ESPÍRITU SANTO
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SUMARIO: I. Problemática actual de tipo litúrgico-sacramental: 1. Problemática litúrgico-existencial; 2. Problemática más teórica - II. El Espíritu Santo en la "historia de la salvación" celebrada: 1. Principio de correlación; 2. Principio de unitariedad de tres niveles litúrgico-sacramentales; 3. Principio del existencial litúrgico - III. Culto en espíritu y en verdad - IV. La dimensión pneumatológica del lenguaje litúrgico: 1. Mirada general sobre la temática pneumatológica; 2. Expresiones verbales pneumatológicas; 3. Gestos; 4. Uso de realidades típicas; 5. El silencio - V. Observaciones teológico-litúrgicas: 1. De tipo metodológico; 2. Relativas al contenido - VI. Perspectivas de la espiritualidad litúrgica y de la pastoral sacramental: 1. l,a espiritualidad litúrgica; 2. La pastoral sacramental.


Con la liturgia se celebra en el tiempo y en el espacio el opus redemptionis', esto es, el plan histórico-salvífico actuado por el Padre, en Cristo, por obra del Espíritu Santo a favor de los fieles incorporados en la iglesia y a beneficio de la iglesia, que celebra el misterio en sus fieles'. Como tal, la liturgia es esencialmente una manifestación del Espíritu del Cristo glorificado.

Además, por obra del Espíritu Santo toda acción litúrgica manifiesta y actúa la presencia de Cristo, y la memoria del misterio salvífico no es simplemente un piadoso recuerdo, sino anamnesis -> memorial histórico-salvífico. Se impone, pues, la necesidad del estudio de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la liturgia. Tal estudio ofrece, por una parte, la ocasión de ahondar en la comprensión de la naturaleza de la liturgia' y, por otra, la oportunidad, al menos para nosotros los occidentales de esclarecer el ámbito y las modalidades de la presencia-acción del Espíritu Santo en la liturgia.

La contribución de recientes investigaciones' y de estudios de alta divulgación en este campo es notable". Sin repetir cuanto está presente en otros tratados', presentaremos algunos datos más salientes y útiles para una acción pastoral-litúrgica.


I. Problemática actual de tipo litúrgico-sacramental

Quien se acercase al pensamiento de los padres sobre el Espíritu Santo" y sobre su presencia y acción en los acontecimientos litúrgicos sacramentales', y luego recorriese la problemática de nuestros días sobre este argumento, se daría cuenta en seguida de que cuanto han intuido aquellos que "nos han precedido en el signo de la fe" podría servir para la solución de los dos núcleos de problemas en torno a los cuales se agrupa la problemática presente en el tejido eclesial de nuestros días: el núcleo litúrgico-existencial y el núcleo teorético, que ciertamente no es menos importante.

1. PROBLEMÁTICA lITÚRGICO-EXISTENCIAL. En su dimensión descendente, la liturgia es comunicación del Espíritu Santo, que actúa la presencia de Cristo glorificado [-> Jesucristo, II, 21, el cual a su vez otorga el Espíritu a sus hermanos. En su dimensión ascendente, la liturgia es "voz del Espíritu Santo en Cristo-iglesia" para gloria del Padre. Por más que sea evidente cuanto hemos afirmado, al crecer la separación ideológica entre el Occidente y el Oriente cristianos se olvidó que la invocación del Espíritu Santo (epíclesis) para la santificación de las ofrendas eucarísticas y para la presencia de Cristo en ellas (transustanciación), y la consiguiente acción del Espíritu son realidades connaturales a la liturgia.

Se trataría, por tanto, de descubrir en las fórmulas litúrgicas un estrato pneumatológico que constituye la fuerza de la -> eucología. Entonces se desvanecerían ciertos lugares comunes, según los cuales las liturgias occidentales, y especialmente la liturgia romana, serían cristocéntricas y cristonómicas, mientras que en las liturgias orientales el cristocentrismo (connatural a la realidad de la liturgia) resultaría más reducido a favor de la acentuación pneumatológica.

Entre las fórmulas litúrgicas destacan algunas fórmulas sacramentales que ahora también en la liturgia romana se refieren más directamente al Espíritu Santo, como las fórmulas de los sacramentos de la confirmación y de la unción de los enfermos.

El retorno a la mención querida y repetida de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la liturgia está motivado, en el campo pastoral, por la voluntad de recurrir a tipos de celebración en los que se pueda "hacer experiencia del Espíritu". De ahí los lamentos de algunos, que confunden ló que es fruto del Espíritu con sus sucedáneos y querrían desplazar las celebraciones hacia el ámbito en el que lo emocional, lo sensacional y lo carismático deberían jugar un papel relevante. Se comprenden también así las vivaces tomas de conciencia de los ritmos y de los -> estilos celebrativos nuevos, que intentan subrayar con espacios de -> silencio, con momentos de reflexión, con un desarrollo tranquilo celebrativo, la importancia de la presencia y de la acción del Espíritu Santo.

2. PROBLEMÁTICA MÁS TEÓRICA. En concomitancia con la problemática de tipo litúrgico-existencial se ha desarrollado recientemente una problemática que se mueve en el ámbito del estudio académico, pero que incide en la solución de los problemas de tipo práctico. Se discute, por ejemplo, si los problemas que provienen del pasado (la cuestión de la epíclesis, del Filioque, etc.) son problemas de método más que de contenido, problemas de lenguaje más que problemas reales, dado que en la praxis y si se estudian bien las cuestiones, la problemática parece desvanecerse. Por otra parte, no existiendo acción litúrgico-sacramental que no sea al mismo tiempo acción de Cristo-iglesia y del Espíritu Santo, alma y vitalidad de la iglesia, cabe preguntarse si el lenguaje litúrgico (palabras, gestos, ritos, etc.) no puede ser considerado como mediación de la acción del Espíritu Santo presente en la liturgia. Añádase que el estudio de la patrología (griega, oriental, siríaca, copta) y de las liturgias -> orientales, así como el movimiento ecuménico-litúrgico, han ido creando un terreno de ósmosis entre las aportaciones derivadas del estudio de la acción litúrgica y las derivadas del estudio de la presencia del Espíritu Santo. Se ha llegado así a aceptar que no hay acción litúrgica que no sea acción del Espírtu. No hay liturgia sin el Espíritu Santo. Para comprender esta realidad afrontamos algunos puntos clave de nuestro tema: Espíritu Santo y liturgia.


II. El Espíritu Santo en la "historia de la salvación" celebrada

En la "escuela de la liturgia"' nos damos cuenta de que son muchas las cosas que hay que aprender para vivirlas. Pero son mucho más numerosas aquellas que la iglesia de Cristo ya vive porque las reza, sin que los fieles hasta el presente hayan tomado conciencia refleja de ello. Realmente, como se expresaba el teólogo ortodoxo P. Cipriano Kern, "el coro de la iglesia es una cátedra de teología"'', y acercarse en el Espíritu y con el Espíritu a la iglesia que ora significa aprender cada vez más. En efecto, la santa liturgia contiene una parte bastante señalada, tal vez la rriás importante y sin duda la más viva, que penetra en el depositum .fidei. Siempre es necesario leer la liturgia " con la dvnamis, es decir, con el Espíritu Santo (que es el alma, la vitalidad, el principio de la liturgia sin el cual no subsiste la liturgia). En ella el Espíritu se vela precisamente mientras cumple su epifanía. La liturgia es, efectivamente, historia de la salvación celebrada y perennizada. En ella se hace presente lo que Dios ha hecho y lleva a término para la salvación de los hombres. La liturgia es la celebración-actuación del misterio de la salvación que se hace historia, que viene recordada y vivida en plenitud Si la celebración litúrgica no es signo del Espíritu, no es nada. Porque la verdadera esencia de la acción litúrgica es ser epifanía del Espíritu. Ahora bien, el Espíritu por medio de la Escritura fue iconógrafo, es decir, realizó en el hagiógrafo la revelación del icono del Padre, que es Jesucristo (cf 2 Cor 4,4; Col 1,15). En María fue iconoplasta, es decir, plasmador del mismísimo icono. En la acción litúrgica es simultáneamente iconógrafo, iconoplasta e iconóforo, es decir, portador del icono del Padre presencializado y vivificado. Más aún, en la celebración litúrgica todo fiel que participa en la asamblea se convierte (o es llevado a convertirse) en lo que recibe y en lo que se anuncia y se celebra; en efecto, el mysterium proclamado y profesado (exomologhía) por la vida del cristiano (euloghía) se convierte en acción de gracias (eucharistía). Así se pueden poner de relieve algunos principios que se realizan en la celebración litúrgica en cuanto historia de la salvación hecha presente virtute Spiritus Sancti.

1. PRINCIPIO DE CORRELACIÓN. Se puede denominar principio de correlación la recíproca relación que existe en la historia de la salvación entre acción y presencia de Jesucristo y acción y presencia del Espíritu Santo, por la que Cristo reclama necesariamente al Espíritu. En otras palabras: donde se actúa la presencia de Cristo, esto sucede por obra del Espíritu Santo; como, por otra parte, desde el momento en que el mysterium que culmina y coincide con el Verbo encarnado y obediente hasta la muerte de cruz, por lo que el Padre lo exaltó (cf Elp 2,8-9)-comienza a manifestarse en la historia salvífica, es también el Espíritu Santo el que actúa para manifestarlo Más aún, desde el día de la encarnación, toda presencia de Cristo está en relación tan inseparable con la acción del Espíritu, que, una vez probada la presencia de Cristo, también queda probada la presencia del Espíritu. De aquí la necesidad de profundizar este principio básico, que exige de parte de los liturgistas una doble actitud.

La primera es la de abstenerse de las fáciles afirmaciones sobre la (gratuitamente) presunta apneummicidad de la liturgia. No existe ninguna liturgia occidental ni oriental, si no es por la presencia y las acciones de Cristo y del Espíritu Santo. En realidad la liturgia, en la celebración de los sacramentos, essimultáneamente una perenne pascua-pentecostés'°. La segunda es la de investigar con qué medios lingüísticos (palabra-signos) toda formulación concreta de la liturgia ha expresado al Espíritu Santo presente en la acción litúrgica. Será así más fácil modular una acción pastoral y catequético-litúrgica sobre nuestro tema.

2. PRINCIPIO DE UNITARIEDAD DE TRES NIVELES LITÚRGICO-SACRAMENTALES. Del análisis atento de SC 7 emergen tres elementos importantes para una definición descriptiva de liturgia: mysteriumactio-vita ". En efecto, la liturgia es el misterio (total, sintetizado en el misterio pascual) celebrado (justamente en la acción por excelencia: la celebración litúrgica) para la vida (del pueblo de Dios, del fiel en el cuerpo de Cristo, que es la iglesia). Al mismo tiempo, la liturgia es la vida del fiel, que culmina en la acción litúrgica, para que el misterio se actualice en la iglesia. De suyo, la acción sagrada por excelencia, esto es, la celebración litúrgica, no agota la realidad de la liturgia, que es más amplia que su momento celebrativo; y esto precisamente porque cuanto precede (el antes celebrativo) culmina en la acción celebrativa, y cuanto sigue (el después celebrativo) proviene de la acción celebrada. Ahora bien, aun cuando el misterio considerado en sí mismo y la vida del fiel existan antes y después de la celebración, no obstante se hallan en una relación inseparable con la acción litúrgica'. Esta es un acontecimiento ordenado no sólo a la santificación de los hombres, sino también a la edificación de la iglesia y a la plenitud del culto a Dios en Cristo '°. Ello exige de parte de los fieles una íntima y activa -> participación. Esto se puede actuar porque es en la, con la, por medio de la celebración cómo el misterio se realiza, se actualiza, se perpetúa, se hace presente en el espacio. Nótese cómo los tres niveles litúrgico-sacramentales misterioacción-vida comportan mutuas relaciones y compenetraciones recíprocas. El misterio está presente en la acción litúrgica mediante la modalidad litúrgico-celebrativa del memorial (anamnesis). La acción hace el memorial del misterio. La vida se hace igualmente presente en la acción litúrgica de la participación (méthexis), es decir, la vida está presente en la acción (y viceversa) mediante la participación.

Llegados a este punto se puede comprender, por nuevo título, cómo es verdad que ninguna liturgia es posible sin el Espíritu Santo. En su dimensión descendente la liturgia es el misterio celebrado para la vida del hombre, que por obra del Espíritu llega a ser nueva creación, hijo adoptivo en el Unigénito del Padre, alguien que tiene en sí el principio de la santificación, las arras de la vida eterna: el Espíritu (cf 2 Cor 1,21-22; 5,5; Ef 1,14). En su dimensión ascendente, la liturgia es la vida que culmina en la celebración para que el misterio alcance su finalidad última, que es la de tributar culto en espíritu y verdad, de lo que el Espíritu Santo es su primer principio. Ahora bien, la liturgia, en la realización del misterio de adoración, de culto, de oración de Cristo con, en y para la iglesia, en la que el fiel se entrega a sí mismo a Cristo-iglesia, halla al Espíritu, que es alma de la iglesia y se hace también su voz (cf Rom 8,15). El culto que los fieles tributan al Padre en la iglesia y la iglesia en los fieles se cumple en, con y por Cristo, único mediador, pero virtute Spiritus Sancti. En otros términos: la finalidad de la liturgia (esdecir, la santificación de los hombres y el culto en espíritu y en verdad) no son concebibles, comprensibles, realizables, sino por obra del Espíritu Santo.

Añádase que es siempre el Espíritu el que obra la cohesión entre misterio y vida, entre misterio y acción litúrgica. En efecto, la modalidad del memorial no se puede equiparar a la del recuerdo mnemónico, a la de la proyección de imágenes fotográficas o a la de una secuencia fílmica, justamente porque es la presencia y la acción del Espíritu Santo la que hace que el memorial sea lo que es litúrgicamente hablando. De modo semejante, la participación litúrgica no puede reducirse a un denominador común con ningún otro tipo de participación, porque supera la categoría entendida generalmente con esta palabra y se convierte en méthesis litúrgica, precisamente porque halla en el Espíritu su principio constitutivo. El esfuerzo humano del fiel para participar es, en último análisis, colaboración con la acción del Espíritu Santo. Más aún: la acción litúrgica no puede ser mera suma o mera aproximación de signos, de palabras, de gestos, de ritos, precisamente porque en ella actúa el Espíritu Santo, que hace presente a Cristo. Se opera así en cada fiel la historia de la salvación, la cual, revelada en los escritos sagrados, se ha manifestado y realizado en su plenitud en el Cristo, camino, verdad y vida. La historia sagrada debe ser vivida por las personas, congregadas en unidad en la "una mystica persona", para ser celebrada, y se la celebra para vivirla.

3. PRINCIPIO DEL EXISTENCIAL LITÚRGICO. Por la expresión existencial litúrgico entendemos el "hecho-acontecimiento de la celebración" que, puesto en determinadas coordenadas de espacio y de tiempo, se realiza en el hodie'" litúrgico, en el aquí y ahora celebrativo, y actualiza y hace presente la obra llevada a cabo por Cristo [-> Tiempo y liturgia, II, 3] de una vez para siempre (cf Heb 7,27; 9,12; 9,28; 10,10); es decir, el misterio pascual en su plenitud. Ahora bien, la presencia y la acción del Espíritu Santo es inseparable del hecho de la humanidad-víctima que el verbo asume en el seno de la Virgen y ofrece al Padre en la cruz. La Virgen concibe al sumo. y eterno sacerdote por obra del Espíritu Santo (cf Lc 1,31.35). Y Cristo se ofrece al Padre impulsado por el Espíritu (cf Jn 12,27ss y esp. Heb 9,14); muere y comunica el Espíritu (cf Jn 19,30); asciende al Padre y envía el Espíritu (cf Jn 14,26; 16,7; 14,16).

Ahora bien, como el Espíritu Santo está presente y actúa en la vida de Cristo, liturgo por excelencia (cf Heb 9,15; 12,24), así la presencia y la acción del Espíritu Santo es postulada por la vida de los miembros del cuerpo de Cristo, particularmente donde esta vida se constituye y se potencia, crece y se desarrolla, es decir, en la acción litúrgica sacramental. En ella se postulan la presencia y la acción del Espíritu Santo, a fin de que puedan verificar el pasado y anticipar el futuro salvíficos. La historia de la salvación no es mito ni utopía; no es opio de los pueblos, sino realidad, presencia, actualidad en virtud del Espíritu Santo. Con su acción el Espíritu reúne a los hijos de Dios, que estaban dispersos, para formar una unidad en el Cristo (cf Jn 11,52) resucitado (cf Jn 12,32).

Es siempre el Espíritu el que en la acción litúrgica mueve desde dentro a los fieles con su dinamismo interior, que conduce a la fe y ala conversión, para que acojan la palabra de Dios.

Es el Espíritu el que vivifica la acción celebrativa hasta hacerla fructuosa para la vida del fiel.

Presente en el ministro para que pueda actuar "in persona Christi" 22, el Espíritu está presente también en los fieles, de modo que el celebrante que preside y los que participan en la acción sagrada sean llevados por el mismo Espíritu a la comunión-unión con Cristo.

Finalmente, es siempre el Espíritu Santo el que hace que cada celebración sea unívocamente nueva, irrepetible, grávida en frutos. Unívocamente nueva: también en el sentido de que la operación única e ininterrumpida del Espíritu renueva e impulsa la renovación en un crecimiento progresivo". irrepetible: en el sentido de que la celebración no podrá jamás volver a realizarse tal cual, en el tiempo y en el espacio, no sólo con las mismas coordenadas eclesiales, pero ni siquiera con la misma virtualidad, aun cuando fundamentalmente se trata siempre del único misterio pascual repetido sacramentalmente. Grávida en frutos: en el sentido de que toda celebración es don de la plenitud del Espíritu. El crea en todos los participantes una continua ruptura con cualquier forma de esclerosis espiritual y ensancha su capacidad para hacerlos comprehensores de él mismo, que se les dona. En última instancia, es el Espíritu Santo el que impide que la acción litúrgica se reduzca a un ceremonialismo vacío, a un simbolismo mágico, a un juego alienante, a un gesticular insulso, a un hablar babélico. Es el Espíritu Santo el que vivifica en el hodie litúrgico el ayer salvífico, anticipándonos el et in saecula (cf Heb 13,8, admirablemente interpretado y celebrado en la vigilia pascual) ". Y mientras la asamblea litúrgica ruega al Padre (cf Rom 8,15.26-27; Gál 4,6), grita también en el Espíritu Marán-atha ("Ven, Señor Jesús"), suplicando Kyrie, eléison ("Señor, ten piedad") (cf 1 Cor 12,3), a fin de que la doxa theó (la gloria rendida a Dios) en Cristo, con Cristo y por Cristo sea verdadera, íntima, profunda, exhaustiva.


III. Culto en espíritu y en verdad

Para comprender la relación Espíritu Santo-liturgia es preciso captar en toda su plenitud el dicho de Jesús en Jn 4,24: "Dios es espíritu, y sus adoradores han de adorarlo en espíritu y en verdad". Pues bien, prescindiendo de las eventuales sutilezas exegéticas de este versículo, se debe subrayar que, según la tradición perenne de la iglesia, aquí se encierra la clave de lo especifico de la liturgia cristiana. La liturgia recurre a signos, ya sea para no traicionar la voluntad de Cristo, ya sea para adaptarse a la naturaleza del hombre; pero nosotros vemos la verdadera luz que esclarece al hombre en la iluminación del Espíritu Santo, y en Cristo verdad hemos sido hechos verdaderos adoradores en virtud del Espíritu ". Los temas que aquí se deben al menos recordar son los de sacrificio de alabanza", de oblación espiritual, de tiempo espiritual". Las soluciones cristianas a estos temas se buscan siempre en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, que con la colaboración de María ha dado vida a la víctima viva e inmaculada, da también vida a los cristianos como víctimas vivientes, espirituales. Por el mismo Espíritu los cristianos son congregados en un nuevo pueblo, el cual rinde al Padre el culto espiritual por mediode Cristo. Este, que es el nuevo templo, del cual brota el río de agua viva (cf Jn 7,37-39, en paralelo con Ez 47,1.12) que es el Espíritu Santo, es justamente nuevo templo en cuanto en él y por él se ha celebrado de una vez para siempre el culto auténtico al Padre, la nueva y eterna alianza, la del Espíritu. El hace de nosotros un sacrificio perenne agradable al Padre '°. El culto cristiano es continuación de aquél.

Todo esto a lo que hemos aludido es más comprensible aún si se tiene presente la específica acción del Espíritu Santo en la liturgia, contenida en la expresión litúrgica in unitate Spiritus Sancti.

En el culto nuevo y eterno, la iniciativa es divina por razón del Espíritu Santo. El obra la sacramentalidad salvífica, impulsa la criatura al Creador, da eficacia al obrar cristiano y anima la oración, viene dado a fin de que la palabra de Dios sea comprendida y, celebrada en los sacramentos, se haga eficaz: en cada sacramento se efectúa siempre la misión del Espíritu por medio de la invocación (epíclesis) de su presencia y acción; cada uno de los sacramentos es un momento diverso y específico funcional y finalistamente unido con la humanidad gloriosa del Señor Jesús: todo esto es factible por razón del Espíritu Santo.

Se suele recordar la acción del Espíritu en la eucaristía, donde se manifiesta su presencia para que sean consagrados los dones sacrificiales (epíclesis de consagración) y para que los fieles comulguen con fruto en el cuerpo y sangre de Cristo (epíclesis de comunión). Pero conviene recordar que en todo sacramento o acción litúrgica, en cuanto acontecimientos de culto de la nueva economía en espíritu y verdad, siempre está presente el Espíritu Santo y actúa en su plenitud: por parte suya siempre se dona ex toro; quien limita la efusión son los sujetos que celebran las acciones litúrgicas. El está presente en el bautismo de agua y del Espíritu Santo (cf Mt 3,12; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33; 3,1-10) como principio de la novedad de vida en Cristo, unigénito del Padre. Actúa en la confirmación, donde se comunica nuevamente (cf He 8,14-17; 19,6) para que el confirmado pueda oponer el menor obstáculo posible a sus ulteriores venidas y presencias; por tanto, es don de la dilatabilidad y disponibilidad incondicionada a la acción del Espíritu, que en toda eucaristía realiza la plenitud del don'.

Es siempre el Espíritu el que, otorgado para la remisión de los pecados (cf Jn 20,22-23) se da en la celebración del sacramento de la penitencia como principio de reconciliación y de renovación'. Es él quien en la unción de los enfermos une a Cristo en la cruz con quien se halla en estado de precariedad física (enfermo, anciano, moribundo) para que puedan alcanzarse los fines del sacramento ". Mientras que es de todos sobradamente conocida la presencia y la acción del Espíritu Santo en las ordenaciones sagradas, es necesario prestar atención a cuanto resulta de las investigaciones concernientes al sacramento del matrimonio. Este sacramento es celebración de la obra del Espíritu Santo y del permanente amor que los esposos se dan recíprocamente como eco del Amor Persona divina.

De modo semejante, los otros acontecimientos sagrados que, aun no siendo sacramentos, son no obstante acciones litúrgicas son vivificados por el Espíritu Santo. El realiza la unidad de la iglesia orante. No se puede hacer oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo. Su función es inseparable de la función mediadora del Hijo en la liturgia, unida a la de los fieles, que están unidos a Cristo porque han recibido el Espíritu Santo.

El análisis de cada uno de los acontecimientos litúrgicos podría poner de relieve ulteriores aspectos de la acción y de la presencia del Espíritu. Para no extendernos más, creemos oportuno presentar aquí una especie de enrejado metodológico, como ayuda para profundizar personalmente el tema.


IV. La dimensión pneumatológica del lenguaje litúrgico

El lenguaje litúrgico (gestos, actitudes, expresiones verbales, uso de ceremonias típicas, etc.) es fundamentalmente un lenguaje pneumatológico.

En realidad, sólo en el Espíritu Santo podemos decir "Señor Jesús" (cf 1 Cor 12,3); sólo el Espíritu suscita en nosotros y logra desencadenar el "Abba, Padre" (cf Rom 8,15.26-27; Gál 4,6). En otros términos: el lenguaje litúrgico, globalmente considerado, viene asumido como mediación de la acción del Espíritu, que nos ayuda a celebrar a Cristo en sus misterios para pronunciar con él el dulce nombre del Padre y para entrar en relación de hijos adoptivos con el Padre. Por tanto, cuanto queremos recordar aquí debería ayudar a todo fiel a proyectarse más allá del ropaje literario y del lenguaje de gestos o ritual de la liturgia para vivir provechosamente lo que se celebra y tiene valor por razón de la sintonía vital con el Espíritu Santo.

1. MIRADA GENERAL SOBRE LA TEMÁTICA PNEUMArOLÓGICA. Mien

tras la -> eucología en la celebración pide el don del Espíritu, la -> celebración misma es el locus por excelencia donde viene dado el Espíritu Santo. Valdría la pena citar aquí un conjunto de oraciones o las mismas fórmulas esenciales para la administración de los sacramentos según los nuevos Ordines o Rituales posconciliares (cf la fórmula de la confirmación, de la unción de los enfermos, del sacramento de la penitencia) para ver en ellas las acentuaciones pneumatológicas. Tanto es así, que la Ordenación General de la Liturgia de las Horas recuerda solemnemente que "no puede darse oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo, el cual, realizando la unidad de la iglesia, nos lleva al Padre por medio del Hijo" (OGLH 8).

De todos modos, los que estudian la presencia y la acción del Espíritu Santo en la liturgia suelen poner de relieve la acción del Espíritu en las epíclesis sacramentales, y mencionan la epíclesis consagratoria de la ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos y las de los ritos de la iniciación cristiana (bautismo, con la cuestión de las unciones prebautismales y posbautismales; confirmación, con las discusiones sobre la diversidad del don del Espíritu respecto al bautismo; eucaristía, con la epíclesis —una o doble, según las diversas tradiciones litúrgicas orientales y de su influjo en Occidente, para la transubstanciación— y la invocación del Espíritu Santo sobre la asamblea). Los especialistas de la historia de la liturgia reclaman además la atención sobre las referencias al Espíritu Santo contenidas en las oraciones litúrgicas, especialmente en las profesiones de fe, en las doxologías y, en general, en las conclusiones de las oraciones (in unitate Spiritus Sancti; qui cum Patre et Spiritu Sancto vivis, etc.), para detenerse, finalmente, en lasoraciones dirigidas directamente al Espíritu Santo: éstas son más frecuentes en el Oriente litúrgico y menos en Occidente, aunque también aquí tengamos ejemplos preclaros, especialmente en la liturgia hispano-visigótica y en la misma himnodia romana (Nunc Sancte, nobis, Spiritus).

Se puede, pues, afirmar en general: de un estudio atento resulta que se debe pasar de la eucología pneumatófora (es decir, portadora del Espíritu Santo, porque invoca su presencia y acción) a la comprensión de la celebración como pneumatocéntrica, e incluso de toda la liturgia como teniendo su quicio y su vitalidad en la presencia y en la acción del Espíritu Santo. Por eso creemos útil ahora pasar al análisis del lenguaje litúrgico, que es pneumatológico en sus expresiones verbales, en ciertos gestos típicos y en el uso de ciertas realidades mediante el silencio.

2. EXPRESIONES VERBALES PNEUMATOLÓGICAS. Se pueden distinguir en dos grupos: las genéricamente pneumatológicas, y las más propiamente epicléticas (epíkaleó = invoco sobre). Este segundo grupo comprende las expresiones modeladas sobre la epíclesis propiamente dicha, que es la eucarística, en su doble forma de epíclesis sobre la oblata (sobre las ofrendas) y de epíclesis sobre la asamblea "Spiritu Sancto congregata °. La doble epíclesis eucarística sirve también como paradigma para comprender las otras formas de epíclesis. Se pueden citar, no obstante, términos pneumatológicos (verbos, con sus derivados sustantivos y adjetivos) como: infundir, enviar, santificar, consagrar, recibir, asumir, llenar, cumplir, completar, perseverar, regir, confirmar, encender, brillar, etc. Obviamente, una parte de los verbos (y derivados) indica la acción del Espíritu y otra su presencia. Esta se encuentra ligada particularmente a los sustantivos. Sólo a modo de ejemplo recordamos algunos: don, amor, devoción, efusión, llama, fuego, calor, fulgor, consejo, caridad, consuelo, fortaleza, alegría, gozo, iluminación, luz, dedo de Dios, entendimiento, ciencia, sabiduría, potencia, virtud, plenitud, rocío, espiración, corona, unción, sal de la sabiduría, etc. Un atento análisis de las expresiones verbales nos llevaría a comprender la realidad litúrgica como acción del Paráclito dirigida a hacer de la acción litúrgica, en la vida de la iglesia, el signo privilegiado de la presencia del Cristo pascual y el fundamento del obrar apostólico de los miembros del pueblo de Dios.

3. GESTOS. En las diversas tradiciones litúrgicas existen tantos gestos pneumatológicos en general como gestos típicamente epicléticos. Recordamos sólo los más significativos, apelando a un principio derivado del comparativismo litúrgico. Un gesto litúrgico es legible y comprensible no tanto si lo consideramos en sí mismo y aisladamente, sino más bien confrontándolo e ilustrándolo con cuanto proviene de la hermenéutica litúrgica. Con este principio sería más fácil hallar e intuir gestos-ritos, que forman parte del lenguaje pneumatológico, referentes a:

• la mano: imposición de las manos; elevación de las manos, que es una variante de la imposición con la respectiva figura metafórica de la mano de Dios (la derecha) y del dedo de Dios; hasta la transposición conceptual de la mano de Dios introducida en las manos del ministro, testimoniada en la eucología

• spirare: la insufflatio sobre personas o cosas; la halitatio sobre personas o cosas (para estos gestos —así como para los otros— la inspiración es eminentemente bíblica: cf Jn 3,8: "Spiritus ubi vult spirat"; Jn 20,21: "Haec cum dixisset, insufflavit et dixit eis: Accipite Spiritum Sanctum"); como también las indicaciones colaterales eucológicas al viento de pentecostés (cf He 2,1-3);

• la actitud del cuerpo (en general): la postración completa (en las ordenaciones; consagraciones de las vírgenes; el viernes santo, etc.) correspondiente a la proskynesis bizantina"; la genuflexión; estar en pie con los brazos en cruz y las manos elevadas, etc. Nótese que también otros gestos-ritos, que se podrían estudiar en sus detalles y en sus variantes de diverso género, remiten (en mayor o menor medida) a alguna cosa del Antiguo y Nuevo Testamento; están llenos de semantemas pertenecientes a la historia de la salvación.

El lenguaje litúrgico, aunque forjado sobre el hombre, imita no obstante el lenguaje bíblico. Esto significa que el lenguaje litúrgico debe ser leído y es legible sólo después de una previa iniciación a la Sagrada Escritura. Hoy, pues —no será inútil recordarlo—, al buscar la -> adaptación, el paradigma del lenguaje litúrgico debe ser, como siempre, fundamentalmente el bíblico.

4. Uso DE REALIDADES TÍPICAS. Además de la lengua y de los gestos de naturaleza pneumatológico-epiclética, existe también la gama del uso de realidades típicas que en el lenguaje bíblico-litúrgico y litúrgico-comparativo indican infusión del Espíritu, presencia del Espíritu, acción del Espíritu. Recordamos sólo el uso de las siguientes:

Para el hombre de hoy y para la -> pastoral litúrgica, que buscan -> signos y símbolos con que leer realidades más profundas e imprimirlas en la existencia de los fieles, no será tal vez inútil el presentar en los justos modos también estos signos-símbolos que, aunque antiguos, se demuestran aún como los más apropiados para indicar la presencia-acción del Pneuma sagrado.

5. EL -> SILENCIO. El silencio en la liturgia no es una ceremonia; esmás bien suspensión de todo gesto, palabra o rito. No es una pausa en el curso de la celebración, sino un entrar en el corazón de la misma. Es un momento cumbre, que indica al Espíritu Santo: su presencia y su acción, que lleva a la contemplación.

El silencio litúrgico es una invitación a estar disponibles a la acción del Espíritu. El Espíritu habla en el silencio; para oírlo, sentirlo, gustarlo, es preciso hacer silencio.

Llenarse de silencio es llenarse de Espíritu. El silencio de adoración y de contemplación es la mejor apertura para acoger la palabra del Maestro, es la primera grada para llegar a vivir de Dios: después del anuncio de la palabra de Dios, el silencio es el camino a la interiorización y a la adaptación de ella a nosotros y de nosotros a ella. El silencio ayuda a percibir el soplo del Espíritu: en el silencio él nos hace intuir tantas cosas y puede satisfacer las necesidades de cada fiel alimentando la búsqueda y la reflexión sobre lo que nos conviene para configurarnos con Cristo. El silencio, después de haber recibido el cuerpo y la sangre de Cristo, es un espacio de tiempo reservado a la presencia y acción del Pneuma sagrado, que nos asocia a Cristo y a la iglesia y nos hace partícipes del modo más pleno del misterio pascual. El silencio litúrgico pretende fomentar la unión del fiel con Cristo liturgo: acción ésta propia del Espíritu. Donde más profundo es el misterio, más grande el silencio y obra mayormente el Espíritu Santo.


V. Observaciones teológico-litúrgicas

La santa iglesia tiene conciencia de que el Espíritu Santo no sólo esel alma de la reforma litúrgica y de todo el movimiento litúrgico sino especialmente de la renovación litúrgica. La iglesia va profundizando cada vez más la verdad de que el Espíritu Santo, que es el alma de ella misma, cuerpo de Cristo, es también alma de la acción litúrgica y de toda la liturgia. Desde este punto de vista y después de cuanto hemos indicado más arriba, presentamos algunas conclusiones teológico-litúrgicas, distinguiéndolas en dos grupos:

1. OBSERVACIONES DE TIPO METODOLÓGICO. a) Ante todo se debe aceptar que, si se aplican líneas metodológicas apropiadas al depósito de las tradiciones litúrgicas, emerge de éstas una vasta gama, una notable multiplicidad poliédrica expresiva, que muestra cuán acentuada es la presencia pneumatológica en las fuentes litúrgicas. Esto vale tanto para el Oriente como para el Occidente litúrgicos, de ayer y de hoy.

b) Es cierto que en el despertar o renovación carismática de hoy, el estudio del dato pneumatológico, presente desde siempre en la liturgia y repuesto en el honor debido, podrá constituir una plataforma de prueba de la ortodoxia y una mesa de rectificación y de confrontación para cada movimiento, además de ser fuente y cumbre a que todo fermento de carismaticismo, presente desde siempre y hoy más acentuado en la catolicidad, debería tender y del cual debería promanar.

c) En el campo de la investigación y del estudio personal, así como en el de la meditación, el ámbito Espíritu Santo y liturgia debe ser potenciado para bien de la espiritualidad cristiana, que es una -> espiritualidad litúrgico-sacramental. El cuerpo de Cristo, la iglesia,es un cuerpo organizado, vivo, sacrificial, eucarístico, eucológico, en virtud de las epíclesis del Espíritu. En la celebración litúrgica, la asamblea llega a ser lo que recibe y lo que anuncia; en otros términos: el misterio proclamado y profesado (exomologhía) para la vida del cristiano, que es vida de alabanza (euloghía), se hace acción de gracias (eucharistía) y es celebrado por la acción del Espíritu. Metodológicamente esto debe ser aceptado por los agentes de la pastoral litúrgica.

2. OBSERVACIONES RELATIVAS AL CONTENIDO. El recurrir a metodologías apropiadas para estudiar el dato pneumatológico de la y en la liturgia no debe convertirse en una simple demostración de erudición, sino que debe traducirse, a nivel operativo, en el esfuerzo de crear espacio y disponibilidad en las personas de los fieles a la acción del Espíritu Santo. Se puede, pues, comprender cuanto sigue:

a) Si es verdad que "Spiritus ubi vult spirat" (cf Jn 3,8), no cabe duda de que el Espíritu "quiere soplar" donde se celebra una acción litúrgica. En la historia de la salvación la presencia del Espíritu se realiza por la actuación del misterio que es Cristo-iglesia. Ahora bien, en la acción litúrgica, en la que se realiza la reactualización sacramental del misterio, que es Cristo con sus misterios, está el Espíritu. En efecto, toda auténtica acción litúrgica es epíclesis del Espíritu, epifanía del Espíritu, sacramento del Espíritu.

b) Por otra parte, la presencia y la acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación tienen la finalidad de asimilar toda la humanidad a la unidad Cristo-iglesia. Ahora bien, si es cierto que, in via, la máxima actuación y asimilación al misterio se celebra y se realiza en la eucaristía, se debe concluir que toda presencia del Espíritu está orientada a la eucaristía. Para la teología, para el ecumenismo, para la espiritualidad litúrgica, la importancia de esta conclusión es evidente.

c) Añádase que la presencia y la acción del Espíritu no la hallamos en la acción litúrgico-sacramental: existen soplos del Espíritu que se pueden decir extra-sacramentales. Pero, puesto que la presencia y la acción del Espíritu en la historia de la salvación están destinadas a la asimilación a Cristo-iglesia, y puesto que toda asimilación y configuración a Cristo-iglesia, in via, sucede por medio de las acciones litúrgico-sacramentales y en relación con ellas, se puede afirmar que toda epíclesis del Espíritu, incluso la epíclesis extra-sacramental, posee, al menos implícitamente, un dinamismo litúrgico-sacramental. En síntesis: toda acción y presencia del Espíritu, incluida la extra-sacramental, estando destinada a la asimilación y configuración con Cristo-iglesia, está orientada, al menos de una forma implícita, a la eucaristía.


VI. Perspectivas de la espiritualidad litúrgica de la pastoral sacramental

Liturgia y Espíritu Santo: este binomio indivisible abarca toda la vida del fiel; es realmente la base de la espiritualidad litúrgica, y en torno a él se mueve la pastoral sacramental.

1. LA ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA. Esta se basa en la acción y presencia del Espíritu Santo en la acción litúrgica, y por consiguiente en la realidad litúrgica: misterio-acción-vida.

a) Para todo fiel la presencia del Espíritu comporta el triple efecto de santificación, de consagración y de culto, justamente por razón de su finalidad íntima a asimilar en la unidad a Cristo-iglesia. No hay quien no vea cómo toda acción litúrgica goza de esta triple eficacia. Esto equivale a afirmar que las repetidas epíclesis del Espíritu celebradas en la liturgia hacen de ella un perpetuo pentecostés a través del tiempo y del espacio con todos sus efectos. Y como el acontecimiento de pentecostés fue el comienzo de la historia de la salvación actuada en la iglesia, la inauguración de la parusía y el anticipo del reino definitivo, así la liturgia como signum efficax Spiritus teje la vida de la iglesia (de cada fiel en la iglesia y de cada hombre orientado implícitamente a ella), a fin de que la iglesia misma pueda desarrollar una historia, fomenta e incrementa la parusía para que Cristo esté con nosotros y anticipa el reino en cuanto que lo edifica con la fuerza del Espíritu vivificante.

b) Se comprende, por tanto, la importancia del Espíritu Santo para la espiritualidad del fiel: en la acción litúrgica, el Espíritu Santo es el que hace la palabra de Dios viva y eficaz en cada participante (cf Heb 4,12). La palabra proclamada en ella no sería acogida por los fieles sin la acción del Pneuma sagrado: él es la acogida de la palabra en los fieles.

Es el Espíritu Santo el que, comunicado en la comunidad al individuo, lo acompaña en unidad y comunidad con toda la iglesia. El es la creación del pueblo de Dios como nueva creación en Cristo, como pueblo del culto perpetuotributado al Padre en espíritu y en verdad, como templo vivo, real, lugar por excelencia del único culto, del culto que recapitula cualquier expresión de gloria, de gracias y de alabanza a la Trinidad.

Es el Espíritu presente y operante el que constituye el principio vivificante de la acción litúrgica, de modo que la liturgia celebrada en la tierra pertenezca ya al orden de las realidades celestes.

c) Se puede entonces recordar que la espiritualidad litúrgica está caracterizada por la objetividad a causa del Espíritu Santo. Ella debe hacer ver e inculcar a los fieles que la liturgia es simultáneamente profesión de fe en la epíclesis del Espíritu y epíclesis vivida en la existencia del fiel y celebrada en la acción litúrgica; donde se renueva la memoria de los acontecimientos salvíficos y la iglesia se ofrece con Cristo al Padre por el Espíritu Santo, la presencia del Espíritu es incesante, para que el memorial sea vital y se haga realidad, y para que la participación sea fructuosa y rica.

2. LA PASTORAL SACRAMENTAL. Precisamente porque el Espíritu Santo ocupa un puesto preeminente en la acción litúrgico-sacramental, la misma pastoral sacramental debe ejercerse de modo que esté en sintonia y en sinergia con la presencia y la acción del Espíritu Santo.

a) Se podría así, con una definición descriptiva, afirmar que la pastoral litúrgico-sacramental es el arte de crear en los fieles (el catecúmeno es también un fiel in fieri) los presupuestos para recibir las mociones del Espíritu y para conservar la tendencia hacia el Espíritu, que realiza progresivamente el encuentro del fiel en Cristo-iglesia, y por tanto el encuentro del pueblo de

Dios con las personas divinas. Objeto de la pastoral no es un grupo de hombres que reacciona sólo o sobre todo obedeciendo a leyes de psicología y de sociología religiosas o de interacción de grupo, sino personas que primariamente son movidas, animadas y vivificadas por la ley del Espíritu. El pastor debe, por tanto, ser instrumento dócil del Pneuma sagrado. Por eso debe ser experto en las cosas divinas, además de las humanas; más aún, su experiencia en estas últimas debe ser óptima para poder ser más experto en las cosas divinas.

b) El ámbito de la pastoral litúrgico-sacramental, extendiéndose desde el antes celebrativo al durante celebrativo para continuar luego en el después celebrativo, se entreteje con la catequesis litúrgico-sacramental y con la dirección espiritual modulada especialmente sobre las líneas de la espiritualidad litúrgica. La pastoral deberá hacerse abierta para suscitar el sentido de pertenencia al cuerpo místico de la iglesia, cuya alma es el Espíritu Santo; deberá asimismo educar para obrar y sentir "cum ecclesia'; que equivale a entrar en simpatía (en el sentido etimológico del término) con el Espíritu Santo. La pastoral litúrgico-sacramental- deberá estar, por consiguiente, impregnada de espíritu de iniciativa, espíritu orientado a llevar al encuentro personal in ecclesia con las divinas Personas.

c) Se debe decir que la pastoral litúrgica, siendo un arte en sintonia y en sinergia con la presencia y la acción del Espíritu Santo para llegar a suscitar, fomentar y perpetuar en las personas la simpatía con el Espíritu Santo, goza de la prerrogativa de la objetividad. Educará para superar toda emoción sensacional, todo pietismo espiritual, todo sentimentalismo, todo tipo de desviación de la vida del espíritu en vistas de la meta que se puede sintetizar así: formar "personalidades litúrgicas"".

De este modo la pastoral litúrgica enseñará a comprender que en la liturgia todo gesto es una proclamación; toda palabra, un anuncio; toda celebración, un acontecimiento salvífico; toda persona, una custodia visible de la invisible presencia y acción del Espíritu Santo.

A. M. Triacca