Carta del Arzobispo

Caridad y limosneo

Tercer apunte de Cuaresma

 

Fuerza es reconocer que la limosna tradicional no tiene hoy, que digamos, una muy buena prensa. Recomendada siempre por la Iglesia en Cuaresma, junto con la oración y el ayuno, esta famosa trilogía del Sermón de la montaña ha de volver al taller del Evangelio para recobrar su belleza y su fuerza originaria. Ha de expresarse en categorías culturales y sociales de nuestro tiempo para calar en la sensibilidad y en el comportamiento de los hombres de hoy. Volver a las fuentes, abrirse a los signos de los tiempos.

No son ni uno ni dos los que atacan despiadadamente o ponen en solfa a la limosna, alegando que es un modo farisaico de ofrecer por caridad menos de lo que se debe por justicia. Y puestos ya a cuestionarla, se insinúa, con saña sutil, que quien da una limosna se coloca ipso facto por encima del que la recibe, con lo que a este último, que ya era pobre, se le convierte ahora en humillado. Tendría que pedirle perdón el primero. Toma! Pues, aún resta por decir otro piropo: que, para muchos, el limosneo indiscriminado sabe Dios si contribuye a incrementar el alcoholismo y la droga. Dios no lo sabrá, pero yo sí lo sé, decía el portugués.

Vamos, por justicia, a darle una oportunidad a la limosna, para que ella se defienda atacando. No será que a ustedes les caen mal, si no los pobres como tales, lo cual resultaría gordísimo, sí, al menos la riada de mendigos callejeros, que estropean, dicen, el rostro de nuestra ciudad? Esos que nos acosan, cuando no nos crispan, por calles y plazas, en las terrazas de asueto, y, no digamos, a las puertas de las iglesias.

Limosneo, no, pero

Que levante la mano quien no haya experimentado, en alguna medida, un visible malestar y hasta un deseo inconfesado de "quitarse a los pobres de encima". Así las cosas, se impone, ante todo, establecer una clara distinción entre el pobre y el mendigo.

Empezando por este último, la primera limosna que hay que darles es la del respeto. Todo mendigo es pobre (salvo los granujas integrales, quizá por ello más indigentes aún) aunque no todo pobre sea mendigo. En el pobre contempla uno lo más humano del hombre, sin aditivos artificiales. En él te descubres a ti mismo, en tus carencias esenciales; y te imaginas tú en persona como mendigo potencial, que todo puede ocurrir.

Cómo darles limosna, sin ton ni son, inspirándonos en lo de "haz el bien y no mires a quién?" Siguen dándose casos de necesidades verdaderas e inmediatas, y, entonces, la limosna es un acierto. Por mi parte, ni ejerzo ni recomiendo esa práctica, sobre todo en ciudades donde hay centros asistenciales para dar comida y techo a los hoy llamados transeúntes, incluidos los mendigos profesionales.

En todo caso, yo me acuso de fruncir el ceño cuando me asaltan los mendigos, de negarles limosna con un silencio pétreo y con palabras no del todo amables; de sólo rascarme el bolsillo a la fuerza por salir del paso o por respeto humano, mezclado todo eso con una vaga compasión, que te deja hecho polvo, lo mismo si das que si niegas la limosna.

Y por eso, sin desdecirme de lo antedicho, me da paz haber contribuido, con algunas personas magníficas, a la creación de centros de acogida, donde pueden acudir día y noche los transeúntes, en busca de techo, alimento y otras oportunidades, a cargo de voluntarios sociales, movidos por el respeto y el amor.

Gracias a Dios y a ellos, nuestra sociedad va adquiriendo gradual y venturosamente un rostro más humano. Para seguir avanzando por el buen camino, hace falta un reequipamiento de valores y regar las raíces del corazón. Por ejemplo, acudiendo a la Biblia:

Isaías: "Parte tu pan con el hambriento, alberga al pobre sin abrigo, viste al desnudo y no vuelvas el rostro ante tu hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora y se dejará ver pronto tu salud e irá delante de ti la justicia y detrás de ti la gloria de Yavé" (57, 7-8).

Jesús en el Sermón de la Montaña: "Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que la limosna sea oculta y el Padre, que ve lo oculto, te lo premiará" (Mt. 6, 3-4)

Jesús en las Obras de misericordia: "Señor, cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, conmigo lo hicisteis" (Mt. 25, 37-40).

La limosna puede concebirse hoy como ayuda material y directa al prójimo necesitado y vergonzante, escondiendo la mano, como en el Sermón del Monte, casi pidiendo excusas al que la recibe. Pero, el camino más normal y extendido va siendo el de la ayuda asistencial a los indigentes en plural, ya sea con la atención primaria de alimento, techo y servicios sanitarios, que no admiten espera; ya, con otros horizontes, apoyando centros de acogida, comedores sociales y campañas pro damnificados. En ocasiones, esto último desencadena una explosión casi nuclear, como pudimos comprobar en las recientes inundaciones de Badajoz. Funciona el corazón, sacas la billetera, tiras del talonario y tacatá.

Se han impuesto, para bien, en este como en tantos otros campos, los agentes y los mediadores: Cáritas, Manos Unidas, Cruz Roja, ONGs innumerables, esparcidas por el mundo. Lo suyo es canalizar ayudas con efectividad, rapidez y conocimiento de causa. Estamos practicando, entonces, una solidaridad sin rostro, una caridad anónima, sin los latidos cercanos de fraternidad? El peligro existe. Das tu número de cuenta, te anotan las transferencias mensuales y sigues en tus cosas. No es que eso esté mal; porque el bien ya se hace, sin que lo compruebe tan siquiera nuestra mano derecha.

Un ejército del bien

Vivimos en un mundo absolutamente otro y las muchedumbres famélicas del planeta asoman cada día las cuencas de sus ojos hundidos y la hiriente anatomía de sus vértebras, a la pequeña pantalla de nuestros comedores bien surtidos. Los vemos y bajamos los ojos, se aceleran los latidos del corazón. Ojos que ven, aunque sea por la tele, corazón que sí siente. Y qué quedará de nuestros contactos, personales y cercanos, con los pobres-pobres?Pregúntenlo a las religiosas consagradas día y noche, aquí y en todo el mundo, a los ancianos, los enfermos, los contagiados de sida, los atendidos en centros de marginación; escuchen a los cientos de millares de voluntarios, cuidadores de inválidos, acompañantes de enfermos domésticos, encargados de niños minusválidos, de gentes abandonadas. Creo firmemente que una vastísima ola de solidaridad y de cercanía fraterna, empapada de savia cristiana y abierta a valores universales, está humedeciendo el alma de nuestra sociedad, la tierra del planeta. Hay más limosna que antes, y mejor que antes. No está prohibido irse monja. Ni apuntarse de voluntario.

- Oiga, no pensará usted que con eso se arregla la sociedad, se corrigen las injusticias, se cambian las estructuras de opresión.

- Claro que no! Tranquilo. Pero, sin solidaridad humana, sin caridad fraterna, sin apoyo mutuo, esos cambios nos llevarían a un mundo de robots. Cierto que hay que cambiar. Para eso sostenemos al Estado con sus presupuestos billonarios, con su inmensa maquinaria para el cambio social. La limosna, en sus mejores versiones, no sustituye a los gobiernos, los parlamentos, o los sindicatos. Pero las minorías más sensibles han mejorado siempre la sociedad y, con ella, a los gobernantes y sus leyes.

ANTONIO MONTERO
Arzobispo de Mérida-Badajoz