HOMILÍAS PARA EL BAUTISMO


1. Esta homilía puede resultar adecuada para las celebraciones en las que
participen militantes de asociaciones, sindicatos o partidos políticos; aunque su
participación en la iglesia sea ocasional.

Textos: Éxodo 14,15-15,1

1. Dios no quiere situaciones de esclavitud
Acabamos de leer el hecho más significativo de la historia de Israel: el
paso de una situación de esclavitud a una nueva situación de libertad.
Los israelitas han pasado de ser oprimidos a ser creadores de su
propia historia, hombres que pueden dirigir y enfocar su propio futuro.
El autor del Éxodo nos ha expresado a través de la narración, cuál es
su fe: Dios no acepta como válidas las situaciones de esclavitud; Dios
llama a los esclavos a romper las cadenas; Dios se pone a favor de los
que buscan la libertad.
Por ello Dios es comprendido por el pueblo de Israel como Aquel que
anima todo intento (personal o colectivo) de liberación, siempre que sea
vivido en comunión con El.

2. El paso por el agua: el momento central
Entre la esclavitud y la libertad hay un momento central: el paso del
Mar Rojo, Dios salva a su pueblo a través del agua. Entrando en el agua
muere el pasado con la situación de esclavitud que conlleva. Saliendo
nuevamente del agua, empieza un camino nuevo hacia el futuro, en
libertad.
Los cristianos (desde san Pablo) hemos visto, en el paso del agua del
Mar Rojo, una figura del Bautismo: antes del agua bautismal existe
sencillamente una vida humana (sometida a todas las limitaciones de este
mundo); pero, al salir del agua bautismal, empezamos un nuevo camino,
en libertad, movidos por el mismo Espíritu de Dios que -más allá de la
muerte- llega hasta el mismo Dios.

3. Estos niños empiezan un camino de libertad
Estos niños - con el bautismo que hoy van a recibir- comienzan un
camino por donde podrán avanzar siguiendo las huellas de Jesús:
contagiándose de su libertad total; apropiándose la Verdad;
experimentando una vida que no se acaba; participando de su Amor y de
su Acción transformadora.
Vosotros, padres, padrinos y comunidad cristiana, tenéis la
responsabilidad de hacer que vuestra palabra y, sobre todo, vuestra vida,
sean una confirmación práctica de que la fe en Jesucristo da frutos de
verdad y de vida y, a la vez, va transformando la historia, acelerando su
marcha hacia la liberación total, hacia la plenitud del Reino de Dios.
* * * *
En unos momentos de silencio, pidamos al Señor que nos conceda
abundantemente su gracia, a todos nosotros y a quienes serán
bautizados ahora.
Homilía preparada por J. Grané
 



2. Homilía pensada para ambiente rural, en que se hace hincapié en el
carácter cristiano de la celebración superando el peligro de convertirla en un acto que se hace "porque toca"

Textos: Gálatas 3,26-28

1. Que estos niños sean cristianos como lo somos nosotros
Hermanos. Hace poco que estos niños abrieron los ojos a la luz de
este mundo. Hoy los habéis traído a la iglesia porque queréis que llegue a
ellos otra luz, aquella Luz verdadera que al venir al mundo alumbra a todo
hombre. Porque queréis que estos hijos vuestros según la carne sean
también hijos de Dios según el Espíritu.
Esto significa que sois cristianos y queréis que ellos lo sean también.
Yo os felicito doblemente: por los hijos que habéis tenido y por la vida
sobrenatural que les deseáis. Todo es don de Dios que debéis recibir y
agradecer.
Si no fuéramos creyentes, el acto que estamos celebrando no tendría
sentido. Echar agua sobre las inocentes cabecitas seria como lavarles
simplemente la cara, ese gesto que las madres repetís infinidad de veces.
El agua que les vamos a echar es distinta: penetrará en lo más profundo
de sus corazones hasta ahogar en ellos el pecado y hacer que nazca la
virtud.
Yo sé que no habéis venido aquí para cumplir con un formulismo para
que los nombres de vuestros hijos queden registrados en los libros de la
parroquia, y basta. No; de su nacimiento habéis dejado ya constancia en
el ayuntamiento en el que están inscritos como ciudadanos. Desde luego
quedarán registrados como ciudadanos de la Iglesia, pero no serán
cristianos porque consten en un libro, sino por el tipo de vida que lleven.

Quiero creer que el bautismo de vuestros hijos no es un mero pretexto
para celebrar luego una buena merienda con muchos invitados como si
se tratase de un acto cualquiera de sociedad, una fiesta familiar o
mundana como muchas otras. No es así, aunque desde luego hay que
celebrarlo, porque vale la pena: es transcendental para un cristiano el día
de su nacimiento a la vida de Dios.
Me consta, además, que no traéis a bautizar a estos niños y niñas por
rutina, por el qué dirán, porque todo el mundo lo hace, sino muy
libremente, muy conscientemente.
Eso es importante tenerlo en cuenta, puesto que estos niños serán
bautizados en nuestra fe, la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de
profesar. Nosotros responderemos por ellos con la esperanza de que
ellos un día se reafirmarán en esta misma fe y nos lo agradecerán como
agradecerán el don maravilloso de la vida

2. Identificarse con Jesucristo
En la lectura que escuchábamos no hace mucho se nos decía: "Los
que os habéis incorporado a Cristo por el Bautismo os habéis revestido
de Cristo". ¿Qué significan estas palabras? Intentaré explicároslo.
Prestad atención.
Revestirse de Cristo no significa ponerse encima un vestido que uno
puede quitarse según le convenga. Demasiados cristianos hay, por
desgracia, que lo entienden así. No; ser cristiano es algo que afecta a lo
más íntimo de la persona hasta transformarla, hasta renovarla. Lo
comprenderéis fácilmente si os digo que vuestros hijos, al nacer, se han
revestido de vosotros, padres, tomando vuestro rostro, vuestra sangre,
vuestra fisonomía, todo. Así nosotros, por el bautismo, nos revestimos de
Cristo. Nos unimos a él. Nos identificamos con El hasta pensar como El,
amar como El, vivir como El, es decir, hasta tener un pleno parecido con
el Cristo que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra
salvación. Por la fe en El llegamos a ser hijos del Padre, herederos del
cielo, hermanos los unos de los otros.
Eso es lo que serán a partir de ahora estos niños, como lo somos
nosotros desde nuestro bautismo. Eso es lo que serán estos niños si con
nuestro ejemplo y nuestra palabra sabemos educarlos en la fe. Porque
del mismo modo que no basta traer una criatura a este mundo sino que
hay que protegerla, tampoco basta bautizar a un niño sino que hay que
ayudarlo a crecer en la nueva vida que ha recibido. Y de eso, de esta
educación cristiana, sois responsables, en primer lugar vosotros, padres
y padrinos, y también nosotros, todos los aquí presentes, es decir, la
comunidad cristiana entera, la gran familia de los hijos de Dios.

3. La misma dignidad para todos los hombres
"Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres
y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús", decía también el texto
de san Pablo que hemos leído. Es verdad, la gran dignidad de hijos de
Dios nos une por encima de nuestras fronteras humanas. No hay ricos ni
pobres, patronos ni obreros, sabios ni ignorantes, sino que todos somos
hermanos, hijos del mismo Padre, destinados a la misma gloria. Por ello
debemos respetarnos. Por ello debemos amarnos. Por ello debemos
trabajar para que todos los hombres alcancen la misma dignidad. La fe
nos une por encima de todo. También por encima de las diferencias
políticas que pueda haber entre nosotros: los que ganaron la guerra y los
que la perdieron, los que votan a un partido o a otro...
Ya véis qué consecuencias tiene el acto que estamos celebrando.
Dispongámonos, pues, a participar en él con toda la fe y con toda la
atención posibles. En primer lugar, porque bautizamos a esos pequeños
hermanos nuestros. En segundo lugar, porque todos nosotros ahora,
después de tantos años, debemos renovarnos en la gracia y el
compromiso de nuestro propio bautismo.
Homilía preparada por C. Forner
 



3. Homilía para público medio (se aconseja omitir la frase 'para ponerlo a
prueba')

Textos: Mateo 22,35-40

1. Lo fundamental para ser discípulo de Jesús
Acabamos de leer una de las páginas centrales del Evangelio: el
mismo Jesús nos dice aquello que es fundamental para ser discípulo
suyo: el primero y segundo mandamiento.
Y pienso que hoy, todos los que os acompañamos, pero mucho más
vosotros, los padres, podríamos vernos representados de una manera
especial en la figura de este doctor de la ley, y acercarnos a Jesús para
hacerle esta misma pregunta.
¿Qué es lo fundamental y básico para ser discípulo de Jesús? ¿Qué
es lo fundamental y básico para cumplir vuestro compromiso, este
compromiso que acabáis de manifestar de querer educar a vuestros hijos
según el Evangelio?
Y Jesús hoy también, nos responde a cada uno de nosotros: "El primer
mandamiento es: Amarás al Señor tu Dios,... y el segundo -por el que no
le había preguntado el doctor de la ley- es semejante al primero: Amarás
a tu prójimo..."
Podríamos pensar un poco qué puede significar esta respuesta para
vosotros, para ayudaros a cumplir mejor vuestro compromiso.

2. Amar a Dios
Amar a Dios con todo nuestro corazón...
Para que no nos quede esto demasiado vaporoso, pongamos una
comparación. ¿Qué pasa cuando amamos de verdad a una persona?
Presentemos como ejemplo el hecho de que vosotros, padres, por
razones de trabajo, poco después de haber dado a luz vuestra esposa,
hubierais tenido que estar unos días fuera de casa. ¡Cómo hubierais
pensado en vuestra mujer y en vuestro hijo! ¿Qué deben estar haciendo
los dos? ¿Se encontrarán bien? ¿Tendrán buen apetito? ¿La dejarán
descansar? ¿No es verdad que habríais procurado llamar por teléfono
para saber noticias de ellos?...
Cuando amamos de verdad a una persona, pensamos en ella, nos
preguntamos qué debe hacer, procuramos relacionarnos con ella...
Pues bien: amar a Dios como nos dice Jesús, supone tenerlo presente
en nuestra vida, pensar en El, llevar una conducta como la que El espera
de nosotros, ponernos en relación con El por medio de la oración... Y
esto es lo que vuestros hijos han de descubrir en vosotros por vuestra
manera de obrar; sólo vuestro testimonio hará que estos hijos vuestros
puedan reconocer la presencia de Dios en su vida: esta es vuestra
primera responsabilidad que acabáis de contraer.

3. Amar al prójimo
Pero Jesús añade el segundo mandamiento, por el que nada había
preguntado el doctor de la ley, no fuera a olvidarlo: el segundo es:
Amarás al prójimo como a ti mismo. Y amar al prójimo significa
esforzarnos en buscar el bien para los demás, hacerles la vida agradable,
comprometernos a superar nuestro egoísmo, que tantas veces nos
traiciona... Y también ha de ser a través de vuestro ejemplo como
vuestros hijos irán creciendo en esta dimensión que Jesús nos dice que
es fundamental para ser discípulos suyos.
Y dado que esto no es fácil, dado que ni el primer ni el segundo
mandamiento nos salen espontáneamente -podríamos decir que no está
de moda, que no es esto lo que anuncian cada día por la televisión-, la
Iglesia nos invita a pedirlo en la oración, como un don suyo para estos
niños que van a ser bautizados, para vosotros, padres, para que podáis
cumplir vuestro compromiso, y para todos nosotros, los que hoy os
acompañamos, y que también, hace tiempo, recibimos esta sacramento
que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y que tantas veces,
en la práctica, nos olvidamos de ello.
Pongámonos de pie para hacer nuestra oración, a la cual podéis
responder... (la respuesta concreta).
Homilía preparada por F. Nolla
 



4. Suprimo del texto de la lectura las palabras "fariseo" "doctor de la ley" y
"para ponerlo a prueba", porque creo que la mayoría no lo comprenden ni
conocen suficientemente la historia como para saber a qué se refiere; también
suprimo: "Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas".
Homilía muy sencilla, para público mayoritariamente no practicante: un deseo
de felicidad que se ensancha y quiere llegar a incluir la fe.

Textos: Mateo 22,35-40.

¡Felicidades!
En este caso, la felicidad que deseamos es la de estos niños y estas
niñas, vuestros hijos y vuestras hijas, en nombre de todos (¿verdad?)
Y... ¿cuál puede ser la felicidad que deseamos para ellos?
Mi experiencia me dice que me he sentido feliz cuando he sido bueno,
cuando he ayudado a alguien, de verdad, cuando he vivido por los
demás, cuando he amado.
No sé si será también vuestra experiencia. La de los mayores, creo
que sí.
Pues la felicidad que deseo a esos niños y niñas, vuestros hijos, es
ésta.
Que os sepan amar. Que no sean egoístas. Que pasen por el mundo
haciendo el bien; que puedan encontrar la satisfacción de servir a la
justicia, a la verdad; que vivan para los demás. Que sepan amar.
Precisamente eso es lo que nos ha pedido Jesucristo en este
evangelio. Amar a los demás: el principal mandamiento. No traicionar
nunca la propia conciencia, ser fieles a nosotros mismos: no traicionar
nunca a Dios.
Que los niños tengan esta felicidad.
Ahora, los que queráis, los que tengáis fe, lo podremos pedir en la
plegaria que vamos a hacer.
Homilía preparada por J. Ramón Cinca
 



5. Homilía para público medio

Textos: Mateo 28,18-20

Hemos escuchado el final del Evangelio según san Mateo. Jesús
resucitado se aparece a los once -recordemos que Judas ya no estaba- y
los envía a todos los pueblos con la misión de convertir a las personas,
de bautizar, de enseñarles a vivir cristianamente.
Una misión que es para todos los tiempos, para todas las épocas,
mientras dure la historia y la Iglesia haga camino en este mundo: "Sabed
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo", dice el
Señor.
Los discípulos, que lo habían dejado todo para seguir a Jesús, que
habían convivido con El durante tres años, formando grupo alrededor del
Maestro y Señor, pronto se dispersarán por los diversos territorios y
países conocidos en aquel tiempo, para cumplir la misión recibida de
Jesucristo, impulsados por el Espíritu Santo.
La misión de predicar el Evangelio y de bautizar, la misión de hacer
cristianos y de celebrar los sacramentos no podía acabar cuando los
apóstoles, hombres mortales, dejaran de vivir en este mundo. Por esta
razón ellos mismos escogerán unos colaboradores y unos sucesores.
Los sucesores de los apóstoles son los obispos que tienen como
colaboradores a los presbíteros y a los diáconos.
Y así, día tras día, hasta el fin del mundo, se va cumpliendo la misión
confiada por Jesucristo a los apóstoles.
Es lo que ahora estamos haciendo, en el Bautismo de estos niños.
Y el Señor Jesucristo está con nosotros: "Está presente con su poder
en los sacramentos de manera que cuando alguien bautiza, el mismo
Cristo bautiza". Lo decía san Agustín y nos lo vuelve a decir el Concilio
Vaticano Segundo (Jn 6, 1-7; SC 7).
Que es el mismo Cristo quien bautiza significa que es El, Jesucristo,
quien comunica a estos niños y niñas la vida cristiana.
Lo hace a través del ministerio del sacerdote y sirviéndose de unos
signos, como el agua. Y Dios, con un poder invisible, da una eficacia
admirable a los signos de los sacramentos.
Así, estos niños, creados a imagen de Dios y lavados del pecado
original en el sacramento del Bautismo, renacerán a la nueva vida que
viene del agua y del Espíritu Santo: la vida cristiana, que significa ser hijo
de Dios, vivir en la gracia de Cristo, vivir el don de la fe formando parte de
la Iglesia; recibir (como lo habéis pedido al comienzo) el don de la vida.
Homilía preparada por F.X. Aróztegui
 



6. Homilía para público medio.

Textos: Efesios 4,1-6; Mateo 28,18-20

1. Una vida que valga la pena
Las dos lecturas que acabamos de escuchar deberán servirnos para
conocer mejor lo que estamos haciendo en la celebración de esta tarde.
Estamos reunidos aquí, con la alegría de haber celebrado en vuestras
familias el nacimiento de un hijo, y con la nueva alegría de querer que
este niño, esta niña, sean cristianos, hijos de Dios. Como vosotros los
amáis, creéis que Dios también los ama y por eso los habéis traído aquí:
para que el bautismo sea la señal de este amor de Dios.
¿Recordáis lo que decía san Pablo en la primera lectura que hemos
escuchado? Nos hablaba de cómo debemos vivir los que creemos que
Dios nos ama. Y nos hablaba de paz, de amor, de comprensión, de ser
capaces de sobrellevarnos mutuamente, de amabilidad y humildad (que
significa no creer que somos la gente más importante y que tenemos
derecho a imponer a los demás lo que nos venga en gana)... Nos decía
san Pablo, en definitiva, que si verdaderamente queremos vivir como
personas que creen en el amor de Dios, nuestra actuación en el mundo
debe ser una actuación de amor: si no, seriamos unos mentirosos;
diríamos que creemos en una cosa y en realidad haríamos como si no la
creyéramos.
Y, ¿qué significa, tener una actuación de amor? Quizás no sea
necesario alargarnos explicándolo, porque en realidad bastante lo
sabemos. Actuación de amor significa poner nuestra vida, no al servicio
de nosotros mismos, sino al servicio de todos. Y ello, tanto en la vida de
familia (y ya sabéis hasta qué punto es importante que estos niños a
medida que crezcan encuentren en casa un ambiente de comprensión, de
alegría, de deseo de quererse aunque las cosas sean difíciles), como
también más allá de la vida de familia: con los vecinos y las vecinas, en el
trabajo, el barrio... sabiendo que cada uno de nosotros no anda solo por
el mundo, sino que juntos, con esfuerzo y con ánimo, vamos
construyendo una vida mejor para todos. Con solidaridad, con lealtad,
con generosidad. Sabiendo (porque lo sabemos por experiencia) que
cuando amamos, cuando salimos de vivir encerrados preocupándonos
únicamente de nosotros, es cuando sentimos mayor felicidad y paz.

2. UnIdos en la misma esperanza, hijos del mismo Padre
Eso es lo que debe haber en el fondo de nuestra vida si queremos que
lo que vamos a celebrar sea verdad. Y, ¿qué es lo que celebramos?
¿qué significa, bautizar hoy a estos niños y estas niñas?
¿Recordáis como seguía esta primera lectura de san Pablo? Nos
hablaba de que todos formamos una sola cosa, tenemos una misma
esperanza, un mismo Padre que está con todos, que nos ama a todos,
que nos conduce a todos con su amor. Y eso es lo que celebramos.
Celebramos que estos niños y niñas hoy pasan a engrosar la familia de
los que tienen a Dios como Padre. Una familia de la que formamos parte
los que estamos aquí; una familia que los tendrá que acoger y ayudar a
crecer. Estos niños y niñas, hoy, son acogidos en la Iglesia -la Iglesia que
representamos los que nos hemos reunido aquí, en esta fiesta- porque
vosotros, sus padres sobre todo, pero también sus padrinos y parientes
que los acompañáis, así lo habéis querido.
Tener a Dios como Padre, formar parte de la familia de los hijos de
Dios, significa tener el gozo de saber que todo lo que vivimos, todo el
amor que intentamos poner en el mundo, todo lo que nos hace felices
-hoy nos hace felices el nacimiento de estos niños y la fiesta que hoy
celebramos; pero sabemos también que, pese a las dificultades con las
que a menudo tenemos que vivir, hallamos momentos de felicidad-, todo
lo que rompe nuestro caparazón de egoísmo y nos pone al servicio de los
demás... en todo esto, Dios nos acompaña y nos promete que, aunque a
menudo sea difícil darse cuenta, él está presente y activo: Dios nos
promete que todos nuestros anhelos, todas nuestras esperanzas, todo lo
que nos da alegría y paz, es algo fuerte y vivo, no puede romperse, crece
cada vez más.
Dios nos promete que estos niños que hoy bautizamos caminan
también por el camino de la felicidad: esa felicidad que hoy nosotros,
todos los que estamos aquí, deseamos que tengan siempre; esa felicidad
que, si saben amar, tendrán aunque en la vida choquen con las mayores
dificultades.

3. Bautizándolos... enseñándolos a guardar...
Esto es el bautismo que hoy celebramos. Hacer lo que Jesús -aquél
que nos enseñó cómo debíamos amarnos, aquél que nos habló del amor
con que Dios nos ama- nos dijo que hiciéramos, como hemos escuchado
en la segunda lectura. Es poner a estos niños y niñas en los brazos del
Padre, para que vayan por el camino de su amor, para que el propio Dios
esté siempre con ellos.
Nosotros, que traemos a estos niños para que sean bautizados como
dijo Jesús, debemos ayudarles también en aquello que el mismo Jesús
decía a continuación: enseñándoles a guardar lo que él nos ha mandado,
enseñándoles a vivir como él ha vivido. Que amen, que pongan su vida
no al servicio de si mismos, sino al servicio de todos.
Nosotros, que queremos que estos niños formen parte de la familia de
Dios, somos los responsables de su crecimiento. Nosotros si vivimos
verdaderamente como hijos de Dios, les ayudaremos a que ellos vivan
también así. Para andar todos en el mismo amor que nos puede hacer
felices.
Homilía preparada por J. Lligadas
 



7. Homilía que explica de modo sencillo el significado teológico del bautismo


Textos: Romanos 8,20-32; Salmo 26; Marcos 1, 9-11

1. El comienzo de todo
Seguramente que la narración que acabáis de escuchar os resulta
familiar. Habréis visto, sin duda, alguna pintura" o dibujo, o imagen, del
bautismo de Jesús en el Jordán. (Tal vez habéis visitado alguna vez uno
de estos bautisterios históricos que tienen maravillosas representaciones
del bautismo de Jesús). (En esta misma iglesia, cerca de las fuentes
bautismales, podéis contemplar la escena representada). La hemos leído
hoy, en este momento, porque lo que estamos haciendo en esta
celebración dio comienzo, en cierta manera, en aquel momento histórico,
cuando Jesús, después de recibir el bautismo de Juan, "vio rasgarse el
cielo y al Espíritu bajar hacia El como una paloma. Se oyó una voz del
cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido".
Todo cuanto sucedía entonces era un anuncio, una profecía diríamos,
de lo que sería la culminación de la vida histórica y del ministerio de
Jesús: su muerte a causa del pecado del mundo por fidelidad al amor del
Padre, su manifestación como Hijo de Dios cuando se presentó vivo,
resucitado, a los discípulos, y la donación del Espíritu Santo a los
apóstoles. Y todo ello sucedía ligado a aquel gesto de entrar en el agua y
dejarse bautizar por Juan, para resurgir de allí luego.

2. Compartir la vida del Hijo de Dios, entrar en la familia de los
cristianos
Vosotros habéis traído estos niños a bautizar no, ciertamente, para
que hagamos con ellos lo que hacia san Juan Bautista: aquel bautismo
era sólo una preparación del de Jesús. Lo que Jesucristo quiere hacer
con nosotros, por medio del bautismo, es llevarnos a compartir su vida de
Hijo de Dios y, por ello, introducirnos en su familia. Por eso, estos niños
serán bautizados en el nombre del Padre de Jesucristo, en el nombre de
Jesús el Hijo de Dios, y en el nombre del Espíritu Santo, que es el Don del
Padre y del Hijo a los creyentes. Estos niños llegarán a ser, con el
bautismo, "imágenes vivas del Hijo de Dios". De cada uno de ellos,
precisamente porque el bautismo nos une a Cristo, será verdad aquello
que la voz del cielo decía en el Jordán: "Tú eres mi hijo amado!".
¿No os parece maravilloso esto que Dios hace con los bautizados?
¿No es magnifico tener a Jesús, el Hijo de Dios, como nuestro hermano
mayor? Que El ilumine nuestros ojos con la luz de la fe, para que
podamos creerlo, y darle gracias por ello.
Vosotros estáis gozosos porque estos niños han nacido en vuestras
familias, y son vuestra alegría y vuestra esperanza; participan de vuestra
misma vida. Todo os parece poco para ellos, para atenderles, para que
nada les falte. Seguro que los padres, sobre todo, esperáis el momento
en que estos hijos empezarán a deciros "padre", "madre"...
Por el bautismo que ahora vamos a celebrar, estos niños quedan
asumidos en esta otra familia que formamos los cristianos: la Iglesia de
Dios, la familia de los hijos de Dios. Desde ahora sabemos que, como
cristianos, todos somos responsables de cuidar de la vida de fe de éstos
que hoy son bautizados. En primer lugar, sois responsables vosotros, los
padres, que sois los cristianos que estos niños tendrán constantemente
más cerca. De la misma manera que queréis oír de ellos que os digan
"padre", "madre", será necesario que cuidéis que puedan decir también al
Padre de todos, pronto, en la medida de su comprensión, aquella palabra
que nuestro hermano Jesús nos enseñó: "Padre nuestro del cielo"!

3. Que la semilla crezca
El bautismo de Jesús fue el comienzo de su predicación; lo que aquel
hecho significaba quedó bien claro con la muerte y la resurrección de
Jesús. Con nuestro bautismo pasa algo semejante. Estos niños son
bautizados al inicio de su vida, y todos los años que vivan en este mundo
-todos deseamos que sean muchos, y felices- serán la oportunidad que
Dios les dará para ir haciendo que crezca esta semilla maravillosa de
filiación divina que hoy se les comunica. Cuando termina, para cada uno
de nosotros el tiempo de nuestra vida, la pregunta de Dios es ésta: ¿Qué
has hecho de tu bautismo? Entonces se cumple para cada uno lo que
dice san Pablo: "nos predestinó y nos llamó; y a los que llamó también los
justificó; y a los que justificó también los glorificó". Lo que significa el
bautismo sólo lo sabremos del todo cuando Dios nos llamará a su
presencia y lo veremos tal como El es.
Todo esto no viene de nosotros, sino de Dios, y no podemos hacerlo
nosotros solos, con nuestras fuerzas, ni podrán hacerlo estos niños que
ahora bautizaremos. Por ello, desde ahora, invocamos la misericordia de
Dios, con las oraciones que nos disponemos a hacer enseguida. Por
ellos, por nosotros, por todo lo que será la vida de estos niños, unámonos
en una misma plegaria.
Homilía preparada por P. Tena
 



8. Homilía que explica de manera sencilla el significado de los distintos ritos
que tienen lugar en la celebración del bautismo.

Textos: Marcos 10,13-16

La aparición de una vida nueva en el seno de una familia, despierta,
normalmente, una serie de sentimientos y de emociones, rodeados de
alegría y de fiesta. Naturalmente, los primeros afectados son los padres
que ven su propia vida expresada en la del hijo. El hecho es tan
extraordinario que se comparte por todo el resto de la familia y determina
nuevos comportamientos en relación al pequeño.
En este contexto de fiesta y de alegría, en el deseo de querer lo mejor
para el recién venido, se originan unos pasos que llevan al bautismo.
Vosotros, padres, padrinos, familiares y amigos, habéis hecho lo
mismo que aquellos padres que, como acabamos de escuchar, llevaron
sus hijos a Jesús para que los tocara, les impusiera las manos. Queréis el
bautismo para vuestro hijo porque sabéis que este sacramento le acerca
a Jesús.
Jesús, al hacernos el don del bautismo, espera, de nuestra parte, este
primer paso: pedir el sacramento. Ahora el Señor responde a este primer
acercamiento con un conjunto de palabras y gestos sagrados que harán
de este niño un bautizado, un cristiano. Vamos a verlo.
El responsable de la Iglesia, encargado de celebrar el sacramento, os
ha saludado y acogido en nombre de Dios. Hemos escuchado enseguida
la particular predilección de Jesús para con los pequeños,
disponiéndonos, de esta manera, a acoger con fe y agradecimiento el
don que nos hace.
Luego rezaremos por el que va a recibir el sacramento de vida nueva,
la que viene del triunfo de Jesucristo sobre la muerte, y que convierte al
bautizado en seguidor suyo y miembro de su familia. Lo encomendaremos
a la protección de la Virgen María, contra los ataques del espíritu del mal,
y a los santos, y pediremos para él la fortaleza de Dios. La unción previa
al bautismo, quiere significar este espíritu de valiente luchador, que
caracteriza al cristiano.
Llegaremos luego a la fuente bautismal. Las palabras con que el agua
es bendecida nos hablan de la manera como Dios se ha valido de ella, a
través de diversos prodigios. Así se nos quiere hacer entender de qué
manera ahora, sirviéndose de este elemento, hará que sea hijo suyo el
que será santificado por medio del agua y del Espíritu Santo.
La fe, y la renuncia a todo lo que es contrario a Jesucristo, son la
última preparación para el bautismo.
Es normal que ahora se pida a los padres y padrinos que digan en voz
alta, aquella fe que piden para su hijo. Sería una contradicción responder
en nombre del niño del seguimiento a Jesucristo que hoy empieza y que
él tendrá que seguir, si nosotros no estuviéramos dispuestos a vivir muy
de verdad nuestra fe y nuestro compromiso de ayudarle a hacer este
camino.
El agua, que lava al cuerpo, acompañada de las palabras de Jesús,
santificará el espíritu del bautizado. De hoy en adelante será una nueva
criatura, renacida por el agua y el Espíritu Santo, un hijo de Dios y un
miembro de la comunidad cristiana.
Este habrá sido el maravilloso resultado final de haber traído el niño a
Jesús. El evangelio que nos ha preparado a ello, es una pequeña lección
de catecismo sobre la conducta que los mayores han de tener para con
los pequeños. Es un deber y una responsabilidad de los padres y
padrinos, hacer que los niños se acerquen a Jesús y no únicamente para
este primer paso que es el bautismo. Hay que continuarlo por la
ejemplaridad en la manera de vivir, y en la enseñanza sobre quién es
Jesús.
Jesús se disgustó al ver que se prohibía el acceso de los pequeños a
El. Los padres tenían más razón al acercarle a sus hijos que los
discípulos al apartarlos. "Dejad que los niños se acerquen a mi", nos
revela cómo Jesús los ama. El bautismo es la primera señal visible de
este acercamiento que ha marcado para siempre la nueva vida del que es
bautizado.
Los niños son los destinatarios del Reino, así como todos los que se
parecen a ellos. "De los que son como ellos es el Reino de Dios". La
celebración del bautismo de los más pequeños, es una llamada a
recordar a los mayores lo que significa, también para ellos, ser
bautizados, ser cristianos.
A todos se nos recuerda la condición fundamental de niños en relación
a Dios. Es a partir de este momento cuando todos podemos decirle a Dios
"Padre", puesto que el bautismo es el que nos hace hijos suyos.
Ved, pues, cómo hoy Jesús abraza a este niño y lo bendice. La Iglesia,
por encargo suyo, celebra el bautismo, que continúa su gesto de
benevolencia. Esta celebración nos afecta a todos. Por una parte
compartimos la alegría por el favor que Dios nos ha hecho, y por la otra,
al tiempo que renovamos nuestro bautismo, nos sentimos estimulados en
la responsabilidad futura para con el recién bautizado. A todos la
enhorabuena, pero no olvidemos que los padres son los primeros
responsables de explicar y ayudar a cumplir lo que el bautismo significa
para su hijo.
Homilía preparada por J. Bellavista
 



9. Homilía para público medio.

Textos: Marcos 10,13-16

1. Jesús conoce, como vosotros, el valor de estos niños
Acabáis de escuchar un fragmento, precioso, del evangelio según san
Marcos. Jesús, el hijo único de Dios, está contento de que le presenten
unos niños. No quiere que los discípulos se lo impidan. Al contrario, los
abraza, los bendice y les impone las manos.
Este hecho, tan tierno, era un signo de amor gratuito. Jesús hubiera
podido "pasar" de acoger a los pequeños. Podía haber pensado que
debía hacer o decir cosas más importantes para alcanzar la adhesión de
los adultos, aquellos que, al fin y al cabo, son los que pesan en toda
sociedad organizada. A pesar de ello, el Señor no cree que los niños
deban ser olvidados.
Vosotros, queridos padres, que hoy traéis a vuestros hijos para el
bautismo, entendéis muy bien la escena del evangelio. Sí, sintonizáis
perfectamente con los sentimientos de Jesús. Porque sabéis el valor de
estos niños que lleváis en brazos. Son personas a las que amáis,
personas que han de ser amadas. Les decís palabras de amor, les
sonreís, los cuidáis con esmero... Ellos entienden una cosa muy
importante que subyace en vuestra actitud de padres: que los amáis de
corazón. Sumergidos en esta atmósfera amorosa de vuestra familia, irán
creciendo armónicamente.

2. Lo mejor para estos niños: la fe
Vuestro amor paternal llega, hoy, mucho más lejos. Los padres
acostumbráis a soñar para vuestros hijos. Cuántas veces, mirándolos
plácidamente dormidos en la cuna, habréis pensado en su futuro.
Quisierais que tuvieran lo mejor y que fueran en todo los primeros.
¡Cuántos éxitos habréis imaginado para ellos! Vosotros, que sois
cristianos, sabéis que lo mejor que podéis dar a vuestros hijos es la fe.
Por esto la pedís a la Iglesia. A ella, Cristo le ha encomendado el
bautismo, es decir, el comunicar el don de la gracia. Por ello la Iglesia, a
través de su ministro, os recibe con alegría, acepta que estos pequeños
entren a formar parte de la familia de los cristianos y, por medio del
sacramento, en nombre de Cristo, los hace hijos de Dios. Vuestros hijos,
pues, nacen hoy a la vida sobrenatural.
El bautismo, puerta de los demás sacramentos, es un don. Don
significa regalo, cosa no exigida ni exigible. Dios, porque quiere que todos
los hombres se salven, procura su ayuda a todo el mundo. Así, ya desde
su infancia, vuestros pequeños se ven sumergidos en la fuerza divina de
la gracia.

3. Un acto de fe en la necesidad de Dios
Ser bueno es, para el hombre, una tarea difícil. En efecto, el hombre
se siente inclinado al mal, en muchas ocasiones. Y determinadas
realidades humanas, antecedentes a su historia personal, también
tienden a apartarlo del bien o a dificultar su consecución. Por ello, bien lo
sabéis, necesitamos recurrir a Dios. El hombre solo no es capaz de
alcanzar el bien. Ha de contar con un dato que es su origen, su apoyo y
su término: Dios.
¡Qué gozo el hecho de que hoy, padres, traigáis a vuestros hijos a
bautizar! Lo que hacéis es un acto de fe. Sí, vosotros creéis en la
necesidad de Dios. Incluso para estos vuestros inocentes hijitos.
Vosotros, al hacer este gesto religioso, tenéis toda la razón. Hemos de
alabar vuestro deseo. La Iglesia acepta vuestra fe. Y, como Cristo,
generosamente, bendice a vuestros hijos y les impone las manos, signo
de la donación del Espíritu Santo que, con el Padre y el Hijo, habita como
en un templo en el corazón de los bautizados.

4. La Iglesia os acoge y os recomienda que déis testimonio cristiano
La Iglesia os acoge. Sabe que sois miembros vivos y activos del
Cuerpo de Cristo. Y os recomienda que este acto de hoy, tan emotivo y
primordial, vaya acompañado con vuestro testimonio cristiano, es decir,
con el buen ejemplo de la vivencia de los valores del evangelio en vuestro
hogar. Esta conducta familiar será el signo de que amáis de verdad a
vuestros hijos. Y así ellos irán creciendo como buenos ciudadanos y
también como buenos hijos de Dios en la Iglesia católica, nuestra madre
que nos engendra, por medio del bautismo, a la vida eterna.
Celebramos pues, el bautismo con alegría, ternura y fervor religioso.
Pidamos que el don de Dios descienda hasta vuestros queridos hijos.
Oremos para que los padres y los padrinos sepáis secundar su fe.
Supliquemos que todos, ya que un día también recibimos el sacramento
del bautismo, recobremos hoy un nuevo aliento para vivir con más
energía la vida cristiana.
Homilía preparada por J. Guiteras
 



10. Homilía para público mayoritariamente no practicante, en una
celebración con muchos bautizos y muchos acompañantes de las familias.

Textos: Marcos 10,13-161.

El abrazo y la bendición de Jesucristo
Queridos padres: Con gozo habéis vivido el nacimiento de un hijo, fruto
de vuestro amor. La vida ha brotado en vuestro hogar, ha tomado parte
de vosotros dos para hacer algo único en el mundo: vuestro hijo... A
quien ahora presentáis para que sea bautizado.
Entre él y vosotros existen unos lazos más fuertes que todo: vosotros
sois sus padres, él es vuestro hijo. Para siempre existirá esta relación
entrañable y maravillosa entre él y vosotros.
También en la celebración del bautismo, nuestra fe cristiana nos
descubre que, a la vez que hay esta relación de amor y de unión de
vosotros, padres, con vuestro hijo, así mismo existen entre él y el mismo
Dios unos lazos más fuertes que todo, más fuertes que la muerte. Dios
ama a vuestro hijo con amor de Padre. Quiere iluminar el camino de su
vida con la luz de Jesucristo. Quiere, como vosotros, la felicidad de
vuestro hijo, y le tiene destinada una vida que supera la misma muerte.
Celebremos, pues, llenos de alegría el amor de Dios para con estos
niños que van a ser bautizados. Este amor de Dios que en el texto del
Evangelio que acabamos de leer, se nos muestra de manera visible en el
comportamiento de Jesucristo, cuando dice: "Dejad que los niños se
acerquen a mí, no se lo impidáis. De los que son como ellos es el Reino
de Dios". Y al decir esto Jesús "abrazaba y bendecía a los niños,
imponiéndoles las manos".
El bautismo que ahora celebramos, es el abrazo y la bendición de
Jesucristo para vuestros hijos.

2. Responsables del futuro de estos niños
Considerad también como todos tenemos una gran responsabilidad en
labrar el futuro de vuestros hijos. Su felicidad, especialmente en los años
de la infancia, depende del ambiente familiar que le proporcionéis los
padres, los hermanos, los abuelos y demás familiares. Para crecer bien,
necesita de vuestro afecto, de vuestro amor y dignidad humana.
También influirán mucho en su vida las condiciones que va a encontrar
en la sociedad: es decir, la escuela, el barrio (nuestro pueblo), (nuestra
ciudad), los compañeros. Por eso hemos de sentirnos responsables de
procurar juntos unas mejores condiciones de vida en todos los campos,
para que estos niños alcancen una vida mejor, una sociedad donde
encuentren la alegría de vivir y de compartir la vida con los demás en paz,
verdad y justicia.
También para que vuestros hijos puedan llegar a ser cristianos, hemos
de sentirnos responsables de vivir mejor la fe. No podemos acudir a los
sacramentos por tradición y costumbre social, sino que hemos de
celebrarlos como manifestación de nuestra adhesión a Jesucristo y como
integración real a la comunidad de la Iglesia. Evitemos el peligro de
convertir este sacramento del bautismo en una simple ocasión para
reunirse la familia y los amigos, y pasar la tarde juntos en un ambiente de
fiesta. Por esto, los cristianos aquí presentes, los padres en primer lugar,
hemos de renovar nuestra fe en Jesucristo. Tenéis que celebrar con
autenticidad este bautismo, de tal manera que, llevados por vuestra
sinceridad de creyentes, sepáis ofrecer a Dios el amor que sentís hacia
vuestro hijo, sepáis ofrecer a Dios los esfuerzos que emplearéis para su
educación humana y cristiana.
Por el bautismo, vuestro hijo entra a formar parte de la comunidad
cristiana. Deseamos de todo corazón un día que llegue, con vuestra
ayuda, a participar libremente de la fe en Jesucristo.
Homilía preparada por J. Hortet
 



11. Homilía sencilla en un barrio popular: el bautismo, oración y acción
simbólica con el grupo de cristianos del barrio que se reúne los domingos.

Textos: Marcos 10,13-16

1 Pedir el bautismo
Cuando habéis venido a pedir el bautismo para vuestro hijo, no os
hemos sometido a un examen de catecismo, ni os hemos preguntado por
los motivos que os impulsaban. Hoy en día, afortunadamente, hay
libertad, y nadie os fuerza a bautizar. Cuando nos habéis manifestado
vuestro propósito de bautizar a esta criatura, hemos entendido que, en
ocasión del nacimiento de vuestro hijo, pedíais que rezáramos unos
momentos con el grupo de cristianos del barrio que tenemos costumbre
de hacerlo juntos aquí cada domingo.

2. Rezar por este niño
Rezar, ¿por qué? Hay personas que piensan: "Si no la bautizamos, la
criatura puede que tenga problemas de salud". Los cristianos estamos
seguros de que el bautizar nada tiene que ver con los problemas de salud
de los pequeños.
Los cristianos rezamos siempre y en toda ocasión. Nos da una gran
alegría poder pensar que Dios se interesa por cada uno de nosotros. Nos
sentimos continuamente acompañados por Dios, y esto nos mueve a
manifestarle a Dios nuestros sentimientos, a rezar.
Lo que he dicho, que Dios se interesa por cada uno de nosotros, no lo
he dicho porque si. Hemos leído el Evangelio. Hemos recordado una
escena de la vida de Jesús. Jesús se interesa por los niños, les tiene
simpatía y hasta llega a manifestar que ellos pertenecen al Reino de Dios,
y que los mayores hemos de ser un poco como ellos para pertenecer a él.

Fijaos, voy a deciros algo muy importante. Los cristianos, solamente a
través de Jesús tenemos un conocimiento cierto y preciso de quién es y
de cómo es Dios. Todo cuanto Jesús hace y dice es lo que Dios hace y
dice. Jesús es Dios manifestado a nosotros, Dios con nosotros.
Vosotros habéis traído este niño aquí, al lugar donde se reúnen para
rezar los cristianos que creen en Jesús, como hijo de Dios. Y nosotros os
decimos: Dios siente simpatía hacia esta criatura; Dios la quiere; esta
criatura, tan pequeña e inconsciente, forma parte del Reino de Dios. Y os
lo decimos, porque nos fiamos de lo que Jesús hizo y dijo.
Y mientras os decimos esto, os invitamos a rezar. Os invitamos a
sentiros cerca de Dios en la alegría de tener este niño. Os invitamos a
manifestar vuestro deseo de que esta criatura crezca sana, y sea una
persona de bien. Y puesto que no vivimos en las nubes, sino con los pies
colocados sobre el suelo, os invitamos a pedir que esta criatura, cuando
crezca, sepa luchar contra el mal de nuestro mundo, y sepa ponerse de la
parte del bien, de la parte de Dios.

3. Orar con los signos sacramentales
Los cristianos rezamos con el corazón, a veces sin decir nada; con la
boca, expresando nuestros sentimientos y también con signos, es decir,
representando aquello que, con nuestra oración, queremos expresar.
En la reunión más importante que los cristianos tenemos, que es la
Misa, representamos, con el pan y el vino, que Dios nos alimenta, que
nos da su vida, que es como un padre de familia que nos reúne entorno a
su mesa para estar con nosotros.
En el bautismo, nuestra convicción de que Dios ama a esta criatura, y
le da su vida, la representamos con el agua, la luz, la sal y el aceite
perfumado. Cada una de estas representaciones evoca algún aspecto de
esta realidad que, si la pensamos bien, nos deja literalmente
descolocados y, al mismo tiempo, nos llena de alegría y de
agradecimiento: Dios se interesa por cada uno de nosotros, Dios nos da
su vida, Dios nos saca del mal del mundo, y nos considera como a
verdaderos hijos, con la misma estima y consideración que su Hijo Único,
Jesucristo.
Homilía preparada por C. Martí
 



12. Homilía para aquellos públicos formados que, como dice el texto,
valoren y practiquen el amor a los hermanos y en cambio olviden el amor
a Dios.

Textos: Marcos 12,28-34

1. Un gesto no únicamente "religioso"
Permitidme, hermanos, que hoy me dirija especialmente a los padres
de los niños que son presentados para el bautismo y empiece diciendo
que han venido para hacer un gesto, al mismo tiempo "religioso" y
"cristiano". Gesto religioso en primer lugar, porque es un gesto de
búsqueda de Dios: queréis que este hijo que presentáis ante la Iglesia,
tenga algo más que la vida humana, ya preciosa, que vosotros como
padres, le habéis dado. Estáis contentos contemplando a este pequeño
que ha alegrado vuestro hogar; pero me atrevo a decir que no estáis
plenamente satisfechos aún; con este gesto de presentar a vuestro hijo
ante Dios, en el fondo, estáis haciendo vuestras aquellas palabras del
salmista: "Estoy sediento de Dios, del Dios que es mi vida" (Salmo 41,2).
Queréis para vuestro hijo algo más que la sola vida natural.
Pero vuestro gesto no es únicamente "religioso". En efecto, al
presentar vuestro hijo a la Iglesia manifestáis claramente no buscar para
él simplemente al Dios Señor de todo, el Dios que buscan, ni que sea a
tientas, la mayoría de los hombres. Vosotros buscáis para vuestro hijo
aquel Dios que nos enseñó Jesús. Es verdad que de Dios sólo hay uno;
pero a este único Dios no todos los hombres lo conocen con la misma
plenitud; quienes hemos escuchado a Jesús sabemos muchas más cosas
de este único Dios al que buscan todas las religiones; sabemos que este
Dios se ha hecho hombre y, por los hechos y palabras de Jesús, por su
Evangelio, por la Iglesia que El instituyó, llegamos a conocer
-limitadamente, es verdad, pero realmente- lo que Dios ha hecho para los
hombres y lo que Dios desea que los hombres hagan para salir a su
encuentro.
Es precisamente este Dios manifestado por Jesucristo el que vosotros
queréis dar a vuestros hijos. Por esto habéis venido a la Iglesia, por esto
deseáis que vuestro hijo sea cristiano. Podemos decir, pues, que vuestro
gesto no es únicamente "religioso" sino también "cristiano". Vosotros
queréis que vuestro hijo se acerque y se adhiera a Dios siguiendo el
camino que nos ha enseñado Jesús, el Jesús que nos ha manifestado, de
una forma clara, lo que es Dios invisible y lo que este Dios desea de los
hombres.
Por esto no os habéis limitado a encomendar a vuestros hijos a la
protección del Creador. No sólo os proponéis conducirlos por el camino
del bien, tal y como os dicta vuestra conciencia, sino que, fiados en que
Jesús es el único Dios, os proponéis también conducirlos por las sendas
que El nos ha enseñado. Por esto hoy los presentáis a la Iglesia, la familia
de Jesús, el lugar donde El habla a sus discípulos. Y por esto también
pedís que este vuestro hijo sea admitido en la familia cristiana,
incorporado a la Iglesia de Jesús, comprometiéndoos a enseñarle su
doctrina, su Evangelio que se proclama y se enseña en la Iglesia que El
mismo fundó.

2. Queréis que vuestro hijo sea "cristiano"
Y es precisamente porque queréis que vuestro hijo sea "cristiano",
discípulo de Jesús y miembro de su Iglesia, la razón por la cual hoy, en
esta celebración, hemos proclamado ante vosotros, que seréis los
responsables de transmitir a vuestro hijo cuando sea mayor las
enseñanzas de Jesús, unas palabras del Señor que indican lo que hay
que hacer para seguir por los caminos de Jesucristo. Lo habéis
escuchado: un hombre que quería, como vosotros, seguir el camino de
Jesucristo, "un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué
mandamiento es el primero de todos?" Es esta misma la pregunta que
hoy, en este primer contacto de estos niños con Jesús, vosotros hacéis al
Señor en nombre de ellos. Vuestros hijos, hoy, ciertamente, no han
entendido la respuesta, pero simbólicamente la habéis escuchado
vosotros, que sois quienes os comprometéis a educarlos según estas
enseñanzas de Jesús.
Ante esta pregunta, como os decía, el Señor da una primera respuesta
"religiosa" -que los hombres honrados entienden aunque no sean
cristianos- y una segunda respuesta "cristiana", dirigida a los creyentes
en Jesús, respuesta ésta segunda que tal vez no entienden igual de bien
quienes sólo buscan a Dios con sus inteligencias, respuesta que no está
ciertamente arraigada en el ambiente como lo está hoy la primera; pero
respuesta que es, no obstante, necesario escuchar para seguir a Jesús,
para ser "cristiano" de verdad.
La respuesta "religiosa" dice: "El segundo mandamiento es éste:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Es un mandamiento ciertamente
fundamental y sin el cual resulta imposible ser cristiano, e incluso ser
buena persona; es como el primer paso en el seguimiento de Jesús, el
primer grado en la escuela del Señor. Porque "quien no ama al hermano
a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,21). Este
mandamiento lo entienden ciertamente hoy todos los hombres, podemos
decir que está en el ambiente; es por esto que os decía que, en cierta
manera, hoy es un mandamiento de "religión natural".
Pero a nosotros que queremos ser cristianos, seguir en la escuela de
Jesús, El nos ha dicho en la lectura evangélica que hay otro mandamiento
más, propio de su evangelio; que para ser cristiano, si bien el amor al
prójimo es necesario, no es, en cambio, suficiente. Jesús nos ha dicho
que existe otro mandamiento que, a pesar de presentarse
cronológicamente en segundo lugar, ya que se empieza amando a los
hermanos -nadie que no ame al hermano puede decir que ama a Dios- en
importancia, en cambio, es más grande, ocupa el primer sitio, es el
"primer mandamiento" como le ha dicho al letrado que lo interrogaba. A
quienes, como estos niños hoy, preguntan a través de sus padres: ¿Qué
mandamiento es el primero de todos?", Jesús les responde: "El primer
mandamiento es: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser". Este mandamiento hoy no
forma parte de la "religión natural" de los hombres, hoy la gente, que
habla mucho de amar a los hermanos, habla en cambio poco de la
plegaria, del culto, de amor a Dios por si mismo. Hasta incluso muchos,
con una indudable buena fe, piensan que amar al prójimo es ya amar a
Dios. Pero no: una cosa es que el amor al prójimo sea el primer paso y
que sin amar al hermano no es posible amar a Dios, y otra cosa es que
amar al hermano ya sea amar a Dios.
Jesús, como hemos escuchado, no habla de un mandamiento sino de
dos mandamientos: uno, amar a Dios, es el primero; el otro es
"semejante", pero es sólo el segundo mandamiento. Jesús pone pues en
la cima de la vida cristiana amar a Dios y, como escalón y primer paso en
el camino, amar a los demás.
Si recordáis, cuando hemos iniciado esta celebración, hemos
preguntado a los padres de estos niños: "Al pedir el bautismo para
vuestros hijos, ¿sabéis que os obligáis a educarlos en la fe, para que
estos niños, guardando los mandamientos de Dios, amen al Señor y al
prójimo, como Cristo nos enseña en el Evangelio?" Y habéis respondido
afirmativamente. He aquí, pues, el camino enseñado por Jesús, la senda
por la que han de caminar estos pequeños: el amor, el servicio, la
dedicación, en primer lugar a Dios y el amor en segundo lugar a los
hermanos. Esta es la senda de la vida cristiana.
Este camino es hoy una senda verdaderamente difícil, debido sobre
todo al hecho de que nuestro ambiente habla poco de Dios. Pero es el
camino enseñado por Jesucristo, el camino al que se comprometen a
través de los padres, estos niños que hoy van a ser bautizados. Pidamos,
pues, que el Señor ayude a estos niños a seguir durante su vida el
camino cristiano y que sus padres tengan el acierto y el coraje necesarios
para enseñarles estos dos mandamientos fundamentales de la vida
cristiana.
Homilía preparada por P. Farnés
 



13. Homilía que reflexiona sobre el bautismo como don gratuito que permite
vivir la vida de Dios, hecho presente por medio de unos gestos y unas palabras
en el interior de la Iglesia; un don que exige la colaboración de los creyentes y
que es un compromiso que asume toda la comunidad cristiana.

Textos: Juan 3,1-6

La conversación que acabamos de escuchar entre Jesús y Nicodemo
nos ha recordado, a los que estamos reunidos en esta celebración, el
sentido profundo del motivo que nos reúne. Cada una de las familias que
estáis aquí, con vuestro niño, habéis vivido -hace más o menos semanas-
este acontecimiento que os ha llenado de gozo: ¡ha nacido un niño en
vuestro hogar! Pero la reunión de todos vosotros en una misma
celebración como fieles cristianos, así como mi presencia aquí como
ministro de nuestro Señor Jesucristo, está motivada por un nuevo gozo: el
nacimiento nuevo de estos niños. En palabras de Jesucristo, se trata de
un nacimiento del Espíritu Santo.

1. El nuevo nacimiento: para ver el Reino de Dios
Los hombres, cuando miramos las cosas a simple vista, hacemos como
Nicodemo. Aunque nos consideremos enterados, e incluso quizá lo
estamos, como lo estaba Nicodemo, de las cuestiones que se refieren a
las Escrituras, la respuesta de Jesús siempre nos sorprende. Cuando
vemos a estos niños, tan alejados de nuestras ambiciones cotidianas, tan
inofensivos en comparación con nuestra agresividad, nos cuesta mucho
entender que se les pueda dar algo mejor que lo que ya tienen. ¿Por qué
han de nacer de nuevo? ¿Por qué hay que bautizarlos?
La respuesta de Jesús es muy clara: ¡para que puedan ver el Reino de
Dios!: "Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino
de Dios".
Ver el Reino de Dios significa entrar en la comunión con el Padre, con
Jesucristo su Hijo, y con el Espíritu Santo. Ver el Reino de Dios significa
ser Hijos de Dios en Jesucristo. Ver el Reino de Dios significa haber
entrado en la esfera divina, en la familiaridad con el Padre que nos ama y
nos ha salvado, por Jesucristo. Ver el Reino de Dios significa estar en
posesión de la herencia que Dios nos tiene reservada, desde siempre, a
los que él mismo ha querido llamar a la esperanza.

2. El misterio del Espíritu que actúa
Todo eso no lo da el simple hecho de nacer. Nadie nace cristiano,
como nadie nace sabio, ni rico, aunque estas cualidades son de otro
orden. Un niño llegará a ser un sabio si es educado en su inteligencia;
llegará a rico si su familia lo es y le otorga bienes. El hombre llega a ser
cristiano cuando, por el agua y el Espíritu Santo, a través de la acción del
ministro del sacramento, "nace de nuevo"; es decir, cuando empieza a
vivir, por gracia de Dios, en esta nueva situación de Hijo de Dios que no
se puede encontrar en nada de aquí abajo, sino que lo recibe totalmente
de Dios. Ningún hombre puede hacer nacer a otro del Espíritu"; "lo que
nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu".
¡Cuán misterioso es todo esto!, diréis. Es verdad, es misterioso. No
pertenece al nivel de las cosas que se pueden ver y tocar. El propio
Jesús, en la continuación de este diálogo con Nicodemo, comparó al
Espíritu Santo con el viento: uno no lo ve, pero se da cuenta de que
pasa. Así ocurre con el Bautismo: no se ve la acción de Cristo, ni la fuerza
del Espíritu que actúa, haciendo nacer de nuevo a estos niños; pero
creemos que algo ocurre porque vemos y oímos unos gestos y unas
palabras repletas de significado.
El gesto central del bautismo, que consiste en que el ministro derrama
el agua sobre la cabeza del niño, o el bañarlo todo él en el agua, mientras
anuncia la fe de la Iglesia en el sentido de lo que se está haciendo, es
suficientemente expresivo de esta realidad misteriosa, que no vemos. Es
como si dijera: "A ti, niño concreto, con tu nombre, miembro de una familia
concreta que te acoge y te ama, yo, como ministro y representante visible
del mismo Jesucristo, tu Señor y Salvador, te bautizo. Es decir, te sumerjo
de algún modo en el agua, como si volvieras a entrar en las aguas
primitivas, para que ahora nazcas de nuevo; y este nuevo nacimiento te
incorpora a una nueva familia: la familia de Dios, el Padre, y el Hijo, y el
Espíritu Santo. Por el agua y el Espíritu Santo has nacido de nuevo y ya
puedes ver el Reino de Dios".
Nadie de los que estamos aquí puede hacer esto. Solo Dios lo hace. Y
Dios ha querido que se hiciera por el agua del bautismo, celebrado en la
Iglesia. ¿No os parece que hay que dar gracias a Dios por este nuevo
nacimiento? ¿No os parece que lo que estamos haciendo es una llamada
a levantar nuestra mirada más allá de lo que se ve? Nuestros ojos son
también carne, también son cosas humanas. Pero Dios nos ha dado una
luz nueva para ver las cosas nuevas que él hace con nosotros: es la fe.

3. Nuestra colaboración al don de Dios
Esta fe, don de Dios, exige nuestra colaboración. Bautizar a un niño no
es sólo cuestión de un momento fugaz. Bautizar a un niño, tanto por parte
de los que piden para él el bautismo, como por parte de la misma Iglesia
que lo acepta en la comunidad de los creyentes, es un compromiso serio.
El don de Dios queda situado en el compromiso responsable de la Iglesia.
El nacimiento de nuevo, que comienza en el bautismo, exige también una
vida "nueva".
Ninguno de los adultos que estamos aquí nos hacemos ilusiones sobre
la facilidad de esta tarea. Tenemos mucha experiencia de como la vida de
cada día más bien nos impulsa a mirar a ras del suelo, y como la "vida
nueva", la vida de la fe, la obediencia al Espíritu Santo, nos resultan muy
a menudo difíciles. ¡Quién sabe si nos falta recordar con mayor
frecuencia que el propio Dios es quien ha empezado en nosotros esta
tarea, al hacernos nacer de nuevo por el bautismo! Y que no nos ha
dejado solos. Nos ha hecho hijos suyos, y nos ha puesto en familia: la
comunidad cristiana. Unos para otros somos la proximidad de la ayuda de
Dios, por el testimonio de fe, por la intensidad de la esperanza en las
dificultades, por la fuerza del amor que todo lo supera, todo lo aguanta,
todo lo transforma.
Este es, hermanos, el misterio que vamos a celebrar. Pidamos al Padre
del cielo la luz de la fe para poder participar de él con fruto; pidamos la
ayuda de los santos, hermanos nuestros en la misma familia "nueva", por
estos niños que tanto amamos, por nosotros mismos, y por la tarea de
ayudarles a crecer como hijos de Dios.
Homilía preparada por P. Tena
 



14. Homilía breve pensada para gente sencilla con vivencia cristiana

Textos: Ezequiel 36,24-28; Juan 3,1-6

Hoy la Iglesia, y más concretamente esta pequeña célula que es la
comunidad de..., está de fiesta. Y fiesta grande. El motivo es que ingresa
en ella un nuevo miembro ampliando esta red de comunicación de vida
que es nuestra comunidad de discípulos de Cristo.
Hace unos días que N. recibió la vida de sus padres. Ahora Jesús le
propone que nazca de nuevo, que se convierta en hijo de Dios.
El primer nacimiento lo ha hecho ciudadano de la familia humana y por
esto lo habéis inscrito en el registe civil; ahora, el segundo nacimiento lo
convierte en ciudadano del cielo, conciudadano de los santos, y entra a
formar parte de un Pueblo que posee el don de poder llamar a Dios:
PADRE.
Ahora bien, este niño que nace a la vida de Dios, también ha de crecer
en esta vida. Así como sería antinatural traer un hijo al mundo para
dejarlo morir de hambre o de frío, de la misma manera sería incoherente
traer un hijo a bautizar y no darle el alimento que necesita para crecer en
esta vida de Dios.
Y ¿cuál es este alimento? Pues el del AMOR. Un amor que se traduce
en presencia, diálogo, convivencia sin trampas ni engaños, sin substituir
la donación mutua con cosas o con dinero, sin dejarse llevar en la
práctica por otros valores: dinero, confort, la TV o la casa de los fines de
semana.
Un amor que pide que la familia sea un espacio de fraternidad
cristiana, de relaciones gratuitas, no interesadas, de cooperación entre
todos sus miembros, de paz, de justicia. Una justicia que lleve la familia,
en sus relaciones internas y también con las personas de fuera, a
compartir siempre, acoger siempre, comprender siempre, perdonar
siempre, respetar al otro siempre.
A vosotros, padrinos, y a todos los que participamos de esta
celebración, también nos corresponde una tarea. Hemos de hacer todo lo
posible para ayudar a los padres a saber crear este clima familiar de
amor. Debemos ayudarles a educar en la fe a este niño que hoy nace a la
vida de Dios.
Ojalá que N., cuando sea mayor, pueda decir: verdaderamente mis
padres, mis padrinos y todos cuantos me acompañaron en mi bautismo,
me han enseñado con su vida lo que significa ser cristiano.
Homilía preparada por Ll. Suñer
 



15. Homilía para público medio

Textos: Romanos 6,3-5; Juan 3,1-6

1. Creemos en el Bautismo
Es evidente que los que nos encontramos reunidos en torno a la Pila
Bautismal y el Cirio Pascual, creemos en el Bautismo. Si no fuera así,
¿qué sentido tendría el haber pedido este sacramento para vuestros
hijos?
Pero, tal vez -perdonad mi suposición- ya nos resultaría más difícil
decir qué creemos del Bautismo; o dicho de otra manera, qué creemos
que pasa cuando alguien es bautizado.
El Bautismo, como los demás sacramentos, es un gesto significativo,
es decir, quiere expresar alguna realidad. Lo que el gesto bautismal
significa, creemos que se realiza de verdad porque Jesucristo nos ha
dado su palabra.
Así, pues, todavía podemos hacer la misma pregunta con otras
palabras: ¿qué significa el gesto de bautizar?
La celebración del Bautismo, semejante a la misa, conlleva primero la
proclamación de unas lecturas que, comprendidas desde la fe, nos
ayudan a descubrir la significación del gesto sacramental que se cumplirá
después.

2. Ser bautizado es nacer a una vida nueva
Las lecturas que hemos proclamado nos dan dos de los posibles
significados del Bautismo y, por ello, de lo que creemos que pasa cuando
alguien es bautizado.
Jesús, hablando con Nicodemo, le dice que para poder ver (o entrar,
que viene a ser lo mismo) en el Reino de Dios, debe nacer de nuevo.
"Ver y entrar en el Reino de Dios" quiere decir reconocer a Jesús como
aquel en quien, tanto en su persona, como en su predicación, como en
toda su actividad, el Reino de Dios se hace presente.
Este reconocimiento es imposible a la sola reflexión humana. Esto es lo
que significa la expresión: "de un hombre de carne lo que nace es carne".
En cambio le será posible si "nace de lo alto", si "nace del agua y del
espíritu", es decir, si es bautizado. A quien "ha nacido de lo alto" le es
dado poder ver y entrar en el Reino de Dios.
La Pila Bautismal viene a ser como el seno materno del que salimos
viviendo "la vida de lo alto", la vida nueva de hijos de Dios. Es por ello
que el cristiano tiene todo el derecho de dirigirse a Dios llamándole
Padre: de El ha nacido a través del Bautismo.

3. Ser bautizado es morir y resucitar con Jesús
Lo que acabamos de ver en el Evangelio es semejante a lo que san
Pablo nos decía en la primera lectura.
El gesto de bautizar (sobre todo si consideramos que derramar el agua
sobre la cabeza significa sumergir del todo dentro del agua para volver a
salir) se asimila al gesto por medio del cual Jesús nos salvó: su muerte (y
sepultura) y su resurrección. Desde entonces Jesús, incluso como
hombre, vive la plenitud de la vida de Dios.
El gesto de bautizar significa, pues, ser sepultado (morir) con Jesús
para resucitar con El. Este significado se convierte en realidad para la
persona del bautizado. Esta es nuestra fe.
Muertos para todo cuanto signifique malicia y pecado; muy despiertos,
en cambio, para todo cuanto signifique generosidad y bondad; tanto para
Dios, que nos es Padre, como para los demás, que son nuestros
hermanos.
Todavía hay más: El cristiano, el bautizado, es ya un resucitado,
incluso antes de morir. Para el cristiano, para el bautizado, la muerte, a
pesar del temor natural que implica, no es un enigma indescifrable. Sabe
que, por el Bautismo, posee en sí mismo la resurrección de Jesús.
Esto es lo que significa "salir del agua" y también es este el significado
de que cada bautizado reciba el propio cirio bautismal encendido en la
llama del Cirio Pascual, símbolo de Jesús resucitado.

4. Acogida libre y respuesta comprometida
Todo esto que hemos descubierto a partir de la Palabra de Dios, es
obra suya en nosotros. Por esto los bautizados hemos de decir con
María: "EI Todopoderoso obra en mí maravillas".
Ahora bien, es necesario que estas maravillas sean acogidas con
responsabilidad y con libertad. Por ello, al comienzo de la celebración,
vosotros, padres y padrinos, os habéis comprometido a "educar a estos
niños en la fe", que quiere decir hacer que lleguen a descubrir la
grandeza de las maravillas que Dios ha obrado en ellos.
Iniciemos el cumplimiento de nuestra tarea educadora dándonos
cuenta de que nosotros mismos, los adultos que participamos en esta
celebración, también hemos sido objeto de estas maravillas de Dios.
Así, después, aunque no sin esfuerzo, seremos capaces de vivir con
naturalidad nuestra vida, en todas sus esferas de acción, gozosamente
convencidos de los valores de nuestra fe cristiana, para poder ayudar a
estos pequeños a vivir de forma semejante.
Homilía preparada por A. Casas
 



16. Homilía para público medio

Textos: Romanos 6,3-5; Juan 3,1-6

Las lecturas que acabamos de escuchar nos ayudan a reflexionar
sobre el significado del bautismo para los cristianos.

1. La vida es un don de Dios
En el evangelio que hemos escuchado, de entrada nos puede
sorprender la pregunta que un señor llamado Nicodemo, experto en
temas religiosos, hace a Jesús: "¿Cómo puede nacer un hombre siendo
viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y
nacer?" La imagen es lo bastante clara: no deja lugar a dudas, es
imposible meterse de nuevo dentro del vientre de la madre.
Con su respuesta, Jesús intenta explicar que nos habla de otra cosa.
Nos habla del significado del bautismo cristiano: nacer de nuevo. Este
nacer de nuevo es totalmente gratuito, al igual que el mismo nacimiento.
Cuando un niño nace la vida nos sorprende, celebramos la irrupción de la
fuerza de la vida. Estamos contentos y lo celebramos.
Con el bautismo, este nacer de nuevo, celebramos también desde la fe
que la vida es un don de Dios, lo reconocemos explícitamente y por eso
estamos aquí, por eso la Iglesia quiere celebrarlo y lo considera
importante.
Nos alegramos de que la vida nos llene de su fuerza, de que la vida
sea un maravilloso regalo de Dios. Nadie nos ha preguntado si queríamos
nacer: es el regalo del amor de los padres, es el regalo del Amor de Dios
que quiere la vida y la vida para siempre.

2. Ser bautizado es sumergirse para nacer a una vida nueva
San Pablo, partiendo del hecho que bautizarse es sumergirse en el
agua para salir de nuevo, dice que el bautismo simboliza nuestra
incorporación a Cristo, somos sepultados con él, y al resurgir del agua
resucitamos con Cristo, nacemos a una vida nueva.
Con esta imagen del bautismo, que simbolizamos con el agua,
expresamos esta doble realidad presente a lo largo de la vida de estos
niños: la vida y la muerte. Este decir sí y no. Si decimos NO a aquello que
no nos deja vivir es para decir Sí a la vida.
A estos niños que han abierto los ojos a la vida, no les podemos
esconder la cruda realidad: en el mundo existe la muerte. Quizá la
conocerán de cerca cuando sean más mayores, cuando vean morir algún
pariente próximo o quizás algún amigo. Descubrirán también que hay que
decir no para optar por el sí, por la VIDA.
Hoy celebramos que, como nos dice san Pablo, si por el bautismo
nuestra existencia está unida a Cristo en una muerte como la suya, de
entrega, de un sí a la vida, también está unida en una resurrección como
la suya, a una vida para siempre.
Todo esto lo significamos con el agua. En el evangelio hemos
escuchado: "nacer de agua y de Espíritu".

3. La vida nueva en Cristo Jesús
El sí que decimos, el sí que expresamos, es el sí a la vida, a la vida EN
Cristo Jesús.
Lo simbolizamos con la unción. Yo después ungiré a estos niños para
significar realmente el hecho de ser de Cristo.
Ser de Cristo para vivir en Cristo. Y esta vida en Cristo tiene un doble
aspecto: el aspecto de don, don del Espíritu y el aspecto de respuesta,
respuesta desde la fe.
Con nuestra respuesta nos comprometemos por estos niños, como
padres y padrinos. Manifestamos que vale la pena vivir según Cristo, que
vale la pena amar, que vale la pena dar la vida por amor, decir sí a Cristo.
Y la mejor manera de responder es que vuestros hijos descubran que os
amáis, que experimenten la fuerza de vuestro amor, que os dais el uno al
otro, que les amáis sin esperar nada a cambio, les amáis gratuitamente,
como Dios.
Así podrán entender mejor cuando sean mayores, lo que es nacer de
nuevo, lo que es vivir la vida nueva en Cristo Jesús.
Homilía preparada por J. Fontbona
 



17. Homilía para público medio

Textos: Juan 4,5-14

1. El agua hace que haya vida
Muchas veces en la vida habremos sentido la necesidad de beber
agua. La sentimos cuando hace calor, cuando caminamos largo rato.
Pero la habremos adivinado también en los niños cuando juegan, cuando
comen, cuando se dan cuenta de que hay una fuente cerca o cuando,
acabado el colegio, llegan a casa y nos dicen de golpe, con la
contundencia de quien se sabe en posesión de un derecho: "quiero
agua". Y es tan corriente esta necesidad que siempre nos resulta familiar
la imagen de una persona que, al encontrarse con otra, le pide agua,
igual que pasa ahora en la escena del evangelio que hemos leído en que
Jesús, frente a la samaritana que se acerca al pozo, le pide sin complejos:
"dame de beber". Es esta una escena muy nuestra porque de una u otra
manera, la hemos vivido infinidad de veces.
El agua es para el hombre el símbolo de la vida, no sólo porque nos la
recuerda sino también porque la alimenta. Es verdad que donde hay vida
siempre se encuentra agua. Ambas son inseparables.

2. Por el agua bautismal estos niños inician una nueva vida
La Sagrada Escritura se hace eco muchas veces de este simbolismo. Y
así, cuando nos describe la felicidad a la que Dios destinó a los primeros
hombres, nos habla de una pareja, Adán y Eva, que goza de un paraíso
regado por cuatro ríos: son los símbolos de la fertilidad. Cuando los
israelitas, al traspasar el Mar Rojo, estrenan la libertad, el agua los
protege por uno y otro lado sin que los ahogue: es el símbolo de una ruta
que los conduce a ser un pueblo libre. Y sabemos de Jesús que, cuando
ha derramado toda su sangre por nosotros en lo alto de la Cruz, saltan de
su pecho herido unas gotas de agua: ellas significan su amor sin
reservas. Estos son unos ejemplos que reflejan con claridad el valor del
agua en la vida que Dios va produciendo.
Y hoy pasa algo parecido. Por medio del agua bautismal que estas
niñas y niños van a recibir, iniciarán una nueva vida: la de hijos adoptivos
de Dios, la de creyentes en Jesucristo, la de miembros de la Iglesia. Ellos
aún no saben nada de todo esto; pero, vinculados a vuestra fe, acogidos
por la comunidad de la parroquia, despertarán, poco a poco, paso a
paso, a medida que vayan creciendo, a las múltiples posibilidades que da
la fuerza liberadora de Jesucristo que, a través del agua, los penetra
totalmente. Su fertilidad como creyentes va unida al rito bautismal que
celebramos.

3. La responsabilidad de los padres y de la comunidad cristiana
Con todo, a fin de que este bautismo fructifique y no quede estéril, es
necesario que los padres y la comunidad cristiana sigamos la manera de
actuar de Jesús tal como se nos manifiesta en su relación con la
samaritana. Fijémonos en ello.
Después que Jesús le hubo pedido el agua, El no se conformó con
recibir su favor. Fue más allá y, a partir de la necesidad de agua que
tenía, busca la comunicación con aquella mujer. Se interesa por ella. Se
muestra sensible a sus problemas y al itinerario de su vida. Por ello la
liberación que Jesús le ofrecía en su mensaje se hizo realidad en su
interior y ella salió transformada de la conversación. Si hubiéramos leído
la narración toda entera, habríamos escuchado el cambio que se produjo
en la samaritana, convertida desde aquel momento en un vigoroso testigo
de Jesús: "porque muchos de los samaritanos de aquel pueblo creyeron
en El por la palabra de aquella mujer".
Hoy, al celebrar este bautismo, Dios nos pide esta transformación. Es
verdad que nos encontramos en una fiesta familiar y por ello sentimos el
gozo de encontrarnos juntos como parientes o amigos. Pero también es
verdad que esta celebración es una llamada que Dios nos hace para que
cambiemos algo más y seamos mejores. Mejores, ¿en qué sentido? En el
de ser sensibles a las inquietudes y aspiraciones de los hombres, en el
de interesarnos con generosidad por la persona que tenemos cerca de
nosotros, por la que busca nuestra acogida, por la que sufre, por la que
es más pobre, por la que necesita de nosotros. Igual que lo hizo Jesús.
Dejemos, pues, que hoy nos sorprenda entre Jesús y nosotros aquel
mismo contacto que, al lado de un pozo, hubo un día entre El y la
samaritana. Así este bautismo será también como una renovación del que
nosotros recibimos un día. Y convirtiéndonos cada día un poco más,
aquel agua bautismal no será estéril: seremos testigos de Jesús.
Homilía preparada por J.M. Galbany
 



18. Homilía pensada como intento de profundización en el sentido de
la vida cristiana, especialmente para público joven (los padres suelen ser
jóvenes). Incluye algunos elementos de explicación del rito.

Textos: Juan 4,5-14

1. La invitación de Dios: camino de vida
Hemos escuchado esta narración del encuentro entre Jesús y esta
mujer de Samaria. Una mujer que iba a buscar simplemente un poco de
agua para las necesidades cotidianas de su casa Pero que halla la
invitación de Jesús, una invitación que va mucho más allá de lo que ella
pensaba. Jesús le propone un camino de vida, simbolizado por esta
fuente de agua viva que sacia la sed que el hombre tiene.
Esta invitación de Dios, este camino de vida que él desea para todos
los hombres, es la que nos trasmitió y nos enseñó Jesucristo. Ser
cristiano significa abrirse a la llamada de amor de Dios, querer avanzar
por este camino de vida que encontramos en el Evangelio de Jesús.
Y por eso estamos hoy aquí reunidos. Para celebrar gozosamente esta
vida, esta fe, esta esperanza. Para pedir a Dios que comunique a estos
niños que empiezan su camino la gracia de seguir también ellos el camino
de Dios, el camino de Jesucristo.
Quizá nosotros, como aquella mujer de Samaria, hayamos venido sin
captar enteramente -sin vivir coherentemente- la grandeza del camino de
amor y de vida que Dios nos brinda. Pero quizás también nosotros -y
también como aquella mujer que el evangelio nos dice que había tenido
cinco maridos- busquemos en el fondo y a través de todo lo que vivimos,
algo mejor, algo con más amor, con más vida. Y sin duda, vosotros, los
padres de estos niños, lo anheláis para ellos. Abrámonos con fe y
esperanza a la promesa de Jesucristo: "el agua que yo daré se convertirá
dentro de vosotros en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna".
Que esta sea hoy nuestra plegaria, nuestro anhelo muy sincero.

2 Agua símbolo de vida: dar fruto
El momento central de nuestra celebración será el sumergir a estos
niños -a los hijos de vuestro amor- en el agua. No significa primariamente
este agua -como a menudo se piensa- un rito de purificación, para lavar a
estos niños de su pecado (estos niños no son ellos responsables de
ningún pecado). Esta agua simboliza lo que hemos escuchado en el
evangelio: una agua símbolo de vida, fuente de vida. Igual que la tierra no
fructifica sin la bendición del agua -de la lluvia, del riego-, también
expresamos nosotros mediante este signo que nos transmitió Jesucristo y
que la Iglesia ha ido realizando a través de los siglos, que nuestra vida
necesita de la bendición del amor de Dios para dar fruto.
Dicho de otro modo: que queremos que estos niños -lo queremos y lo
esperamos- avancen por un camino de amor, de verdad, de justicia, de
bondad. Un camino que Dios bendiga y en el que ellos den muy
abundante -y muy humano- fruto de vida. Que de su corazón surja este
surtidor del que nos habla JC: un surtidor que sea fuente de lo mejor que
el hombre puede vivir y hacer sentir. Porque si es así, ellos serán
realmente hijos de Dios.

3. Fidelidad a lo que hoy celebramos
Esto es lo que hoy pedimos, celebramos y deseamos. Con una entera
confianza de que nuestro Padre del cielo quiere con su inmenso amor
hacia nosotros -y muy especialmente, hacia estos niños y niñas- que así
sea. Por ello la pobreza de nuestra plegaria, de nuestras palabras, de
nuestros ritos, adquieren realidad y fuerza. Porque Dios está aquí, está
en estos niños, está en nuestro y su camino.
Que esto que hoy celebramos siga siendo verdad -siga siendo
realidad- mañana, pasado mañana y cada día, cada año, en la vida de
estos nuevos cristianos. Porque la bendición de Dios, su continua
invitación a crecer en la verdad y el amor; llegará a estos niños sólo a
través nuestro, a través vuestro. Estos niños necesitarán crecer en un
ambiente de cotidiano amor -muy real, tejido de hechos, de comprensión,
de sacrificio-; necesitarán vivir en una atmósfera de verdad, de
coherencia, lejos de todo engaño o hipocresía; necesitarán que todos
nosotros luchemos por prepararles una sociedad más justa, más
fraternal, más libre, más humana; necesitarán también que la comunidad
cristiana se presente para ellos con mayor fidelidad al Evangelio de
Jesucristo, acogedora, superando todo lo caduco para abrirse a la
perenne juventud del camino cristiano.
Necesitarán, finalmente, alegría. Y con esto podríamos terminar estas
palabras. Nuestro acto de hoy es una celebración de fiesta. Que esta
alegría -esta alegría que nos viene también de Dios- esté siempre
presente en la vida de estos niños y de todos los que les acompañemos
en su camino. Este será el gran "don de Dios" del que nos hablaba el
evangelio que hemos escuchado.
Homilía preparada por J. Gomis
 



19. Homilía para público medio

Textos: Juan 4,5-14

1 La samaritana se encuentra con el agua verdadera
Jesús, sentado junto al pozo, es una imagen muy realista de un país
de enormes zonas casi desérticas, en las que abruma el bochorno del sol.
El caminante-predicador necesita beber. Una samaritana, de raza
despreciada y además de mala vida, se acerca al pozo. La mujer también
tiene sed. Yendo a buscar agua, el gran elemento de la vida, encontrará,
como por sorpresa, su regeneración, emprenderá una nueva vida,
alejada del pecado y fructífera en el bien.
Ya queda claro, en este fragmento del evangelio de Juan, que el agua
verdadera, la que es imprescindible para la vida de los hombres, es
Jesús. Desde la sed humana de plenitud, el hombre se acerca a Cristo. Y
en él se sacia. Los humanos, algo chapuceros y poco cuidadosos en sus
vidas, como la mujer del pueblo de Sicar, debemos saber que
necesitamos el don de Dios. Y este gran regalo es Jesús. A El hemos de
pedir el agua que apaga la sed, que normaliza al hombre y que, en
nosotros, se convierte en fuente que mana para dar vida eterna, la que
empieza aquí y que ya jamás se acaba.

2. Encontrarse con Cristo
La experiencia de la samaritana es, más o menos matizada, la de todo
creyente. Vamos, con mucha frecuencia, a nuestro aire, pero nos
encontramos, una y otra vez, con Cristo que nos ofrece la bondad y la
paz del espíritu. Vosotros que traéis a vuestros hijos a bautizar y que
también os encontráis con Cristo que os espera, pedís para vuestros
hijos el agua del bautismo, de la vida eterna. Es decir, la fe que salva,
que une a Cristo, que vincula a la Iglesia... Y por ministerio de ésta, se os
escucha y se os acoge. El celebrante, haciendo lo que Cristo ordenó,
derramará el agua sobre vuestros hijos. En ellos habitará el Dios del
Amor -Padre Hijo y Espíritu Santo-, se convertirán en hijos en el Hijo,
recibirán las virtudes teologales de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Ya véis lo grande que es la significación y la realidad del bautismo...
¡Agradeced este sacramento! Que vuestro acto de fe se vea
acompañado de una gran acción de gracias por la vida natural, también
don divino, y la vida sobrenatural, el don más grande de la divinidad.
La samaritana, frívola e incrédula, una vez hubo confesado a Jesús
como Mesías y Salvador, se transformó en discípula del Señor. En ella se
realizó un cambio de vida. Dejando el pecado, llevó una vida de
inocencia. Es que el bautismo es un paso, una transmudación, un cambio
total. Se va viviendo y actualizando constantemente en la vida cristiana,
hecha de renuncia al mal y de gozo en el bien que uno hace.

3. Bautizar implica educar
Pero, claro está, aquí hay una dificultad. Vuestros hijos no hablan.
Sólo sueltan algún llanto. Sin embargo, vosotros sí que habláis. Los
habéis hecho nacer al bien de la vida y queréis que su vida progrese con
dignidad. Bautizarlos conlleva, pues, educarlos. El bautismo no es un
hecho aislado. Constantemente ha de verse sostenido. A fin de que, un
día, cuando estos niños y niñas sean mayores, puedan reconocer el
bautismo como un don y optar por Cristo como Salvador, Maestro y
Modelo.
El bautismo, lo sabéis porque lo hemos dicho en los encuentros
preparatorios a su celebración, implica el hecho de que los padres,
manteniendo el calor entrañable del hogar, formen cristianamente la
mentalidad y la conducta de sus hijos. Las familias, pues, han de vivir un
auténtico clima de fe y de oración, han de enseñar a los pequeños a
rezar, han de procurar que sus hijos vayan a la catequesis y tengan
enseñanza religiosa en la escuela, los han de preparar para la primera
comunión, han de acompañarles -una vez recibida- a la misa dominical...
Los hijos han de poder ver, en el rostro y en los gestos de los padres, la
fe que resplandece por las obras buenas y que, también, es vinculación,
respeto y amor sincero a la Iglesia católica.
Hoy, queridos, habéis pedido el bautismo de vuestros hijos pequeños.
La Iglesia, que os quiere de corazón, que confía en vosotros y que os
quiere ayudar, se alegra de conferir este sacramento a vuestros hijos. La
Iglesia repite el gesto y las palabras acogedoras de Cristo, cumple su
mandato y mira, con ilusión, a vuestros dulces hijos con la esperanza de
que, creciendo sanos y fuertes, serán hombres de provecho para la
ciudad terrestre y para la Iglesia.
Homilía preparada por J. Guiteras
 



20. La homilía ha sido pensada a partir de las tres lecturas. Son bastante
breves, y por ello deben ser leídas pausadamente.

Textos: Éxodo 17,3-7; Salmo 26; 1 Pedro 2,4-5.9-10; Juan 7,37b-39a.

1. Nuestra sed
Queridos hermanos: En la lectura proclamada hace unos momentos,
veíamos cómo el pueblo de Israel, sediento en medio del desierto,
protestaba y se rebelaba por la dureza del camino. Aquel pueblo se
preguntaba si Dios lo había hecho salir de Egipto para conducirlo a una
muerte segura en aquella tierra baldía y devastada: "El Señor, ¿está o no
está con nosotros?". Dios, que había convertido las aguas del Nilo en
sangre para doblegar la arrogancia de los egipcios, hace que salte ahora
agua de la roca. Para los egipcios, el agua los conduce a la muerte. Para
los israelitas, el agua es remedio y medicina que devuelve a la vida.
Nosotros hemos venido a celebrar esta fiesta haciendo una pausa en
la dureza de nuestro camino. Nuestra sed es la de aquellos que hace
tiempo que caminan. Incluso puede ser que exista un punto de rebelión
dentro de nosotros, cuando vemos las dificultades que encontramos a la
hora de querer calmar aquella sed. Pero aquí, en la celebración del
sacramento del bautismo, se nos da el agua de la vida, fresca y
abundante. ¿Quién no reconocería, en la ceremonia que realizamos, un
signo del agua capaz de calmar nuestra sed? ¿No es verdad que llevar
un niño a bautizar es querer lo mejor para él... y también para nosotros,
que tenemos sed de vida plena, sed de felicidad, sed de Dios?

2. Querer beber el agua que Jesús nos da
En el evangelio resonaba esta palabra de Jesús: "El que tenga sed,
que venga... De sus entrañas manarán torrentes de agua viva". Calmar la
sed quiere decir acercarse a Jesús con fe. Quien es capaz de abrir su
corazón a la buena nueva que Jesús nos trae, encontrará lo que busca.
Se necesita, pues, valor para traer un niño a bautizar. El valor de
enseñarle a amar a Dios y al prójimo como Cristo nos enseñó. Se
necesita coraje para no endurecer el propio corazón y decidirse a beber
el agua de la vida que Jesús nos da. Creer en Jesús significa liberar de
dentro de nosotros toda el agua viva que Dios ha depositado en él.
Debemos romper el dique de la resignación de una vida cerrada en sí
misma. O el dique del egoísmo de quien no sabe compartir nada con su
hermano. O el dique de la complacencia, vacía y superficial, en nosotros
mismos. El agua viva, es decir, el Espíritu Santo, ha de salir de dentro de
nosotros y regar todo cuanto somos y todo cuanto hacemos. El evangelio
nos hablaba de "torrentes de agua viva"! Sí, cuando nos bautizaron, Dios
Padre nos llenó de agua viva. Es Dios Hijo quien la ha hecho surgir a
través de la fe que avanza y se consolida. Y es Dios Espíritu Santo quien
inunda el mundo con toda la fuerza de su gracia.

3. El bautismo nos une en una misma fe, en una misma familia
Dentro de breves momentos nosotros bautizaremos "en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". Y lo haremos bajo la luz del cirio
pascual, que significa la luz de Cristo resucitado. Esta luz brilla en medio
del edificio en que nos encontramos y que llamamos iglesia. La llamamos
así porque en esta casa, construida con materiales diversos, se reúnen
los cristianos, los bautizados, los que forman la Iglesia. Así, pues, la
Iglesia es la comunidad de los que creen en Jesucristo. Ella se construye
a sí misma con las piedras que somos nosotros. Y esto lo hace en la
medida que pone a Jesucristo, la piedra viva, como fundamento, y en la
medida que se deja llevar por el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad y de
fortaleza. Nos lo recordaba la segunda lectura: "Vosotros, como piedras
vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu". Y luego se nos
decía que habíamos sido llamados de las tinieblas de nuestra debilidad y
de nuestra miseria, a la luz admirable del Dios siempre más grande. Así
es como el bautismo realiza la unión de todos bajo una sola fe y un solo
Dios y Padre, que no se olvida de sus hijos. Sin esta unión no puede
haber comunidad. De la misma manera que ninguna de nuestras familias
podría existir sin la comprensión y la ayuda mutua que debemos
prestarnos quienes las formamos.
Por tanto, hermanos en el Señor, estemos contentos en este día de
fiesta. El bautismo es el sacramento del agua y del Espíritu. En efecto,
gracias a esta agua llena de la fuerza del Espíritu Santo seremos testigos
del nacimiento de estos niños a la vida de Dios. Su perdón y su
misericordia no tienen limites. Sepamos acogerlos con toda confianza y
con agradecimiento sincero.
Homilía preparada por A. Puig
 



21. Homilía para público medio.

Texto:
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-24a.36-39.41-47
El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los once, levantó la voz
y dirigió la palabra:
"Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que
Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y
prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios,
os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una
cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; por lo
tanto, entérese bien todo Israel de que Dios ha constituido Señor y
Mesías al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis".
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a
los demás apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?"
Pedro les contestó: "Convertíos y bautizaos todos en nombre de
Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu
Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y,
además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén
lejos."
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les
agregaron unos tres mil.
Y los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los
apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos
que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos
y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían
entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo
todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos
alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo
el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban
salvando.

Juan 7,37b-39a

1. Jesús, fuente de agua viva
Jesús se nos acaba de presentar como una fuente de agua viva: "El
que tenga sed, que venga a mi. De sus entrañas manarán torrentes de
agua viva". Era una manera normal del hablar de Jesús: con ejemplos. Y
así hizo un anuncio del bautismo cristiano. El agua derramada, o aquella
en la que uno se sumerge, acompañada de la palabra de la Iglesia, "Yo te
bautizo en el nombre del Padre y del Hijo v del Espíritu Santo", significa la
comunicación de la vida de Jesús, es decir, nacer a la vida que El posee
plenamente, la de Hijo de Dios. Por el bautismo, que equivale a decir
baño, y baño éste espiritual, estos niños empezarán a participar de la
adopción de los hijos de Dios. El Espíritu que recibirán -también nos lo ha
dicho Jesús- los hará capaces de llamar a Dios, Padre, y a todo hombre,
hermano. Qué grandes es, pues, la dignidad que nos confiere el
bautismo, ser hijos de Dios, ungidos de Dios por el Espíritu Santo, es
decir, cristianos, porque el nombre de cristiano, que viene de Cristo,
significa ungido.

2. El primer bautismo en la historia de la Iglesia
Pero fijémonos también en la primera lectura que hemos escuchado.
Fue el primer bautismo de la historia de la Iglesia, el día de su nacimiento,
el día de Pentecostés, cuando los apóstoles, llenos del Espíritu Santo,
proclamaron ante el pueblo judío congregado en Jerusalén, venido de
todas partes para dar gracias por los dones de la tierra, que aquel Jesús
al que habían crucificado, ellos, los doce, eran testigos de que vivía:
"Dios lo ha resucitado y es Señor". Aquellas personas, por la palabra de
Pedro y movidos por la acción del mismo Espíritu, se convertirán a la fe
de Cristo, a quien por otra parte, antes ya habían conocido. Entonces
recibieron el bautismo: "Convertíos y bautizaos". Y así, la Iglesia empieza
a crecer con nuevos miembros. Ciertamente, hemos de pensar que eran
adultos todos aquellos, pero no puede excluirse el hecho de que hubiera
niños: las familias enteras estaban allí en Jerusalén.

3. Vivir como buenos miembros de la Iglesia
También conviene destacar, como nos lo ha recordado el libro de los
Hechos de los Apóstoles, la vida ideal de aquellos cristianos y, ahora, en
esta celebración bautismal, vale la pena que lo señalemos. Me refiero a
estas tres características que configuran y han configurado a la Iglesia: 1)
Se dice que vivían unidos, constantes en escuchar la enseñanza de los
Apóstoles, es decir, profundizando en el conocimiento del Evangelio, lo
que llamamos catequesis. Por ello, catequesis de niños, de jóvenes y de
adultos. 2) Vivían unidos en la oración, señalando la "fracción del pan"
como a la mejor de las plegarias. Es la eucaristía o la misa, donde
Jesucristo se nos da como pan de vida. Y 3) Vivían unidos, de modo que
compartían sus bienes, para que no hubiera entre ellos indigentes o
necesitados, como una familia unida.
Ya lo véis, queridos padres y padrinos, vuestros hijos obtendrán por el
don maravilloso de Dios, su misma vida y llegarán a ser miembros de la
Iglesia. Que vuestra palabra y vuestro ejemplo sea cual conviene para
que les enseñéis a vivir así. Vivid vuestra condición de cristianos, según
lo que acabamos de decir, porque así, ellos, los niños, encuentren el
alimento espiritual que necesitan.
Sigamos ahora la celebración atendiendo a los diversos momentos y,
con verdadera fe, admiremos en el momento del bautismo la acción
bondadosa y sencilla que Dios realizará en ellos.
Homilía preparada por Ll. Bonet Armengol
 



22. Homilía para público con conocimientos bíblicos y litúrgicos.

22 Textos: Juan 9,1-17 /Jn/09/01-17

1. Dios nos invita a contemplar lo que él hace en el bautismo
Acabamos de escuchar, hermanos, una página del evangelio que es
ciertamente histórica, pero que, al mismo tiempo, es también
intensamente simbólica. En efecto, la lectura que se ha proclamado, por
una parte, recuerda la historia de uno de los milagros obrados por Jesús;
pero, por otra parte, como a menudo pasa en el evangelio de san Juan, el
evangelista, al recordar este milagro, quiere subrayar sobre todo que el
gesto de Jesús tiene su fondo sacramental para la Iglesia que celebra el
bautismo.
Juan quiere que la comunidad crea y viva que aquello mismo que hizo
Jesús con el ciego, lo sigue haciendo simbólicamente y sacramentalmente
en la celebración del bautismo. Así los oyentes de su evangelio, que se
disponen a celebrar la iniciación cristiana de los nuevos candidatos -como
hoy nosotros nos disponemos a celebrar el bautismo de estos niños- o
que quieren recordar el propio bautismo que un día recibieron, se ven
invitados a profundizar el significado y los efectos de este sacramento, y
adherirse de nuevo a Jesús "el Hijo de Dios, para que así, creyendo en
El, tengan vida en su nombre" (Jn 20,31). Adentrémonos, pues, por unos
momentos, en la contemplación de este misterio, pidiendo al Espíritu que
inspiró esta página de la Escritura que a nosotros nos haga comprender
el significado de la lectura y nos ayude a vivir con gozo su mensaje.
Quisiera empezar esta reflexión señalando un aspecto, que
posiblemente para algunos os resulte nuevo y que, sin duda, es muy
importante para comprender el sentido más completo de esta narración
evangélica. Me refiero a que el fondo bautismal de este milagro, del que
os hablaba, no es simplemente, como se podría pensar, una aplicación
subjetiva que hacemos nosotros en torno a un milagro de Jesús, sino que
es el propio evangelista quien, de hecho, al relatar este milagro, lo hace
principalmente pensando en el bautismo, en su significado y en sus
efectos.
Dicho de otra manera: la lectura evangélica que hemos escuchado no
es únicamente un pretexto para que yo ahora pueda hacer unas
reflexiones o aplicaciones en torno al bautismo sino que es Dios mismo el
que, a través de esta página, nos invita a contemplar lo que él se
propone hacer a través del bautismo que vamos a celebrar. Este aspecto
es muy importante para vivir de verdad el sacramento que nos
disponemos a celebrar porque existe una gran diferencia entre que os
invite a escuchar unas ideas mías o a abriros a lo que Dios mismo, con un
lenguaje simbólico, nos quiere decir a quienes nos disponemos a celebrar
ahora las maravillas que El hará a través de los signos sacramentales.

2. Un símbolo del bautismo a lo largo de la tradición de la Iglesia
Y otra nota más: la significación bautismal que Juan da al milagro del
ciego de nacimiento no se limita sólo al momento en que fue escrito el
texto bíblico; es interesante comprobar que este carácter bautismal con
que fue escrita la narración arraigó fuertemente en la Iglesia desde el
principio y ha perseverado en ella a través de los siglos hasta nuestros
días.
En efecto, el simbolismo bautismal que Juan dio a esta narración del
milagro del ciego, la práctica litúrgica universal lo ha conservado con
fidelidad y lo ha transmitido ininterrumpidamente a través de los siglos.
Así podemos ver que ya en los inicios de la Iglesia, poco tiempo después
de que Juan escribiera su evangelio, el arte cristiano de las catacumbas
presenta esta escena evangélica, hasta siete veces, siempre en un
contexto bautismal. Más adelante, cuando se empiezan a escribir los
primeros libros litúrgicos, los diversos rituales, tanto en Oriente como en
Occidente, recuerdan al ciego de nacimiento en las celebraciones
preparatorias al bautismo.
BAU/CIEGO/CUA-04A: Y por lo que a nosotros se refiere, a nuestra
liturgia en concreto, seguramente muchos recordáis que, a menudo,
durante la Cuaresma, en el cuarto domingo, precisamente cuando la
comunidad cristiana está a punto de celebrar solemnemente el bautismo
de la noche de Pascua y todos los fieles son invitados a recordar su
iniciación cristiana, proclama, todavía hoy, como lo hacia en la
antigüedad, esta misma página evangélica del ciego de nacimiento; y no
sólo proclama el milagro sino que acompaña y glosa esta lectura con un
antiguo prefacio que relaciona abiertamente el milagro que hizo Jesús con
el sacramento del bautismo que celebra la Iglesia. "Te damos gracias
Señor, -decimos en este prefacio- porque Jesús se hizo hombre para
conducir al género humano, peregrino en tinieblas -el ciego de nacimiento
es como una imagen de la humanidad antes de encontrar a Cristo- al
esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo
renacer por el bautismo, transformándolos en tus hijos adoptivos".

3. Transformados e iluminados por el Señor
Que hoy, pues, cuando, dentro de unos instantes veremos que estos
niños son llevados al baptisterio, en este gesto sepamos ver el
cumplimiento de la orden de Jesús: "Ve a lavarte a la piscina". Que
vuestra fe, padres que presentáis estos niños para que reciban el
bautismo, sepa ver que vuestros hijos, después de haber sido
sumergidos simbólicamente en las aguas del bautismo, han quedado
transformados y como iluminados por el Señor.
Estos niños, aun cuando ahora no lo puedan entender, saldrán
realmente del baptisterio como el ciego del evangelio salió de la piscina,
"viendo" y llamados a vivir de la luz que es Cristo; es por esto
precisamente que entregaremos a sus padres un cirio encendido en la
llama del Cirio Pascual, símbolo del Señor resucitado. Vosotros, padres,
especialmente cuando estos hijos vuestros den los próximos pasos de su
camino cristiano -la Confirmación y la primera Comunión- mostrándoles
este cirio de su bautismo, les tendréis que explicar que, al ser sumergidos
en la fuente bautismal, figura del sepulcro de Jesús, quedaron iluminados,
como el ciego que se lavó en la piscina de Siloé llegó a ver la luz. Porque,
como nos ha dicho el evangelio, tanto el ciego como estos niños, donde
han sido lavados es en Cristo, puesto que el agua, la piscina, significa
"Enviado" y el "Enviado" sólo es Jesús.
SILOÉ-PISCINA/BAU: Hermanos: Jesús "vio a un hombre ciego de
nacimiento". Este ciego de nacimiento es el hombre "nacido en la culpa,
engendrado pecador" (salmo 50) y lo son también, pues, estos niños
incapaces ahora de hacer el bien e incapaces también cuando sean
mayores de seguir, con sus solas fuerzas, por el camino de la santidad:
sólo el Señor puede dar la vista a este hombre "ciego de nacimiento",
sólo El puede iluminarlo con la luz de su resurrección. "Este ciego -dice
·Agustín-SAN representa a la raza humana... porque si la ceguera
representa la falta de fe, la iluminación es la fe en Jesús... Lava sus ojos
en la piscina que se llama "Enviado" aquel que es bautizado y sumergido
en Cristo" (Jn 44,1-2). Y esto es lo que ahora vamos a hacer con estos
niños, sumergiéndolos en la piscina de Siloé, es decir, injertándolos, por
medio del bautismo, en la muerte y resurrección de aquel que, por ser el
auténtico Enviado, es quien estaba simbolizado en la piscina de Siloé y
quien está presente en la fuente de nuestro bautismo.
Homilía preparada por P. Farnés
 



23. Homilía para público medio

Textos: Juan 15,1-11

1. Una vida que se forma alimentándose de la vida de la madre
Seguramente lo recordáis como algo muy intenso, muy importante, que
habéis vivido especialmente vosotras, las madres, y que habéis
compartido desde muy cerca vosotros, los padres. Y que recordáis más
intensamente, más maravillosamente, si este niño que traéis ahora en
vuestros brazos es vuestro primer hijo.
Seguro que recordáis muy intensamente los nueve meses en los que
esta criatura se ha ido haciendo, construyendo, en vosotras, desde la
primera semilla de vida, casi insignificante, hasta el momento en el que,
dolorosa y gozosamente, ha salido de vuestro seno esta vida entera,
hecha, que ahora tenéis aquí.
Durante nueve meses, este hijo vuestro se ha ido haciendo poco a
poco, se ha ido llenando de vida tomándola de la vuestra, se ha ido
alimentando de vosotras, de la vida de su madre.
Y ahora, después de haber nacido, lo traéis aquí, a la iglesia, ante
todo para dar gracias a Dios por esta maravilla de vida nueva que es toda
criatura que nace, y para celebrar ante Dios esta realidad tan honda, tan
decisiva, tan importante.

2 Una nueva vida que se alimenta de la vida de Dios
Pero este dar gracias, este celebrar el nacimiento de esta criatura, no
se queda sólo en algo que nosotros hacemos y ya está. Estamos aquí
porque queremos que Dios actúe, que Dios realice su obra en estos
niños. Y por eso ahora, dentro de poco, realizaremos un acto que
recordará un poco los nueve meses que estos niños se han pasado en el
vientre de sus madres. El ambiente liquido, el ambiente de agua del
vientre de la madre ha sido el lugar donde se ha formado esta vida. Y
ahora, aquí, en la iglesia, celebraremos el nacimiento de estos niños a
una nueva vida, la vida del amor de Dios, la vida que hace de estos niños
hijos de Dios: estos niños son hijos vuestros; estos niños serán a partir de
ahora, visiblemente, hijos de Dios. Se derramará ahora, encima de ellos,
nuevamente, el agua. Será el agua del bautismo, el agua de Dios, el agua
que inicia para ellos la vida de Dios.
Esta agua es una señal de que Dios realiza con ellos algo parecido a
lo que habéis hecho las madres en estos nueve meses que habéis tenido
los niños en vuestro vientre: estos niños se llenan desde ahora de la vida
de Dios, se alimentan y crecen como hijos de Dios, porque Dios les da su
amor, su bondad, su gracia para siempre. Es lo que nos explicaba el
evangelio que acabamos de escuchar: nosotros, unidos con Jesús por la
fe y por el bautismo, somos como los sarmientos de la vid, o como las
ramas de cualquier árbol, que están pegadas al tronco. Si no lo
estuvieran, si quisieran vivir solas, se morirían, porque no les llegaría la
savia, y nada tendrían que les diera vida. Pero en cambio, unidas al
tronco, viviendo de la vida de un tronco tan pletórico de fuerza como es
Jesucristo, podrán dar fruto y más fruto, y amor, y esperanza, y fortaleza
a lo largo del camino de la vida.

3. Una misión, una responsabilidad para los padres
Esto es lo que celebramos hoy aquí, para estos niños que traéis a la
iglesia con gozo e ilusión. Y esta celebración es también como una
misión, como una responsabilidad para vosotros.
Estos niños ya han nacido, ya no están en el vientre de la madre, mas
no por eso vosotros dejáis de sentiros responsables de ellos, sino más
bien todo lo contrario: os preocupáis por ellos, los alimentáis, los lleváis al
médico si es necesario, los ayudaréis a aprender a caminar, los llevaréis
más adelante a la escuela... Pues con esta vida nueva que celebramos
hoy, ocurre lo mismo: ahora ya estarán bautizados, mas no por eso
vosotros dejaréis de ser responsables de su vida cristiana, sino todo lo
contrario: es preciso que os preocupéis por ellos, que encuentren en
vosotros una vida hecha del amor que Jesús nos enseñó, que aprendan
con vosotros a rezar y a conocer a Jesús, que los llevéis más adelante a
la iglesia a vuestro lado. AsÍ ellos, con vosotros, serán ramas muy bien
unidas al tronco; así, como decía Jesús, permanecerán en el amor que
Jesús nos da.

4. Una alegría plena
Vamos, pues, a celebrar el bautismo de vuestros hijos. Antes, sin
embargo, querría repetir las palabras con las que Jesús terminaba el
evangelio que hemos escuchado: "Os he hablado de esto para que mi
alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud". Jesús nos
dice que tiene una gran alegría, una alegría plena, y que quiere que
también nosotros la tengamos. Es la alegría de la vida, de vivir en este
mundo a veces difícil, pero que entre todos, a pesar de todos los
problemas, a pesar también de los dolores y de las tristezas, podemos
hacer más gozoso si ponemos en él nuestro amor y nuestra fe. Estos
niños que traéis aquí en vuestros brazos son, sin duda, una buena razón
para la alegría, y una buena razón también para poner todos más amor y
más fe en nuestras vidas.
Que la alegría de hoy os acompañe siempre. Con estos niños, con los
familiares y amigos, con toda la gente que amáis. Y con la fuerza de Dios,
el Padre de todos. Que así sea.
Homilía preparada por J. Lligadas

NUEVAS HOMILÍAS PARA EL BAUTISMO
DOSSIER-CPL/32



24. "EL BAUTISMO DE JESÚS Y MI BAUTISMO "

La liturgia nos hace dar un gran salto, silenciado la vida oculta de Jesús, que la resumen en estas palabras: "Y Jesús, iba creciendo en sabiduría, en estatura y gracia ante Dios y los hombres" (Luc. 2. 52) Vivió en Nazaret. Por lo que le llaman Nazareno. Trabajó con San José y le llamaron el "Hijo de artesano"

Y salió de su casa a decir al mundo la Buena noticia: que su Padre Dios nos quiere y que El ha venido al mundo a enseñarnos cómo es este amor.

"La cosa empezó en Galilea ..."

Con estas palabras comenta San Pedro, como fue el inicio de toda la revolución de Jesús. El Bautismo de Juan es el primer capitulo.

Era la presentación de Jesús en público, el comienzo del itinerario apostólico, y la firma del Padre a toda la personalidad de Jesús.

"Todos se preguntaban, si no sería Juan el Mesías...." El Bautismo está causando un gran revuelo. Su vida, su atuendo, sus palabras eran una provocación ¿Será el Mesías esperado?

Y Juan se sitúa en la verdad. Sólo es el precursor: "No merezco desatarle la correa de las sandalias"

Y anuncia la diferencia del Bautismo: "Yo bautizo con el agua. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego"

Jesús, también, recibió el Bautismo de Juan y San Lucas señala tres detalles: "Mientras oraba se abrió el cielo" La oración lo abre siempre, pero este momento era excepcional.

"Bajo el Espíritu Santo sobre El, en forma de paloma" Él siempre tenía la posesión del Espíritu, pero ahora el Padre quiere una manifestación solemne.

"Se oyó la voz del Padre: Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto" Era la complacencia del Padre. Aunque está en la fila como un hombre cualquiera, es el Mesías, el siervo de Yavé, que hoy nos anuncia Isaías.

Nuestro Bautismo.

Lo de Jesús fue un gesto simbólico. Lo nuestro es un Sacramento, un momento tan decisivo en nuestra vida, que merece la pena recordarlo y celebrarlo. El Calvario define los Sacramentos como: "Signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina"

El Bautismo es un nuevo nacimiento. Un "renacer por el agua y el Espíritu" ( Jn 3. 5 ) Y todo bautizado puede decir como San Pablo. "Ya no soy quien vive. Cristo vive en mi" ( Gal 2. 20 )

Todo bautizado, nosotros mismos es esta mañana de acción de gracias por el Bautismo, podemos gritar a los cuatros vientos:

Yo Soy un Hijo de Dios.

Lo llamo Padre con verdad. Siento la confianza del hijo. Aunque haya cosas que no entiendo, - cruces, enfermedades.... - sé que Él siempre me quiere . "Habéis recibido un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar, Abbá Padre" (Rom 8. 14 )

Yo Soy Hermano de Cristo.

San Pablo decía de Jesús que era "el primogénito de muchos hermanos"

(Rom 8. 29) Jesús es grande. No puede ser más y yo puedo sentir el orgullo de saber que soy su hermano.

Yo Soy Templo del Espíritu Santo.

Dios va en mí y camina conmigo. Hace de mi su casa, su Catedral. "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? ( 1 Cor 6. 19 )

esto me invita al recuerdo constante del Señor y la santidad de mi vida. Yo soy un miembro de la Iglesia, del pueblo de Dios, de la Comunión de los Santos, ( 1 Pedro 2. 10 ) Me enriquezco con lo bueno de los otros. Siento la< responsabilidad de los demás. "No mires a mis pecados, sino la fe de tu Iglesia" rezamos en la Misa.

Seré Heredero del Cielo.

Adonde iremos cuando llegue la hora de nuestra muerte, sino a la casa de mi Padre. San Pablo lo tenía claro "Si hijo, heredero" (Rom 8. 17 - 18 )

Y María es mi Madre.

No puede ser de otro modo, si soy hermano de Jesús. María es también esa madre de amor que siempre nos espera y que nos enseña el camino de la fidelidad escuchando atentamente la Palabra de vida que Dios nos da y guardandola en nuestros corazones.

Queridos hermanos de la lista, que en este Domingo, renovemos las promesas de la fe en el credo que un día nuestros padres y padrinos dijeron por nosotros y que dejemos que la llama de la luz que nos fue dada en es momento se apague, sino que siga encendida iluminado a los que amamos y sobre todo a los que tendríamos que querer mas.

Con mis pobres oraciones.

Pbro. José Rodrigo López Cepeda