Siempre se puede esperar algo nuevo

 

El que creó, casi jugando, los ángeles y las galaxias, el que es origen del ser y fuente de la vida, el viviente, el que es abrazo eterno y lluvia de besos, el que ama, hoguera inextinguible que siempre se renueva, el que es eternamente joven, siempre nuevo, Dios... Nos hizo a su imagen y semejanza. Dinamiza constantemente nuestra existencia y pone en nosotros un principio renovador. Nos creó para que creáramos. No creó para que creciéramos. Nos creó para que lo llenáramos todo de vida, de orden y belleza.

Gn/LIBRO:El hombre es un creador. El tiene capacidad para renovarlo todo. El puede llegar a construir el paraíso terrenal. El autor del Génesis era un profeta. Describía, no lo que el hombre fue, sino lo que el hombre está llamado a ser y está llamado a hacer. Optó por la utopía. Este autor hizo a la humanidad uno de los regalos más grandes y valiosos: le regaló la esperanza. El "paraíso perdido" quedará ahí siempre como horizonte y como meta. El paraíso perdido tendrá que ser un paraíso conquistado. Es cuestión de trabajo y de espera. La esperanza. ¡El Adviento!

El hombre tiene que empezar por crearse a sí mismo. Tiene que renovarse, poner orden en su propia casa, llegar a ser hombre nuevo, nuevo Adán. Debe llegar a conseguir la libertad plena, el dominio respetuoso, la armonía con todas las cosas. Debe llegar a ser él mismo, llegar a ser lo que está llamado a ser. Y lo que está llamado a ser es algo que da vértigo, está llamado a ser un hijo de Dios, un dios.

Después el hombre tiene que recrear su mundo hasta hacer "unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habite la justicia" (2P/03/13). Tiene que hacer triunfar en todas partes el derecho y la verdad. Tiene que construir la casa universal, en la que todos los hombres se sientan hermanos. Para ello, tendrá que seguir derribando muros, construyendo puentes y aprendiendo la lengua universal.

Pero ¡qué complicado es todo! Porque ¿cuál es la realidad que se nos ofrece? La verdad es que el paraíso queda muy lejos. Este mundo nuestro no se parece nada al paraíso, es inhóspito, violento y peligroso. ¡Es un mundo viejo! El hombre quiere arreglar las cosas y no hace más que estropearlas. Construye, es verdad, un mundo fabuloso, pero sin alma. Construye paraísos, pero artificiales. Construye muchas cosas, pero sin espíritu. Este mundo nuestro está herido en su parte más importante: el corazón.

H/SER-PELIGROSO:El mismo hombre no es más que una caricatura de sí mismo. ¿Qué es el hombre? Es un ser cosificado y engañado, como si un mal espíritu lo cegara y enloqueciera. No es cultivador, sino devorador. Llamado a dar vida, no se cansa de provocar muerte. Es un ser peligroso.

-¿Qué se puede esperar?

¿El rey de la creación? ¡Qué pretensiones! A lo más será el rey de la tierra. ¿Rey? ¡Ni hablar!. Un verdadero tirano, un dictador sin conciencia, un animal sin escrúpulos. No es sabio arquitecto, sino insignificante chapucero.

Con un protagonista de esta clase, ¿qué se puede esperar? ¿Qué mundo nuevo se puede construir? ¿Qué Adviento podemos celebrar?...

Pero cuando todo oscurece en medio de interrogantes angustiosos, he aquí que llega de lejos una palabra esperanzadora: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» (/Is/43/18-19).

-Algo nuevo

Algo nuevo, amigos, siempre se puede esperar algo nuevo. «La persona recibe de Dios tanto cuanto espera de El» (San Juan de la Cruz). Sólo una cosa necesitamos: fe. Saber que no estamos solos. Creer que Dios está en medio de su pueblo, el Emmanuel. Si confiamos sólo en el hombre, seguiremos acumulando desengaños. Lo que pasó a los hombres del XVIII o a los jóvenes del 60. Si confiamos sólo en nuestras fuerzas, no habrá perestroika, ni Operación primavera que valga, ni casa común que esperar: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal/027/01).

Y si no confiamos más en la fuerza renovadora del Espíritu, tampoco habrá mucha nueva evangelización que proclamar. Seguiremos con nuestros esquemas y nuestros estilos de siempre. Lo nuevo no se impone, es algo que nace de dentro. Pueden cambiarse las formas a golpe de decreto, pero la vida nueva se engendra en el Espíritu.

Celebremos el Adviento de la renovación, porque «nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal. 121, 2), que sigue haciendo el cielo y la tierra, que nos da poder para que hagamos el cielo y la tierra. Nuestra confianza nos viene del Señor, que quiere entrar de nuevo en nuestra historia.

-Esperanza

La esperanza del Adviento no es una esperanza corta ni una esperanza fácil. Esa es la esperanza que predomina entre nosotros, la que prevalece en nuestros países desarrollados y postmodernos. Nuestras esperanzas son muy chiquitas y raquíticas. Esperamos, por ejemplo, que nos toque la lotería, o que nos suban el sueldo, o que lleguen las vacaciones y el fin de semana, o tener un piso y un coche mejor, o que tengamos salud, o que nos dejen en paz. Una esperanza alicorta y mercantil, a la que siempre puede ponerse un precio.

Una esperanza fácil. Es a lo que estamos acostumbrados. Si no conseguimos enseguida lo que esperamos, nos desesperamos. No estamos acostumbrados a esperar sufriendo, ni a sufrir esperando. Lo que equivale a decir que no sabemos esperar, que no tenemos esperanza.

EP/QUÉ-ES:La esperanza cristiana, ni es corta, ni es fácil, ni es barata. Es una esperanza que brota, se enraiza y se alimenta de dos grandes realidades: la debilidad humana y la fortaleza de Dios; la miseria humana y la misericordia divina; la capacidad humana para sufrir y la generosidad divina para redimir el sufrimiento; la sed del hombre y los veneros de Dios; el poder creador del hombre y la animación de Dios; la libertad del hombre y el respeto de Dios. La esperanza de Adviento se abona con la paciencia y el sufrimiento, incluso con la sangre de los mártires. Es un «esperar contra toda esperanza». Está siempre en tensión y en vigilancia. Los aplazamientos, las contradicciones y los fracasos no la doblegan, porque su punto de apoyo es roca inconmovible. Confía en el Dios del éxodo y de la cruz. «Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera». Ni podrán detener el viento del Espíritu ni la fuerza de la resurrección.

Y es una esperanza abierta a las promesas más grandes. No se conforma con monedas y platos de lentejas. Quiere todos los derechos de primogenitura. Lo que espera es la satisfacción y plenitud de todos sus deseos. Es la esperanza más grande, porque se apoya en el Dios más grande, el Dios de las promesas y de la creación sin límites, el Dios de la utopía y del futuro, el Dios de Jesucristo.

Esperamos algo nuevo, amigos: un mundo con justicia y con amor. La nueva evangelización nos pide un compromiso nuevo por la justicia y la solidaridad. Nos pide renunciar a los viejos vestidos del egoísmo. Nos pide estar más cerca de los depositarios de la utopía y la esperanza, los que fueron objeto de las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
ADVIENTO Y NAVIDAD 1991.Págs. 18-21