Miércoles

25ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Proverbios 30,5-9

5 Todas las palabras de Dios se cumplen,
es un escudo para quienes se acogen a él.

6 No añadas nada a sus palabras,
no sea que te replique y quedes como mentiroso.

7 Dos cosas te he pedido,
no me las niegues antes de que muera:
8 aleja de mí falsedad y mentira;
no me des ni pobreza ni riqueza,
dame sólo el alimento necesario.

9 No sea que, saciado, reniegue de ti
y diga: «¿Quién es el Señor?»
o que, siendo pobre, me dé al robo
y profane el nombre de mi Dios.


El libro de los Proverbios reflexiona con una gran atención sobre la pobreza y sobre la riqueza. La oración que concluye el pasaje litúrgico de hoy constituye a este respecto un espléndido ejemplo. El ideal de la sabiduría no es la pobreza, sino el bienestar, que es una bendición de Dios. Procurárselo es un deber. Los Proverbios condenan con dureza la pereza y la holgazanería. Pero si bien es verdad que el bienestar es una bendición, eso no significa que el pobre sea un maldito o alguien castigado. Las recomendaciones en su favor son numerosas, y están diseminadas por todas las secciones del libro. Ayudar a los pobres es uno de los deberes principales. Sin olvidar, a renglón seguido, que la felicidad no está sólo en la riqueza, sino en una riqueza acompañada del temor de Dios, de la justicia y de la concordia:
«Más vale poco con temor del Señor que un gran tesoro con preocupación» (15,16).

Por último, la sabiduría de los Proverbios advierte que el excesivo bienestar no está exento de grandes peligros morales, como el de creerse autosuficiente, sin sentir necesidad de Dios (v. 9). La riqueza material se transforma fácilmente en riqueza de espíritu. La posición del sabio es, por eso, la que se lee precisamente en la conclusión de nuestro pasaje: ni la miseria que conduce a la rebelión contra el Señor, ni la excesiva riqueza que conduce a olvidarlo.

 

Evangelio: Lucas 9,1-6

En aquel tiempo, 1 Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades. 2 Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos. 3 Y les dijo:

—No llevéis para el camino ni bastón ni alforjas, ni pan ni dinero, ni tengáis dos túnicas. 4 Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de aquel lugar. 5 Y donde no os reciban, marchaos y sacudid el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos.

6 Ellos se marcharon y fueron recorriendo las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por todas partes.


Predicar la conversión, expulsar toda clase de demonios y curar a los enfermos son las tres tareas del discípulo misionero (w. 1 ss). Son las mismas cosas que hizo Jesús. Las consignas de Jesús son tres. En primer lugar, una orden: el misionero ha de llevar sólo lo estrictamente indispensable, nada más (v 3). Se trata de una invitación a la pobreza entendida como libertad (dejar todo para seguirle) y fe (el mismo Señor proveerá a sus discípulos). Viene, a continuación, una norma de sentido común: el discípulo itinerante no ha de ir de una casa a otra; ha de elegir una casa digna y hospitalaria, y quedarse en ella el tiempo necesario (v. 4). Por último, una sugerencia sobre cómo comportarse en caso de rechazo.

El rechazo, en efecto, está previsto: al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le garantiza el éxito. Frente al rechazo ha de comportarse como Jesús: si lo rechazan en un sitio ha de irse a otra parte (v. 5). «Sacudirse el polvo» es un gesto de juicio, no de maldición: pretende subrayar la gravedad del rechazo, la ocasión malgastada.


MEDITATIO

Afortunados los Doce, que tenían «poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar las enfermedades». ¿Y cómo es que nosotros carecemos de poder y de autoridad? ¿Puede deberse a que llevamos con nosotros muchas cosas? ¿No irá ligada la entrega de tu poder, Señor, a la ausencia de todas esas muchas cosas en las que nos apoyamos? ¿Pero es que acaso no son necesarias estas cosas? ¿Hasta dónde llega la confianza en Dios y empieza el compromiso personal? Se trata de cuestiones que nos dejan pensativos y que parecen sin respuesta, salvo la venida de una oleada suplementaria del Espíritu Santo.

Una cosa es segura: el oficio de apóstol no es en absoluto fácil, expuesto como está a todos los vientos de las modas y a todas las tentaciones. Si carecemos de poderes, resulta fácil crearnos algunos suplementarios y refugiarnos en sucedáneos. Si la acción apostólica es «poderosa», resulta fácil autocomplacerse, como si todo procediera de nosotros.

No es fácil ser siervo y nada más que siervo. No es fácil no deprimirse con los fracasos y no exaltarse con los éxitos. Tal vez resida la debilidad en un arraigado individualismo, por el que sólo lo que hago yo está bien y sólo lo que pienso yo es justo. ¿Y si contáramos con una comunidad con la que confrontarnos, con la que crecer para apoyarnos, con la que valorar el carácter evangélico de nuestra acción, no de una manera abstracta, sino en el orden concreto de la vida cotidiana?


ORATIO

Mira, Señor, cómo nosotros, tus discípulos, nos sentimos desarmados frente a este mundo. Nos sentimos casi perdidos, no sabemos a veces por dónde empezar y a menudo no se nos toma en serio, en particular cuando decimos tus palabras. El rebaño se restringe, los jóvenes rara vez demuestran comprendernos y, seguramente, a nosotros nos cuesta trabajo comprenderles.

No permitas que perdamos la confianza en tu poder. Danos el don del discernimiento para que podamos llevar a cabo un serio examen de conciencia, para que podamos ver lo que es preciso dejar de lado (los excesivos bastones, las excesivas alforjas, el demasiado pan, el demasiado dinero, las demasiadas túnicas), porque impide el despliegue de tu acción.

Estamos, en efecto, Señor, un poco confusos. A veces nos da la impresión de haber entrado en un callejón sinsalida. Danos tu luz para ver lo que hemos de hacer. Y haznos comprender que tenemos necesidad de mucho, mucho valor, para hacer lo que es preciso hacer. No nos dejes caer en nuestra rastrera y silenciosa decepción, ni nos dejes en la tentación de la espectacularidad, del ir detrás del mundo, que todo lo apoya en el aparecer y en la capacidad de imponerse. Sabemos que algunos hacen carrera de este modo. Tú ilumínanos y sálvanos.


CONTEMPLATIO

Para demostrar que no es la sabiduría humana, sino su propio poder el que convierte al mundo, eligió Dios como predicadores suyos a hombres incultos, y lo mismo ha hecho en Inglaterra, realizando obras grandes por medio de instrumentos débiles. Ante este don divino hay, hermano carísimo, mucho de qué alegrarse y mucho de qué temer.

Sé bien que el Dios todopoderoso, por tu amor, ha realizado grandes milagros entre esta gente que ha querido hacerse suya. Por ello, es preciso que este don del cielo sea para ti al mismo tiempo causa de gozo en el temor y de temor en el gozo. De gozo, ciertamente, pues ves cómo el alma de los ingleses es atraída a la gracia interior por obra de los milagros exteriores; de temor, también, para que tu debilidad no caiga en el orgullo al ver los milagros que se producen, y no vaya a suceder que, mientras se te rinde un honor externo, la vanagloria te pierda en tu interior (Gregorio Magno, Carta a Agustín de Canterbury, Libro 9, 36


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«No llevéis nada para el camino» (Lc 9,3).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Aquí reside el misterio del ministerio: que precisamente nosotros, que somos pecadores, enfermos, vulnerables, necesitados de que se interesen por nosotros, precisamente nosotros, hemos sido elegidos para transmitir, mediante ese amor nuestro tan limitado y condicionado, el amor ilimitado e incondicionado de Dios. Porque el verdadero ministerio debe ser recíproco. Cuando los miembros de una comunidad de fe no pueden conocer y amar de verdad a su pastor, el oficio mismo de pastor se convierte muy pronto en un modo solapado de ejercer el poder sobre los otros, y empieza a manifestarse autoritario y dictatorial.

El mundo en el que vivimos -un mundo de eficiencia y control-no tiene ningún modelo que ofrecer a quien desee hacer de pastor como lo hizo Jesús. Hasta las llamadas «profesiones asistenciales» se han visto secularizadas de un modo tan radical que la reciprocidad sólo puede ser considerada como una debilidad y una forma de confusión de roles. El liderato del que habla Jesús es de una modalidad radicalmente diferente de la que ofrece el mundo. Es un liderato de servicio, en el que el líder es un siervo vulnerable, que necesita a los otros no menos de lo que los otros le necesitan a él. Por consiguiente, en la Iglesia de mañana, habrá necesidad de un tipo completamente nuevo de liderato, no modelado sobre los juegos de poder, sino sobre Jesús, líder-siervo venido a dar la vida por la salvación de muchos (H. J. M. Nouwen, Nel nome di Gesú, Brescia 31997, pp. 44ss [edición española: En el nombre de Jesús, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).