EL DESIERTO: UN ESPACIO PARA ENCONTRAR A DIOS

Por Julia Merodio
Fuente: www.betania.es/medita.htm

El autobús acaba de detenerse. Nuestros corazones empiezan a latir con fuerza. Todo lo que se empieza se termina y nosotros hemos sobrevivido al penoso, primer tramo, de nuestro viaje.
La gente se agolpa en las puertas para salir a respirar aire fresco, pero el panorama que encontramos no parece mejorar lo anterior.

Un aire espeso e irrespirable nos da la bienvenida y a nuestros ojos llega una única imagen: arena, arena y más arena. Acabamos de acampar en un desierto, no hay nada que alegre nuestra vista, no hay provisiones que sacien nuestro hambre, ni encontramos agua que calme nuestra sed, estamos solos con nuestra propia realidad.

“En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad la estepa, una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que las colinas se abajen y lo escabroso se iguale. (Isaías 40, 9 – 11)

Ante nuestros ojos está la segunda sorpresa que hemos encontrado. Teníamos otro concepto del desierto. Conocemos amigos que hacen turismo a sitios exóticos enclavados en pleno desierto. Conocemos viajes programados que viven paradisíacamente en medio de la pobreza más absoluta. Nos habían dicho que dentro del desierto hay palmeras, oasis, lugares de recreo... Pero nada de eso aparece a nuestros ojos. Nosotros, tan sólo, hemos encontrado arena, bochorno y sed.

ACABAMOS DE LLEGAR: A LA SOLEDAD DEL HOMBRE.
El hombre, en los momentos cruciales de su vida, siempre se encuentra solo, sin importar el número de personas que puedan estar, en ese momento a su lado. En la toma de una decisión importante, en una enfermedad... en la misma muerte el hombre siempre está solo. Y solamente puede llenar esa soledad: Dios.

Por eso quiero que nos detengamos hoy, en esta realidad, para examinar nuestra vida.

Estamos en la segunda semana de Adviento, semana de hacer cambios, de preparar caminos, de enderezar senderos, de acercarnos al liberador que ya llega a salvarnos.

Es tiempo de conversión. Y para que esa conversión sea auténtica, ha de producirse un cambio radical de mentalidad, un cambio en nuestras actitudes profundas, un cambio que desemboque en la novedad de una vida transformada, vivida desde el evangelio.

Pero sólo Dios puede hacer posible esta conversión: Sólo Él puede llegar a lo profundo del hombre para arrancarlo de su mentira y cambiarle el corazón.

Y esto sucede, de manera especial, cuando somos capaces de cruzar a solas nuestro desierto.

“El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios”.
(Isaías 35, 1 – 6)

Cuando el hombre es capaz de caminar, sin detenerse, por el desierto de la vida, se siente feliz, como nunca se ha sentido.

También en el desierto puedes ver las dunas de día y las estrellas de noche; también en el desierto se puede saborear la paz y gustar la calma; también en el desierto se puede cambiar esa mirada raquítica y desoladora, que teníamos del mundo y al volver a recordarlo parecernos encantador... pero, sobre todo, en el desierto se pueden reconocer los pasos de Dios.

¡Cuántas veces sale el desierto en la Biblia! Observemos que en términos bíblicos el desierto siempre es lugar de paso, no un sitio donde instalar tu morada. Lo vemos con claridad en el relato de Elías:
“Y levantándose, comió y bebió; y con la fuerza de aquel manjar caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb” (1 Re. 19, 8)

SÉ MUY BIEN QUE MUCHOS ME DIRÁN:
¡Qué me cuentas a mí de desierto! ¿Cómo se puede pretender llevar a la gente al desierto, carente de lo más imprescindible, cuando vivimos en inmensas ciudades donde no falta nada?

Yo vivo en un edificio rebosante de gente que sube y baja sin cesar; compra por inercia y siempre va cargada de bolsas, come hasta enfermar, sueña con almacenar cosas que dan prestigio, aunque no les sirvan para nada... eso sí, la gente de mi entorno sueña vivir bien y sin complicaciones por eso se quita de encima las responsabilidades, echa a otros sus propios problemas y, por supuesto no quiere saber nada de Dios. Bueno, nada, nada... quizá lo justo, por lo que pueda pasar.

¿TE CONVENCES AHORA DE LO LEJOS QUE ESTÁS DE LA REALIDAD?
Creo que sigues sin entender. No se trata de querer que vayas al desierto literalmente. Se trata de que hagas en tu vida un poco de desierto. Puedes pararte un rato. Ver quién eres, entrar en tus pensamientos, en tus sentimientos... y ver el destino que llevas.

Hacer desierto significa tomarte un respiro para saborear la paz y procurar encontrarte contigo mismo y con Dios.

Hacer desierto significa: escuchar a Dios cuando nos dice que descansemos después de una larga jornada.

“Mirad a vuestro Dios que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Cuando llegue, se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará y volverán los rescatados del Señor”
(Isaías 35, 6 – 10)

El desierto hace hombres duros y cuando el ser humano es capaz de cruzar, sin desfallecer su propio desierto, la madurez empieza a presidir su vida.

Pero el hombre de hoy no es un hombre de desierto, es un hombre de ciudad, anclado en una empresa y tan sólo se le valora por lo que haya producido. No importa la forma ni los medios que haya utilizado para ello. A mayor beneficio mejor puesto y mayor reconocimiento.

Por eso en el mundo de la empresa y la competitividad la palabra desierto y maduración no caben. En la empresa se juega con los grandes beneficios, se barajan suculentas ganancias y a los empleados, muy sutilmente, se les explota para no dejarles pensar. Eso sí, se les obsequia con sugestivas convecciones, los fines de semana, llenas: de lujo, espectáculo, juegos y regalos. Todo para tenerlos atados y bien atados a las expectativas del “dios dinero” y no se les deja pensar en los demás ya sea familia (esposo-a padres, hijos, hermanos... amigos), tampoco en ellos mismos y con la mayor sutileza los privan de libertad gritándoles que nunca han vivido tan bien como ahora.

Mas cuando llega ese momento, que todos tenemos en la vida, donde todo calla inesperadamente, nos encontramos con nuestra realidad y nos sentimos marionetas manejadas por unos hilos que nos hacen movernos, sin cesar, al ritmo que marca la mano que los maneja.
Casi sin darnos cuenta, estamos dominados por el poder, el tener, el consumir, el ocio y esa dependencia no podemos dejarla porque se nos termina lo que hemos conseguido.

A los ojos de los demás tenemos todo lo deseable, lucimos coches de primeras marcas, vestimos trajes de firma, exhibimos preciosas mansiones y mostramos un hermoso color de madurez, pero por dentro estamos vacíos, sin textura, sin vida. Nuestro corazón ya no reacciona a los estímulos y a nuestros pulmones apenas les queda aire para respirar.

No somos capaces de aceptar una mala racha, un mal momento, una enfermedad, un revés de la vida. Y cuando llega, porque lo queramos o no llega, aparecen las depresiones, el alcoholismo, la droga y a veces el terminar con la vida. (Las noticias se encargan, muy a pesar nuestro, de recordárnoslo cada día)

Por eso, de nuevo, un año más Dios sale a nuestro encuentro para ayudarnos a que todo esto no tenga cabida en nuestro corazón.

Estamos en Adviento. Hagamos un sitio a Dios en nuestra vida, quedémonos algún rato a solas con Él, observemos qué sentimientos de ánimo y desánimo afloran en nuestra alma.

Saboread la salvación que poco a poco va llegando. Gritad a los que, como nosotros, son cobardes de corazón: ¡sed fuertes! ¡No temáis! Dios en persona viene a salvarnos, dejad, ya de estar pendientes de esas cosas que os tienen esclavizados.

Tenemos la gracia de vivir este tiempo junto a Jesús, tomémoslo en serio. Seamos conscientes de que nadie podrá hacerlo por nosotros y lo que, no hagamos, se quedará sin hacer.

Por eso no dejes de buscar, de descubrir, de asumir las responsabilidades que te depara la vida. Piensa que, cuando tú y yo cambiemos, la vida empezará a ser un poco mejor.

PREPÁRALE EL CAMINO AL SEÑOR.
Para la oración personal

Mi vida está llena de altibajos ¿a qué se debe?
•Observa los estorbos que hay en tu camino.
•Pon nombres a esas piedras que vas encontrando.
¿Sucederá esto porque voy por la senda equivocada?
¿Vivo muchas distorsiones en mi interior?
•Mira qué cosas “torcidas” hay en tu vida.
•Observa que terrenos escabrosos tienes que igualar.
•Toma conciencia de lo que te distrae, te angustia, te quita la paz.
¿Qué sientes al vivir esta realidad?
•Busca soluciones para liberarte de todo esto y piensa que sólo Cristo te puede liberar de ello, sin olvidar cuál es tu papel en esta liberación.
•Toma conciencia de tus momentos de desierto en los que te falta la paz, en los que no tienes una mirada dulce para los demás...
•Esos momentos de sequía y aridez, en los que te llega el enfado, la apatía, el desánimo...
•Pero en todo desierto hay momentos para la reflexión y la esperanza, busca esos oasis que te permitan continuar el camino.
• ¿En qué momentos eres oasis y agua fresca para los que tienes en tu camino?
•Pídele al Señor la gracia de brindar a los demás sosiego y paz.

Señor:

Muchas veces en mi vida, he comprobado, que Tú has hecho brotar aguas de mi desierto. De mi páramo hiciste, un hermoso estanque y cuando todo en mí era sequedad Tú lo convertiste en manantial.

¡Cuántas gracias tengo que darte, Señor, por contar con mi pequeñez para hacer tu obra!

Cuando me he acercado a Ti, cuando he interiorizado tu Palabra, todo se ha convertido en fuente de vida.

Tus exigencias, lejos de complicarme la vida, de mortificarla, de limitarla... la iban engrandeciendo, la iban fortificando, la iban insertando en tu plan de salvación.

Por eso sólo me queda decirte ¡gracias! ¡Gracias Señor porque mi paso por el desierto, ha desembocado en un hermoso oasis donde todo se ha transformado en nuevo y fértil!