Miércoles

30ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 6,1-9

1 Hijos, obedeced a vuestros padres como es justo que lo hagan los creyentes. 2 Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento, que lleva consigo una promesa, a saber: 3 para que seas feliz y goces de larga vida en la tierra.

4 Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino educadlos, corregidlos y enseñadles tal como lo haría el Señor.

5 Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara. 6 No con una sujeción aparente que busca sólo agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios. 7 Prestad vuestro servicio de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres, 8 sabiendo que el Señor dará a cada uno, sea libre o esclavo, según el bien que haya hecho.

9 Y vosotros, amos, comportaos de la misma manera con ellos; absteneos de amenazas y tened presente que vuestro Señor y el suyo está en los cielos y que en él no hay favoritismos.


Después de haber exhortado a los cónyuges a vivir su relación matrimonial en conformidad con su identidad cristiana (cf. Ef 5,22-33), el apóstol se dirige a los hijos y a los padres. También a ellos les dirige la invitación al mutuo respeto en la común obediencia a Cristo (cf. 5,21).

A los hijos les recuerda el mandamiento mosaico: «Honra a tu padre y a tu madre» (Ex 20,12a). La obediencia a los padres tiene que ver con la relación con Dios, el cual liga a esta relación su bendición, expresada en términos de fecundidad, según la doctrina de la retribución temporal (v. 3; cf. Ex 20,12b).

A los padres les ha sido confiada la tarea de educar a los hijos, y la deben llevar a cabo con mansedumbre y premura, no siguiendo sus propios intereses, sino como servidores de la obra de Dios (v. 4): en él debe inspirarse y orientarse la acción educadora. La relación con el Señor y la obediencia a su voluntad califican, pues, las relaciones entre padres e hijos, iluminando y corroborando la paciente y suave firmeza de unos y el respeto de los otros.

También las relaciones entre esclavos y amos reciben nueva luz del anuncio cristiano. Se trata de relaciones entre personas sometidas todas ellas al mismo «Señor» v 9b), que, sin favoritismo alguno, reconoce y aprecia el bien realizado por cada uno, no la situación social que tiene (v. 8). Tanto para los esclavos como para los amos vale la misma Palabra de Jesús: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Por eso, el esclavo, cuando obedece a su amo, obedece a Cristo: su servicio, realizado con sencillez y generosidad, asume un valor religioso que excluye todo tipo de servilismo y la búsqueda de ambiguas complacencias (vv 5-7). El amo, por su parte, debe tratar al esclavo del mismo modo que trataría a Cristo, con un corazón animado por la caridad, exento de arrogancia y autoritarismo (v. 9a).

 

Evangelio: Lucas 13,22-30

En aquel tiempo, 22 mientras iba de camino hacia Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por los que pasaba.

23 Uno le preguntó:

-Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús le respondió:

24 -Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. 25 Cuando el amo de casa se levante y cierre la puerta, vosotros os quedaréis fuera y, aunque empecéis a aporrear la puerta gritando: «¡Señor, ábrenos!», os responderá: «¡No sé de dónde sois!». 26 Entonces os pondréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas». 27 Pero él os dirá: «¡No sé de dónde sois! ¡Apartaos de mí, malvados!». 28 Entonces lloraréis y os rechinarán los dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera. 29 Pues vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa en el Reino de Dios. 30 Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.


Comienza una nueva etapa en el viaje hacia Jerusalén, marcada por la anotaciónsumario del paso de Jesús por pueblos y aldeas y su incesante enseñanza (v 22). La pregunta que abre la nueva sección tiene que ver con los que formarán parte del Reino de Dios (v. 23). Jesús no da una respuesta directa sobre el número de los que se salvarán, sino que exhorta a estar preparados y a mostrarse solícitos en la acogida del Reino que viene.

Se trata de la urgencia ineludible de comprometernos con todo nuestro ser, de concentrar todas nuestras fuerzas, como haríamos si tuviéramos que pasar por una puerta estrecha (v 24). «Hoy» es el momento oportuno para este compromiso, un compromiso que no hemos de aplazar: la salvación es el don de Dios al que nos adherimos haciendo el bien, no simplemente reivindicando vínculos de familiaridad con Jesús (w. 25ss).

La imagen del banquete escatológico, en el que participan todos los pueblos de la tierra (v. 29), manifiesta la salvación ofrecida a todos los hombres y acogida por muchos paganos. Así éstos, los «últimos» en recibir el anuncio del Evangelio, serán los «primeros» en entrar en el Reino de Dios, mientras que Israel, primero en escuchar el anuncio, se verá excluido si no lo acoge (v 30). La salvación no es cuestión de pertenencia étnica, sino de fe en Jesús. No es el ser hijo de Abrahán lo que asegura la participación en el Reino (v. 28), sino la realización de las obras de Abrahán (cf. Jn 8,39), el cual, con la esperanza de la redención futura (cf. 8,56), tuvo fe y por esa fe fue reconocido como justo (cf. Sant 2,23).


MEDITATIO

Nuestra comunión con el Señor tiene su comienzo ahora, en esta tierra, y durará más allá de la muerte, durante un tiempo sin fin. Se trata de un comienzo muy concreto: se lleva a cabo haciendo el bien y no el mal. Este modo de proceder se convierte en el signo distintivo que nos hace ser reconocidos como personas que pertenecen a Jesucristo. La fe en él no puede dejar de convertirse en amor que penetra las relaciones con los otros.

No tenemos que mirar muy lejos: la familia es el primer «lugar» donde podemos convertir la fe en Jesús en comportamientos consecuentes. Si invoco el nombre del Señor, ¿acaso puedo pretender apelar a ciertas jerarquías de poder para regular sobre ellas las relaciones con los que viven junto a mí? La salvación toma forma en la entrega, en el respeto, en la delicadeza con que vivo mi rol-servicio familiar y mi rol social. No tiene ninguna salida positiva buscar otros caminos.


ORATIO

Señor, me resulta muy fácil demorarme en razonamientos a propósito de tu mensaje de salvación sin comprometerme. Perdóname: me parece «estrecha» la puerta del amor a los que viven más cerca de mí, el único amor en el que verdaderamente estoy dispuesto a poner en juego la verdad de mi fe en ti. Prefiero la puerta «abierta de par en par» de las grandes afirmaciones verbales, que no me exigen un compromiso, de una familiaridad formal con las «cosas de la Iglesia», a las que no me preocupo de dar respuesta en la vida. Dime que la mía es una ilusión y que sólo si amo en serio no a los que están lejos, sino a los que viven junto a mí, a aquellos a los que primero y sobre todo me has confiado, entonces y sólo entonces viviré la salvación que eres tú.


CONTEMPLATIO

Acuérdate, hijo mío, de lo que dice la Escritura: «Una buena palabra vale a menudo más que un rico don»... Acuérdate de que, puesto que soy yo quien recibe todo lo que das, dices o haces a los otros, no basta con decir, hacer o dar cosas buenas; es preciso hacerlas también con suavidad, de una manera tan grata como las harías si yo, Jesús, estuviera delante de tus ojos... Es menester que todas las relaciones con el prójimo, por pequeñas que sean, rebosen de amor (Ch. de Foucauld, La vita nascosta. Ritiri IX/1, Roma 1974, p. 130).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Tú eres el Señor de todos» (cf. Ef 6,9).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Nuestra misión es una misión de amor. Es una misión de bondad, sobre todo hoy, en que hay tanta hambre de Dios. Noto que, con el tiempo, cada uno de nosotros se transformará en mensajero del amor de Dios. Para obtener esto, debemos ahondar en nuestra vida de amor, de oración, de sacrificio. Es muy difícil dar a Jesús a los otros si no lo tenemos en nuestros corazones. Si esto no nos interesa, estamos perdiendo el tiempo, porque limitarse a trabajar no es un motivo suficiente: sí lo es, en cambio, llevar la paz, el amor y la bondad al mundo de hoy, y para eso no tenemos necesidad ni de ametralladoras, ni de bombas. Necesitamos un amor profundo y una profunda unión con Cristo para ser capaces de dar a Cristo a los otros. Ahora bien, antes de poder vivir esta vida con el exterior, debemos vivirla en nuestras familias. El amor empieza en casa, y debemos ser capaces de mirar a nuestro alrededor y decir: «Sí, el amor empieza en la familia». Por eso nuestro primer esfuerzo debe ir encaminado a hacer de nuestras familias otros tantos Nazarets donde reinen el amor y la paz. Esto sólo se consigue cuando la familia se mantiene unida y reza unida.

A todos vosotros os ofrece una magnífica oportunidad la gran misión de vivir esta vida de amor, de paz, de unidad. Y, haciendo esto, proclamaréis a los cuatro vientos que Cristo está vivo (Madre Teresa de Calcuta, La gioia di darsi agli altri, Roma 31981, pp. 82-84, passim [edición española: La alegría de darse a los demás, Ediciones San Pablo, Madrid 1997]).