FE Y LITURGIA
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SUMARIO: I. La relación fe-liturgia en el debate actual: líneas de evolución y desarrollo - II. Relectura de capítulos y momentos diversos de la tradición litúrgica - III. Reflexiones conclusivas y orientaciones teológico-pastorales.

Reflexionar sobre la relación existente entre fe y liturgia significa encontrarse en uno de los temas más interesantes que ayudan a comprender la naturaleza de la liturgia cristiana y a interpretar el papel que tiene dentro de toda la actividad eclesial. La conciencia de este carácter fundamental de nuestro tema invita a prestar atención en primer lugar a las líneas de estudio con que, en el debate reciente, se ha explicado y se sigueexplicando todavía hoy (I); esa escucha crítica permite pasar revista, desde nuevos puntos de vista, a algunos capítulos de la praxis litúrgica, en los que se muestra particularmente la relación fe-liturgia (II). El análisis de la tradición, además de la documentación que siempre ofrece, constituye también una contribución crítica al replanteamiento de todo el problema (III) desde enfoques diversos y más ricos que los prevalentemente apologéticos o intelectuales, que han podido gozar de tanto espacio en la consideración teológica reservada por los manuales a la relación entre fe y liturgia.


1. La relación fe-liturgia en el debate actual: líneas de evolución y desarrollo

La relectura de algunos de los más importantes estudios que se han enfrentado críticamente con el problema teológico de la relación entre fe y liturgia —expresado generalmente como búsqueda de las razones y condiciones para que la liturgia se pueda entender como locus theologicus, o bien como análisis del binomio lex credendi-lex orandi— permite poner de relieve algunos desarrollos que son significativos.

1. La necesidad, con frecuencia declarada públicamente y puesta en evidencia por los autores, de una .correcta hermenéutica a la hora de estudiar las relaciones entre fe-liturgia-teología, ya es de por si un síntoma de que aquí existe un problema; en efecto, en los tratamientos manualísticos, la referencia a la autoridad de una fuente litúrgica se hacía frecuentemente con una óptica estrictamente demostrativo-apologética, o bien en una perspectiva tendente a justificar el recurso a ella sólo con la finalidad de tener un "elemento de confirmación autoritativo de una determinada manera de ver conceptualmente el dato de fe"'. Es evidente que la objeción levantada por la crítica a este modo de proceder no pretende negar la legitimidad del recurso a fuentes litúrgicas en el trabajo de elaboración de la reflexión teológica; por lo demás, el uso del binomio lex credendi-lex orandi es bastante frecuente en los mismos documentos del magisterio. La objeción pretende, más bien, suscitar el problema del modo como, de hecho, tiene lugar tal recurso; en particular, se pide que se respete el peculiar testimonio del dato litúrgico y se use una hermenéutica adecuada a la naturaleza de un texto usado por la liturgia. Bajo este aspecto, los análisis, hoy en día conclusivos, sobre el verdadero sentido del célebre adagio atribuido a Próspero de Aquitania (Legem credendi lex statuat supplicandi) constituyen una primera aportación clarificadora': reconducido a su sentido y contexto verdadero, expresaría la necesidad de que la praxis litúrgica se enraíce siempre y profundamente en la tradición bíblico-patrística; pero de ninguna manera pretendía apoyar un modo rígido y unilateral de entender el testimonio• litúrgico en términos de prueba de la fe ortodoxa de la iglesia.

2. El compromiso de elaborar una correcta hermenéutica del dato litúrgico para llegar a una mejor comprensión de la relación fe-liturgia ya está presente en algunos de los más notables y autorizados teólogos liturgistas. En una presentación, aunque sea sólo inicial, de las características que debe tener una ciencia litúrgica, hallamos precisiones que ayudan al estudioso a llevar a cabo las debidas distinciones al afrontar e interpretar el dato litúrgico: es diferente, por ejemplo, la autoridad de uno u otro libro, de una u otra tradición, de uno u otro texto eucológico; la exégesis teológica nunca podrá prescindir de estas leyes interpretativas elementales En la célebre síntesis de teología de la liturgia elaborada por Cipriano Vagaggini el tema se va enriqueciendo todavía más; si, por una parte, se recuerdan y precisan las reglas hermenéuticas, por otra, aparece cada vez más claramente la conciencia de la connotación totalmente singular del lenguaje litúrgico y de la peculiaridad de la situación celebrativa, que es por su misma naturaleza experiencial, y hace continuamente referencia a la realidad simbólica en su concreto devenir'. Por tanto, no sorprende que un autorizado manual de liturgia, editado en vísperas del.Vat. II, contenga una aclaración ya definitiva al respecto: el empleo del testimonio de la liturgia como locus theologicus se debe coordinar siempre con el respeto hacia aquello que es específico de la misma liturgia, en particular de su ser acción y de su intrínseca naturaleza simbólica'.

3. En continuidad con estas precisiones señalamos algunas orientaciones de la reflexión teológica reciente, que iluminarán posteriormente el problema de las relaciones entre fe y liturgia. Tras precisar que el tema se coloca dentro de la investigación de los "modos por los que se realiza la revelación", Stenzel" pone en marcha un digno intento de profundizar la peculiaridad del hecho litúrgico partiendo de algunas connotaciones: subraya particularmente la virtualidad operativa de la palabra celebrada, el carácter experiencia) —hecho aún más evidente e incisivo, puesto que los protagonistas de la liturgia se reencuentran periódica y cíclicamente en asamblea cultual— del momento celebrativo, la referencia estructural a la categoría de memoria para definir la naturaleza de la realidad litúrgica Bajo este aspecto, el sentido que se debe dar al binomio lex credendi-lex orandi, más que en la línea de los contenidos expresados en los textos, debería buscarse sobre todo en el hecho de que dentro de la asamblea celebrante se realiza el encuentro personal con Dios: "En esta realización (y, propiamente hablando, sólo en ella), la liturgia es, por entero, fuente. De este modo, el crecer auténtico en el conocimiento de fe es un conocerse cada vez más a sí mismo. Aquí, la iglesia, el gran misterio de fe, se conoce a sí misma. En el acontecimiento de fe de los que celebran una fiesta aquí y ahora, casi sin advertirlo, están irresistiblemente en la posesión nueva de la misma y única fe"'

De no menor importancia es la investigación teológica que cualifica la praxis litúrgica como una función de la iglesia, o sea, en la óptica típica de la reflexión teológico-pastoral ". La opción de considerar la liturgia como una de las maneras fundamentales "de comunicar la revelación en el tiempo de la iglesia" debe necesariamente introducir en una consideración más amplia y articulada acerca del modo de entender la relación fe-liturgia '2: algunos desarrollos que apreciaremos tanto en la investigación histórica (II) como en las reflexiones conclusivas (III) lo mostrarán claramente.

4. Ante tales perspectivas, nuestro estudio del tema se ve obligado a continuas verificaciones y profundizaciones. Los resultados que surgen de los diversos ámbitos de búsqueda en torno al dato litúrgico sugieren que de hecho están madurando elementos para una consideración bastante renovada de la relación fe-liturgia.

En la investigación acerca del lenguaje litúrgico, por ejemplo, el progresivo centrar la atención sobre la categoría de memoria ayuda a establecer en términos nuevos la relación entre la función/testimonio de la liturgia y el anuncio/proclamación de la fe, y a manifestar todos los componentes implicados en ella: "En realidad [la liturgia] es un comunicar con el Viviente (confesión-acción de gracias-súplica) y un comunicarnos lo que el Viviente realiza para nuestra transfiguración. Pero es un comunicar actuando en la fe, o lo que se nos ha dicho que repitamos, o lo que la contemplación viva de la iglesia ha sugerido y/o sugiere que hagamos. Esta acción-comunión se funda, se debería fundar... sobre dos planos comunicativos absolutamente armónicos: la palabra y el cuerpo; la primera comprende la palabra de Dios propiamente dicha y la palabra de los hombres; el segundo, todo lo que no entra en el lenguaje verbal: los símbolos, los signos, el canto, el silencio, el grito, las actitudes y gestos corporales" ". En esta misma dirección es muy interesante el análisis que descubre dos dimensiones estructurales en la función de la liturgia: la dimensión kerigmático-profética, con la consiguiente acentuación del valor de la palabra, y la doxológico-simbólica, en que se hace resaltar el valor simbólico del rito y su repetitividad ". Comprendidas y recibidas en una lógica de complementariedad y no de alternativa, estas acentuaciones orientan y ayudan a comprender mejor cuál debe ser el punto demira específico con el que leer y valorar la función de la liturgia; por lo demás, el progresivo imponerse en la literatura reciente de la categoría de confesión de la fe, atribuida a la liturgia como elemento especificador, es un índice bastante significativo al respecto.

También en la literatura que estudia las relaciones entre liturgia y catequesis aparecen anotaciones interesantes para nuestro tema: bien porque al subrayar la peculiaridad de los dos lenguajes/funciones de la catequesis y de la liturgia es cada vez más necesario hacer referencia (para especificar mejor la segunda) a la totalidad de la celebración entendida como global situación de lenguaje bien porque, en el esfuerzo de fundamentación teorética de la naturaleza de la catequesis dentro de la totalidad de la praxis eclesial se abren perspectivas que cualifican mejor la peculiaridad del celebrar la salvación en el interior de la vida de la iglesia entendida como "realidad que profesa la fe en la palabra de Dios, y por tanto en el acontecimiento Jesucristo, único camino de salvación también para el hombre y la sociedad de hoy".

5. Si revisamos sintéticamente las características fundamentales de las posiciones que examinan o intentan comprender el problema de la relación fe-liturgia, vemos claramente que están unidas a dos diferentes orientaciones de fondo. Una —la que comenta lo específico de la función litúrgica dentro de la praxis eclesial conjunta— va claramente en el sentido de la valoración y profundización de todas las potencialidades de la celebración; la otra —marcada por una preocupación más que nada apologética, y que considera sobre todo el contenido de un texto litúrgico escrito coloca en primer plano el aspecto de ortodoxia y/o de profesión de la fe de la iglesia contenido en la praxis ritual. Más allá de la pura y simple constatación de esta doble orientación, es posible notar una diversidad de situaciones históricas, dentro de las cuales se sitúa la investigación teológica en general y la reflexión sobre la praxis eclesial en particular: la segunda nos remite a épocas en que la teología era entendida sobre todo como teología del magisterio; entonces se consideraba como misión fundamental de la iglesia la salvaguarda del patrimonio doctrinal heredado de épocas precedentes; la primera depende de una concepción más amplia y articulada de teología y se abre dinámicamente a considerar todas las dimensiones con las que la iglesia está llamada a vivir y testimoniar su misión propia en el mundo.

Bajo este aspecto no extraña que las distintas condiciones eclesiales actuales sirvan de estímulo y de punto de referencia continuo también en la consideración de nuestro tema. En particular, algunas de las encrucijadas pastorales modernas inducen a examinar ulteriores aspectos de la relación fe-liturgia. Insinuamos los más importantes.

La valoración realista de las condiciones en que se sitúa hoy la praxis sacramental impulsa a leer la relación fe-liturgia también en el sentido de que la fe se configura —y se deberá siempre configurar, en una correcta visión pastoral—como imprescindible condición de celebrabilidad del rito cristiano; los criterios redaccionales de los nuevos -> libros litúrgicos y la problemática que un poco por doquier en esta década ha puesto en primer plano la perspectiva de la -> evangelización como opción prioritaria de la acción pastoral están claramente en esta dirección.

Después, cuando se sitúa el capítulo de la praxis litúrgica frente a la vistosa heterogeneidad de las situaciones de fe que con gran frecuencia conlleva hoy cualquiera de nuestras asambleas de creyentes, es inevitable el intento de hacer resaltar uno u otro de los valores de la liturgia cristiana —iniciatoria, contemplativa, catequética, doxológica, kerigmática, etc.— según el criterio de la estrecha conexión entre el desarrollo de la acción ritual y la asamblea concreta; esta tarea debe desembocar también en un desarrollo/profundización del modo de entender la relación fe-liturgia.

La constatación de que todavía hoy la iglesia —en continuidad con una antiquísima memoria pastoral que dio origen a la singular estructura del I catecumenado cristiano— proponga un modelo autorizado para comprender y conducir el camino de iniciación a la fe/ iglesia (camino en cuyo interior es normal que se fundan momentos didascálicos, kerigmáticos y celebrativos), constituye de hecho el estímulo para reflexionar sobre el mundo vario y articulado con que se manifiesta la dialéctica fe/liturgia, entendida como condición normal del actual camino de apropiación personal de la fe.

Un último aspecto se refiere a la lógica global que inspiró casi todo el trabajo de revisión de los libros litúrgicos después del concilio; en efecto, tal trabajo al parecer se inspira en algunos criterios de fondo que no nos parecen irrelevantes para nuestro problema. Recordamos en particular la opción por manifestar en el rito la conciencia de fe propia de la iglesia de hoy; la decisión de estructurar la celebración de tal modo que sea posibleuna participación activa y consciente en el misterio del cual el rito es memoria; la atención a situar la celebración en una correcta lógica de fe-sacramento; el compromiso de valorar la dimensión didáctica y catequética de los ritos litúrgicos para configurarlos como momentos de alimento real de la fe del creyent. Desde el punto de vista de nuestra investigación, esta criteriologia obedece también a una manera articulada de entender y desarrollar el entramado concreto que une la fe y la celebración litúrgica.


II. Relectura de capítulos y momentos diversos de la tradición litúrgica

La panorámica surgida de la recensión crítica del debate acerca de la relación fe-liturgia justifica, y por otro lado hace completamente deseable, un retorno a la escucha prolongada y atenta de la tradición; por lo demás, ya se ha dicho que la problematización en el modo de entender el binomio lex credendi-lex orandi nació también por causa de una verificación más rigurosa de cuanto la praxis antigua testimoniaba al respecto.

Sin la pretensión de ser exhaustivos, y más bien en forma de indicaciones de alguna manera sintetizantes, interrogaremos algunos capítulos y momentos de la tradición". En la elección nos hemos dejado guiar por diversos criterios: en particular, hemos intentado abordar capítulos de praxis diversa entre ellos, o bien homogéneos-pero leídos en épocas diferenciadas, de. manera que podamos verificar sí existen constantes en el modo de entender el problema; también hemos intentado esbozar un muestrario suficientemente representativo de un capítulo de dimensionesbastante mayores, tratando de ver en qué lugares esa relación fe-liturgia históricamente se ha tratado de manera explícita o está presente de hecho de manera directa.

1. Si la escucha de los textos bíblicos tiene siempre gran importancia, en'nuestro caso adquiere un interés aún mayor por la singular presencia de dos condiciones en el contexto que origina la Escritura: piénsese, por ejemplo, en la unión intrínseca entre fe-culto-vida expresada en la teología del culto propia de los textos escriturísticos; o, más aún, en la ausencia de un verdadero y propio magisterio, de modo que todo lo que es celebrado por todo el pueblo reunido en asamblea adquiere una mayor autoridad; en efecto, es sobre todo en ese culto donde se proclama la fe públicamente, y en base a tal fe, exigida por la alianza, es como se juzga la fidelidad de Israel.

Limitándonos a sugerir algunas pistas específicas de búsqueda 27, recordamos ante todo el significado de la estructura que domina en la liturgia de las grandes convocaciones del pueblo para celebrar o renovar la alianza con Yavé: los temas del anuncio de la palabra, de la profesión de fe coral y de la adhesión incondicional a las exigencias que brotan de la contemplación de la historia del amor de Dios parecen las categorías que mejor expresan la lógica interna de la celebración cultual en Israel.

También el análisis de las oraciones más frecuentes y populares de la tradición judía permite hacer anotaciones interesantes sobre el modo de entender la relación fe-liturgia; pensemos, por ejemplo, en el salterio mismo, en la oración cotidiana del Shema Israel, en el servicio sinagogal de cada sábado, etcétera. Los temas de la oración celebrada por la asamblea o por el particular, su inspiración de fondo y la articulación por la que se expresa muestran hasta qué punto es central la categoría de la confessio fidei entendida como referencia prioritaria interpretativa de la oración litúrgica del judaísmo; bajo este aspecto, el análisis de los textos del NT utilizados para el culto cristiano de los orígenes constituye una ulterior confirmación.

Pero el capítulo más interesante para nuestro tema es el de la liturgia de la fiesta judía. El entramado de elementos celebrativos (palabra-canto-oración, etc.) configura cada una de las fiestas como un lugar verdadero y propio de la proclamación/confesión de la fe. Desde este preciso punto de vista no parece exagerado afirmar que la liturgia de las diversas solemnidades distribuidas a lo largo 'del año es como un solemne "credo" coral del judaísmo.

En la celebración cultual, por tanto, tenemos la presencia simultánea de estos elementos: anuncio de fe (o sea, proclamación de la historia del amor de Dios hacia su pueblo); adhesión a esa fe bajo la modalidad litúrgica de la doxología, de la acción de gracias, de la "confessio"; recuerdo del acontecimiento de salvación, del que nace y se alimenta la fe.

2. La praxis de configurar la solemne profesión de fe trinitaria como elemento estructural de la liturgia bautismal —y, más en general, de la liturgia de la iniciación cristiana entendida en su globalidad— es un dato de tradición antiguo y universal. Para iluminar mejor una y otra componente de la relación fe-liturgia nos puede ser útil poner de relieve algunos elementos al respecto.

Ante todo hay que decir que la lógica que subyace a esta praxis es una de las constantes de toda la tradición bíblica: el dinamismo que acompaña al concreto devenir del binomio kerigma-profesión de fe se pone de manifiesto en el momento fundamental del acceso a la regeneración bautismal por parte de quien ha vivido el camino iniciatorio de conversión "El análisis más detallado de los datos de tradición descubre también la conciencia de la intrínseca conexión entre bautismo trinitario y profesión de fe trinitaria. El sentido de la traditio/redditio symboli y de la professio fidei manifiesta todo su valor eclesiológico en el progresivo crecimiento hacia esa solemne proclamación de la fe prevista por los ritos bautismales de la noche de pascua. Para quien está entrando en esa realidad trinitaria que es la iglesia, no hay praxis más significativa que la gradual explicitación de la fe en el Padre, y en el Hijo, y en el Espíritu Santo ".

Además, el estudio particularizado de las fórmulas con las que antiguamente se expresó la profesión de la fe bautismal ilumina algunas constantes de interés; piénsese, por ejemplo, en la referencia normal a la fe apostólica como garantía de tradición y ortodoxia; en la misma estructura trinitaria, tanto de la fe profesada cuanto del acontecimiento bautismal celebrado; en la colocación de tal acontecimiento dentro de un itinerario de iniciación que expresa el profundo dinamismo subyacente al camino de la fe

Podemos afirmar que, desde una consideración de carácter general, este capítulo de la praxis litúrgica expresa una particular singularidad en el modo de entender y utilizar el binomio lex credendi-lex orandi. En particular merece destacarse cómo la preocupación prioritaria testimoniada por los rituales bautismales no es tanto la de garantizar una profesión ortodoxa de la fe cuanto la de indicar la naturaleza propia del sacramento de la fe poniendo en el centro de todo la solemne professio, y dejar suficientemente claro el sentido y los contenidos del acontecimiento bautismal. Análogamente, la constante presencia de una relación fe-liturgia a través de todo el itinerario catecumenal manifiesta una peculiaridad del camino de iniciación a la fe (más aún, de la misma pertenencia a la iglesia) y connota una condición perenne de la vida del discípulo, llamado continuamente a asimilar la fe y a celebrarla en la asamblea de los hermanos. Bajo este aspecto, los ritos de la iniciación cristiana constituyen un ejemplo particularmente expresivo de la naturaleza de la fe cristiana y de la naturaleza del acontecimiento litúrgico, dentro del cual se sitúa y celebra la professio fidei.

3. No puede dudarse de que la oración eucarística se concibió en toda la antigüedad cristiana como un lugar absolutamente singular y privilegiado de la proclamación de la fe de la iglesia: todos los análisis histórico-teológicos al respecto —desde el estudio de las conexiones entre la anáfora cristiana y la tradición litúrgica judía hasta el examen de las ricas tradiciones de Oriente y Occidente— indican esta dirección. Ahora se trata de señalar algunas implicaciones que este dato tan tradicional comporta para la comprensión de nuestro problema; la consideración global de los datos que brotan del estudio de la tradición anafórica tanto oriental como occidental permite indicar algún punto interesante.

Un primer aspecto se refiere al proceso de diferenciación de los textos de oración eucarística; talproceso está en estrecha conexión con el nacimiento de diversas familias litúrgicas dentro de áreas eclesiales homogéneas, y revela bastante bien la común convicción de que, sobre todo en la liturgia eucarística, la iglesia manifiesta y expresa su propia fe. Sin embargo, todo esto no comporta de ningún modo la unicidad o la rigidez de los formularios: el hecho de que la oración eucarística sea lugar de la confesión de la fe auténtica coexiste con la praxis de la diferenciación de los textos en los que es formulada concretamente.

Un ulterior punto de vista es la consideración que se da a la función y estructura de la anáfora. Es interesante notar cómo, en el caso típico de la plegaria eucarística, la relación fe-liturgia se lee y se comenta en estrecha conexión con la función específica que se atribuye al canon en el curso de la celebración de la cena del Señor; se subraya en particular que en él se expresa y debe concretamente manifestarse la comunión eclesial; que su desenvolvimiento debe ser el lugar de una experiencia del misterio celebrado; se recuerda también que precisamente de estas experiencias debe nacer la doxología.

Parece por tanto evidente que, aun antes que en los contenidos, la lex credendi se expresa en la función/estructura del texto/rito. La observación adquiere una importancia todavía mayor cuando comparamos este modo de interpretar la anáfora, típico de la tradición más antigua, con las características enteramente diversas de los comentarios al canon en las Expositio Missae medievales. En estos singulares instrumentos catequéticos de la época carolingia, en efecto, la aproximación y comprensión del texto eucarístico son prioritariamente didácticas, y el comentario obedecesobre todo al intento de instruir y de defender del error. No hay duda de que en una praxis semejante, en la que está casi por completo ausente la concepción de la anáfora como acción celebrativa de la que participa toda la asamblea, el modo de situar la relación fe-liturgia resulta profundamente cambiado; en algunos aspectos, incluso se trastoca por entero la perspectiva de los orígenes. Todavía se puede notar, en continuidad con estos puntos, que la interpretación global de la anáfora y de su significado no varía en el curso de la polémica protestante; para los teólogos de una y otra parte, que parten de sus respectivas posturas doctrinales, el texto del canon eucarístico es prioritariamente un lugar en que se expresa una doctrina (la sacrificial, la de la transubstanciación, etc.); en general, no se toma en consideración la dinámica de la acción celebrativa (piénsese, por ejemplo, en el valor cada vez mayor que se atribuye a las palabras consagratorias; en la centralidad que asume el gesto de la elevación de la hostia o del cáliz, etc.), porque, de hecho, la hermenéutica del texto del canon se mueve casi totalmente fuera de la hermenéutica del rito en el que se coloca toda la situación ".

A la luz de estos puntos deducidos de las diversas etapas de la historia, adquieren un notable interés las líneas programáticas que inspiraron la reforma litúrgica del Vat. II en el tema de la oración eucarística. Releídas desde una perspectiva de síntesis, manifiestan el inicio de una orientación nueva, porque codifican simultáneamente la importancia de tres criterios generales: ante todo se recuerda que es necesario pensar en las anáforas como lugares para una autorizada catequesis sobre la eucaristía; en segundo lugar se invita a recuperar y a dar prioridad al tema de la estructura interna de la anáfora y su función en el dinamismo de la celebración eucarística; finalmente se garantiza el retorno a la pluralidad de los textos para consentir una declinación más amplia y articulada de la fe de la iglesia.

4. También el capítulo relativo al año litúrgico, leído en clave histórica, es uno de los contextos de los que brota alguna nota importante para nuestro tema; si después esta investigación se insertara en el problema más general de la pluralidad de liturgias en conexión directa con las características de las iglesias locales, hallaría un amplio cuadro interpretativo que nos aclararía considerablemente cómo entiende la antigüedad cristiana el binomio lex credendi-lex orandi".

Según los datos de la tradición más antigua, los elementos que determinan el modo de estructurarse un ciclo verdadero y propio de fiestas distribuidas a lo largo del año parece que se pueden reducir a los siguientes: la existencia de tradiciones teológicas y catequéticas específicas en las diversas áreas geográficas eclesiales; la conexión normal que se establece entre las asambleas periódicas y regulares de los cristianos y el camino más específico de los que piden formar parte de la iglesia (la estructura catecumenal); la exigencia de confiar a la liturgia de las fiestas (oraciones, textos eucológicos, comentarios homiléticos con motivo de las reuniones dominicales de los cristianos) la tarea de ser contexto que eduque en la fe verdadera y ortodoxa (sobre todo en el campo cristológico), en clara contraposición con la tan peligrosa difusión de corrientes heréticas". Se intuye rápidamente que estas tres componentes muestran la inmediata eintrínseca relación que existe entre la estructura del año litúrgico y el problema teológico-pastoral de la educación/profesión de la fe eclesial; de modo que el análisis particularitado de este capítulo nos podría ofrecer no pocos datos referentes a cómo la iglesia de la época patrística entendía el binomio fe-liturgia.

En los siglos sucesivos, el investigador constata la presencia de un doble movimiento. Por una parte, se da el proceso general de atrofiamiento de los instrumentos celebrativos (lengua empleada, simbología, modos de participación, etc.), con la consiguiente crisis de las constantes señaladas para los siglos de los orígenes y la tendencia a la anulación de las potencialidades del lenguaje propio de las celebraciones cristianas: desde este punto de vista, el año litúrgico no se configura ya como el lugar natural de la catequesis popular de la iglesia; por otra, se constata paralelamente el progresivo agigantamiento del elemento coreográfico y espectacular en torno a la fiesta cristiana, tendente a legitimar de hecho una interpretación bastante diferente de la función del año litúrgico en la praxis eclesial: el año litúrgico se coloca más bien en la línea de los instrumentos que favorecen y divulgan una representación escénica de los acontecimientos históricos de la vida de Cristo para la edificación del pueblo cristiano, en vez de ser el lugar de la celebración memorial de los diversos misterios de Cristo

La orientación de conjunto de la reforma actual —textos conciliares, revisión del calendario por la comisión competente encargada de la reforma, nuevos libros para la celebración"— se mueve claramente en el sentido ya indicado como criterio inspirador de la historia de los primeros siglos. Aquí no podemos hacer un estudio analítico de ello; nos limitaremos a anotar cómo, en su conjunto, la intervención conciliar manifiesta bastante bien la intención de la iglesia actual de proponer nuevamente el año litúrgico primariamente como una gran estructura pastoral a la que se le ha encomendado (a misión de ser ámbito para una educación en la fe permanente, casi un itinerario pedagógico hacia la fe, lugar de la profesión de fe coral del pueblo de Dios.

5. El análisis de la evolución que los ritos de ordenación han registrado a lo largo de los siglos contiene nuevos elementos de confirmación en torno a algunos aspectos del problema ya considerados. No es, pues, por este motivo por lo que traemos ahora a colación la aportación de este capítulo a la praxis litúrgica, sino más bien porque en él se pone de manifiesto con una singular claridad que para un correcto funcionamiento de la relación lex credendi-lex orandi en el desenvolvimiento de la liturgia cristiana es necesario considerar la totalidad del lenguaje de la celebración. El ejemplo de los ministros muestra cómo un cierto modo de celebrar la ordenación de un obispo, de un presbítero o de un diácono —piénsese sobre todo en la redundancia de elementos rituales absolutamente externos o tomados de una visión preferentemente socio-política de la autoridad en la iglesia— de hecho ha transmitido una concepción de episcopado, presbiterado o diaconado que no siempre estaba en armonía con lo que los textos más tradicionales e importantes de la correspondiente liturgia expresaban. El lenguaje del ceremonial tomó la primacía, hasta el punto —y se trata de un aspecto bastante significativo para la perspectiva que aquí nos interesa— deponer en duda si la liturgia de la ordenación episcopal tenía o no un valor sacramental, y de preguntarse cuál era eventualmente su rito esencial". Por tanto, se impone cada vez más la necesidad de prestar atención rigurosa a la totalidad del lenguaje celebrativo, entendido globalmente como ámbito que de hecho sirve de vehículo a la fe que la iglesia quiere expresar. Una insuficiente sensibilidad ante estos aspectos del problema podría llevarnos a constatar que lo que la liturgia querría expresar es algo bien diverso de lo que realmente expresa; es necesario, por tanto, verificar cómo, en concreto, el binomio fe-liturgia se sitúa sobre el telón de fondo de una más adecuada concepción del hecho celebrativo.


III. Reflexiones conclusivas y orientaciones teológico-pastorales

Los puntos relevantes aparecidos en los dos primeros párrafos nos ayudan a comprender que una reconsideración renovada y global de las relaciones fe-liturgia es posible en la medida en que, con un serio trabajo hermenéutico, se camina a lo largo de dos orientaciones complementarias entre sí: la que precisa las connotaciones específicas de la praxis litúrgica, entendida como lugar en que la fe de la iglesia se expresa y celebra; la que considera la función de la liturgia dentro del ámbito de las funciones en que se expresa la actividad eclesial en conjunto. Ahora podemos delinear un cuadro más unitario de consideraciones sobre esta doble dirección por la que la investigación teológica ha caminado para llegar a la comprensión del problema; una visión de síntesis ayuda a comprender las dimensiones que hoy en día va asumiendo el problema, teniendo presente que la reflexión del liturgista se ve urgida por una investigación teológica que va precisando cada vez con mayor rigor sus métodos de trabajo y las conexiones entre las diversas disciplinas teológicas.

1. El esfuerzo por puntualizar lo específico de esa singular "confessio fidei" que es la liturgia en cuanto tal ofrece una serie de aspectos de no poca importancia.

En cuanto a la consideración tradicional de la liturgia como locus theologicus, se va imponiendo una orientación de trabajo que ya es una adquisición definitiva.

Conscientes de la importancia que tiene el testimonio de fe y la teología transmitida por la praxis litúrgica, se está comenzando un trabajo de hermenéutica correcta y equilibrada que sepa interpretar tal praxis. En particular, se refrenda que no es lícito hacer un recurso instrumental a los textos litúrgicos únicamente en la lógica, por ejemplo, de la perspectiva apologética, orientada a probar la legitimidad de una tesis doctrinal; por otra parte, se invita a no insistir demasiado en las aportaciones provenientes de las fuentes litúrgicas, como si éstas fuesen las expresiones —como mucho únicas, o por lo menos primeras— de la fe de la iglesia. Por tanto, se impone la exigencia —tanto a nivel de investigación positiva sobre los datos de tradición cuanto en el campo del estudio monográfico sobre la actual praxis litúrgica que analiza los modos en que se desarrolla la celebración— de un trabajo interpretativo riguroso y coherente.

Por el lado de la revelación de la singularidad del lenguaje litúrgico aparecen diversas indicaciones, que precisan ulteriormente el modo en que la relación fe-liturgia se sitúa en el complejo del hecho ritual. Se recuerda, sobre todo, dentro de la celebración, que el dinamismo de todo lo que es lenguaje (palabra, gestos, canto, música, etc.) se ordena a la realización de esa específica experiencia religiosa de conocimiento, de comunión y de participación que es propia del lenguaje simbólico.

Análogamente, el anuncio de los contenidos de la fe y de la historia de la salvación no está en primer lugar en función del conocimiento de la fe misma, sino de la posibilidad de celebrarla adecuadamente en la peculiaridad de la concreta situación litúrgica, para después vivir su lógica en la cotidianidad de la vida". Desde este punto de vista, por tanto, el análisis y la consiguiente valoración de todas las posibilidades del lenguaje litúrgico (piénsese particularmente en el valor poético, en el preformativo y en el religioso) deben simplemente ayudar a realizar la experiencia del diálogo entre el pueblo de los creyentes y el Dios de la alianza cuando se celebra en la historia el rito memorial de la salvación ya plenamente acaecida en Cristo Jesús La decisión de la actual pastoral litúrgica de prestar bastante más atención a toda la realidad celebrativa, entendida globalmente como situación de lenguaje, se está resolviendo efectivamente en una notable contribución a la comprensión de cómo la fe es expresada y confesada en el hecho ritual. Basta evocar algunos puntos conclusivos de la actual hermenéutica litúrgica para darse cuenta de ello. Recordamos en particular: la acentuación de la función que un elemento celebrativo tiene o debe tener dentro de un proyecto ritual más general, que permite superar claramente el riesgo de limitarse a la valoración de los contenidos de un texto, prescindiendo del hecho de que después sea celebrado; finalmente, la importancia concedida a la consideración de la estructura de un rito, con la conciencia de que de esa manera se valora una realidad que tiene un lenguaje todavía más importante y decisivo que los elementos particulares que componen ese rito. De todo esto se sigue inevitablemente que el peso del testimonio de fe contenido en el dato litúrgico no debe medirse únicamente con el análisis de los contenidos de los textos que constituyen un ritual, sino que ha de confrontarse también con lo que es efectivamente transmitido por el rito celebrado en el interior de una asamblea concreta.

También la opción (ya constatada en las columnas precedentes) de poner en evidencia las múltiples potencialidades presentes en el rito litúrgico —piénsese en la dialéctica entre una acentuación preferentemente kerigmático-profética y una acentuación preferentemente doxológico-simbólica— ayuda a comprender cómo de hecho el modo de conjugar la relación fe-liturgia puede realizarse con una gran variedad de connotaciones en el desarrollo del rito litúrgico. Por su naturaleza misma, este último está llamado a expresar la fe y a favorecer su profesión dentro de un cuadro bastante articulado de tonos Y modalidades; en este aspecto no es secundario poner de relieve como el constante entramado con el polo de la fe permite al rito cristiano plantearse ora como situación de anuncio, ora como ámbito de pedagogía y de expresión de la fe, pero siempre con formas singulares y nuevas.

2. Las diversas observaciones hechas se entremezclan con un discurso más global sobre la función propia de la liturgia, pero aún quedan por formular ulteriores aspectos de carácter más general, que contribuyen a enriquecer el cuadro de síntesis acerca del modo de plantearse la relación fe-liturgia.

Uno subraya positivamente una componente de método que debe acompañar al estudio teológico en general y al litúrgico en particular. Un documento autorizado la ha expresado recientemente en estos términos: "Para la recta formación litúrgica [de los futuros sacerdotes] tiene especial importancia la estrecha unión entre la liturgia y la doctrina de la fe; unión que, por consiguiente, debe ser puesta en claro en la enseñanza. La iglesia, en efecto, expresa la propia fe sobre todo orando, de modo que legem credendi lex statuat supplicandi (Próspero de Aquitania). Por tanto, no sólo debe ser fielmente observada la lex orandi para que no se vea afectada la lex credendi, sino que a su vez los estudiosos de teología deben llevar a cabo una cuidadosa investigación sobre la tradición del culto divino, especialmente cuando tratan de la naturaleza de la iglesia, de la doctrina y de la disciplina de los sacramentos°". Las precisiones de las columnas precedentes han iluminado más a fondo el sentido de este gran principio, y sobre todo han suministrado elementos para su correcta utilización; de todas formas, sigue siendo una llamada de atención de importancia fundamental, sobre todo desde que los nuevos libros de la reforma litúrgica posconciliar se han revelado como ámbitos muy ricos al ser examinados desde la perspectiva arriba recordada".

Independientemente de este principio tradicional y siempre válido bajo el aspecto del estudio, he aquí algunas reflexiones que vuelven a tomar más puntualmente algunas de las acentuaciones ya hechas. La simultánea consideración de la naturaleza de la acción litúrgica que se celebra (en particular el sentido/valor del sacramento) y del significado de la estructura celebrativa con que tiene lugar en la iglesia (el estudio sobre los nuevos Ordines) contribuye a situar la praxis cultual cristiana en la lógica del correcto realizarse de la relación entre fe y rito; la liturgia supone la fe, la alimenta, la celebra, la exige, siempre para dar plena verdad a lo que se celebra. Se trata, en último término, de considerar desde un punto de vista típico de la teología pastoral el problema de la relación fe-sacramentos, sabiendo que, de una consideración de este tipo, la comprensión de la relación fe-liturgia sale considerablemente enriquecida.

También hemos hecho resaltar, en las columnas precedentes, las perspectivas que se abren en el campo teológico-pastoral cuando la reflexión sobre la liturgia se efectúa con una metodología .que conduce a una investigación crítica sobre el modo como la iglesia vive hoy las funciones esenciales de su misión. Ahora desearíamos recordar cómo todo eso implica la continua verificación de la praxis litúrgica en torno al doble polo de la fidelidad al sentido del acontecimiento celebrado y a la historia dentro de la que se celebra. Referido al tema fe-liturgia, esto significa una pluralidad de atenciones pastorales. Queriendo sólo aludir a las más importantes, podemos decir: es necesario ante todo el compromiso de traducir en el signo de la celebración la riqueza y el sentido del aconteci miento salvífico del que el rito mismo es memoria; además, la heterogeneidad de la situación de fede las personas reunidas en asamblea exige declinar, con toda la amplitud posible y la mayor adherencia a las situaciones, la polivalencia del lenguaje y de las funciones propias del rito; finalmente, es evidente que hace falta prestar atención a los momentos rituales en coherente conexión con la lógica y los ritmos de un camino de fe en' acto, o sea, en la línea del capítulo, bajo tantos aspectos ejemplar, de la iniciación cristiana. Se trata, en definitiva, de interpretar y de celebrar la liturgia en armonía con el estilo general de las expresiones cualificantes de la praxis pastoral de la iglesia en un momento particular de su camino en la historia; por lo demás, es lógico que el análisis de la actual situación eclesial —marcada por el diálogo con una situación socio-cultural tan cambiada y en continua evolución por la confrontación con un innegable proceso de descristianización y por una conciencia cada vez más lúcida de la necesidad de una recuperación del sentido de la misión—toque de cerca también el capítulo de la liturgia y le sugiera nuevos' parámetros de juicio. En este aspecto, la convergencia cada vez más evidente en la opción de Orientar toda la acción pastoral hacia una efectiva prioridad de la / evangelización como criterio decisivo en cualquier campo de la actividad eclesial no puede sino abrir nuevas perspectivas también al modo de entender y de realizar la relación fe-liturgia.

F. Brovelli

BIBLIOGRAFÍA: Alessio L., La liturgia y la fe, en "Notitiae" 159 (1979) 578-583; Audet J.-P., La fe y la expresión cultual, en VV.AA., La liturgia después del Vaticano II, Madrid 1969, 385-437; Dalmais I.H., La liturgia y el depósito de la fe, en A.G. Martimort, La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 19672, 258-266; López Martín J., La fe y su celebración. Relaciones entre liturgia y fe y en particular de la liturgia como transmisora de la fe, en "Burgense" 23 (1982) 141-196; Llopis J., Pluralismo litúrgico y unidad de la fe, en "Phase" 97 (1977) 65-70; Ramis G., La liturgia expresión de la fe, ib, 114 (1979) 519-523; Rovira J.M., La fe entre la unidad y la pluralidad, ib, 75 (1973) 291-296; Stenzel A., La liturgia como lugar teológico, en MS I, Cristiandad, Madrid 19742, 670-685; Vagaggini C., El sentido teológico de la liturgia, BAC 181, Madrid 1959, 465-605; VV.AA., Expresión y experiencia de la fe en el culto, en "Concilium" 82 (1973) 165-296; Véase también la bibliografía de Evangelización y liturgia y Profesión de fe.