ESCATOLOGÍA
NDL


SUMARIO I. La escatología en la teología contemporánea: 1. Dimensiones y fundamento de la escatología cristiana; 2. Para una visión escatológica renovada; 3. Puntualizaciones del magisterio de la iglesia; 4. Liturgia y pensamiento escatológico moderno - II. Dimensión escatológica de la liturgia: 1. Tensión escatológica de la eucaristía en el NT: a) Memorial y espera, b) "Ven, Señor Jesús", c) Eucaristía y resurrección; 2. Escatología y liturgia en el Vat. II: a) Referencias de la SC, b) Perspectivas de la LG, c) Visión de la GS; 3. Dimensión escatológica de las celebraciones litúrgicas: a) Bautismo-confirmación, b) Eucaristía, c) El año litúrgico, d) Liturgia de las Horas - III. Las realidades últimas a la luz de la liturgia: 1. Muerte, juicio, purificación; 2. Bienaventuranza y pena eterna; 3. Parusía y resurrección final de los muertos - IV. Conclusión.


I. La escatología en la teología contemporánea

Con el nombre escatología viene designándose, al menos desde finales del s. xvii, el tratado teológico sobre las realidades últimas o postrimerías del hombre, de la iglesia y del cosmos. El tema, importante en la revelación cristiana hasta el punto de ocupar un destacado puesto en los símbolos de la fe, ha centrado siempre la máxima atención tanto en su perspectiva teológica como litúrgica y pastoral. El primer tratado sistemático sobre el tema se remonta al s. vii, con una obra del obispo español Julián de Toledo; la reflexión teológica medieval y la autorizada postura del magisterio de la iglesia, sobre todo con Benedicto XII y con el concilio de Florencia', fijaron las grandes líneas de la escatología católica, tal como ésta aparece en los manuales sistemáticos más recientes. Después de unas décadas de atenta reflexión bíblica por parte de los protestantes, hoy el problema escatológico es objeto de un amplio examen, constituyendo un punto nuclear de la teología contemporánea'. Aunque a nosotros no nos interesa sino recoger las implicaciones litúrgicas de la escatología, no podemos prescindir de una presentación al menos brevísima de las dimensiones de la escatología y la problemática más reciente a este respecto, así como de la relación metodológica y existencial que tiene la liturgia con la teología escatológica de hoy.

1. DIMENSIONES Y FUNDAMENTO DE LA ESCATOLOGÍA CRISTIANA. El dilatado campo de la escatología cristiana puede enmarcarse en estas cuatro dimensiones: cristológica, con referencia a la segunda venida de Cristo y sus consecuencias (juicio, instauración del reino, etc.); eclesial, que se refiere a la condición de la iglesia como peregrina '. hacia la Jerusalén celeste; antropológica, es decir, relativa al fin de todo ser humano, ya en cuanto a su situación inmediata después de la muerte, ya en cuanto a su destino final (resurrección, juicio, salvación o condenación eternas); cosmológica o relativa a la suerte definitiva del universo, que habrá de verse envuelto en la restauración final. con la segunda venida de Cristo y con la resurrección de los muertos. No se trata, sin embargo, de postrimerías que hubieran de entenderse independientemente del contexto presente, sino de aquellas realidades definitivas que llevarán a su plenitud lo que ahora poseemos inicialmente en espera de su realización final. Así es como la escatología implica el presente y constituye una dimensión esencial de la experiencia humana y cristiana.

El centro de la escatología cristiana es el mismo Cristo, quien con su gloriosa resurrección inauguró el, éschaton, es decir, la realidad nueva y definitiva de la historia. Recapitulación de todo, él es "ayer, hoy y siempre" (He 13,8), "el alpha y omega, el que es, el que era y el que viene" (Ap 1,8). Vencedor de la muerte, ha desvelado el enigma relativo a la suerte final del hombre, abriéndole una senda hacia la inmortalidad futura. En Cristo se encierra ya inicialmente la promesa de la escatología de la iglesia y del cosmos; su resurrección garantiza las promesas sobre las realidades que en su momento habrán de cumplirse: su venida gloriosa, la resurrección final, la instauración del reino. La liturgia de la iglesia, según testimonio de las fuentes más remotas, ha mantenido siempre y ejemplarmente tal visión escatológica, centrada en la resurrección de Cristo y en la espera de su retorno, orientándolo todo a la celebración del misterio pascual, síntesis de la historia de la salvación.

2. PARA UNA VISIÓN ESCATOLÓGICA RENOVADA. El renovado interés en torno a los estudios bíblicos y teológicos sobre la escatología cristiana obedece al influjo de distintos factores culturales. En primer lugar, al creciente interés de los exegetas protestantes en torno al pensamiento escatológico de Jesús y de la iglesia primitiva, como clave de bóveda para interpretar todo el evangelio y la experiencia subsiguiente de la iglesia. En efecto, Jesús y, con él, la primera comunidad habrían considerado inminente el fin del mundo; posteriormente, la experiencia histórica vendría a desmentir tal perspectiva, haciendo volver a la iglesia a las posturas actuales de espera escatológica de un final como futuro cierto en cuanto realidad, pero desconocido en cuanto al tiempo. El influjo esencial de este análisis bíblico en el campo protestante es el haber centrado la atención más en el presente que en el futuro, más en la escatología ya realizada o en proceso de actual realización que en la escatología venidera, a la que no pocos autores protestantes contemporáneos no parecen otorgar demasiada importancia. Un segundo estímulo en el interés por la escatología cristiana arranca ya de las culturas modernas: del evolucionismo, con su interpretación de la existencia del mundo y de la historia; del materialismo dialéctico, con su ideal de un futuro mejor para la humanidad; de la previsión y programación del futuro promovidas por la tecnología contemporánea: teorías que han urgido dentro del pensamiento teológico una mayor atención al sentido de la historia, a la esperanza cristiana como activa construcción del futuro, al compromiso en lo temporal como preparación indirecta de la llegada del reino de Cristo. Finalmente, y dentro de un campo más estrictamente católico, la teología moderna ha intentado reaccionar contra el clásico estilo de presentación de los novísimos, analizando atentamente los fundamentos de la revelación, purificando ciertas visiones individualistas de la escatología, adoptando un tono más sobrio en la exposición de ciertos detalles en los que la imaginación había prevalecido sobre la teología y buscando una relación más adecuada entre los datos de la fe y la visión moderna del hombre. Pero habrá que subrayar cómo la doctrina de los teólogos católicos sobre la escatología, aun aceptando todos los estímulos de los análisis protestantes y de las instancias culturales modernas —desde el marxismo hasta la antropología—, jamás se ha distanciado de los puntos firmes establecidos por el magisterio de la iglesia y prácticamente recalcados, si bien desde un ángulo más amplio, por el Vat. II en el c. VII de la LG, por lo que tampoco los más recientes manuales teológicos sobre el tema han alterado los clásicos esquemas, aun aceptando la extensa problemática moderna'.

He aquí las grandes líneas dentro de las cuales, y al filo del Vat. II, se mueve la teología escatológica: a) cambio en la perspectiva de las realidades últimas: se da mayor importancia a los aspectos colectivos (parusía, resurrección de los muertos) que a los individuales, a la escatología definitiva que a la inmediata (juicio particular, purgatorio, etc.); b) recuperación del hecho escatológico esencial: la resurrección de Cristo y su retorno al final de los tiempos, con las consecuencias que implica; c) estudio más atento de la relación entre el presente y el futuro, y visión escatológica de la historia humana y de la experiencia de la iglesia como futuro ya presente (el "ya sí y todavía no" de Cullmann); d) visión más optimista del mundo y de la historia actuales con relación a su último destino, y valoración de las realidades temporales con miras a "los nuevos cielos y nueva tierra"; e) mayor reserva o cautela y sobriedad en cuanto a la entidad de los estados escatológicos intermedios, insistiendo más en la afirmación de su realidad que en su forma de explicarla. Más problemáticas siguen siendo las hipótesis que, por una u otra parte, se vienen formulando en orden a conciliar de una manera más adecuada los novísimos (en especial la escatología intermedia) con la nueva visión antropológica: posibilidad (?) de una opción fundamental por Dios inmediatamente después de la muerte y antes del juicio; sentido del purgatorio y de la purificación; problemática múltiple sobre el infierno: incertidumbres de facto sobre los condenados; ensayos de justificación de una no eternidad de las penas del infierno; discusiones sobre el sentido de la existencia humana después de la muerte y sin el cuerpo como parte integrante del yo, con la consiguiente crítica del concepto de anima separata, de la inmortalidad del alma (concepto que parece más helénico que bíblico-cristiano). Muchas de tales hipótesis de renovación merecen tenerse en cuenta, ya que suponen una seria aportación al campo de la teología, que durante tanto tiempo ha permanecido cerrado por vacaciones, pero sin olvidar que deben tamizarse y confrontarse con el más reciente magistero de la iglesia sobre el tema.

3. PUNTUALIZACIONES DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. Según lo ya apuntado, el Vat. II, hablando en la LG de la índole escatológica de la iglesia peregrinante, ha recalcado prácticamente todas las verdades católicas sobre los novísimos sin entrar en la discusión de los problemas modernos. La GS no ha dejado, en cambio, de abrir un más dilatado horizonte a la escatología, especialmente en lo relativo al sentido del tiempo presente, del trabajo humano y del progreso en su relación con el reino futuro y la renovación del cosmos. La profesión de fe de Pablo VI de 1968, en su parte final, parece puntualizar algunos temas de la escatología intermedia contra posibles desviaciones o interpretaciones minimistas que hoy han tenido cabida en algunos catecismos. La más reciente intervención del magisterio es una carta de la Congregación para la doctrina de la fe, aprobada por Juan Pablo II en mayo de 1979, "sobre algunas cuestiones relativas a la escatología". El tono de la carta es firme; su contenido busca salvaguardar la fe frente a interpretaciones e hipótesis que se están propagando entre los fieles, y que no despiertan sino interrogantes y dudas o vacilaciones. Nada nuevo; es una autorizada llamada a cuanto enseña la iglesia, "sobre todo acerca de lo que tiene lugar entre la muerte del cristiano y la resurrección final"; se quiere, en síntesis, recalcar la verdad de la resurrección de los muertos, que debe aplicarse al hombre entero; se afirma la supervivencia, después de la muerte, de la parte espiritual del hombre, la cual, aun a falta del cuerpo, permite la subsistencia del yo humano; y dentro de este contexto no deja de ser legítimo el uso que ha hecho la iglesia del término alma; se afirma igualmente la espera de la manifestación del Señor al final de los tiempos "como distinta y aplazada con respecto a la condición de los hombres inmediatamente después de la muerte"; se recalca brevemente la felicidad de los justos en el paraíso, así como la pena eterna para los pecadores, privados de la visión de Dios, con su consiguiente repercusión en todo el ser humano; se afirma, finalmente, que los justos pueden pasar por una eventual purificación, preliminar a la visión beatífica y distinta de la pena de los condenados.

En cuanto a la relación entre escatología y liturgia, existen en este último documento dos interesantes puntualizaciones. La primera es la referencia implícita a las liturgias como locus theologicus donde fundamentar algunas verdades: "La iglesia —se dice allí-excluye toda forma de pensamiento o de expresión que haga absurda e ininteligible su oración, sus ritos fúnebres, su culto a los muertos; realidades que constituyen sustancialmente verdaderos lugares teológicos. Sobre la representación del más allá se afirma: "El cristiano debe mantener firmemente estos dos puntos esenciales: debe creer, por una parte, en la continuidad fundamental existente, en virtud del Espíritu Santo, entre la vida presente en Cristo y la vida futura...; pero, por otra parte, el cristiano debe ser consciente de la ruptura radical que hay entre la vida presente y la futura, ya que la economía de la fe es sustituida por la de la plena luz. La primera cita alude a la confesión de fe de la iglesia que se hace en la liturgia; la segunda quiere apoyar la verdad del lenguaje teológico al hablar de las postrimerías en una dialéctica de continuidad y de ruptura: tal vez fuese mejor decir de superación. Creemos que es éste el lenguaje utilizado por la iglesia en su liturgia; en efecto, partiendo de la experiencia de los bienes ya presentes, la liturgia se proyecta hacia el futuro escatológico dejando espacio a la superación en la continuidad y al misterio que, dentro de la esperanza, envuelve todo lo concerniente a la escatología. A la experiencia litúrgica se refieren estas palabras del documento: "Si la imaginación no puede llegar allí, el corazón llega instintiva y profundamente". Observaciones como éstas plantean inmediatamente el problema de la relación metodológica entre liturgia y teología escatológica.

4. LITURGIA Y PENSAMIENTO ESCATOLÓGICO MODERNO. La liturgia de la iglesia sigue siendo punto de referencia en la doctrina sobre la escatología, un lugar teológico. Cierto que la liturgia no es sólo ni principalmente eso, y menos cuando su función de lugar teológico viene a reducirse a una prueba más que aísla aspectos doctrinales del rico contexto de la celebración'. Los textos litúrgicos solamente fundamentan un pensamiento teológico sobre la escatología en la medida en que reflejan los datos de la revelación y la doctrina del magisterio. Fundamentalmente, el pensamiento teológico explícito de los textos litúrgicos occidentales es el de la tradición contenida en los sacramentarios romanos, es decir, dependientes de la doctrina de algunos padres como Agustín, León Magno, Gregorio, con todos los valores de dicha teología y con algún que otro defecto de pensamiento o de lenguaje. Fórmulas un tanto difíciles y hasta discutibles o discutidas, como algunos textos de la misa de difuntos, se filtraron en momentos de creatividad dentro de la liturgia, llegando a ejercer una notoria influencia en la teología, espiritualidad y pastoral de los novísimos ". Pero también la reciente reforma litúrgica ha introducido en este campo sus retoques y nuevas aportaciones, a la vez que realizaba alguna exclusión de textos. En general, se ha mantenido el pensamiento tradicional tal como aparece en los sacramentarios romanos, retocando aquí o allá "algunas de las maneras relativas al uso de los bienes terrenos",  prevalecerá así la línea escatológica de la GS con respecto al sentido de las cosas temporales y del trabajo del hombre con miras al reino de Dios. La liturgia, pues, sólo mínimamente ha experimentado la influencia del pensamiento escatológico moderno; en cambio, ha servido como punto de referencia, como lugar teológico, para el discernimiento de hipótesis y teorías modernas y como elemento de renovación con vistas a una escatología más centrada en el misterio de Cristo y de la iglesia. No es infrecuente el invocar el testimonio de la liturgia como servicio a una escatología fundada en lo esencial y girando en torno a la parusía y a la resurrección final, sobria en sus expresiones, pero lugar, también, de la experiencia anticipada de las realidades últimas y de la comunión orante con la iglesia celeste. Tomada globalmente, la liturgia puede ayudarnos a hacer una relectura del problema escatológico contemporáneo.


II. Dimensión escatológica de la liturgia

La liturgia cristiana es el lugar esencial de la confesión de fe y de la celebración de la experiencia de fe, que ilumina el sentido de la vida y de la muerte, del presente y del futuro. Es la presencia y acción de Cristo, el Resucitado, quien mediante el don del Espíritu Santo une consigo a la iglesia en el dinamismo cultual y santificante de la pascua: con la presencia eficaz de su misterio pascual, el Kyrios glorioso inserta nuestro tiempo en su eternidad; y con el don de su Espíritu, inyecta dinamismos de vida imperecedera en la caduca existencia de los hombres. La experiencia litúrgica ilumina el destino de la iglesia en su camino hacia la Jerusalén celeste, en la que llegarán a su pleno cumplimiento todas esas realidades que ahora se están viviendo en la fe y en la esperanza. No es fácil intentar una síntesis teológica sobre este tema. Daremos tan sólo unos puntos de reflexión, sacados de la experiencia litúrgica del NT, de algunas líneas doctrinales del Vat. II y de ciertas expresiones emblemáticas de la misma celebración litúrgica renovada.

1. TENSIÓN ESCATOLÓGICA DE LA EUCARISTÍA EN EL NT. En la base misma de la dimensión escatológica de la liturgia hallamos ya el sentido de espera, tan propio de la revelación relativa al misterio eucarístico tal como nos lo presentan las páginas del NT.

a) Memorial y espera. La comunidad apostólica entendió la eucaristía, a la luz de las palabras y los gestos de Jesús, como un memorial que representa y sintetiza todo el misterio de Cristo, como recapitulación de la historia de la salvación y como prenda de los bienes futuros que esperamos y que se nos darán con su segunda venida. Un exegeta contemporáneo resume así el sentido de las palabras de la institución de la eucaristía: "Las palabras explicativas del Señor sintetizan todas las grandes ideas del AT (alianza, señorío detodo es Cristo, por quien se realizará hasta su consumada perfección la obra salvífica de Dios. En la eucaristía se unifica todo cuanto en la historia de la salvación Dios ha hecho y hará en favor de los hombres". Pasado, presente y futuro salvíficos vienen a concentrarse en el memorial de Jesús. El anuncio del futuro próximo de su muerte se abre a la historia posterior de los apóstoles, quienes deberán reiterar su gesto como -> memorial; pero igualmente a un futuro glorioso del mismo Jesús, al que están invitados los apóstoles. Según el evangelio de Mateo (26,29), Jesús añade a las palabras institucionales de la eucaristía una frase (denominada por algunos plegaria escatológica) que abre una lumbrera a la gloria futura dentro del sombrío clima que lleva consigo la inminencia de su pasión: "Os digo que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre". Sea cual fuere la interpretación de dicha frase (que Benoit considera como una cita del paraíso), es evidente el sentido escatológico de la cena, así como el de cada eucaristía: la eucaristía remite al banquete escatológico, lo anticipa en la fe y lo hace deseable en la esperanza. Las comidas con el Resusucitado no amortiguaron tal sentido de espera; dieron, sí, un ambiente de gozo pascual a la fracción del pan (He 2,46), pero acuciando al mismo tiempo el deseo del retorno del Señor.

La orientación escatológica de la eucaristía ha sido fuertemente subrayada también por el relato paulino de su institución, que se cierra con estas palabras del mismo Pablo: "Cuantas veces comáis este pan Y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga"(1 Cor 11,26). Tales palabras aluden especialmente al retorno de Cristo, de quien hacen memoria los discípulos cada vez que celebran la eucaristía. Pudiera entenderse la frase paulina como explicación complementaria del significado del memorial, dirigida a una comunidad helénica no iniciada en el sentido semítico de la celebración pascual como memorial actualizante de las grandes obras realizadas por el Señor en favor de su pueblo. El giro es evidente: se alude ahora a Cristo, cuya gloriosa muerte viene "próclamada y realizada en el misterio" (Max Thurian); pero existe igualmente un paralelismo entre la espera pascual del Mesías por parte del pueblo hebreo y la espera parusíaca de Cristo por parte de la iglesia cuando se celebra su memorial. No faltan modernos exegetas (Descamps) que consideran verosímil en tales palabras una fórmula utilizada por el Señor mismo. Y la liturgia occidental, en la recopilación ambrosiana yen el misal de Stowe, no ha dudado en poner incluso en labios del Señor estas palabras alusivas a su retorno: "Passionem meam praedicabitis, resurrectionem meam adnuntiabitis, adventum meum sperabitis donec iterum veniam ad vos de coelis" ". Eucaristía como punto de apoyo de la liturgia cristiana, y escatología como espera de la venida de Cristo: una y otra indisolublemente vinculadas entre sí.

b) "Ven, Señor Jesús". Cotno confirmación del sentido escatológico de la eucaristía, a tenor del testimonio vivo de la comunidad apostólica, he aquí la célebre fórmula litúrgica que encierra el deseo de la parusía: "Maraná tha" (1 Cor 16,22). El sentido de tal expresión aramaica es polivalente, pero que hoy preferencialmente se interpreta a la luz de la frase de Ap 22,20: "Ven, Señor Jesús". Idéntica fórmula litúrgica aparece en la sección eucarística del libro de la Didajé, en un contexto más amplio y con variantes filológicas en distintas versiones antiguas: "Venga la gracia y pase este mundo... Maranatha. Amén"; la versión copta escribe: "Venga el Señor y pase este mundo..." Se ha escrito que tal frase, con su ardiente invocación de la venida del Señor, expresa el clima escatológico de las primitivas celebraciones eucarísticas; pero es a la vez una confesión y rúbrica de fe que unifica la referencia al Señor resucitado con la referencia a su retorno glorioso. Entre los dos polos de la escatología —resurrección del Señor y su segunda venida— aparece la eucaristía como memorial y anticipación, como presencia que garantiza y hace desear al mismo tiempo la venida definitiva del Señor. En esta experiencia litúrgica aprendió la iglesia primitiva a sentir que el Señor, cuya venida tan ardientemente se desea, se hace presente en una serie de anticipaciones sacramentales, como lo demuestra el texto del Apocalipsis: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20), palabras que encierran un claro sabor eucarístico. Tales referencias vienen así a confirmar el sentido escatológico de toda celebración litúrgica de la iglesia; allí donde se experimenta la presencia del Resucitado, se desea y se espera su retorno definitivo.

c) Eucaristía y resurrección. Un tercer punto bíblico que vincula entre sí eucaristía y escatología es la promesa de la resurrección final que hace Jesús a quienes comen su carne y beben su sangre (Jn 6,54). Toda la tradición antigua ha interpretado este texto como promesa de la resurrección corporal, en la lógica de una identificación total de los creyentes con el destino del Señor en su gloria. La liturgia eucarística aplica de esta manera la esperanza de la resurrección final también a los cuerpos, como participación en la carne gloriosa del Resucitado. Valga por todos el hermoso texto de Ireneo: "Nuestros cuerpos, merced a la participación en la eucaristía, ya no son corruptibles, pues poseen la esperanza de la resurrección para la eternidad". Atestiguada por la tradición y vivida en la época martirial de la iglesia con una fe intensa, esta doctrina evangélica ha marcado profundamente el sentido de la muerte cristiana, así como el respeto y hasta la veneración debida a los cuerpos de los difuntos.

2. ESCATOLOGÍA Y LITURGIA EN EL VAT. II. Para elaborar una síntesis teológica sobre la relación entre liturgia y escatología, podríamos acudir a la doctrina del Vat. II. Los puntos aparecen diseminados aquí y allí en distintos documentos con sus contextos teológicos igualmente distintos. Parece, pues, más lógico recoger tales referencias sumarias sin sacarlas de su contexto doctrinal.

a) Referencias de la SC. No deja de ser sintomático que la primera afirmación del concilio sobre la naturaleza de la iglesia, tal cual ésta se revela y aparece en la liturgia, insista claramente en su sentido escatológico. La iglesia es "humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano estéordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscarnos" (SC 2). Se nos da aquí en síntesis la escatología tal y como se la vive en la experiencia litúrgica, presencia de lo divino en lo humano, de lo invisible en lo visible, de lo eterno en lo temporal; es decir, una escatología anticipada y, por tanto, en tensión hacia el futuro para alcanzar "la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13) en la ciudad celeste hacia la que nos encaminamos (He 13,14).

Como término de la breve exposición teológica sobre la naturaleza de la liturgia (SC 5-8) se viene a afirmar: "En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos corno peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios...; y aguardamos al Salvador, nuestro señor Jesucristo, hasta que se manifieste él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos también gloriosos con él" (SC 8). Destaca aquí la idea de la contemporaneidad de lo eterno en el presente —tempiternidad de la liturgia— y de la comunión entre la iglesia peregrina y la celeste, pero siempre en la dimensión de espera; la relación se basa en la presencia del Señor: él está presente en la liturgia (SC 7), pero deberá volver en su gloria.

Otros puntos doctrinales, que no pretenden ser exhaustivos, los encontramos donde se habla de la dimensión escatológica de algunas acciones litúrgicas. La eucaristía habrá de celebrarse hasta el retorno del Señor, siendo una prenda de la gloria futura (SC 47). El Oficio divino es la oración e himno que se canta en las moradas celestiales, y al que el mismo Cristo asocia laalabanza de su iglesia (SC 83). La reforma del rito exequial debe expresar más claramente la índole pascual de la muerte cristiana (SC 81). El año litúrgico traduce la orientación escatológica de la iglesia al celebrar en el ciclo anual el misterio de Cristo, comprendida en él "la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor" (SC 102); en el ciclo de las festividades marianas, la iglesia contempla a María "como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103); en la conmemoración de los santos y los mártires confesamos que ellos, "habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza de Dios en el cielo e interceden por nosotros" (SC 104).

b) Perspectiva de la LG. El capítulo VII de la LG sobre la "índole escatológica de la iglesia peregrinante y su unión con la iglesia celestial" se inspira abundantemente en las fuentes de la revelación y en la vida de la misma iglesia tal y como ella se expresa en la liturgia. Se acentúa fuertemente el aspecto de comunión. y por tanto la dimensión del comienzo ya en esta tierra de la vida futura como primicia y garantía de la misma, y la participación, mediante lá comunión de los santos, en la vida de la iglesia celeste. El lugar de esta participación y comunión es siempre la liturgia, sobre todo la eucarística. Citaremos aquí dos textos, sacados de un rico conjunto. El primero es la afirmación de cómo el eschaton del Cristo resucitado y de su Espíritu está ya presente y actuando en la iglesia a través de la liturgia: Cristo, "sentado a la derecha del Padre, actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a la iglesia y por medio de ella unirlos a sí más estrechamente y para hacerlos partícipes de su vida gloriosa alimentándolos con su cuerpo y sangre. Así que la restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la misión del Espíritu Santo y por él continúa en la iglesia..." (LG 48). La liturgia acentúa, por otra parte, el vértice de la experiencia de comunión con la iglesia celeste, que se realiza "de la más excelente manera cuando, especialmente en la sagrada liturgia, en la cual la virtud del Espíritu Santo actúa sobre nosotros por medio de los signos sacramentales, celebramos juntos con gozo común las alabanzas de la divina majestad... Así pues, al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la iglesia celestial, entrando en comunión y venerando la memoria, primeramente, de la gloriosa siempre Virgen María..." (LG 50). Parecidos o idénticos conceptos se repiten en el n. 51, donde se añade: "Participamos, pregustándola, en la liturgia de la gloria consumada". Ya en otro contexto había expresado la LG este hermoso concepto de la liturgia como "nuevos cielos y nueva tierra": "Al igual que los sacramentos de la nueva ley, con los que se alimenta la vida y el apostolado de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva, así los laicos quedan constituidos en poderosos pregoneros de la fe en las cosas que esperamos" (LG 35).

c) Visión de la GS. Es evidente que el tema escatológico ha sido recogido por la GS en una visión que pudiéramos definir como antropológica, social y cósmica. El destino final de la iglesia y de cada cristiano proyecta su luz sobre las postrimerías del hombre y del cosmos. El lenguaje es más abierto y está fuertemente marcado por el optimismo y la esperanza, quetendrían su fundamento en el mismo Cristo, el hombre nuevo, y en el misterio pascual como real dad que ilumina y dignifica la tividad humana. Citaremos solam nte dos textos en referencia a la lit rgia. El primero es la respuesta que la iglesia da al enigma del d or y de la muerte; es tal vez la pá ina más kerigmática de toda la octrina conciliar, ya que anuncia al Cristo resucitado ante la sociedad de hoy: "Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera del evangelio, nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre!" (GS 22). En esta proclamación de fe en la resurrección puede insertarse un texto de la liturgia pascual bizantina, cántico exultante de la victoria de Cristo sobre la muerte. Porque es efectivamente Cristo resucitad) quien, presente en la liturgia de la iglesia, ilumina el destino del hombre y del cosmos y quien rompe las barreras de la muerte y ofrece a todo hombre la esperanza de una vida eterna. El segundo texto se abre a la escatología universal con una implícita referencia a la renovación del cosmos. La eucaristía se nos presenta en el contexto del futuro de la historia y en el del valor de la actividad humana a la luz del misterio pascual: "El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial" (SC 38). Estas palabras vienen a continuación de las del n. 39, que hablan de la tierra nueva y del nuevo cielo, ya que la eucaristía aparece como el sacramento de la "pascua de la humanidad y del universo".

3. DIMENSIÓN ESCATOLÓGICA DE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS. La síntesis teológica del Vat. II ha puesto de relieve la dimensión escatológica de la liturgia. Queremos ofrecer ahora una ejemplificación a través de algunas celebraciones, en las que subrayaremos ya su sentido escatológico global, ya sus expresiones eucológicas como emblemáticas del tema. La cita no es aquí completa, sino sólo indicativa: se completará después [-> infra, III].

a) Bautismo-confirmación. La iniciación cristiana (mediante el bautismo y la confirmación) es un sacramento escatológico; con su inserción en el misterio pascual y mediante el don del Espíritu, el cristiano entra en el pueblo escatológico, es decir, en la iglesia, y participa ya de los bienes futuros; en la unidad fundamental de la iniciación, bautismo y confirmación se presentan como germen de gloria y como primicias del Espíritu, que tienden a su plenitud a través de un crecimiento incesante. Mediante tales sacramentos entra el cristiano en la dinámica escatológica como posesión y esperanza, se hace realidad para él toda la revelación, así como el don inicial del que hablan los textos del NT. Aun dentro de la plenitud con que lo contempla la tradición antigua, el bautizado sigue siendo un "hombre que espera" y que tiende hacia la realización consumada de cuanto se le ha concedido inicialmente: una rica antología de textos bíblicos, litúrgicos y patrísticos lo demuestra clara y eficazmente'". Incluso hoy, el rito bautismal está expresando el sentido escatológico del sacramento mediante dos significativos símbolos: la vestidura blanca y el cirio encendido. Al hacer entrega de la vestidura, alude la iglesia al compromiso por la vida eterna: "Sois ya nueva creatura y habéis sido revestidos de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de vuestra dignidad de cristianos...; conservadla sin mancha, hasta la vida eterna" (RBN 130). Y la luz impone la obligación de la vigilancia para salir al encuentro del Señor (RBN 131).

Hay antiguos formularios litúrgicos que explicitan el sentido escatológico de la confirmación. He aquí la fórmula del gelasiano: "Signo de Cristo para la vida eterna". Un texto copio afirma: "Unción de la prenda del reino de los cielos", con alusión al texto de Ef 1,13-14: .. habéis sido sellados con el Espíritu..., el cual es prenda de nuestra herencia" 19. El actual rito de la confirmación parece más preocupado por el aspecto del testimonio, pero sin olvidar por eso que todo el dinamismo del Espíritu que se actúa en los cristianos se realiza con miras al reino de Cristo (LG 4 y 48).

b) Eucaristía. Hemos ya insinuado [-> supra, II, 1] el sentido escatológico de la eucaristía. Como conjunto, la eucaristía es prenda de la gloria (SC 47; UR 15): presencia del Resucitado y de su misterio pascual; espera de su retorno, constitutivo de la comunidad escatológica; germen de resurrección; preludio de la renovación de la creación mediante la transformación del pan y del vino. La confesión de la fe a lo largo de toda la celebración eucarística mantiene viva tal dimensión escatológica. La evoca la aclamación que sigue a la consagración: .. hasta que vuelvas", y la recuerda igualmente el memorial de la III y IV plegarias eucarísticas: "... y, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, Padre...'; más explícito es el embolismo del padrenuestro: "... mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo". Todas las plegarias eucarísticas se concluyen con la evocación de la gloria, hacia la que se orienta toda celebración del misterio pascual; amplias son, en este sentido, las perspectivas de la IIl y IV plegarias eucarísticas: "... en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas"; "... y allí, junto con toda la creación, libre ya de pecado y de muerte, te glorificaremos..." Dentro de este contexto no deja de ser elocuente el recuerdo de los difuntos como afirmación de la fe de la iglesia en la existencia de una situación intermedia de purificación entre la muerte y la vida eterna; del recuerdo de cada uno de los cristianos se pasa a una perspectiva universal, especialmente en la IV plegaria: "Acuérdate... de todos los difuntos, cuya fe sólo tú conociste". La configuración con Cristo, que se iniciara en el bautismo y que se perfecciona con la eucaristía, se atisba en su fase final y lógica como resurrección corporal: "... cuando Cristo haga surgir de la tierra a los muertos, y transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo" (III plegaria eucarística).

No es posible exponer aquí toda la temática escatológica que se contiene en la eucología menor [-> Eucología, 1, 2], relativa a la celebración eucarística. En el rito romano se expresa lógicamente tal temática en la oración de después de la comunión, en la que se viene a subrayar la continuidad entre eldon recibido y la plenitud a la que se aspira; en el actual misal roma_ no existe un cierto equilibrio entre las oraciones que expresan el deseo de los bienes celestiales y las que traducen el ineludible compromiso de caridad y de justicia en el mundo.

c) El año litúrgico. Relieve especial se otorga al tema escatológico en algunas celebraciones del -> año litúrgico, particularmente en -> adviento. Pero no debemos olvidar que la raíz de la espera de la segunda venida del Señor sigue siendo la pascua, y que en un principio fue la vigilia pascual el momento de la espera del Salvador. Una antigua tradición cristiana basada en el Evangelio de los hebreos dice: "Los doctos creen que el día del juicio tendrá lugar en el tiempo pascual, ya que es entonces cuando resucitó Cristo y cuando igualmente resucitarán los santos". La espera del Señor durante la vigilia pascual estaba todavía viva en el s. IN!, como lo prueban algunos textos pascuales de Jerónimo, Agustín y otros escritores. La tradición romana, que sitúa en el adviento la celebración de la espera del Señor como juez, es más reciente y está atestiguada especialmente por el sacramentario gelasiano. Aun manteniéndose hoy en el rito romano tal dimensión del adviento, es evidente su relación no solamente con la natividad, sino también y sobre todo con la pascua, ya que de otra suerte desaparecería el sentido auténtico de la espera y esperanza cristianas. Dentro de este contexto tampoco se debe olvidar que el verdadero tiempo celebrativo de la escatología cristiana sigue siendo el tiempo pascual, como se subraya en tantísimos textos eucológicos que, desde la realidad de la pascua y el don del Espíritu como punto departida, orientan a la iglesia hacia su consumada plenitud.

Además de estos dos polos celebrativos —adviento y pascua—, el año litúrgico alcanza momentos fuertes de experiencia y pedagogía escatológicas en la liturgia de algunas fiestas del Señor (ascensión, Cristo rey), en la solemnidad de todos los santos y en la conmemoración de todos los difuntos. Relieve particular merece la gloriosa asunción de María, imagen escatológica y primicia de la realidad futura que la iglesia aguarda esperanzada, como canta el prefacio de dicha festividad: "Ella es figura y primicia de la iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".

d) Liturgia de las Horas. La iglesia orante confiesa su dimensión comunional con la Jerusalén celeste en la alabanza y en la espera de la gloria: "Con la alabanza que a Dios se ofrece en las horas, la iglesia canta asociándose al himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas celestiales, y siente ya el sabor de aquella alabanza celestial que resuena de continuo ante el trono de Dios y del Cordero, como Juan la describe en el Apocalipsis... En la liturgia de las Horas proclamamos esta fe, expresamos y nutrimos esta esperanza, participamos en cierto modo del gozo de la perpetua alabanza Y del día que no conoce ocaso". Según las inspiradas palabras de Cipriano, en la oración de vísperas "oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros, y pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna". Participan de este mismo carácter escatológico las celebraciones vigiliares, como signo de una oración vigilante y a la espera del esposo en medio de la noche, así como las completas, confiándonos al Señor durante el reposo nocturno, y después de haber proclamado con Simeón el deseo de encontrarnos con él 21. Algunos elementos eucológicos subrayan fuertemente esta confesión de la esperanza cristiana, particularmente en las colectas y en las preces de vísperas en el ordinario.


III. Las realidades últimas a la luz de la liturgia

La liturgia explicita en sus fórmulas la fe de la iglesia en las realidades últimas que esperan los hombres, ya en lo concerniente a la escatología intermedia, ya en lo relativo a los últimos acontecimientos de la historia y del mundo. Nos proponemos ilustrar brevemente este aspecto complementario de nuestro tema partiendo de las expresiones emblemáticas de la liturgia, pero sin dejar de observar al mismo tiempo que la doctrina allí contenida sólo adquiere todo su sentido en ese mismo clima de fe y de esperanza con que la iglesia celebra el misterio de Cristo y de la vida cristiana.

1. MUERTE, JUICIO, PURIFICACIÓN. El misterio de la muerte en la liturgia se esclarece con la resurrección de Cristo, quien "muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida". La muerte tiene, pues, un carácter pascual; es un paso: "porque la vida... no termina, se transforma", dice el primer prefacio de difuntos. Para la iglesia, los difuntos no son muertos, sino durmientes, según el lenguaje litúrgico. Ya la preparación para la muerte, con el viático y con la recomendación del alma, adquiere un carácter de paso, de un salir al encuentro con la eucaristía como alimento para el camino. Toda la liturgia exequial, aun sin ocultar la realidad del dolor que lleva consigo toda separación y que estimula el consuelo de los afligidos, es un cántico de esperanza y de resurrección. Se habla de vida, y se nos despide con la espera de un reencuentro en la gloria, como se dice en el rito denominado de despedida. El lenguaje litúrgico expresa claramente las separaciones del alma y el cuerpo. Y éste es venerado y puesto en el sepulcro con la espera de su resurrección final. Y se confía el alma a la misericordia de Dios. Algunas oraciones hablan explícitamente de un juicio inmediato, pero insistiendo sobre todo en la invocación de un juez misericordioso. Al alma del difunto le quedan abiertas las puertas de la salvación eterna o de la condenación. Las oraciones de la iglesia insisten mucho más en la salvación eterna que suplican, y sólo indirectamente se pide la liberación de la eterna condenación.

Son numerosas e insistentes las referencias a un posible estadio de purificación por el que deberán pasar los difuntos antes de ser admitidos a la visión de Dios. Tal es la fe de la iglesia, según se refleja en la liturgia, sobre la que se funda la necesidad de sufragios por los difuntos y la oblación del sacrificio eucarístico en favor suyo. Nuestros hermanos difuntos pueden encontrarse en un estado intermedio que no es todavía el de la gloria, pudiendo disfrutar de la ayuda espiritual que les proporciona nuestra oración. El lenguaje litúrgico, aun dentro de su sobriedad, es realista. Se pide que "sean perdonados sus pecados", "lavadas sus culpas", "condonadas sus deudas", "liberados mediante el sacrificio de Cristo", con miras a la bienaventuranzay la paz de los santos. Se afirma, pues, sin entrar en detalles, un posible estado de purificación entre la muerte y la gloria.

Una de las novedades de la liturgia renovada es la relativa a los niños muertos sin bautismo. En los respectivos formularios litúrgicos, aun afirmándose la necesidad del bautismo, queda abierto un horizonte de esperanza (que no podrá ser solamente una vacía consolación de circunstancias) con las oraciones en las que se confían a la misericordia de Dios los niños muertos sin el bautismo.

El panorama de la celebración de la muerte cristiana queda abierto a la bienaventuranza, que se presagia segura y pronta para los difuntos en la espera de la resurrección y de la gloria futura, como se expresa el RE, 1: "En las exequias de sus hijos, la iglesia celebra con fe el misterio pascual de Cristo, a fin de que todos los que mediante el bautismo pasaron a formar un solo cuerpo con Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él, por la muerte, a la vida eterna: primero con el alma, que habrá de purificarse para entrar en el cielo, con los santos y elegidos; después con el cuerpo, que deberá aguardar la venida de Cristo y la resurrección de los muertos" (véase A. Pardo, Liturgia de los nuevos Rituales y del Oficio divino, col. Libros de la comunidad, ed. Paulinas, etc., Madrid 1980, 263).

2. BIENAVENTURANZA Y PENA ETERNA. La confesión de la bienaventuranza eterna es la consoladora verdad que inspira y alienta la oración de la iglesia. En torno al altar del cielo se agrupa una multitud de ángeles y santos, a cuyas voces unimos nosotros las nuestras en la alabanza. Se cree, pues, en una inmediata visión de Dios después de la muerte o de una eventual purificación, sin la más mínima sospecha de dilación de la bienaventuranza de los santos para después del juicio final, como parece sugerir la escatología ortodoxa. El sentido de la comunión con la iglesia celeste y de la intercesión de los santos en favor nuestro, explícito en plegarias e invocaciones, se apoya en esta verdad, que no admite sombras de duda. También para los difuntos se pide "el lugar del consuelo, de la luz y de la paz", es decir, la visión inmediata de Dios en la gloria. En lo más nuclear de la ,plegaria eucarística pedimos: "admítenos en la asamblea de los santos apóstoles y mártires", "cuéntanos entre tus elegidos", "merezcamos compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas". En la descripción de esta gloria eterna utiliza la liturgia los mismos términos y figuras de la revelación; con sobriedad, sí, y con exactitud y sin concesiones a la imaginación, pero apoyando en la fe la intuición de dicha felicidad y partiendo de la experiencia de la misma liturgia, que es, según fórmula muy familiar a los orientales,' "el cielo en la tierra".

Y sobriedad, igualmente, en lo relativo a la condenación eterna. Se habrá de reconocer cómo, en realidad, los textos alusivos a este misterio no son muchos. El más explícito es el del canon romano: "líbranos de la condenación eterna"; así como el inciso: "... y no permitas que jamás me aparte de ti", que aparece en una de las oraciones anteriores a la comunión, Y que es generalmente interpretado en ese mismo sentido. Hay otros textos de la antigua liturgia más o menos dispersos. En todo caso, parece que la iglesia desea más bien subrayar lo positivo, aunque sin olvidar, dentro del conjunto, lainevitable pena eterna para quienes mueren en pecado. Recordemos, a título de curiosidad, cómo algunas oraciones bizantinas de la vigilia de pentecostés parecen pedir la salvación de los condenados, lo cual ha inducido a algunos teólogos ortodoxos contemporáneos a dudar de la eternidad del infierno '. De igual o parecida manera existían en la edad media oraciones por las almas de cuya salvación se desconfiaba, o textos que hablaban de una mitigación de las penas del infierno durante la celebración de la pascua. Tales oraciones, sin embargo, no expresan sino la extremada audacia de la iglesia orante, que no se resigna al fatal destino de la pena eterna y que pide a la misericordia de Dios —de quien es la última palabra, en su infinita justicia, sobre la suerte de los hombres— la salvación de todos.

3. PARUSÍA Y RESURRECCIŌN FINAL DE LOS MUERTOS. Hemos visto ya no pocos textos litúrgicos que expresan la fe y la esperanza de la iglesia en la segunda venida de Cristo. Aluden también a ella eficazmente, relacionando la parusía con el juicio universal, los textos de las primeras dominicas de adviento —colectas y prefacios---, y hasta la misma misa de la vigilia de navidad, en las que la iglesia pide poder esperar sin temor a Cristo "cuando vuelva como juez". Dentro de esta perspectiva y en este tono es como resuena ardiente a lo largo de todo el adviento la súplica de la iglesia del Apocalipsis y de la comunidad primitiva: "¡Ven, Señor Jesús!"

De la fe en la resurrección de Cristo es de donde brota la certeza de la resurrección de los hombres con sus cuerpos al final de los tiempos. Lo insinúan algunos textos del tiempo pascual, como esta colecta del tercer domingo de pascua: "... afiance su esperanza de resucitar gloriosamente"; o la oración de después de la comunión: "... guía (a tu pueblo) a la gloria incorruptible de la resurrección". Es la temática más peculiar del rito exequial, fundamento del respeto al cuerpo y de las honras litúrgicas que se le tributan, según las palabras del rito de "despedida": "concede a tu siervo reposar en la paz de este sepulcro hasta que tú... le resucites" (RE 97). No se trata de una visión individualista de la salvación, sino de una lógica consecuencia de la participación de todo el cuerpo en la gloria actual de su cabeza (como bien dice la eucología del día de la ascensión), que prefigura ya la asunción gloriosa de María.

En la IV plegaria eucarística encontramos explícitamente un destello de optimismo con respecto a la renovación final del mundo: "Que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino..., y allí, junto con toda la creación, libre ya de pecado y de muerte, te glorifiquemos". Es evidente que la única interpretación válida de estas palabras es la de renovación del cosmos, según las alusiones bíblicas y el trasfondo teológico que parece estar presente en GS 39 sobre los cielos nuevos y la nueva tierra.

El fundamento y preludio de la esperanza en la resurrección final y en la renovación del cosmos sigue siendo siempre el misterio de la eucaristía, "medicina de inmortalidad" y "semilla de incorrupción" para el cristiano, pero también inicial "pascua del universo" por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y sangre del Señor. Una audaz intuición teológico-espiritual ha vinculado la eucaristía y la escatología final con estas palabras: "Si la eucaristía es causa de la resurrección del hombre, ¿por quéno ha de poder el cuerpo del hombre divinizado por la misma eucaristía estar destinado a corromperse bajo la tierra para cooperar así a la renovación del cosmos...? La tierra nos come como comemos nosotros la eucaristía: no ciertamente para transformarnos en tierra, sino para transformar la tierra en cielos nuevos y en nueva tierra. Es fascinante pensar que los cuerpos de nuestros muertos cristianos tienen la misión de colaborar con Dios a la transformación del cosmos"".


IV. Conclusión

La liturgia de la iglesia, entendida como mistagogia y pedagogía de la fe y de la vida cristiana, es el lugar privilegiado de la celebración-experiencia y de la anticipación-espera de la escatología, a la vez presencia y esperanza del futuro salvífico. En Cristo resucitado y en el don del Espíritu, la iglesia, comunidad escatológica, está ya viviendo inicialmente el reino. "Se puede afirmar --escribe un teólogo ortodoxo— que la originalidad, la novedad total de la leitourgia cristiana consiste en esto: la entrada en el reino, que para este mundo debe llegar todavía, pero del que la iglesia es ya en realidad un sacramento, un comienzo, un anticipo y una parusía"". Precisamente por ser comienzo, toda celebración nos orienta ya irresistiblemente hacia la consumación, despertando la más auténtica esperanza cristiana. Anclada en la pascua y en pentecostés, la liturgia tiende hacia la parusía como momento definitivo de su ser, mientras ya en este mundo se siente en comunión con la gloria de los bienaventurados.

Lo que sin duda es un valor de la liturgia y una de sus irrenunciables dimensiones lo han considerado algunos un defecto. Se ha dicho que es excesivo el escatologismo litúrgico, con sus fórmulas siempre alusivas al más allá como destino final o intermedio del hombre. Se debe honestamente afirmar que la liturgia, tanto en su esencia como en sus actuales expresiones, no olvida el presente histórico ni el futuro de la humanidad. Cabalmente por saber que el tiempo aun dentro de su fugacidad está inserto en la eternidad, la liturgia es capaz de dar un nuevo sentido al compromiso del cristiano en el mundo con la praxis de la justicia y de la caridad al servicio de los hermanos, contribuyendo así a la preparación del reino futuro. Al señalar la caridad como lógica consecuencia de la comunión con el sacrificio pascual de Cristo, nos descubre cuál es la verdadera ley de la transformación del mundo y la dimensión que confiere valor de eternidad a las actividades humanas (GS 38). Todo intento de encerrar la vida cristiana en el presente histórico o en el futuro inmediato queda descalificado y excluido por la liturgia, que con su esperanza escatológica señala cuál es el sentido último del hombre y de la iglesia.

La liturgia parte de la experiencia del presente salvífico para orientarnos hacia la plena consumación futura. Permanece fiel a la invocación del padrenuestro: "Venga a nosotros tu reino", y experimenta que el reino está ya presente. Clama con la esposa del Apocalipsis: "¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,20), pero sabiendo que lo posee ya, y con él posee la garantía de todos los bienes prometidos para la eternidad. En la problemática actual sobre la escatología sigue siendo la liturgia un punto esencial de referencia. No rehúye afrontar el presente ni el futuro inmediato de la humanidad sabiéndose, como sesabe, inserta en el "tiempo nuevo" y comprometida a proporcionar al presente la novedad del misterio de Cristo; pero no hace vanas las más íntimas esperanzas del hombre ni las promesas más trascendentes de Dios, puesto que orienta a los hombres hacia la escatología: la intermedia y la final. Compromete mucho la fe en el misterio presente y la esperanza de los bienes futuros; celebra lo que ya posee y se proyecta hacia lo que espera aguardando al Señor que llega.

J. Castellano

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