Lunes

29ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 2,1-10

Hermanos: 1 En cuanto a vosotros, estabais muertos a causa de vuestros delitos y pecados. 2 Eran tiempos en que seguíais las corrientes de este mundo, sometidos al príncipe de las potestades aéreas, ese espíritu que prosigue eficazmente su obra entre los rebeldes a Dios. 3 Y entre éstos estábamos también todos nosotros, los que en otro tiempo hemos vivido bajo el dominio de nuestras apetencias desordenadas, siguiendo los dictados de la carne y de nuestra imaginación pecadora y viniendo a ser, como los demás, destinatarios naturales de la ira divina.

4 Pero Dios, que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor, 5 aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo —¡Por pura gracia habéis sido salvados!—, 6 nos resucitó y nos sentó con él en el cielo. 7 De este modo quiso mostrar a los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, hecha bondad para con nosotros en Cristo Jesús. 8 Por la gracia, en efecto, habéis sido salvados mediante la fe, y esto no es algo que venga de vosotros, sino que es un don de Dios; 9 no viene de las obras, para que nadie pueda presumir. 10 Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para realizar las buenas obras que Dios nos señaló de antemano como norma de conducta.


Pablo ha concluido el capítulo 1 de su carta con la estupenda oración que termina con tonos descriptivos y admirados por la realidad de Cristo. Ahora, de una manera directa, se dirige a los cristianos de Efeso y les hace conscientes de haber vivido intrínsecamente en una realidad de muerte espiritual siguiendo a Satanás, llamado aquí «príncipe de las potestades aéreas» (v. 2) porque, según una creencia judía, se pensaba que esos espíritus malignos vivían en el aire, desde donde podían influir en la vida de los hombres. Inmediatamente, sin embargo, incluye Pablo entre los que seguían las corrientes de este mundo a él mismo y a todos los demás, que durante un tiempo fueron «rebeldes a Dios» por estar movidos por «nuestras apetencias desordenadas, siguiendo los dictados de la carne y de nuestra imaginación pecadora» (v. 3).

«Carne» es un término que aparece a menudo en el Nuevo Testamento, y debe ser comprendido bien. A veces significa la naturaleza humana en sus aspectos de gran fragilidad y debilidad. A veces significa las pasiones que más inclinan al hombre al mal. A veces alude a un estilo de vida completamente negativo y que conduce a la muerte espiritual. Con todo, hay que subrayar que, en el Nuevo Testamento, este término no alude nunca al «cuerpo» (o a la materia en general) como si se tratara de una realidad negativa en sí misma. Los «dictados de la carne» son, por tanto, actitudes negativas de todo el hombre, que emanan de un uso equivocado de voluntad libre. De ahí procede el hecho de que tanto los israelitas como los paganos («como los demás»: v 3; cf. Rom 3,9) fueran «destinatarios naturales de la ira divina». No se alude a una pasión destructora en Dios, sino a su juicio de condena, dado que Dios nunca puede aprobar el mal.

En la argumentación de Pablo salta en este punto un «pero». Con él expresa el contraste entre seguir las corrientes de este mundo y la intervención de un «Dios que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso amor» (v 4) y por ello nos ha trasladado de la muerte a la vida, en Cristo Jesús. Pablo subraya una vez más que todo el proceso de la salvación (ser perdonados, regenerados, tener una heredad en el cielo) tiene lugar en Cristo y por Cristo. Por la fe hemos sido salvados y vivimos como salvados, no por eventuales méritos nuestros. Con todo, la fe no excluye las buenas obras; en efecto,

Dios quiere que las realicemos, y nos da la posibilidad de hacerlas (v. 10).

 

Evangelio: Lucas 12,13-21

En aquel tiempo, 13 uno de entre la gente le dijo:

14 Jesús le dijo:

15 Y añadió:

16 Les dijo una parábola:


El corazón de la perícopa está constituido por la parábola engastada entre un hecho narrativo y dos afirmaciones sapienciales: la primera al principio y la otra al final. El hecho narrativo consiste en la petición que se formula a Jesús para que intervenga a propósito de una herencia. Justamente para estos asuntos se requería también a menudo la intervención de los rabinos. Jesús, aunque no se deja enredar en asuntos de este tipo, aprovecha la ocasión al vuelo para recordar la necesidad de mantener el corazón libre de la codicia de tener muchos bienes, porque no son ellos los que pueden garantizar la calidad y la prolongación de la vida.

Y aquí viene la parábola. El protagonista es un rico que, tras haber obtenido una abundante cosecha, decide almacenarla en unos nuevos y grandiosos graneros, saboreando ya el placer tanto de poseer muchos bienes como de disponer de muchos años para gozarlos alegremente. Sin embargo, Dios le despierta de su estupidez haciéndole consciente de que no es él el dueño de su vida y de que, de un momento a otro (siempre muy pronto), será llamado a entregarla al Señor.

La afirmación sapiencial que cierra la perícopa es fuerte: quien piensa en acumular bienes para enriquecerse en vistas a un interés sólo personal es un necio, porque es ante Dios, realizando el precepto del amor, como se enriquece el hombre. En efecto, sólo dando es como nos enriquecemos del amor de Dios y de su premio eterno.

 

MEDITATIO

No sólo para los israelitas y los paganos convertidos de Efeso, sino también para mí, que vivo en una sociedad que ha vuelto a ser pagana, es importante que el camino de crecimiento espiritual se desarrolle sobre todo bajo la enseña de la vigilancia. Sólo si vigilo los «deseos» y los «apetitos de la carne» (siempre dispuestos a levantarse desde la raíz amarga de la codicia que anida en los rincones de mi corazón) podré ser un hombre libre, una mujer libre. Sólo si, a la luz del Espíritu Santo, me ejercito en discernir en mí entre los deseos buenos y los deseos malos, entre la voluntad buena y la voluntad mala, sabré administrar los dones de Dios -tanto materiales como espirituales-: no en virtud de la avidez egoísta o del orgullo espiritual, sino en virtud del Reino de Dios y de su justicia que es santidad.

Jesús nos ha recomendado que no acumulemos tesoros en la tierra, sino en el cielo, y nos ha hecho conscientes de que allí donde consideremos que está nuestro tesoro, allí estará constantemente nuestro corazón (cf. Mt 6,19ss). En consecuencia, es importante que, especialmente en las profundidades del corazón, nos mantengamos libres de los «apetitos de la carne», aprendiendo a comprender -como decía Isaac de Nínive- «cuánta amargura hay escondida en la dulzura del mundo» (Cent. I,35). Entonces, revigorizados por el Espíritu, nos será posible «crecer» en la vida espiritual, que consiste en «hacerse rico ante Dios», es decir, en aprender el arte de vivir amando, en la entrega generosa y alegre de nosotros mismos.


ORATIO

Señor, te ruego que limpies con tu Espíritu Santo mi corazón. Haz que no habiten en él «los apetitos de la carne», sino sólo los del Espíritu. Recuérdame que mi vida pasa como la flor de la hierba (cf. 1 Pe 1,24) y que la codicia es una gran estupidez.

Concédeme, oh Señor, un corazón libre del apego y de la avidez del «tener», para dedicarme a «ser» tal como tú me has creado, «a imagen y semejanza» de ti, que eres amor.


CONTEMPLATIO

Discípulo: ¿Cómo puede desembarazar el hombre su corazón de la mundanería?

Maestro: Mediante el deseo suscitado por el recuerdo de los bienes futuros: esos que la sagrada Escritura siembra en el corazón con la suavidad de sus versículos repletos de esperanza. En efecto, el corazón no puede despreciar su amor de antes hasta que un deseo más excelente no se contraponga a las cosas que considera gloriosas y agradables por las que está poseído el hombre. Lo que desea cada hombre puede ser conocido por sus obras. Se sentirá inclinado a pedir en la oración lo que tiene en el corazón; y aquello por lo que ora, llevará buen cuidado de manifestarlo también en las obras exteriores («Isaac de Nínive», en S. Chialá [ed.], Un'umile speranza, Magnano 1999, p. 120).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Enamórame de ti, Señor, y quedaré libre de toda codicia».

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vía de acceso a las profundidades del corazón, a saber, la interioridad, nos la enseña de una manera ejemplar santa Teresa de Avila con todo lo que ella pone en el ámbito de la oración de recogimiento. El recogimiento es para la santa la oración personal, pero ya bajo el influjo del Espíritu Santo y tal que nos vuelve atentos a la presencia de Jesús vivo en el fondo e nuestra alma. Esta forma de oración, más allá de todo esfuerzo de la imaginación, debe ponernos en contacto profundo con Jesús, que hace revivir y actualiza en nosotros cada uno de los misterios de su amor salvador.

Con todo, el término recogimiento indica de un modo aún más marcado las condiciones prácticas necesarias para acceder a la interioridad espiritual, es decir, a un desprendimiento de todo lo que no es Dios. Una mirada de amor constantemente renovada sobre Jesús obra en nosotros la purificación del corazón a través de la renuncia a todo lo que no sea la voluntad del Padre. Para que eso tenga lugar, el recogimiento debe formar una sola cosa con la libertad del espíritu de posesión y la aceptación de la pobreza personal. El hombre interior no es la reflexión sobre una estructura abstracta, sino la expresión de la presencia de Dios en el corazón y, por consiguiente, el camino hacia la pureza del corazón a imitación de Jesús (J. C. Sagné).