pueden reducir a la simple ejecución ritual de la liturgia. Sin duda, el ambiente en el que se desarrollan las celebraciones litúrgicas se caracteriza por una sacramentalidad eclesial específica; y así se expresa de un modo específico el sacerdocio, tanto del cuerpo eclesial como el ministerial. Los documentos conciliares han advertido que lo sacramental y lo sacerdotal son dimensiones del ser y del actuar eclesial y cristiano (LG 1 y 10); en consecuencia, van más allá del ámbito litúrgico; en él, sin embargo, se expresan a través de "signos sensibles" (SC 7), "elementos rituales" (SC 59) o, en general, de sacramentos (LG 11), que constituyen lo propio, lo específico de lo que se llama litúrgico. En consecuencia, la pastoral litúrgica debe tomar en serio el hecho de que lo que la cualifica de un modo especial proviene de la atención orientada hacia los signos cultuales a través de los cuales la iglesia, reunida en asamblea, manifiesta lo que es por iniciativa de Dios —alcanzando así el máximo de significatividad y de eficacia y, por esto mismo, de sacramentalidad— y, al mismo tiempo, ejercita su acción sacerdotal en la relación de comunión con Dios, en la mediación representativa de Cristo y en la invocación del Espíritu Santo.

Evitando el plantear la cuestión teórica sobre la especificidad del sacerdocio cristiano, consideramos la dignidad y función sacerdotal como la posibilidad recibida de acceder a Dios superando el obstáculo del pecado, de entrar en diálogo de comunión con él y de significar a través de formas expresivas adecuadas estas relaciones no experimentables de forma inmediata; todo esto en Jesús y por la acción del Espíritu Santo. El mismo Jesús ha dado a su iglesia, en la cena eucarística, los signos rituales necesarios para recordar-expresar su acción sacerdotal por excelencia y para asociarse a ella apropiándonosla ritual y vitalmente; el Espíritu Santo, animando toda existencia cristiana y a las comunidades eclesiales, hace vivir este sacerdocio de un modo consciente y llena de eficacia los signos rituales que lo manifiestan. Por tanto, desde el punto de vista operativo-ritual, la mediación sacerdotal es la capacidad de significar simbólicamente la relación de comunión con Dios que la biblia revela y que la iglesia vive. Por esto la acción pastoral es litúrgica cuando está atenta a todo aquello que en la existencia cristiana y en la actividad de la iglesia emerge como expresión ritualizada de la dignidad y función sacerdotal para favorecerlo e interpretarlo desde la fe. Toma en serio el hecho de que todo fiel, por su dignidad sacerdotal (LG 10-11) y por el "sentido de la fe" (LG 12), debe estar en situación de interpretar el lenguaje cristiano de los signos rituales y de ser él mismo sujeto que realice actos simbólicos que sean significativos.

El campo de la acción pastoral litúrgica se extiende a ámbitos más amplios que la celebración de las asambleas, ocupando incluso los espacios rituales de la oración personal, familiar, catequística y popular, como las formas devocionales o de piedad, valorándolas en relación con la liturgia y relacionándolas con ella. Además, la pastoral litúrgica muestra cómo las actitudes espirituales cristianas y las diversas actividades pastorales encuentran su momento de expresión simbólica, y por lo mismo de una eclesialidad y sacramentalidad intensas, en la liturgia entendida como "cumbre y fuente" (SC 9-10).

La pastoral litúrgica proporciona a cuantos tienen funciones ministeriales en las asambleas litúrgicas, y especialmente a aquellos cuyo ministerio se define como sacerdotal por antonomasia, la profesionalidad requerida por el deber de actuar ritualmente de modo que se signifiquen las complejas relaciones que los creyentes cristianos tienen con el Dios de Jesucristo en la iglesia por el Espíritu Santo. La competencia doctrinal y la capacidad operativa de realizar las celebraciones litúrgicas de modo que resulten significantes y comunicadoras de las realidades divinas que aquéllas tienen el deber de expresar sacramentalmente, y de educar a los fieles en la cultura de la fe que les haga capaces de interpretar y participar fructíferamente, deben ser el bagaje intelectual y práctico de quienes son llamados a ser presidentes de las asambleas litúrgicas, las cuales reúnen a las comunidades de las que aquéllos son pastores.


III. La pastoral litúrgica en relación con los ritos y con las asambleas

Las "palabras y cosas presentidas", que constituyen la "tradición sagrada" y cuya "comprensión crece" (DV 8), son el tejido con el cual la pastoral litúrgica construye las celebraciones adecuándolas a las asambleas concretas. La biblia y los ritos sacramentales son la sustancia de esa tradición eclesial, cuya riqueza espiritual debe ser interpretada, asimilada y celebrada en toda época y en todo lugar. En la práctica es colocada a disposición de las iglesias a través de los t libros litúrgicos que, al servirse de la biblia y presentar eucológicamente los sacramentos, hacen ya una interpretación y pretenden favorecer la asimilación a través de esa especial actividad eclesial que es el celebrar.

1. INTERPRETACIÓN PASTORAL DE LOS LIBROS LITÚRGICOS. A su vez, los libros litúrgicos exigen no sólo una ejecución de tipo ritual, sino también una interpretación de su contenido desde la perspectiva de la actuación pastoral. Los libros nacidos de la reforma litúrgica del Vat. II tienen unos praenotanda (= introducción) o institutiones (principios y normas) que señalan su valor teológico, su función eclesial y su posible aplicación pastoral. Antes de usar un libro litúrgico debe examinarse atentamente lo que nos propone y los diversos modos como puede celebrarse. Una mentalidad de tipo ritualista todavía difundida entre el clero se preocupa sobre todo por la ejecución exacta de las rúbricas. La Ordenación General del Misal Romano muestra cuál es la adecuada comprensión-ejecución de un libro litúrgico: "Puesto que la celebración eucarística, como toda la liturgia, se realiza por signos sensibles, con los que la fe se alimenta, se robustece y se expresa, se debe poner todo el esmero posible para que sean seleccionadas y ordenadas aquellas formas y elementos propuestos por la iglesia que, según las circunstancias de personas y lugares, favorezcan más directamente la activa y plena participación de los fieles y respondan mejor a su aprovechamiento espiritual" (OGMR 5). El bonum animarum es el máximo criterio pastoral para la elección y preparación de las formas rituales que el libro propone; en la práctica se deben realizar teniendo en cuenta las circunstancias concretas de las personas y del ambiente, de modo que se llegue a conseguir la implicación del conjunto de la asamblea que participa. Para llegar a esto, el libro litúrgico debe ser sometido a una interpretación que puede realizarse según el siguiente esquema: proyecto, programación, realización'.

a) El proyecto teológico-pastoral de un rito. De los libros litúrgicos, el agente pastoral debe tomar sobre todo las afirmaciones teológico-pastorales que señalan el objetivo que la iglesia se propone con ese rito o con esa secuencia ritual. Por ejemplo, en cuanto a los ritos de introducción de la misa, la OGMR dice: "La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oír como conviene la palabra de Dios y a celebrar dignamente la eucaristía" (n. 24). Por tanto, el problema pastoral no es el de realizar perfectamente cada uno de los elementos rituales, sino de realizar toda la secuencia ritual de modo que se alcance ese objetivo, y de respetar el "carácter de exordio, introducción y preparación" (ib) propio de estos ritos. En el RP se entiende que la iglesia no se limita a proponer diversos modos de celebración; en la introducción nos invita a construir todo un sistema penitencial ", poniendo de manifiesto cómo la penitencia debe practicarse "en la vida, en la liturgia y especialmente en el sacramento de la penitencia" (cf n. 4). Sólo en este contexto llegan a tener su significado los diversos ritos que se proponen. En el RBN hay una introducción general que plantea el bautismo de los niños desde la perspectiva de la iniciación cristiana; desde ese punto de vista debe comprenderse también el RC. Los primeros 19 números de la OGLH configuran el modelo de una comunidad orante antes de explicar la propuesta concreta de la liturgia de las Horas. Este conjunto de afirmaciones teológico-pastorales, que se pueden encontrar en las introducciones, e individualizables en la misma estructura de las celebraciones, es lo que llamamos proyecto de un rito. Los agentes pastorales lo deben tener siempre presente como perspectiva ideal y como modelo de inspiración, aunque haya necesariamente una distancia entre formulación teórica y aplicación práctica.

b) El "programa" ritual de una celebración concreta. Para celebrar un rito y para realizar su proyecto, la asamblea litúrgica utiliza los diversos elementos rituales organizados según una secuencia orgánicamente establecida y distribuidos según roles ministeriales determinados. Es necesario un programa preparado con anticipación, que prevea los movimientos, los gestos, los textos de lectura y de oración, los cánticos, y que confíe su ejecución a los actores disponibles. No todo ha de estar rígidamente prefijado, ya que hay intervenciones del presidente o de los ministros del tipo moniciones que "no requieren que se reciten exactamente en la forma propuesta en el Misal" (OGMR 11), o del tipo exhortaciones a menudo introducidas así: "Con estas palabras u otras semejantes". Pero estos momentos, que forman parte del desarrollo de la celebración, deben estar cuidadosamente previstos y preparados, dado que la celebración no soporta improvisaciones espontáneas o enseñanzas prolijas'". A menudo, antes de comenzar la celebración se presenta un sumario que enumera la sucesión de los elementos rituales con los actores que los ejecutan. Pero ¿con qué criterios se prepara este programa ritual? Frecuentemente el libro litúrgico ofrece formas o elementos rituales alternativos, da la posibilidad de elegir (OGMR, c. VII), faculta para escoger otros formularios (OGLH 246-252), indica posibles adaptaciones que corresponden al presidente (cf RP 40). Todo esto sin tener en cuenta todo lo que cada libro deja a las conferencias episcopales para la acomodación a las diversas regiones y circunstancias".

En algunos casos, como en la misa con -> niños, se permiten amplias posibilidades de omitir o sustituir elementos rituales para mejor alcanzar el objetivo previsto. Por lo tanto, el programa para cada celebración concreta es el resultado de la atenta elección y de la oportuna disposición de los elementos rituales —algunos contenidos en los libros litúrgicos, otros tomados de los repertorios, como los cánticos, y otros previstos como momentos de un hablar no ritualizado— en relación con la asamblea concreta, teniendo presente siempre el proyecto inspirador. Allí donde la celebración se repita, como la misa dominical en una iglesia parroquial, la configuración del programa deberá contar también con una pedagogía pastoral progresiva.

c) La dirección ejecutiva. Normalmente, el modo de ejecución de los elementos rituales programados es sugerido por las rúbricas, que se pueden considerar como indicaciones técnicas ceremoniales. Las acciones litúrgicas —la proclamación de una lectura, el intercambio de un saludo, la recitación de una oración, un cambio de lugar, la realización de un gesto, la ejecución de un cántico— exigen una realización que respete y subraye su valor simbólico, que favorezca su misma fuerza comunicativa y significante, que contribuya a crear un clima comunitario y una atmósfera religiosa, que suscite tanto el sentido de la fiesta como la disposición para la contemplación. Son ceremonias, porque se salen de lo normal y de lo banal; pero corren continuamente el peligro de caer en un formalismo vacío de significado o en una solemnidad retórica. Los libros litúrgicos dan sugerencias sobre el modo como se deben realizar los ritos (cf OGMR 18; 20-23); pero su medida, su tono, su estilo no pueden establecerse a priori de una vez por todas, dada la variedad de elementos en juego: la personalidad del ministro, la cantidad y amplitud de la asamblea, la circunstancia concreta de la celebración. Aunque en el ámbito litúrgico "el estilo es el hombre", en cuanto que las acciones rituales son realizadas por personas y el verdadero símbolo ritual es la persona que actúa y se expresa, también es verdad que la persona debe contener sus sentimientos y adecuar sus gestos al papel que representa, siendo en la asamblea signo de Cristo Señor, que actualmente realiza ese servicio. Todo este conjunto de sugerencias e indicaciones para la ejecución del programa ritual, adecuándolo tanto a las personas como a las circunstancias, puede denominarse dirección, por analogía con el teatro, donde la dirección es el arte de representar a través de la puesta en escena del guión. Las recientes disposiciones no contemplan al ceremoniero, pero aluden a la posibilidad de que "sobre todo en las iglesias y comunidades de mayor importancia haya alguien designado para la preparación adecuada de las acciones sagradas y para que los ministros las ejecuten con decoro, orden y piedad" (OGMR 69).

2. VALORACIÓN PASTORAL DE LAS ASAMBLEAS LITÚRGICAS. La elección y la disposición de las formas y de los elementos propuestos por los libros litúrgicos para configurar una celebración concreta debe hacerse "según las circunstancias de personas y lugares" (OGMR 5) y mirando "más al bien espiritual común de la asamblea que a sus (del sacerdote presidente) personales preferencias" (OGMR 313). El carácter comunitario-asamblear de las celebraciones es ya un principio adquirido (SC 26-27), y por tanto debe orientar toda iniciativa de la pastoral litúrgica que, "mirando a la naturaleza y demás circunstancias de cada asamblea", debe ordenar toda la celebración "de modo que favorezca la consciente, activa y total participación de los fieles, es decir, esa participación de cuerpo y alma, ferviente de fe, esperanza y caridad" (OGMR 3). La asamblea concreta, como existe aquí y ahora, interviene condicionando el planteamiento y la conducción de la celebración, que deberá adecuarse por tanto a ella en el modo de realizar los ritos y en sus formas expresivas.

a) Factores condicionantes de la expresión de la celebración. Los condicionamientos más evidentes son de orden sociológico; y es positivo valorar la asamblea a partir de los diversos grupos de edad, pertenencia cultural o estratificación social. Pero se ha observado que los factores que influencian más especialmente en la participación están relacionados con los niveles de fe, con las experiencias eclesiales, con las relaciones existentes entre los presentes, con el conocimiento del presidente y de los ministros. El ideal de una asamblea es la heterogeneidad sociológica y cultural (en cuanto que expresa mejor la realidad del pueblo de Dios) junto con la homogeneidad en la experiencia de fe y de vida eclesial, con tal de que ésta no desaparezca bajo una religiosidad de tipo genérico y una pertenencia puramente jurídica. Basándose en los diversos modos de pertenecer a la iglesia, un estudioso ha individuado algunos elementos dominantes (sacramental y cultual, catequético, apostólico y evangelizador, espiritual y comunitario, socio-político), que caracterizan la percepción y la participación en la eucaristía, y por tanto el modo de estar presentes en la asamblea litúrgica. Si prevalecen los tres últimos elementos dominantes, nos encontramos con grupos o pequeñas comunidades, cuyas exigencias y sensibilidad caracterizan notablemente la asamblea y, por tanto, las celebraciones correspondientes. Las asambleas parroquiales son ahora constituidas por cristianos donde domina el elemento catequético, es decir, que han seguido cursos catequísticos y tienen una cierta atención ante las propuestas eclesiales para su vida de fe, con un porcentaje más o menos amplio de cristianos de dominante cultual, preocupados sólo por la observancia, y presentes de modo masivo en algunas circunstancias y en las grandes fiestas.

La misma disposición de los fieles en la asamblea —situados frente al presbiterio o formando un semicírculo en torno a él; esparcidos por la iglesia; en círculo, mirándose unos a otros—, además de su amplitud, determina modos diferenciados de celebrar y, por tanto, estilos diversos de participación. Pertenece a los responsables pastorales de la liturgia valorar las formas participativas que conviene exigir a una asamblea, sin exigir lo que ella no puede dar, pero tampoco privándola de aquellos modos de expresarse de los que es capaz.

b) Factores condicionantes de la misma posibilidad de la celebración. Se abre aquí un nuevo capítulo de la acción pastoral que afecta de cerca a la pastoral litúrgica y que concierne a la valoración de las "condiciones de posibilidad de celebración" de un sacramento eclesial. ¿Qué actitudes conscientes de fe son exigidas para que los responsables de la iglesia puedan juzgar como oportuno dar un sacramento a aquellos que lo piden? La propuesta del RICA hizo entender que a la iglesia no se pide el sacramento, sino el ser introducido en la fe cristiana; los sacramentos son dados por la iglesia después de que se ha manifestado la oportuna disposición. Por esto, los catecúmenos son elegidos para prepararse a su recepción.

En todas las introducciones o praenotanda de los ritos sacramentales se alude a SC 59: "Los sacramentos suponen la fe"; pero la reflexión teológico-pastoral se plantea una cuestión: ¿Qué fe? ¿Basta una fe religiosa o es necesaria la fe en Jesús, el Señor? ¿Es suficiente una fe cristiana? global o se requiere una fe informada por los significados teológicos y espirituales del sacramento que se recibe? ¿No es deseable una fe iluminada por el significado existencial y eclesial del sacramento, y por esto mismo educada para saber leer en profundidad el signo sacramental en el contexto de la celebración? ¿Cuándo y cómo desarrollar esta catequesis mistagógica? ¿Y cómo discernir la fe de los candidatos, y qué garantías de continuidad pedirles?

Estos interrogantes se hacen más urgentes, incluso dramáticos, en una situación eclesial caracterizada por la desaparición de la cristiandad, nada menos que llamada poscristiana por la prevalencia de actitudes públicas secularizadas y la desaparición de los soportes ambientales y culturales de la vida cristiana. En esta situación, difundida por. Europa occidental, ¿es posible y oportuno admitir a todos a las celebraciones sacramentales? ¿O no es pastoralmente más prudente y religiosamente más indicado ofrecer oportunidades de celebrar adecuadas a los diversos niveles de fe, favoreciendo así un crecimiento en la comprensión del evangelio, para no desilusionar con una apresurada oferta sacramental? A este propósito se habla de la liturgia del umbral, dirigida a familiarizar a las personas con la escucha creyente, con la oración personal y con algunos signos eclesiales.

[-> Evangelización y liturgia].

3. CONDUCCIÓN PASTORAL DE LAS CELEBRACIONES. Plantear programáticamente una celebración para una asamblea concreta y dirigirla de modo que resulte significativa para quien participe en ella exige un profundo respeto por la naturaleza simbólica de toda acción litúrgica. Aquí está el límite infranqueable de la adaptación de la celebración a la asamblea, ya que es ésta la que debe ser llevada a percibir y asimilar los mensajes propuestos por los signos litúrgicos, que en su estructura ritual y en sus contenidos son un dato no manipulable. La mediación pastoral del presidente y de los ministros debe favorecer la comunicación simbólica que tiene lugar en el momento de celebrar y que une directamente a cada fiel con las realidades significadas. A esto se llega teniendo en cuenta las características propias de la comunicación simbólica, así como de esos símbolos particulares que son las acciones litúrgicas.

a) Asegurar la verdad humana de los signos litúrgicos. Para que una acción ritual-simbólica sea comunicadora de mensajes religiosos, debe ser ante todo simplemente humana. Aun en su estilización ritual, una acción litúrgica debe permanecer humanamente verdadera: diálogo donde hay personas que hablan y que escuchan; banquete donde se come y se bebe; agua que corre sobre el cuerpo... Los ritos corren a menudo el peligro de estilizarse tanto que pierden toda relación con las acciones análogas de la vida normal, llegando incluso a tener necesidad de una explicación para ser considerados como gestos antropológica y culturalmente verdaderos. Esta verdad humana, soporte de la significación religiosa, se obtiene cuando se cuida la calidad de los objetos usados y del ambiente en el que se celebra; pero también es importante el actuar de los ministros, ya que el símbolo litúrgico es casi siempre una acción. El mismo modo de hablar debe tener en cuenta los signos paralingüísticos (entonación, pronunciación, ritmo, sonoridad...) que suministran a los oyentes la clave para descodificar correctamente el significado de lo que se dice. La fuerza significativa de la celebración, y en consecuencia su capacidad comunicadora, depende del comportamiento de los que realizan los diversos signos (una lectura, un diálogo, un cántico, un gesto...) con espontaneidad y con sencillez solemne, con la conciencia de, simbólicamente, mediar la realidad divina de la salvación.

b) Hacer perceptibles las "otras" realidades significadas. Pertenece al símbolo el juntar realidades de orden diferente (sensible-espiritual; terrestre-celeste; cósmico-humano-divino; pasado-presente-futuro...) y ofrecer una vía de acceso del orden constatable a aquel que puede ser intuido a través de una multiplicidad de relaciones. La acción simbólica es siempre multisignificativa, como rendija a través de la que se atisba un amplio horizonte contemplado desde el punto en el que aquella nos sitúa. La determinación de algunos significados surge del contexto en el que está inserto el símbolo y de la capacidad interpretativa del que lo experimenta. Así pues, para favorecer la comunicación simbólica se debe actuar sobre el contexto de la celebración para plantear la acción simbólica en la perspectiva correcta, y sobre las personas presentes para suscitar en ellas la capacidad de recepción e interpretación. La acción pastoral seguirá estas dos pistas y no pretenderá dar una explicación que empobrezca el alto valor evocador y provocador del símbolo y mortifique a la persona impidiéndole realizar esa actividad interpretativa que la predispone a la adhesión y al encuentro. Estos son los caminos de una auténtica catequesis sacramental que tienda más a la conversión que a la instrucción, y que se preocupe de poner los condicionamientos mínimos para que en la celebración se establezca el diálogo con Dios, que habla y se comunica a través de los signos. En primer lugar se tendrá en cuenta la ley litúrgica de la relación palabra-sacramento, por la que una acción sacramental siempre está precedida por un texto bíblico que narra el acontecimiento salvífico que el sacramento actualiza. En segundo lugar se tendrá presente la otra ley litúrgica: la relación oración-sacramento, por la cual una acción sacramental siempre está precedida por una invocación (epíclesis), con el fin de que el acontecimiento salvífico sea eficaz para las personas que ahora lo celebran. Se trata de despertar el deseo orientándolo, a través de la oración, hacia el proyecto divino.

c) Insertar la celebración en el horizonte experiencial-cultural de la asamblea. Para que se establezca una comunicación es necesario hablar de cosas que pertenezcan a los intereses, preocupaciones y esperanzas de aquellos a los que se dirige, o bien conecten con los intereses, preocupaciones y esperanzas ya presentes (aunque no explícitamente) en los interlocutores. Las celebraciones litúrgicas y su realización carecen a menudo de esto, y por ello mismo no aparecen unidas a la vida concreta y no influyen sobre ella. El lenguaje que allí se habla, incluso en los gestos simbólicos, queda fuera de la experiencia vital y no ayuda a interpretarla ni a orientarla. Esta traducción del lenguaje de la fe al contexto cultural en el que viven los creyentes-practicantes, para que comprendan las consecuencias para su vida y se conviertan a la oferta divina, no es una acción reservada a la pastoral litúrgica. Ante todo es deber de la teología, de la catequesis y de la espiritualidad; de ellas deduce la pastoral litúrgica los términos con los que plantea los textos bíblicos y las acciones simbólicas, poniéndolas en relación con las experiencias culturales y vitales de las personas presentes en las asambleas; pero no como una actividad teórica, sino compartiendo auténticamente esas experiencias comprendidas a la luz de la fe. Así formados, presidentes y ministros sabrán plantear la celebración y conducirla, con intervenciones más alusivas que descriptivas de la realidad cotidiana implicada por los signos litúrgicos, de modo que se permita esa comunicación profunda que Dios, en Jesucristo y por el Espíritu Santo, realiza con estos fieles y en esta asamblea.


IV. Centros operativos de la pastoral litúrgica

La constitución conciliar SC y la sucesiva reforma litúrgica han significado un viraje decisivo para el movimiento litúrgico, ya que han extendido a toda la iglesia los objetivos y métodos de la pastoral litúrgica, por mucho tiempo considerada como una actividad reservada a ambientes de élite. Afirmada la oportunidad histórica y la actualidad espiritual de la promoción y renovación de la liturgia (SC 43), el concilio se apresura a constituir órganos permanentes nacionales y diocesanos para "dirigir la actividad pastoral litúrgica" y "promover el apostolado litúrgico" (SC 44-45). Con el motu proprio Sacram liturgiam (25-1-64), Pablo VI instituye el Consilium para llevar a cabo la reforma litúrgica y establece que en cada una de las diócesis, o en la reunión de algunas, los obispos constituyan "una comisión cuyo deber sea el de atender al conocimiento y al incremento de la liturgia" (n. 2). La siguiente instrucción Inter oecumenici (26-9-64) precisa las normas para "la comisión litúrgica perteneciente a la asamblea de los obispos" (nn. 44-46) y para "la comisión litúrgica diocesana" (n. 47), atribuyéndoles también el deber de "dirigir la acción pastoral litúrgica" en todo el territorio de su competencia. El trabajo que había sido realizado anteriormente por los centros operativos y editoriales de carácter privado pasa así a las manos de los responsables mismos de la vida eclesial.

[-> Organismos litúrgicos].

1. ORIENTACIONES DE PASTORAL LITÚRGICA DE LA SEDE APOSTÓLICA. Confrontados con los documentos anteriores sobre liturgia, los publicados por los organismos eclesiásticos centrales posteriores al concilio manifiestan una cualidad pastoral decididamente nueva, interesándose por la participación del pueblo cristiano y por las iniciativas pastorales de los responsables. La edición de los libros litúrgicos, cuidada primero por el Consilium y después por la S. Congregatio pro Sacramentis et Cultu divino, comprende ahora instituciones generales o praenotanda que orientan para una utilización de los ritos consciente de su significado teológico y de su importancia pastoral, a menudo dando amplias posibilidades de adaptación a las situaciones concretas en conformidad con los nn. 37-40 de la SC. Instrucciones de carácter general o particular, como la Eucharisticum mysterium, tienen ante todo una finalidad pastoral; cartas sobre algunos temas referentes a la liturgia son enviadas por el cardenal presidente a los obispos y a las comisiones litúrgicas. La actividad de la S. Congregatio se recoge en el periódico mensual Notitiae, que publica también interesantes estudios sobre la misma pastoral litúrgica e incluye relaciones sobre cuanto se hace en las diversas naciones. El Consilium organizó en 1965 un congreso sobre Las traducciones de los libros litúrgicos a5, y la S. Congregatio tuvo en 1971 una reunión con los secretarios de las comisiones litúrgicas nacionales, deseándose la continuación de esta iniciativa".

2. DIRECTIVAS NACIONALES DE PASTORAL LITÚRGICA. La constitución de las conferencias episcopales, que reúnen a "los obispos de una determinada nación o territorio" (CD 37-38), ha llevado también a la institución de la comisión litúrgica nacional, formada por "miembros de la misma conferencia episcopal o, si no, tendrá como miembros a uno o dos obispos, a los que se unirán sacerdotes expertos en liturgia y pastoral, personalmente designados para esta tarea" (Inter oecumenici 44). A esta comisión "ayudará en lo posible un instituto de liturgia pastoral, compuesto de miembros eminentes en estas materias, sin excluir los seglares según las circunstancias" (SC 44). Deber de esta comisión es "encauzar dentro de su territorio la acción pastoral litúrgica... y promover los estudios y experiencias necesarios cuando se trate de adaptaciones que deben proponerse a la sede apostólica" (SC 44). De hecho, el trabajo fundamental de estas comisiones, a menudo reunidas por áreas lingüísticas, fue el preparar la traducción de los libros litúrgicos, a veces también con adaptaciones rituales y con unas oportunas directivas pastorales de acuerdo con las situaciones concretas. Al activo de estos organismos pertenece también la preparación de los documentos que a menudo la conferencia episcopal ha hecho propios o que la comisión ha publicado como propios, y la organización de encuentros nacionales de los responsables diocesanos de la liturgia. Una información sobre cuanto hacen las diversas comisiones litúrgicas nacionales se publica periódicamente en Notitiae.

Con la reforma y al lado de las iniciativas oficiales, han crecido los centros, los periódicos y las publicaciones de pastoral litúrgica, a menudo antecediéndolas con estudios y propuestas o acompañándolas con sugerencias y subsidios. A este respecto, las naciones de todas las áreas lingüísticas han visto multiplicarse las iniciativas. Todo este trabajo se ha mostrado fecundo, tanto para la formación de los agentes pastorales como para la realización de inteligentes experiencias de adaptación, allí donde un instituto de liturgia pastoral ha colaborado con los organismos oficiales y se ha hecho promotor de investigaciones, de sesiones de estudio y de publicaciones científicas y pastorales. Se ha constatado que si la liturgia debe estar regulada por la autoridad competente, permanecen amplios espacios que pueden y deben ser ocupados por iniciativas inteligentes.

En España, el Secretariado Nacional de Liturgia, órgano ejecutor de la Comisión episcopal de liturgia, ha sido el elemento coordinador y promotor de la pastoral litúrgica a escala nacional. Se ha servido de la colaboración de expertos para las traducciones y para los diversos documentos. Para coordinar y promover la puesta en práctica de la pastoral litúrgica se ha relacionado con las delegaciones litúrgicas regionales y diocesanas, los centros de pastoral litúrgica existentes, principalmente de Barcelona y la Asociación Española de Profesores de Liturgia.

[-> Organismos litúrgicos II, 11I]

3. PROGRAMAS DE PASTORAL LITÚRGICA A NIVEL DIOCESANO. Recomendada ya por la Mediator Dei (1947) y prescrita por la instrucción De musita sacra (1958), la comisión litúrgica diocesana prevista por la SC 46 es instituida expresamente por el motu proprio Sacram liturgiam (1964, n. 11) y recibe su definición y funciones en la instrucción Inter oecumenici (1964, n. 47). Además de "tomar conocimiento de la situación de la acción pastoral litúrgica en la diócesis", debe "sugerir y promover todas las iniciativas concretas que puedan contribuir al progreso de la liturgia...; sugerir en los casos particulares, o incluso para toda la diócesis, las etapas oportunas y progresivas de la acción pastoral litúrgica..., proponiendo los medios y los subsidios adecuados; cuidar de que en la diócesis las iniciativas que tienden a promover la liturgia procedan de acuerdo con la ayuda recíproca de las otras asociaciones...". "Se puede hablar de un verdadero y auténtico centro promocional y directivo de la pastoral litúrgica al servicio de toda la comunidad diocesana, clero y fieles"". En las diócesis más grandes, la comisión tiene un órgano ejecutivo permanente en el departamento litúrgico diocesano, denominado también departamento de pastoral sacramental, que organiza cursos para los colaboradores litúrgicos, produce subsidios y está disponible para consultas. Desde el comienzo, la comisión diocesana de liturgia ha tenido a su lado una comisión de música sagrada y otra de arte sacro; "muchas veces será oportuno que estas tres comisiones sean unificadas en las diócesis particulares" (Sacram liturgiam 3). En algunas naciones, como España, se ha visto oportuno formar también a nivel regional un organismo de coordinación y promoción de las actividades de pastoral litúrgica. Algunas veces en la revista Pastoral Litúrgica, de la Comisión episcopal de liturgia, se publican las crónicas y las iniciativas de estos organismos regionales. La actividad de estos niveles es muy importante para la pastoral litúrgica, porque están más directamente en contacto con las realidades locales y son más directamente operativos en la relación con los sacerdotes y sus colaboradores.

4. ACTIVIDADES DE PASTORAL LITÚRGICA A NIVEL PARROQUIAL. Toda celebración que quiera adecuarse a la asamblea y que se desarrolle de un modo significativo con la colaboración de ministros debe estar precedida por una preparación práctica hecha "con ánimo concorde entre todos aquellos a quienes atañe, tanto en lo que toca al rito como al aspecto pastoral y musical, bajo la dirección del rector de la iglesia, y oído también el parecer de los fieles en lo que a ellos directamente les atañe" (OGMR 73). Es obvio que en este trabajo preparatorio debe estar presente el sacerdote presidente, aunque no sea el rector de la iglesia. Para las celebraciones dominicales y festivas de asambleas regulares, estos colaboradores que preparan la celebración y animan la asamblea tienden a constituir un servicio permanente y a organizarse en un grupo. A menudo el cuidado de una asamblea es asumido por los miembros de un grupo eclesial que entre sus actividades tiene también la de reflexionar sobre las lecturas bíblicas y sobre la liturgia de la misma en conjunto con el presidente, la de preparar las diversas intervenciones y propuestas rituales y la de distribuir los diversos servicios. En las iniciativas de catequesis particulares con vistas a los diversos sacramentos se han introducido fieles que se convierten también en colaboradores para la preparación y conducción de la celebración: para el bautismo de los niños, la misa de primera comunión, la confirmación, el matrimonio... A menudo las personas interesadas —padres, confirmandos, novios—son invitados a participar activamente en la preparación, además de realizar alguna función relevante en la celebración. De todas estas actividades en torno y dentro de la liturgia van surgiendo fieles que colaboran con una cierta frecuencia y competencia; con ellos se constituye el grupo litúrgico °N. Con él el párroco no se limita a preparar cada una de las celebraciones, sino que piensa y programa toda la actividad pastoral litúrgica de la parroquia, atendiendo a las diversas asambleas y con un plano de formación progresiva para ellas. El mismo consejo pastoral debe interesarse por proyectar y evaluar la vida litúrgica cuidando de que tenga relación con las diversas formas de catequesis y que influya sobre la calidad de la vida comunitaria, familiar y personal. Sobre todo los tiempos litúrgicos fuertes (cuaresma, tiempo de pascua y adviento), que unifican la actividad de los diversos grupos y las diferentes iniciativas pastorales, deben proyectarse a nivel de consejo pastoral.

En este nivel de la base actúa de un modo eficaz la pastoral litúrgica, y en consecuencia debe ser el sector que reciba las mayores atenciones, no sólo para controlar y orientar la ejecución, sino para manifestar las exigencias, verificar las propuestas, experimentar las soluciones y acoger eventuales intuiciones prácticas. No deben olvidarse las liturgias de -> grupos y comunidades, más o menos unidas a la parroquia, y en los que la situación asamblear y eclesial permite formas de celebrar más informales y a menudo más ricas y significativas. Frecuentemente en estos grupos hay una notable capacidad creativa --piénsese en los cánticos-- cuya producción pasa después a las asambleas parroquiales. Pero el paso de una asamblea a otra no puede ser automático, y necesita una cuidadosa reflexión.

[l-> Secularización; ->l Movimiento litúrgico; -> Formación litúrgica; -> Participación; -> Animación].

L. Della Torre

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