VII. TRANSFORMACIONES, DESARROLLOS, REFORMAS

 

 

1.LA LITURGIA DE LA CURIA.

 

Todo el material elaborado en este proceso de transformación durante siglos e introducido y aceptado en la celebración cultual necesitaba una ulterior maduración y codificación para poder convertirse en la base de la celebración litúrgica de los siglos sucesivos. Nuevamente esto sucedió mediante un acto de Roma y su irradiación, sobre todo por obra de la joven orden franciscana. La liturgia del período romano clásico y la franco-germánica de los monasterios y catedrales era demasiado rica para poder llegar a ser patrimonio común.

 

Es un mérito del clero de la curia romana de los siglos XII y XIII el haberla adaptado y hecho prácticamente accesible incluso a comunidades más pequeñas, sobre todo parroquiales. Este necesitaba esa simplificación para su propio culto, todavía comunitario siempre, durante las numerosas peregrinaciones de la corte romana. El resultado fue la liturgia de la curia romana, consistente en un Misal, un Breviario y un Pontifical (para el Breviarium, cf P. Salmon, L'Office divin au moyenáge, París 1967~ 143-170 para el Pontificale, cf la ed. de M. Andrieu, Ciudad del Vaticano 1940).

 

La joven comunidad de hermanos de san Francisco de Asís deseosa de celebrar la misa y el oficio divino "secundum ordinem sanctae romance ecclesiae" (Regula II), adoptó esa liturgia. Aimón de Faversham, ministro general de la orden (1240-44), reelaboró posteriormente todo ello y lo hizo más practicable. Así, una vez revisada, esa liturgia, usada por sus hermanos, se difundió por todo el Occidente. Frente a la gran multiformidad de las liturgias, que habían conocido una auténtica uniformidad solamente en el ámbito de las grandes comunidades religiosas (Cluny, Prémontré, Citeaux y luego sobre todo entre los dominicos) y en asociaciones metropolitanas menores, esto significó un paso importante hacia la uniformidad centralizada de la liturgia occidental, que tiene su fuente en un patrimonio romano, arrastrado por la fuerza revolucionaria de la orden franciscana. Naturalmente, la difusión manuscrita -la única que existía antes de la invención de la imprenta- siguió ofreciendo la posibilidad de continuos cambios y enriquecimientos nuevos. Pero el núcleo fundamental y la actitud espiritual siguieron siendo comunes.

 

Solamente el Pontifical fue modificado por el trabajo de Guillermo Durando, obispo de Mende (Francia), en 1285 y modificado de una manera típica de todo el proceso: un libro romano (que a su vez era la reelaboración romana del Pontifícale Romano- Germanicum de Maguncia) se adaptó a las exigencias de un obispo que vivía fuera de Roma, con la utilización de costumbres propias no romanas. Andrieu lo ha caracterizado de manera excelente: el trabajo de Durando, "católico por su extensión, lo será también por su composición íntima". La liturgia descrita en este libro muestra con claridad cuáles son las ideas directivas y la mentalidad de fondo, sobre las que se formó la sociedad cristiana medieval: comunidad de fieles ordenada jerárquicamente, capaz de asegurar la salvación de todos sus miembros ordenados en torno al obispo, que tiene el poder de instituir al clero y de santificar a los laicos, e incluso de consagrar al mismo emperador, los reyes y los caballeros: todo esto en tiempos y lugares sagrados. Se trata, en definitiva, de la liturgia pública celebrada por toda la cristiandad en las catedrales, en los monasterios y en las iglesias parroquiales de los siglos XIII y XIV.

 

Todo esto encierra muchos aspectos positivos. La celebración litúrgica es el elemento central de un período vitalísimo, el siglo XII con Bernardo de Claraval, Abelardo, el "Duecento" verdaderamente grande con Francisco de Asís, Domingo y maestros como Giotto. Pese a todas las variaciones en los detalles, el Ordo Missae toma una firme estructura, testimoniada, v.gr., por el Ordo officiorum ecclesiae lateranensis (mitad del siglo XII). De todas formas, todavía afloran aspectos nuevos, como el que subraya la presencia eucarística del cuerpo del Señor (tras la controversia con Berengario y la clarificación del concepto de transubstanciación). Al comienzo del s. XII se inicia la costumbre de la elevación de la hostia después de la consagración; participan en el culto, pero con frecuencia centran su interés en; aumenta la distancia entre el sacerdote y los fieles. Se multiplican las celebraciones de misas, sobre todo en privado. En el calendario se asumen nuevas fiestas: la de la Santísima Trinidad y del Corpus Christi.

 

Está claro que la ordenación de las nuevas formas de piedad basadas en tradiciones inmemoriales implica que éstas se inserten en el gran complejo del culto eclesial (es muy interesante el análisis pormenorizado de todo el Ordo Misae, así como ver de donde y cuando nace cada oración concreta).

 

Sin embargo, por otra parte, todo esto se desarrolla lentamente, asumiendo proporciones notables sólo hacia el final del medievo, en el llamado "otoño de la edad media". Expresión de ello, en sus aspectos positivos y negativos, es el arte contemporáneo, que por un lado nos muestra catedrales, monasterios, pinturas y esculturas grandiosas, y por otro una articulación cada vez mayor de las iglesias en capillas con muchos altares y una tendencia historizante en las representaciones de la historia sagrada, con sus acentuaciones del lado humano en la representación de Cristo y de los acontecimientos de la historia de la salvación.

 

2. EL BREVIARIO DE QUIÑONES.

 

El cardenal Fr. Quiñones, OFM, es quizá el representante más típico de la situación litúrgica en la primera mitad del siglo XVI. La evolución ha llevado a tomar cada vez mayor conciencia de las debilidades y defectos de la liturgia y a la petición, de reformas, que, sin embargo, se realizan con un espíritu de individualismo y de privatización cada vez mayores. En este sentido debe valorarse la importante labor del card. Quiñones, el Breviarium S. Crucis (llamado así por la iglesia titular de su autor.). Reduce la extensión de la recitación a proporciones razonables y practicables, insiste repetidamente en la recitación regular de todo el salterio y presenta en una buena subdivisión toda la Sagrada Escritura, renunciando a lecturas discutibles de textos legendarios. Y todo ello de una manera, sin embargo, que convierte el breviario en un libro para que lo lea el orante particular, renunciando a la oración comunitaria (que se había hecho demasiado pesada y larga).

 

Junto al cardenal aparecen otras figuras que, hacia finales del siglo XV y comienzos del XVI, emprenden a su manera una reforma de la liturgia en el sentido de las aspiraciones generales de una reforma "in capite et membris", tal y como se expresan a partir del concilio de Constanza (año 1415). En sínodos de 1453 y 1455, Nicolás Cusano pide que se sometan a comprobación los misales según un ejemplar normativo. Obispos particulares como G. M. Giberti de Verona y otros de Francia y de Renania emprenden una reforma en sus respectivas jurisdicciones. El maestro de ceremonias de la corte de un papa como Alejandro VI nos da incluso una amplia descripción del modo de celebrar la misa, naturalmente la misa privada y rezada en voz baja. En qué medida deseaban los mejores humanistas de la época una reforma del culto y de los libros cultuales lo advertimos a partir del Libellus supplex, que los nobles venecianos (después monjes camaldulenses) V. Quirini y T. Giustiniani dedicaron a León X en 1513-15. Sin embargo, todo esto quedó como episodios fragmentarios, hasta que la acción revolucionaria emprendida por el monje agustino de Wittenberg Martín Lutero, con sus reformas radicales, obligó también a la gran iglesia a poner mano a una reforma real cimentada en la Tradición.

 

3. DE TRENTO Y LA CODIFICACIÓN DE PÍO V.

 

Las reformas litúrgicas de Martín Lutero y de sus contemporáneos contenían indudablemente importantes elementos de la liturgia de siempre, pero contenían muchos más elementos inventados, sacados de contexto, de invención,… Pero lo que si es del todo cierto es que los reformadores protestantes eliminaron demasiadas cosas del genuino patrimonio de la tradición y, al par que la unión con la gran iglesia, perdieron también el camino de acceso al tesoro hereditario de los orígenes apostólicos (cf el juicio de equilibrados historiadores de la liturgia de confesión protestante). La verdadera reforma decisiva fue misión del concilio de Trento: superación de las doctrinas erróneas e inauguración de una auténtica reforma basada siempre en la Tradición. Esta afectó también y precisamente al ámbito litúrgico. Tomó nota de la situación, decidió cambiarla, redactó un "catalogus abusuum" y dio también algunos pasos efectivos, por ejemplo prohibiendo el Breviarium S. Crucis de Quiñones (porque correspondía poco al carácter tradicional de la oración comunitaria) y promulgando el decreto "de observandis et vitandis in celebratione Missarum". Sin embargo, el concilio no podía cargar sobre sí la tarea de poner en práctica las reformas concretas, y se lo encargó solemnemente al papa, "ut eius iudicio atque auctoritate terminetur et vulgetur".

 

Con una mirada retrospectiva podemos ahora caracterizar así su programa de reforma: "El concilio ha querido llevar a cabo una reforma litúrgica -para superar el estado caótico de la liturgia- en continuidad con la tradición, en sentido crítico-histórico; a saber: eliminando las añadiduras posteriores, devolviendo la precedencia a las partes de tempore, disminuyendo las fiestas de santos y las misas votivas, buscando una mayor uniformidad, abreviando razonablemente, componiendo en fidelidad absoluta a la tradición un Ordo Missae con rúbricas obligatorias para todos. Es un título de gloria de los papas postridentinos haber puesto mano con energía a la reforma querida por el concilio también en el campo litúrgico y haberla llevado a la práctica en un tiempo relativamente breve: el Breviarium Romanum en 1568, el Missale Romanum en 1570, por obra de san Pío V; el Pontiftcale Romanum en 1596, el Caeremoniale Episcoporum en 1600, por obra de Clemente VIII; el Rituale Romanum en 1614, por obra de Paulo V; la Sacra Congregatio sacrorum Rituum, fundada en 1588 por Sixto V para asegurar la obra de la reforma. En las bulas introductorias Quod a nobis, de 1568, y Quo primum Tempore (Bula de muy interesante lectura para centrar el tema), de 1570, Pío V expresó claramente la intención de la reforma: la reforma de la alabanza divina y de la misa se reordena y reconduce "ad pristinam orandi regulam", "ad pristinam... sanctorum Patrum normam ac ritum" para toda la iglesia y para uso perpetuo. Quedan libres de adoptar la nueva norma vinculante sólo aquellas iglesias que desde doscientos años antes posean una forma propia (Sobre todo las Iglesias Orientales). Para alcanzar esta finalidad se sirvieron de manuscritos del Vaticano y de otras bibliotecas, esperando así renovar la forma original, tal y como había sido "praesertim Gelasio ac Gregorio I constituta, a Gregorio VII reformata", mientras que las épocas posteriores se habían ido alejando de ella. Se eliminaron los desarrollos indebidos, se pasaron por el tamiz y se restablecieron todas las partes, especialmente de la misa, tomando prácticamente como base el Missale secundum usum Curiae del s. XIII y en la forma de su tradición romano-italiana, tal y como aparecía en la primera edición impresa de 1474. Sin embargo, en el conjunto no se llegó más allá de Gregorio VII, y, por tanto, no se restableció el antiguo rito romano, sino solamente su forma mixta, el rito romano-franco-germánico del medievo. Se le podó de múltiples añadiduras, por ejemplo de las secuencias dominicales, y se le mejoró con una mayor rigidez en el calendario. Pero como base de la liturgia de la iglesia universal se estableció para los sucesivos cuatrocientos años una de sus múltiples variedades (ciertamente una de las mejores), o sea, la liturgia de la curia.

 

Aunque se tratara de una forma mixta medieval, en su núcleo encerraba el patrimonio esencial de la antigua liturgia romana y se convirtió en una fuente de vida espiritual. Por otra parte, junto a los méritos, debemos ver también sus límites, inevitables en la difícil situación de entonces. (recomendamos otros tantos textos que centran toda la historia de esta codificación de San Pío V, ya que aquí nos es imposible el incluirlos).

 

4. LA REFORMA INSPIRADA EN EL /MOVIMIENTO LITÚRGICO.

 

Se trata de un proceso cultural y espiritual complejo, de amplísimo alcance. En sus primeros momentos, a través de la obra de dom Próspero Guéranguer (con su producción literaria L’ anée liturgique e Institutions liturgiques y con su batalla contra la liturgia neogalicana a favor de la liturgia romana, el movimiento litúrgico se basa en las intenciones más profundas de Pío V acerca de la liturgia, que desarrolla y que, a través de Pío X, y la Mediator Dei, de Pío XII.

 

a) Pío X. En el arranque de esta imponente línea de desarrollo está seguramente el trabajo de varios centros del siglo XIX: Solesmes, con Guéranger; Beuron, con M. y PI. Wolter; el Vat. I, con sus estímulos a la renovación y profundización de la vida eclesial bajo la guía del papado; el florecimiento de una renovada teología (de la escuela romana y de la escuela de Tubinga); los intentos de renovación de la música sagrada, sobre todo en el marco del movimiento ceciliano con el congreso de Arezzo (1882), y los esfuerzos del card. José Sarto (Pío X). Pero como arranque del verdadero movimiento litúrgico de esta época se debe considerar el primer decenio del siglo XX. Su fundamento -aunque no se le diera de inmediato tal importancia- fueron sin duda las palabras programáticas de Pío X (por tanto, precisamente del card. Sarto) en su motu proprio del 22 de noviembre de 1903 sobre la restauración de la música sagrada, Tra le sollecitudini: "Siendo... un vivísimo deseo nuestro que florezca nuevamente de todas las maneras posibles el verdadero espíritu cristiano..., es necesario antes que nada atender a la santidad y dignidad del templo, donde se reúnen precisamente los fieles para beber ese espíritu de su primera e indispensable fuente, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la oración pública y solemne de la iglesia". Esta importante declaración no tuvo consecuencias inmediatas. Los decretos sobre la comunión promulgados por el papa inmediatamente después aumentaron la frecuencia de la comunión eucarística, pero sin una conexión directa con la liturgia de la misa, pese a haber desempeñado la necesaria función de abrir caminos.

 

b) Malinas/ L. Beauduin. El auténtico comienzo de aquel movimiento que en 1956 Pío XII definirá "como un paso del Espíritu Santo por su iglesia "41 se ve en el impulso que da el congreso de Malinas de 1909, con el inflamado discurso de dom Lamberto Beauduin y con la actividad litúrgico-pastoral de las abadías belgas puestas en movimiento por este acontecimiento. Debemos limitarnos a indicar brevemente los datos que revelan la amplitud del movimiento: Lovaina/ Mont César; M. Festugiére, con su ensayo sobre La liturgie cathlique de 1913, en el que ilustra de manera incluso revolucionaria cuán gran fuente de energía espiritual es la liturgia correctamente celebrada; Maria Laach, en los años 1913-14 y 1918 y siguientes, con su actividad en el mundo de los estudiantes y con sus colecciones en parte divulgativas, en parte rigurosamente científicas: Ecclesia Orans, Liturgiegeschichtliche Quellen und Forschungen y Jahrbuch für Lit. Wiss, de O. Casel a partir de 1921; Pius Parsch en Austria, con su actividad litúrgica popular; la "Rivista liturgica" de Finalpia, a partir de 1914; 1. Schuster y su Liber sacramentorum; los salesianos E.M. Vismara y don Grosso, así como muchos otros. Todos estos intentos tendían a valorar y a aprovechar las fuentes de la piedad auténtica descubiertas en la liturgia romana, precisamente en una atmósfera de rigurosa centralización y sumisión a la norma de la iglesia de Roma. Bastaba con abrir los libros romanos y celebrar la liturgia de acuerdo con ellos para descubrir "el fundamento objetivo de la construcción individual de la propia vida religiosa". Se centraban sobre todo en la recta celebración del sacrificio de la misa, pero también en la celebración de los demás sacramentos, de la liturgia de las Horas y del año litúrgico. Se fijaron como meta concelebrar la liturgia no sólo como individuos aislados, sino como comunidad, y participar en la acción salvífica de Cristo por la concelebración de las acciones sagradas.

 

Se forma así una nueva conciencia de la iglesia; la iglesia se hace viva en el alma de los fieles" sobre todo cuando éstos se encuen¿ran reunidos en torno al altar como iglesia local. Se dan cuenta de que todos los bautizados están llamados, como sujetos de un sacerdocio universal y bajo la guía del sacerdote ordenado celebrante, a "celebrar" el culto en una acción sagrada que tiene un sentido, es simbólica sacramental. Esto tiene lugar cuando nos conformamos a Cristo y a su acción salvífica, por medio de Cristo nuestro Señor, no sólo en el recogimiento mudo y adorante de la oración ante el sagrario, sino sobre todo en la participación activa en la acción sagrada, cuando el acontecimiento salvífico se nos hace presente y engloba en sí mismo a nosotros y nuestro camino en Cristo hacia el Padre, para alabanza de su gloria y para salvación nuestra. Punto central de todos los esfuerzos es la celebración de la misa, sobre todo en la forma de misa recitada, dialogada, de la misa comunitaria. El ideal es y sigue siendo la adhesión fiel a las normas oficiales de la liturgia romana. En un primer momento, pues, no se necesitan formas nuevas, y se limitan a dejar de lado, con una actitud cada vez más crítica, las menos válidas, como la misa ante el Santísimo expuesto o la exuberante abundancia de misas de negro o de difuntos. Las iniciativas positivas son más numerosas: predilección por la liturgia de ea, sobre todo durante la cuaresma; recitación comunitaria de completas y de otras horas, a ser posible en el momento debido; en los límites de lo posible, la comunión en cada misa, pero con hostias "ex hac altaris participatione", etc. De semejante actitud crítica brota, con el paso de los años, también el deseo de ver cambiadas algunas cosas no tan perfectas.

 

c) Pío XII "Mediator Dei" y vigilia pascual. Las reacciones que desencadena esta nueva actitud conducen, hacia 1938-39, a una crisis, que provocará la intervención de Pío XII con la encíclica Mediator Dei, de 1947, en la que el papa pone en guardia contra desviaciones y exageraciones, pero a la vez reconoce expresamente las instancias auténticas del movimiento litúrgico. Sin duda el punto culminante de su intervención es el encargo confiado en 1948 a la Congregación de ritos de preparar una reforma general de la liturgia, encargo que dará su primer fruto con la reintroducción de la vigilia pascual y la reforma de la semana santa, establecidas por el decreto Maxima redemplionis mysteria, de 1955 11. Así se abría el camino que, a través de numerosos congresos internacionales de estudiosos y expertos en liturgia (a partir de 1951) y sobre todo a través del congreso litúrgico pastoral de Asís de 1956 y el congreso eucarístico de Munich de 1960, llevaría al concilio Vat. Il.

 

d) El Vat. 11.- SC y reforma posconciliar. El concilio y todo su programa de reforma son mérito de la valiente iniciativa, verdaderamente bajo la guía del Espíritu Santo, de Juan XXIII. Fue providencial que el primer documento conciliar fuera la constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium. En ella encontramos frecuentemente de manera programática la finalidad última de la reforma conciliar e indicado el camino hacia ella: el concilio se interesa especialmente por la reforma e incremento de la liturgia porque se propone ,,acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio..." (SC l). El hecho de que comenzara por la constitución sobre la liturgia fue sintomático: sobre todo porque la glorificación de Dios y la comunicación de la salvación en Cristo a los hombres deben constituir siempre el fin primordial de la iglesia; luego -last, not least- porque el programa expresado en la constitución litúrgica era el fruto precioso del trabajo de todo un siglo del movimiento litúrgico, correspondía al deseo de los mejores miembros de la iglesia y estaba apoyado por el trabajo conjunto de los liturgistas de toda la iglesia.

 

El concilio votó la constitución el 4 de diciembre de 1963, con 2.147 placet y cuatro non placet, y Pablo VI la aprobó. Esta finalmente hacía lo que se debería haber hecho hacia el final de la edad media, pero que el concilio de Trento no pudo realizar por falta de tiempo y por el precipitarse de los acontecimientos: clarificaciones de fondo sobre lo que es la liturgia como culto de la iglesia, como adoración del Padre en espíritu y verdad, como celebración memorial de la obra salvífica de Cristo; indicación de las normas directivas de una reforma real, para perseguir finalmente -pidiendo otra vez para ello la intervención del papa, pero con medios mejores que entonces la meta valiente que Pío V se había propuesto, es decir, la renovación de la liturgia "ad pristinam normam Patrum" (bula Quo primum, de 1570), llevando a cabo al mismo tiempo una genuina actualización según las necesidades de nuestros días.

 

La constitución sobre la liturgia expone en un primer capítulo los "principios generales para la reforma y fomento de la sagrada liturgia". En primer lugar ilustra 1,a naturaleza y la importancia de la liturgia misma. Esta se halla dentro de la realización del proyecto salvífico de Dios para nuestra redención y para la adoración del Padre, que el Hijo encarnado de Dios, Jesucristo, ha actuado sobre todo mediante el misterio pascual de su pasión y glorificación. La iglesia debe proclamar y actualizar esta obra salvífica precisamente en la liturgia, en la que "opus nostrae redemptionis exercetur" (SC 2). Para ello Cristo está siempre presente en su iglesia, por lo cual toda celebración litúrgica "es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia... no la iguala ninguna otra acción de la iglesia" (SC 7). La acción de la iglesia no se agota obviamente en la liturgia, aunque ésta, de todas formas, sigue siendo cumbre y fuente (SC 10). Fin de toda la actividad litúrgica es "aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas" a la que los fieles están llamados y capacitados por el bautismo (SC 14). Para alcanzar esta finalidad, es necesario efectuar una reforma con fidelidad a. la "sana tradición", pero con espíritu abierto a un "progreso legítimo" (SC 23); una reforma que siempre debe estar preparada y acompañada por estudios profundos, por la atención al verdadero espíritu de la liturgia y por prudencia pastoral (ib). En este trabajo, evidentemente, es necesario tener en cuenta el carácter comunitario del culto cristiano (SC 26; 41s). Desde luego son posibles eventuales cambios y adaptaciones a las iglesias locales; la iglesia ya no impone "una rígida uniformidad", aunque todas las decisiones deben llevar el sello de la autoridad episcopal y de la autoridad papal (SC 37; 32; 43ss).

 

A estas explicaciones de carácter general, aunque extraordinariamente importantes, siguen las directrices que se refieren a las diferentes partes de la liturgia. Por lo que concierne al sacrificio de la misa, son de suma importancia la insistencia sobre la proclamación de la palabra de Dios también en lengua vernácula en la misa, la concesión de la comunión bajo las dos especies y el restablecimiento de una genuina / "concelebración" (SC 47-58); en cuanto a los demás sacramentos, merecen mención especial la renovación de la liturgia bautismal y sobre todo la restauración de un "catecumenado... dividido en distintas etapas" (SC 64); acerca de la liturgia de las horas hay que destacar la acentuación de las horae cardinales (SC 89), del carácter comunitario y de la "veritas temporis" (SC 99 y 88, 94); la recitación del salterio, distribuida durante un ciclo más largo que el de una semana (SC 91); la posibilidad de recitarlo en lengua vulgar (SC 101); el reordenamiento del sistema de lecturas (SC 92).

 

El capítulo relativo al año litúrgico subraya ¡a posición central de la fiesta de pascua y del domingo, y sobre todo la preeminencia de la liturgia "de tempore" sobre las fiestas de santos, que han de ser reorganizadas (SC 102-11 l). Finalmente, siguen algunas disposiciones sobre "la música sagrada" (1112-121) y sobre "el arte y los objetos sagrados" (122130), así como (en apéndice) una declaración (le disponibilidad por parte de la iglesia para establecer, en diálogo con los "hermanos separados", "la fijación de la fiesta de pascua en un domingo determinado... del calendario gregoriano".

 

Todo lo que se ha dicho en la constitución SC es sumamente valioso,,. Pero en ella se han querido limitar expresamente a las directrices generales y a las primeras realizaciones más importantes. La auténtica reforma debía ser nuevamente tarea del papa. Pablo VI puso rápidamente manos a la obra, instituyendo con el motu proprio Sacram liturgiam, de enero de 1964, el "Consilium ad exsequendam Constitutionem de s. Liturgia" compuesto por 30-40 cardenales y obispos de toda la iglesia, la mitad nombrados por el papa y la otra mitad designados por las conferencias episcopales. Se puso a su disposición casi doscientos colaboradores (consultores y consejeros). Con un trabajo cuidadoso, reuniones de comisiones celebradas en diferentes lugares de Europa, más de una sesión anual de obispos y cardenales, consultas y experimentos prácticos, el ingente trabajo de la reforma posconciliar se llevó a cabo en un período de quince años. Se trata de una reforma de proporciones desconocidas antes de ahora: reestructuración de casi todos los ritos y composición de los textos correspondientes en lengua latina. Fue luego tarea de las conferencias episcopales de las diferentes áreas lingüísticas traducir esos libros a la propia lengua y, eventualmente, adaptar los ritos a situaciones diversas, naturalmente sometiendo el resultado final a la aprobación definitiva de la Sede Apostólica. Ahora la reforma (con la publicación del Caeremoniale episcoporum, 1984) puede considerarse concluida sustancialmente al más alto nivel. Todavía queda por efectuar aquí o allá la traducción de los textos a las diferentes lenguas vernáculas y esperar que las iglesias particulares, sus sacerdotes y sus fieles, asimilen y se apropien interiormente de toda la obra. Los protagonistas y los responsables de la reforma -concilio, papa y el consilium encargado por él- eran perfectamente conscientes de lo extraordinario de la tarea y de las chances que tenía, y han hecho todo lo posible por aprovecharlas: de aquí ha resultado una reforma de alcance verdaderamente histórico. Salvando el núcleo esencial establecido por Cristo y los apóstoles, han tratado de volver a las formas originales de la liturgia romana clásica y de tener en cuenta a la vez la situación actual.

 

De esta manera ciertamente ha terminado la época de aquella liturgia romana que era una adaptación franco-germánica a las condiciones medievales, sin que por ello se deba renunciar a los valores permanentes que habían introducido esas formas medievales. Tan ambiciosa meta se ha alcanzado sustancialmente, aunque la obra, fruto siempre del trabajo humano, no es perfecta al ciento por ciento. Las intenciones del consilium encargado de la reforma se expresaron claramente, sobre todo en las diversas instrucciones públicas de los competentes dicasterios romanos: Inter oecumenici, de 1964, con las primeras disposiciones concretas; Tres abhinc annos, de 1967, con más indicaciones concretas; Eucharisticum mysterium, de 1967, que hace importantes afirmaciones sobre la naturaleza teológica de la celebración eucarística y de la piedad eucarística en general; Liturgicae instaurationes, de 1970, que fija sobre todo algunos límites necesarios frente a excesos y posibles desarrollos equivocados. Es importante la afirmación contenida ya en la primera instrucción, Inter oecumenici: "...Ante todo es conveniente que todos se convenzan de que la constitución del concilio Vat. II sobre sagrada liturgia no tiene como finalidad cambiar sólo los ritos y los textos litúrgicos, sino más bien suscitar en los fieles una formación y promover una acción pastoral que tenga como punto culminante y fuente inspiradora la sagrada liturgia" [5]. "El esfuerzo de esta acción pastoral centrada en la liturgia ha de tender a hacer vivir el misterio pascua¡... (ut mysterium paschale vivendo exprimatur)" [6]. La actualización del misterio pascual de Cristo: he aquí la finalidad última a la que se orientan los nuevos libros litúrgicos y las correspondientes acciones sagradas.

 

Para esto sirve la reordenación del año litúrgico, tal y como nos la ilustra el pequeño documento Calendarium Romanum, de 1969; el nuevo Missale Romanum, de 1969-70, y la nueva Liturgia Horarum, de 1970-71. El punto más central es la celebración del triduo pascual con su respectiva vigilia, seguido del "tiempo de cincuenta días", que se cierra con el domingo de pentecostés, cuya octava se suprime; esa celebración se prepara con el "tiempo de cuarenta días" de ayuno, de penitencia y de preparación a los sacramentos pascuales, con la supresión de los domingos de septuagésima. La celebración pascual se prolonga a lo largo del año (per annum) en 34 domingos. El comienzo del año está marcado, con el adviento, la navidad y la epifanía, por el tiempo de la "manifestatio Domini", o sea, por la celebración de su venida: de la encarnación del Hijo de Dios en la tierra y de su vuelta gloriosa. Las fiestas de los santos deben subordinarse a las celebraciones "de tempore"'. Una gradación inteligente y práctica de las fiestas (solemnidad, fiesta, memorias de diversos tipos) permite celebrar a los santos sin grandes dificultades, máxime cuando solamente son obligatorias las fiestas de aquellos santos que son importantes para toda la iglesia, mientras que se deja a las iglesias locales la celebración de aquellos santos a los que ellas están unidas de manera especial. En el marco de este calendario anual, todos están invitados a participar activamente en la celebración comunitaria del sacrificio eucarístico y, dentro de lo posible, y desde luego al menos como principio, también en la celebración de la liturgia de las Horas, que ha sido reestructurada de manera que sea viable también para los laicos, para grupos de laicos y sobre todo para la comunidad familiar. Estas acciones cultuales principales contienen la mayor parte del patrimonio tradicional de oración de la iglesia romana, de manera que todos los fieles pueden oír, en los domingos de los tres años (A, B y C) en que se subdividen las lecturas, todo el NT y las partes esenciales del AT. Un gran número de oraciones tomadas de los antiguos sacramentarios romanos, numerosos prefacios y, junto al canon romano, otras plegarias eucarísticas compuestas según el espíritu de la antigua liturgia romana y de las plegarias eucarísticas de las iglesias orientales, ofrecen ulteriores riquezas de la antigua tradición clásica. La liturgia de las Horas -reducida a proporciones practicables, sobre todo con la subdivisión del salterio en cuatro semanas y una repartición de las horas más razonable, de manera que, rezadas efectivamente en el tiempo debido, puedan santificar las horas del día está enriquecida con numerosas lecturas breves de la Sagrada Escritura durante las horas diurnas y con una buena subdivisión de las lecturas bíblicas en el oficio de lectura, en sintonía con el orden de las lecturas de la misa. Además, en particular, las llamadas lecturas de los padres se han elegido de manera que ofrezcan lo mejor de los escritores espirituales de-todos los siglos, dejando a salvo la facultad de las conferencias episcopales de añadir también lecturas de autores recientes de su propia área lingüística (por ejemplo, Newman, Marmion, Schuster, Guardini, etcétera).

 

De manera semejante se ha ordenado y enriquecido la celebración de los sacramentos: de la "initiatio" (el conjunto unitario formado por el bautismo, la confirmación y la primera participación activa en la eucaristía), de la penitencia, de la unción de los enfermos, del matrimonio y del orden jerárquico (con acentuación de los grados clásicos del diaconado, presbiterado y episcopado). Finalmente, se han reordenado las celebraciones que pertenecen al campo de los sacramentales; pero que no son menos importantes para la vida eclesial y cristiana en general la consagración de la iglesia, los ritos de la vida religiosa (que alcanzan su vértice en la profesión religiosa solemne y en la consagración de las vírgenes), así como la consagración M abad y de la abadesa.

 

Con una reforma tan amplia se ha ofrecido la posibilidad de celebrar comunitariamente la acción salvífica pascua¡ de Cristo (muerte y resurrección del Señor), y así hacer de ella realmente la cumbre y la fuente de la vida cristiana en el seguimiento del Señor y en la conformación a él. Es misión de las iglesias locales -con la tarea en verdad difícil de la /traducción de los textos latinos oficiales a cada una de las diferentes lenguas particulares- celebrar y realizar todo esto de manera que mysterium paschale vivendo exprimatur, para alabanza de la gloria de Dios, para salvación de todos los que creen, como testimonio de la esperanza en la venida del Señor. Así la vida cristiana se plasmará a partir de la liturgia, "por cuyo medio Opus nostrae salutis exercetur, sobre todo en el divino sacrificio de la eucaristía", de manera que "los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo" (SC 2).