LA IMPORTANCIA DE TOCAR
TOCAR/IMPORTANCIA

En la celebración utilizamos los cinco sentidos. Oímos la Palabra, 
vemos la acción, gustamos el pan y el vino, olemos el perfume del 
incienso: y también entra en funcionamiento—y muy 
abundantemente—nuestro tacto. 

La corporeidad adquiere en la liturgia toda su importancia. El hombre 
no sólo es espíritu, sino también cuerpo. Y el cuerpo expresa, comunica, 
realiza sus sentimientos más humanos y profundos. Por el tacto, en 
concreto, experimentamos la realidad, nos acercamos a las personas y 
las cosas, nos relacionamos con ellas. La apertura a la vida, por parte de 
los niños pequeños—y luego volverá a serlo para los ancianos y los 
enfermos—es fundamentalmente a través del tacto. 

"Tocar", lenguaje de los sacramentos

Es realmente sorprendente repasar bajo esta clave del tacto nuestras 
celebraciones: el lenguaje del "tocar" está presente en todas ellas. 
En el Bautismo hacemos la signación sobre la frente de los niños, les 
ungimos en el pecho o les imponemos la mano sobre la cabeza, les 
sumergimos en agua o les bañamos con ella, volvemos a ungirlos sobre 
la cabeza, les tocamos con los dedos los oídos y la boca—si se hace el 
signo del "effeta"—; y en la oración de bendición del agua el sacerdote 
"toca el agua con la mano derecha"... 

En la Confirmación, además de la imposición de manos, se les unge a 
los confirmandos sobre la frente con el crisma: el que les presenta al 
obispo "coloca su mano derecha sobre el hombro" de cada uno, y al final 
el obispo suele darles, como gesto de paz, no sólo un saludo de palabra, 
sino un abrazo o un beso. 

En la Eucaristía el ministro besa el altar, toca con su mano y luego besa 
el libro del Evangelio; los fieles son invitados a comer y beber el Cuerpo y 
Sangre del Señor; el que quiere puede recibir el Pan muy dignamente en 
su mano; y antes de ir a comulgar nos damos la mano o el abrazo de 
paz... 

En el sacramento de la Penitencia se ha restituido como gesto 
simbolico de reconciliación el que el ministro coloque sus manos (o al 
menos la derecha) sobre la cabeza del penitente.

En la Unción el sacerdote unge con los óleos la frente y las manos del 
enfermo. 

En las Ordenaciones, además de la entrega de los signos propios 
(tocar el Leccionario, o la patena con el pan y el cáliz con el vino), y de la 
unción de manos, los candidatos sienten sobre su cabeza la mano del 
obispo en el momento de invocar sobre ellos la fuerza del Espíritu. 

En el Matrimonio los nuevos esposos se dan el mutuo "sí" mientras se 
cogen de las manos, como signo de entrega y fidelidad, y se ponen 
mutuamente el anillo en el dedo, y asimismo se dan el abrazo o el beso 
de paz. 

Son innumerables, pues, los momentos en que la celebración 
sacramental usa este lenguaje del contacto físico, para manifestar la 
comunicación de la gracia: imposición de manos, contacto con el agua, 
unciones, besos, abrazo de paz, imposición de la ceniza, el comer y el 
beber, los golpes de pecho, el lavatorio de los pies, la entrega de 
símbolos o insignias (por ejemplo, para los religiosos, el hábito, las reglas, el anillo)... 

Los gestos de Jesús

La salvación que nos ofreció Jesús era la salvación espiritual, la 
reconciliación con Dios, la paz interior, el perdón de los pecados, la 
comunicación de su gracia y su vida. 

Pero era también salvación total, humana, espiritual y corporal a la vez. 
Jesús manifestaba continuamente los bienes del Reino con gestos 
visibles, que afectaban también la corporeidad del hombre. No sólo nos 
dijo que Dios nos amaba, sino que curó a los enfermos. No sólo nos 
encargó que nos amáramos los unos a los otros, sino que nos enseñó a 
lavarnos los pies como gesto de esta fraternidad. 

Es interesante ver cómo aparece en los evangelios que Jesús tocaba a 
los que quería comunicar su fuerza salvadora. 

Se le acercó un leproso, y él, "extendiendo la mano, le tocó y le dijo: 
quiero, sé limpio" (Mt 8,3). Le seguían dos ciegos: "entonces tocó sus 
ojos, diciendo: hágase en vosotros según vuestra fe" (Mt 9,29). Y "le 
presentaban a los niños para que los tocase... y abrazándolos, los 
bendijo imponiéndoles las manos" (Mc 10,13). A la suegra de Pedro "le 
tocó la mano y la fiebre la dejó" (Mt 8,15). Al sordomudo "le metió los 
dedos en los oídos y le tocó la lengua, diciendo: effeta, ábrete" (Mc 7,33). 

Al criado herido por Pedro, Jesús, "tocándole la oreja, le curó" (Lc 22,51). 

A la niña del jefe de la sinagoga "le tomó de la mano y ésta se levantó" 
(Mt 9,25). Al ciego de nacimiento "hizo un poco de lodo y le untó sus ojos" (Jn 9,6)... 

Tiene un significado profundo ese "tocar" de Jesús: es la mano de Dios, 
visibilizada en la de Cristo, que sana, bendice, protege, comunica vida, 
perdona, da seguridad... 

Ahora la Iglesia, con sus sacramentos, continúa esa acción de Cristo 
con el mismo lenguaje de cercanía corporal. 

¿Una liturgia incorpórea? 

En nuestras celebraciones hemos cuidado mucho—sobre todo estos 
últimos años—la audición de la Palabra o de los textos de oración. Pero 
hemos descuidado un poco la importancia que tiene el lenguaje de otros 
signos: el movimiento, el simbolismo, la abundancia... En concreto damos 
poco relieve al contacto físico. 

Las celebraciones pueden resultar así muy decorosas, muy racionales 
y ordenadas, pero faltas de expresividad. 

Sería interesante reflexionar sobre los motivos que nos han llevado a 
descuidar esta abundancia "sensorial" de nuestra liturgia. ¿Por el 
escrupulo del contacto físico?; ¿para evitar una excesiva materialización y 
concretización?; ¿por cierto tono de espiritualidad anti-corporal? Tal vez 
hemos espiritualizado demasiado el concepto de "salvación" (la clásica 
"salvación del alma", en vez de "la salvación de todo el hombre") y 
reducido nuestra celebración a uno o dos sentidos: la audición, y en todo 
caso la visión, sin apenas movimiento y cercanía de contacto. A los fieles 
no se les permitía "tocar" con su mano el pan consagrado, o el cáliz, o 
acercarse al altar o al ambón... Se ha estilizado el pan eucarístico de tal 
modo que ya no parece pan. Se ha desfigurado el sentido de la unción de 
modo que ya no se toca apenas el cuerpo y no tiene ningún parentesco 
con los diversos "masajes" que nos damos continuamente en la vida 
humana.

Los cristianos, tal vez por herencia de los judíos, hemos dado prioridad 
a la palabra "dicha y oída", y no tanto a la "acción" de la liturgia, más 
encarnada y concretizada en el lenguaje de los otros sentidos, que se ha 
venido a minimizar hasta los límites del "validismo".

Con respecto al "tocar" parece que hayamos desarrollado mucho más 
el precepto negativo: "no tocar". Hemos seguido más el "no te acerques" 
de la visión de Moisés (Ex 3,5) que el estilo de Jesús. Es mas bien el 
"tabú" (no tocar), con todo su sentido de lejanía o de miedo, que el "dejad 
que los niños vengan a mí" de Jesús. 

La salvación de Dios nos alcanza y nos toca

Y sin embargo, el lenguaje del contacto es todo un símbolo de 
cercanía, de personalización, de toma de posesión, de eficacia. 
Es el símbolo de que Dios nos alcanza con su gracia, en el espacio y 
en el tiempo, a cada uno de nosotros, y que nosotros acogemos su don 
con todo nuestro ser. 

Al igual que el amor de Dios—inefable, invisible—se nos manifestó en 
la Humanidad concreta y corporal de Cristo Jesús, también en los 
sacramentos de la Iglesia se encarna su gracia—invisible, inefable—en el 
lenguaje de unos signos concretos que nos alcanzan también 
corporalmente: tocar, bañar, ungir, comer, beber... 

Las palabras son un medio de comunicación estupendo y necesario 
Pero muchas veces un gesto o un contacto son el mejor discurso. El beso 
que el Viernes Santo damos a la Cruz no necesita muchos discursos para 
expresar su intención. Cuando el penitente o el confirmado o el ordenado 
sienten sobre su cabeza la mano del ministro, experimentan, aún sin 
demasiadas palabras, la transmisión del don de Dios. 

El gesto de tocar sacramentalmente expresa muy bien la acción de un 
Dios que salva, la respuesta de nuestra fe, la relación con una persona. 
El tocar individualiza, acerca, comunica, estimula, manifiesta y "realiza" las ideas y los sentimientos. En el fondo el tocar es signo de amor, de 
solidaridad y cercanía. Y esto lo fue en el modo de actuar de Cristo, y lo 
es en la actividad sacramental de la Iglesia, y también en nuestra vida de 
relaciones humanas. 

Está bien que nuestra liturgia sea una liturgia de palabras (la palabra 
es tambien, en cierto sentido, contacto a distancia). Pero debe ser más 
todavia liturgia de "presencia" y de actuación. Y para esto tienen que 
entrar en funcionamiento todos los sentidos. Es, precisamente, el 
lenguaje específico de la liturgia, que no quiere primordialmente transmitir 
doctrinas ni manejar ideas, sino celebrar la acción de Cristo y de la 
comunidad cristiana por medio de los signos sacramentales. 

Ni absolutizar ni empobrecer

Es verdad que existe el peligro del exceso: se puede caer en la 
tentacion de absolutizar el gesto del contacto, lo cual sería caer en la 
supersticion. Uno de los motivos por los que la Iglesia progresivamente 
suprimió la comunión con el Vino en la Eucaristía fue tal vez lo que ya 
contaba Cirilo de Jerusalén a fines del siglo cuarto: algunos fieles se 
tocaban con la Sangre del Señor los ojos, la frente, las manos... 

Es fácil observar a este respecto un doble movimiento en la historia. 
Por una parte la instintiva tendencia a "ritualizar" simbólicamente, con 
gestos corporales, todo lo relativo a lo Santo y a la fe. Pero por otra, 
precisamente por miedo a que esta concretización corporal se erija en 
algo absoluto y buscado por sí mismo, la consigna de relativizar y hasta 
de evitar esta ritualización. 

Jesús nos enseñó la síntesis: nos enseñó y nos encomendó el lenguaje 
de los gestos y a la vez nos llamó la atención sobre la prioridad de lo 
interior y de las actitudes de fe. 

No tenemos que caer en el extremo del ritualismo, como 
supervaloración del gesto—en este caso, del contacto físico—, pero 
tampoco en el opuesto, la angelización y desencarnación de la fe. 

La liturgia—como por otra parte la vida misma del hombre—habla con 
símbolos, elementos visibles, movimiento, abundancia de gestos, 
cercanía, imágenes, música. Y en concreto con el lenguaje del contacto 
fisico en sus varias formas. Así manifiesta la actuación de Dios y la 
mediación de la Iglesia, así como la respuesta interior de fe, que afecta a 
la totalidad del ser humano. No es de extrañar que determinados 
grupos—en particular juveniles—tiendan hoy a dar mayor relieve a este 
elemento del contacto: para ellos el gesto de la paz debería ser mas 
expresivo, y el Padrenuestro no es raro que lo quieran recitar o cantar 
cogidos unos y otros de la mano, para resaltar el compromiso de 
fraternidad que la oración del Señor supone. 

Claro que el encuentro con Dios—y con las demás personas—debe 
suceder a un nivel interior y profundo. Pero los signos sacramentales 
están para eso: para expresar y facilitar ese encuentro siempre misterioso 
e inefable. 

JOSÉ ALDAZABAL
GESTOS Y SÍMBOLOS (I)
Dossiers CPL 24
Barcelona 1986.Págs. 33-37