Martes

34ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Apocalipsis 14,14-19

Yo, Juan, 14 volví a mirar y vi una nube blanca. Sentado sobre la nube estaba un ser de aspecto humano con una corona de oro sobre la cabeza y una hoz afilada en la mano. 15 Salió del templo otro ángel y gritó con voz potente al que estaba sentado en la nube:

16 El que estaba sentado sobre la nube acercó su hoz a la tierra y la segó.

17 Y salió otro ángel del templo celeste llevando también una hoz afilada. 18 Y todavía un ángel más -el que tiene poder sobre el fuego- salió del altar y gritó con voz potente al que tenía la hoz afilada:

19 Acercó el ángel su hoz a la tierra, vendimió la viña de la tierra y arrojó las uvas al gran lagar de la ira de Dios.


En este fragmento del libro de Apocalipsis encontramos algunos símbolos cuya interpretación nos introduce en la comprensión del mensaje. En primer lugar, el símbolo de la nube (v. 14), que, según la tradición bíblica, expresa una teofanía, es decir, una aparición divina. En este caso es el Hijo del hombre el que aparece para pronunciar el juicio y ofrecer la salvación. De ahí que este fragmento tenga un valor exquisitamente cristológico: el evangelista Juan quiere completar su mensaje sobre la persona y sobre la misión de Jesús.

Los símbolos de la siega (w. 15b.16) y de la vendimia (w. 18b.19) pretenden ilustrar el juicio que Jesús ha venido y vendrá a pronunciar sobre la humanidad. Se trata de un juicio abierto a la salvación, que es precisamente don de aquel cuyo nombre es Salvador. Justamente porque será Jesús quien pronuncie el juicio, no es lícito considerarlo sólo en su valor negativo: eso sería desconocer el don de Dios y sustraerse así a la voluntad salvífica universal del Señor. A buen seguro, el juicio manifiesta también un momento negativo: aquellos que hayan rechazado la salvación se encontrarán separados de Dios, como objeto de su justa cólera (v. 19), pero precisamente porque ellos mismos se han sustraído libremente a la divina misericordia.

El fragmento de Juan nos ofrece otro mensaje: existe una estrecha relación entre la vida presente y la futura, entre la vida terrena y la eterna. Todo dependerá de Dios y de su divina bondad, pero todo dependerá también de nuestras opciones personales y de las obras que realicemos.

 

Evangelio: Lucas 21,5-11

En aquel tiempo, 5 al oír a algunos que hablaban sobre la belleza de las piedras y exvotos que adornaban el templo, dijo:

6 —Vendrá un día en que todo eso que veis quedará totalmente destruido; no quedará piedra sobre piedra.

7 Entonces le preguntaron:

—Maestro, ¿cuándo será eso? ¿Cuál será la señal de que esas cosas están a punto de suceder?

8 Él contestó:

10 Les dijo además:


Estamos ante el segundo «discurso escatológico» (cf. Lc 17,20-37) del evangelio de Lucas: es señal de que para este evangelista la perspectiva del fin del mundo y de la vida futura caracteriza de una manera profunda la espiritualidad cristiana. Las preguntas iniciales, « ¿ Cuándo será eso? ¿Cuál será la señal de que esas cosas están a punto de suceder?» (v. 7), son como dos pistas de búsqueda para comprender el mensaje que Jesús quiere transmitir.

Por otra parte, el hecho de que este discurso haya sido pronunciado ante el templo, con la belleza de las piedras y exvotos, crea un fuerte contraste entre el presente, que amenaza con clausurar la religiosidad de los contemporáneos de Jesús, y el futuro hacia el que, no obstante, quiere orientar Jesús su fe. Jesús predice en su respuesta el final del templo de Jerusalén y, en cierto modo, de todo lo que éste simboliza (v. 6). Anuncia el final de un mundo que se concreta en esta catástrofe, del mismo modo que se concretará en muchas otras. No pretende decir que el fin del mundo esté cerca, pero sí desea recordar que todo lo que pertenece a este mundo tendrá, a buen seguro, un fin y que ante este fin debemos reflexionar con plena conciencia, dejándonos iluminar por su enseñanza.

Lo que debemos hacer mientras esperamos su retorno está expresado con claridad en lo que afirma Jesús con respecto a los falsos profetas y a los falsos mesías (v. 8). Jesús nos invita al discernimiento de las personas y de los acontecimientos, a tener el valor de tomar o dejar, a asumir el riesgo de optar siempre y de todos modos por los valores que él nos ha entregado en su Evangelio. Son muchos los que, tanto hoy como ayer, pretenden abrir nuevos caminos de salvación delante de nosotros; son muchos los que anuncian el fin como algo inminente, más para intimidar y aterrorizar que para iluminar e infundir valor. Las palabras de Jesús van en un sentido diametralmente opuesto: incluso cuando anuncia el fin, se preocupa por iluminar y confortar a sus discípulos.


MEDITATIO

Los símbolos del libro del Apocalipsis y el lenguaje escatológico suponen, qué duda cabe, cierta dificultad para la comprensión del mensaje bíblico. Este hecho nos confirma en la certeza de que el nuestro es un camino de fe: los símbolos tienen que ser interpretados y las palabras comprendidas.

Para el que camina por los senderos de este mundo, existe siempre la posibilidad de ser engañado y desviado. Por algo insiste Lucas, en este discurso, en señalar que la seducción será sobre todo doctrinal: los falsos profetas tienen la pretensión de atribuirse la importancia y la autoridad de Jesús y, sobre todo, se atreven a anunciar el fin como inminente. Lucas aclara que estos hechos pertenecen aún a la historia y no al «fin de los tiempos»: en efecto, deben suceder antes estas cosas, pero eso no significa que inmediatamente después venga el fin.

Es como decir que el discernimiento no puede ser fruto únicamente de una intuición personal o de cierta capacidad crítica. Al contrario, es fruto de la vida de fe y debe caracterizar la vida y la actitud de una comunidad de fe que, con la luz de la Palabra y la fuerza del Espíritu, aprende día tras día a leer los signos de los tiempos, a discernir entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso.

La invitación de Jesús, «No vayáis detrás de ellos», nos pone en guardia contra un falso seguimiento que podría reemplazar al que nos mantiene encaminados tras los pasos de Jesús. Por eso, el verdadero discernimiento se manifiesta también y sobre todo en algunas opciones de vida que pueden tener también un precio elevado, frente a las ilusiones y fáciles promesas de los falsos profetas.


ORATIO

Oh Señor, ayúdame a establecer una sabia relación con el tiempo: no una relación atrincherada en el pasado, que ya no es, ni una relación perdida en el futuro, que todavía no es. Haz que toda mi energía se dirija al presente para dar significado a toda acción y para valorar cada acontecimiento, de suerte que esté en sintonía con tu designio y sea capaz de transformar en novedad lo que puede correr el riesgo de ser rutina. Hazme comprender cuán discreto es el que sabe «perder el tiempo» en admirar una puesta de sol, en escuchar el mensaje de una hoja caída, en observar un hormiguero en acción, en contemplar un rostro bello, en consolar a quien lo necesita... En suma, en estar receptivo a todo lo que existe.

Sé que la vida es una misión de la que deberé rendir cuentas: haz que permanezca vigilante para que -como decía Pascal- no me haga culpable de dejar correr el tiempo como un niño deja correr la arena entre sus dedos.

Oh Señor, haz que tus palabras, «Estad preparados para cuando venga», caminen siempre delante de mí.


CONTEMPLATIO

Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor, pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión.

Ahora amamos en esperanza. Por eso, dice el salmo que el justo se alegra con el Señor. Y añade, en seguida, porque no posee aún la clara visión: y espera en él.

Sin embargo, poseemos ya desde ahora las primicias del Espíritu, que son como un acercamiento a aquel a quien amamos, como una previa gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y beber ávidamente.

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Amalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres saber en qué medida está en ti, si lo amas? Dios es amor.

Me dirás: «¿Qué es el amor?». El amor es el hecho mismo de amar. Ahora bien, ¿qué es lo que amamos? El bien inefable, el bien benéfico, el bien creador de todo bien. Sea él tu delicia, ya que de él has recibido todo lo que te deleita. Al decir esto, excluyo el pecado, ya que el pecado es lo único que no has recibido de él. Fuera del pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de él (Agustín de Hipona, Sermón 21, 1-4).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Mete tu hoz y comienza a segar. Es el tiempo de la siega» (Ap 14,15).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

He constatado, por consiguiente, con horror que mi impaciencia por ver restablecida la democracia tenía algo de comunista; o también, en un sentido más general, algo de racionalista: la unidad de las Luces. Quería hacer progresar la historia un poco como un niño que se pone a estirar de una planta para hacerla crecer más deprisa. Me parece que es preciso aprender a esperar del mismo modo que se aprende a crear. Sembrar con paciencia, regar con asiduidad la tierra que cubre la semilla y dar a las plantas su tiempo. No se puede engañar a una planta, como tampoco se puede engañar a la historia, pero sí es posible regarla: con paciencia, todos los días. Con comprensión, con humildad y, también, con amor.

Si los políticos y los ciudadanos aprendieran a esperar en el mejor sentido del término, manifestando así su respeto al orden intrínseco de las cosas y su insondable profundidad, si comprendieran que todas las cosas tienen sus tiempos en este mundo y que, más allá de lo que esperamos del mundo y de la historia, es importante saber lo que esperan el mundo y la historia, entonces no podría acabar la humanidad tan mal como a veces imaginamos. No hay razón alguna para mostrarnos impacientes, si hemos sembrado y regado bien. Basta con comprender que nuestra espera no carece de sentido. Es una espera que tiene sentido porque nace de la esperanza y no de la desesperación, de la fe y no de la desconfianza, de la humildad ante los tiempos de este mundo y no del miedo. Su serenidad no lleva la huella del aburrimiento, sino de la tensión. Una espera de este tipo es algo más que un simple estar a la espera. Es la vida, la vida en cuanto participación gozosa en el milagro del Ser (V. Havel).