Jueves

28a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Efesios 1,1-10

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, al pueblo de Dios que está en Efeso y cree en Cristo Jesús. 2 A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor.

3 Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que desde lo alto del cielo
nos ha bendecido por medio de Cristo
con toda clase de bienes espirituales.

4 Él nos eligió en Cristo
antes de la creación del mundo,
para que fuéramos su pueblo
y nos mantuviéramos
sin mancha en su presencia.

Llevado de su amor,
5 él nos destinó de antemano,
conforme al beneplácito de su voluntad,
a ser adoptados como hijos suyos
por medio de Jesucristo,
6 para que la gracia
que derramó sobre nosotros,
por medio de su Hijo querido,
se convierta en himno
de alabanza a su gloria.

7 Con su muerte, el Hijo
nos ha obtenido la redención
y el perdón de los pecados,
en virtud de la riqueza de gracia
8 que Dios derramó
abundantemente sobre nosotros
en un alarde de sabiduría e inteligencia.

9 Él nos ha dado a conocer
sus planes más secretos,
los que había decidido
realizar en Cristo,
10 llevando la historia a su plenitud
al constituir a Cristo
en cabeza de todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra.


La Carta a los Efesios, que nos presenta la liturgia a partir de hoy, nació probablemente como carta circular dirigida a las diferentes Iglesias de la provincia de Asia por el apóstol Pablo durante el período de su primera prisión en Roma (61-63 d. C.), o bien por alguno de sus discípulos. El autor propone en ella su propia visión de la historia humana y cósmica: la historia es, inequívocamente, historia de salvación, un grandioso proyecto de amor del Padre, que, en su Hijo Jesucristo, redime a todos los hombres y vuelve a atraer hacia sí, de una manera irresistible, todo lo creado. En él obra ahora la fuerza invencible de la resurrección, que, tras haber derrotado al pecado y la muerte, engendra la nueva humanidad, la Iglesia; esta última, aprendiendo a reconciliar todas las divisiones, va creciendo progresivamente como único y armónico cuerpo cuya cabeza es Cristo.

Tras el acostumbrado saludo, prorrumpe el autor en un himno de alabanza donde bendice al Padre, que ha vuelto a colmar a los hombres con la sobreabundancia de sus bienes. El himno contempla previamente la increíble bondad de Dios, que, desde toda la eternidad, ha soñado y deseado hacer partícipes a todas sus criaturas de su misma vida divina (v. 4); contempla, a continuación, su inefable misericordia, que, sin rendirse frente al pecado del hombre, le ha restablecido en la condición de hijo gracias a Cristo redentor, que nos ha obtenido con su sangre la remisión de los pecados (vv. 5-7). Ahora bien, la redención es un misterio que se despliega a lo largo de la historia. Dios es creador y ama la multiplicidad de formas de lo creado, pero es también en sí mismo comunión de amor y ama la unidad: en Cristo va realizando esta voluntad suya de restaurar en todos los hombres la semejanza originaria con él y los va haciendo miembros de un único cuerpo -miembros con fisonomía diferente, pero profundamente unidos (v. 10)-. «Dios ha dado a Jesucristo como cabeza a todas las criaturas, a los ángeles y a los hombres. De este modo se va formando la unión perfecta, cuando todas las cosas estén bajo una cabeza y reciban de lo alto un vínculo indisoluble» (Juan Crisóstomo).

 

Evangelio: Lucas 11,47-54

En aquel tiempo, dijo el Señor: 47 ¡Ay de vosotros, que construís mausoleos a los profetas asesinados por vuestros propios antepasados! 48 De esta manera, vosotros mismos sois testigos de que estáis de acuerdo con lo que hicieron vuestros antepasados, porque ellos los asesinaron y vosotros les construís mausoleos. 49 Por eso dijo la sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles; a unos los matarán, y a otros los perseguirán». 50 Pero Dios va a pedir cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas vertida desde la creación del mundo, 51 desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, a quien mataron entre el altar y el santuario. Os aseguro que se le pedirán cuentas a esta generación. 52 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia! No habéis entrado vosotros y a los que querían entrar se lo habéis impedido.

53 Cuando Jesús salió de allí, los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente y a proponerle muchas cuestiones, 54 tendiéndole trampas con intención de sorprenderlo en alguna de sus palabras.


Los doctores de la Ley de tiempos de Jesús no eran mejores que sus padres. Jesús, con una profunda ironía, desenmascara su falsedad. Por un lado, pone de manifiesto que su veneración por los profetas es hipócrita, porque en estos momentos muestran que no están dispuestos a escuchar las llamadas de Dios, exactamente igual que hicieron sus padres en el pasado. Del mismo modo que los profetas fueron rechazados y muertos por ser incómodos, así también es rechazado ahora Jesús, Palabra definitiva del Padre: es exactamente el mismo comportamiento. Los «sabios», que construyen mausoleos a los profetas, no por ello se convierten en seguidores de los mismos, como quieren dar a entender -y tal vez ellos mismos crean-, sino en cómplices de quienes los mataron. El Gólgota confirmará este análisis de Jesús, apoyado por la «sentencia del juicio profético (vv. 49-51), que concibe la historia de Israel, incluido el período postexílico, como una historia de porfiada obstinación» (Josef Ernst), que ha producido constantemente sus víctimas, «desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías» (la primera y la última muerte relatadas en la Biblia hebrea).

A modo de inciso, notemos que la culpa evocada de nuevo permanece totalmente en el ámbito del Antiguo Testamento: da la impresión de que Lucas quiera sugerir que la misericordia del Padre no pretende pedir cuentas de la sangre de su Hijo, que también está a punto de ser derramada; en efecto, «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él» (Jn 3,17). Sin embargo, «Dios va a pedir cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas vertida desde la creación del mundo», porque «el que no cree en él ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios» (Jn 3,18).

Con el mismo vigor se lanza Jesús contra la arrogancia intelectual y religiosa de los doctores de la Ley, que, aun disponiendo de los instrumentos necesarios, no han seguido ni siquiera reconocido el camino que conduce a Dios, indicado por la Ley y por los profetas; al contrario, lo han hecho inaccesible también al pueblo, privando a los preceptos y las normas de su auténtico significado.


MEDITATIO

¡Qué contraste entre la conmovida contemplación del grandioso proyecto de salvación «ideado» y puesto pacientemente en práctica por la benevolencia de Dios y las violentas y dramáticas invectivas de Jesús contra los doctores de la Ley y sus padres, que opusieron siempre un firme rechazo a las llamadas divinas. La Iglesia, sometiendo a confrontación estas «obstinaciones», nos lanza por lo menos una doble llamada.

El plan de la salvación es maravilloso: contemplémoslo; con ello obtendremos un profundísimo consuelo y alegría, que serán nuestra fuerza para los inevitables momentos de dificultad y para los tiempos -a menudo largos- de crecimiento y maduración, que con facilidad someten a una dura prueba nuestra perseverancia, aunque son necesarios para que se realice en nosotros el plan de Dios; ahora bien, también hemos de estar vigilantes, porque muchos a quienes Dios lo confió antes que a nosotros, en vez de colaborar, le opusieron resistencia y perdieron de vista la meta. ¡Que no nos suceda lo mismo a los que escuchamos esta palabra!

La segunda llamada es: No somos responsables sólo de nosotros mismos. Dios nos ha revelado a los cristianos el misterio de su voluntad, a saber: que todos los hombres se salven en Cristo, para que nosotros manifestemos este misterio y todos puedan entrar en él. Eso significa, por una parte, vigilar para no escandalizar con nuestros comportamientos y respetar a los que son diferentes, sin pretender imponer nuestra fe o nuestras formas culturales, a fin de convertirnos para los otros en lugar de encuentro con Cristo, y, por otra, significa también no escondernos, sino tener el valor de mostrarnos y actuar claramente como cristianos, a fin de llegar a ser vehículos de su amor.


ORATIO

Bendito seas, Dios, que, en tu Hijo amado, nos has dado «la redención por medio de su sangre» y nos invitas a contemplar en ella tu gran amor de Padre. Nuestro corazón debería estar repleto de gratitud, pero no somos demasiado capaces de darte las gracias, sobre todo por un acontecimiento que parece tan alejado de nosotros y de nuestra vida. Tal vez nos sintamos también algo incómodos: ¿qué podemos darte nosotros a cambio? Nuestro amor es débil: tenemos miedo hasta del menor sufrimiento, tenemos deseos de amarte, pero eso no basta. Sólo tenemos para ofrecerte nuestros pecados: acéptalos y ejerce sobre ellos tu misericordia.


CONTEMPLATIO

Dios ha sabido desde toda la eternidad que podía crear una cantidad sin número de seres a los que hubiera podido comunicarse a sí mismo; y considerando que entre todos los modos de comunicarse a sí mismo no había ninguno tan grande como el unirse a una naturaleza creada, de tal modo que la criatura fuera asumida e insertada en la divinidad para constituir con ella una sola persona, su infinita bondad, que en sí misma y por sí misma está inclinada a la comunicación, decidió actuar de este modo. Ahora bien, entre todas las criaturas que la suma omnipotencia podía producir, eligió a la humanidad, que por eso fue unida a la persona de Dios Hijo y a la que destinó el honor incomparable de la unión personal a su divina Majestad, a fin de que gozara para la eternidad, de un modo especial, de los tesoros de su gloria infinita. La suma providencia dispuso, a continuación, no limitar su bondad sólo a la persona de su amadísimo Hijo, sino dilatarla por medio de él a otras muchas criaturas para que le adoraran y alabaran toda la eternidad (Francisco de Sales, Teotimo, ossia Trattato dell'amor di Dios, 1, 2 [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«El amor del Señor abarca el universo» (de la liturgia).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué significa «antes de la creación del mundo»? Significa que todavía no había nada: no existía el cielo, no existía la tierra y tampoco existía yo. Pero existía él, que pensaba ya en mí y me envolvía con su amor. Pensó en mí desde siempre y me amó desde siempre: el amor de Dios por mí es eterno. Es un pensamiento que da vértigo. No había todavía nada, pero existía ya, en el origen primigenio de las cosas, una ternura infinita que me envolvía: ahora se complace en mí, porque al verme ve a su Hijo y dice: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11). Al principio no había nada y él amó esta nada. Es esta nada la que fundamenta la gratuidad de su amor. El Señor me amó por nada, sin porqué. Lo ha dicho de una manera estupenda santo Tomás: «La raíz última del amor de Dios está en su gratuidad». Me ama por nada. Esto va unido a otro principio enunciado también por santo Tomás: «No me ama porque yo sea bueno, sino que me hace bueno al amarme». Es ésta una certeza que da a nuestro corazón una gran paz y una gran fuerza. Si Dios me amara por algo, siempre podría pensar que, si este algo dejara de existir, dejaría de amarme. Sin embargo, los cielos y la tierra pueden hundirse, pero no así el amor de Dios, nunca. Es un amor que no se rinde nunca, ya que está fundado sobre la nada. El amor de Dios no supone nada en mí y me transforma. La santidad depende por completo del creer que somos amados de este modo y de nuestro abandono a este amor. Yo soy una pobre y frágil criatura, soy nada, pero sobre esta nada se posa la mirada de Dios, se posa su amor. Y la nada florece ante él porque su amor realiza en mí maravillas. Es un amor omnipotente, que se derrama sobre el abismo de mi miseria y realiza grandes cosas (M. Magrassi, Amare con iI cuore di Dios, Cinisello B. 1983).