Relectura bíblica de los Gozos
de la Novena Tradicional de Navidad
Lucía Victoria Hernández Cardona
lhernand@interpla.net.co
Universidad de Antioquia
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
Estudios Bíblicos
Medellín, Colombia, 1997
Mientras el Movimiento Litúrgico lucha por restablecer el rezo de
las Antífonas de manera solemne entre el 17 y el 23 de diciembre,
porque, como dice Dom Guéranger en su gran obra "El Año
Litúrgico", en ellas se encuentra "toda la médula de la liturgia del
Adviento , para algunos, los gozos de la Novena tradicional de
Navidad carecen de sentido. Tal vez no hemos tenido la oportunidad
de releerlos a partir de la Biblia. Queremos hacer una somera
aproximación al contenido bíblico de estos gozos, que sirva para su
comprensión, como fuente de reflexión para la época de Adviento y
para que puedan convertirse realmente en oración personal,
teniendo siempre en cuenta que el misterio de Navidad no tiene por
objeto exclusivamente celebrar el nacimiento de Jesús en Belén,
porque en realidad este misterio comprende toda la encarnación,
inclusive su gloriosa consumación.
Recitar los gozos de la Novena de Aguinaldos es introducirnos en
la teología bíblica de la espera del Mesías. La mayoría de ellos
(siete), responden a las Antífonas que se cantan en el oficio de
Vísperas antes y después del Magnificat durante los siete días que
preceden a la vigilia de Navidad, y éstas a su vez son hermosas
interpretaciones de textos bíblicos que están releídos por el Profeta
Isaías ya sea en las profecías mesiánicas que se encuentran en el
Libro del Emmanuel del primer Isaías (7,1-12,6) o en los Poemas del
Siervo de Yahveh del Segundo Isaías (40- 55). En todos
encontramos la expresión de los sentimientos que se despiertan
cuando nos situamos frente al Pesebre que nos hace remontar a la
primera navidad, y ante ese pequeño niño, recostado entre pajas
entre la mula y el buey, descubrimos al mesías anunciado en el
Antiguo Testamento como el Dios-con-nosotros.
Gozos de la Novena
¡Oh Sapiencia suma
del Dios soberano
que a infantil alcance
te rebajas sacro!
¡Oh Divino Niño
ven para enseñarnos
la prudencia que hace
verdaderos sabios!
Antífonas del Oficio Divino
Oh Sabiduría,
salida de labios del Altísimo,
que abarcas los confines del mundo,
disponiendo todo con suavidad y fortaleza:
Ven a enseñarnos el camino de la prudencia.
La Sabiduría en Israel nunca puede entenderse como un acerbo
de conocimientos teóricos. Poseer la sabiduría era conocer el orden
del mundo. El sabio estaba capacitado para gobernar e impartir
justicia, y por lo tanto la sabiduría estaba acompañada de la
prudencia. Cuando Salomón pide a Dios un corazón sabio para
gobernar a tu pueblo y poder discernir entre lo bueno y lo malo, el
Señor le concede un corazón sabio y prudente (1 Re 3,9. 12). El
sabio la prefiere a todos los dones de la tierra porque sólo ella hace
que el hombre sea auténtico hombre: imagen de Dios y señor de la
creación, que reconoce y respeta a sus hermanos, obra la justicia y
lucha contra la iniquidad.
La sabiduría es humana en cuanto Dios la concede al hombre,
pero es divina porque Dios posee la Sabiduría y el poder (Job 12,
13). El profeta Isaías cuando describe los dones que el espíritu del
Señor concede al niño que ha nacido, el Emmanuel (Dios con
nosotros), coloca en primer lugar el espíritu de inteligencia y
sabiduría (Is 11,2) y Pablo, en la primera carta a los Corintios nos
habla de Cristo como la fuerza y la sabiduría de Dios (1,24).
La sabiduría de Dios se ha encarnado en el niño de Belén. En la
espera amorosa del nacimiento, pedimos a Dios Padre que
podamos descubrir, en las enseñanzas de su hijo, la prudencia
como don de su sabiduría infinita.
Gozos de la Novena
¡Oh Adonaí, potente
que a Moisés hablando
de Israel al pueblo
disteis los mandatos,
Ah, ven prontamente
para rescatarnos,
y que un niño débil
muestre fuerte brazo!
Antífonas del Oficio Divino
Oh Adonaí
(Señor) y Jefe de la casa de Israel,
Tú que te apareciste a Moisés
en el fuego de la zarza ardiente
y le diste la ley en el Sinaí:
Ven a rescatarnos con tu brazo poderoso.
Los judíos siempre que encontraban en el texto sagrado la
palabra YHVH, leían Adonai (El Señor), para no pronunciar el
nombre de Yahveh, porque para los antiguos llamar a Dios por el
nombre que él mismo se había dado (Ex 3) significaba dominarlo y
manipularlo.
Invocar al Señor como Adonai nos ubica en el contexto de la
liberación-alianza que nos narra el libro del Éxodo en los capítulos
6-20. La liberación de Israel la prometió Yahveh a Moisés y por
intermedio de él al pueblo con estas palabras: Yo soy, el Señor, les
quitaré de encima las cargas de los egipcios, los libraré de su
esclavitud, los rescataré con brazo extendido y haciendo justicia
solemne, los adoptaré como pueblo mío y seré su Dios (Ex 6,6). La
acción liberadora se da para que Israel libremente pueda
convertirse en el Pueblo de Dios en el Sinaí por medio de un pacto
que posteriormente se expresará en los mandamientos. Esta
liberación la entendió así el pueblo que la cantaba en la más
antigua confesión de fe:
Mi Padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con
unos pocos hombres; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y
numeroso. Los egipcios nos maltrataron y nos humillaron, y nos
impusieron dura esclavitud. Gritamos al Señor, Dios de nuestros
padres, y el Señor escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria,
nuestros trabajos, nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto
con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con
signos y prodigios y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una
tierra que mana leche y miel (Dt 16,5-9).
También el profeta Isaías anuncia que cuando la cepa de Jesé
se alce como divisa de todos los pueblos, el Señor tenderá otra vez
su mano para rescatar el resto de su pueblo (Is 11,11). El salmo 130
es el grito de esperanza confiada en que el Señor vendrá; el
salmista aguarda al Señor como el centinela a la aurora porque el
Señor rescatará a Israel de todos sus delitos.
¿Y en qué consiste el rescate? Oigamos al Deutero Isaías:
No temas, que te he redimido,
te he llamado por tu nombre, tú eres mío.
Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo.
La corriente no te anegará;
cuando pases por el fuego,
no te quemarás, la llama no te abrasará.
Porque yo soy el Señor, tu Dios
el Santo de Israel, tu salvador.
Como rescate tuyo entregué a Egipto,
a Etiopía y Sabá a cambio de ti;
porque te aprecio y eres valioso y yo te quiero,
entregaré hombres a cambio de ti, pueblos a cambio de tu vida;
no temas, que contigo estoy yo;
Desde oriente traeré a tu estirpe;
desde occidente te reuniré.
Diré al norte: entrégalo; al sur: no lo retengas;
tráeme a mis hijos de lejos y a mis hijas del confín de la tierra;
a todos los que llevan mi nombre,
a los que creé para mi gloria,
a los que hice y formé (Is 43,1-7).
Para los cristianos esta espera es una realidad. El Señor ha
venido y ofrecido su vida para el rescate de todos. Jesús el
Emmanuel, el Dios con nosotros nos acompaña en todos las
situaciones de nuestra vida. Nos preparamos para celebrar la
Navidad con la seguridad de que en la debilidad del Niño de Belén
se han cumplido las esperanzas del Antiguo Testamento, y la
redención (el rescate) se ha hecho realidad; su presencia la
experimenta todo hombre de buena voluntad, que sea capaz de
reconocer en el Niño del pesebre a todos los hombres del mundo.
Gozos de la Novena
¡Oh, raíz sagrada de Jesé
que en lo alto
presentas al orbe
tu fragante nardo!
Dulcísimo Niño
que has sido llamado
lirio de los valles,
bella flor del campo.
Antífonas del Oficio Divino
Oh raíz de Jesé,
que te levantas como una señal para los pueblos;
ante quien los reyes han de guardar silencio
y a quien las naciones han de invocar:
Ven a librarnos, no tardes.
La promesa hecha a David en la profecía de Natán (2 Sam
7,5ss.) creó en el pueblo de Israel la conciencia de que el Mesías
pertenecería a la dinastía davídica. Aparentemente el tronco de la
familia de David ha quedado cortado, pero la promesa no falla. El
profeta menciona el padre de David, Jesé, como una fórmula de
humildad, porque no se refiere al gran rey David sino a su humilde
origen. Pero aunque el tronco esté cortado, la promesa da vida a la
cepa y retoñará. Pero retoñará el tocón de Jesé, de su cepa brotará
un vástago (Is 11,1). Cuando el evangelista Mateo, hablando del
niño de Belén dice que se llamará Nazareno (Mt 2,23), se refiere al
término hebreo neser = vástago.
Gozos de la Novena
Llave de David
que abre al desterrado
las cerradas puertas
del regio palacio
Sácanos, oh Niño,
con tu blanca mano
de la cárcel triste
que labró el pecado!
Antífonas del Oficio Divino
Oh llave de David,
cetro de la casa de Is rael;
que abres y nadie cierra,
cierras, y nadie abre;
Ven y saca de la cárcel
al prisionero sentado en las tinieblas
y en la sombra de la muerte.
La llave es símbolo del poder con autoridad suma, en un oficio.
El profeta Isaías anuncia la investidura de Eliaquín y dice: le pondré
en el hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo
cerrará, lo que él cierra nadie lo abrirá (Is 22, 22). Jesús de Nazaret
que recibió del Padre todo el poder en el cielo y en la tierra (Mt
28,19) recibió también las llaves del Reino.
En la misión del siervo según el Deutero-Isaías el Señor lo
constituyó para decir a los cautivos: "salgan" (Is 49,9), porque el
Señor llamó al Siervo para que abra los ojos de los ciegos, saque a
los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en
tinieblas (Is 42,7). En el Apocalipsis, Jesús es presentado como el
que tiene la llave de David, es decir, el que posee todo el poder
mesiánico: Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de
David, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede
abrir (Ap 3,7). El mismo había asumido las palabras del profeta
Isaías al iniciar su ministerio: Me ha enviado para anunciar la
libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad
a los oprimidos (Is 61,1; Lc 4,18).
El Mesías que esperamos en la Navidad, cumplió realmente la
misión del Siervo: abrió al hombre pecador la posibilidad de
liberarse del dominio del pecado (Rom 6,14), y le abrió al hombre
justo las puertas del reino de los cielos. Le suplicamos al Niño que
va a nacer que se apresure a rescatar definitivamente al hombre
que ansía ver instalado el Reino de Dios entre nosotros.
Gozos de la Novena
Oh lumbre de Oriente,
sol de eternos rayos,
que entre las tinieblas
tu esplendor veamos.
Niño tan precioso
dicha del cristiano,
luzca la sonr isa
de tus dulces labios.
Antífonas del Oficio Divino
Oh Aurora,
resplandor de la luz eterna,
sol de justicia;
ven e ilumina
a los que están sentados en las tinieblas
y en la sombra de la muerte.
¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece
sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos;
pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y
acudirán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora
(Is 60,1-2).
Parece que el profeta se dirigiera a nosotros en esta preparación
de la Natividad del Señor. En medio de las tinieblas del mundo, de la
confusión de valores e ideales de nuestra época, tenemos una
esperanza: No será para ti ya nunca más el sol tu luz en el día, ni te
alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua, y tu
Dios no será tu esplendor; tu sol ya no se pondrá ni menguará tu
luna, porque el Señor será tu luz perpetua (Is 60,19-20). Pedimos
entonces en este gozo, que el esplendor de la luz que irradia el
Pesebre penetre en la oscuridad de este mundo, para que todos los
hombres se beneficien de los resplandores de la claridad divina. La
profecía mesiánica había anunciado que el pueblo que caminaba a
oscuras vio una intensa luz, los que habitaban un país de sombras
se inundaron de luz (Is 9,1). Ya desde la época del profeta Balaán
también se había anunciado la venida del Mesías como una estrella:
Lo veo pero no para ahora; lo contemplo pero no de cerca; una
estrella sale de Jacob, un cetro surge de Israel (Nm 24,17).
El Señor está por llegar y su luz debe ser descubierta entre las
tinieblas del mundo como lo hicieron los magos de oriente allá en
Belén, y por medio de la estrella encontraron al pequeño Niño en
medio de sus padres, sonriendo cariñosamente, porque en el niño
del pesebre se nos revela la ternura del amor infinito de Dios Padre.
Es el momento de aprender a sonreír para hacer el mundo más
amable; y de descubrir la ternura del Niño de Belén y apropiárnosla,
para contribuir a desarrollar la civilización del amor y de la ternura.
Gozos de la Novena
Espejo sin mancha,
Santo de los santos,
sin igual imagen
del Dios soberano.
Borra nuestras culpas
salva al desterrado,
y en forma de Niño
da al mísero amparo.
Jesús de Nazaret vino a revelarnos a su Padre. Quien me ve a mí,
ve a mi Padre (Jn 14,9). Desde el Antiguo Testamento, la
personificación de la sabiduría se considera como espejo nítido de
la actividad de Dios, e imagen de su bondad (Sab 7,26). La carta a
los Hebreos nos dice del Hijo, que es resplandor de su gloria e
imagen perfecta de su ser (1,3). Hablar del Niño del Pesebre como
el espejo en el cual se refleja la imagen del Dios soberano, es
retomar lo que la comunidad vio siempre en Jesús de Nazaret.
Y ¿qué mejor título para Jesús que el de Santo de los Santos, el
santo por excelencia? En el idioma hebreo no existe nuestro
superlativo; cuando necesitan expresarlo utilizan la triple repetición
de la palabra: santo, santo, santo o la fórmula santo de los santos.
Un ejemplo es el título del mejor cantar: Cantar de los Cantares.
Jesús, la imagen de Dios padre-madre, que cuida de sus hijos
como una madre (Is 66, 13), mostró en toda su vida pública una
marcada opción por los pobres, los necesitados, los desterrados.
Los profetas habían anunciado como una de las misiones del siervo,
la de regresar a los desterrados a su patria. Para nosotros, el Señor
Jesús, encarnado en un pesebre, nos ha abierto la posibilidad de
ingresar a nuestra verdadera patria, el cielo.
Gozos de la Novena
Rey de las naciones
Emanuel preclaro
de Israel anhelo
pastor del rebaño.
Niño que apacientas
con suave cayado
ya la oveja arisca
ya el cordero manso.
Antífonas del Oficio Divino
Oh Rey de las naciones y deseado de las mismas,
piedra angular,
que de dos pueblos haces uno sólo;
Ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
Oh Emanuel, nuestro Rey y Legislador,
esperanza de las naciones y su Salvador:
Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.
Tres imágenes se nos presentan en esta estrofa: la realeza de
Dios, el Emanuel y el pastor. En la primera de las profecías
mesiánicas de Isaías, se anuncia el nacimiento del niño, hijo del rey
Acaz, que continuará la dinastía davídica con el nombre de
Emanuel: Mirad, la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le
pondrá por nombre Emanuel (Is 7,14) Cuando el profeta Isaías mira
hacia el futuro, ve instaurado el reino y entonces saluda al rey
futuro en el niño que ha nacido: Ezequías, prefigura del Mesías. Un
niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros
descansa el poder y es su nombre: "Consejero prudente, Dios
fuerte, Padre eterno, Príncipe de la Paz". Dilatará su soberanía en
medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino
de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre
(Is 9,5-6). Los salmistas cantan frecuentemente la realeza de
Yahveh. (Cfr. Sal 24; 47; 96; 97; 98; 99). Jesús de Nazaret en su
vida pública, es recibido en Jerusalén como rey.
EMMANUEL/YAHVE :
Las profecías mesiánicas tienen su realización en Jesús de Nazaret porque todo el
Antiguo Testamento es un anuncio o promesa cuyo cumplimiento se da en el Nuevo. Cuando se le anuncia a José el nacimiento del Niño,
el evangelista Mateo cita la profecía de Isaías 7,14. Realmente el
Niño de Belén es Dios encarnado en medio del pueblo,
Dios-con-nosotros, el Emanuel. En el Antiguo Testamento cuando el
Señor reveló a Moisés su nombre, se identifica como YHVH, (Yo soy
o yo estoy), es decir, el que está siempre con el pueblo, el que
acompaña al hombre en su historia, el que se compromete con la
causa del hombre. De la misma manera, Jesús de Nazaret es la
nueva presencia de Dios, que responde realmente al nombre de
Dios-con-nosotros.
La expresión plástica de la realidad del Emanuel se da en la
figura del buen pastor que se preocupa por las ovejas más
pequeñas y desprotegidas, las cuida con cariño y está atento a la
más arisca para que no se aleje del rebaño. El profeta Isaías pinta
la experiencia que el pueblo tenía de la protección de Dios con los
cuidados del pastor: como un pastor que apacienta el rebaño, su
brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las
madres (Is 40,11); el salmista invoca a Yahveh como su pastor que
guía al pueblo (Sal 80,2) y el pueblo se siente seguro con su pastor
porque con él nada le puede faltar (Sal 23). Jesús también se
comparó con el buen pastor (Jn 10) que va en busca de la oveja
perdida (Lc 15,4- 7). Los pastores que cuidaban sus rebaños en las
cercanías del pesebre, acuden presurosos a reconocer en el Niño
del Pesebre al salvador (Lc 2,8-18).
Abranse los cielos
y llueva de lo alto
bienhechor rocío
como riego santo.
¡Ven hermoso Niño,
ven, Dios humanado!
¡Luce hermosa estrella,
brota flor del campo!
Volvemos sobre el profeta Deutero Isaías. El anhelo de la
salvación se expresa con la figura del rocío que humedece la tierra
para que germinen las semillas: Cielos, destilen el rocío: nubes,
derramen la victoria: ábrase la tierra y brote la salva ción, y con ella
germine la justicia (Is 45,8). La esperanza que caracteriza la época
anterior a la Navidad, se expresa bellamente con la figura del rocío,
en el sentido bíblico. La presencia de Dios hecho hombre (Jn 1,14)
en medio de nosotros, augura nuevos frutos salvíficos cuando en el
Niño del Pesebre reconozcamos la cara de todos nuestros
hermanos que sufren y necesitan algo de nosotros.
Ven que ya María
previene sus brazos
do su Niño vean
en tiempo cercano.
Ven que ya José
con anhelo sacro,
se dispone a hacerse
de su amor sagrario.
No es difícil suponer el amor con que José y María alimentaban la
espera del niño por nacer. María deseaba ardientemente que el
niño que llevaba en sus entrañas saliera de ellas para alumbrar al
mundo y ser su salvador. Como María preparemos un lugar
adecuado a Jesús que ha de hacerse presente entre nosotros de
una manera más consciente en esta Navidad, pero sobre todo,
como José, preparemos nuestro corazón para acoger al Divino Niño
y con él a todos los hombres que confesamos, como Jesús, que
tenemos un Padre común. El Pesebre que hacemos en nuestras
casas sería un pesebre muerto si no preparáramos el ambiente
interior de todos nosotros para recibir con amor al Niño que va a
nacer y sólo el amor dará sentido a los preparativos de la Navidad.
Del débil auxilio,
del doliente amparo,
consuelo del triste,
luz del deste rrado
Vida de mi vida,
mi dueño adorado,
mi constante amigo,
mi divino hermano.
La experiencia de Dios del Antiguo Testamento expresada por
los salmistas y los profetas enmarcan la hermosa reflexión de este
gozo. Dejemos que nos hable la Palabra de Dios porque el Mesías
anunciado por los profetas es realmente el Niño del Pesebre:
No temas, que yo estoy contigo;
no te angusties que yo soy tu Dios;
te fortalezco y te auxilio
y te sostengo con mi diestra victoriosa (Is 41.10).
Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay;
su lengua está reseca de sed.
Yo, el Señor, les responderé;
yo, el Dios de Israel,
no los abandonaré (Is 41.17).
Como a niño a quien su madre consuela,
así los consolaré yo. (Is 66,13).
Quien ha vivido una profunda experiencia de Dios tal como la
vivieron los profetas, no puede menos que desbordar su alegría y
sus sentimientos con expresiones como las que se nos proponen en
este gozo que se convierte en oración cuando sale desde el fondo
de nuestro corazón. Realmente ese pequeño niño es nuestro
hermano, es nuestro amigo, es, en una palabra, nuestra razón de
vivir. Cuando oramos así, hemos com prendido el misterio de la
Navidad. Ser cristiano es vivir como Jesús nos enseñó. Nuestro
hermano mayor, el primogénito nos está invitando a reconocer en
todos los hombres a nuestros hermanos, para que en todas las
épocas del año, con los sentimientos y las obras en favor de los
otros, digamos que siempre es Navidad.
Véante mis ojos
de Ti enamorados,
bese ya tus plantas
bese ya tus manos.
Prosternado en tierra,
te tiendo los brazos,
y aún más que mis frases
te dice mi llanto.
Nada mejor, para concluir estas aspiraciones, que la expresión
íntima del deseo de quienes se han preparado para recibir al Divino
Niño en la noche de Navidad. Ver al Señor no es tanto un encuentro
físico sino la aceptación de su presencia en nuestra vida. Job, quien
descubre la realidad de Dios en su propia experiencia y no en las
teorías que le presentaron sus amigos, pudo exclamar: Sólo de
oídas te conocía pero ahora te han visto mis ojos (Job 42,5). Esa
experiencia del encuentro con Jesús de Nazaret nos impulsa a
acogerlo con los brazos extendidos, no con palabras sino con
hechos. Y al tender los brazos hacia el Niño del Pesebre, las
tendemos a todos los hombres, imágenes vivas de Dios, porque en
ellos encontramos a Jesús, tal como él mismo nos lo enseñó. (Cfr.
Mt 25,31-46).
Ven Salvador nuestro,
por quien suspiramos.
Ven a nuestras almas
ven no tardes tanto.
El deseo de la pronta venida del Salvador que expresamos en las
respuestas a los gozos de la Novena de Navidad, tiene una
característica especial: no se trata de la esperanza lejana de los
patriarcas o de los profetas, ni de una esperanza humana muchas
veces incierta, sino que se apoya en la realidad de la presencia de
Jesús en medio de los hombres, en vía de llegar a la consumación
definitiva en su segunda venida. Manifestamos también aquí el
deseo de que el Reino de Dios se establezca definitivamente entre
nosotros y por eso repetimos con el profeta del Apocalip sis: ¡Ven
Señor Jesús! (Ap 22, 20).