Viernes

29a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 4,1-6

Hermanos: 1 Así pues, yo, el prisionero por amor al Señor, os ruego que os comportéis como corresponde a la vocación con que habéis sido llamados. 2 Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor. 3 Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu. 4 Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados; 5 un solo Señor, una fe, un bautismo; 6 un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos.


Si hasta aquí el tono de la carta era el de un admirado asombro contemplativo, desde esta perícopa en adelante prevalece el tono de la exhortación. Pablo se presenta como «el prisionero por amor al Señor» (v 1), cuya autoridad deriva no sólo de ser apóstol, sino de haber aceptado también las «cadenas» (6,20), obedeciendo lo que puede exigir la vocación cristiana.

Su invitación no obedece a situaciones particulares de losdestinatarios, sino que va dirigida al cristiano en cuanto tal, sin que importe la condición sociopolítica y temporal a la que pertenezca. Responde, por consiguiente, también a nuestras condiciones y a las exigencias de nuestros días. Se trata, ante todo, de la invitación a dar una respuesta plena y coherente a la belleza y nobleza de la vocación que acaba de describir. Es interesante señalar que las cualidades de una vida comprometida con la realización de esta vocación están ordenadas a la unidad. La humildad, la amabilidad, la paciencia, la aceptación recíproca y cordial (v 2), son elementos absolutamente necesarios para hacer este camino que es, a renglón seguido, obra de unificación perseguida por el Espíritu, en cada uno y en todos, en todos los ámbitos: el personal, el comunitario y el eclesial.

El apóstol insiste en este fascinante tema del «uno», pero, a diferencia de los filósofos neoplatónicos, lo hace en clave trinitaria. Uno es «el cuerpo» místico (la Iglesia), una es «la esperanza» -horizonte de luz abierto en nosotros por la llamada-, uno es «el bautismo» y una «la fe»; uno es, a continuación, «el Señor» Jesús, uno es «el Espíritu» y uno solo «el Padre de todos», fuente de amor que obra en todos y por medio de todos. La unidad en la Trinidad es fundamento y exigencia de la unidad visible, práctica a la que deben tender los cristianos bajo todos los cielos y en cualquier época.

 

Evangelio: Lucas 12,54-59

En aquel tiempo, 54 se puso Jesús a decir a la gente:

-Cuando veis levantarse una nube sobre el poniente decís en seguida: «Va a llover», y así es. 55 Y cuando sentís soplar el viento del sur, decís: «Va a hacer calor», y así sucede. 56 ¡Hipócritas! Si sabéis discernir el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis discernir el tiempo presente? 57 ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?

58 Cuando vayas con tu adversario para comparecer ante el magistrado, procura arreglarte con él por el camino, no sea que te arrastre hasta el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. 59 Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.


Jesús reprocha vigorosamente a la gente de su tiempo que sepa interpretar los signos meteorológicos anunciadores del buen tiempo y del malo, pero ande muy lejos de comprender el signo por excelencia de su tiempo, que es él mismo, el Unigénito enviado por el Padre para la salvación de todos.

Comprender el tiempo que se está viviendo significa comprender las intenciones de Dios, que, en cada tiempo, especialmente por el misterio de la Iglesia y de sus sacramentos, hace actual el misterio de Jesús con toda su eficacia de salvación.

Ser capaz de prever a partir de un determinado elemento meteorológico -por ejemplo, a partir del viento del sur- que hará calor comporta una atención específica e interesada. Ahora bien, si el corazón no presta atención a atisbar la importancia del tiempo como tiempo para ejercitar la justicia y la caridad dentro de las propias relaciones personales, se corre un gran riesgo. Es una invitación a reconciliarnos de inmediato y a fondo con aquellos con los que no estamos en paz, porque, si nos dejamos atrapar en el remolino de la falta de perdón, no saldremos indemnes. Es como si Jesús dijera que el signo del tiempo por excelencia, que es Jesús, es signo de salvación, pero sólo para quien se compromete con una vida reconciliada: de paz, de justicia y bondad.


MEDITATIO

Es importante comprender los signos de los tiempos, porque en el tiempo -y no fuera de él, en la ahistoricidad- es posible comprender las intenciones de Dios. Él, con su próvido amor, actúa en todo tiempo. Y me llama, en este tiempo que me ha sido dado, a leer los signos de salvación y también los de perdición, ambos típicos del «hoy». El signo por excelencia es siempre, evidentemente, Cristo, con su misterio pascual. El me salva a medida que, leyendo los signos y confrontándolos con la Palabra, dejo que esta última dé fruto en mí y en mi tiempo, porque, al ponerla en práctica, permito al poder de Dios que obre más allá de mis expectativas.

A buen seguro, un gran signo positivo de nuestro tiempo es la globalización, el paso de un mundo dividido y fragmentado a ese otro al que M. McLuhan, gran teórico de la comunicación, ha llamado «aldea global». Pues bien, los mismos instrumentos de comunicación, cada día más poderosos, pueden facilitar enormemente la unificación y, por consiguiente, la paz del mundo. Ahora bien, ¿con qué condiciones? Sólo con la condición de que la persona humana (en particular el creyente) intente salir de la fragmentación del individualismo y llegue a la unificación de su persona. Si mi vocación es la de ser consciente de que, por la fe, Cristo habita en mi corazón y así, arraigado y fundamentado en su caridad, puedo ser nuevamente colmado de toda la plenitud de Dios, es en él donde me voy unificando en el corazón y en todas las facultades y potencias, en toda mi persona. ¿Los medios? San Pablo nos los acaba de indicar: la humildad, la amabilidad, la paciencia, el soportarse los unos a los otros con amor.

Buscar todo lo que une y prescindir de lo que divide, como decía y practicaba el papa Juan XXIII, es la clave que tenemos al alcance de nuestra mano para entrar e ir realizando, día a día, un proyecto de unificación personal y comunitario, eclesial, social y... planetario. De este modo, también mi tiempo, que se encuentra sustancialmente bajo el signo de Jesús, se convierte para mí en un tiempo de días claros, soleados por su salvación y por mi hacerme, en él y con él, instrumento de unidad y de paz.


ORATIO

Te pido, Señor, que me ayudes a prestar atención a los signos de mi tiempo. Sobre todo a través del Espíritu Santo, que, en la Santísima Trinidad, es vínculo de unión sustancial, haz que yo viva y obre apasionándome por la causa de la unidad como respuesta a ese signo de mi tiempo que es la aspiración a la unificación del mundo.

Para ello, sin embargo, te ruego que me concedas un corazón leal y animoso, a fin de que quiera convertir, mi ser, dividido y fragmentado con frecuencia, a la «única cosa necesaria»: amarte a ti, Señor, y amar a todos y a cada uno en ti y por ti. Haz que prescinda de todo lo que es causa de división y acoja y potencie todo lo que une en el signo de tu poder obrador de salvación: tu muerte y resurrección.


CONTEMPLATIO

Oh Trinidad, mi bien único, eres fuego que siempre arde y no se consume; fuego que quemas con tu calor todo amor propio del alma; fuego que hace desaparecer toda frialdad, fuego que ilumina. Con tu luz me has hecho conocer tu verdad: tú eres la luz superior a cualquier otra luz que ilumine el ojo del intelecto, con tanta abundancia y perfección que incrementas en claridad la luz de la fe. A través de esta fe veo que mi alma tiene vida, y, gracias a esta luz, te recibe a ti, fuente de la luz.

A la luz de la fe adquiero la sabiduría a través de la sabiduría del Verbo, tu Hijo; a la luz de la fe espero... Esta luz es, verdaderamente, un mar, porque alimenta el alma en ti, mar de paz, Trinidad eterna. Tu agua es un espejo por medio del cual quieres que yo te conozca, ya que, mirando en este espejo, manteniéndolo con la mano del amor, ésta representa en ti a mí, que soy tu criatura, y representa a ti en mí por la unión que has hecho de la naturaleza divina con nuestra humanidad (Catalina de Siena, Dialogo della divina Provvidenza, Bolonia 1989, p. 468 [edición española: El diálogo, Ediciones Rialp, Madrid 1956]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Concédeme vivir unido contigo, conmigo y con todos con el vínculo de la paz».


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos» (Jn 13,35). «Los unos a los otros», dice Cristo, no dice «a Dios». Nuestro amor a Dios sólo lo atestigua el amor fraterno. En efecto, «quien no ama a su hermano, al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve» (1 Jn 4,20). Los buenos sentimientos de amor a Dios pueden producir ilusión, pero no así el amor fraterno. Por eso seremos juzgados por nuestro amor activo, por nuestro amor a todos los hombres indigentes que encontremos en nuestro camino (cf. Mt 25,31-46). Si de verdad nos hemos dejado reconciliar por Cristo Jesús con Dios, también debemos estar reconciliados entre nosotros; debemos recurrir a todo, a fin de que se recomponga también la unidad externa de la cristiandad, que internamente no hemos perdido nunca, dado que hemos sido redimidos en Cristo.

Esta unidad interna debe ser resorte vivo para la convivencia fraterna de todos los cristianos, entonces el amor a Cristo nos hará recobrar también la unidad externa como testimonio y anticipación de aquella unidad en la que nosotros y todos los hombres de buena voluntad seremos asumidos de manera bienaventurada para toda la eternidad en la gloria del Padre («P. Seethaler», en F. W. Bautz [ed.], La parola della croce, Asís 1969).