LITURGIA EN EL NUEVO CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO
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SUMARIO: I. El pueblo de Dios: 1. Los fieles: a) Los fieles en general, b) Los laicos, c) Los clérigos; 2. La constitución jerárquica de la iglesia: a) Los obispos, b) Los párrocos, c) Otras personas eclesiásticas; 3. Los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica: a) Los institutos religiosos, b) Los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica - II. El poder de la iglesia de enseñar - III. El poder de la iglesia de santificar: 1. Los cánones introductorios; 2. Los sacramentos: a) Bautismo, b) Confirmación, c) Eucaristía (celebración: ministro, participación, ritos y ceremonias, tiempo y lugar; custodia y veneración), d) Penitencia, e) Unción de los enfermos, f) Orden, g) Matrimonio; 3. Otros actos del culto divino: a) Sacramentales en general, b) Liturgia de las Horas, c) Exequias; 4. Los lugares y tiempos sagrados: a) Los lugares sagrados, b) Los tiempos sagrados.


El Código de Derecho Canónico (CDC) de 1983 no establece por lo general nada sobre los ritos que han de ejecutarse en la celebración de las acciones litúrgicas; por ello siguen siendo válidas las leyes litúrgicas vigentes en el momento de la promulgación del código mismo, a menos que alguna de ellas sea contraria a sus cánones: así lo leemos en el can. 2 del nuevo CDC, que recoge sustancialmente el can. 2 del precedente CDC, de 1917.

A pesar de esto, la -> liturgia ocupa un puesto notable en el nuevo CDC: no tanto por lo que se refiere a las normas estrictamente litúrgicas, es decir, directamente relacionadas con la ejecución de los ritos de las diversas celebraciones, cuanto más bien por lo que se refiere a otras disposiciones, que sólo de forma indirecta se relacionan con dichos ritos [-> Derecho litúrgico].

Esto sucede dentro del pleno respeto a los principios establecidos por el Vat. II, sobre todo a los que se contienen en la constitución Sacrosanctum concilium sobre la liturgia,

en los diferentes documentos aplicativos de la misma y en los nuevos -> libros litúrgicos. A menudo se recogen, a la letra o sustancialmente, textos contenidos en tales fuentes. Merecen una particular atención los textos que son expresión de la teología del Vat. II en su multiforme dimensión dogmática, ascética y pastoral.

El examen detallado de todos los puntos del CDC que tratan de liturgia en la forma indicada requeriría un tratamiento muy amplio, sobre todo si se quisiera indicar sus fuentes y esbozar un comentario, por sencillo que fuese. Nos limitamos, por tanto, a una sencilla visión de conjunto que permita un primer conocimiento del asunto. Nos interesa sobre todo el examen de los libros II, III y IV del nuevo CDC. Los describiremos ateniéndonos al orden que se sigue en ellos.


I. El pueblo de Dios

El libro II del CDC (cáns. 204-746) trata de la iglesia considerada como pueblo de Dios.

1. Los FIELES. Se habla de ellos en la parte primera del libro II (cáns. 204-329).

a) Los fieles en general. En el título I (cáns. 208-223), que trata en general de los fieles, se destaca su derecho a dar culto a Dios según las prescripciones de su propio rito aprobado por los legítimos pastores de la iglesia (can. 214).

b) Los laicos. En el título II (cáns. 224-231), que trata de las obligaciones y de los derechos de los laicos, merecen particular atención los cánones que tratan de los ministerios de lector y acólito, a los que pueden ser promovidos establemente los laicos varones por medio del rito litúrgico prescrito; de los oficios de lector, comentarista, cantor y de otros oficios, para los que puede delegarse temporalmente a los laicos; de la posibilidad que tienen los laicos, cuando faltan los ministros y en caso de necesidad, de ejercer el ministerio de la palabra, de presidir la oración litúrgica, de conferir el bautismo y de distribuir la comunión (can. 230). Para el recto cumplimiento de todos estos distintos oficios se requiere que los laicos tengan una preparación conveniente (can. 231, § 1).

c) Los clérigos. El título III (cáns. 232-293) trata de los ministros sagrados, es decir, de los clérigos. Es interesante lo que se dice de la formación clerical, subrayando las normas contenidas en la Instrucción de la Congregación para la educación católica (3-6-1979) sobre la formación litúrgica en los seminarios. Por lo que se refiere a la vida litúrgica de los seminaristas, se habla de la celebración eucarística diaria, que debe considerarse el centro de toda la vida del seminario; de la formación para la celebración de la liturgia de las Horas, que es la acción litúrgica con la que los ministros oran a Dios, en nombre de la iglesia, por el pueblo que tienen encomendado, más aún, por todo el mundo; del culto mariano; de la frecuencia en el sacramento de la penitencia (can. 246). Por lo que se refiere a la enseñanza de la liturgia a los seminaristas, se hace una alusión a las clases de liturgia en el plan de estudios (can. 252, § 3). Estas han de ser impartidas por profesores titulados con el grado de doctor o licenciado, distintos de los profesores de las demás disciplinas teológicas (can. 253). Como objeto particular de la enseñanza se indica todo lo que se refiere al sagrado ministerio, especialmente al ejercicio del culto divino y a la celebración de los sacramentos (can. 256, § 1).

Al tratarse luego de las obligaciones de los clérigos, se dice que deben alimentar su vida espiritual en la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la eucaristía; se dirige a los sacerdotes la invitación de celebrar cada día la eucaristía, y a los diáconos la de participar en ella igualmente cada día; para los sacerdotes y los diáconos aspirantes al sacerdocio se afirma la obligación de celebrar cada día la liturgia de las Horas, y para los diáconos permanentes la obligación de celebrarla en la medida que haya sido establecida por las conferencias episcopales (can. 276, § 2, 2.°, 3.°).

2. LA CONSTITUCIÓN JERÁRQUICA DE LA IGLESIA. Se habla de ella en la parte segunda del libro II (cáns. 330-572).

a) Los obispos. Los puntos más importantes relativos a nuestra materia son aquellos en que se habla de los obispos (cáns. 375-411). Es bella la definición que se da de ellos. Entre otras cosas se dice que los obispos, en virtud de la misma consagración episcopal, son maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros del gobierno de la iglesia (can. 375). Se les recomienda que la toma de posesión de la diócesis tenga lugar, con el acto litúrgico prescrito, en la iglesia catedral, en presencia del clero y del pueblo (can. 382, § 4). Entre las obligaciones del obispo se señalan las siguientes: como principal dispensador de los misterios divinos, debe procurar que los fieles encomendados a sus cuidados crezcan en la gracia mediante la celebración de los sacramentos, conozcan y vivan el misterio pascual (can. 387); debe presidir frecuentemente la celebración eucarística en la iglesia catedral y en otras iglesias de la diócesis, especialmente en las fiestas de precepto y en otras solemnidades (can. 389); debe vigilar para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente en lo que se refiere al ministerio de la palabra, la celebración de los sacramentos y de los sacramentales, el culto a Dios y a los santos (can. 392, § 2).

b) Los párrocos. Después de los obispos, se reserva a los párrocos un puesto especial en el ejercicio de la liturgia (cáns. 515-552). Se insiste en los siguientes puntos: el párroco tiene la obligación de proveer a que se anuncie en su integridad la palabra de Dios, entre otras cosas mediante la homilía que debe tenerse los domingos y las fiestas de precepto; debe procurar que la eucaristía sea el centro de la comunidad parroquial; debe lograr que los fieles se alimenten mediante la devota celebración de los sacramentos y se acerquen, en particular, frecuentemente a los sacramentos de la eucaristía y de la penitencia; debe procurar que los fieles cultiven la oración también en sus familias y participen activamente en la liturgia; debe regular el ejercicio de la liturgia en la parroquia y vigilar para que no se introduzcan abusos; debe preocuparse de los enfermos, sobre todo de los moribundos, confortándolos solícitamente con los sacramentós y recomendando sus almas a Dios (can. 528; can. 529, § 1). Se da también la lista de las funciones que quedan encomendadas de forma especial al párroco (can. 530) y se confirma la obligación de la misa "por el pueblo" (can. 534).

c) Otras personas eclesiásticas. Se habla también de las obligaciones y de los derechos de otras personas eclesiásticas: de los capítulos de los canónigos de las iglesias catedrales o de las colegiatas: les corresponde realizar las funciones litúrgicas más solemnes (can. 503); de los vicarios foráneos o arciprestes: deben proveer a que las funciones religiosas se celebren según las prescripciones litúrgicas y se observe cuidadosamente todo lo que se refiere al decoro y esplendor de las iglesias y de los objetos y ornamentos sagrados [-> Objetos litúrgicos/ Vestiduras], sobre todo en la celebración eucarística y en la custodia del santísimo sacramento (can. 555, § 1, 3.°); de los rectores de las iglesias: ellos también deben proveer a la digna celebración de las funciones sagradas y a la conservación y el decoro de los objetos y ornamentos sagrados y de los lugares sagrados (can. 562); de los capellanes: en atención a los fieles que tienen encomendados les corresponde oír confesiones, predicar la palabra de Dios, administrar a los que están en peligro de muerte el viático y la unción de los enfermos, y también la confirmación, en caso de que no la hubieran recibido todavía (can. 566, § 1), así como celebrar y regular las funciones litúrgicas (can. 567, § 2).

3. Los INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA. Se trata de ellos en la parte tercera del libro II (cáns. 573-746).

a) Los institutos religiosos. Se refiere a ellos la mayor parte de las indicaciones litúrgicas contenidas en la parte tercera. Donde se habla de la vida religiosa en general, se dice que el religioso vive plenamente su donación como un sacrificio ofrecido a Dios, lo cual le permite hacer de toda la propia existencia un continuo acto de culto a Dios celebrado en el amor (can. 607, § 1). En cuanto a las casas religiosas, se dice que deben tener al menos el oratorio en donde se celebre y se conserve la eucaristía de modo que sea el centro de la comunidad (can. 608). Otros puntos determinados: a los religiosos en general se les reconoce el derecho a realizar los ministerios sagrados en sus iglesias y oratorios (can. 611, 3.°); a los superiores se les recuerda el deber de alimentar frecuentemente a los hermanos con el pan de la palabra de Dios y de inducirlos a la celebración de la liturgia (can. 619); de los novicios se dice que deben ser formados en la contemplación del misterio de la salvación y en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura y preparados para dar culto a Dios en la liturgia (can. 652, § 2); también de los religiosos se dice: sus deberes principales y especiales son la contemplación de las realidades divinas y la asidua unión con Dios en la oración; cada día deben participar en el sacrificio eucarístico, recibir el cuerpo del Señor y adorar al mismo Señor presente en el sacramento; deben celebrar dignamente la liturgia de las Horas conforme a las prescripciones del propio derecho (salvo la obligación impuesta por derecho común a los clérigos), realizar todos los demás ejercicios de piedad y honrar con un culto especial a la Virgen santísima (can. 663, §§ 1-4); están sometidos al poder jurisdiccional de los obispos, entre otras cosas, en todo lo que se refiere al ejercicio bíblico del culto divino (can. 678, § 1).

b) Los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica. De los primeros se dice que sus miembros deben participar, si es posible, cada día en la celebración eucarística y que deben también acercarse frecuentemente al sacramento de la penitencia (can. 719, § 2-3); de las segundas, en cambio, se dice que sus miembros están sometidos al obispo diocesano en todo lo que se refiere, entre otras cosas, al culto público (can. 738, § 2).


II. El poder de la iglesia de enseñar

Trata de este poder de la iglesia el libro III del CDC (cáns. 747-833). También en este sector se encuentran algunas indicaciones que interesan a la liturgia. Se la llama una de las fuentes en que debe surtirse el ministerio de la palabra (can. 760). Se da un relieve particular a la homilía: ésta destaca entre las diferentes formas de predicación; es parte de la liturgia; está reservada al sacerdote o al diácono; en ella se deben presentar en el curso del año litúrgico, partiendo del texto sagrado, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana; se dan también normas particulares sobre los días en que es obligatoria la homilía (domingos y fiestas de precepto) y sobre los días en que se recomienda (can. 767, §§ 1-3). Donde se habla de la enseñanza catequética se insiste en que los párrocos aseguren una conveniente catequesis sacramental (can. 777, 1.°, 3.°). Donde se habla de la acción misionera de la iglesia se recomienda a los catequistas que organicen, entre otras cosas, la actividad litúrgica (can. 785, § 1), y se dan normas sobre el ordenamiento litúrgico del catecumenado (can. 788). Prescripciones particulares se refieren a la publicación de los libros litúrgicos, de sus versiones y de los libros de oración (can. 826).


III. El poder de la iglesia de santificar

Se trata de él en el libro IV del CDC (cáns. 834-1253). Aquí es, naturalmente, donde abundan las indicaciones de carácter litúrgico, estando el poder de santificar de la iglesia en estrecha relación con el ejercicio de la liturgia. El libro IV, después de algunos cánones introductorios(cáns. 834-839), trata en tres partes distintas de los sacramentos (cáns. 840-1165), de los demás actos del culto divino (cáns. 1166-1204), de los lugares y tiempos sagrados (cáns. 1205-1253).

1. LOS CÁNONES INTRODUCTORIOS son particularmente importantes. En el primero (can. 834) ante todo se lee que la iglesia ejerce su poder de santificación de modo especial por medio de la liturgia; luego se recoge la definición conciliar de liturgia (cf SC 7) como ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, mediante la cual se significa con signos sensibles y se realiza, del modo que le es propio a cada uno de ellos, la santificación de los hombres, y el cuerpo místico de Cristo, es decir, la cabeza y los miembros, ejerce el culto público íntegro; se precisa, en fin, que se debe considerar público el culto ejercido en nombre de la iglesia por personas legítimamente delegadas y con actos aprobados por la autoridad eclesiástica.

El can. 835 trata de los sujetos del poder de santificación. Los obispos son los grandes sacerdotes, principales dispensadores de los misterios de Dios, moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica de las iglesias que tienen encomendadas (§ 1). Los presbíteros son partícipes del sacerdocio de Cristo y ministros suyos bajo la autoridad del obispo, y son consagrados para celebrar el culto divino y para santificar al pueblo (§ 2). Los diáconos actúan en la celebración del culto según las disposiciones del derecho (§ 3). Los demás fieles tienen una parte propia en el ejercicio del poder de santificación, participando activamente, a su modo, en las celebraciones litúrgicas, especialmente en la celebración eucarística (§ 4).

Los demás cánones introductorios: el can. 836 examina la relación entre el culto cristiano, en el que se ejerce el sacerdocio común de los fieles, y la fe: el culto procede de la fe y se funda en ella; el can. 837 da la noción de acción litúrgica, insistiendo en la dimensión comunitaria y en la participación activa de los fieles en ella; el can. 838 habla de aquellos a quienes corresponde el ordenamiento de la liturgia (sede apostólica, obispos diocesanos, conferencias episcopales), determinando algunas de sus competencias; el can. 839 trata de las oraciones y de las demás prácticas piadosas (de penitencia y de caridad): son otros tantos medios para el ejercicio del poder de santificación.

2. Los SACRAMENTOS. Se trata de ellos en la parte I del libro IV, la más larga del libro. Antes del tratamiento de cada uno de los sacramentos, se encuentran algunos cánones preliminares (cáns. 840-848). Es fundamental el can. 840, que da la noción de los sacramentos. Interesa también lo que se dice inmediatamente después: sobre la autoridad competente en la disciplina sacramental (can. 841); sobre la íntima unión existente entre los tres sacramentos de la I iniciación cristiana (can. 842, § 2); sobre la necesidad de la debida preparación de los fieles para los sacramentos (can. 843, § 2); sobre la posibilidad para los fieles católicos de recibir, en ciertos casos y con ciertas condiciones, los sacramentos de la penitencia, de la eucaristía y de la unción de los enfermos de manos de ministros no católicos, y sobre la análoga posibilidad para los fieles pertenecientes a iglesias que no están en comunión con la iglesia católica de recibir los sacramentos mencionados de manos de ministros católicos (can. 844) [I Ecumenismo]; sobre la observancia de los libros litúrgicos en la celebración de los sacramentos (can. 846); sobre los sagrados óleos requeridos [-> Elementos naturales] para la administración de ciertos sacramentos (can. 847).

Luego se pasa revista, en siete títulos distintos, a cada uno de los sacramentos. Para cada sacramento se procede por lo general con el siguiente orden: celebración del sacramento, ministro, los que reciben el sacramento (y padrinos), normas de otra índole (inscripción en el registro, etc.). De cada sacramento subrayamos las normas que nos parecen más interesantes.

a) Bautismo. Debe administrarse según el rito establecido en los libros litúrgicos aprobados, salvo si se trata de necesidad urgente (can. 850); su celebración debe ser oportunamente preparada: mediante las diversas etapas del catecumenado, si se trata de adultos, o mediante la conveniente instrucción de los padres y de los padrinos, si se trata de niños (can. 851); lo que los cánones dicen del bautismo de adultos vale también para todos los que, habiendo salido de la infancia, han alcanzado el uso de razón (can. 852, § 1); fuera del caso de necesidad, el agua que se use para el bautismo debe bendecirse según las prescripciones de los libros litúrgicos (can. 853); el bautismo debe conferirse por inmersión o por infusión (can. 854); se puede celebrar cualquier día; se recomienda, sin embargo, celebrarlo ordinariamente en domingo o, si es posible, durante la vigilia pascual (can. 856); se dan normas particulares respecto al lugar de la celebración y a la fuente bautismal (cáns. 857-860); también es ministro ordinario, además del obispo y del presbítero, el diácono (can. 861, § 1); a la celebración del bautismo de adultos le sigue inmediatamente la celebración de la confirmación y de la eucaristía (can. 866); los niños, fuera del peligro de muerte, deben bautizarse dentro delas primeras semanas a partir del nacimiento (can. 867).

b) Confirmación. Se confiere mediante la unción del crisma sobre la frente, hecha con la imposición de la mano y con la fórmula prescrita en los libros aprobados (can. 880, § 1); el crisma debe ser consagrado por el obispo, aunque el sacramento sea administrado por un presbítero (can. 880, § 2); conviene administrar la confirmación durante la misa (can. 881); su ministro ordinario es el obispo; puede administrarla válidamente también un presbítero autorizado en virtud del derecho común o por una concesión especial (cáns. 882-883); por causa grave y en casos particulares al obispo y al presbítero autorizado pueden asociarse otros sacerdotes en la administración del sacramento (can. 884, § 2); la confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la edad de la discreción, a no ser que la conferencia episcopal determine otra edad, o haya peligro de muerte, o a juicio del ministro, una causa grave aconseje obrar de otra forma (can. 891).

c) Eucaristía. Son particularmente interesantes los dos cánones preliminares. El can. 897 es una síntesis teológica sobre la eucaristía. Se presenta la eucaristía en primer lugar como sacramento augustísimo, en el que se contiene, ofrece y recibe al mismo Cristo Señor, y del que continuamente vive y crece la iglesia; luego, como sacrificio eucarístico —memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el que se perpetúa a lo largo de los siglos el sacrificio de la cruz , que es cumbre y fuente de todo el culto y de la vida cristiana: es signo eficaz de la unidad del pueblo de Dios y medio con el que se realiza la edificación del cuerpo de Cristo; los demás sacramentos y todas las obras apostólicas de la iglesia están vinculados con la eucaristíay se ordenan a ella. El can. 898 recomienda que los fieles tributen la máxima veneración a la eucaristía, participen activamente en su celebración, la reciban con la máxima devoción y frecuentemente, y la veneren con suma adoración. Estos principios se desarrollan en los dos capítulos siguientes, que tratan expresamente de la celebración de la eucaristía y de su custodia y veneración.

Celebración de la eucaristía. También el canon preliminar a este tema (can. 899) es particularmente rico en doctrina: la celebración eucarística es acción del mismo Cristo y de la iglesia; en esta acción Cristo, presente sustancialmente bajo las especies del pan y del vino, a través del ministerio del sacerdote se ofrece a sí mismo al Padre y se da como alimento espiritual a los fieles que asocia a la propia ofrenda; en la sinaxis eucarística se convoca al pueblo de Dios [-> Asamblea] bajo la presidencia del obispo o del presbítero dependiente de él, que personifican a Cristo; todos los fieles que asisten, clérigos y laicos, participan en la celebración cada uno a su modo según la diversidad de los órdenes y de los oficios litúrgicos; la celebración debe disponerse de tal modo que todos los participantes perciban frutos abundantes, para cuya consecución instituyó Cristo el sacrificio eucarístico.

La reflexión sobre la celebración se desarrolla en torno a cuatro temas: ministro de la eucaristía, participación en ella, ritos y ceremonias, tiempo y lugar.

Ministro. Los sacerdotes pueden concelebrar [-> Concelebración eucarística], a no ser que la utilidad de los fieles requiera o aconseje otra cosa, quedando siempre a salvo la libertad de cada sacerdote de celebrar individualmente, pero no al mismo tiempo en que se está concelebrando en la iglesia u oratorio (can. 902); se invita a los sacerdotes a celebrar frecuentemente; más aún, cada día, aunque no pueda tenerse con la asistencia de fieles, porque la celebración eucarística es siempre acto de Cristo y de la iglesia y, al realizarla, los sacerdotes cumplen su principal ministerio (can. 904); se puede celebrar una sola vez al día, exceptuados los casos en que según las disposiciones del derecho es lícito celebrar o concelebrar varias veces el mismo día (can. 905, § 1); el ordinario del lugar puede conceder, con determinadas condiciones, la facultad de binar cada día y, por necesidad pastoral, de celebrar tres misas los domingos y fiestas de precepto (can. 905, § 2); sin causa justa y razonable, no celebre el sacerdote el sacrificio sin la participación de algún fiel (can. 906); los diáconos y los laicos no pueden decir las oraciones, especialmente la -> plegaria eucarística, ni realizar las acciones que son propias del sacerdote celebrante (can. 907); se prohíbe a los sacerdotes católicos concelebrar con los sacerdotes o ministros de las iglesias que no están en plena comunión con la iglesia católica (can. 908); no dejen los sacerdotes de prepararse debidamente con la oración para la celebración y de dar gracias a Dios al terminar (can. 909); son ministros ordinarios de la comunión el obispo, el presbítero y el diácono; ministro extraordinario es el acólito u otro fiel legítimamente delegado (can. 910).

Participación. Procúrese que los niños que han alcanzado el uso de razón estén debidamente preparados para recibir la eucaristía y recíbanla luego cuanto antes, si están suficientemente dispuestos, previa confesión sacramental (can. 914); quien tenga conciencia de hallarse en pecadograve debe acudir a confesarse antes de comulgar, a no ser que haya una razón grave para comulgar y no haya oportunidad de confesarse; en tal caso es preciso hacer antes un acto de perfecta contrición, que incluye el propósito de confesarse lo antes posible (can. 916); quien ya ha recibido la comunión puede recibirla de nuevo el mismo día durante la celebración eucarística en que participa (can. 917); se recomienda que los fieles reciban la comunión durante la celebración eucarística; por justa causa pueden también recibirla fuera de la misa (can. 918); la comunión ha de ir precedida del ayuno eucarístico de una hora, es decir, hay que abstenerse durante ese tiempo de cualquier alimento y bebida, a excepción del agua y de las medicinas (can. 919, § 1); el sacerdote que bina o celebra tres misas puede tomar algo antes de la segunda o de la tercera misa, aunque no medie una hora antes de la siguiente comunión (can. 919, § 2); las personas de edad avanzada, los enfermos y los dedicados a atenderles pueden recibir la comunión aunque hayan tomado algo durante la hora anterior (can. 919, § 3); los fieles, una vez que han recibido la eucaristía, están obligados a comulgar por lo menos una vez al año en el tiempo pascual, pero por justa causa pueden hacerlo en otro tiempo dentro del año (can. 920); los fieles pueden participar en el sacrificio eucarístico celebrado según cualquier rito católico; lo mismo vale para la recepción de la comunión (can. 923).

Ritos y ceremonias. Adminístrese la comunión bajo la especie del pan solamente o, de acuerdo con las leyes litúrgicas, bajo las dos especies; en caso de necesidad, también bajo la especie del vino solamente (can. 925); durante la celebración de la eucaristía y la distribución de la comunión los sacerdotes y los diáconos deben llevar los ornamentos sagrados [-> Objetos litúrgicos/ Vestiduras] prescritos (can. 929); los sacerdotes enfermos o de edad avanzada, si no pueden estar de pie, pueden celebrar la eucaristía sentados, observando para lo demás las leyes litúrgicas; para poder hacerlo ante el pueblo deben tener la licencia del ordinario del lugar (can. 930, § 1); los sacerdotes ciegos o enfermos pueden celebrar la eucaristía usando un formulario cualquiera de misa aprobado; les pueden asistir, si el caso lo requiere, un sacerdote, un diácono o un laico debidamente instruido (can. 930, § 2).

Tiempo y lugar. La eucaristía puede celebrarse y distribuirse en cualquier día y hora, exceptuados los excluidos por las normas litúrgicas (can. 931); debe celebrarse en un lugar sagrado, a no ser que una necesidad particular exija otra cosa: en tal caso celébrese en un lugar conveniente (can. 932, § 1); debe celebrarse en un altar dedicado o bendecido; pero fuera de los lugares sagrados puede celebrarse en una mesa apropiada, usando el mantel y el corporal (can. 932, § 2).

Reserva y veneración de la eucaristía. Los cánones relativos a la reserva vienen detrás de los que tratan de la celebración, para poner de relieve el vínculo existente entre la conservación y veneración de la eucaristía y su celebración. En los lugares en que se reserva la eucaristía debe haber siempre alguien a su cuidado y, en la medida de lo posible, en tales lugares se celebrará la misa al menos dos veces al mes (can. 934, § 2); no está permitido conservar en la propia casa o llevar consigo en los viajes la eucaristía, excepto en caso de una urgente necesidad pastoral: en tal caso, obsérvense las prescripciones del obispo diocesano (can. 935); las iglesias en que se conserva la eucaristía estén abiertas a los fieles todos los días al menos durante algunas horas, para que aquéllos puedan dedicarse a la oración ante el sacramento eucarístico (can. 937); habitualmente, la eucaristía debe conservarse en un solo sagrario de las iglesias u oratorios; por causa grave, sobre todo de noche, puede conservarse en un lugar más seguro, con tal que sea decoroso; el sagrario de estar colocado en una parte de la iglesia u oratorio destacada, visible, decorosa, adornada y apropiada para la oración; debe ser inamovible, hecho con material sólido no transparente y cerrado de manera que se evite al máximo todo peligro de profanación; quien cuida de la iglesia u oratorio ha de proveer a que se guarde con la máxima diligencia la llave del sagrario; ante el sagrario ha de lucir siempre una lámpara especial para indicar y honrar la presencia de Cristo (cáns. 938; 940); en las iglesias y oratorios en que se conserva la eucaristía se puede hacer la exposición eucarística, tanto con el copón como con la custodia, pero no en el mismo local en que se esté celebrando en esos momentos la eucaristía; se recomienda una exposición anual solemne prolongada durante cierto tiempo, aunque no sea continuo (cáns. 941-942); ministro de la exposición y bendición eucarística es el sacerdote o el diácono; en casos especiales pueden exponer y luego hacer la reserva de la eucaristía, pero sin impartir la bendición, el acólito, el ministro extraordinario de la comunión u otro fiel delegado por el ordinario del lugar (can. 943); a juicio del obispo diocesano y ateniéndose a sus órdenes, se pueden hacer las procesiones eucarísticas por las calles públicas, especialmente en la solemnidad del cuerpo y sangre del Señor (can. 944).

d) Penitencia. La confesión individual e íntegra, con la absolución, constituye el único modo ordinario con que el fiel consciente de estar en pecado grave se reconcilia con Dios y con la iglesia (can. 960); en ciertos casos especiales se puede dar la absolución general a varios penitentes sin que preceda la confesión individual (cáns. 961-963); el lugar propio para celebrar el sacramento es la iglesia o el oratorio; las confesiones se oyen en el confesonario, a no ser que por justa causa se deba obrar de otro modo; las normas prácticas relativas al confesonario han de fijarlas las conferencias episcopales; provéase, no obstante, a que haya siempre en lugar visible confesonarios provistos de rejilla fija entre el penitente y el confesor, a los que puedan acceder libremente los fieles que lo deseen (can. 964); los que tienen la facultad de oír confesiones habitualmente, tanto por razón del oficio como por razón de la concesión del ordinario del lugar en que tienen el domicilio, pueden ejercer tal facultad en cualquier parte, a no ser que el ordinario del lugar, en un caso particular, lo haya prohibido (can. 967, § 2); los fieles, una vez llegados al .uso de razón, tienen la obligación de confesar los pecados graves al menos una vez al año (can. 989); los fieles pueden confesarse también con un confesor de otro rito, legítimamente aprobado (can. 991).

e) Unción de los enfermos. En caso de necesidad, cualquier presbítero puede bendecir durante la celebración del sacramento el óleo que se emplea para la unción (can. 999); se puede hacer la celebración común del sacramento para varios enfermos, ateniéndose a las prescripciones del obispo diocesano (can. 1002); todo sacerdote puede llevar consigo el óleo bendito para poder administrar el sacramento en caso de necesidad (can. 1003, § 3); el sacramento se administra a aquellos fieles que, tras haber alcanzado el uso de razón, comienzan a estar en peligro a causa de enfermedad o de vejez (can. 1004, § 1); la celebración del sacramento puede repetirse si el enfermo, una vez recobrada la salud, contrae nuevamente una enfermedad grave o si, durante la misma enfermedad, el peligro se hace más grave (can. 1004, § 2).

f) Orden. Son tres los grados del sacramento del orden: episcopado, presbiterado y diaconado (can. 1009, § 1); las órdenes se confieren mediante la imposición de manos y la oración consecratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado (can. 1009, § 2); la ordenación se celebra durante la misa, en domingos o en fiestas de precepto, pero por razones pastorales también otros días (can. 1010); generalmente se hace en las iglesias catedrales, pero por razones pastorales también en otras iglesias u oratorios (can. 1011, § 1); fuera del caso de dispensa por parte de la sede apostólica, en la consagración episcopal el obispo consagrante principal asocia a sí al menos a dos obispos consagrantes; pero es muy conveniente que junto con ellos consagren al elegido todos los obispos presentes (can. 1014); para los aspirantes al diaconado y al presbiterado se requiere el rito litúrgico previo de la admisión entre los candidatos a tales órdenes; no están obligados a esto los que, habiendo emitido los votos religiosos, forman parte de un instituto clerical (can. 1034).

g) Matrimonio. Entre los distintos medios con que la comunidad cristiana debe ofrecer una conveniente asistencia a los fieles en orden al estado matrimonial se indica también la fructuosa celebración litúrgica del sacramento del matrimonio: ésta debe poner de manifiesto que los esposos se constituyen, participando de él, en signo del misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la iglesia (can. 1063, 3.°); los católicos que no han recibido todavía la confirmación, deben recibirla antes de ser admitidos al matrimonio, si esto es posible sin dificultad grave (can. 1065, § 1); para que los esposos puedan recibir con fruto el sacramento, se les recomienda encarecidamente que se acerquen a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía (can. 1065, § 2); el matrimonio se celebra en la parroquia de uno de los contrayentes; para que se pueda celebrar en otra parte se requiere la licencia del ordinario del lugar o del párroco (can. 1115); el matrimonio entre católicos o entre un católico y un no católico bautizado debe celebrarse en la iglesia parroquial; con la licencia del ordinario del lugar o del párroco se puede celebrar en otra iglesia u oratorio; el ordinario del lugar puede también permitir que se celebre en otro lugar conveniente (can. 1118, §§ 1-2); el matrimonio entre católicos y no bautizados se podrá celebrar en la iglesia o en otro lugar conveniente (can. 1118, § 3); fuera del caso de necesidad, en la celebración del matrimonio se deben observar los ritos prescritos en los libros litúrgicos aprobados por la iglesia o introducidos por legítima costumbre (can. 1119); las conferencias episcopales pueden elaborar ritos propios del matrimonio que respondan a los usos de los lugares y de los pueblos, adaptados al espíritu cristiano; estos ritos deben someterse a la revisión de la sede apostólica (can. 1120).

3. OTROS ACTOS DEL CULTO DIVINO. Terminado el tratamiento de los sacramentos, el CDC, en la parte II del libro IV, se ocupa de los demás actos del culto divino. Damos algunas indicaciones sobre los sacramentales en general, y luego sobre los sacramentales especiales de la liturgia de las Horas y de las exequias.

a) Sacramentales en general. En la administración de los sacramentales se deben observar cuidadosamente los ritos y las fórmulas aprobados por la autoridad de la iglesia (can. 1167, § 2); el ministro de los sacramentales es el clérigo provisto de la debida potestad; algunos sacramentales, sin embargo, según lo establecido en los libros litúrgicos y a juicio del ordinario del lugar, pueden administrarlos también laicos dotados de las debidas cualidades (can. 1168); las consagraciones y dedicaciones pueden realizarlas los obispos o los presbíteros a quienes esté permitido por el derecho o por concesión legítima; puede impartir las bendiciones cualquier presbítero, a excepción de las reservadas al romano pontífice o a los obispos; el diácono puede impartir sólo las bendiciones que el derecho le permite expresamente (can. 1169); las bendiciones se han de impartir sobre todo a los católicos; se pueden impartir también a los catecúmenos y, si la iglesia no lo prohibe, a los no católicos (can. 1170); los exorcismos sobre los posesos sólo puede realizarlos quien tenga licencia especial y expresa del ordinario del lugar (can. 1172).

b) Liturgia de las Horas. Además de aludir a la obligación de celebrarla a que están sujetas determinadas personas (can. 1174, § 1), se invita encarecidamente a los demás fieles a que participen en la liturgia de las Horas, por ser acción de la iglesia (can. 1174, § 2); en la celebración de la liturgia de las Horas obsérvese, en la medida de lo posible, el tiempo propio de cada hora (can. 1175).

c) Exequias. Se han de celebrar según las leyes litúrgicas (can. 1176, § 2), generalmente en la iglesia parroquial del difunto (can. 1177, § 1).

4. Los LUGARES Y LOS TIEMPOS SAGRADOS. Se habla de ellos en la parte III del libro IV.

a) Los lugares sagrados. Son lugares que se destinan al culto divino o a la sepultura de los fieles mediante la dedicación o bendición prescrita por los libros litúrgicos (can. 1205); la dedicación de los lugares sagrados le corresponde al obispo diocesano y a aquellos que se le equiparan por el derecho; éstos pueden dar el encargo de realizar la dedicación en el territorio propio a cualquier obispo y, en casos excepcionales, a un presbítero (can. 1206); corresponde al ordinario la bendición de los lugares sagrados; sin embargo, queda reservada al obispo diocesano la bendición de las iglesias; ambos pueden delegar a otro sacerdote (can. 1207); en los lugares sagrados profanados no es lícito celebrar el culto antes de haberse reparado la injuria con un rito penitencial a tenor de los libros litúrgicos (can. 1211); en la edificación y restauración de las iglesias se deben observar los principios y normas de la liturgia y del arte sacro (can. 1216); las nuevas iglesias se deben dedicar o al menos bendecir según las leyes litúrgicas (can. 1217, § 1); las iglesias catedrales y parroquias se deben dedicar (can. 1217, § 2); en las iglesias legítimamente dedicadas o bendecidas se pueden realizar todos los actos del culto divino, quedando a salvo los derechos parroquiales (can. 1219); en los oratorios legítimamente constituidos se pueden realizar todas las celebraciones sagradas, a excepción de las exceptuadas por el derecho o por el ordinario del lugar (can. 1225); conviene que los oratorios y las capillas privadas se bendigan conel rito prescrito en los libros litúrgicos (can. 1229); en los santuarios se debe favorecer oportunamente la vida litúrgica, especialmente mediante la celebración de la eucaristía y de la penitencia, y se deben cuidar las formas de piedad popular aprobadas (can. 1234, § 1); los altares fijos se deben dedicar, y los móviles, dedicar o bendecir, según los ritos prescritos en los libros litúrgicos (can. 1237); se deben bendecir los cementerios eclesiásticos o los sectores destinados a los fieles difuntos en los cementerios civiles; a falta de tales lugares se ha de bendecir individualmente cada sepultura (can. 1240).

b) Los tiempos sagrados. El domingo, día en que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica ha de observarse en toda la iglesia como fiesta primordial de precepto (can. 1246); se cumple el precepto de participar en la misa tomando parte en ella en cualquier parte donde se celebre con rito católico, el mismo día festivo o bien el día anterior por la tarde (can. 1248, § 1); si es imposible participar en la celebración eucarística por falta del ministro sagrado o por otra causa grave, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la palabra celebrada en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado según las prescripciones del obispo diocesano, o que permanezcan en oración durante un tiempo conveniente personalmente, en familia o, si es oportuno, en asambleas familiares (can. 1248, § 2).

La larga serie de temas enumerados, considerada en su generalidad, puede dar la impresión de que se trata de un conjunto de normas de carácter puramente técnico jurídico. Para superar esta impresión hay que tener en cuenta el espíritu totalmente nuevo que impregna todas las normas arriba expuestas. Es el espíritu que corresponde a la sensibilidad eclesial de hoy, determinada por la reforma litúrgica, y en primer lugar por la índole pastoral-espiritual del Vat. II, que la quiso.

Para poder comprender de verdad las normas litúrgico jurídicas del nuevo CDC, hay que leerlas prestando atención precisamente al espíritu que las anima y las vivifica, así como parando mientes en su texto y contexto. La frecuente alusión contenida en ellas a los libros litúrgicos recuerda la necesidad de un conocimiento adecuado de los mismos, sobre todo de sus preciosas introducciones teológico-litúrgicas, pastorales y espirituales.

La liturgia aparecerá entonces como la gran realidad que, profundamente anclada en la fe y alimentada por la palabra de Dios (cf can. 836), encuentra su más genuina expresión en la celebración de los sacramentos, fuente principal de la vida y de la comunión de la iglesia (cf can. 840). Y alrededor de la estructura sacramental, fundamental para la iglesia, se desarrollarán orgánicamente las demás estructuras, las cultuales y las que no lo son, en las que se realiza la iglesia misma.

Las mismas normas litúrgicas, observadas y vividas según su espíritu, serán fuente de fidelidad a aquella renovación a que se ve continuamente llamada la iglesia, y de la que ha sido particular signo providencial el Vat. II.

A. Cuva


BIBLIOGRAFÍA: Manzanares J., Principios informadores del nuevo derecho sacramental, en VV.AA., 18 Semana Española de Derecho Canónico, Universidad P. de Salamanca, Salamanca 1984, 235-252; Universidad P. de Sala-manca (Facultad de Derecho Canónico), Código de Derecho Canónico. Edición bilingüe comentada, BAC 442, Madrid 1983; Universidad de Navarra (Instituto Martín Azplicueta), Código de Derecho Canónico. Edición anotada, EUNSA, Pamplona 1983; Variaciones que se han de introducir en las ediciones de los libros litúrgicos para ajustarlos al nuevo Código de Derecho Canónico, en "Phase" 138 (1983) 497-510; Comentario: ib, 510-515; VV.AA., Nuevo Código: Comentarios a los cánones sobre liturgia, en "Phase" 141 (1984) 181-282; 142 (1984) 285-359.