A D V I E N T O
TEXTOS 2
18. CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIALOGO EP/CUESTIONARIO
Al empezar el Adviento, pregúntate cómo andas de esperanza:
--Hay esperanzas pequeñas y grandes: ¿Cómo son las tuyas?
--¿En qué base apoyas tu esperanza? ¿Confías en tus fuerzas? ¿Confías en el hombre? ¿Confías en el progreso? ¿Confías en la evolución? ¿Confías en la política de las naciones, las comunidades o bloques? ¿Confías en las Naciones Unidas? ¿Confías en los intelectuales? ¿Confías sólo en Jesús de Nazaret?
--¿Confías en ti mismo? ¿Te comprometes en la solución de algún problema? ¿Haces algo para que las cosas cambien? ¿Haces más creíble la esperanza?
--¿Qué significa para ti el Adviento litúrgico? ¿En qué te ayuda cara a la Navidad y la esperanza?
CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 37 s.
19. DESEO/BUSQUEDA:
«Encuentra a Dios quien lo busca sin cesar».
San GREGORIO NISENO
20.
«Sacramento» de esperanza Pero no se trata sólo de virtudes. Los frutos de este sacramento no son solamente gracias para desarrollar nuestro dinamismo espiritual. La gracia es sobre todo un encuentro personal. Todo sacramento es un lugar de encuentro con Cristo. Así, también el Adviento nos capacita para el encuentro deseado con el Señor. Encuentro que puede ser en la Navidad o puede ser en la Parusía, pero puede ser siempre, cada vez que él quiera manifestarse. Ya sabemos que las cosas del Espíritu son así. Las ausencias y las presencias van más unidas de lo que parece; el deseo y la posesión se alimentan mutuamente. Podemos decir que, cuanto más largo e intenso es el Adviento, más gozosa y plenificante será la Navidad. Es claro. Pero podemos incluso decir que en el mismo Adviento ya está la Navidad, en la búsqueda ya está el encuentro, en el deseo ya está la posesión. «Tú no me buscarías, si no me hubieras ya encontrado». Tú no me desearías, si no me tuvieras ya. Nadie desea a Dios, nadie desea a Cristo, si no lo ama, y nadie lo puede amar si no lo posee ya. Y cuanto más crece el deseo, más crecen el amor y la presencia; y cuanto más crecen el amor y la presencia, más crecen el deseo y la búsqueda.
-Presencias
El Adviento te enciende en deseos y esperanzas; pero el Adviento te regala además presencias. Cuando tú dices: ¡Ven, Señor Jesús!, es que Jesús ya ha llegado a ti; cuando la súplica es más intensa, más viva es la presencia; cuando tú gimes por el reino de Dios y te comprometes en la preparación del mismo, es que el reino de Dios ya está en ti; cuando tú deseas la libertad, es porque ya eres libre; cuando tú sufres porque quieres más amor, es que ya amas mucho. Al fin y al cabo, ¿qué es la esperanza sino la fe y el amor peregrinando?
Así, el Adviento es, no un lugar, sino un tiempo de encuentro con el Señor. Cuando cultivas la esperanza, Cristo se hace presente. Y cuando la esperanza sea más intensa, más vigilante y comprometida, más paciente y confiada, la presencia de Cristo es y será más viva. Presencia y esperanza siempre retroalimentándose, o sea, que el Adviento es sacramento de la venida de Cristo.
CARITAS
VEN.../ADVIENTO Y NAVIDAD 1993.Pág.
22 s.
21. BUSQUEDA/DESEO
«Primero lo buscó sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad, es porque ha sentido la fuerza de este amor»
San
GREGORIO MAGNO
Hom. 25 sobre María Magdalena
22.
IDEAS PRINCIPALES PARA UNA HOMILÍA
1. El Adviento es un tiempo litúrgico importante, como puede ser la Navidad, la Cuaresma y la Pascua. Hasta podríamos hablar de un cuasi-sacramento temporal. Aquí el tiempo se convierte también en signo de gracia y oportunidad de encuentro con el Señor. El Adviento cultiva especialmente la esperanza, virtud preciosa, que se da la mano con la fe y la caridad. Es como la fe y la caridad en tensión, peregrinando, La esperanza ilusiona la vida y nos capacita para el crecimiento espiritual. Tanto recibiremos cuanto esperamos. El Adviento no sólo nos hace desear la venida del Señor, sino que de algún modo nos hace sentir ya su presencia dentro mismo de la ausencia.
2. El Adviento es tiempo de preparación a la venida del Señor. Vendrá en la Navidad. Vendrá en la Parusía. El Señor viene siempre. Que el Señor venga a nosotros es algo que nos sobrepasa, que apenas podemos imaginar. Todo un misterio de amor. Pero, por otra parte, necesitamos tanto su presencia. Por eso nos ponemos a soñar en su venida y nos ponemos a gritar: ven, Señor.¡Si vinieras...! Y el Señor escucha nuestra oración y vino a nosotros, y viene siempre a nosotros. ¡Oh amor! El mismo siembra el deseo y nos capacita para recibirle. ¡Gracias, Señor!
3. «Ama. Reza. Espera». Una buena palabra de Dios para cada uno, una buena consigna para el Adviento. Ama, reza y espera, pero «in crescendo», con el dinamismo de la esperanza. Crezca el amor, en todos los sentidos, crezca el deseo, crezca la oración, crezca la paciencia, crezca la confianza. Será la mejor manera de celebrar el Adviento.
CARITAS
VEN.../ADVIENTO Y NAVIDAD 1993.Pág. 36
23. J/VENIDAS:
LA VENIDA DEL SEÑOR A CADA UNA DE NUESTRAS VIDAS.VENIDA Y CONVERSIÓN.
Es preciso saber descubrir el sentido del Adviento en cada año de nuestra vida.
El Señor viene, vuelve a venir; llega, ha llegado; he aquí el mensaje de la Navidad. Ante este "acontecimiento" nosotros tenemos que recogernos, "coger distancia", prepararnos. Esto es el Adviento. Si así lo hacemos, hacemos Adviento.
¿No ha venido ya el Señor? Sí y no. Ha venido a Galilea en carne mortal. Ha venido a nuestro tiempo y a nuestro mundo en la Iglesia, a través de la Iglesia; porque la Iglesia es el templo donde El habita, su sacrosanto Cuerpo. Ha venido a cada uno de nosotros en el Bautismo. Pero no ha venido aún a todos los hombres, ni a la totalidad de nuestras vidas bautizadas. El hondón más recóndito de nuestra persona está santificado por el Espíritu de Cristo. Pero de esta hondura abismal de nuestro "yo" ascienden estratos, capas, niveles, facultades, potencias de nuestra personalidad, que no han sido aún bañadas ni domeñadas por la gracia.
Hay muchos rincones, muchos momentos y reacciones de nuestra vida que aún no están de acuerdo con el Evangelio. Es preciso pedir que el Señor siga viniendo, que vuelva; pedirle al Padre que la venida de su Hijo sea incesante y permanente. Y que nuestra vida se convierta en una incansable espera.
Lo primero de todo, tenemos que tomar conciencia de nuestros pecados, de nuestras caídas y miserias. Tenemos que darnos cuenta de que vivimos en una real lejanía de Dios. Así haremos más posible que brote en nuestro corazón la compunción. Nos habremos acercado a lo que más importa en nuestra vida: la conversión, la humilde conversión.
Solamente desde esta actitud podremos descubrir la necesidad de una nueva venida liberadora de Cristo a nosotros en la Navidad. Le devolveremos entonces la seriedad que le corresponde como acontecimiento religioso en el "ahora" de nuestra existencia.
Los cristianos no podemos vivir este tiempo únicamente de nostalgias y recuerdos, vueltos hacia una infancia lejana o incluso mítica e irreal. Así hacen muchos que no conocen la realidad densa, seria y gozosa a la vez de este tiempo santo.
LUIS
MALDONADO
BIBLIA Y AÑO LITURGICO
TAURUS MADRID-1963.Pág. 25
24.
Hermanos:
He ido muchas veces a la gran estación
y he oído decir por los altavoces:
"¡Próxima llegada por la vía doce!"
o "¡Llega por la vía cuatro!"
Pero no..., no llegaba Dios.
Era una estrella de cine,
o un magnate de las finanzas,
o un general de la OTAN,
o un famoso político,
o un personaje eclesial,
tal vez hasta un visionario religioso...
Pero no....
no era Dios.
¡Cuántas esperanzas en vano!...
"Pero..., veamos, hermanos:
¿dónde podríamos encontrar a Dios?
¿A lo largo del Antiguo Testamento
le esperan los reyes,
los sabios, los importantes... ",
y siempre les hace trampa.
Se esconde entre los analfabetos y los animales,
que a muchos, dichos sea de paso,
les parece la misma cosa.
¿Dónde esperas a Dios, hermano?
¿No piensas que puede estar en tu barrio,
en tu asociación de vecinos
con su larga lista de problemas,
en el dolor humilde y rutinario de tu vecino,
o en tu propia casa,
en medio de tus problemas,
de tus luchas, de ti mismo?
Es un buen momento
para hacer de detectives de Dios.
Veríamos entonces lo cercano que está.
Pero a su manera.
Esa manera que es también la nuestra,
porque lo bueno es que Dios nos imita,
se hace vida nuestra, en toda su vulgaridad,
y esto es lo que nos desconcierta.
Sepamos descubrir a Dios en la rutina diaria,
en la enorme grandeza de nuestra vulgaridad.
Vuestro hermano en la esperanza.
Alberto Iniesta
25. EP/CRISTIANA
Adviento: el tiempo de Adviento nos invita a reflexionar sobre la peculiaridad de la esperanza cristiana. Para ello es bueno echar una mirada en la teología de la esperanza que, en los últimos tiempos, se ha esforzado por tomar en serio la dimensión escatológica del cristianismo o, con otras palabras, la orientación de la existencia entera del hombre hacia el último futuro, es decir, a la vida en Dios y con Dios, sin que por eso se desvalorice la historia presente. Esta orientación del pensamiento cristiano no es, por otra parte, nada sorprendente, habida cuenta de que vivimos en un mundo marcado por el signo del futuro, un futuro que nos fascina o que nos amedrenta.
La historia de Israel está determinada por una dialéctica de promesa y cumplimiento. A diferencia del concepto griego del tiempo, que viene marcado por el signo del eterno retorno, la historia del pueblo de Dios se orienta a la plena realización de una promesa. Y como Dios, en cuanto Dios de la promesa, se anticipa a todo cumplimiento, el futuro permanece siempre abierto. Por eso la historia siempre está abierta a algo nuevo, y Dios es así el señor de un futuro imprevisible. De esta manera la historia misma no habla tanto de un Dios que existe, es decir, que está ahí y que siempre se revela en los mismos acontecimientos, cuanto de un Dios que está por venir, que viene: un Dios en advenimiento (adviento).
Teología de la esperanza: En las reflexiones sobre esta experiencia cristiana se hace difícil conjugar el misterio de la resurrección de Cristo como cumplimiento de promesas y como punto final de la historia con la peculiaridad de la historia misma que es siempre abierta y progresiva y nunca clausurada. Cierto, a pesar de que precisamente la resurrección de Cristo es un cumplimiento en el que la realización de la promesa se anticipa, tal promesa no llega a su definitiva y plena realización. La resurrección no cierra nuestra historia, sino que, por el contrario, le procura espacio para nuevas posibilidades. La teología cristiana de la esperanza con su nueva comprensión de la resurrección de Cristo da a ésta un sentido pleno que configura el tiempo después de Jesús, fundamentando así la dimensión política, social, es decir, humana del amor cristiano. Se convierte en nueva promesa por llegar a la plenitud de su realización.
Así, este tiempo de la Iglesia no es solamente el tiempo de un memorial o recuerdo de un acontecimiento pasado (la resurrección). Más bien es el tiempo de la progresiva realización de la promesa para el futuro que ya está contenida en la resurrección: supresión de la nada de la muerte y reconciliación del hombre consigo mismo, con los otros y con Dios. La resurreción abre para el futuro una verdadera historia: la historia de los hombres que cuestionan el presente en nombre de un futuro prometido. El retorno de Cristo (la Parusía) no es así solamente el descubrimiento o desvelamiento de algo oculto que ya está ahí, sino también y sobre todo será la definitiva realización del cumplimiento.
Esperanza cristiana: La esperanza cristiana es algo más que un mero consuelo en el futuro. Consiste, ni más ni menos, en la pretensión de transformar históricamente las relaciones entre los hombres. Los cristianos son testigos de una promesa que evoca novedades en la historia. Por eso la esperanza cristiana tiene necesariamente una dimensión política, es decir, trae a la historia la anticipación del futuro prometido en Jesucristo. Su tarea está en cuestionar la sociedad actual, sea porque ésta se aferra al pasado, sea porque la historia se diluya totalmente en una mera planificación del futuro. Hijo también de la duda, la esperanza cristiana debe hacerse solidaria de las esperanzas humanas a la vista de cualquier trasformación del hombre y de la sociedad. Pero, en cualquier caso, trata de orientar esa sociedad hacia el futuro definitivo (escatológico) prometido por Dios y de esta manera la relativiza en sus siempre luminosas y oscuras realizaciones.
Para remarcar la dimensión política de la esperanza cristiana, no hemos de perder de vista cómo la esperanza del Antiguo Testamento, la expectativa del cumplimiento, se transforma dentro del Nuevo, aunque sin suprimirse. Las promesas primitivas hablan de una reconciliación entre los hombres incluso a nivel histórico. De aquí que la salvación no deba entenderse únicamente como algo individual, como perdón de los pecados y reconciliación con Dios, sino, en el mismo sentido del Antiguo Testamento, también como realización final de la justicia, de la humanización del hombre, de la socialización de la humanidad, de la consecución de la paz en toda la creación.
Esperanza que transforma la historia: La Iglesia como signo práctico y efectivo de la esperanza cristiana debería representar una fuerza crítica en medio de la sociedad humana. Incluso, aunque a causa de seculares prejuicios ha sido a menudo lo contrario, la iglesia debe ser la "patria de la libertad", y puesto que su esperanza se expande a más allá de la historia, debe poder cuestionar cualquier sociedad que se enquiste en su propia idolatría. Es más, debe ejercer un papel crítico frente a cualquier ideología, pues éstas siempre están en peligro de absolutizarse. Sin embargo no es papel de la iglesia en nuestra sociedad plural proponer un determinado orden social, porque con ello caería en una nueva forma de sacralización de la política. Sí, no obstante, tiene que estar la libertad crítica de la Iglesia al servicio de una actuación concreta del cristiano en lo que se refiere a problemas acuciantes, como son el de la paz, el de la justicia social, el del desarrollo. Así, por ejemplo, es quehacer del cristiano defender al hombre frente al "sistema social" que trata de convertir a aquél en una mera pieza material para la construcción de un futuro racionalizadamente tecnológico.
También, por otra parte, tiene que criticar la Iglesia cualquier totalitarismo, sea del dinero en la sociedad capitalista, sea el del estado en otras sociedades.
Estas reflexiones a partir del mensaje bíblico al comienzo del Adviento y a la luz de la teología de la esperanza nos muestran que la esperanza cristiana es algo muy activo -o no es nada-, porque tiene una función en la sociedad, incluso aunque no pueda pretender la consecución en el mundo de un orden social propio y específicamente cristiano. Con otras palabras, la esperanza fiel y amorosa en la venida del Señor debe precaver al cristiano de un mundo meramente escatologista que coincidiría con la vieja tentación del mesianismo. Si la Iglesia, mediante el compromiso concreto del cristiano, se pone al servicio del mundo, hará que éste aparezca en su relatividad. Porque la esperanza cristiana nos impele a actuar efectivamente en el mundo, pero no de modo como si todas nuestras expectativas se agotasen en él.
EUCARISTÍA 1986, 56
26. FUTURO/ESPERANZA:
La esperanza es una niña que necesita que la lleven de la mano... ¡Pero es ella la que os lleva a vosotros! El Adviento acabará al llegar la Navidad. Nosotros iremos hasta el lugar de cita de los pastores. Dichoso el que cree en el nacimiento, es decir, en el futuro siempre posible. Isaías había anunciado: "la virgen da a luz un hijo..."
El destino de los profetas es ése: ¡hablar sin saber! El nombre de Emmanuel canta dentro de nosotros como una esperanza loca. Dios está con nosotros con rostro de niño, pues los niños son los únicos que saben lo que quiere Dios.
"La justicia y la paz se besan... El lobo y el cordero se llevan bien".
Se diría que es un juego de niños. Pero ¿no consiste la esperanza en vivir lo imposible como quien juega? ¿No nos dice Dios que construyamos el mundo sin tener más manual que nuestra imaginación? Además, no deberíamos impedir a los niños jugar...
DIOS CADA
DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 12
27.
«Adviento» es el tiempo litúrgico que nos prepara a la venida del Salvador. La venida histórica de Cristo es el comienzo de una venida continua del Salvador hasta que se realice la plenitud de todas las venidas en la parusía. Según las Normas generales del misal, «el tiempo del Adviento tiene una doble característica: es tiempo de preparación a la Navidad, en que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios entre los hombres; y, a la vez, es el tiempo en que, a través de ese recuerdo, el espíritu se ve guiado hacia la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos» (n. 39).
1. Preparación de la venida del Señor
Es evidente que el tiempo litúrgico del Adviento -término que significa «venida» o «advenimiento»-, con el que comienza el año litúrgico, apenas es celebrado por nuestro pueblo. Entre nosotros no hay tradiciones peculiares de este tiempo, como es la «corona» en los pueblos anglosajones. Únicamente a través de la renovación litúrgica, anterior y posterior al Vaticano II, se ha recuperado el sentido del Adviento en comunidades, movimientos apostólicos y parroquias renovadas, como preparación de la Navidad. En estos grupos se celebra la vigilia de Adviento.
El término Adviento indicaba, en el lenguaje pagano, la venida periódica de Dios y su presencia teofánica en el templo. Equivale a «retorno» o «aniversario». Desde el punto de vista cristiano, Adviento era la última venida del Señor al final de los tiempos. Pero, al instaurarse las fiestas de la Navidad y la Epifanía, el Adviento significó también la venida de Jesús en la humildad de la carne. El Adviento es, pues, tiempo de fe en la esperanza, que nos prepara a la doble venida del Señor: la histórica -en la encarnación, por medio de María (Navidad)- y la escatológica -al final de los tiempos (parusía). Estas dos venidas se consideran como una sola, desdoblada en dos etapas. Esta doble dimensión de espera caracteriza todo el Adviento. Si añadimos la venida incesante de Dios en la caridad, podemos hablar de tres venidas: la histórica, la teologal y la escatológica.
«Adviento» es el tiempo que precede, como preparación, a la fiesta de Navidad. Nació en el siglo IV, con una duración de tres semanas, a imitación de la Cuaresma o de las tres semanas de preparación pascual exigidas por el catecumenado. Más tarde, el Adviento pasó a durar, según las iglesias, entre tres y seis semanas, caracterizándose en unos lugares por la penitencia (las Galias), y en otros por la alegría (Roma). En todo caso, el aspecto de la espera prevaleció sobre el de la preparación.
2. Los personajes del Adviento
Al ser la venida de Cristo anunciada por los profetas, señalada por el Precursor y realizada por la Virgen, tres son las figuras centrales del Adviento: Isaías, Juan Bautista y María.
a) Isaías
Durante el Adviento, tiempo de esperanza y de preparación, se lee el libro de Isaías. Isaías es el guía espiritual del «resto» de Israel. Como profeta, tuvo experiencia de la justicia de Dios y de la injusticia de los poderosos y mantuvo la esperanza del pueblo de Dios, al anunciar que vendría un reinado de paz, justicia y felicidad.
b) Juan Bautista
Continuador del mensaje profético de Isaías es Juan Bautista, el precursor. Fortalecido por el Espíritu, vivió en el desierto hasta el día del Adviento de Yahvé a Israel. Su misión es preceder al Señor, dar testimonio de la luz a un mundo en tinieblas y ser el amigo del Esposo que preludia el encuentro nupcial con la esposa, la humanidad dolorida. Los domingos segundo y tercero se centran en la persona y la obra del Bautista.
c) María
El final de este tiempo está referido a María, la madre de Jesús, que vivió intensamente el Adviento durante los nueve meses de gestación del Salvador en su seno. En tanto que Isaías anuncia ocho siglos antes el nacimiento del Salvador, y el Bautista lo señala en medio del pueblo, María lo entrega. Es bendita por ser madre, y lo es «entre todas las mujeres» por aceptar plenamente el Espíritu de Dios. El reinado de su hijo Jesús no tendrá fin.
3. Temas del Adviento
a) La esperanza ESPERA/ESPERANZA
Al ser la historia humana un tiempo de espera, toda la historia es, de algún modo, un Adviento. Particularmente se acentúa en la Biblia la espera del pueblo judío, al marcar una clara dirección hacia el día del Señor. Ahora bien, no es lo mismo espera (lo que llega es debido al esfuerzo humano) que esperanza (lo que adviene nos sobrepasa humanamente). «Esperar» es situarse en estado de receptividad. «Esperar con esperanza» es estar convencidos de que nos va a llegar algo que supera nuestras fuerzas y que debe venir: el reinado de Dios en su plenitud. Esto supone dos exigencias espirituales: la alegría respecto de lo que esperamos y la vigilancia respecto de nosotros mismos.
Nunca hay que contraponer la espera y la esperanza: la esperanza cristiana pasa a través de genuinas esperas humanas. A veces nuestro pueblo tiene una gran esperanza y pocas esperas humanas. Los acomodados viven únicamente pendientes de las esperas cifradas en el dinero, el poder, la comodidad, etc. Los pobres y marginados esperan siempre una sociedad nueva, un reparto de bienes y de oportunidades, un reino de Dios con libertad y justicia.... Esto entraña el derrumbamiento de muchos mundos viejos y de muchas esperas falsas.
Podemos distinguir tres niveles de espera, según necesidades y deseos: la espera pasiva de los no comprometidos, la espera interesada del burgués a su favor y la espera creadora de los activos a favor del pueblo. La esperanza es el entramado de la vida. Según cómo esperemos, así somos: impacientes o tranquilos, afirmativos o escépticos, comprometidos o desganados... Algunos «profetas de calamidades» sólo ven la llegada de una «mala noticia», no de la «buena nueva». La persona que espera de verdad tiene confianza en el cumplimiento de las promesas de Dios.
Jesús esperó activamente la venida del reino. Y, porque esperaba, encontró lo esperado: una nueva vida de resucitado. El cristiano debe esperar, al modo de Jesús, la plenitud del reino, a pesar de los fracasos, de los «signos» catastróficos, de «lo que se nos viene encima»... Espera con firmeza quien espera la «liberación». Para lo cual es necesario tener una actitud básica: la «vigilancia», con objeto de ver en el tiempo de los signos los signos de los tiempos. El evangelio no nos garantiza que los cristianos vayamos a escapar a las desgracias, naturales o no. Nuestra existencia no es fácil. El Señor nos pide que «levantemos la cabeza» y tengamos en cuenta que el fin de «un» mundo es preparación de la venida del Señor.
b) La vigilancia ADV/VIGILANCIA:
El Adviento es tiempo propicio para anunciar la liberación en base a las promesas de libertad y justicia hechas por Dios, aunque todavía no cumplidas. Es tiempo, además, de vigilancia ante lo que esperamos, que es la llegada de Dios en la plenitud de su reino. «Vigilar» equivale a velar solícitamente sobre algo o sobre alguien durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad. Precisamente la vigilia nació como tiempo de vela que precede a una fiesta y que sirve de preparación; tiene siempre un sentido escatológico de esperanza.
La vigilancia ante la llegada de Dios equivale a estar despiertos, en disposición de servicio, con una actitud atenta ante el futuro, sin evasión del presente, a pesar de la indiferencia de «este» mundo. Dios viene a los hombres y mujeres a salvar a la humanidad, herida de injusticia y de muerte, a partir de la opción por los pobres y marginados, al objeto de implantar el reino de justicia entre nosotros. Esto nos exige una actitud vigilante, que no es pasiva; consiste en discernir los signos de los tiempos para reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos, y actuar en consecuencia.
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993·Págs. 35-39
28.
El Año Litúrgico está integrado sustancialmente por dos ciclos: el de la Encarnación y el de la Redención. A cada uno de estos dos ciclos de la Liturgia el antecede un tiempo de preparación. Así, la Cuaresma se al preparación de la Pascua, y el Adviento, que comienza hoy, es la fase preparatoria del primer ciclo, del ciclo de la Encarnación.
Históricamente el Adviento representa los anhelos de la Humanidad en el A.T. por la llegada del Reino de Dios sobre la tierra. Todo el AT es un continuo adviento esperando la llegada del Mesías.
Dios, que es rico en misericordia, no quiso aplicar desde los primeros momentos el remedio que necesitábamos por el pecado de nuestros primeros padres en el Paraíso. Dispuso que transcurrieran varios siglos, durante los cuales los hombres fueran sintiendo su propia desgracia, antes de enviarles el Redentor, que no había de aparecer hasta la plenitud de los tiempos. Como dice S. pablo "cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer".
Pero el Adviento no es un mero recuerdo. Los anhelos de la Liturgia son realísimos: piden lo que expresan: la venida del Señor JC. El Adviento está totalmente orientado hacia la venida de Jesús. ¿Cómo ha de venir Jesús? Jesús vendrá otra vez al mundo realmente, no como un mero recuerdo de aquella primera venida histórica en Belén ni por pura ficción mística.
Jesús, el Dios-hombre, hará al mundo tres verdaderas venidas, La primera venida es la venida histórica del Salvador por el nacimiento de Jesús en Belén. Nacimiento que tuvo lugar de una vez para siempre hace veinte siglos y que ya no se puede repetir. Es la venida de Cristo que se celebra en Navidad.
Otro Adviento, otra venida de Jesús, muy cierta, pero de la que nadie, ni siquiera su esposa, la Iglesia, sabe la hora, ni el día, ni el siglo, aunque sí ciertamente que vendrá: me refiero a la segunda venida de Jesús como Juez de vivos y muertos, cuando se establezca definitivamente el Reino de Dios por la separación eterna de justos y pecadores.
Queda otra venida del Señor no menos real ni menos prometida ni menos importante que las dos anteriores: la venida del Señor a las almas por la gracia. Esta es la venida principal, sin la cual las otras dos nos resultarían inútiles o peligrosas. Sin la gracia en el alma se vuelve inútil la primera venida de Cristo, naciendo en Belén, para redimirnos, porque la gracia es el fruto de la redención. "Yo he venido para que tengan vida y les rebose", para que la tengan en plenitud. Además, sin la gracia en el alma será terrible la segunda venida de Cristo para juzgarnos, porque entonces sería una venida para condenarnos.
San Bernardo en un sermón sobre el adviento y que se lee en el oficio de lectura del miércoles de la primera semana de Adviento, habla de las tres venidas de Cristo: la encarnación, la gracia y el juicio.
"Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, "todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron". La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder y, en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo".
"Hoy, hermanos, celebramos el comienzo del Adviento, cuyo nombre... es bastante célebre y conocido en el mundo, pero quizá no lo son tanto ni su sentido ni la razón del nombre" (Serm. Adv. 1,1:BAC 243). "Tres advenimientos suyos conocemos: el que hizo a los hombres (la encarnación), en los hombres (la inhabitación) y contra los hombres (el juicio)..." Vino verdaderamente a todos los hombres, pero no así habitó en todos ni vendrá contra todos (Ser.Adv. 3,4:BAC 254). "Se encarnó para todos, pero no todos le permitimos que inhabite en nosotros. Él tampoco vendrá más que contra los que no le hayan querido admitir. Por lo tanto, lo mejor será recibirle en nosotros para que después no haya de venir contra nosotros".