ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA
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SUMARIO. A) Síntesis histórica. I. Una convicción fundamental presente en toda la historia de la iglesia: 1. En la época de los padres y en el medievo; 2. En el período sucesivo al concilio de Trento y hasta el s. xix - II. Un tema que se hace explícito en el s. xx: 1. Los comienzos: Pío X y L. Beauduin-Malinas; 2. Una presencia cada vez más explícita; 3. Un tema programático - B) Tratado sistemático. I. Subordinación a la norma objetiva: 1. Piedad "objetiva" 2. Compromiso personal en el encuentro con Cristo; 3. Actuación del misterio de Cristo; 4. Cumbre y fuente - II. Realidad central: 1. Celebración viva; 2. Actualización del misterio de Cristo - III. Realización concreta: 1. Elementos constitutivos concretos; 2. Las acciones sagradas particulares: a) La liturgia de las Horas, b) La celebración de la eucaristía, c) La celebración de las fiestas; 3. La actualización de todo el misterio de Cristo; 4. En el nuevo misal romano - IV. Cumbre y fuente: la realidad litúrgica como "fuente" de espiritualidad auténtica: 1. Celebración genuina de la acción sagrada misma; 2. Desarrollo: a) Actualización de la iniciación cristiana, b) Acentuación eucaristía, c) liturgia de las Horas, oración incesante, d) Actitud penitencial y su actualización, e) Ministerio sacramental,
f) Misterio del matrimonio; 3. Toda la vida en Cristo Jesús.


Espiritualidad litúrgica es la actitud del cristiano que funda su vida —toda su vida humana vivida conscientemente- sobre el ejercicio auténtico de la liturgia, de manera que ésta llega a ser culmen et fons de toda su actuación (cf SC 10), para que, en definitiva, mysterium paschale vivendo exprimatur'. Podemos describirla aproximadamente así: "La espiritualidad litúrgica es el ejercicio (en lo posible) perfecto de la vida cristiana, con el que el hombre, regenerado en el bautismo, lleno del Espíritu Santo recibido en la confirmación, participando en la celebración eucarística, marca toda su vida con estos tres sacramentos, para crecer, en el cuadro de las celebraciones repetidas del año litúrgico, de una oración continua —concretamente: la oración o liturgia de las Horas -- y de las actividades de la vida cotidiana, en la santificación mediante la conformación con Cristo crucificado y resucitado, en la esperanza de la última consumación escatológica, para alabanza de la gloria de Dios" z.

 

A) SINTESIS HISTORICA


I. Una convicción fundamental presente en toda la historia de la iglesia

Que toda la vida cristiana deba fundarse sobre la liturgia, o sea, sobre la celebración de los sacramentos, sobre todo sobre los sacramentos de la iniciación cristiana y de la eucaristía, así como también (en principio) sobre la celebración de la liturgia de las Horas, en el marco del año litúrgico, es un patrimonio originario de la tradición e incluso una evidencia: baste recordar Rom 6,1-11; Col 2,6-3,17, y Flp 2,5-11; 3,8-14.

1. EN LA ÉPOCA DE LOS PADRES Y EN EL MEDIEVO. Bajo este aspecto, son típicas las catequesis mistagógicas de los padres, mediante las que ellos, partiendo de los sacramentosde la iniciación recién celebrados, introducen a los neocristianos en la riqueza de la vida cristiana, que deben custodiar y desarrollar. Baste recordar a Ambrosio, De mysteriis; las Catequesis mistagógicas, de Cirilo de Jerusalén; los sermones pronunciados por Agustín en la vigilia y durante el tiempo pascual; las catequesis bautismales de Juan Crisóstomo y de Teodoro de Mopsuestia; las homilías y los sermones de León Magno y de Gregorio Magno para las grandes solemnidades del año. La actividad pastoral de la iglesia medieval siguió moviéndose en la misma dirección, aunque con menos vigor.

2. EN EL PERÍODO SUCESIVO AL CONCILIO DE TRENTO Y HASTA EL S. XIX. En el período de nuevo vigor que siguió al impulso reformador imprimido por el concilio de Trento, pero también en el curso del esfuerzo católico por superar el iluminismo y durante el renacimiento restaurador del s. xlx, no han faltado maestros de vida espiritual que han buscado y encontrado precisamente en la liturgia, esto es, en los sacramentos y en el año litúrgico, estímulos para la formación de la espiritualidad. Aquí también nos deberemos limitar a los grandes nombres: el card. Juan Bona (1609-1674); L. Thomassin (1619-1695), el beato card. José Tomasi (1649-1713), Luis Antonio Muratori (1672-1750), J.M. Sailer (1751-1832), Antonio Rosmini (1797-1855)2, Con Próspero Guéranger, primer abad de Solesmes (1805-1875), y con su famosa obra L'année liturgique (1841ss), y con la abadesa C. Bruyére de S. Cécile de Solesmes (1845-1909)4, influenciada por él, nos encontramos ya a las puertas de una comprensión más honda y explícita de la espiritualidad litúrgica.


II. Un tema que se hace explícito en el
s. XX

1. LOS COMIENZOS: PÍO X Y L. BEAUDUIN-MALINAS. La espiritualidad litúrgica sólo llega a ser un tema explícito en el marco del reciente -> movimiento litúrgico. Justo al comienzo de su pontificado, san Pío X había afirmado programáticamente en su motu proprio Tra le sollecitudini: "Efectivamente, siendo nuestro vivísimo deseo que el verdadero espíritu cristiano reflorezca de todos modos..., es necesario atender antes que nada a la santidad y dignidad del templo, donde precisamente se reúnen los fieles para beber ese espíritu en su fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la oración pública y solemne de la iglesia"'. La extraordinaria importancia de estas palabras no se tomó en consideración en los primeros momentos. Sin embargo, siguieron siendo la norma autoritativa para la obra comenzada en Bélgica por dom L. Beauduin y sus colaboradores a partir de 1909, o sea, después del llamado acontecimiento de Malinas (así se denomina el discurso programático, pronunciado por Beauduin el 23 de septiembre de 1909 en Malinas —durante el "Congrés national des oeuvres catholiques"-, con sus consecuencias). De este trabajo nació el estudio de dom M. Festugiére La liturgie catholique (1913), que iluminó con gran fuerza la importancia de la liturgia, fundamental para la edificación de la vida espiritual. Los representantes de una piedad orientada de manera diferente se pusieron a la defensiva. De este modo se desencadenó una violenta controversia, al final de la cual L. Beauduin publicó un pequeño libro: La piété de l' église. En él el autor ilustraba con unas pocas afirmaciones incisivas la grandeza y la importancia de la piedad eclesial: "El cristiano, viviendo fielmente la liturgia, reproduce en sí mismo la vida de la iglesia". La guerra que estalló algunas semanas más tarde cortó de raíz cualquier posibilidad de que continuara la controversia. Pero una vez que hubo terminado el conflicto, las afirmaciones y directrices fundamentales, libres ahora de todo clima polémico, volvieron a imponerse en un contexto más amplio y pacífico. R. Guardini dio una valoración positiva de la problemática en el ensayo Das Objektive im Gebetsleben

2. UNA PRESENCIA CADA VEZ MÁS EXPLÍCITA. Mientras tanto, en el ámbito del movimiento litúrgico en fase expansiva, se valoró cada vez más el conjunto de la liturgia como algo capaz de contribuir a la renovación de la vida espiritual. Nombramos a los principales representantes de esa interpretación. El abad C. Marmion de Maredsous no entra directamente en el ámbito del mismo movimiento litúrgico, pero sus libros —nacidos del mismo ambiente espiritual que aquellas abadías belgas de donde provenía L. Beauduin— contribuyeron mucho a la promoción de la espiritualidad litúrgica de estos años. También el abad, y después arzobispo y cardenal, I. A. Schuster, con su producción literaria, así como con el ejemplo de su vida y de su actividad pastoral en Milán, se coloca en los orígenes de esta sensibilidad hacia una vida espiritual alimentada en la riqueza de la liturgia. R. Guardini, con su libro Vom Geist der Liturgia, fue el heraldo de la renovación litúrgica, primero en Alemania y después en Europa; también después siguiósiendo uno de los mayores guías en la profundización y penetración espiritual de la liturgia. Con el abad 1. Herwegen, de Maria Laach, y P. Parsch, de Klosterneuburg (Austria), nos hallamos frente a los representantes principales de una reflexión radical sobre los fundamentos sustentadores de la espiritualidad litúrgica.

3. UN TEMA PROGRAMÁTICO. 1. Herwegen sintetizó el motivo decisivo de la espiritualidad litúrgica en la expresión: "Fundamento objetivo para la construcción individual de nuestra vida religiosa'''. O. Casel ilustró exhaustivamente la riqueza teológica de este fundamento objetivo en su Christliches Kultmysterium'°. Pero también fuera del ámbito teológico de Maria Laach se habla ahora cada vez más explícitamente, de una u otra forma, de espiritualidad litúrgica ". Junto a los estudios teóricos se sitúa el hecho puro y simple de la apreciación del misterio de Cristo en los comentarios del Missale Romanum según el año litúrgico. Y así, nombres como Ae. Láhr, J. Claude-Nesmy y A. Nocent son un ejemplo de ello. Una cierta crisis del movimiento litúrgico sobre todo en Alemania (años 1939ss), provocada por la sospecha de que la renovación litúrgica fuera "un camino equivocado y una desviación en la vida espiritual contemporánea", pudo superarse. Se llegó por fin a la encíclica Mediator Dei (20 de noviembre de 1947), de Pío XII, que trajo una clarificación magisterial oficial: la -> liturgia, en su auténtica naturaleza teológica, no es el lado puramente exterior y ceremonial del culto, sino el ejercicio del sacerdocio neotestamentario del Cristo total, cabeza y miembros. De esta manera se abría el camino a las afirmaciones que haráel Vat. 11 en la constitución sobre la liturgia, sobre todo en la primera parte, donde se habla de la naturaleza de la liturgia como cumbre y fuente de toda la acción de la iglesia (SC 2; 5-13), afirmaciones que posteriormente se traducirán en la práctica y se ilustrarán detalladamente en la -> reforma litúrgica posconciliar.

 

B) TRATADO SISTEMATICO


I. Subordinación a la norma objetiva

1. PIEDAD "OBJETIVA". Punto de partida y fundamento permanente de la ilustración teológica y de la realización espiritual litúrgica es la voluntad decidida de basarse, a la hora de construir una vida auténticamente espiritual, bajo la guía del Espíritu Santo, en la norma objetiva de la liturgia. En los comienzos del movimiento litúrgico, sobre todo para el abad Guéranger, esto significaba pura y llanamente basarse en la liturgia romana. Para Pío X era necesario tender a una "participación activa en los misterios y en la oración solemne y comunitaria de la iglesia"._ Para el card. Schuster, tomamos toda la teología de las "antiguas y venerables fórmulas y oraciones del sacrificio divino", herencia preciosa que el Salvador le ha dejado a su iglesia. De manera semejante, el abad Herwegen formula explícitamente el principio base del fundamento objetivo para la construcción de la vida religiosa, que luego se lleva adelante de manera particular e individual 'Por tanto, ésta es una piedad objetiva, o sea, una espiritualidad que se orienta conscientemente según los datos objetivos de las celebraciones litúrgicas, de los sacramentos y de la oración de la iglesia.

2. COMPROMISO PERSONAL EN EL ENCUENTRO CON CRISTO. Es necesario entender correctamente el término objetivo: no indica un actuar impersonal y frío, sino que es, necesario apropiarse de esa realidad objetiva con un empeño absolutamente personal, y a continuación actuarla de manera viva. R. Guardini ha descrito ese proceso como un "despertar de la iglesia en las almas" Y esta iglesia, en las acciones litúrgicas, nos lleva a Cristo y a su acción salvífica. Jesucristo sigue siendo, por tanto, la norma última de la edificación de nuestra vida espiritual. El mismo Guardini lo explica de la siguiente manera: "Ahora este estar directamente delante de Cristo, este supra-histórico estar presente del Redentor y de su vida llena todo el acontecimiento litúrgico... Se trata simplemente de una forma particular de aquella relación directa con el Redentor que existió históricamente, pero que está presente de manera suprahistórica..., que se enraíza no en el individuo, sino en la comunidad; se realiza no en acontecimientos, experiencias y tareas de la vida cotidiana, sino en los contenidos, en los procesos y en las formas de la vida contemplativa, en el servicio de Dios y en el culto. En la liturgia la comunidad creyente, y el particular dentro de ella, está en esa relación directa con el Redentor; más aún, en un acto esencialmente contemplativo de meditación, oración, participación y unión con el sacrificio y el sacramento... Nos encontramos frente a la realidad más íntima de la liturgia, frente a la realidad del misterio". A continuación, Guardini formuló este pensamiento en términos todavía más radicales: lacategoría decisiva y esencial del cristianismo es la persona histórica de Jesucristo "en su unicidad histórica y en su gloria eterna", en cuanto que, creyendō, nosotros estamos en contacto con él "en una conexión y relación real, en un ser-renovados mediante la fe y en un ser-marcados mediante el bautismo, en un proceso por el que el hombre entra en una reciprocidad de inexistencia pneumática con el Redentor eternamente real; figura, obra, pasión, muerte y resurrección del Redentor se hacen para él forma y contenido de una nueva existencia". Y como queriendo completar y condensar su pensamiento, añade: todo esto es "cristiano en cuanto sucede por medio de Cristo en la iglesia"

3. ACTUACIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO. Lo que Guardini decía desde el punto de vista de la filosofía de la religión, ha penetrado de manera decisiva en la conciencia de la teología contemporánea a través de O. Casel (+ 1948). Aunque se puede discutir uno u otro particular de su concepción, ha resultado válido un juicio que sobre él se emitió en 1947: "El mérito de la enseñanua de Casel no está sólo en el hecho de haber suministrado nuevos puntos de vista e inducido a verificar el precedente patrimonio teológico-especulativo. Su importancia decisiva está más bien aquí: Casel ha expuesto con sorprendente seguridad toda la realidad de Cristo en una única visión unitaria, en un concepto que acentúa lo esencial y abarca al mismo tiempo todos los particulares"'". Ese concepto central es el de mystérion-sacramentum, lo que significa que el misterio anterior al tiempo de la eterna voluntad salvífica de Dios, cumplido provisionalmente en el misterio de la historia salvífica de Israel,realizado de verdad en el misterio pascual de Jesucristo, ahora representado en el misterio de la iglesia y en los misterios de su culto, en la esperanza de su cumplimiento escatológico..., ese misterio en su totalidad es la norma objetiva de la construcción individual, enteramente personal, de nuestra vida espiritual, de modo y manera que mvsterium paschale vivendo exprimatur.

4. CUMBRE Y FUENTE. La espiritualidad litúrgica es, por tanto, la actuación del misterio de Cristo en la liturgia de la iglesia. Ciertamente, la liturgia no agota toda la acción de la iglesia (SC 9); pero, en cambio, "es la cumbre a la que tiende toda la actividad de la iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10). En el fondo, ésta era ya la doctrina expresada por Pío XII en la Mediator Dei: "La sociedad fundada por el divino Redentor no tiene otro fin... que crecer y dilatarse cada vez más: lo cual sucede cuando Cristo es edificado y dilatado en las almas de los mortales, y cuando inversamente las almas de los mortales son edificadas y dilatadas en Cristo; de manera que en este destierro terrenal prospere el templo en el que la divina Majestad recibe el culto grato y legítimo. En toda acción litúrgica, por tanto, juntamente con la iglesia está presente su divino Fundador: Cristo está presente en el... sacramento..., bien en la persona de su ministro, bien principalmente bajo las especies eucarísticas; está presente en los sacramentos con la virtud que en ellos transfunde...; está presente, por fin, en las alabanzas y súplicas... La sagrada liturgia es, por tanto, el culto público... integral del cuerpo místico de Jesucristo, esto es, de la cabeza y de sus miembros". La constitución litúrgica del Vat. II ha hecho suyo este pensamiento y lo ha insertado en el marco más amplio de toda la historia de salvación (SC 5-13). Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios, ha cumplido la voluntad salvífica del Padre —después de la preparación mediante las proezas históricosalvíficas del AT— por el misterio pascual de su pasión y glorificación. Ha enviado a los apóstoles a proclamar y a actuar ("ut... exercerent": SC 6) esa obra salvífica con la celebración del sacrificio y de los sacramentos, y así introducir a los hombres en el misterio pascual a través del bautismo, la confirmación y la celebración de la eucaristía para alabanza de la gloria de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo. Para actuar este amplísimo proyecto el Señor está siempre presente en su iglesia, de modo que las acciones litúrgicas son el ejercicio concreto del sacerdocio de Cristo, son acciones sagradas en tan gran medida (SC 7), que son simplemente cumbre y fuente de toda la actividad de la iglesia (SC 10), aunque no la agoten (SC 9). Estos dos conceptos iluminan bien la naturaleza específica de la espiritualidad litúrgica: la liturgia es fuente y norma; quiere y debe desarrollarse en la totalidad de una vida espiritual, que a su vez reconduce a la acción litúrgica como a su vértice. Y la iglesia debe introducir en la liturgia ya preparando para su celebración, o sea, predicando el mensaje de Cristo, para que cada uno entre con fe recta y celebre las acciones sagradas no como si fueran algo extrínseco, de ceremonial, simples prescripciones cultuales que se deben observar legalistamente, sino que "participen en ella consciente, activa y fructuosamente" (SC 11). Después, una vez terminada la celebración, la acción sagrada impulsa "a los fieles a que, saciados con los sacramentos pascuales, sean concordes en la piedad..., conserven en su vida lo que recibieron en la fe...", los "enciende y arrastra... a la apremiante caridad de Cristo" (SC 10). La comunión con el Señor, instaurada en la liturgia, invita además a la oración personal y a estar dispuestos a asumir en la propia vida los sufrimientos de Cristo, que muere para la transformación de todo el hombre, para que, "recibida [por el Padre] la ofrenda de la víctima espiritual", el hombre se convierta en "ofrenda eterna" (SC 12). Todos los demás ejercicios piadosos se subordinan a las normas objetivas de estas leyes de la iglesia y de estas formas de su liturgia (SC 13).


II. Realidad central

La espiritualidad litúrgica, por tanto, es aquella actitud cristiana conjunta con la que se reconoce la realidad eminente de la liturgia y se ve en ella la fuente y la cumbre de la vida cristiana en la peregrinación hacia la consumación en el reino eterno de Dios.

1. CELEBRACIÓN VIVA. Por muy numerosas que sean las acciones que preceden o siguen a la celebración litúrgica propia y verdadera, ésta sigue siendo el núcleo central, la acción sagrada en sentido pleno, en la que se da la realidad suprema, la actualización de la acción salvífica de Cristo. Por eso, la primera tarea de la espiritualidad litúrgica es la de realizar de la manera debida esa acción sagrada, y respectivamente tomar parte en ella "consciente, activa y fructuosamente" (SC 11), con una "participación plena, consciente y activa" (SC 14).

Aquí está la primera y más importante fuente, "en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano" (SC 14). Esto vale para el sacerdote y para los que sirven al altar tanto como para los fieles (SC 14-18). Nadie debe quedarse inactivo, ser un espectador mudo; más bien todos "participen conscientemente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada...; se perfeccionen día a día... en la unión con Dios y entre sí..." (SC 48). Por eso es necesario alcanzar una comprensión cada vez mejor de las acciones sagradas, para poder "vivir la vida litúrgica" (SC 18). La exhortación que el obispo dirige al candidato al sacerdocio en el rito de ordenación sirve en la medida correspondiente para todos los miembros del pueblo de Dios: "In lege Domini meditantes, videte, ut quod legeritis credatis, quod credideritis doceatis, quod docueritis imitemini... Agnoscite quod agitis, imitamini quod tractatis, quatenus mortis et resurrectionis Domini mysterium celebrantes, membra vestra a vitiis omnibus mortificare et in novitate vitae ambulare studeatis" 22. Esta, pues, es la actitud que se exige para una justa celebración de la liturgia de las Horas (y, respectivamente, de toda la acción litúrgica): "El oficio divino, en cuanto oración pública de la iglesia, es además fuente de piedad y alimento de la oración personal. Por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho oficio a que, al rezarlo, la mente concuerde con la voz, y para conseguirlo mejor adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los salmos" (SC 90). Realización suprema e importantísima de la vida espiritual es, por tanto, la celebración viva y genuina de las mismas acciones litúrgicas. Aquí, ni antes ni después, está la cumbre, el contacto auténtico con el Señor y con su obra salvífica, la cumbre de la realidad; aquí sobre todo el Señor está presente en medio de la iglesia que celebra las acciones litúrgicas (SC 7); ¡aquí está la cumbre y la fuente! Precisamente por eso es natural que a continuación yo me deba esforzar por conservar ese contacto, esa realidad, incluso después de que la verdadera y propia acción litúrgica haya terminado: en la oración personal, en la actividad y en el cumplimiento de los deberes de la vida cristiana, en el descanso y en el trabajo, al comer con alegría, de manera que todo, toda mi vida, sea verdaderamente "en Cristo Jesús". Y también es natural que una vida vivida de esta manera yo la haga desembocar de nuevo, a ciertas horas del día, en una renovada celebración litúrgica como vértice de toda la existencia y de toda la vida cristiana eclesial.

2. ACTUALIZACIÓN DEL MISTERIO DE CRISTO. Fuente última y realización suprema de todo esto es el misterio de Cristo en toda su amplitud. El fundamento objetivo de toda mi vida espiritual, que se plasmará después de una manera absolutamente personal, está en la -> celebración, en el -> memorial real, en la actualización, en la representación del -> misterio, o sea, de Jesucristo en su muerte y resurrección, para edificación de la iglesia, para santificación de los creyentes y de todo el pueblo de Dios en la conformación con el Crucificado y Resucitado, para gloria de Dios y para su adoración en espíritu y verdad. Esta es la misión, y no (en primerísimo lugar) la solidaridad con el prójimo (por más que ésta sea necesaria y se la persiga en la edificación de la iglesia local); ésta, y no la solución de problemas sociales y políticos (aunque se los afronte, extendiendo también a ellos la eficacia de la acción salvífica).

Este misterio se celebra con la mirada vuelta a su núcleo específico y esencial, pero también observando los ritos, los textos y la ordenación de las fiestas establecidas por la iglesia, tal y como son en concreto, como herencia de una tradición secular y de su revisión querida por el Vat. II, y así como los ha aprobado la autoridad del papa y de los obispos, respectivamente; la autoridad de una iglesia patriarcal o la sede apostólica, respectivamente. Tal observación libera al particular de los condicionamientos y de los límites de la propia subjetividad y lo introduce en las dimensiones de todo el misterio de Cristo, en "toda la plenitud de Dios" (Ef 3,19; cf el párrafo completo: 3,16-19), "... por ganar a Cristo y encontrarme en él... a fin de conocerle a él y la virtud de su resurrección y la participación en sus padecimientos, configurándome a su muerte, para alcanzar la resurrección..." (Flp 3,8-11). En una celebración realizada de esta manera, con el ánimo abierto a las intenciones ilimitadas de la obra salvífica de Cristo ilustrada por la palabra y por los signos, con una participación íntima y real, con una fe viva, en la fuerza viva del Espíritu Santo, "convivificati, conresuscitati, concedentes in coelestibus in Christo" (cf Ef 2,5s). Estamos "crucificados con Cristo" (Christó synestáuromai, Gál 2,19), de manera que precisamente en esa celebración se verifican las palabras: "Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí. Y si al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios" (Gál 2,20). En semejante celebración se realiza máximamente en el orden sacramental aquella "reciprocidad de inexistencia pneumática con el Redentor eternamente real", de la que había hablado Guardini, de manera que "figura, obra, pasión, muerte y resurrección del Redentor" pueden hacerse "forma y contenido de una nueva existencia"". Esto quiere decir que estamos inmersos en toda la amplitud del misterio de Cristo, en sus dimensiones cósmicas y supracósmicas; que se superan los límites mezquinos de la propia subjetividad y de una piedad privada individualista. "Cristo es el Uno y el Todo cristiano, aunque procedente del Padre y orientado hacia él. El abarca en sí todo lo existente, pero como el Logos del Padre; como aquel en quien el Padre ha creado el mundo y a quien el Padre ha enviado para la redención del mundo; como aquel que restaura el reino del Padre. En este sentido... Cristo no es el centro, sino el mediador; aquel que es enviado con una misión y vuelve a la patria; camino, verdad y vida..." Todo esto, en cualquier caso, como nos lo presenta la acción litúrgica en su figura objetiva y en su amplitud, o sea en la plenitud del único y total misterio de Cristo y en su desenvolvimiento a lo largo del ciclo anual de las celebraciones festivas.


III. Realización concreta

La realización concreta de las espiritualidades litúrgicas tiene lugar de diferentes maneras y a diversos niveles conectados entre sí, e incluso interpenetrantes. Celebramos el misterio de Cristo en la acción sagrada de la liturgia de las Horas, de la eucaristía y de losotros sacramentos, en la predicación de la palabra de Dios y en la lectura meditativa de la sagrada Escritura y en la oración que brota de todo ello, o sea en la oratio, y en la reflexión en la presencia de Dios en Cristo.

Esas acciones sagradas se desarrollan según un ritmo cronológico: ante todo, según la sucesión de las horas (vigilia nocturna, oración de la mañana y de la tarde, oración al final del día o antes del descanso nocturno); luego en la celebración del misterio pascual, que tiene lugar en su repetición regular el día del Señor (domingo), y en su solemnidad anual, que va de la cuaresma a pentecostés y tiene su cumbre en la vigilia pascual; de otra manera también en la celebración de la manifestación del Señor —en navidad y epifanía—, preparada por el adviento y continuada en el breve tiempo de navidad; finalmente, en la celebración del "dies natalis" de los santos, en las solemnidades de la madre de Dios, de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes y de todos los santos y santas. En esas acciones directamente litúrgicas se actualiza todo el misterio de la historia salvífica: Jesucristo-Antiguo Testamento-plan salvífico de Dios anterior al tiempo. Todo esto como fuente primera, como cumbre, como fundamento objetivo normativo de toda la vida cristiana, para que mysterium paschale vivendo exprimatur.

1. ELEMENTOS CONSTITUTIVOS CONCRETOS. Dos son sobre todo las realidades fundamentales: la palabra de Dios y la sacramentalidad del signo. La palabra de Dios es la palabra pronunciada por el Padre "muchas veces... por medio de los profetas, [y] en estos días... por el Hijo" (Heb 1,1-2). Es la palabra, el Logos, "que era desde el principio..., que hemos oído..., que hemos visto..., el Verbo de la vida" (1 Jn 1,1-3); es la palabra que se ha hecho carne y ha acampado entre nosotros para revelarnos su gloria (Jn 1,14). Es el evangelio de Dios (Rom 1,1), el evangelio del anuncio referido a Jesucristo, evangelio que ha estado oculto desde la eternidad, pero ahora ha sido manifestado mediante los escritos de los profetas (Rom 16,25s) y cuyas riquezas inagotables quiere proclamar el Apóstol para manifestar a todos claramente "quae sit dispensatio sacramenti absconditi a saeculis a Deo" (Ef 3,9), para que al fin todos sean "llenos de toda plenitud de Dios" (Ef 3,19). Es aquella palabra que es "viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos; [que] penetra hasta la división del alma y del espíritu" (Heb 4,12). Escuchando esta palabra llegamos a la fe (cf Rom 10,17); quien cree, tiene la vida eterna (cf Jn 6,40). La gran importancia de la palabra de Dios se ha reafirmado nuevamente con gran fuerza en la constitución sobre la divina revelación 24: "La iglesia siempre ha venerado la sagrada escritura, como lo ha hecho con el cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo... En los libros sagrados, el Padre, que está en los cielos, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la iglesia, firmeza de fe para Sus hijos, alimento del 'alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual" (DV 21). Así, a propósito de la proclamación 'de la palabra de Dios, se afirma la particular presencia de Cristo: "Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la iglesia la sagrada Escritura, es él quien habla" (SC 7). En la encíclica Mysterium fidei Pablo VI ha subrayado expresamente la realidad de esa presencia.

Por tanto, podemos decir: la palabra de Dios —anunciada, proclamada, escuchada, creída, guardada en el corazón— nos da la presencia (dinámica) de Cristo; no la única, pero desde luego una presencia real, verdadera, eficaz. Esto sucede prácticamente en la proclamación viva de la palabra de Dios, tomada de la sagrada Escritura, que tiene lugar durante la celebración litúrgica: aquí hablan el Señor y los apóstoles, que nos cuentan la historia del Señor. Esto sucede también en la interpretación viva —por la que el mensaje de Dios penetra en nuestra vida de cada día—, que tiene lugar sobre todo en la -> homilía. Finalmente, la eficacia de esta palabra se manifiesta en el eco que suscita en nosotros, en la respuesta que damos con las oraciones y los cánticos, en los que se convierte en confesión, alabanza, súplica, intercesión.

La realidad y eficacia de la palabra de Dios se llevan ulteriormente a cumplimiento mediante la actuación de esa misma palabra de Dios en los signos sagrados, en los símbolos, en los sacramentos de las acciones litúrgicas. La constitución SC lo acentúa. Los apóstoles no sólo anuncian la obra salvífica de Cristo (con todo lo que de aquí se deriva), sino que también la actúan: "No sólo... a anunciar que el Hijo de Dios... nos libró..., sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6). El signo santo indica la acción salvífica divina sobre todo, como es obvio, de la manera puramente natural en que una imagen (una copia) puede representar la realidad original que ha de reproducirse: señala esta acción salvífica trayéndola a la memoria, indicándola, prefigurándola (es signo commemorativum, demonstrativum, prognosticum). El signo santo señala la única acción salvífica en su unidad, en cuanto pasada-presente-futura. A continuación accedit verbum ad elementum, es decir: la palabra de Dios, ilustrativa y precisamente representativa, se añade al simple signo, y se constituye el sacramentum en el sentido verdadero y propio del término, al que el Señor ha prometido su presencia, la fuerza eficaz de su santo Espíritu. Así tenemos la figura plena de un sacramento, donde se juntan sacramentum tantum, o sea, el signo simplemente natural, que de todas formas ya habla e indica claramente; sacramentum et res, o sea, la realidad interna donada por Dios, por su santo Espíritu; ésta, a su vez, señala hacia la res última, el don de la gracia, que la pasada-presente acción salvífica de Cristo nos concede como prenda de la gloria futura. La eficacia-de-gracia de estos sacramentos es muy diversa, análogamente diversa, de diverso espesor. Pero de todos ellos se puede decir lo que afirma SC 7: "En esta obra tan grande... Cristo asocia siempre consigo... la iglesia... En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la iglesia, es acción sagrada por excelencia".

2. LAS ACCIONES SAGRADAS PARTICULARES. a) La liturgia de las Horas. Es una acción sagrada (actio sacra praecellenter) constituida: por la fuerza de la palabra de Dios, como se muestra de manera múltiple en la lectura bíblica, en la explicación homilética, en el canto responsorial (responsorium), en la salmodia meditativa, en la oración formal; y por la función indicativo-figurativa del signo que señala la acción salvífica, el misterio de Cristo presente en la estructura conjunta de las horas, o sea, en el complejo del tiempo, en la rítmica sucesión del día y de la noche, del domingo y de los días feriales, de la pascua y la navidad, del recuerdo de las acciones de Cristo y el recuerdo de los santos que lo anuncian y dan testimonio de él; pero también presente, según su promesa, en la oración de "dos o tres reunidos en el nombre del Señor", mediante la cual se realiza la iglesia local en Cristo, en la escucha y acogida de la palabra, en el anuncio de sus acciones salvíficas, en la acción de gracias, en la alabanza, en la confesión del nombre de Dios. La iglesia continúa la oración de Cristo: "La unidad de la iglesia orante es realizada por el Espíritu Santo, que es el mismo en Cristo, en la totalidad de la iglesia y en cada uno de los bautizados. El mismo `Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad' e `intercede por nosotros con gemidos inefables'" (OGLH 8).

b) La celebración de la eucaristía. La liturgia de las Horas extiende lo que se contiene en medida suprema e intensísima en la eucaristía, y prepara para la eucaristía: OGLH 12.

En la celebración eucarística encontramos realizada en grado máximo la presencia del Señor y de su obra salvífica: "Cristo está presente... en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro..., sea sobre todo bajo las especies eucarísticas" (SC 7).

La importancia fundamental de la celebración eucarística se ilustrabien en los OGMR 1: "La celebración de la misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente". Aquí está el vértice de nuestro hacernos partícipes de la acción salvífica redentora de Cristo y de su adoración al Padre. Aquí el pueblo de Dios se reúne bajo la guía del sacerdote como representante de Cristo "para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico" (OGMR 7). Memoria = anámnesis = zikar = memorial: éste es el término tan rico que indica aquella conmemoración del sacrificio de Cristo (núcleo de su misterio pascual, que abarca toda la obra de la salvación), efectuada en palabras y en acciones simbólicas, en la que ese sacrificio se hace presente, pero sin repetirse, como si no fuese suficiente en sí mismo y necesitase completarse o renovarse con una nueva acción, o sea, precisamente repetirse. Pero, aun no habiendo ningún tipo de repetición, nos hallamos frente a la auténtica presencia de aquel único sacrificio, que ha sido tan realmente donado a la iglesia que se hace aquí y hoy su sacrificio. En este acto de culto los dos elementos fundamentales, más arriba nombrados (palabra y sacramento) desarrollan un papel de primerísimo plano: la liturgia de la palabra es un conjunto formado de canto, acto penitencial, oración, lectura, salmo responsorial, evangelio, homilía, oraciones de los fieles; en la liturgia sacramental vemos a los fieles que llevan sus ofrendas; después al sacerdote que pronuncia sobre ellas la plegaria eucarística, o sea, invoca a Dios en la forma solemnísima de la alabanza y de la epíklesis y exalta sus grandes acciones, para que los dones conviviales, en virtud de las palabras de Cristo y de la intervención del Espíritu Santo, se transformen en el cuerpo y la sangre del Cordero de Dios, de manera que todos, mediante el banquete sacrificial de la comunión, se unan con el Señor y entre ellos como iglesia. La OGMR, entre otras cosas, dice lo siguiente de la plegaria eucarística (n. 54): "El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de la grandeza de Dios y en la ofrenda del sacrificio". La comunión, hecha preferentemente "con pan consagrado en esa misma misa" (n. 56, h), es el "convite pascual", el "alimento espiritual" de los fieles (n. 56), "participación en el sacrificio que entonces mismo se celebra" (n. 56, h).

c) La celebración de las fiestas. Las dos acciones sagradas mencionadas se ven y se comprenden en su concreta colocación dentro de la celebración de una jornada completa. Se complementan mutuamente: la liturgia de las Horas "extiende a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana. La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la liturgia de las Horas..." (OGLH 12).

La acción de conjunto, así celebrada, subdividida a lo largo de las horas del día, irradia su realidad íntima a toda la jornada, transformándola en un día festivo en el que todos participan. "Esta totalidad de las celebraciones sagradas, que se hace completa en el día festivo y en el tiempo festivo en cuanto realidad sacramental que deja sentir su influencia sobre la gozosa actividad humana comunitaria, es el vértice que se alza por encima del día ferial, el cumplimiento de la existencia humana aquí abajo, en la esperanza del último cumplimiento escatológico de la eternidad. La celebración sagrada es una actividad generosa, gratuita (zwecklos), que por tanto no persigue ningún fin directamente utilitarista, y, de todos modos, es, precisamente por ello, una actividad en sumo grado llena de sentido (sinnvoll) y verdaderamente humana.

La primera fiesta de ese estilo es el día del Señor o -> domingo, la "fiesta primordial", el "día de alegría y de liberación del trabajo", el día en que "los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús" (SC 106), la pascua semanal del cristiano; el memorial semanal del misterio pascual, en el que este misterio se comunica como presente a los participantes y deja sentir el propio efecto en toda la jornada, para que el hombre y su comunidad puedan verdaderamente vivir en la alegría festiva en Cristo Jesús.

Una vez al año esa memoria del Señor se celebra de una manera singular en la liturgia nocturna de la vigilia pascual [-> Triduo pascuall, preparada por los cuarenta días de ayuno [-> Cuaresmal, durante los cuales los cristianos, animados con el gozo de la nostalgia espiritual, esperan la fiesta y' se preparan a morir y resucitar con Cristo. Todo esto se prolonga después, como nueva comunión de vida con el Resucitado, en la apertura al don del Espíritu del Señor glorificado durante los cincuenta días de pentecostés.

El mismo misterio de Cristo secelebra como revelación luminosa aquí y ahora en el tiempo de -> navidad, en el memorial de la encarnación y de la primera epifanía, mediante la cual el Salvador se nos da también hoy a nosotros como luz de luz para iluminarnos y liberarnos de las tinieblas del pecado, en la esperanza de la revelación definitiva, que tendrá lugar en la parusía de aquel que ha resucitado de entre los muertos mediante la victoria pascual.

Todavía encontramos al Señor de otra manera en la celebración de los I santos. El recuerdo de su muerte, ya sea un martirio o una muerte que corona toda una vida dedicada al seguimiento de Cristo, se celebra como formando parte del morir y resucitar de Cristo, dando gracias a Dios en la eucaristía y en la liturgia de las Horas por esas posibilidades que se nos han dado en Cristo.

3. LA ACTUALIZACIÓN DE TODO EL MISTERIO DE CRISTO. En todas las acciones sagradas mencionadas (liturgia de las Horas, celebración de la eucaristía y su extensión en los días festivos y en los tiempos festivos del año) se trata siempre de la celebración del mismo y único misterio de Cristo, que en el fondo culmina y se resume en el misterio pascual de la bienaventurada pasión y resurrección de entre los muertos. Pero en esa celebración del misterio de Cristo y en su multiforme articulación se actualiza toda la historia de la salvación, historia que fue preparada en orden a Cristo, lo ha representado proféticamente en imágenes o tipos prefigurativos y ahora, en la plenitud de los tiempos, ha llegado a su cumplimiento en él.

Son los hechos de la historia del pueblo elegido del AT, pero vividos e interpretados ya por los patriarcas y profetas como hechos de una historia de Dios con los hombres y luego nuevamente vividos por Cristo como etapas de aquella historia que debía preparar su obra: "Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras" (Lc 24,27; cf 24,44-47). Estos hechos, en sí mismos históricos, accesibles como tales al incrédulo, pero llevados a su cumplimiento y reinterpretados como hechos de nuestra salvación en primer lugar por el mismo Cristo y luego por los apóstoles, ahora se ven, se interpretan, se proclaman, se celebran como hechos de nuestra historia de salvación, se actualizan en la iglesia. Se trata de la proclamación del "misterio de Dios, que es Cristo" (Col 2,2); de la manifestación de la riqueza de gloria, que es este "misterio entre los gentiles, el cual es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria" futura (Col 1,27). Este misterio es sobre todo el "misterio de su voluntad..., que se propuso en él..., al recapitular todas las cosas en Cristo [cabezal" (Ef 1,9-10). Las actualizaciones sucesivas, tras la creación del mundo y el hombre, tras el primer pecado y el protoevangelio, son la elección de Abrahán y de sus descendientes, y después el acontecimiento glorioso del éxodo como cristalización de toda la precedente historia de Israel, el acontecimiento central del cordero pascual, el paso a través del mar Rojo, la alianza del Sinaí, los milagros en el desierto, la entrada en la tierra prometida, la historia del reino de David y la historia de los profetas, la cautividad babilónica y la nueva salida, nuevo éxodo, de Babilonia. Todo esto se realizó al final de manera definitiva y con dimensiones más amplias en Cristo, y fue anunciado, proclamado, celebrado, actualizado por la iglesia, el verdadero pueblo de Dios, en su paso a través de este mundo en un éxodo sin fin hacia el reino eterno de Dios. El hecho salvífico Jesucristo nos lo propuso la predicación apostólica en función y en dependencia de los hechos del AT, a saber: como liberación, alianza, testamento sellado en la sangre del Cordero, que es nuestra pascua. En cierto sentido, solamente así adquiere toda su grandeza la obra de Cristo: aunque sea un acontecimiento de sólo treinta y tres años, transcurridos en su mayor parte en el ocultamiento de Nazaret, más aún, de solamente dos-tres años de vida pública, en realidad es un acontecimiento que comprende en sí todos los siglos de la historia precedente, los realiza de la manera más auténtica y será posteriormente actualizado por la iglesia en los siglos futuros, y precisamente en el anuncio mediante la palabra y el signo sacramental, en las acciones litúrgicas y en la celebraciones de las fiestas hasta la consumación última en el reino eterno del Padre. "Aquéllos según la letra, nosotros en el Espíritu; aquéllos una vez históricamente, nosotros espiritualmente en Cristo, cotidianamente, hoy, en el hoy del NT (cf Heb 12,18-24.29).

Esta visión nos la sugiere la misma liturgia, fuente y cumbre de toda nuestra vida espiritual, sobre todo por la importancia que la liturgia atribuye a la sagrada Escritura explicada e interpretada según la exégesis de los padres: "De ella, de la sagrada Escritura, se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y de ella reciben su significado las acciones y los signos. Por tanto, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada liturgia hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos tanto orientales como occidentales" (SC 24).

4. EN EL NUEVO MISAL ROMANO. Con el mismo espíritu se emprendió la reforma del misal romano, como se puede apreciar perfectamente, por ejemplo, en la liturgia de la vigilia pascual. Es típica la monición que el celebrante dirige a la asamblea al comenzar la liturgia de la palabra: "Con el pregón solemne de la pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios. Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo para que, con su muerte y resurrección, salvara a todos los hombres. Mientras contemplamos la gran trayectoria de esta historia santa, oremos intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo". Siguen las lecturas tomadas del AT, con sus respectivos salmos responsoriales. En ellas se nos presentan los tipos prefigurativos de la acción salvífica de Cristo: la buena creación inicial; el sacrificio de Abrahán; el paso del mar Rojo; la misericordia de Dios, prometida a través del profeta Isaías; el esplendor de las proezas divinas según el profeta Baruc; la nueva redención según las imágenes del profeta Ezequiel. Toda esta tipología se ilustra con la lengua magistral de las antiguas oraciones romanas: "... non fuisse excellentius, quod initio factus est mundus, quam quod in fine saeculorum Pascha nostrum immolatus est Christus" ("... la creación del mundo, en el comienzo de los siglos, no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo en la plenitud de los tiempos..."); "... per paschale sacramentum Abraham... universum, sicut iurasti, gentium effecisti patrem..." ("... por el misterio pascual, hiciste de tu siervo Abrahán el padre de todas las naciones, como lo habías prometido..."); "Deus cuius antiqua miracula etiam nostris temporibus coruscare sentimus, dum, quod uni populo a persecutione Pharaonis liberando dexterae tuae potentia contulisti, id in salutem gentium per aquam regenerationis operares.." ("también ahora, Señor, vemos brillar tus antiguas maravillas, y lo mismo que en otro tiempo manifestabas tu poder al librar a un solo pueblo de la persecución del Faraón, hoy aseguras la salvación de todas las naciones, haciéndolas renacer por las aguas del bautismo..."); "... ut, quod priores sancti non dubitaverunt futurum, ecclesia tam magna ex parte iam cognoscat impletum" ("... para que tu iglesia vea en qué medida se ha cumplido ya cuanto los patriarcas creyeron y esperaron"); "... Deus, spes unica mundi, qui prophetarum tuorum praeconio praesentium temporum declarasti mysteria..." ("Dios todopoderoso y eterno, esperanza única del mundo, que anunciaste por la voz de tus profetas los misterios de los tiempos presentes..."); "Deus..., respice propitius ad totius ecclesiae sacramentum, et opus salutis humanae perpetuae dispositionis effectu tranquillius operare; totusque mundus experiatur et videat deiecta engi, inveterata renovari et per ipsum Christum redire omnia in integrum, a quo sumpsere principium" ("Oh Dios..., mira con bondad a tu iglesia, sacramento de la nueva alianza, y, según tus eternos designios, lleva a término la obra de la salvación humana; que todo el mundo experimente y vea cómo lo abatido se levanta, lo viejo se renueva y vuelve a su integridad primera, por medio de nuestro Señor Jesucristo, de quien todo procede"); "Deus, qui nos ad celebrandum paschale sacramentum utriusque Testamenti paginis instruis, da nobis intellegere misericordiam tuam, ut ex perceptione praesentium munerum firma sit exspectatio futurorum" ("Oh Dios, que para celebrar el misterio pascual nos instruyes con las enseñanzas de los dos testamentos, concédenos penetrar en los designios de tu amor, para que, en los dones que hemos recibido, percibamos la esperanza de los bienes futuros").

A continuación, las sucesivas lecturas neotestamentarias, tomadas de la carta a los Romanos y de los evangelios de la resurrección, y la eventual solemne administración del bautismo, o bien la renovación de las promesas bautismales, subrayan que toda la tipología veterotestamentaria se cumple en el misterio pascual de Cristo y en su actualización en los fieles, los cuales, mediante el bautismo y la celebración de la eucaristía, se insertan en ese misterio. El sacerdote lo explica con esta exhortación: "Hermanos: por el misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el bautismo, para que vivamos una vida nueva". Las oraciones de la celebración eucarística repiten este mismo tema con lenguaje lacónico: "... para que, renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio" (colecta); "Escucha... la oración de tu pueblo..., para que la nueva vida que nace de estos sacramentos pascuales sea, por tu gracia,prenda de vida eterna" (sobre las ofrendas); "... que vivamos siempre unidos en tu amor los que hemos participado en un mismo sacramento pascual" (después de la comunión). La antífona de la comunión recuerda una vez más, con las palabras de 1 Cor 5,7, que la celebración tipológica del cordero pascual halla su cumplimiento en Cristo, verdadera pascua: "Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos la pascua con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad".

En el mismo sentido se expresan las oraciones de los días siguientes a la pascua: "... concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron" (lunes de la octava, colecta); "... concédenos, a través de la celebración de estas fiestas, llegar un día a la alegría eterna" (miércoles, colecta); "... concédenos realizar en la vida cuanto celebramos en la fe" (viernes, colecta); "Concédenos, Señor, que la celebración de estos misterios pascuales nos llene siempre de alegría, y que la actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante" (sábado, sobre las ofrendas); "Dios..., que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido" (segundo domingo de pascua, colecta).


IV. Cumbre y fuente: la realidad litúrgica como "fuente" de espiritualidad auténtica

Con cuanto hemos dicho queríamos señalar el alto grado de realidad espiritual que se nos ofrece en la celebración genuina de la liturgia. La liturgia actualiza el acontecimiento salvífico de Cristo: precisamente "para realizar una obra tan grande, Cristo está... presente a su iglesia" (SC 7). "En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la iglesia" (SC 7). Aquí, por tanto, está la cumbre y la fuente (SC 10), la realidad suprema para todos los que buscan verdaderamente a Dios, el anticipo de la futura gloria celeste (SC 8). Ciertamente, la liturgia no lo es todo, "no agota toda la actividad de la iglesia" (SC 9), pero es la cumbre de toda acción eclesial y la fuente de toda su fuerza: "Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (SC 10). De semejante celebración genuina procede todo lo demás: "De la liturgia, sobre todo de la eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la iglesia tienden como a su fin" (SC 10).

1. CELEBRACIÓN GENUINA DE LA ACCIÓN SAGRADA MISMA. POr eso la espiritualidad litúrgica exige, ante todo, que se celebren de manera genuina las acciones litúrgicas y que se tienda "a aquella participación plena, consciente y activa..., que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1 Pe 2,9; cf 2,4-5)" (SC 14; cf 48). De aquí debe brotar a continuación toda una vida, ordenada según el ritmo de las celebraciones litúrgicas anuales, para que el misterio pascual se realice y se exprese de forma viva en nuestra vida (ut mysterium paschale vivendo exprimatur), o sea, en la celebración viva de todas las acciones litúrgicas que han de ejecutarse progresivamente y en una vida cristiana coherente; todo ello en una genuina correspondencia entre acción simbólica exterior y actitud espiritual interior (ut mens nostra concordet voci nostrae). En este sentido podemos describir aproximadamente así la esencia de la espiritualidad litúrgica: es aquella actitud de conjunto del hombre espiritual con la que construye, en la fe, toda su propia vida, humana y espiritual, sobre la celebración de los misterios de Cristo, en la participación activa en la liturgia de la iglesia. De este modo participa en la acción salvífica de Cristo, se modela, en virtud de la gracia divina, sobre la propia imagen primordial, para, a continuación, tomar de aquí los criterios informadores de toda su existencia. Ha renacido del agua y del Espíritu Santo, ha sido revigorizado y confirmado por el Espíritu. y llamado a concelebrar la eucaristía. Y aunque hubiese recibido estos sacramentos en la infancia o en la primera juventud, ahora se declara cristiano adulto y maduro, que acepta la realidad de estos sacramentos de la iniciación, dispuesto a participar continua y activamente en la eucaristía, a la espera del cumplimiento escatológico último, para alabanza de la gloria de Dios (cf SC 9-13).

2. DESARROLLO. La espiritualidad litúrgica, por tanto, pone acentuadamente en primera posición la celebración de la liturgia misma; aquí, y no normalmente en otro lugar —por ejemplo, en la meditación piadosa y callada hecha después de la liturgia (por más que esa meditación, colocada en su justo lugar, sea sin duda importante)—, nos insertamos en el misterio de Cristo, en su acción salvífica en toda su extensión y profundidad; aquí encontramos al Señor en la realidad suprema de su presencia, aunque ésta permanezca oculta bajo el velo de los signos, en la fe. La acción sagrada celebrada de manera auténtica, naturalmente, debe prolongarse en toda una vida cristiana, que toma su propia orientación decisiva precisamente de la acción litúrgica. Sea cual sea la forma concreta de esa orientación —en la forma de la espiritualidad del sacerdote o del laico, del monje o del cristiano en el mundo, de Francisco de Asís, de Francisco de Sales o de los Hermanitos de Charles de Foucauld , para que se trate de una espiritualidad cristiana auténtica debe haber siempre, como común denominador, una adecuación a las líneas clásicas de las acciones litúrgicas (cf, por ejemplo, LG 39-42).

Se trata de esa actitud que tiene su fundamento en la obra salvífica llevada a cabo por Cristo, la cual se nos comunica en la fe activa y en los sacramentos de la fe, que a su vez dejan sentir su influjo sobre toda la vida, la centran en torno a la liturgia como su cumbre y su fuente y la llevan a expresar concretamente el misterio pascual.

Esto significa, en concreto, insertarse en la obra salvífica de Cristo mediante una celebración viva, consciente, transida de fe y plena de sus misterios salvíficos (en particular del misterio pascual como vértice de toda la vida del Señor, que es a su vez la realización de toda la historia salvífica veterotestamentaria); hacer presente esa obra salvífica para prolongarla en la vida cotidiana; vivirla precisamente aquí, en la esperanza de llegar un día, con el auxilio de la gracia de Dios, a la consumación y realización escatológica definitiva de esos misterios en el reino de Dios plenamente manifestado.

Paralelamente, la genuina espiritualidad litúrgica es siempre la unión de una celebración santa y de su continuación en la vida.

En la práctica, aquí es necesario distinguir tres estadios sucesivos y complementarios entre sí: la celebración sacramental misma (como cumbre y fuente); la extensión de esta realidad litúrgica en el espacio de la jornada y del tiempo festivo a través de la celebración y ejecución de las correspondientes acciones litúrgicas y de piedad; finalmente, la realización y la irradiación de todo esto en la vida cotidiana del individuo y de la comunidad, para que todo el individuo en cuanto persona y la comunidad en cuanto compuesta de personas vivas— sea "en Cristo Jesús", "en el Espíritu"; esté en marcha hacia el Padre (cf Ef 2,18 y 3,16-4,16).

a) Actualización de la iniciación cristiana. En el marco de esta totalidad es necesario vivir en primer lugar la iniciación cristiana. El Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA) lo dice con toda claridad: "El ritual... se destina a los adultos, que al oír el anuncio del misterio de Cristo, y bajo la acción del Espíritu Santo en sus corazones, consciente y libremente buscan al Dios vivo y emprenden el camino de la fe y de la conversión" (Observaciones Generales, 1). Esto sucede en el cuadro de la administración de los tres sacramentos, que se desenvuelve lentamente, pasando por los grados y tiempos del catecumenado hasta tocar el vértice de las acciones sacramentales con el "baño en el agua acompañado de la palabra", con la confirmación mediante el Espíritu Santo y con la primera participación en la eucaristía, para introducir a continuación cada vez más íntimamente en las profundidades del misterio de Cristo no sólo durante los escasos días de esta mistagogia oficial en el tiempo pascual, sino con la participación activa en la liturgia de los domingos y del año litúrgico, para traducirlo todo a la vida.

Esta última tarea es vinculante también para aquellos que hoy, según una praxis que se ha desarrollado legítimamente desde los primeros siglos cristianos, son bautizados de pequeños y reciben ya en la primera juventud los otros dos sacramentos de la iniciación.

El Ritual del Bautismo de Niños en sus Observaciones Generales, que son una exposición programática de los fundamentos de una vida genuinamente cristiana, y por tanto de una espiritualidad verdaderamente fundada sobre la liturgia, dice lo siguiente de estos tres sacramentos: "Por los sacramentos de la iniciación cristiana, los hombres, libres del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de los hijos de adopción y celebran con todo el pueblo de Dios el memorial de la muerte y resurrección del Señor" (n. 1). "En efecto, incorporados a Cristo por el bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben el perdón de todos sus pecados y pasan de la condición humana en que nacen como hijos del primer Adán al estado de los hijos adoptivos, convertidos en nueva criatura por el agua y el Espíritu Santo. Por esto se llaman y son hijos de Dios. Marcados luego en la confirmación por el don del Espíritu, son más perfectamente configurados con el Señor y llenos del Espíritu Santo, a fin de que, dando testimonio de él ante el mundo, cooperen a la expansión y dilatación del cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud. Finalmente, participando en la asamblea eucarística, comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, a fin de recibir la vida eterna y expresar la unidad del pueblo de Dios; y, ofreciéndose a sí mismos con Cristo, contribuyen al sacrificio universal, en el cual se ofrece a Dios, a través del Sumo Sacerdote, toda la ciudad redimida; y piden que, por una efusión más plena del Espíritu Santo, llegue todo el género humano a la unidad de la familia de Dios. Por tanto, los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la iglesia y en el mundo" (n. 2).

Para la mayor parte de nosotros, cristianos de hoy, la espiritualidad litúrgica consiste, por tanto, en tomar en serio esta realidad fundamental, en permanecer enraizados en ella con una vida apartada de las tinieblas del pecado: muertos con Cristo, vivos con él, buscando las cosas de arriba con la fuerza del Espíritu Santo en el seno de la comunidad de los hijos de Dios, como pueblo de Dios, como iglesia, dispuestos a celebrar comunitariamente la eucaristía, dando gracias unidos a Cristo en el paso-sacrificio al Padre, partícipes de su vida divina, animados por la firme esperanza en la última realización escatológica de todos estos bienes y gracias.

"Vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron" (lunes de la octava de pascua, colecta); "... que el Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza y la eucaristía que acabamos de recibir acreciente en nosotros la salvación" (domingo de pentecostés, después de la comunión); "... la fuerza del sacramento pascual, que hemos recibido, persevere siempre en nosotros" (segundo domingo de pascua, después de la comunión); "... que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido" (segundo domingo de pascua, colecta). Estas oraciones nos dicen con qué disposición deben vivir todos los bautizados para poder llevar a la práctica lo que se les ha comunicado en los sacramentos de la iniciación. La espiritualidad litúrgica es decididamente la espiritualidad de la realidad (de la realización) del bautismo y de la confirmación, con la exigencia de realizar concretamente todo esto en la participación renovada constantemente en la celebración de la eucaristía.

b) Acentuación eucarística. Por tanto, la espiritualidad litúrgica es también en gran medida y de manera particularísima una espiritualidad eucarística, en el sentido de una auténtica piedad eucarística eclesial, como se presenta en la instrucción Eucharisticum mysterium, de 1967, sobre el culto del misterio eucarístico ". La instrucción comienza con estas palabras: "El misterio eucarístico es sin duda el centro de la liturgia sagrada, y, más aún, de toda la vida cristiana" (n. 1). La adecuada ordenación de esa piedad eucarística se nos explica en el párrafo sobre los Puntos doctrinales más importantes: "La misa o cena del Señor es a la vezinseparablemente: sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz; memorial de la muerte y resurrección del Señor...; banquete sagrado..." (n. 3, a); "Por consiguiente, en la misa el sacrificio y el banquete sagrado pertenecen a un mismo misterio, de tal manera que están íntimamente unidos" (n. 3, b); "La celebración eucarística... es una acción no sólo de Cristo, sino también de la iglesia... De donde ninguna misa... es acción meramente privada..." (n. 3, c, d); "La celebración de la eucaristía en el sacrificio de la misa es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la misa" (n. 3, e); "Hay, pues, que considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud, tanto en la celebración misma de la misa como en el culto de las sagradas especies..." (n. 3, g). De aquí brota la ordenación de la vida cristiana: los fieles deben saber que "la celebración de la eucaristía es verdaderamente el centro de toda la vida cristiana" (n. 6). Mediante esa celebración "vive continuamente y crece la iglesia. Esta iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de los fieles... En cualquier altar bajo el ministerio del obispo o del sacerdote que hace las veces del obispo se manifiesta el símbolo de aquella caridad y unidad del cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación" (n. 7).

Esto significa que cada uno de los cristianos tiene el derecho y el deber (cf SC 14 y 47s) de participar activa, consciente y plenamente con fe en la celebración comunitaria de la eucaristía por lo menos todos los domingos y fiestas. Aquí el individuo se inserta en la comunidad de la iglesia, que, en la celebración memorial llena-de-realidad de la muerte y resurrección de su Señor, se ofrece con él al Padre, con él realiza el paso del hombre viejo al nuevo, que, unido a Cristo, camina hacia el Padre. Todo esto en la multiplicidad de los elementos particulares que constituyen concretamente la eucaristía, es decir: en la comunión con todos los creyentes, en el acto penitencial, en el canto de alabanza (Gloria in excelsis), en la escucha y acogida de la palabra de Dios tomada del AT y del NT, de los escritos apostólicos y del evangelio, en la confesión de la fe (credo), en la oración de intercesión, en la inserción en el sacrificio de Cristo mediante el acto de llevar los dones sacrificiales al altar, en la intervención en la plegaria eucarística —pronunciada por el sacerdote— mediante el Sanctus, las aclamaciones y el Amén, en la participación adorante en la mesa sacrificial por la comunión. En toda misa se anuncia la muerte y la resurrección del Señor: "Esto lo manifiesta especialmente la reunión del domingo; es decir, aquel día de la semana en que el Señor resucitó de entre los muertos... Se les propondrá (por tanto, a los fieles) ya desde el comienzo de la formación cristiana que el domingo es la fiesta principal (suya) (SC 106), en la que reunidos escuchen la palabra de Dios y participen en el misterio pascual. Más aún, favorézcanse las iniciativas que procuren que el domingo sea también día de alegría y de liberación del trabajo (SC 106)" (Eucharisticum mysterium 25).

Pero si la celebración de la eucaristía es en sí misma una gran realidad festiva, presencia, síntesis del encuentro y de la participación, además tiende a irradiarse a todo el día festivo, y luego a la vida: "Los fieles deben mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el sacramento. Procurarán, pues, que su vida discurracon alegría en la fortaleza de este alimento del cielo, participando en la muerte y resurrección del Señor. Así, después de haber participado en la misa, cada uno sea solícito en hacer buenas obras, en agradar a Dios, en vivir rectamente, entregado a la iglesia, practicando lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios, trabajando por impregnar al mundo del espíritu cristiano y también constituyéndose en testigo de Cristo en toda circunstancia y en el corazón mismo de la convivencia humana" (ib, n. 13).

c) Liturgia de las Horas, oración incesante. La espiritualidad litúrgica exporta, por así decirlo, los beneficios de la celebración de la eucaristía también a la continua celebración comunitaria de las alabanzas de Dios, esto es, a la celebración de la liturgia de las Horas, por lo menos en la celebración comunitaria de sus partes: en la práctica, a la celebración de las vísperas, aquella oración de la tarde que, con la oración matinal de los laudes, constituye el doble quicio de la liturgia eclesial de las Horas (SC 89, a). Y éste es el punto en que la actual praxis cristiana se aparta más del ideal de la tradición eclesiástica. Que nosotros "vivimos nuestro bautismo" y en alguna medida participamos activamente en la misa dominical, todavía hoy es una cosa obvia para los verdaderos cristianos, practicantes. En cambio, el culto de la tarde, las vísperas, por diversos motivos ha desaparecido casi del horizonte de la mayor parte de los cristianos. Por otro lado, para los cristianos practicantes sigue en pie la antiquísima costumbre de la oración de la mañana y de la tarde, aunque en muchos casos reducida a la recitación de unas pocas fórmulas breves (casi siempre se trata, además, deuna oración del todo privada y silenciosa). Aquí se coloca la exhortación y la invitación de la espiritualidad litúrgica. Es necesario recordar nuevamente, y en lo posible reactivar, aquella que fue la antiquísima tradición eclesial. "La oración pública y comunitaria del pueblo de Dios figura con razón entre los primeros cometidos de la iglesia" (OGLH 1). En ella la iglesia enlaza con la oración de Cristo y la prolonga, de acuerdo con su exhortación a orar incesantemente, con la fuerza del Espíritu Santo, comunitariamente, reunidos dos o tres en su nombre, de manera que él pueda estar presente para la santificación de la sucesión temporal del día y de la noche (cf OGLH 2-11). Esa "liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día" las prerrogativas del misterio eucarístico: "la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste" (OGLH 12). Ciertamente, la liturgia de las Horas en su conjunto se había desarrollado de tal manera que se había hecho casi exclusivamente cosa de grupos de sacerdotes y monjes dedicados y entregados a ello. Pero la liturgia reformada posconciliar, con las abreviaciones y cambios que ha introducido y con la autorización de rezar el oficio en lengua vernácula, tiende expresamente a que no sólo los grupos dedicados oficialmente a ello, sino también todos los sacerdotes y los religiosos, los grupos de laicos cristianos que por cualquier motivo estén reunidos, e incluso el particular aislado (aunque éste sea un caso límite, pues el ideal sigue siendo la oración comunitaria), recen la liturgia de las Horas, o por lo menos parte de ella. Y cuando lo hagan en la forma deseada y promovida por la iglesia, se unen al canto de alabanza de la iglesia, de Cristo y de los coros celestes (OGLH 2O-27). Precisamente en el último número citado de los OGLH leemos: "Se recomienda asimismo a los laicos, dondequiera que se reúnan en asambleas de oración, de apostolado o por cualquier otro motivo, que reciten el oficio de la iglesia, celebrando alguna parte de la liturgia de las Horas. Es conveniente que aprendan, en primer lugar, que en la acción litúrgica adoran al Padre en espíritu y verdad, y que se den cuenta de que el culto público y la oración que celebran atañen a todos los hombres y pueden contribuir en considerable medida a la salvación del mundo entero. Conviene, finalmente, que la familia, que es como un santuario doméstico dentro de la iglesia, no sólo ore en común, sino que además lo haga recitando algunas partes de la liturgia de las Horas, cuando resulte oportuno, con lo que se sentirá más insertada en la iglesia" (cf también n. 32).

Llamado por el bautismo y la confirmación a participar y a concelebrar activamente la eucaristía, el cristiano crece con ese robustecimiento del hombre interior, gracias al cual Cristo habita en él en virtud del Espíritu Santo, y él, unido en la comunión de todos los creyentes, comprende "la anchura, la longitud, la altura y además la profundidad" (o sea, las dimensiones de la obra salvífica de Cristo) y conoce "el amor de Cristo que sobrepuja todo conocimiento", para ser así colmado "de toda plenitud de Dios" (Ef 3,16-19). Esto sucede precisamente en las acciones litúrgicas, al estar comunitariamente unidos en la escucha de la palabra, en la oración y en la alabanza, o sea, en la acción propiamente sacramental. No en la uniformidad de una misma celebración constantemente repetida, sino en una cambiante multiplicidad de domingos, con sus oraciones y lecturas muy variadas y, sobre todo, en la sucesión de las fiestas del año litúrgico, esto es, en la celebración litúrgica memorial de la acción salvífica de Cristo "en días determinados a través del año... Cada semana, en el día que llamó del Señor" la iglesia "conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la pascua.

Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la encarnación y la navidad hasta la ascensión, pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los misterios de la redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (SC 102).

Celebrar todo esto solemnemente, ensimismarse en ello, meditarlo, llevarlo consigo a lo largo del día festivo y en las actividades laborales de la semana: ésta es la tarea. Todo ello procediendo hacia la consumación escatológica, en obediencia a los mandamientos de Dios, en el intento de "conservar la unidad con el vínculo de la paz" (Ef 4,3); para edificación de la iglesia, dentro de la comunidad humana, unidos a Cristo, conformados a su morir y resucitar, en una vida verdaderamente nueva, abiertos a las dimensiones amplísimas de toda la historia de la salvación, que, llevada a su cumplimiento en Cristo, debe ser actualizada por nosotros en la iglesia para alabanza de la gloria de Dios.

d) Actitud penitencial y su actualización. En tal empresa, el cristiano tendrá continuamente fallos. Por eso está llamado a la paenitentia, a la metánoia, a la conversión continua, a tener conciencia de la propia miseria y de los propios pecados, a renovarse y a conformarse continuamente con Cristo. Realiza esto con una penitencia cotidiana, a la que lo invita el acto penitencial de la misa y el confiteor de completas, sobre todo la gran predicación penitencial que es la cuaresma, la predicación del profeta y precursor Juan Bautista en el tiempo de -> adviento y, finalmente, el sentido de las vigilias de las solemnidades. A esa invitación responden las celebraciones penitenciales comunitarias y la acción litúrgica del sacramento de la penitencia, que se debe celebrar con una frecuencia razonable. Actuando así, el fiel cristiano actúa en la comunidad de la iglesia, "que es al mismo tiempo santa y está siempre necesitada de purificación" (Ritual de la Penitencia 3). Ese acto penitencial se completa con la celebración del sacramento de la unción de los enfermos, en el que el cristiano enfermo busca y encuentra la curación de la enfermedad física (por lo menos en el sentido de que se siente ayudado a soportar con paciencia la enfermedad en obediencia a la voluntad de Dios) y sobre todo del pecado, para ser revigorizado con la gracia del Espíritu Santo que el Señor le da ("... te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo": Ritual de la Unción y de la Pastoral de Enfermos 143).

e) Ministerio sacramental. Para que la vida cristiana pueda vivirse así en conformidad con el orden sacramental, es necesario que se elijan y consagren obispos, sacerdotes y diáconos mediante el sacramento del orden, y es necesario el sacramento del matrimonio. Con el sacramento del orden, ciertos cristianos, "al configurarse con Cristo, sumo y eterno sacerdote, y unirse al sacerdocio de los obispos, la ordenación los convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento para anunciar el evangelio, apacentar al pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor" (Ritual de Ordenes, ordenación de presbíteros, n. 14, p. 66). Pero también aquí sirve la regla: la tarea ministerial se confiere mediante una acción sagrada eficaz (= sacramento) para que lo que se ha conferido se efectúe posteriormente de manera genuina. Por eso el obispo exhorta a los candidatos: "... Transmitid a todos las palabras de Dios que habéis recibido con alegría. Y al meditar en la ley del Señor procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis" (ib, p. 67). Y en relación a la celebración de la eucaristía, el obispo pronuncia palabras que pueden considerarse programáticas y de importancia decisiva para toda espiritualidad litúrgica: "... Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor" (ib, n. 26, p. 76).

f) Misterio del matrimonio. De manera diversa, y sin embargo semejante, en el sacramento del matrimonio el esposo y la esposa se unen con una unidad indisoluble de vida conyugal, "signo de la alianza nupcial [de Cristo] con su iglesia" (Ritual del Matrimonio, Observaciones generales, n. 2). Los dos, unidos así en el matrimonio cristiano, "permanezcan en la fe y amen tus preceptos; unidos en matrimonio, sean ejemplo por la integridad de sus costumbres; y, fortalecidos con el poder del evangelio, manifiesten a todos el testimonio de Cristo; que su unión sea fecunda, sean padres de probada virtud... y, después de una feliz ancianidad, lleguen a la vida de los bienaventurados en el reino celestial" (ib, 104). Aquí también de la realidad sobrenatural de la celebración sacramental debe brotar una vida en la que se actúe la unidad Cristo-iglesia, y precisamente en el amor y en la unidad de los cónyuges, en la oración y en la asistencia común a la iglesia, en la edificación de una iglesia doméstica, o sea, en la realización de la iglesia de Cristo en el seno de la comunidad conyugal-familiar-doméstica.

3. TODA LA VIDA EN CRISTO JESÚS. Volviendo sobre lo que hemos dicho, podemos afirmar: la espiritualidad litúrgica es, en conjunto, una espiritualidad sacramental, o sea, consiste en la disponibilidad para celebrar los grandes sacramentos de la iglesia de una forma viva, con una participación consciente, activa y llena de fe y, según la norma de esos sacramentos, para insertar toda la vida en las dimensiones inconmensurables de la obra salvífica de Cristo: muertos y resucitados con él, llenos de su santo Espíritu, tendiendo siempre a celebrar su memorial a lo largo de los tiempos del año y del día, dispuestos a hacer penitencia y a dejarnos vigorizar en la enfermedad y frente a la muerte, revestidos de la gracia de estado que nos capacita para edificar el cuerpo de Cristo dentro de la iglesia y de la comunidad humana.

Todo esto en una celebración sacramental que mira con decidido empeño a testimoniar la gracia de Cristo en medio de los órdenes mundanos, a socorrer con amor, a construir la comunidad y a hacer progresar el reino de Cristo en el mundo, en la esperanza de que el Dios omnipotente completará todo en su reino eterno en una medida inmensamente superior de lo que nosotros podemos desear, imaginar y pedir.

Naturalmente, toda esta actitud debe estar sostenida por la voluntad sincera de celebrar las acciones sacramentales con una participación consciente y personal, "de manera que el pensamiento esté de acuerdo con la voz". Las acciones sagradas deben prolongarse en la oración personal, no sólo en la celebración de la liturgia de las Horas, sino también en los momentos y tiempos de la meditación y de la interiorización personal y de la reflexión en la presencia de Dios, dispuestos a volver continuamente a la celebración de las acciones sagradas de la liturgia para dar gracias a Dios o para hacer penitencia después de cada caída o pecado, invocando su misericordia por Cristo nuestro Señor.

Esa constante actitud personal y la conciencia de estar unidos a Cristo en la comunión con la iglesia se deben desarrollar en una vida cristiana activa con el cumplimiento de los deberes, la paciencia, el amor y la continua disposición a ayudar; en una vida activa en el desenvolvimiento de las tareas humanas, sociales y políticas que se nos han confiado en este mundo, sobre todo y muy concretamente con el cumplimiento de los deberes que nos competen en el lugar en que vivimos como hombres. Vivir, trabajar y gozar en la presencia de Dios, celebrar el culto festivo como vértice de mi ser-hombre "de manera gratuita, pero no sin sentido" (zwecklos, aber sinnvoll) para alabanza de la gloria de Dios, contribuye también a la realización genuina de mi ser-hombre. Y aquí viene a cuento lo que el Vat. IIafirma en la GS a propósito de la "actividad humana en el mundo" (nn. 33-39) y del "sano fomento del progreso cultural" (nn. 53-62).

Todo esto de manera que nuestra vida entera sea, finalmente, de verdad una vida in Christo Iesu, una vida in Spiritu, en comunicación permanente con Dios en Cristo, como experiencia que anticipa la comunión incomparablemente mayor con Dios que será la vida eterna, la vida "cara a cara" (cf 1 Cor 10,31; Col 3,17; 1 Tes 5,8-10; Gál 3,26-28).

Una expresión muy bella y densa de esta actitud espiritual nos la ofrece una oración del sacramentario de Verona (n. 1329): "Laudent te, Domine, ora nostra, laudet anima, laudet et vita; et quia tui muneris est quod sumus, tuum sit omne quod vivemus ".

B. Neunheuser

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