LA ESPERA DEL ADVIENTO ES LA ESPERANZA DE LA HUMANIDAD

 

JOSEP ANTON RODRIGUEZ

 

La eucología menor de Adviento ora desde la convicción de una esperanza con sentido, desde Cristo que nació, se hizo uno de nosotros, que volverá para dar plenitud a la transformación del hombre viejo en Nuevo, de ese hombre que tiene un modelo en Cristo y en el sí pronunciado por María y que ahora vive en una historia concreta: la de la Iglesia, que con limitaciones camina hacia Dios.

A partir de la oración colecta de la primera feria privilegiada de Adviento (17 de diciembre) proponemos unas reflexiones para este tiempo que revivimos año tras año.

Cristo se hizo carne

Nuestra esperanza tiene sentido, un gran sentido porque Cristo Jesús, el Mesías esperado y anunciado por los profetas en el Antiguo Testamento, el Hijo de Dios se hizo carne, "plantó su tienda entre nosotros". Se hizo uno de los nuestros, es decir: nuestro Dios es un Dios cercano, ha compartido nuestra humanidad, ha sabido de las alegrías y esperanzas de los hombres, ha vivido en el mundo que los hombres día a día van tejiendo: "hecho hombre por vosotros".

A diferencia de la imagen de dios que algunos han creado, de ese ser temible, lejano, castigado, que aterroriza el Padre de Jesús, "nuestro Dios" es un ser amoroso, compasivo, un padre solícito, un juez misericordioso. Y eso hace posible que nosotros mantengamos la esperanza, que todavía tenga sentido esperar. Pero nuestra espera es vigilante porque una esperanza pasiva no nos acercaría al Reino.

Cristo dio sentido a la esperanza de muchos hombres y mujeres que compartieron con él su existencia, curó enfermos, resucitó muertos, devolvió la alegría a los tristes, inició el Reino nuevo de auténtica felicidad. La vida que él presentó es modelo para la vida de los hombres de todos los tiempos, porque el esfuerzo, la entrega, el amor, la solidaridad, e incluso el dolor, la enfermedad y la muerte tienen ahora sentido, un sentido totalmente nuevo y pleno.

La humanidad entera camina en Cristo hacia la Vida, hacia la realización plena de los deseos más profundos de los hombres, hacia la plenitud que "Dios nos tiene preparada", hacia la "participación de su condición divina".

Cristo volverá

Caminamos día a día en la vida de este mundo con la esperanza de llegar a una Vida Nueva. En ese camino tenemos un reencuentro, el que ha prometido Cristo. Por eso nosotros en nuestra existencia trabajamos por preparar la segunda venida "para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibirlos bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar" (prefacio 1 de Adviento).

No sabemos el día ni la hora "corresponde al Padre determinar el momento", nosotros vivimos "vigilantes". Debemos vivir el presente, el "ya" que se nos presenta y que es "ya-pero-todavía-no". Cada presente nos anticipa un futuro inmediato, pero sobre todo hace real el Futuro pleno y definitivo. Cada "ya" es un poco de eternidad. No está todo hecho, debemos ir construyendo ese futuro, y no es un futuro cualquiera, sino el "cielo nuevo y la tierra nueva", dónde el hombre podrá gozar de su humanidad, que ahora ya empieza a vivir.

Vivir el presente con plenitud, vivir el "ya-pero-todavía-no", vivir cada momento como si fuera el último de nuestra existencia. No dejar nada de lo que esté en nuestras manos para que lo hagan los demás, o para hacerlo mañana. Vivimos en el hoy, en el presente, en el instante fugaz que marca la eternidad, en la felicidad de un momento que anticipa una felicidad eterna.

Esta realidad nos hace vivir en gozosa espera. No podemos estar angustiados ante la vuelta de Cristo. No podemos vivir desesperados ante el juicio.

Si nuestra existencia es de seguidores del Evangelio, si vivimos con una escala de valores que nace de la enseñanza y la vida de Jesús, ese juicio no nos dará miedo. Ciertamente que vivimos en la limitación de la vida humana. "Hago el mal que no quiero y no hago el bien que quisiera hacer" (dice san Pablo). Pero nuestra condición la conoce nuestro Juez. Y él es un juez misericordioso, comprende nuestra limitación. Si nosotros vivimos en una opción evangélica, si nosotros optamos por el bien, por hacer de nuestra vida una entrega generosa a todos los que tenemos cerca. Si somos portadores de amor, Dios en ese juicio completará nuestra entrega amorosa con su amor infinito. Si al contrario nosotros vivimos en una opción por el mal, si lo más importante para cada uno de nosotros es su ego en ese juicio final, que respetará nuestra opción, encontraremos el egoísmo total y eterno."

La vuelta de Cristo y su juicio, por tanto, nonos debe atemorizar; lo que sí que debemos plantear radicalmente es nuestra opción y la coherencia de ésta. Dios no nos pide más de lo que podemos hacer, pero sí que nos pide darnos del todo. No podemos dejar nuestros "talentos" enterrados. Deben dar fruto en el tanto por ciento que sea.

Preparamos su retorno

Nos toca en este mundo preparar el retorno del Señor. "El que creó el mundo y la humanidad sin nosotros no volverá hasta que nosotros hayamos preparado el retorno".

Nuestra existencia vive en terribles contradicciones. Los hombres buscan el amor y viven muchas veces odiándose. Quieren la paz y hacen la guerra. Desean ser hermanos, amigos, compañeros de los demás y se aferran a un egoísmo y a una soledad difíciles de superar.

Y esto ocurre a todos los niveles: en la familia: tensiones, desunión, odios, peleas (por causas a veces inexistentes), separación de matrimonios... Pero también hay realidades positivas, familias que viven en el amor desde ese Evangelio que ayuda a superar todas las dificultades, y consiguen un buen clima de hogar.

Vemos niños dejados de todos, niños que no tienen lo mínimo necesario, que no se les da amor sino odio, que crecen en la indiferencia, que viven la realidad de padres con muchos conflictos (alcohol, drogas, violencia...).

Y también vemos niños que crecen con lo necesario, con una buena familia, con una escuela, con un tiempo de ocio, con una iniciación en la fe.

Muchos jóvenes han perdido el sentido, o quizás no lo han tenido nunca. "No vale la pena vivir", "pasan", o se "enganchan" en la droga, en el alcohol, en la prostitución. No creen en esa sociedad dónde ellos tengan un sitio, y viven en un sinsentido en un vacío existencial.

Hay otros jóvenes que luchan por una causa justa, que se dedican con todos sus esfuerzos a hacer ese "mundo nuevo" ya aquí, porque es posible. Y los vemos preparándose para una mañana cercano, para dar su vida en el campo en el que tenga más posibilidades. Jóvenes que aspiran a grandes metas, a dar su vida en tierras de misiones, a ser servidores de los demás hombres a educar en los diferentes campos a los niños y jóvenes que vengan detrás de ellos. Jóvenes que se preparan para el servicio de las comunidades cristianas en las diferentes funciones necesarias para éstas (sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas,...).

También nuestra sociedad contempla ancianos abandonados, dejados por todos: en residencias, solos en sus casas, en hospitales, e incluso en la calle. Parece que la vejez es concebida por muchos como una enfermedad.

Pero también encontramos ancianos muy felices que viven rodeados del amor, del cariño, de la compañía de los suyos. Ancianos que ponen su sabiduría de la vida al alcance de los que tienen cerca, y son buenos compañeros para sus nietos, para sus hijos, para los que están con ellos.

Las estructuras sociales, las infraestructuras muchas veces están muy corrompidas. Los trámites se hacen eternos. La economía no es clara... Pero también hay casos en qué estas estructuras son válidas y ayudan a construir una sociedad mejor.

Las comunidades cristianas viven también en esa ambigüedad. Nos encontramos que dentro de nuestras comunidades hay veces que no reina el amor. Que hay envidias, que hay desacuerdos que no triunfa en evangelio, sino el planteamiento de la razón humana en su aspecto negativo. Muchas veces, sin embargo sí que reinan los valores del Evangelio y la comunidad crece.

Es en esta contradicción que vivimos dónde preparamos el retorno de Cristo y decimos al Padre "escucha nuestras súplicas".

María espera con nosotros

"La Virgen esperó con inefable amor de Madre". María hizo realidad la espera porque dijo un sí; no una palabra sino una vida. La Vida de María fue una sucesión de síes. Día a día en las pequeñas cosas dijo sí, y su entrega fue compensada para toda la humanidad.

Ella en nombre de todos sus semejantes acogió a Jesús, y con él la salvación abrió sus puertas.

La esperanza de la humanidad en María, la virgen Madre, adquiere un significado pleno. Por eso ella sigue esperando con todos los hombres, con las madres que como ella sufren al lado de sus hijos con los hijos que buscan un amor de madre, con los hombres que caminan hacia la esperanza, en este mundo que a veces hace brillar la desesperanza, porque en ella "la Palabra eterna se encarnó en su seno".

Los hombre viven en la esperanza

Toda la humanidad, los creyentes y los no creyentes viven en la esperanza. Todos buscamos un sentido a nuestra existencia, queremos una vida que sea Vida. En esta búsqueda hay diferentes caminos, y todos quieren ser portadores de esperanza. En muchos lugares se pone en duda la fe en una religión, pero queda siempre abierta una puerta a la esperanza en un mundo mejor, en una humanidad nueva. Ha habido y hay filósofos y pensadores que han hecho de sus reflexiones un absoluto, y han desconfiado de la fe, del salto que debe hacer el creyente hacia algo que a veces se escapa de la ciencia. Pero algo es común en todos ellos: permanece la esperanza de una mejora, de una superación.

Los que han formulado una desesperanza, un fin trágico a la existencia, un final vacío, viven la existencia de la angustia: la vida es una tragedia.

En el corazón de todos los hombres hay siempre un deseo de superar la realidad que vivimos a una realidad "mejor" y viven luchando por conseguir esta realidad mejor. Viven intentando ampliar conocimientos, tener mejor economía, tener una casa mejor, vivir en una zona con más recursos, tener... conseguir..., y los creyentes buscan ser más coherentes en su fe desde esa realidad humana hecha de cosas muy materiales y de aspiraciones muy concretas. Buscan a Cristo y esperan en él.

La Iglesia espera la venida del Señor

El Señor ha venido y viene. Cada año celebramos su venida en Navidad, y esperamos esta venida con el tiempo de Adviento. La Iglesia presente en este mundo y viviendo la espera de todos los hombres aguarda que el Señor se haga presente, y preparar su retomo.

La espera de la Iglesia está marcada por sus limitaciones, somos humanos y vivimos como hombres en la fe, y debemos transformar la realidad para que día a día sea más integrante del Reino, presente ya en nosotros.

La Iglesia espera con los hombres y abre los ojos de la fe a la esperanza definitiva, encamina la humanidad desde un pragmatismo a una dimensión espiritual. Intenta como madre y maestra, mostrar un camino, que no es otro que el del seguimiento de Jesús, que no es otro sino el evangélico.

Cada Adviento se nos pone ante nuestros ojos la realidad del retorno del Señor, de ese retomo definitivo que será al fin de los tiempos y que nosotros debemos preparar, y para el cual nos debemos preparar, de ese retorno en gloria y majestad para juzgar a los hombres, para juzgar en el amor "al final de nuestra vida se nos juzgará en el amor", y también para ese retorno cargado de ternura, para ver al Niño Dios hecho hombre, para ver ese Nacimiento que es frágil y que es fuerte.

En Adviento oramos, para pedir al Señor que no olvidemos que caminamos en la oscuridad, buscando la luz. Oramos y reflexionamos para no creemos autosuficientes. Adviento es la reflexión sobre la limitación de nuestros triunfos, es la vista a la grandeza que se hace en la pequeñez.

La esperanza del Adviento es la esperanza de toda la humanidad, porque es la esperanza de la Plenitud. Y la comunidad de los creyentes está incluida en esta humanidad y vive con ella esa espera y lucha por superar los errores y las contradicciones que muchas veces están presentes incluso en la institución eclesial.

La Iglesia está al lado de los hombres y espera con ellos. Y el Señor de la historia camina con los hombres por medio de la Iglesia y abre caminos de esperanza dónde se habían cerrado.

Nos dirigimos al Padre que es el principio y el fin de nuestra espera, de la esperanza de toda la humanidad y hacia él caminamos, por medio de la entrega generosa a los hombres, nuestros hermanos.

"Dios, creador y restaurador del hombre,
que has querido que tu Hijo, palabra eterna
se encarnase en el seno de María, siempre Virgen;

escucha nuestras súplicas,

y que Cristo, tu Unigénito,
hecho hombre por nosotros,
se digne hacernos partícipes
de su condición divina."

              (Oración colecta del 17 de diciembre)

Nos toca como cristianos, como hombres seguidores de Cristo, como creyentes, hacer viva esta súplica que presentamos al Señor, y junto con todos los que nos han precedido en su seguimiento, con los santos y los justos de todos los tiempos, seguir preparando su retorno. Este Adviento puede ser un camino de esperanza auténtica, no sólo de un "mundo más justo y sin opresión" sino del mundo justo en el Padre que nos presenta el Hijo y al que nos conduce el Espíritu Santo.

ORACIÓN DE LA HORAS
Noviembre 11, págs. 383ss.