GESTOS Y SÍMBOLOS
EN LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA


Estos últimos años se está haciendo un esfuerzo renovado para que 
la celebración litúrgica recupere en plenitud una expresión simbólica 
más auténtica. 

¿Una liturgia verbalista? 

Nuestra liturgia es tachada de verbalista, centrada en exceso en el 
Libro y la Palabra. Tal vez podemos llamarnos herederos del judaísmo, 
considerado como la "religión del libro" (¿no es sintomático el 
"escucha, Israel" y la prohibición de las imágenes?). 

Lo racional y lo discursivo tienen gran importancia en nuestro culto, 
pero lo visual y la expresión corporal, bastante menos. Claro que la 
palabra es el primer signo que empleamos para expresar nuestras 
ideas, pero eso no basta para una celebración que debería afectar a 
todo el hombre. 

La reforma conciliar ha revalorizado la Palabra, con lo que todavía 
ha adquirido más relieve. Pero a la vez, y seguramente sin 
pretenderlo, se ha empobrecido lo simbólico, el lenguaje del 
movimiento y de los signos. Es interesante oir las voces que se han 
levantado del Tercer Mundo protestando contra la excesiva 
simplificación de elementos simbólicos por parte de la nueva liturgia. 
Desde Africa, por ejemplo, el premostratense B. Luykx ha hecho ver 
los inconvenientes que para aquella cultura tiene esta liturgia tan fría y 
esquemática, sin pausas, sin tiempos "perdidos", sin fiesta, sin 
movimientos ni símbolos. Y ha citado el famoso dicho de Leopoldo 
Senghor: "los occidentales dicen: pienso, luego existo; nosotros los 
africanos decimos: danzo, luego existo". La aligeración de signos 
superfluos era necesaria. Pero ¿no se ha ido demasiado lejos en la 
reduccion de lo audiovisual en nuestra liturgia? 

Con motivo de una reciente feria de libros en Frankfurt (otoño 1981) 
un ateo publicó un libro titulado más o menos: "el concilio de los 
libreros:. la destrucción del simbolismo". Su autor, A. Lorenzer, echa 
en cara a los editores de libros católicos sobre liturgia que han 
hundido la "significatividad" de la liturgia cristiana, porque la 
"ingenuidad profesional-celibataria de los padres de este concilio" ha 
sustituido el lenguaje altamente simbólico de antes por una 
"información racionalizada": se ha pasado así del culto sacramental y 
simbólico del Misterio, a una educación más bien catequética, con la 
correspondiente ración de "sermonitis". 

Aparte de la simplificación del ataque (y de la atribución del cambio 
a los editores), nos puede servir esta anécdota para darnos cuenta de 
la importancia que tiene en la sensibilidad cristiana el carácter 
simbólico de la comunicatividad en la liturgia. 

Los jóvenes, por una parte, y la religiosidad popular por otra, son 
otros factores que mueven a un repensamiento de la dinámica interior 
de la liturgia; también ellos buscan una mayor expresividad de los 
signos y del lenguaje simbólico. 

El por qué de los gestos y símbolos en la celebración

GESTO-SIMBOLO/IMPORTANCIA: La liturgia es de por sí una celebración 
en que prevalece el lenguaje de los símbolos. Un lenguaje más 
intuitivo y afectivo, más poético y gratuito. No es sólo concepto, ni 
tiene como objetivo sólo dar a conocer. La liturgia es una acción, un 
conjunto de signos "performativos" que nos introducen en comunión 
con el misterio, que nos hacen experimentarlo, más que entenderlo. Es 
una celebración y no una doctrina o una catequesis. El lenguaje 
simbólico es el que nos permite entrar en contacto con lo inaccesible: 
el misterio de la acción de Dios y de la presencia de Cristo. 

El mundo de la liturgia pertenece, no a las realidades que terminan 
en "—logia" (teología, por ejemplo), sino en "—urgía'? (dramaturgia, 
liturgia): es una acción, una comunicación total, hecha de palabras, 
pero también de gestos, movimientos, símbolos, acción. 

a) Hay una razón antropológica en este aprecio del signo y del 
símbolo. El hombre está hecho de tal manera que todo lo realiza 
desde su espíritu interior y desde su corporeidad: no sólo alimenta 
sentimientos e ideas en su interior, sino que los expresa exteriormente 
con palabras, gestos y actitudes. Y no es que el hombre tenga 
sentimientos, y luego los exprese pedagógicamente, para que los 
demás se enteren. Sino que se puede decir que esos mismos 
sentimientos no son del todo humanos, ni completos, hasta que no se 
expresan. Hasta que la idea no se hace palabra, no es plenamente 
realidad humana. Y es que en el fondo el hombre no es una dualidad 
"cuerpo y espíritu", sino una unidad: es "cuerpo-espíritu" y desde su 
totalidad se expresa y realiza, con palabras y gestos. 

Así, en la celebración litúrgica, la alabanza no es plenamente ni 
humana ni cristiana hasta que suena en la voz y el canto. El 
sentimiento de conversión y la respuesta del perdón no se realizan del 
todo si no se manifiestan en la esfera significativa: en este caso, es en 
la esfera de la Iglesia donde resuena el "yo me acuso" y el "yo te 
absuelvo": una acción sacramental, simbólica, significativa, que da 
realidad a lo invisible e íntimo que sucede entre Dios y el cristiano. 

b) Por eso el simbolismo es una categoría religiosa universal. 
El hombre, no sólo para su propia expresión, o para su actividad 
social, sino también y sobre todo para su relación con la divinidad, se 
sirve del lenguaje simbólico, expresando y realizando con signos y 
gestos corporales la comunión religiosa con el Invisible. 

La dinámica de los signos religiosos funciona de muchas maneras: 
sacrificios, palabras, cantos, objetos sagrados, acciones, reverencias, 
comidas, fiestas, templos... El sábado, para los judíos, es todo un 
símbolo que no sólo manifiesta su recuerdo o su pertenencia al pueblo 
elegido, sino que lo alimenta y lo realiza efectivamente. El gesto del 
baño en el agua, tanto para los indios en el Ganges, para los egipcios 
en el Nilo, para los judíos en el Jordán o para los cristianos en el rito 
bautismal, es un conjunto de acciones y palabras que conforman toda 
una celebración simbólica: la inmersión en una nueva esfera. En 
nuestro caso, la incorporación a Cristo, en su nueva vida, a través de 
la muerte. 

c) Para los cristianos el motivo fundamental de estos signos es el 
teológico: el mejor modelo de actuación simbólica lo tenemos en el 
mismo Cristo Jesús. En su misma Persona El es el lenguaje más 
expresivo de Dios, que nos quiere mostrar su Alianza, su cercanía o su 
perdón. Y también es Cristo el lenguaje mejor de la humanidad en su 
respuesta a Dios: nuestra alabanza y nuestra fe han quedado 
plasmadas en Cristo, Cabeza de la nueva humanidad. Por eso se le 
llama a Cristo "sacramento del encuentro con Dios", o como dijo Pablo 
en su segunda carta a los corintios: Cristo es el "sí" más claro de Dios 
a los hombres y el "sí" también más concreto de los hombres a Dios. 
Además, Cristo utilizó continuamente el lenguaje de los gestos 
simbólicos en su actuación salvadora: palabras, acciones, contacto de 
sus manos, la incisividad de su mirar, los milagros... 

Y ahora sigue haciéndolo del mismo modo, en el ámbito de este 
sacramento global que se llama Iglesia. Para darnos alimento y 
fortaleza, ha pensado en la acción simbólica de la comida eucarística; 
para hacernos nacer a la nueva vida, quiere que recibamos el baño 
bautismal del agua; para reconciliarnos con Dios, nos invita a una 
celebración del perdón, con sus palabras y el gesto de la imposición 
de manos del ministro... 

Por eso la liturgia, tanto por la carga humana como por la teología 
misma de la encarnación, tiene los signos y los símbolos como una 
realidad fundamental en su dinámica.

Claro que el lenguaje de los signos no es el único en la liturgia: la 
comunidad mima también los signos de la evangelización (la palabra, 
la catequesis, la predicación) y el lenguaje, cada vez más convincente, 
de su compromiso cristiano (el amor, la servicialidad, la lucha por la 
nueva sociedad de libertad y justicia). Pero en medio, entre el anuncio 
de la Palabra y su vivencia práctica, está su celebración y la 
comunidad cristiana utiliza más que nunca en esta liturgia el lenguaje 
de los signos y símbolos. 

Signo y símbolo
SIGNO-SIMBOLO/QUE-ES

Las celebraciones sacramentales no habría que verlas sólo desde la 
perspectiva de "signos", por muy eficaces que se quiera, sino de la de 
"símbolos" o "acciones simbólicas". 

El signo, de por si, apunta a una cosa exterior a si mismo: el humo 
indica la existencia del fuego, y el semáforo verde nos hace saber que 
ya podemos pasar... El signo no "es" lo que significa, sino que nos 
orienta, de un modo más o menos informativo, hacia la cosa 
significada. Es una especie de "mensaje" que designa o representa 
otra realidad. 

El símbolo es un lenguaje mucho más cargado de connotaciones. 
No sólo nos informa, sino que nos hace entrar ya en una dinámica 
propia. El mismo "es" ya de alguna manera la realidad que representa, 
nos introduce en un orden de cosas al que ya él mismo pertenece. La 
acción simbólica produce a su modo una comunicación, un 
acercamiento. Tiene poder de mediación, no sólo práctica o racional, 
sino de toda la persona humana y la realidad con la que le relaciona. 
Para felicitar a una persona en su cumpleaños o en un aniversario 
de bodas, podríamos emplear sólo palabras. Pero normalmente 
recurrimos a un lenguaje simbólico: regalos, felicitaciones poéticas, un 
pastel con velas encendidas (ya el mismo hecho de introducir el pastel 
y de apagar las velas y repartir sus porciones es todo un rito), una 
buena comida... El gesto simbólico de dos novios que se entregan el 
anillo de bodas no sólo quiere "informar" del amor: es un lenguaje que 
vale por muchos discursos, y que seguramente contiene más realidad 
que las palabras y que la vida misma (difícilmente, luego, se llegará a 
alcanzar el grado de amor y fidelidad que ese gesto sencillo y 
profundo expresa). 

"Símbolo", por su misma etimología (sym-ballo, re-unir, poner juntas 
dos partes de una misma cosa, que se hallaban separadas, a modo de 
puzzle) indica una eficacia unitiva, re-cognoscitiva (no sólo 
cognoscitiva) de relación comunicativa. El símbolo establece una cierta 
identidad afectiva entre la persona y una realidad profunda que no se 
llega a alcanzar de otra manera. Esto es particularmente palpable en 
aquellos símbolos que son identificadores de una comunidad o grupo 
humano, tanto si es un partido político como una agrupación religiosa 
o cultural. 

Todo esto tiene particular vigencia cuando los cristianos celebramos 
nuestra liturgia. El baño en agua, cuando se hace en el contexto 
bautismal, adquiere una densidad significativa muy grande: las 
palabras, las lecturas, las oraciones, la fe de los presentes, dan al 
gesto simbólico no sólo una expresividad intencional o pedagógica, 
sino que en el hecho mismo del gesto sacramental convergen con 
eficacia la acción de Cristo, la fe de la Iglesia y la realidad de la 
incorporación de un nuevo cristiano a la vida nueva del Espíritu. No es 
un rito mágico, que actúa de por sí, independiente del contexto. Pero 
tampoco es sólo un gesto nominal o meramente ilustrativo: la acción 
simbólica es eficaz de un modo que no es ni físico ni tampoco sólo 
metafórico: es, sencillamente, la eficacia que tiene el símbolo. El 
símbolo re-úne, concentra en sí mismo las realidades, conteniéndolas 
un poco a todas ellas. 

Y así pasa con todos los sacramentos, y con las diversas 
celebraciones del año cristiano, cargado de gestos simbólicos con los 
que Cristo, la Iglesia y cada cristiano expresan y realizan su mutua 
relación de comunión. 

Esos símbolos litúrgicos no sólo informan, catequéticamente, de lo 
que quieren representar. Sino que tienen un papel mediador, 
comunicante, unificador, transformador, productor... Las palabras y el 
gesto de la absolución llevan a su realidad el encuentro reconciliador 
entre Dios y el pecador. El comer y beber de la Eucaristía es el 
lenguaje, simbólico y eficaz, de la comunicación que Cristo nos hace 
de su Cuerpo y su Sangre, y de la fe con que nosotros le acogemos... 


La variedad de los gestos litúrgicos

La inmensa mayoría de las acciones simbólicas con que expresamos 
los cristianos esta nuestra relación con Dios y con la misma 
comunidad, son heredados de la revelación o de la tradición más 
antigua de la Iglesia. Pero a su vez tanto Cristo como la Iglesia 
primitiva no es que inventaran estos signos, sino que los tomaron de la 
vida misma y del lenguaje más accesible y expresivo de la humanidad: 
todos entienden lo que significa y realiza el baño en agua, o la comida 
o bebida en común, o los beneficios de la unción-masaje con aceite... 
Y no es nada difícil entender el magnífico abanico de sentidos que 
puede tener un gesto antiguo, universal y ahora recuperado en todos 
los sacramentos: la imposición de manos; es un gesto que indica 
visualmente, sobre todo en el contexto de los sacramentos, la 
transmisión de un poder, de una bendición, de una reconciliacion... 
Hay muchas clases de signos y gestos simbólicos en la liturgia: 

- algunos, vinculados al cuerpo humano, que también "habla" y 
expresa las actitudes más íntimas: así, las posturas del cuerpo (de pie, 
de rodillas...) pueden contribuir no sólo a que se manifieste una actitud 
determinada (prontitud, reverencia, humildad) sino a sentirla más en 
profundidad; los gestos de las manos (elevadas al cielo, o golpeando 
el pecho, manos que aplauden...) llegan muchas veces a donde no 
llegan las palabras: una ovación puede suplir alguna vez a la mejor 
aclamación; el movimiento también tiene importancia: el caminar, el 
marchar en procesión hacia la comunión, una danza estilizada...; 

- hay otros muchos relacionados con cosas materiales, de las que 
nos servimos para expresar lo que nuestros ojos, nuestras manos o 
nuestras palabras no pueden decir bien: el baño en agua, la unción 
con aceite, el pan y el vino, hablan por sí solos; así como otros 
muchos elementos utilizados a lo largo del año cristiano en la 
celebración: la luz, las velas, el fuego, la ceniza, el incienso, las 
imágenes, los vestidos y sus colores, las campanas... El lugar mismo 
de la celebración juega un papel importante: los edificios de la 
asamblea cristiana, el ambón como lugar digno y respetado de la 
Palabra de Dios, el altar como símbolo de Cristo y de la comida 
eucarística, la sede del presidente, destacada por su condición de 
signo visible de Cristo Cabeza... 

En verdad,para que nuestras celebraciones adquieran toda su 
eficacia como lenguaje humano y cristiano, tendríamos que cuidar más 
toda esta serie de elementos simbólicos, mucho más numerosos de lo 
que a primera vista pudiera parecer. La liturgia tiene una serie de 
recursos expresivos que no aprovechamos suficientemente. 

Catequesis e iniciación en los gestos clásicos
Estos Dossiers no quieren, en principio, proponer nuevos gestos 
simbólicos o forzar el camino de una creatividad omnímoda. 
Esa—la búsqueda de nuevos símbolos—es una tarea noble, difícil, y 
tal vez necesaria. Que la Iglesia ha hecho a lo largo de su historia con 
admirable imaginación, tanto en torno al año litúrgico como a los 
sacramentos, tanto en la liturgia como en la religiosidad popular. Y que 
por tanto no es nada extraño que también en nuestra generación y 
sucesivas se sienta movida a realizar continuamente. Crear una 
simbologia más adecuada a la cultura y la sensibilidad actuales, es un 
ideal que no se puede dar por perdido. Aunque haya que hacerlo a la 
vez con equilibrio y valentía, con respeto a la tradición y amor a la 
cultura de hoy. 

Pero, repito, la finalidad de estas reflexiones quiere ser más 
modesta. Quiere ayudar a entender el sentido de los símbolos que ya 
tenemos de los gestos y signos que están hoy en nuestra liturgia, y 
que hemos heredado de generaciones pasadas. Pero que siguen 
siendo lenguaje válido (los que se demuestra que no lo eran, ya han 
sido suprimidos). 

Si se hacen bien, los gestos simbólicos que tenemos en la Pascua, o 
en la Eucaristía, o en otras celebraciones, tienen todavía una gran 
fuerza expresiva. El hecho de que sean "tradición" no debería crear 
ningún complejo de pobreza o de falta de originalidad. Todo símbolo 
comunitario tiene esencialmente raíces de tradición: precisamente 
identifica al grupo, da color a la celebración desde su misma teología y 
su origen desde Cristo o la Iglesia primitiva. Los símbolos no se 
cambian como la camisa. Son de por sí heredados. 

Si los gestos que hacemos en la liturgia no "funcionan" como 
desearíamos, no es porque sean antiguos, sino por otras causas. Y 
por tanto, la intención de estas páginas es invitar a corregir esos 
defectos: 

- hay que iniciar a los cristianos, jóvenes y adultos, a esos gestos 
simbólicos y su lenguaje; o sea, ayudarles a entenderlos, a realizarlos, 
a entrar en su dinámica; para ello habrá que dar tiempo a la 
catequesis, en el momento oportuno, a partir del sentido humano y 
también del sentido bíblico que tiene tal acción o gesto o elemento; 
entender en profundidad un símbolo es favorecer la propia identidad, 
la comunión con los valores esenciales; 

- hay que hacerlos bien; por mucha mentalización que haya en torno 
a un gesto o a una acción simbólica, si los ministros los realizan de 
modo pobre, insignificante, mecánico, rutinario, evidentemente ese 
gesto simbólico no adquirirá toda la densidad y eficacia que se 
pretendía; una reconciliación con los símbolos pasa, sobre todo, por 
una reforma mental de los ministros, que toman conciencia de que los 
signos litúrgicos —sacramentales o no—no son automáticos, sino que 
llevan consigo una carga de pedagogía y expresividad humana, 
aunque su último fin sea la comunión interior con el misterio celebrado 
(cfr. SC 59). Los gestos simbólicos bien hechos no se conforman con 
la "validez", sino que apuntan a la expresión de la fe y del misterio de 
salvación que sucede. Son signos no sólo disciplinarmente suficientes, 
sino "expresivos" de lo que quieren significar. 

Es una doble llamada, pues, que quieren poner en marcha estos 
Dossiers: 

- una invitación a la catequesis de los gestos y acciones simbólicas 
que utilizamos en la liturgia actual; 

* una urgencia para valorar en la práctica la realización más 
decorosa, clara, expresiva, de los gestos, potenciando su lenguaje. 

JOSÉ ALDAZABAL
GESTOS Y SÍMBOLOS (I)
Dossiers CPL 24
Barcelona 1986 Págs. 5-12


CUERPO/SV

El cuerpo es el eje en torno al cual gira el orden de la salvación. 
Cuando el alma se une con Dios, este contacto tiene lugar a través del 
cuerpo. Se lava el cuerpo para que quede purificada el alma; se unge el 
cuerpo para que sea santificada el alma; se marca el cuerpo con el signo 
de la cruz para que el alma halle protección; se hace sombra al cuerpo 
con la imposición de las manos para que el alma sea iluminada por el 
Espíritu; se alimenta el cuerpo con el Cuerpo y Sangre de Cristo para que 
el alma sea alimentada por Dios. 

Tampoco se pueden ambos separar en la recompensa final, una vez 
que acá en la tierra estuvieron tan íntimamente unidos en la obra de la 
salvación''. 

Tertuliano
De la resurrección de la carne, n. 8