II. CORAZÓN DE PASCUA: MIÉRCOLES SANTO
 

`SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION PENITENCIAL'

 

Para sentir la Pascua, hay que tener corazón de Pascua. Y para tener corazón de Pascua, hay que convertirse y despojarse de lo viejo, hay que comenzar a vivir con sentimientos, con amor y con corazón nuevos. Nadie llega a la cima de la montaña, si antes no ha dejado gotas de sudor o de sangre en las laderas; si no ha vencido la pereza, la comodidad y el miedo, movido por la ilusión y la fuerza de un nuevo aire de libertad.

Celebrar la renovación penitencial en Pascua, es cargar de nuevo con la mochila de la vida, apretada de pequeñas o grandes miserias, y decidirse a subir, dejando en el camino lo que inútilmente nos pesa, para correr en libertad hacia el encuentro de la cumbre, sabiendo que allí nos esperan los brazos abiertos del amor infinito del padre.

Vivir la penitencia en este tramo final de la cuaresma, es agarrarse más fuerte a la mano de los demás y, en solidaridad eclesial, ayudarse a luchar contra el pecado y convertirse, para consentir en corazón nuevo la alegría de la nueva Pascua y la nueva luz. Celebrar la reconciliación en Semana Santa es atreverse a romper las cadenas de la desreconciliación, el odio, la guerra y la injusticia, y gritar en publicidad y signos reales, nuestra fe en la reconciliación que viene de Cristo y que, rompiendo el círculo infernal de la venganza o la unilateral exigencia, se torna en perdón abundante, para una nueva vida reconciliada.

 

A. CATEQUESIS


1. Acontecimiento: reconciliación pascual

La Pascua es el gran acontecimiento de reconciliación universal. En la cruz abierta sobre el calvario del mundo, Dios ha reconciliado cielo y tierra. Si la sangre de Cristo borró toda culpa y odio, sus brazos abrazaron todo amor y bien. No hay en la historia mayor protesta contra la desreconciliación que la cruz, donde debió morir para siempre la injusticia, el egoísmo, la violencia y la muerte. Y no hay en la historia mayor signo de amor que la cruz, donde el más pequeño de los amores del mundo quedó sublimado y exaltado, cuanto es amor que se hace entrega y muerte por los demás. Cristo es, pues, el gran reconciliador, como lo confiesa la Escritura.

«El Padre manifestó su misericordia reconciliando consigo por Cristo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de la cruz» (Ritual de la Penitencia, n.° 1. Cf. 2 Co 5,18ss; Col 1,20). «Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida. Y no sólo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación» (Rom 5,10ss. Cf. Col 1,20-22).

Por tanto, en la muerte de Cristo no sólo hemos sido reconciliados los hombres con Dios, sino también la creación entera: la dimensión humana y cósmica están unidas en el único acto redentor. «Con toda razón se puede decir de Cristo redentor que en el tiempo de la ira ha sido hecho reconciliación, y que, si él es nuestra paz, es también nuestra reconciliación... En el misterio pascual de su muerte y su resurrección está la causa de la reconciliación del hombre en su doble aspecto de liberación del pecado y de comunión de gracia con Dios». El misterio del Gólgota es la realización más grandiosa y radical de la dimensión vertical de la reconciliación del hombre con Dios, y de la dimensión horizontal de la reconciliación de los hombres entre sí (Juan Pablo II, Reconciliatio et Poenitentia, n.° 7).


2.
Celebración: configuración litúrgica

La Semana santa fue considerada desde siempre un momento álgido para la reconciliación. Aunque por razones pastorales (que luego explicaremos) nosotros situamos esta celebración el miércoles santo, desde los primeros siglos el día de reconciliación por excelencia era el jueves santo, excepto en la Iglesia hispánica que fue el viernes santo. Era el jueves santo por la mañana cuando tenía lugar la reconciliación de aquellos penitentes, que antes habían sido expulsados de la comunidad por su pecado y, durante largo tiempo, habían hecho penitencia, intensificando su proceso en la cuaresma. Por eso la cuaresma culminaba con la «misa de reconciliación de penitentes», abriendo así las puertas de la gran fiesta o triduo pascual. También la comunidad entera expresaba su reconciliación de forma especial en este momento.

— El Sacramento Gelasiano nos ofrece un bellísimo ritual de penitencia y reconciliación, que abarca toda la cuaresma y culmina el jueves santo. Estas son las secuencias fundamentales: el miércoles de ceniza, antes de la misa, el obispo despide a los penitentes, una vez que les ha impuesto el cilicio y orado por ellos. Estos se marchan a cumplir su penitencia y a expresar su conversión por obras, oración, ayunos y abstinencias... durante la cuaresma. El jueves santo se reúnen de nuevo a la puerta de la Iglesia, el diácono pide en su nombre al obispo que les conceda la reconciliación, y éste después de amonestarles y expresar su acogida proclama la reconciliación (Sacramentarlo Gelasiano, nn. 78-83; 349-374).

— El Pontifical Romano-Germánico del s. X, y más tarde (s. XIII) el Pontifical de Guillermo Durando recogen y desarrollan esta forma de penitencia, a la que llaman «penitencia pública solemne». Añaden algunos elementos, que suponen una mayor dramatización del proceso, como son: el empleo de cirios apagados o encendidos, el aumento de oraciones y letanías, los tres envíos del diácono a recibirlos para indicar la progresiva acogida y reconciliación, el que el obispo tome la mano de uno y todos se den la mano para introducirlos al centro de la Iglesia y expresar la reconciliación... (Cf. M. Andrieu, Pontifical Romain au Moyen-Age, vol. III, pp. 560-569).

— Esta forma de penitencia perdura hasta el mismo Concilio de Trento, como aparece en numerosos rituales y manuales sacramentales de la época. Más aún, en el Pontifical (que no en la práctica) perdurará hasta el Vaticano II. La recuperación de esta forma sería, a nuestro juicio, una de las maneras más adecuadas para dar seriedad, recuperar el orden clásico de elementos (confesión-satisfacción-reconciliación), crear un verdadero «espacio de penitencia» o proceso, y posibilitar el mejor desarrollo de elementos comunitarios de la celebración del sacramento (cf. más adelante).

— Por lo demás, el jueves santo, y la semana santa en general, fueron sobrecargados desde siempre con ritos de reconciliación, como por ejemplo la absolución general, que se impartía a la comunidad entera, y que tuvo especial extensión en Francia, donde se le llamaba «jueves absolutorio». En este día el obispo recorría las principales iglesias de la ciudad, e impartía la absolución siguiendo este Ordo: recitación de salmos penitenciales, oraciones diversas y letanías, absolución a los penitentes con las manos extendidas... (cf. Misal parisino de Ventimilla).

— El Vaticano Il (Ritual y Documentos) no ha previsto un rito específico de reconciliación, ni para el jueves santo ni para otros días de la semana santa, considerando también la cuaresma como espacio privilegiado de reconciliación (cf. SC 110). Pero nada impide, sino que más bien es muy de recomendar, el que en estos días (sobre todo martes, miércoles y jueves) se tenga algún acto solemne de reconciliación. Este bien podría ser la conclusión de un proceso o itinerario penitencial comenzado el miércoles de ceniza o alguna semana antes; o bien una celebración comunitaria de la penitencia solemnizada (forma B o C, según las circunstancias). Sin olvidar las posibilidades permanentes (horarios) para el encuentro penitencial privado o confesión.


3. Expresión: gestos y símbolos

Los gestos y símbolos previstos para la celebración penitencial son originales en relación con otros sacramentos. En la penitencia no existe un signo «material sensible» (v. gr. agua, pan...), sino un signo personal implicativo. El signo es fundamentalmente una variedad expresiva de relación interpersonal, para indicar el cambio de relación que se realiza con Dios, con la comunidad y consigo mismo, a partir de la conversión, la reconciliación y el perdón. En concreto, el signo está compuesto: del encuentro interpersonal con el presbítero, del «espacio de penitencia», de la separación y reintegración en la comunidad (= eucaristía), del reconocimiento por palabras y gestos del pecado o confesión oral, y de la manifestación en obras de la conversión o satisfacción. Veamos qué significa cada uno de estos elementos.

Encuentro interpersonal: la reconciliación con Dios y con la Iglesia se expresa por el encuentro entre el penitente y el presbítero (confesor), con los actos que conlleva de presencia, acogida, diálogo desde la profundidad, ayuda y consuelo, alegría del perdón o absolución. Es como una prolongación sacramental del encuentro del «hijo pródigo», que vuelve y es acogido por el Padre.

El espacio de penitencia: es aquel tiempo que precede, y mejor sería que se situara entre la confesión y la absolución, en vistas a significar la separación que se ha producido por el pecado, y la necesidad de recorrer un camino de conversión para la readmisión a la comunión eclesial. Es el tiempo dedicado a la autentificación y profundización de la conversión, por obras y gestos, en la vida real.

La confesión oral: es la expresión por palabras de la realidad del pecado y de la sinceridad de la conversión, en un gesto humilde, que nos hace reconocer nuestra verdad y nuestra esperanza. Se trata, además, de una verdadera participación litúrgica, constitutiva del mismo signo sacramental, pues si no se da (de una u otra forma) no hay sacramento pleno.

La satisfacción de obras: es la manifestación, tanto de la verdad y realismo de la conversión y perdón, cuanto de la necesidad de continuación en la lucha contra el pecado en la vida. No se trata de un «precio por el pecado», sino de la expresión de un compromiso, que se hace realidad en la reparación, la justicia, la oración, la caridad, la reconciliación concreta con el hermano.

En conclusión, este signo, de variedad expresiva original, tiene su punto de concentración en la confesión del penitente y la absolución del ministro. Pero todos los elementos contribuyen a la verdad significante, y de forma especial la presencia de la comunidad, y la separación-reintegración de la misma.


4. Vida: misterio

El sacramento de la penitencia tiene una estructura trinitaria, en cuanto que en él interviene Dios, origen de la misericordia y el perdón; Cristo, mediador de la reconciliación por la sangre y la cruz; el Espíritu Santo, continuador de la obra reconciliadora en el amor unitivo que transforma. Pero el centro de este misterio único lo ocupa la actualización del misterio Pascual y su dimensión reconciliadora. Y «actualización» significa que la misma reconciliación obrada por Cristo se hace presente en nosotros, que el pecador arrepentido se sumerge y participa en aquel misterio insondable de reconciliación, que tal participación transforma graciosamente nuestra vida.

Es una reconciliación que se vive por el propio sujeto, a través de unas actitudes y actos que implican una verdadera estructura pascual, en cuanto suponen: un morir al pecado y un resucitar a la nueva vida; una ofrenda a Dios del «sacrificio del corazón contrito»; un esfuerzo y ascesis por la renuncia a cuanto había estructurado nuestra vida viciosamente; una renovación del tránsito del nuevo nacimiento bautismal y de una alianza; una profundización de la redención en nosotros, que nos hace colaboradores en la redención de Cristo y responsables de la reconciliación... El proceso interior-exterior del penitente es una actualización vital y experimental de la misma dinámica y verdad de Pascua. El acontecimiento objetivo de pascua se subjetiviza y encarna en el proceso pascual-existencial del penitente.

Todo se debe, en definitiva, al misterio de la piedad de Dios: «El misterio de la infinita piedad de Dios hacia nosotros es capaz de penetrar hasta las raíces más escondidas de nuestra iniquidad, para suscitar en el alma un movimiento de conversión, redimirla e impulsarla hacia la reconciliación» (Ex. Reconciliatio et Poenitentia, n.° 20).

 

B) CELEBRACION


1. Comunidad parroquial

— La Iglesia conoce y propone hoy diversas formas de celebración del sacramento de la penitencia: la A o reconciliación de un solo penitente con confesión y absolución individual; la B o reconciliación de muchos penitentes con confesión y absolución individual; la C o reconciliación de muchos penitentes con confesión y absolución general. A estas formas creemos debería añadirse una cuarta o D; celebración espaciada del sacramento con uno o con muchos penitentes.

La clave de una verdadera pastoral celebrativa es el equilibrio y complementariedad de las diversas formas, según el ritmo o frecuencia que pide la comunidad concreta. Pero nunca lo será la polarización o reducción a una única forma.

— Se entiende que una comunidad parroquial debe ofrecer durante la cuaresma al menos dos formas: la A y la B. Esta última es la que mejor encontraría su puesto en uno de los días señalados de semana santa. Pero la cuestión no es ofrecer una celebración, sino una buena celebración, en la que todos los elementos tengan su desarrollo equilibrado y su ritmo. Como es sabido, se da la dificultad del escaso número de confesores, de la precipitación, de la disolución por la marcha anticipada de la asamblea litúrgica... Para obviar este problema, además de llenar el espacio de confesión de elementos que conserven el dinamismo (música, lecturas, testimonios, cantos...), podría pensarse en distinguir estas secuencias: confesión sin absolución inmediata-tiempo de satisfacción (oración, petición mutua de perdón, lectura...) en el mismo lugar hasta que todos acaben de confesarse - procesión en silencio para recibir la imposición de manos del presbítero que escuchó la confesión - absolución general proclamada por los presbíteros confesores.

— También podría pensarse en algunas parroquias, y después de una adecuada preparación del pueblo, en una celebración espaciada del sacramento, según las secuencias señaladas: a) Acogida, liturgia de la palabra, examen y confesión privada sin absolución, b) Despedida para el «espacio de penitencia» (una o dos semanas) con satisfacción personal seria, posibilidad de encuentro y acompañamiento, reconciliación real, c) Vuelta para la fiesta de la reconciliación, con acogida a la puerta de la Iglesia, lectura, salmo penitencial, absolución sacramental, rito de la paz, acción de gracias y despedida (Cf. D. Borobio, Reconciliación y penitencia, 83-92).


2.
Comunidad especial

Cabe aplicar todo lo anteriormente dicho, según tipo de' comunidad (religiosos-as, jóvenes...) y posibilidades. La diferencia estaría en algunos elementos que pueden aportar mayor expresividad y riqueza, como pueden ser

— En estos casos, y tratándose de una comunidad que permanece unida durante la cuaresma, bien podría proponerse la celebración en proceso penitencial durante toda la cuaresma, distinguiendo diversas etapas, marcadas por el encuentro común, cada semana. Comenzando el miércoles de ceniza, se pueden distinguir cinco etapas, en cada una de las cuales se centra la atención o celebra un aspecto fundamental: análisis de la situación de pecado, conversión, confesión, satisfacción, reconciliaciones, reconciliación... Todo culminaría en la gran fiesta de la reconciliación, a poder ser el jueves santo. Se podrían adaptar no pocos elementos de los que aparecen en la antigua praxis (Sacramentarlo Gelasiano, Pontifical de Guillermo Durando).